Un regalo para el Recién Nacido

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Un regalo para el Recién Nacido
Escritores Actuales / Córdova Sergio
Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Ya, felizmente, ha llegado esta fecha venturosa de Navidad. Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas
navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un
poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más
aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.
¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a
contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.
Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia –curiosamente—, para enseñar
moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de
bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en
manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.
Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de
María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a
un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue
recostado en un pesebre.
Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que
oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que
hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas
pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.
De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy
vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de
él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus
brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había
escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su
propio relato, y dijo: –“Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le
dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que
no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al
Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería
un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del
pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”.
Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la
cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien
que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!
Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos
materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro
corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.
Dios nace hoy en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas.
Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.
Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita
noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan
de nada ni de nadie –como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo— tal vez nunca
llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.
Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre
con Jesús.
Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en
un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar –o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al
menos— la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido,
pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.
Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.
Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?
P. Sergio Cordova LC
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