Los derechos humanos en las memorias del Cardenal Raúl Silva

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Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública - GEMRIP
Los derechos humanos en las memorias del Cardenal Raúl Silva
Henríquez: primer período del régimen militar de Augusto Pinochet,
Chile 1973-19801
Mario I. Aguilar (Chile/Escocia)
Resumen- Este ensayo explora el pensamiento y la acción acerca de los derechos humanos
por parte de la Iglesia Católica durante el primer período del régimen militar a través de una
lectura interpretativa y socio-histórica de las Memorias del Cardenal Silva Henríquez
publicadas en 1991 en tres volúmenes. La actuación del Cardenal como catalista social fue sin
duda muy importante durante esos años, pues no solo él ayudó a proteger a los perseguidos,
sino que cimentó una cultura de los derechos humanos a través de un desarrollo pastoral a
nivel personal. Dentro de ese desarrollo espiritual y teológico Silva Henríquez subrayó la
importancia de la caridad, su lema episcopal, interpretándola como compromiso cristiano y
humanista por el ser humano en la sociedad y no solamente como limosna u obra de caridad
dentro de la sociedad chilena y no solamente como compromiso social por parte de la Iglesia.
Es claro que el estudio de su pensamiento ayuda a entender la historia de esa época y su
acción constituye parte de la historiografía del régimen militar y de la historia de Chile como
nación.
I Introducción
La memoria de un pueblo y por lo tanto la historiografía de una nación no se limita a lo textual
y a lo aprobado, sino que se expande a todos los horizontes personales y sociales donde la
experiencia, la emoción y la objetividad se encuentran. Sin embargo la objetividad social y la
experiencia linear de la historia se expanden en las letras hasta constituirse en una memoria
que sirve no solamente de archivo del pasado sino que se experimenta en un presente
literario e historiográfico. Por lo tanto el pasado, definido como lo que pasó, se interpreta en
un presente social, etnográfico, interpretativo, y simbólico a través del cual los actores de ese
pasado recuerdan y también olvidan. La memoria y el olvido se encuentran en un tiempo
literario que no solo se remonta a la historia, sino que la interpreta, la manipula, la cambia, la
silencia y la da a conocer.
En el caso de los derechos humanos, la memoria expresa a veces sus violaciones, en
otros casos su defensa y en muchos casos su ignorancia e impunidad. Claro que violación y
defensa van mano a mano en la descripción de lo histórico, que para los historiadores se
convierte en historiografía, para los actores se convierte en memoria y para los lectores se
convierte en texto olvidado o reconocido, juzgado por verdades históricas y cambios sociales
que para unos siguen siendo parte de la verdad y para otros siguen siendo mentiras.
Este ensayo examina una parte de la historia de Chile a través del género testimonial
que se hace memoria literaria. Si la historia como género ‘objetivo’ necesita del género
narrativo, la memoria necesita de la reflección en primera persona que se refleja en el género
testimonial de los diarios personales, las memorias y testimonios de políticos, estadistas, y de
otras personas que acalladas por el silencio de la historia deciden contar sus propias historias,
aquéllas historias que en las palabras del escritor Martin Faunes, ‘no se pueden contar’. Estos
relatos más personales forman una parte importante de la producción histórica del período
1
Ponencia presentada al 51 Congreso Internacional de Americanistas, Santiago, Chile 14-18 Julio del 2003;
Simposio 9 “Memoria, historiografía y derechos humanos”.
[email protected]
1
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historiográfico del régimen militar. Ya después del golpe militar, la producción de un libro
oficial, el Libro Blanco, que narraba los hechos que afectaron a Chile en septiembre de 1973
desde una perspectiva oficial, provocaron la producción de otros trabajos que narraban una
parte diferente de la historia chilena de los años 70’. Sin embargo la censura oficial a
cualquiera narrativa disidente provocó un fénomeno masivo de publicación literaria que
comienza en los últimos años del gobierno militar y que se extiende hasta los últimos años.
La fragmentación de la sociedad chilena en la última década del siglo XX provocó un
fenómeno post-modernista en que las voces oficiales se concentraron en informes legales
acerca de la historia, por ejemplo, la narrativa del Informe Rettig, mientras que muchas otras
voces narraron desde una perspectiva personal las acciones, pensamientos y análisis de los
protagonistas del primer período del gobierno militar, período histórico que comienza con el
golpe de estado y finaliza con la proclamación de una nueva Constitución Política de Chile
(1973-1980).2
Así como el general Augusto Pinochet Ugarte publicó sus propias memorias que
incluían su pensamiento político, otro de los protagonistas principales de ésa época, el
Cardenal Raúl Silva Henríquez decidió dictar parte de sus reminicencias al periodista Ascanio
Cavallo. En esas memorias, publicadas en el año 1991, Silva Henríquez cuenta hechos de su
infancia, su vocación sacerdotal, su elección como obispo en Valaparaíso y su tarea como
arzobispo de Santiago.3 En su calidad de arzobispo de Santiago Silva Henríquez debe actuar
como figura pública durante los gobiernos presidenciales de Jorge Alessandri Rodríguez (19581964), Eduardo Frei Montalva (1964-1970), y Salvador Allende Gossens (1970-1973). En el
momento del golpe militar, Silva Henríquez se ve enfrentado al desafío de asumir una labor
importante e imprevista en defensa de los perseguidos por el régimen militar. Esa labor lo
llevará a tomar decisiones que afectaron las decisiones políticas del gobierno militar y la labor
de la Iglesia dentro de la sociedad chilena.
Diversos autores han analizado la importancia de la figura pública y el pensamiento y
acciones del Cardenal Silva Henríquez. Este ensayo propone un análisis muy necesario de los
escritos de Silva Henríquez, una labor académica que todavía no se ha materializado. Por lo
tanto en este ensayo asumo una metodología interpretativa de la historia, un análisis
simbólico que no puede considerarse objetivo o definitivo, pero que también combina mi
propia subjectividad como escritor. Silva Henríquez ya asume esas discrepancias en el análisis
de su propia historia cuando al concluir sus memorias reconoce que mientras que sus
acciones y decisiones fueron necesarias en tiempos difíciles para Chile, otros pueden pensar
que él se equivocó en muchas de ellas:
No ignoro que en muchas ocasiones pude ser una figura polémica. He pedido perdón muchas
veces por esto, y lo haré todavía cuando sea necesario. Viví tiempos difíciles, y no sería justo
decir que siempre supe que sería así. Me tocó comtemplar, con angustiada impotencia, cómo
mi patria se sumía en la conflagración fraticida y cómo se dividía de par en par, por años
largos y dolorosos. Fui testigo y actor de unos sucesos que quizás hubiera preferido no ver, y
la incapacidad para impedir que ellos dañaran a la gente más débil, a los humildes y a los
desamparados, laceró muchas de mis noches. No he sido un testigo pasivo. Lo sé. 4
Veáse, por ejemplo, Reinaldo Sapag Chain, Mi amigo, el Cardenal (Santiago, Chile: Ediciones Copygraph, 1996).
