Homenaje a Eduardo Galeano

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HOMENAJE A
GALEANO
LA TABACALERA
Embajadores, 53
28012 Madrid
Jueves, 17 de
septiembre de 2015
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BIOGRAFÍA
E
duardo Galeano es uno de los autores más leídos en lengua española.
Como pocos, encarna el mejor encuentro entre el oficio del periodismo
(del que extraía la concisión, el dato preciso, la mirada atenta a los
procesos sociales) y la creación literaria; un encuentro del que nacieron textos
anclados en la realidad y, a la vez, de una gran poesía y hondura narrativa.
Nació en Montevideo en 1940, cuando, según él mismo dice, «el mundo
no esperaba nada bueno», y allí vivió hasta 1973, cuando debió exiliarse
primero en Argentina y luego en la costa catalana de España. A los 20 años se
inició en el periodismo en la revista Marcha, donde convivió con intelectuales
y escritores de la talla de Ángel Rama o Juan Carlos Onetti. Ya en Argentina,
fundó y consolidó la revista Crisis, donde trabajó con el poeta y periodista
Juan Gelman. En 1976 debió partir al exilio europeo, y cuando regresó a
Montevideo, en 1985, fue el turno de la revista Brecha, un puente entre las
dos orillas rioplatenses.
En 1971 publicó Las venas abiertas de América Latina, uno de los libros
más leídos en todo el continente durante los años setenta, obra de una
vitalidad y vigencia que llegan hasta hoy. En los últimos años, de hecho, ha
renacido el reconocimiento a este libro fundacional, cuyo tema es América
Latina desangrada de su riqueza (sus materias primas, sus recursos naturales)
por elites locales al servicio de grandes monopolios, sostenidos a su vez
por las grandes potencias. Ya en este libro, donde predominan la narración
histórica y la explicación, se vislumbran los rasgos que atravesarán toda su
escritura posterior: el hallazgo de la palabra justa, una fluidez sorprendente
habida cuenta la gravedad de los hechos que se refieren, y una claridad y una
eficacia expresivas que nunca recaen en el simplismo.
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Seguirían el volumen de relatos Vagamundo, la novela La canción de nosotros
(premio Casa de las Américas) y Días y noches de amor y de guerra (también
premio Casa de las Américas). Con este último libro realizó una incursión
en un género que iba a cultivar en obras posteriores: los microrrelatos. Este
género inclasificable, que no narra grandes gestas sino historias de vida o de
muerte que le permitían rescatar personas y pueblos del olvido colectivo, fue
una de las marcas de Galeano: no aspiraba a la exhaustividad académica de
la historia profesional ni al recorrido convencional de la ficción, sino a esas
historias arbitrarias capaces de concentrar el humor, la alegría, la belleza de
la vida, y también su lado oscuro o injusto, su vertiente dramática.
A partir de 1982 publicó la trilogía Memoria del fuego (Los nacimientos,
Las caras y las máscaras y El siglo del viento), en la que contó la historia
americana desde su origen precolombino hasta el presente, y que recibió el
American Book Award de la Universidad de Washington, además del premio
otorgado por el Ministerio de Cultura de Uruguay.
Luego vendrían El libro de los abrazos (1989) –una de las obras más clásicas
y leídas después de Las venas abiertas de América Latina–, Las palabras andantes
(1993) y Bocas del tiempo (2004), así como sus trabajos más ligados al oficio
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periodístico, como Nosotros decimos no: crónicas (1963-1988) (1989), Ser como
ellos y otros artículos (1992) y El fútbol a sol y sombra (1995).
Este último libro atestigua una de sus mayores pasiones y alegrías: el
fútbol, que lo llevó a declararse «messiánico», es decir, ferviente admirador y
fanático de Lionel Messi. El fútbol a sol y sombra fue una obra en permanente
proceso, siempre abierta, ya que Galeano la actualizaba, después de cada
Mundial, con anécdotas frescas y una mirada atenta y crítica a los cambios
y tendencias del fútbol en el mundo, convertido cada vez más en un negocio
que poco tiene que ver con la pasión.
