La Palabra de Dios y la transformación de la realidad

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PLIEGO
Vida Nueva
149. 10 - 23
JULIO DE 2016
La Palabra
de Dios y la
transformación
de la realidad
WiLiam VÁsQueZ aLarcÓn, O.P. / Biblista
LA PALABRA DE DIOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD
“La transformación de la realidad solamente se
dará en la medida en que el ser humano, principal
actor en el mundo, creado a imagen y semejanza
de Dios, transforme su propia vida y la adecue
a la de Cristo”. A partir de una aproximación a
textos de tradición, el autor del presente trabajo
desentraña las implicaciones éticas del trato con la
Palabra de Dios1.
«Porque como desciende de los cielos
la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá sino
que harta la tierra, y la hace germinar y
producir, y da simiente al que siembra,
y pan al que come, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá a mi
vacía, antes hará lo que yo quiero y será
prosperada en aquello para lo que la envié»
(Is 55,10-11)
El texto del epígrafe, tomado de lo
que normalmente se conoce como el
Segundo Isaías (que comprende los
capítulos 40-55), y que en la liturgia
se lee el martes de la primera semana
de Cuaresma, muestra, por medio
de la comparación con el agua que
da la vida, en sus distintos estados,
lo que para el autor bíblico significa
la Palabra de Dios: es una bendición,
una caricia para la tierra, hasta el
punto de fecundarla, volviéndola
fértil y haciéndola capaz de dar
abundantes frutos. Es una figura tal
vez de más fácil comprensión para
los que están en constante contacto
con la tierra y tratan de hacer que
ella comparta el sustento cotidiano.
Una de las características de la
Palabra, tal como nos lo enseña la
misma Sagrada Escritura y aparece
reflejado en el Magisterio de la Iglesia,
es su capacidad transformadora. Ella
puede actuar no solo en la realidad
como tal sino, particularmente, en la
vida de las personas, capacitándolas
para escuchar atentamente la voz
de Dios y para que se conviertan
en sus intérpretes y portavoces;
de esta manera, todas las gentes
la podrán conocer y dirigirán sus
vidas acorde con la misma. Es
aquí en donde la Vida Consagrada
tiene algo que ofrecer al mundo, en
cuanto es capaz de «contemplar»
las maravillas de Dios con el único
propósito de «compartir los frutos de
la contemplación» con los demás.
24 VIDA NUEVA
Sin embargo, la Palabra también
posee otras características u otros
aspectos que, en cierto modo, pueden
ser vistos como los que sostienen
aquella afirmación. Por tal motivo,
antes de abordar lo que significa el
que la Palabra posea una capacidad
transformadora, se presentarán,
aunque de manera breve, otras
particularidades de la misma.
La Palabra creadora
y protectora
En no pocas ocasiones la Sagrada
Escritura nos muestra cómo la
Palabra de Dios, identificada como
el Verbo del Padre, tiene un efecto
creador. Esa afirmación aparece, por
ejemplo, en la constitución dogmática
Dei Verbum2 al igual que en otros
documentos magisteriales3 como la
exhortación apostólica postsinodal
Verbum Domini, que en varios puntos
será nuestra guía y de la cual
citamos, a continuación, el siguiente
texto que resume tal enseñanza:
«Conscientes del significado
fundamental de la Palabra de
Dios en relación con el Verbo
eterno de Dios hecho carne, único
salvador y mediador entre Dios
y el hombre, y en la escucha de
esta Palabra, la revelación bíblica
nos lleva a reconocer que ella es
el fundamento de toda la realidad.
El prólogo de san Juan afirma con
relación al Logos divino que ‘por
medio de la Palabra se hizo todo,
sin ella no se hizo nada de lo que
se ha hecho’ (Jn 1,3); en la Carta a
los colosenses, se afirma también
con relación a Cristo, ‘primogénito
de toda criatura’ (1, 15), que
«todo fue creado por él y para él»
(1,16). Y el autor de la Carta a los
hebreos recuerda que ‘por la fe
sabemos que la Palabra de Dios
configuró el universo, de manera
que lo que está a la vista no
proviene de nada visible’ (11, 3)»4.
Desde las primeras líneas de la
Sagrada Escritura (concretamente
Gn 1, 3), y a lo largo de la misma, se
aprecia cómo Dios crea por medio de
su Palabra al igual que con su poder
y sabiduría (cf. Jr 10, 12; 32, 17; 51,
15-16; Sal 33, 6; 119, 90; 146, 5-6; 148,
4-5; Pr 3, 19; Jn 1, 3; Col 1, 16). San
Pablo, en la carta a la comunidad de
Colosas presenta el origen de todo
lo creado a la par que su finalidad
en Cristo, que es la Palabra del
Padre (Col 1, 15-17. Cf. Rm 11, 36).