Ascanio Cavallo, ed. Memorias Cardenal Raúl Silva Henríquez I, II, III (Santiago, Chile: Ediciones Copygraph,
1991).
4
Memorias III, 277.
2
3
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II La historia del Cardenal
Raúl Silva Henríquez nace en Talca, en el sur de Chile, el 27 de septiembre de 1907, el decimo
sexto entre 19 hermanos. Después de estudiar en colegios de Talca, se tituló de abogado en la
Universidad Católica de Santiago, donde decide hacerse religioso y el 28 de enero de 1930
ingresa al Noviciado de los Salesianos, una congregación religiosa dedicada a la educación de
la juventud, fundada en Turín por San Juan Bosco. Silva Henríquez estudia filosofía y teología
en Santiago y Turín y el 3 de julio de 1938 es ordenado sacerdote en Turín.
A su regreso a Chile sus superiores lo destinan a dar clases en el Instituto Teólogico
Salesiano de Santiago y Silva Henríquez se dedica a impulsar la fundación del Liceo Manuel
Arriarán Barros del cual es nombrado primer rector (1943-1948). Entre 1948 y 1950 enseña en
el Patrocinio San José, el principal colegio de los Salesianos en Santiago y en 1950 es elegido
director del Instituto Teólogico Salesiano. En 1956 es elegido rector del Liceo Gratitud
Nacional donde inicia su trabajo en la organización pontificia Caritas, ayudando a los más
necesitados.
De vuelta al Patrocino San José en 1959 el Vaticano lo nombra obispo de Valparaíso.
Elige el lema episcopal Caritas Christi Urget Nos – La caridad de Cristo nos apremia, que ya
había usado en sus santitos de ordenación sacerdotal en 1938. Después de 19 meses de
intenso trabajo de re-organización pastoral en Valparaíso es elegido arzobispo de Santiago el
24 de mayo de 1961. Al año siguiente, el 7 de febrero de 1962 Silva Henríquez es nombrado
Cardenal por el Papa Juan XXIII.
Durante estos primeros años como arzobispo Silva Henríquez reorganiza las áreas
pastorales, el Seminario Mayor y la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Junto al
obispo de Talca Manuel Larraín organiza una reforma agraria dentro de la Iglesia por la cual la
Iglesia entregó la propiedad de sus terrenos a los campesinos que las habitaban y que
trabajaban en ellas. Su participación en el Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) y la reunión
de obispos latinoamericanos en Medellín (1968) fue intensa, particularmente en las áreas de
integración de la labor pastoral y la política, y de la formación religiosa y sacerdotal orientada
a una Iglesia comprometida con los acontecimientos nacionales y la historia.
Después de intensos años de labor pastoral durante el régimen militar y al cumplir los
75 años Silva Henríquez presentó su renuncia como arzobispo de Santiago de acuerdo a las
disposiciones emanadas del Vaticano para todos los obispos del mundo. En 1982 se jubila en
medio de immensas manifestaciones de apoyo y dedica los años siguientes a su labor con los
jóvenes y los niños a través de su proyecto de aldeas SOS en Punta de Tralca. Silva Henríquez
muere en Santiago en abril de 1999.
III Silva Henríquez y el golpe militar
En la mañana del martes 11 de septiembre de 1973 las radios de Santiago interrumpen sus
transmisiones y dan paso a una proclama por parte de cuatro comandantes de las Fuerzas
Armadas y de Carabineros liderados por el general Augusto Pinochet Ugarte. Tanques rodean
el palacio de la Moneda y la Fuerza Aérea bombardea la sede de gobierno. 5 La muerte del
presidente Allende y el asalto al palacio simbolizan la toma del poder por parte de los
militares y el comienzo de una persecución política contra los militantes de partidos políticos
que llevaron a Allende al poder y sus simpatizantes.6
5
Patricia Verdugo, Interferencia secreta 11 de septiembre de 1973 (Santiago: Editorial Sudamericana, 1998).
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Dentro de la historia de Chile el golpe militar se convierte en un hecho que provoca
división, tensión y expresiones de odio por parte de los actores de esos hechos. 7 Para los
partidarios de Allende el golpe militar es un hecho violento y anti-constitucional por parte del
fascismo simbolizado por las clases pudientes y por militares golpistas. Para los partidarios del
golpe éste se convierte en un momento de liberación del totalitarismo marxista que ellos
comparan con las gestas patrióticas de liberación y de independencia de la España colonial.
Para el Cardenal Silva el golpe de estado se constituye en un momento de sufrimiento,
de auto crítica, de oración, de conversión y de acción social y cristiana. Su papel en la posible
mediación entre Allende y sus críticos en el Congreso Nacional había sido activo y
determinante pero no había dado resultados.
El día anterior al golpe el Cardenal había regresado desde la casa de retiros de Punta
de Tralca en el litoral central después de haber visitado al poeta Pablo Neruda en su casa de
Isla Negra.8 En la mañana del “11” el Cardenal recibe las noticias del golpe militar temprano en
la mañana mientras rezaba en su capilla privada acompañado de su secretario privado el
padre Luis Antonio Díaz.9 Al día siguiente debía reunirse con otros obispos del Comité
Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile para analizar la situación nacional y el primer
llamado fue precisamente del obispo José Manuel Santos, que le avisaba que había un golpe
militar y que el gobierno de Salvador Allende había sido derrocado. El Cardenal se hincó en la
capilla para pedir ayuda divina y contestó el teléfono. El obispo Santos estaba en la sede de la
Conferencia Episcopal junto al obispo Sergio Contreras y quería reunirse con el Cardenal. Esa
reunión no fue posible ya que el desplazamiento por la ciudad estaba restringido y durante
esa mañana el Cardenal escuchó las noticias por la radio junto a su secretario en el comedor
de su casa.
Durante el día el padre Díaz circula por las calles de Santiago y recibe testimonios de
los movimientos de tropas, los trabajadores atrincherados en las fábricas y las detenciones
masivas de civiles. Los llamados telefónicos se suceden y el primer sacerdote que habla con el
Cardenal, el padre belga Luis Borremans de la parroquia de San Cayetano en la población La
Legua informa de los enfrentamientos entre civiles y militares y la detención de un grupo de la
Juventud Obrera Católica (JOC) que habían ayudado a los muchos heridos. 10
El Cardenal trata de contactar al obispo castrense Francisco Javier Gilmore para
conseguir más información y sugerencias de cómo actuar, pero sin resultados. A través del día
el Cardenal junto a su secretario miran la televisión y el Cardenal se siente deprimido.