En 1998 vio la luz Patas arriba, la escuela del mundo al revés, que el
escritor y periodista Juan Forn considera, al recordar su propia historia como
lector de Galeano, «la tercera dosis intravenosa» del autor, luego de Las venas
abiertas y del periodismo de la revista Crisis. Dice Forn:
Cualquiera que haya trabajado dentro de una redacción sabe que hay pocos re­
co­nocimientos comparables al hecho de que un texto de uno aparezca fotocopiado
anónimamente y pegado en alguna pared de la redacción. Yo he visto más de una
vez textos de Galeano pegados así, y he visto cómo se frenan a leerlos tipos que no
le regalan un elogio a nadie dentro de la redacción. Y los he visto después hacer
un mínimo movimiento de cabeza, asentir como para sí mismos, antes de seguir su
camino como si no hubieran estado leyendo sino pensando para sí mismos.
En 2008 apareció Espejos, una historia casi universal, donde plasma su
modo de entender y practicar la historia, y en 2012 Los hijos de los días, en el
que sus 366 historias cuentan, a través de personajes conocidos o anónimos,
los momentos y las experiencias, tremendos o tiernos, que definen una vida
humana.
En 2015, apenas un día antes de su muerte el 13 de abril en Montevideo, se
publicaba Mujeres, una antología de sus relatos que tienen como protagonistas
a la mujer, una reivindicación de quienes, con su ejemplo de vida, defienden la
dignidad, siempre precaria, del ser humano.
Galeano se dedicó sistemática e incansablemente a denunciar la
desigualdad y la injusticia que atraviesan la historia de la humanidad, y a
recuperar las tradiciones más hondas de América Latina. Siempre eligió el
lado de los más débiles, con un discurso que se hacía eco del dolor, pero que,
al mismo tiempo, estaba lleno de belleza y esperanza.
Muchos son los reconocimientos de que fue objeto a lo largo de su vida:
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• Premiado en dos ocasiones por la Casa de las Américas de Cuba y por el
Ministerio de Cultura del Uruguay.
• Recibió el American Book Award de la Universidad de Washington,
en Estados Unidos, por su trilogía Memoria del fuego, y en Italia los
premios Mare Nostrum, Pellegrino Artusi y Grinzane Cavour, por el
conjunto de su obra.
• En Suecia le otorgaron el premio Stig Dagerman en 2010 y al año
siguiente, en México, la medalla del Bicentenario de la Independencia.
• Fue el primer escritor galardonado con el premio Aloa, creado por los
editores de Dinamarca, y también inauguró el Cultural Freedom Prize,
otorgado por la Fundación Lannan, y el Premio a la Comunicación
Solidaria, de la ciudad española de Córdoba.
• En el año 2008, los países miembros del Mercosur lo eligieron primer
Ciudadano Ilustre, y en 2013 se le concedió el premio Alba de las Letras.
• También recibió el premio José Carrasco, de los periodistas de Chile,
el premio argentino Rodolfo Walsh, el premio José D´Elía de la central
obrera del Uruguay, el premio español Manuel Vázquez Montalbán y el
premio José María Arguedas de la Casa de las Américas.
• Ha sido condecorado con la Orden Rubén Darío en Nicaragua, la Orden
Félix Varela y la medalla Haydée Santamaría en Cuba, la Orden de Mayo
en Argentina, la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes en España y
la medalla de la Independencia en la Ciudad de México.
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El mundo académico tampoco se ha olvidado de él:
• doctor Honoris Causa de las universidades de La Paz, La Habana, San
Salvador, Veracruz y Guadalajara,
• de las argentinas de Córdoba, Neuquén, Mendoza y San Luis, y
• profesor honorario de la Facultad de Derecho de Buenos Aires.
• En 2011, la Federación Universitaria de Buenos Aires le concedió
la distinción Deodoro Roca «por ser un ejemplo para la juventud
latinoamericana».
Pero, sin duda, lo que más le gratificaba eran la emoción y el compromiso
de sus lectores:
Un amigo mío contestó a la pregunta de si conocía a Galeano de esta
manera: «¿Galeano?, es uno de los nuestros. ¿Te parece poco?».
Galeano es increíble, increíble lo crítico que es (con el mundo, consigo
mismo) y lo mucho que te hace pensar con unas cuantas oraciones. Muy,
muy bueno.
La obra de Galeano establece un frente común contra la pobreza, la
miseria moral y material, la hipocresía de un mundo que sigue abriendo
cada vez más distancias entre los que tienen y los que no tienen.
No adorna nada con términos rebuscados, su sencillez y profundidad
nos llegan a lo más interno de nuestros sentidos, y su sensible intelectualidad hace del gran Galeano un sabio.
