Guardia Indígena

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El Clarí-n de Chile
Guardia Indígena
autor Raúl Zibechi
2008-04-13 01:32:29
En las montañas del norte del departamento del Cauca, en la cordillera central de Colombia, a unos 100 kilómetros al
sur de Cali, se viene desarrollando desde hace varias décadas una de las más notables experiencias de construcción
de un mundo diferente al hegemónico.
La región está atravesada de múltiples conflictos: terratenientes con extensas plantaciones de caña contra pequeños
campesinos, multinacionales buscando explotar minerales que necesitan expulsar pueblos enteros, narcotraficantes
aliados con paramilitares contra todos lo que se interpongan en sus negocios y, finalmente, la eterna guerra colombiana,
cuyo último gran capÃ-tulo cumplió esta semana 60 años, al celebrarse un nuevo aniversario del asesinato del lÃ-der
liberal Jorge Eliécer Gaitán.
En medio de esa guerra parece un milagro que los indÃ-genas del norte del Cauca sigan adelante con sus proyectos de
vida y esperanza. En una pequeña superficie de 190 mil hectáreas entre los mil 200 y los 4 mil metros sobre el nivel del
mar, de las que sólo 10 mil son planas, algo más de 110 mil personas (85 por ciento indios nasa, 5 por ciento
guambianos y 10 por ciento afros y mestizos) han puesto en marcha una experiencia única en Sudamérica, que tiene
sin embargo mucho en común con el neozapatismo de Chiapas y su construcción de un mundo nuevo. Vale decir que
80 por ciento de esas tierras han sido recuperadas a los terratenientes a lo largo de más de 30 años de luchas, en los
que la violencia se ha cobrado miles de vidas indÃ-genas.
En esa región, 25 mil familias viven en 304 veredas, pequeños pueblos rurales, y se autogobiernan por medio de 18
cabildos, autoridad indÃ-gena tradicional reconocida en la Constitución de 1991, pero acosada por el Estado y sus
fuerzas armadas. La estructura de poder se fue construyendo de abajo arriba: asambleas de las veredas eligen
alguaciles que acompañan a los gobernadores de los cabildos, que son elegidos a su vez por grandes asambleas en
cada uno de los resguardos indÃ-genas. Los cabildos son formas de poder indÃ-gena enraizados en territorios o
resguardos.
Los nasa (“gente―, en lengua originaria) buscan afirmar la justicia comunitaria, la educación y la salud propias, el control
sobre el territorio y el autogobierno. “Eso es para nosotros el mandar obedeciendo―, dice Ezequiel Vitonás, veterano
dirigente nasa que fue gobernador y ahora acompaña el proceso que encabeza la Asociación de Cabildos IndÃ-genas
del Norte del Cauca (ACIN). En sus territorios autogobernados han construido proyectos trascendentales, como el
Espacio de Formación de Derecho Propio, una escuela de la que este año saldrán los primeros 60 consejeros
jurÃ-dicos que trabajarán “para ejercer autonomÃ-a desde el derecho propio―. La escuela fue una decisión de las
comunidades para fortalecer el autogobierno ante las amenazas externas, pero también para apoyar a las autoridades
promoviendo evaluaciones colectivas para superar los conflictos internos.
Otro espacio notable es el Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la
Comunidad (CECIDIC), definido como “un lugar de encuentro de la comunidad nasa―, que funciona en una finca
recuperada de 68 hectáreas en el resguardo de San Francisco. El centro depende de los cabildos y fue construido por
medio de grandes mingas comunitarias. Aunque el pueblo nasa puso en pie proyectos de educación bilingüe desde
1980, el CECIDIC trabaja en la formación para una educación propia que exprese un modelo educativo nuevo. Unos
800 jóvenes se forman en el bachillerato agrÃ-cola con énfasis en lo ambiental y en la organización comunitaria y otros
150 participan en carreras universitarias como etnoeducación, tecnologÃ-a en agroindustria, economÃ-a y ciencias
sociales. Los estudiantes aprenden trabajando en el sector agrosilvopastoril, en la escuela de artes y oficios y en las
escuelas de animadores comunitarios.
Pero la experiencia más notable es quizá la Guardia IndÃ-gena, definida como “un instrumento de resistencia frente a la
injusticia―, como “comunidad al servicio de la comunidad y defensa de nuestro territorio―. Ante la agudización del confli
armado y una serie de asesinatos cometidos por paramilitares, las comunidades y los cabildos decidieron recomponer
sus intrumentos de seguridad, entre ellos la Guardia IndÃ-gena, que fue reconocida por las autoridades nasa en una
gran asamblea realizada en el resguardo de Tacueyó, en mayo de 2001. No tiene carácter militar y sus miembros se
identifican por el tradicional bastón de mando de las autoridades indÃ-genas.
Cada vereda elige en asamblea 10 guardias y un coordinador, lo que suma algo más de 3 mil guardias indÃ-genas
coordinados en cada resguardo. Se pueden ver mujeres y varones desde 12 hasta 50 años. La formación polÃ-tica es
el aspecto más importante, ya que la guardia se considera más educativa que represiva. Todos los meses realizan
talleres obligatorios, que suelen durar tres dÃ-as y que luego cada coordinador replica en su vereda. Los guardias con
los que fue posible conversar aseguran que no actúan como policÃ-as y que, por el contrario, se consideran “formadores
de organización, protectores de la comunidad y defensores de la vida sin involucrarnos en la guerra―. Por cierto, tanto
las fuerzas armadas del Estado como las FARC se sienten incómodas, por decir lo menos, con esos comuneros que en
grandes grupos se reúnen para proteger a su pueblo.
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El Clarí-n de Chile
Los cabildos y la Guardia IndÃ-gena definieron “sitios de asamblea permanente― donde las comunidades se congregan en
situaciones de emergencia, sobre todo durante los frecuentes enfrentamientos armados en una de las regiones más
violentas de Colombia. Ellos los definen como “sitios de resistencia indÃ-gena, espacios para la protección, la reflexión y
el análisis comunitario―. En el proceso nasa es muy firme la apuesta a no ingresar en la guerra y resistir juntos. Pero se
han propuesto hacerlo “respetando la diversidad y la diferencia―, o sea, sin llegar a convertirse en fotocopia de los actores
que en seis décadas asesinaron a más de un millón de colombianos.
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