Finalmente se encierra en su habitación por algunas horas para rezar por los millares de
chilenos que sufrían en esos momentos,
Sentía en esos momentos, como quizás nunca antes en mi vida, el peso inmenso que haría
recaer sobre la Iglesia una situación de la que no era responsable. Pensé en la dureza de las
Ignacio González Camus, El día en que murió Allende (Santiago: CESOC Ediciones ChileAmérica, 1993); Robinson
Rojas Sandford, The Murder of Allende and the end of the Chilean way to socialism (New York: Harper & Row,
1976); and Oscar Soto, El ultimo día de Salvador Allende (Santiago: Aguilar, 1999).
7
El número de libros y escritos sobre el golpe militar es enorme, véase mi evaluación de algunas fuentes en
Mario I. Aguilar, Current Issues on Theology and Religion in Latin America and Africa (Lewiston, Queenston and
Lampter: Edwin Mellen Press, 2002), 93-99.
8
Memorias II, 281.
9
Hijo del general de Sanidad Eduardo Díaz Carrasco, director del Hospital Militar durante el golpe militar.
10
Al día siguiente el P. Borremans fue detenido y dejado en libertad después de un interrogatorio de 24 horas,
Memorias II, 284.
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circumstancias: después de tantos ajetreos, al borde de mis 66 años, cuando me creía ya
cansado y viejo, el Señor nos enviaba la más dura prueba: no era agobiante? 11
El día 12 de septiembre el Cardenal no pudo salir y finalmente los miembros del Comité
Permanente (Santos, Contreras, Fuenzalida y Piñera) pudieron ubicar al obispo Gilmore y
consiguieron un salvoconducto para ir a la casa del Cardenal. Allí redactaron una declaración
que pide respeto por los caídos y por la memoria del presidente Allende y que en su texto
original dice en su párrafo segundo “Nos duele inmensamente y nos oprime la sangre que ha
enrojecido nuestras calles, nuestras poblaciones y nuestras fábricas, sangre de civiles y sangre
de soldados, y las lágrimas de tantas mujeres y niños”. 12 La declaración debía entregarse a la
prensa al día siguiente.
El día 13 de septiembre el padre Díaz, que había conseguido un salvoconducto
otorgado por el general Bonilla, continuó visitando parroquias para enterarse de la situación.
Ese día el Cardenal recibió la visita del contralmirante Rodolfo Vio Valdivieso 13 que traía los
saludos y las garantías para la Iglesia de la junta militar. El Cardenal agradeció esas garantías y
expresó su petición de que hubiera respeto por las personas, especialmente por los más
pobres, con los que estaba el corazón de la Iglesia.14
El día 14 de septiembre el padre Díaz fue al Ministerio de Defensa a entregar una copia
de la declaración. Alvaro Puga, asesor de la junta de gobierno, expresó su malestar por las
referencias a la sangre, al presidente Allende y al odio entre los chilenos. El padre Díaz se
comunicó con el Cardenal, pero la declaración ya había sido publicada en los diarios. Por la
tarde de ese mismo día el obispo Gilmore visitó al Cardenal que le reprochó el que no se
hubiera contactado con él, ya que consideraba que los obispos eran mantenidos como
prisioneros en sus casas. Gilmore traía un mensaje de la junta militar que deseaba que el
Cardenal celebrara el Te Deum del 18 de septiembre en la Escuela Militar. 15 El Cardenal
respondió que él presidiría una Oración por la Patria en la Catedral Metropolitana. 16 El día
domingo 16 el Cardenal se entrevistó con los miembros de la junta militar en el Ministerio de
Defensa. La junta expresó su preocupación por la seguridad de los participantes si el Te Deum
se llevaba a cabo en la Catedral por el problema de los francotiradores apostados en algunos
edificios céntricos.17 Finalmente quedaron de acuerdo de reunirse a orar en el templo de la
Gratitud Nacional, iglesia dedicada a las armas chilenas.
El día 18 de septiembre el Cardenal presidío la Oración por la Patria en la Gratitud
Nacional a pesar de las críticas de algunos sacerdotes. Para expresar su dolor y su
preocupación por Chile el Cardenal no usó los ropajes cardenalicios sino que una túnica
púrpura en señal de duelo. En su homilía el Cardenal incluyó las alusiones a una patria para
Memorias II, 285.
Texto completo en Memorias II, 285-286.
13
Hermano del sacerdote René Vio Valdivieso, vicario de la zona rural-costa de Santiago durante el período del
régimen militar.
14
Memorias II, 287.
15
El 18 de septiembre es el aniversario de la independencia de Chile (1810) y generalmente el Arzobispo de
Santiago preside un Te Deum (acción de gracias) ecuménico en la Iglesia Catedral al que llega en una carroza el
presidente de la república.
16
“La proposición de ir a la Escuela Militar me parecía totalmente inconveniente, e incluso perjudicial para los
propios militares. La Iglesia debía orar por todos, y no tomar partido por un bando. Cualquier cosa que saliera de
esa línea podría ser presentada como una imposición del nuevo régimen. Le expresé que si él quería hacerlo, me
parecía correcto, pero tal cosa no le correspondía al arzobispo de Santiago”, Memorias II, 289.
17
Esta opinión fue expresada por el general Sergio Arellano que se hizo presente en la reunión.
11
12
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todos que había hecho en noviembre de 1970 cuando Salvador Allende asumió el poder. Y
nuevamente Silva Henríquez apeló a la cordura y al respeto por la vida humana con las
siguientes palabras “hoy, dadas las dolorosas circumstancias que hemos vivido, esta
celebración cobra un doble significado: venimos aquí a orar por los caídos, y venimos también
y sobre todo, a orar por el porvenir de Chile”, “que no haya entre nosotros ni vencedores ni
vencidos”.18
IV El Comité para la Paz en Chile
Después del golpe militar fue evidente que sacerdotes, religiosas, misioneros extranjeros,
colegios y conventos habían sufrido violencia por parte de los militares. Los sacerdotes Juan
Alsina, Miguel Woodward y Gerardo Poblete habían muerto después de su detención por
patrullas armadas. Los tres habían sufrido golpizas y torturas y el padre Alsina había sido
fusilado en el puente Bulnes.19 Ya el 18 de septiembre el obispo Fernando Aristía, obispo
auxiliar de Santiago había escrito a la junta militar denunciando los atropellos contra las
personas y la persecución contra los partidarios de Allende a través de una carta que incluía el
hecho de que cadáveres habían sido encontrados flotando en el río Mapocho. Como el
Cardenal presumía no había habido respuesta por parte de la junta militar.