(Testimonios entresacados de diversos blogs y foros de la red)
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(EXTRACTO DE UNA ENTREVISTA
REALIZADA POR MIGUEL RUSSO
Y PUBLICADA EN LA REVISTA
VEINTITRÉS EN NOVIEMBRE DE 2008)
¿Qué significa ese café [se refiere al café Brasilero de Montevideo],
todos los cafés, para usted?
El símbolo de una ciudad que tenía lugares de encuentro, cada vez más
difíciles de encontrar. Problema grave: la cultura del mundo actual conduce al
desvínculo. Y estos cafés joden a esa cultura. Pertenecen a un tiempo en el que
había tiempo para perder el tiempo.
Definió los vicios del poder en los países poderosos.
¿Cuáles son en América Latina?
La copianditis: un complejo colonial. La herencia de una concepción que
adiestra para ejercer las virtudes del mono y del papagayo. Por suerte, creo que se
fue avanzando bastante para terminar con eso. Creo que no hay aquel terror a la
originalidad con que Simón Rodríguez, en la primera mitad del siglo xviii, tenía
calados a los nuevos dueños del poder. A naciones que decían ser independientes
pero no eran, les decía: copian todo lo que viene de Europa o de Estados Unidos,
¿por qué no copian la originalidad, que es lo más importante? No se salvaba
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ni Bolívar, el alumno ejemplar de Rodríguez. Bolívar hizo la Constitución de
Bolivia, el país que llevaba su nombre y era la niña de sus ojos, y fue excelente,
con un único defecto: otorgaba la ciudadanía al 4 por ciento de los ciudadanos.
¿Cómo?
Establecía que sólo tenían derecho a la ciudadanía los varones que supieran leer y
escribir correctamente en castellano. Es decir, mujeres: afuera. Y los que hablaban
en otra lengua, también. En Bolivia había muchas otras lenguas, aymara,
quechua, guaraní. Allá lejos y ahora cerca. Pero Bolívar ejerció la copiandería
cuando creyó que lo mejor que podíamos hacer era copiar constituciones ajenas.
Palabras, ¿no le parece que muchas fueron vaciadas de contenido?
Muchísimas. Proceso, por ejemplo. El diccionario de nuestro tiempo es un
libro de puras traiciones. En el uso que les da a las palabras que nacieron
significando otra cosa. Libertad es el nombre de una cárcel de Uruguay.
Las barbaridades que se cometen en nombre de la democracia. La palabra
«mercado». Mercado era el lugar de encuentro con los vecinos; era colores,
aromas. Y ahora el mercado es una suerte de dios todopoderoso que te vigila
y te castiga. No hay más que escuchar un informativo para comprobar que
todo cae. Y la caída es contagiosa, como demostrando que lo que el mercado
de verdad quería era recompensar al revés: que la falta de escrúpulos fuera
premiada y que el trabajo y la honestidad fueran castigados. Y este mundo,
que tiene una veneración religiosa con el mercado, practica justamente la
recompensa al revés. Basta sumar lo que el Estado dio al mercado...
... es decir, lo que todos dieron a pocos...
... a esos pocos que son tremendos vivos, los reyes de la fiesta. Cuando gano,
gano yo; cuando pierdo, perdés vos. Y ahí viene el Estado que, se supone, expresa
la voluntad de todos o que administra la riqueza colectiva, y otorga al mercado
tres millones de millones. Dicho así suena a nada, pero si ponemos todos los ceros
en fila son doce, con un tres adelante. Es la mayor limosna jamás otorgada en la
historia de la humanidad. Hubiera alcanzado para dar de comer a los hambrientos
del mundo por muchas décadas. Y, hay que decirlo, con postre incluido.
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¿A quién le serviría que la humanidad comiera, y encima con postre?
Eso alteraría una de las verdades que el mercado usa para perpetuarse. Y es
la que distingue la caridad de la solidaridad. El mercado puede practicar la
caridad, pero una ayuda de esa magnitud se convertiría en solidaridad, algo
prohibido para el mercado.
¿Por qué el fútbol más alegre sale de los países más pobres?
