La Inteligencia como categoría moral

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Lanza
Trabajo
/ DOMINGO, 20 DE JUNIO DE 2010
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REFLEXIONES SOBRE EMPRESA Y SOCIEDAD
La Inteligencia como
categoría moral
pel de salvadores quienes necesitan
ser salvados, pero, pregunta, ¿quién
rescatará a los rescatadores?
Y es que lo que se denomina crisis
económica es en realidad una crisis
política de incapacidad. No estamos
valorando -y por tanto no votamosel conocimiento, la lucidez y la capacidad de juicio.
Pilar Almagro
Directora General. Grupo VertiSub
www.vertisub.com
Me atrevo a afirmar, con Theodor
Adorno, que la inteligencia es una categoría moral.
¿Qué entenderemos por inteligencia? La capacidad de comprender y de
hacer, la capacidad de elección, de
adaptación a entornos cambiantes, la
capacidad de creación. En palabras de
Adorno, la lucidez y la capacidad de
juicio.
Mas lograr y mantener la lucidez requiere al menos tanto esfuerzo como lograr y mantener una excelente forma física.
Sin esfuerzo no hay fuerza, y en el
sentido que le hemos dado, el esfuerzo por la inteligencia es una batalla
íntima que constituye la dinámica espiritual de toda una vida.
Vamos a hacer una reflexión sobre
la inteligencia como categoría moral
en tres ámbitos: El académico, el político y el empresarial.
¿Y en la empresa qué?
La Academia
Entre los que se dedican al estudio y la
enseñanza existe la perpetua tentación de rebajar sus exigencias académicas. Y entonces salen a la luz la credulidad, la repetición, la carencia de
originalidad, la vulgaridad del trabajo
intelectual y… en definitiva, la sumisión a lo establecido, que es justamente lo contrario a la lucidez y la
capacidad de juicio.
Y así, desde este punto de vista:
Ser condescendiente con uno mismo en la búsqueda del saber es no tenerse -a uno mismo- en gran estima.
Ser condescendiente con el alumno es aún más grave, pues es no tenerle –a él- en gran estima, lo cual es
una falta profesional y me atrevo a decir que moral, por cuanto le considera
un humano menor en el que no merece la pena emplear mucho esfuerzo.
De los maestros (de la academia, y
de la vida) que he tenido, me acuerdo
de aquellos que exigieron de mí hasta
el extremo, pues es así como ampliamos nuestros límites los humanos.
Como tendemos a volvernos necios
cuando una verdad atenta contra
nuestros particulares intereses, necesitamos alguna institución que no ceda
a ambiciones espurias y ésta es La
Academia, al dedicarse precisamente
a la búsqueda de la verdad. De este
modo La Academia cumple una función de reservorio moral.
En la política falta
inteligencia
En la política, la falta de inteligencia
también nos parece una falta profe-
sional pero sobre todo moral. Son hoy
los políticos el colectivo más proclive
a caer en la tentación de rebajar sus
exigencias espirituales y descender
por debajo de su nivel con tal de ganar votos en el corto plazo, cuando su
misión es la conducción de un pueblo, y ésta solo puede plantearse con
fines a largo plazo.
Cuando alguien se presenta como
candidato a conducir una nación, necesariamente es porque cree que lo
hará mejor que los demás. Mas acostumbra a pasar que eso suele ser una
certeza (suya y acaso del partido) pero
no una verdad.
La propia dinámica de los partidos
no está diseñada para elegir al más capaz, ni al más lúcido ni al de más refinado espíritu crítico, sino al más comprometido con el partido, lo que suele ir emparejado con la incapacidad
de primar el interés general sobre el
privado (el de su partido). Y así vivimos inmersos en una carencia de
magnanimidad generalizada.
Las disciplinas de partido no son
precisamente disciplina espirituales,
sino partidarias, y así sucede que aca-
ban gobernándonos personas que no
saben ni lo que no saben y de tanto
no saber se creen capaces de gobernarnos a los demás. Y esa es una falta
moral por cuanto perjudican con sus
errores y humillan con su condescendencia, a quienes están obligados a favorecer; a todo un pueblo, a toda una
comunidad, a todo un país.
Reflejo de lo anterior es la situación
en la que nos encontramos hoy. La
De los maestros
(de la academia, y
de la vida) que he
tenido, me acuerdo de
aquellos que exigieron
de mí hasta el extremo,
pues es así como
ampliamos nuestros
límites los humanos
falta de inteligencia ha convertido a
lo que empezó como crisis bancaria,
en una crisis de deuda soberana. Los
gobiernos que tratando de solucionar
una crisis basada en la deuda, gastaron el dinero de los contribuyentes
como si fuera ilimitado, incurriendo
en más deuda, han conducido a sus
países al borde de la quiebra. Lo más
grave es que disponíamos de excelentes estudios de otras crisis (Rogoff y
Reinhart) en los que se cuantificaron
los desastres económicos producidos
por realizar estas políticas de gasto incontrolado.
Obviar este conocimiento histórico
–y permítanme decirles, de sentido
común, pues difícilmente una familia
solucionaría sus problemas de deuda
endeudándose más- y llevar a sus pueblos a tan penosa situación, es una
falta profesional y sobre todo moral
por considerar a los ciudadanos menores de edad, destruyendo su espíritu a base de intentar convencerles de
cualquier cosa, de condescendencia y
de subsidios.
Como escribe Pedro Videla, ahora
son los países que se arrogaron el pa-
La creciente complejidad e incertidumbre que nos envuelve exige de la
empresa más que nunca, cultivar la
inteligencia como lucidez y capacidad
de juicio personal y de grupo. Si antes
la empresa necesitaba capital monetario, hoy sobre todo necesita capital intelectual. Sin inteligencia, su supervivencia está amenazada. No en vano
sobrevive sólo el 10 % de las empresas
creadas y de éstas, ya han quebrado
300.000 en nuestro país, por la crisis.
Y es que es muy difícil obtener beneficios, y aún más en un entorno cuya
hostilidad se agudiza.
Cuando nos buscamos unos a otros
para realizar un proyecto empresarial
es porque pretendemos lograr entre
todos lo que solos no podemos. Cada
vez son más necesarias y profundas
las interrelaciones entre personas,
compañías y grupos de interés, las
cuales se plasman en paradigmas como la innovación abierta y cruzada.
Hoy un proyecto empresarial ha de
vislumbrar el camino entre la incertidumbre y la adversidad, lo cual nos
exige, por decirlo de algún modo, ser
más listos. Hablamos una vez más de
la inteligencia como categoría irreemplazable para construir cualquier proyecto humano.
También las carencias en inteligencia empresarial tienen graves consecuencias, pues dejan un doloroso rastro de incumplimientos y acreedores.
Las ventajas de la empresa privada
frente a otras corporaciones son básicamente dos, en primer lugar que cada día se ha de ganar su derecho a la
supervivencia –si no lo logra desaparece, dejando hueco a otras- y en segundo lugar, que se debe a la disciplina contable y tributaria, por lo que
podemos observar –las declaraciones
son públicas-con cierta facilidad su situación mediante su cuenta de resultados y su balance. No ocurre lo mismo con aquellas empresas públicas
que no se someten a dicha disciplina.
Por ello conservamos aún, con gran
dispendio, empresas públicas prescindibles que en condiciones de mercado no hubieran contado con la inteligencia imprescindible para haber
competido y ganado en la lucha por
la supervivencia.
Así pues consideramos que el cultivo de la inteligencia en los ámbitos
académico, político y empresarial es
una categoría moral.
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