Dentro de esa violencia institucionalizada contra los partidarios de Allende el estadio
nacional se convirtió en uno de los recintos donde se concentraron los prisioneros de la zona
metropolitana. El día lunes 24 de septiembre el Cardenal acompañado del padre Díaz visitó el
recinto.20 Uno de los oficiales los acompañó por los camarines y las salas de detención.
Mientras el padre Díaz anotaba cualquier recado por parte de los prisioneros para sus familias
el Cardenal se sintió enfermo y no pudo contener las lágrimas. El oficial le ofreció al Cardenal
un micrófono para que hablara a los prisioneros. El Cardenal les dijo:
Quizás muchos de ustedes no me conocen –dije-. Me llamo Raúl Silva Henríquez; soy el
cardenal de la Iglesia Católica. Soy el representante de una Iglesia que es servidora de todos, y
especialmente de los que están sufriendo. Quiero servirlos y, como el Señor, no pregunto
quiénes son ni cuáles son sus creencias o posiciones políticas. Me pongo a disposición de los
detenidos. Cualquier cosa háganmela saber a través de las autoridades… 21
Immediatamente después de su visita al estadio el Cardenal le pidió a su secretario que
organizara un equipo de trabajo que pudiera ayudar a los que llegaban al edificio del
Arzobispado a pedir ayuda. El equipo consistía en una asistente social, un secretario (Jorge
Murillo) y un abogado (Jaime Irarrázaval, profesor de la Universidad Católica). Las oficinas del
arzobispado se hicieron pequeñas para contener el gran número de personas que solicitaban
ayuda. El cardenal determinó que había dos tareas immediatas que debían llevarse a cabo: la
búsqueda de los detenidos y la ayuda legal a los que habían sido despedidos de sus trabajos,
Memorias II, 292.
Edward Crouzet, Sangre sobre la Esmeralda: Sacerdote Miguel Woodward vida y martirio (Santiago: Ediciones
ChileAmérica-CESOC, 2002) y Miguel Jordá Sureda, Martirologio de la iglesia chilena: Juan Alsina y sacerdotes
víctimas del terrorismo de Estado (Santiago: LOM, 2001). He estudiado los documentos legales archivados en la
Fundación Archivos de la Vicaría de la Solidaridad, véase Mario I. Aguilar, Current Issues on Theology and Religion
in Latin America and Africa (Lewiston, Queenston and Lampter: Edwin Mellen Press, 2002), 119-137, 140-142.
20
Adolfo Cozzi Figueroa, Estadio Nacional (Santiago: Editorial Sudamericana, 2000), 52.
21
Memorias II, 294.
18
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en muchos casos a raíz de una venganza política hacia partidarios del gobierno anterior. 22 La
búsqueda y protección de los detenidos era un asunto difícil y Silva Henríquez le escribió una
carta al jefe de servicio de detenidos ofreciendo su apoyo y ayuda. La respuesta epistolar fue
cordial y en ella el general de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) Francisco Herrera Latoja declinó
aceptar el ofrecimiento.
A fines de septiembre la casa del Cardenal fue allanada por personal de la FACH que
buscaba un objeto plástico que había caído desde un avión. Silva Henríquez escribe “Por
supuesto, el bendito objeto no estaba”. 23 Ese allanamiento coincidía con la sospecha por parte
de los militares acerca de las actividades del clero de Santiago. Ya en los días después del
golpe militar sacerdotes y religiosas con riesgo de sus vidas ayudaron a algunos perseguidos a
entrar a las representaciones diplomáticas que quisieron ayudar, entre ellas México, Suecia,
Argentina, Francia e Italia. En esos días un representante del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados (Acnar), Oldrich Haselman, fue enviado a Chile para
ayudar a los refugiados que quisieran salir de Chile. Haselman se contactó con el obispo
luterano Helmut Frenz que pidió ayuda a Silva Henríquez. Al mismo tiempo el Consejo
Mundial de Iglesias había enviado delegados a Chile para enterarse de la situación, ayudar a
sus fieles, y contactarse con el obispo Fernando Ariztía para ver si la Iglesia Católica podía
ayudar.
El 3 de octubre de 1973 se creó un Comité Nacional de Ayuda a los Refugiados (Conar)
que funcionaría dentro de las normas ecclesiásticas de excepción en la Casa de Ejercicios de
San Francisco Javier en Santiago y en el antiguo Seminario Jesuíta de Padre Hurtado. El Conar
fue presidido por Frenz y el obispo Jorge Hourton y la secretaría ejecutiva estuvo a cargo del
pastor Samuel Nalegach y el padre Vicente Ahumada. La mayoría de los casos que fueron
ayudados por el Conar se relacionaron con extranjeros que si hubieran sido expulsados a sus
países de origen habrían estado en peligro de muerte. 24 Sin embargo en tres meses el Conar
había solucionado este problema y se había disuelto.
Dentro de los círculos criatianos había preocupación por los chilenos detenidos y los
desempleados y sus familias. Por lo tanto la Iglesia Católica junto a algunas iglesias
protestantes y la comunidad judía fundaron el Comité Ecuménico de Cooperación Para la Paz
en Chile (más conocido como Pro Paz). 25 Las oficinas del Comité funcionaron en la calle Santa
Mónica en una casa de propiedad del Movimiento Familiar Cristiano y el sacerdore jesuíta
Fernando Salas fue nombrado secretario ejecutivo. El Comité fue anunciado en la prensa
chilena, en el diario La Prensa del 5 de octubre y en el diario El Mercurio del 10 de noviembre
de 1973. Muy pronto los problemas diversos que afectaban a los que acudían a Pro Paz
forzaron una estructuración por departamentos y un crecimiento continuo de su personal.
El 7 de octubre de 1973 el Papa Pablo VI había hecho referencia a la situación chilena
en su discurso a los peregrinos en la plaza San Pedro en el Vaticano diciendo que “es cada día
El Colegio de Abogados amenazó con una demanda judicial a raíz de la ayuda legal gratuita ofrecida por el
Arzobispado.
23
Memorias II, 296.
24
Se calcula que a la fecha del golpe militar había 10,000 extranjeros en Chile que venían arrancando de los
regímenes militares y gobiernos totalitarios de otros países latinoamericanos como por ejemplo Brasil. El
régimen militar sufría de una xenofobia intensa y sus servicios de seguridad se ensañaron con los detenidos que
eran extranjeros.
25
Los fundadores fueron el obispo Frenz (luterano), el pastor Tom Stevens (metodista), el pastor Julio Assad
(metodistas pentecostales), el doctor José Elías (ortodoxo), el pastor Luis Pozo (bautista), Augusto Fernández
(Unelam), el rabino Angel Kreiman (judío), los padres Patricio Cariola y Baldo Santi y el obispo Fernando Aristía.