El fútbol fiesta es una danza con pelota. Y cada pueblo danza de acuerdo con
su manera de ser y de vivir. Y se da esa circunstancia de que, por lo general,
los pueblos de origen africano tienen una capacidad de bailar la vida, aunque
sea a orillas de la muerte, que se refleja en el fútbol. El brasileño tiene una
marca negra que se impuso a pesar del racismo dominante durante años. El
presidente Epitácio Pessoa, que tiene ahora una calle en la zona más rica de
Río de Janeiro, había prohibido en 1921 la presencia de negros en la selección,
no fueran a creer en Europa que Brasil era un país del África. Y claro que
era un país africano, a mucha honra lo era, y qué suerte que tienen en ser
no sólo un país africano, sino también europeo y tantos más. Cuantos más
orígenes tenga un país, mejor. Cuantas más raíces te nutran, mejor. Pero para
la visión racista del mundo, eso es atroz. Una vez que Brasil se libera de esa
carga represiva, esa negación de sí mismo, brilla por encima de todos los
demás. Cuando se ve jugar a los equipos africanos, se reconoce esa capacidad
de diablura.
Los intelectuales parecen tener el mismo karma que los futbolistas:
está todo bien si usan pantalones cortos, pero cuando se trata
del poder quedan excluidos...
Es cierto. Los que entran, lo hacen para cambiar algo y terminan siendo
cambiados, aceptando lo inaceptable, confunden el realismo con el cinismo.
El poder suele conducir a eso.
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¿Aceptaría algún cargo?
No, no sirvo para eso. Lo mío es escribir, ir al café, caminar por la rambla
con mi perro. Una posición de poder obliga, necesariamente, a callar algunas
cosas o expresarlas con cuidado porque uno es parte de un equipo. Sigo
creyendo con Rosa Luxemburgo que no hay nada más revolucionario que
decir lo que uno piensa. Y para decir lo que uno piensa hay que estar libre de
cualquier atadura.
Pero también parece conducir a la soledad...
El oficio de escribir es solitario y solidario, una permanente paradoja. Pero
a mí que me dejen con mis tentativas de rescate de la historia no contada, en
un mundo que la contradice. Muchas veces me dicen que no escribo libros
optimistas. No sé si no lo hago. La realidad es pesimista y optimista. Yo, que
soy el autor de mis libros, soy pesimista y optimista.
¿Qué hora es?
La de saber que si alguien quiere leer un libro de autoayuda que lo compre,
sobran los títulos. Uno es lo que es, pero sobre todo es lo que hace para
cambiar lo que es. Si recibo estímulos de afuera que me sirven, más que nada
para saber que el mundo no es tan chico como nos dijeron, bienvenidos sean
los estímulos. Pedro Infante cantaba: «Tan grande no será el mundo si cabe
en cinco letras». Pero se equivocó: sí que es grande. Es inmenso. Pasa que en
el oficio de escribir llega un momento en que uno se cansa de contemplar los
laberintos de su propio ombligo. No es casual que dios o el diablo nos hayan
puesto dos orejas y una sola boca, indica que hay que recibir lo que el mundo
nos da.
Y, en su caso, volcarlo en libros...
Los libros me escriben: van creciendo de adentro hacia afuera. Si les doy
órdenes no me hacen caso. Yo dejo que los textos me dicten lo que quieren
ser.
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Suena lindo pero mentiroso...
Poco convincente, ¿no? Pero juro que es lo que siento, que los textos me dictan
las palabras. Y las que no entraron en un libro me tocan en el hombro y me
preguntan: «¿Qué pasa conmigo, por qué yo no, qué hice de malo?». Pero no
hay nada que hacerle, cuando un libro se despliega, hay cuestiones de ritmo
que deben ser coherentes para que el lector se sienta embarcado en un viaje
placentero. Y en esa articulación, a veces hay que sacrificar algún relato.
Es raro, desecha relatos pero después entra en pánico por no saber qué escribir en un nuevo libro...
Un pánico idéntico al de la primera vez. Lo del terror a la hoja en blanco
me acompaña desde el primer día. Y eso debe ser la prueba de que no me
jubilé, de estar vivo. Por suerte me empujan cosas misteriosas que me ocurren
cuando voy caminando por ahí, por la rambla de Montevideo, por las playas
o por cualquier otro lado. Ideas, cosas deshilachadas que voy anotando en
mis benditas libretitas. La semana pasada, una nenita, en la facultad de
periodismo de La Plata, que acompañaba a su hermana o su hermano, se
acercó y me dijo: «Oíme, cuando yo sea grande, quiero ser joven como vos».
Acá está, anotado en la libretita.
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EDUARDO
INTERVIENEN:
Marcos Ana, Juan Diego BoTto, Ángel
Cappa, Iñaki Gabilondo, Luis García
Montero, Estela Giraldo,
Diego Godín, Fernando
León de Aranoa, José
Manuel Martín Medem,
Vicente Romero y
Francisco Sevilla
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