Resucitó al tercer día - Alianza en Jesús por María

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Creer El Credo
Resucitó al tercer día1
TODA IMAGINACIÓN SE QUEDA CORTA
Creer en la resurrección no es nada fácil. Cuando San Pablo fue a Atenas y se
puso a hablar del Dios que lo sustenta todo, todo el mundo le escuchaba; pero
cuando pasó a hablar de la resurrección, se rieron de él y le dejaron plantado.
Es que la irreversibilidad de la muerte es seguramente una de las más decisivas
experiencias humanas. Cuando uno muere, está muerto, se ha acabado. Nadie
regresa.
Por otro lado, la fe en la resurrección es esencial en el cristianismo. Porque toda
la fe cristiana reposa en el hecho de que Jesús no fue un impostor o un fracasado, sino que, cuando sus enemigos creían haberle eliminado, Dios le salvó de la
muerte y Él se presentó a sus amigos diciéndoles que Dios también les salvaría
de la muerte. Como decía el mismo San Pablo, si Cristo no resucitó, fue un iluso
o un impostor; y, si nosotros seguimos creyendo en Él, “nuestra fe es vana” y sin
fundamento (I Co 1,15ss).
No sólo es difícil creer en la resurrección: también lo es imaginarla. Aunque uno
la quiera creer, es difícil concebirla con un contenido coherente. Sobre todo cuando hablamos de la resurrección de los cuerpos, o de “la carne”. Porque, según
como, la fe en la resurrección puede parecer como una especie de cuento de
hadas, o un relato de pura mitología. ¿Cómo viven los resucitados? ¿Dónde viven?
¿Tienen un cuerpo como el nuestro? ¿Necesitan comer, beber y respirar?... Las
preguntas pueden ser inacabables.
Ante todo esto, hemos de decir que la resurrección no se ha de concebir como un
simple “retornar a la vida de antes”, que es quizás lo que la mayoría de gente se
imagina cuando se habla de resurrección. No es un retornar a esta vida, a nuestra
manera actual de vivir en el espacio, el tiempo y en las relaciones temporales con
el entorno, con las persones, con los condicionamientos biológicos, etc. Esto sería
como volver a empezar otra vez lo mismo (como seguramente sucedió con la resurrección de Lázaro o del hijo de la viuda de Naim). La resurrección de Jesús - y la
(1) Resumen del capítulo 9 del libro “Creer el credo”
de Josep Vives. Ed. Sal Terrae. Colección Alcance
que esperamos para nosotros - es de otro
tipo: es pasar a otro nivel y condición de
vida muy diferente de la presente. La vida
temporal y terrena de Jesús - y la nuestra
– se acaba con la muerte. Cuando el mal y
la finitud han ejercido todo su poder y han
provocado la muerte, Dios, que es autor y
señor de la vida y que ama nuestra vida,
nos mantiene en la vida i hace que entremos en una nueva condición de existencia
con Él que ya no está sujeta a las condiciones de la temporalidad ni de la muerte. Es
algo que, sencillamente, no podemos imaginar. El salmo 102 lo decía bellamente:
La vida del hombre dura lo que la hierba
del campo..., pero el amor del Señor es de
siempre y dura por siempre.
OTRO NIVEL DE VIDA, EN
CONTINUIDAD CON LA VIDA
PRESENTE
La resurrección no es, pues, volver a la
misma vida de antes. Es entrar en una
vida distinta, pero en real conexión y continuidad con la situación anterior. Cuando
se habla de la “resurrección de la carne”,
lo que se quiere decir es que hay continuidad entre la persona que vivió “en la
carne”, en las condiciones de la temporalidad y la materialidad, y la que pasa a
vivir en unas condiciones distintas por la
fuerza y el amor de Dios. Aún más, todo
aquello que se vivió en la carne y en la
materialidad, adquiere en ese momento
una definitiva plenitud de sentido. Cómo
será esto, no somos capaces de imaginarlo. Pero esto es lo que intentamos creer
cuando decimos que creemos en la resurrección.
Cuando decimos que Jesús resucitó de entre los muertos queremos decir que el mismo Jesús que había vivido entre nosotros
y como nosotros, que parecía haber sido
vencido y muerto por las fuerzas del pecado y de la muerte, este mismo Jesús sigue
viviendo, por la acción amorosa y poderosa
del Padre, con una nueva forma de vida,
que es ya plena i de total participación en
la misma vida de Dios.
Aquí es necesario remarcar que en la resurrección se cumple lo que es como un gran
principio de la manera de hacer de Dios
con los humanos: Dios siempre quiere “recuperar lo que se había perdido”, no tira
lo que es viejo para hacer algo totalmente
de nuevo, que es seguramente lo que haríamos nosotros. Nuestra vida vale poco y,
además, el pecado la acaba de estropear,
estamos corrompidos, etc., y esto nos
lleva a la muerte. Nosotros seguramente
pensaríamos que Dios, decepcionado, lo
tiraría todo por la borda y comenzaría de
nuevo haciendo una criatura nueva. Pero
no es así. Dios ama sus criaturas como
cosa suya, obra de sus manos; y, por
más que se encuentren destrozadas, las
quiere recuperar y quiere dar nueva vida
a aquello mismo que se había perdido o
degradado. Los autores antiguos al referirse a la salvación de Dios, la entendían
como una “restauración” del ser humano.
También hablaban de “re-creación”, no en
el sentido de volver a crear todo de nuevo,
sino en el sentido de tomar lo que había
antes, rehacerlo (“salvarlo”) y restaurarlo
de una manera espléndida y definitiva. La
vida de Cristo, maltrecha por el pecado de
los hombres, ha sido restituida y asumida
en la vida de Dios, en su resurrección. Y
Resucitó al tercer día
algo parecido creemos que ha de pasar en
nuestra resurrección.
elevado al nivel divino, en igualdad
ualdad con el
mismo Dios.