22
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más evidente el carácter irracional e inhumano del recurso a la ceguera y a la crueldad de las
armas homicidas para establecer el orden, o, más exactamente, la dominación represiva de
algunos hombres sobre otros”.26 El 9 de octubre los miembros de la junta militar visitaron al
Cardenal y le expresaron su inquietud por las palabras del Papa, que según ellos se debían a
juicios equivocados prducto de mala información. El Cardenal respondió con estas palabras:
La Iglesia no quiere pedir nada para sí, aunque por supuesto yo les agradezco las deferencias
que han tenido, y les aseguro que nuestros deseos son los mejores. Lo único que les debo
pedir es que trabajen para que se respeten los derechos de los pobres, de los que tienen
menos y necesitan más...27
La respuesta informal pero firme por parte del Cardenal refleja su convicción acerca de una
misión pastoral que lo mantenía intransigente y decidido en la acción pastoral. El día 12 de
octubre la Nunciatura recibió un texto en consulta escrito por Pablo VI que criticaba la
violencia y el odio que el golpe militar había generado y en la que criticaba cualquier violencia
como solución a los problemas de Chile. Los obispos debían hacer comentarios sobre el texto
que sería dirigido al Episcopado chileno. Tanto el Nuncio como el Cardenal opinaron que una
carta de esa naturaleza enfurecería a la junta militar provocando reacciones imprevisibles
contra la Iglesia. El 15 de octubre la junta militar escribió una carta a Pablo VI ofreciendo
información sobre la situación en Chile y expresando extrañeza por los juicios emitidos por el
pontífice. El 19 de octubre los obispos chilenos se reunieron y decidieron no condenar a la
junta militar, una propuesta que algunos obispos habían tratado de aprobar, sino que
decidieron limitar sus opiniones individuales y emitir comunicados que representaran las
opiniones de la conferencia episcopal chilena.28
Ya el 20 de octubre de 1973 Silva Henríquez escribió una carta al general Pinochet
informándole de la reunión de los obispos, de las preocupaciones planteadas por algunos de
ellos y pidiéndole que designara un militar que pudiera mediar entre la Iglesia y el Estado y
que tuviera la autoridad necesaria para poder apaliar la pobreza, el desempleo y la violencia
política. La proposición de la Iglesia incluía el nombre del general Oscar Bonilla, ministro del
Interior, católico y del cual los obispos tenían una buena impresión. Bonilla había ayudado al
Conar y tenía la costumbre de visitar poblaciones marginales para mantenerse al tanto de la
situación económica y poblacional.
Diez días después Silva Henríquez se reunía en el Vaticano con Pablo VI. En esa reunión
el Cardenal se dió cuenta que el Papa estaba muy bien informado y mientras estuvieron de
acuerdo en que la carta a los Obispos chilenos con las críticas al gobierno militar no debía
mandarse, el Papa insistió en la independencia de la Iglesia chilena frente al régimen militar, y
la necesidad de trabajar apoyando la defensa de los derechos humanos y los derechos
laborales de los trabajadores chilenos. El Cardenal recuerda en sus memorias su culpabilidad
ante las críticas europeas al Papa por su silencio y su pasividad frente al régimen militar
chileno y medita acerca de sus acciones, la Iglesia y la historia cuando escribe “No somos
infalibles; vivimos bajo el peso de la imperfección, que es a la vez un llamado insistente hacia
la perfección. Nos exponemos cada día, ante cada situación, a identificar correctamente o no
Memorias III, 12-13.
Memorias III, 13.
28
Las declaraciones más importantes de la Conferencia Episcopal de Chile se encuentran en la colección editada
por el Secretariado General de la Conferencia Episcopal de Chile, Documentos del Episcopado Chile 1974-1980
(Santiago: Ediciones Mundo, 1982).
26
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en esos signos lo que el Señor quiere”. 29 Durante ese viaje el Cardenal fue criticado en Europa
por no haber condenado al gobierno militar y fue criticado en Chile por haber mantenido una
posición independendiente en relación al gobierno y por haber declarado en la casa
generalicia de los Salesianos en Roma “ofrecí al gobierno de Chile la misma colaboración que
la Iglesia había dado, en todas las obras de bien común, al gobierno marxista del señor
Allende”.30
En enero de 1974 una delegación de la Conferencia Episcopal entregó una carta a la
junta militar resumiendo las preocupaciones por parte de la Iglesia acerca de las violaciones
de los derechos humanos y por la extensión del estado de guerra que daba poderes ilimitados
a los servicios de seguridad y suprimía los derechos de los trabajadores y de los partidos
políticos. Ya a comienzos de 1974 el Cardenal se había dado cuenta de que la junta militar
ignoraba los consejos de la Iglesia y que un nuevo servicio de seguridad, la Dirección the
Inteligencia Nacional (DINA), había sido creado con el propósito de continuar la represión
política.
Hasta ese momento las relaciones entre el Cardenal y el general Pinochet habían sido
cordiales. Sin embargo las relaciones se enfriaron debido al nombramiento de Hernán Riesle
como embajador chileno en el Vaticano y la intervención del rector militar de la Universidad
Católica Jorge Swett en el Canal 13 de televisión, emisora que pertenecía a la Iglesia Católica.
El nombramiento de Riesle significaba que un miembro de un movimiento que había atacado
a los obispos (FIDUCIA) representaba los intereses del gobierno chileno ante la Santa Sede. Sin
embargo ese nombramiento era solo el comienzo de un período muy dificil para la Iglesia. En
abril el Cardenal recibió la visita de Manuel Contreras, jefe de la DINA, quien le manifestó
preocupación por su seguridad y le ofreció una escolta permanente. El Cardenal no aceptó la
oferta pero le preocupó el tono agresivo de Contreras quien le dijo “andan muchos locos
sueltos” y le puso una escolta armada que lo acompañaba a todas partes. En su homilía de
Resurrección el domingo 13 de abril de 1974 el Cardenal mencionó su preocupación por las
amenazas que había recibido y por la escolta armada. Sin embargo reiteró su dedicación a la
defensa de los derechos humanos como mandato para la Iglesia, diciendo:
Hemos dicho que la violencia no genera sino la violencia, y que ése no es el camino de hacer
una sociedad más justa y mejor. Hemos dicho a nuestro pueblo, a nuestras autoridades, que
no se puede faltar a los principios del respeto al hombre, que los derechos humanos son
sagrados, que nadie puede violarlos. Les hemos dicho, en todos los tonos, esta verdad. No se
nos ha oído.31
En ese mes Pro Paz había preparado un informe de 60 páginas para los obispos que incluía
casos de abusos a los derechos humanos, detenciones ilegales, despidos y torturas. Los
obispos decidieron sacar una declaración llamando a la reconciliación en que se describía una
sociedad enferma de odio y violencia muy distinta a la descrita por los militares. Pinochet tuvo
oportunidad de leer el documento y de hablar con el Cardenal antes de su difusión a la prensa
y aunque la consideró “una puñalada por la espalda” le informó al Cardenal que el gobierno
militar no impediría su publicación.32 El 24 de abril de 1974 el Cardenal presentó a los medios
Memorias III, 17.
