TIEMPO DE REFORMAS KOHL Y CRAXI: UN SISTEMA CORRUPTO Contemplamos desde hace semanas el derrumbamiento de ese coloso, físico y político, que es -era- Helmut Kohl. El escándalo de las cuentas secretas de la CDU parece no tener fin -cada día aparece un nuevo dato- y ahora sabemos que hasta el propio Mitterrand tuvo parte en el asunto y que de los dineros depositados en bancos extranjeros han desaparecido sumas respetables que no se sabe dónde han ido a parar. Para mayor tragedia, la semana pasada, el responsable del grupo parlamentario del Bundestag apareció ahorcado en su vivienda de Berlín. Nadie sabe cómo acabará esto. Mientras ello ocurre en Alemania, Italia sufría también la pasada semana un shock: la muerte en el exilio de Bettino Craxi, otra víctima de la financiación ilegal de los partidos, que abandonaba este mundo acusando a todos ellos, sin excepción, de corrupción financiera: "Todos los partidos se financiaron ilegalmente... Esta realidad era conocida por todos los dirigentes políticos y las más altas personalidades del Estado. Nadie estaba en la luna" -escribe en su testamento-. Ambos hechos, que se producen con macabra coincidencia en los mismos días, afectan a dos grandes políticos y vienen a sumarse a una larga lista anterior de casos de financiación irregular: desde las donaciones de los tabaqueros y el presidente de la Fórmula 1 al Partido Laborista inglés, hasta los casos franceses de Emmanuelli o Juppé; por no recordar la florida casuística que estos días está apareciendo en torno a Elf-Aquitaine o la que padecimos en España con todas las Filesas que en el mundo han sido. He aquí, de nuevo, sobre la mesa el espinoso tema de la financiación de los partidos, que fue objeto de debate a comienzos de la legislatura que ahora acaba y del que nunca más se supo. Nos encontramos de nuevo en plena campaña electoral (en realidad, siempre estamos en campaña en este país) y bueno sería que los políticos se planteasen esta cuestión y se comprometieran con los electores a una reforma de este tema. Primero, porque son justamente estos lances electorales, en la forma que se hacen, una de las causas principales del inmenso gasto de los partidos políticos; y segundo, porque, como ya he dicho alguna vez en estas páginas, la democracia en este país (quizás en toda Europa) necesita un golpe de timón y nuevas formas de instrumentación, si no queremos que el divorcio ya existente entre los políticos y la gente se vaya agrandando más y más. Para centrar rápidamente la cuestión, nada mejor que acudir al testimonio del recientemente fallecido Craxi, que cuatro días antes de morir escribía: "Hace falta esgrimir una gran dosis de desenvuelta hipocresía para creer o hacer creer que los fondos previstos en la Ley eran suficientes para alimentar la compleja máquina burocrática y la variedad de estructuras y actividades que desarrollaban los partidos políticos". No sé cuál es, en Italia, la cuantía de estos fondos, pero las cantidades que en España se les asignan cada año no son nada despreciables. Aunque nunca se ha sabido con exactitud la cifra total que obtienen, porque son múltiples los conceptos por los que se les asignan fondos (subvenciones ordinarias, procesos electorales, grupos parlamentarios, dotaciones a concejales y diputados), ésta andará por los treinta mil millones al año, a lo que hay que añadir la sistemática congelación/condonación de deudas que periódicamente se ven obligados los bancos a realizar (la última cifra que he visto de deuda pendiente de los partidos ascendía nada menos que a quince mil millones). Todo ello, al parecer, no es suficiente para alimentar esa increíble máquina de gastar dinero que son hoy los partidos políticos. La razón es que vivimos en una sociedad manipulable, presidida por la imagen y la apariencia, en la que, con dinero, son grandes las posibilidades de conformación de la opinión que se puede conseguir a través de los medios, especialmente la radio y la televisión. Por ello, en lugar de presentar y debatir los programas de forma pausada y racional en sucesivos encuentros entre candidatos, los partidos se convierten en máquinas de propaganda: diseñan costosísimas campañas de publicidad para vender su "marca", estudian cuidadosamente cuáles son los temas que a la gente le interesan y qué mensajes pueden ser los que la gente quiere oír; una vez detectados aquí, los sociólogos y gabinetes de opinión hacen su agosto- se monta la maquinaria propagandística para su difusión: se perfilan los slogans, las frases certeras, el surtido de carteles, fotos, pegatinas y anuncios de todo tipo con los que hay que martillear el país; se programan las cuñas publicitarias, las músicas emblemáticas, la presencia en programas radiofónicos y, en lo posible, las comparecencias en las pantallas de televisión. Para concluir, se 1 planifican los mítines de los líderes que tienen que resultar apoteósicos, con mucha luz, mucha música, artistas invitados, grandes plataformas con los símbolos del partido, y muchos cientos y aún miles de asistentes que hay que traer en autobuses desde los más lejanos puntos de la provincia. Todo para conseguir la aclamación del candidato. Finalmente, en el momento adecuado, hay que realizar un mailing exhaustivo, a cada domicilio de cada elector, para que todos acudan disciplinadamente a las urnas con la papeleta en la mano, conteniendo la lista cerrada y bloqueada que el secretariado del partido preparó para cada circunscripción. Toda esta parafernalia exige el trabajo de cientos y cientos de personas y el gasto de cientos y miles de millones de pesetas, sin que de ello se obtenga un mensaje articulado e inteligible, ni demasiada clarificación acerca de los candidatos a quien se vota, que quedan en la penumbra, salvo, naturalmente, el líder, la estrella, al que todos y todo se orienta. La verdad es que éste es un sistema bastante primitivo, impropio de un país maduro y de esa sociedad de la información en la que dicen que vivimos; un sistema en el que las dos claves de todo el proceso -el dinero y las listas- quedan en unas pocas manos, que deciden todo y por todos. Va llegando la hora de introducir cambios en este modelo de democracia, que la hagan más auténtica y más barata. Y se debe empezar por el sistema electoral, modificando las circunscripciones, de modo que éstas sean unipersonales, los candidatos puedan ser conocidos por los electores y éstos puedan formular propuestas ante ellos, sin tanto espectáculo ni tanto gasto. Los líderes nacionales, a su vez, deben mantener entre sí debates abiertos ante la televisión -no uno, sino varios-, que tengan cierta duración y puedan ser seguidos por la gente en horas de máxima audiencia. En ellos, cada uno puede explicar ante el país qué es lo que quiere hacer y los ciudadanos pueden sacar sus conclusiones. Éstas y otras reformas, que no puedo describir aquí, irían al corazón del problema, pues harían innecesarias esas inmensas máquinas burocráticas y propagandísticas en que se han convertido los partidos, con miles de "liberados", que generan un gasto insoportable y son la fuente de toda corrupción. No creo que haya que aumentar las subvenciones públicas a los partidos, sino abrir cauces claros y transparentes a las aportaciones privadas. Pero, sobre todo, lo que hay que hacer es reducir el gasto y el despilfarro actual, al mismo tiempo que se aumenta la información, el debate y las propuestas concretas que cada uno ofrece. De lo contrario, continuaremos asistiendo a nuevos casos como el que comentamos: el espectáculo denigrante de un gran hombre -dos en este caso: Kohl y Craxi- destruido por un sistema corrupto. Madrid, 25 de enero de 2000 Gaspar Ariño Ortiz 2