El ser humano adquiere entonces cualidades insospechadas, estando ya fuera de las
coordenadas del espacio y del tiempo. Los
evangelios nos presentan a Jesús resucitado
entrando en el cenáculo estando las puertas
cerradas, atravesando las paredes, haciéndose presente repentinamente en cualquier
momento, etc. San Pablo dirá después que
el cuerpo natural había llegado a ser un
“cuerpo espiritual”, cosa que viene a ser
como una noción contradictoria; pero con
ella se quiere significar que el cuerpo adquiere unas cualidades nuevas que sobrepasan las de la materialidad natural.
Más adelante (seguramente bajo la influencia del salmo 16, 10, que decía: “no abandonarás mi vida en medio de los muertos
ni dejarás que tu Santo se corrompa ”),
se hizo habitual hablar de la resurrección
como de un recobrar la vida. Es así como
habla San Pedro en su primer discurso,
después de la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés: Vosotros, los judíos, le crucificasteis; pero “Dios le ha resucitado” tal y
como ya había dicho que no dejaría a su
santo ver la corrupción.
DIFERENTES MODELOS
IMAGINATIVOS
Esto, como decíamos, es difícil de imaginar. La Biblia nos habla de ello con diferentes modelos imaginativos. El modelo
que parece más antiguo es el de “la exaltación” definitiva de Cristo. El Cristo al
que habíamos visto humillado y aparentemente vencido, ha sido finalmente exaltado y glorificado: “Él, que era de condición
divina..., tomó la condición de ‘esclavo y
se hizo semejante a los hombres. Tenido
por un hombre cualquiera, e ‘abajó y se
hizo obediente hasta la muerte, y una
muerte de cruz. Por eso Dios le ha exaltado y le ha concedido aquel nombre que
está por encima de todo otro nombre...”
(Fil 2, 5ss). Este modelo de exaltación
aún es presentado de una manera aún
más plástica cuando se dice que Jesús
resucitado está “sentado a la derecha del
Padre” (Lc 22, 69, etc.), es decir, ha sido
Más allá de los modelos imaginativos con
los que intentamos hablar de la resurrección, lo importante es afirmar lo que quieren decir, a saber, que la muerte no es la
palabra definitiva sobre la existencia de
Jesús - como tampoco lo es sobre nuestra
existencia - . Esto es precisamente lo que
Jesús ha venido a anunciar: que la palabra
definitiva sobre los hombres es que Dios
los ama y que el amor de Dios es fiel y permanece por siempre, y no dejará que la
muerte nos engulla de manera definitiva.
Como dirá San Pablo en la primera Carta a
los Corintios (escrita solamente unos veinte
años después de la crucifixión de Jesús),
“si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe... Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo,
somos los más desgraciados de todos los
hombres... Si los muertos no resucitan,
comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1Co, 15, 12ss). El Apóstol es realista: si todo se acaba con la muerte, si no
hay un Dios con poder para dar sentido a
la vida de los justos que, como Jesús, son
La resurrección la vamos
edificando cada día con nuestra
lucha a favor de la vida
destruidos por el mal de este mundo,
no puede haber otro afán que el de
que cada uno arrebate a la vida todo
lo que pueda y sea como sea. Cuando
se niega el poder, la justicia, y el amor
de un Dios verdaderamente Señor de
todo, tan sólo queda la ley de la jungla.
Es por esto que uno de los antiguos
sabios del desierto decía que no hay
pecado más grande que el de negar
la resurrección. Sólo un Dios que pueda resucitar a los muertos es digno de
fe. La resurrección es el gran acto de
amor y de justicia de Dios hacia su Hijo
Jesucristo y, esperamos, también hacia sus otros hijos, que aún nos encontramos sometidos a la muerte, a menudo a causa de la maldad de los demás.
La resurrección es como la protesta de
Dios contra la maldad que mata a su
Hijo inocente, y contra la maldad de
los seres humanos que se matan unos
a otros. Verdaderamente tenía razón
San Pablo: “sin la resurrección vana
es nuestra fe”.
HACER OBRAS DE
RESURRECCIÓN
La resurrección es como el soporte
fundamental de todo el anuncio cristiano. Pero no se ha de creer en la resurrección solamente con la cabeza;
es necesario creer en ella con toda la
vida, con nuestras actitudes y obras.
Porque, si la resurrección es el jui-
cio de Dios contra el mal que causa
la muerte, nosotros hemos de hacer
nuestro este juicio. Así, hemos de preguntarnos, pues, si nuestra existencia
humana es causa de vida o es causa
de muerte en este mundo. Cada uno
ha de preguntarse si se halla entre
los que crucifican a Jesús y le hacen
morir, o si se halla con Aquél que resucita a Jesús y le hace vivir. En este
mundo podemos ser colaboradores y
cómplices de muerte, o colaboradores
de resurrección.
Creer en la resurrección no es, pues,
creer solamente en algo que le sucedió a Jesús en un pasado lejano, o en
lo que nos sucederá a nosotros en un
remoto “último día”. La resurrección la
vamos edificando cada día con nuestra lucha a favor de la vida, y de la vida
de todos. Podemos realizar obras de
muerte, que aumenten la muerte en el
mundo. Y, al contrario, podemos realizar obras de vida, que son obras de
resurrección. Aquí sí que vale la gran
palabra de Jesús: “Aquello que hagáis
a cualquiera de estos pequeños, es a
mi a quien lo hacéis ” (Mt 25, 40).
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