Memorias III, 19. La prensa chilena que criticaba al Cardenal continuó publicando fotos que mostraban al
Cardenal junto al presidente Allende en los actos commemorativos del primero de mayo, día de los trabajadores
31
Memorias III, 25.
32
Reunión del Cardenal con Pinochet el 23 de abril de 1974, Memorias III, 28.
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30
Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública - GEMRIP
de comunicación la declaración que llevaba el título “La reconciliación en Chile”, en que los
obispos afirmaban que no habría reconciliación entre los chilenos “sin el respeto más
irrestricto de los derechos humanos”. El lenguaje del documento era claro y ciertamente
denunciaba el hecho de que “en algunos casos, la falta de resguardos jurídicos eficaces para la
seguridad personal, que se traduce en detenciones arbitrarias o excesivamente prolongadas,
en que ni los afectados ni sus familiares saben los cargos concretos que las motivan; en
interrogatorios con apremios físicos o morales; en limitación de las posibilidades de defensa
jurídica; en sentencias desiguales por las mismas causas en distintos lugares; en retricciones
para el uso normal del derecho de apelación”.33
Si ése fue el momento de quiebre en las relaciones Iglesia-Estado el Cardenal reconoce
en sus escritos que la Iglesia no podía callar aunque no deseaba forzar ningún quiebre con las
autoridades de la época. El diálogo con el gobierno se hizo todavía más difícil por la
publicación en Méjico por parte del diario Excelsior de trozos del informe de Pro Paz a los
obispos chilenos que había provocado la declaración sobre la reconciliación. El 4 de junio de
1974, después de un viaje del Cardenal a Europa, y a raíz de los ataques contra él en la prensa
chilena la Iglesia de Santiago lo recibió de vuelta con un acto masivo en la Catedral de
Santiago bajo el lema “La Iglesia de Santiago recibe a su pastor” y dentro del contexto de una
Misa que fue concelebrada por 300 sacerdotes. En su homilía Silva Henríquez reiteró la misión
servidora de la Iglesia cuando dijo “queremos ser una fuerza constructora, queremos ser el
amor que edifica, queremos ser la Iglesia que sirve a todos los hombres de esta tierra”. 34
Los ataques contra Pro Paz se multiplicaron y algunas iglesias evángelicas amenazaron
con su retiro de la organización de ayuda a los necesitados. Dentro del gobierno militar el
general César Benavides reemplazó al general Oscar Bonilla, que se había visto muy cercano a
la Iglesia y a los pobres de Chile. En agosto de 1974 el general Pinochet le escribió al Cardenal
sintetizando algunas de las acusaciones contra Pro Paz, que incluían por ejemplo el hecho de
que “se ha recibido dinero en dólares de parte de sacerdotes católicos, como pago para sacar
en forma clandestina de Chile a exiliados, que mantienen en casas de seguridad”. 35
El 23 de agosto el obispo luterano Frenz, el rabino Kreiman, el pastor metodista
Vásquez y el Cardenal se reunieron con Pinochet y le hicieron entrega de una carta pidiendo la
cesación del estado de guerra en el primer aniversario del golpe militar y la concesión de un
indulto general a todos los presos políticos. La respuesta escrita de Pinochet hablaba de la
necesidad de la prudencia política, su preocupación por la infiltración marxista en las iglesias,
y su convicción de que él no debía interferir en las decisiones de las iglesias, lo que él mismo
pedía en el caso de su gobierno. El Cardenal había escrito una carta privada a Pinochet
preocupado por la situación limítrofe con Perú y planteando la posibilidad de un gobierno
militar democrático “en que los derechos fundamentales de la persona humana sean siempre
respetados, y en que haya tribunales de justicia que apliquen la ley”. Años más tarde, en 1991,
el Cardenal escribe un comentario cándido y honesto “los años han reducido esta carta a una
ingenuidad casi commovedora. Me asombro yo misma de haberla escrito. Pero al menos es
una prueba irrefutable de las intenciones con que actuábamos”. 36
A fines de 1974 el general Pinochet se declaró presidente de la república y los otros
miembros de la junta militar pasaron a formar parte del poder legislativo y no del ejecutivo.
Memorias III, 29.
Memorias III, 33.
35
Memorias III, 35.
36
Memorias III, 37.
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Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública - GEMRIP
Este cambio produjo una nueva legalidad en que los decretos de la presidencia tenían más
poder que la Constitución de 1925 y donde las acciones de la Iglesia provocaron rencor y
animosidad por parte del ahora presidente de la república. Pro Paz continuó sus denuncias de
atropellos contra los derechos humanos y la DINA mantuvo una vigilancia y acosamiento
constante contra parroquias, comunidades de base, clero, comunidades religiosas y personal
de Pro Paz. Ya en 1975 Pro Paz se había convertido en un organismo paralelo al gobierno, que
ayudaba a los necesitados y criticaba los abusos contra las personas a través de un equipo de
abogados que en los tribunales cuestionaban la ausencia de una legalidad democrática.
Dentro del desarrollo de las relaciones Iglesia-Estado el 15 de mayo de 1975 marcó un
momento importante en las malas relaciones entre la Iglesia y el Estado en Chile, “cuando se
produjo un hecho que marcaría por muchos años a la Iglesia de Santiago”. 37 El joven socialista
Jaime Zamora Herrera que había sido previamente detenido por agentes de la DINA fue
llevado en un auto a la calle Santa Mónica donde los agentes que lo acompañaban le
ordenaron que identificara a los que conociera del partido socialista que salieran de las
oficinas de Pro Paz. La DINA estaba tratando de probar que las actividades de Pro Paz eran
actividades de partidos políticos en receso y que la Iglesia estaba siendo utilizada por
activistas políticas en una campaña para desprestigiar y derrocar al gobierno militar.
A pesar de la custodia policial y en un momento de descuido por parte de los agentes
de la DINA Jaime Zamora consiguió salir del auto y entró a las oficinas de Pro Paz. Los agentes
de la DINA lo siguieron pero no se atrevieron a perseguirlo dentro de las oficinas. Asi fue como
el obispo Enrique Alvear llamó al Cardenal informándole que la sede de Pro Paz estaba
rodeado de agentes de seguridad y que el joven Zamora se encontraba dentro de las oficinas.
El Cardenal llamó al general Pinochet que se encontraba en una cena oficial y le pidió que
retirara los agentes que amenazaban la libertad de un ciudadano que había pedido asilo en
una propiedad de la Iglesia. Pinochet prometió que los agentes se retirarían y que mandaría
dos personas de su confianza a conversar con el obispo Alvear. Los agentes se retiraron y una
hora después los delegados de Pinochet llegaron a las oficinas de Pro Paz siendo uno de ellos
el propio Manuel Contreras, jefe de la DINA. El Cardenal escribe acerca de la deferencia que
Pinochet tuvo con la Iglesia cuando el Cardenal se lo pedía personalmente con estas palabras:
“sucesos posteriores han podido oscurecer estas notables deferencias que me fueron
dispensadas; pero yo no he dejado de guardar gratitud por ello”.38
Mientras este drama ocurría los sacerdotes se habían llevado al joven Zamora a un
lugar seguro y al día siguiente el padre Patricio Cariola le pidió al doctor Alberto Lucchini,
médico del Cardenal, que examinara al joven. El cuerpo del joven había sido quemado con
cigarrillos y el doctor Lucchini preparó un dibujo que mostraba las partes del cuerpo afectadas
por las quemaduras. No solo el Cardenal se emocionó al ver el dibujo sino que los obispos que
vieron el dibujo en su reunión general endurecieron sus opiniones acerca del régimen militar.
Ya a fines de 1975 el general Pinochet le pidió al Cardenal que cerrara Pro Paz después
de unos meses en que sacerdotes y religiosas brindaron protección y ayuda para asilarse a
varios miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), organización de lucha
armada que se había enfrentado a las fuerzas de seguridad en una parcela de Malloco (en las
afueras de Santiago) hecho que había desencadenado una represión generalizada a la Iglesia
con el arresto de cuatro sacerdotes involucrados en la ayuda a los miristas. El grupo de
detenidos incluía a los padres Patricio Cariola y Fernando Salas que habían sido recluídos en la
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Memorias III, 59.
Memorias III, 61.
Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública - GEMRIP
cárcel de Santiago y luego trasladados al anexo Capuchinos. La carta fechada el 11 de
noviembre fue respondida por el Cardenal el 14 de noviembre. El Cardenal aceptó la exigencia
del gobierno de cerrar Pro Paz, pero reiteró que la labor de la Iglesia por los derechos
humanos debería continuar. Ya a comienzos de noviembre Silva Henriquez en convesación
con Pinochet le había dicho lo siguiente “Mire, Presidente –le dije-, podemos cerrar Pro Paz,
pero no podemos renunciar a nuestro deber. Si usted quiere impedirlo, tendrá que ir a buscar
a la gente a mi casa, porque los meteré debajo de mi cama si es necesario”. 39
En diciembre de 1975 el Cardenal retiró el apoyo de la Iglesia Católica a la obra
ecuménica de Pro Paz, y tomó la decisión de continuar la ayuda a los perseguidos dentro del
esquema pastoral de la Iglesia de Santiago. En su visita a Roma el Papa Pablo VI lo había
animado a continuar su labor después de escuchar informes acerca del arresto de cuatro
sacerdotes y la recepción calurosa que recibieron en la cárcel por parte de los otros reos. Para
el Papa los sacerdotes en la cárcel se habían constituido en “mártires de la caridad cristiana”, 40
debido al hecho de que los que se dedicaban a la labor pastoral cristiana eran seguidos por los
servicios de seguridad.
V La Vicaría de la Solidaridad
Ya a mediados de 1975 Silva Henríquez le había pedido al padre Cristián Precht, entonces
secretario general de Pro Paz, que estudiara la posibilidad de intensificar una pastoral de
solidaridad que incluyera a todos los Católicos y que tuviera una influencia en la percepción
de la caridad cristiana por parte de todos los chilenos. Ya en ese tiempo Pro Paz había
consolidado la práctica de comedores infantiles y policlínicos y otras organizaciones en que los
pobres pudieran sentirse parte de una orgnización dedicada a la ayuda a los más necesitados.
Ya en esos momentos de reflección se haría claro que la solidaridad se estaba convirtiendo en
el valor central de toda una obra cristiana liderada por la Iglesia Católica. En julio de 1975 el
Cardenal ya había emitido una Pastoral de la Solidaridad que animaba a la Iglesia de Santiago
al trabajo solidario “pero no una solidaridad genérica, abstracta, sino una concreta y
directamente ligada a los derechos del hombre, a la cual la teología y la doctrina católicas
daban un amplísimo sustento”.41
Cristián Precht llevó a cabo la clausura de Pro Paz y la planificación de una Vicaría de la
Solidaridad, que llevaría adelante la ayuda a los más necesitados dentro de la Iglesia de
Santiago, junto a otras vicarías de pastoral, dedicadas al servicio y a la organización de las
comunidades y parroquias de la Arquidiócesis de Santiago. Asi fue como al mismo tiempo que
la expulsión de sacerdotes extranjeros continuaba la Vicaría de la Solidaridad comezó sus
labores el primero de enero de 1976 en Plaza de Armas 444, en el edificio contiguo a la
Catedral Metropolitana.
Para la mayoría de los reporteros y comentaristas de la época la Vicaría de la
Solidaridad representaba la continuación de Pro Paz y la nueva organización era vista como un
aporte a la oposición al gobierno militar. Sin embargo para el Cardenal la nueva organización
representaba un organismo pastoral que no solo respondería a las necesidades immediatas de
ayuda a los necesitados y perseguidos sino que se convertiría en un aporte de la Iglesia para el
futuro de Chile, en que los valores cristianos de la solidaridad representarían la fundación
cristiana para una sociedad más humana y más solidaria. Ya el 25 de julio de 1975 el Cardenal
Memorias III, 80.
Memorias III, 82.
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Memorias III, 85.
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en su Pastoral de la Solidaridad había recordado la definición clásica de solidaridad como la
“dependencia mutua entre los hombres que hace que no puedan ser felices unos si no lo son
los demás” recordando que la solidaridad “no se limita a las personas, sino que se extiende
también a las comunidades y a los pueblos; que tampoco se agota en el compartir con los
necesitados, sino que alcanza a la búsqueda de la justicia y los derechos humanos”. 42
En una entrevista concedidad al diario católico La Croix el Cardenal habló de los riesgos
que afrontaban los que tomaban la solidaridad muy en serio. En el caso de la Iglesia, ella “está
obligada aquí a ser especialmente vigilante y prudente; pero no puede renunciar a ser
maestra de misericordia, incluso con aquellos que la han perseguido o podrían hacerlo en el
futuro. Si tiene que pagar por ello el precio de ser incomprendida; y si algunos de sus
miembros han de sufrir hostilidad y aún privación de libertad por vivirla en toda su pureza,
tiene motivos para dar gracias a Dios: se encuentra entonces en el monte de las
bienaventuranzas”.43
Cristián Precht pidió ayuda a Javier Luis Egaña un laico que había trabajado en el éxito
de la celebración del Año Santo chileno de 1974. Tuvieron comienzos difíciles pero en unos
meses consiguieron organizar nuevos equipos dentro de la Vicaría, principalmente de
profesionales católicos que comprendían la labor de la Vicaría como labor permanente de la
Iglesia. Al mismo tiempo y debido a la intervención militar en la Universidad Católica el
Cardenal fundó el 12 de noviembre de 1975 la Academia de Humanismo Cristiano Santo
Tomás de Aquino, una institución universitaria en que los profesionales exonerados de la
Universidad Católica pudieran continuar su labor dentro de la Iglesia. Después de unos años la
Academia tenía más de 200 investigadores y un presupuesto anual de 2 millones de dólares.
Sin embargo la persecución contra la iglesia continuó ya que en mayo de 1976 el
abogado de la Vicaría Hernán Montealegre fue detenido por agentes de la DINA y llevado al
campo de prisioneros de Tres Alamos. Allí fue visitado por el Cardenal y el obispo Sergio
Valech. Montealegre les contó de la violencia sicológica y física, de los gritos y el apremio de
los carceleros. Ya antes otro abogado de Pro Paz, José Zalaquett, había sido expulsado del
país. Montealegre fue liberado en noviembre de 1976 sin cargo alguno contra su persona y a
petición del Cardenal se incorporó a la labor académica de la Academia de Humanismo
Cristiano.
El trabajo de la Vicaría, ya organizada como una oficina de la Iglesia de Santiago, tuvo
mucho éxito. La Vicaría organizó comedores infantiles y ayuda médica para los necesitados a
través de las áreas pastorales de Santiago y al mismo tiempo cedió salas y ayuda sicológica a
los familiares de los detenidos desaparecidos que ya se habían orgnizado en un grupo de
apoyo y de acción pública contra el olvido. En 1976 el equipo legal de la Vicaría preparó los
primeros informes sobre 900 casos de detenidos desaparecidos que fueron presentados a los
tribunales de justicia.
Dentro del trabajo por los derechos humanos, el derecho a la vida se mantenía como
el derecho central e inalienable para la Iglesia. Sin embargo el derecho al trabajo también era
considerado indispensable para el Cardenal. Asi fue como Silva Henriquez negoció con la
Fundación para el Desarrollo la creación del Instituto de Autogestión, que promovió la
creación de cooperativas de trabajadores. Una de las iniciativas de esa fundación fue el
otorgar préstamos a los trabajadores para que puedieran comprar sus propias empresas
estatales que ya en 1975 y debido a las políticas económicas de libre mercado se encontraban
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Memorias III, 88.
Memorias III, 88.
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a la venta. Aunque en el caso de Socometal y Bellavista-Tomé esos proyectos no prosperaron
durante 1976 el programa de Ahorro y Crédito Laboral (ACL) continuó la labor de la Iglesia en
el mundo obrero, tan perseguido por el sector privado durante las políticas ecónomicas de los
“Chicago Boys” del régimen militar.
Ya en la década del 60 el Cardenal había impulsado el Movimiento Obrero de Acción
Católica en Santiago, continuando el trabajo entre los obreros del padre jesuíta Alberto
Hurtado. El Cardenal escribe en sus Memorias:
Recuerdo que unos padres que eran asesores del Movimiento Obrero de Acción Católica
(MOAC) me fueron a decir un día que había una huelga en Yarur, y se había creado una olla
común; los sacerdotes querian saber qué hacer, porque estaban muy cerca de esos dirigentes
sindicales. Les dije que se acercaran a la olla común, que los yudaran, que atendieran sus
necesidades. Recibimos muchas críticas por esto –especialmente del empresariado-, y cada
vez que se me planteó el tema les pregunté a mis contradictores: y qué quieren que
hagamos? Que los dejemos solos, que los castiguemos por hacer una huelga, que los
abandonemos en otras manos que sí estarán dispuestos a ayudarlos, con fines inconfesables?
Nunque tuve buenas respuestas”.44
Nuevas polémicas habían surgido, pero era claro que entonces asi como en el primer período
del regimen militar el Cardenal había visto a la Iglesia como agente evangelizador y solidario
en todas las esferas de la sociedad chilena.
VI Conclusiones
No queda duda que la labor de la Iglesia chilena durante la primera parte del régimen militar
se vió animada y planificada por el Cardenal Raúl Silva Henríquez. La vitalidad de una Iglesia
presente en las tareas sociales y políticas emanadas de una pastoral creativa y bien planificada
produjo una Iglesia que se convirtió en un poder paralelo al de los militares. Asi es como
durante el período 1973-1980 la tarea de la Iglesia se iba a caracterizar por “la defensa de los
derechos humanos”.45 Agentes pastorales, sacerdotes y religiosas se vieron motivados por el
entusiasmo y la urgencia de la caridad cristiana, el lema episcopal del Cardenal, y se
comprometieron con los derechos humanos como parte de la labor pastoral y la proclamación
cristiana del Evangelio.
Sin embargo esa defensa no fue solo una tarea legal y humanitaria sino que estuvo
centrada en una ideología de solidaridad, la immersión de la Iglesia en el mundo social y
político para servir a los más pobres, a los perseguidos, a los exiliados, y también a los
soldados y sus familias. Es en esa solidaridad eclesial y humana en la que el Cardenal mostró
su visión futurista para la sociedad chilena. El abre el camino para la imaginación de un grupo
de laicos y religiosos que sueñan una sociedad solidaria y democrática en un momento de la
historia chilena en que ni los partidos políticos ni las organizaciones sindicales y laborales
tienen los espacios necesarios para hacerlo.
La historia de Chile se constituye desde las memorias del Cardenal en una realidad
catástrofica y cambiante que se resiste al cambio pero que debe cambiar en orden de permitir
a sus ciudadanos el derecho a la vida. Memoria e historiografía se encuentran en un relato
subjetivo de acción social y una reflección acerca del pasado, el presente y el futuro. Es desde
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Memorias II, 295.
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la perspectiva de la solidaridad y la defensa de los derechos humanos que el cardenal escribe
la historia como él la entiende: una historia política, social y cristiana en que la Iglesia se
transforma en signo de contradicción y se enorgullece de protejer y salvar seres humanos
dentro de un período de la historia de Chile en que los que tenían el poder sobre la vida y la
muerte no habitaban los tribunales sino que las cámaras de tortura. Las Memorias del
Cardenal muestran la importancia de la subjetividad en la trama histórica y la posibilidad de
que la historia no sea escrita desde la oficialidad institucional sino que de la perspectiva de los
marginados y perseguidos dentro de una sociedad que crea los anti-sociales a través de la
marginación de la memoria y la unificación de la historia de la patria chilena.
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