Del mismo modo, la creación de
Dios es, toda ella, tal como nos lo
afirma la Sagrada Escritura, y así es
reconocida por el Magisterio, perfecta:
«…las afirmaciones escriturísticas
señalan que todo lo que existe no
es fruto del azar irracional, sino
que ha sido querido por Dios, está
en sus planes, en cuyo centro está
la invitación a participar en la
vida divina en Cristo. La creación
nace del Logos y lleva la marca
imborrable de la Razón creadora
que ordena y guía. Los salmos
cantan esta gozosa certeza: ‘La
palabra del Señor hizo el cielo; el
aliento de su boca, sus ejércitos’
(Sal 33, 6); y de nuevo: ‘Él lo dijo,
y existió, él lo mandó, y surgió’
(Sal 33, 9). Toda realidad expresa
este misterio: ‘El cielo proclama
la gloria de Dios, el firmamento
pregona la obra de sus manos’ (Sal
19, 2). Por eso, la misma Sagrada
Escritura nos invita a conocer al
Creador observando la creación
(cf. Sb 13, 5; Rm 1, 19-20)»5.
Pero la creación de Dios no es
realizada de modo casual, puesto que
Dios no improvisa ni juega con sus
obras, sino que las toma en serio. El
segundo Isaías considera, además,
que todo fue hecho por Dios pero
con un propósito: «porque así dice
el Señor que creó los cielos (Él es el
Dios que formó la tierra y la hizo, Él
la estableció y no la hizo un lugar
desolado, sino que la formó para ser
habitada): Yo soy el Señor y no hay
ningún otro» (Is 45, 18; cf. Is 42, 5;
45, 12). De igual manera, el libro de
los Proverbios expresa de un modo
maravilloso, aludiendo, incluso, a
los que tienen una vida al margen
de la normatividad, el por qué Dios
ha creado a los seres humanos:
«Yahveh ha creado todo con un
propósito, incluso al malvado para
el día fatal» (Pr 16, 4; cf. Dn 12, 2).
En el himno que canta Judit
se aprecia, igualmente, el
reconocimiento a la Palabra Creadora
de Dios: «Sírvante a ti las criaturas
todas, pues hablaste tú y fueron
hechas, enviaste tu espíritu y las hizo,
y nadie puede resistirse a tu voz» (Jdt
16, 14). Una idea similar aparece en
Sal 33, 6.9; 104, 30; 148, 5-6; Hb 11, 3.
Todo cuanto vemos e incluso
nosotros mismos somos obra de
un único Dios que ha querido
compartir su grandeza y su gloria
con sus creaturas, por lo que, tal
como se verá más adelante, eso
comporta, particularmente en el ser
humano, una gran responsabilidad.
La Vida Consagrada, en este punto,
está llamada no solamente a cantar
las maravillas que Dios ha hecho, por
la sensibilidad que el contacto con
Dios despierta en el ser de los que le
han entregado sus vidas, tal como
lo hiciera san Francisco de Asís con
su famoso Cántico de las criaturas,
en cuyo estribillo se ha inspirado
el papa Francisco para titular su
encíclica social Laudato si’, sino, como
el mismo documento pontificio lo
expresa, a defender la obra de Dios de
las diversas tendencias y corrientes
de pensamiento utilitaristas y
propiciadoras de un insaciable apetito
que genera un gran consumismo.
La Palabra restauradora
La exhortación apostólica post
sinodal Verbum Domini presenta,
de modo bello, la manera como la
Palabra de Dios se manifiesta en la
historia, al igual que su finalidad:
«La Creación es el lugar en el
que se desarrolla la historia de
amor entre Dios y su criatura;
VIDA NUEVA 25
LA PALABRA DE DIOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD
por tanto, la salvación del
hombre es el motivo de todo. La
contemplación del cosmos desde
la perspectiva de la historia de la
salvación nos lleva a descubrir
la posición única y singular que
ocupa el hombre en la Creación:
‘Y creó Dios al hombre a su
imagen; a imagen de Dios lo creó;
hombre y mujer los creó’ (Gn 1,
27). Esto nos permite reconocer
plenamente los dones preciosos
recibidos del Creador: el valor del
propio cuerpo, el don de la razón,
la libertad y la conciencia»6.
Gn 3 es tal vez una de las
narraciones más hermosas que,
con un leguaje particular, muestra
el origen del mal en el mundo y
las consecuencias del pecado que
culmina en la muerte del hermano
por el hermano (Gn 4, 8), con lo que el
hombre vuelve al polvo del que salió
(cf: Gn 3, 19; Sal 90, 3; 104, 29; Jb 1,21;
Qo 3, 20; 5, 15). El desequilibrio de la
Creación, la ruptura de la armonía,
sobrevienen debido a que el hombre
anhela siempre convertirse en dios
(Gn 3, 5). Dentro de las trágicas
consecuencias, los Padres de la
Iglesia, apoyándose en el texto griego
del Antiguo Testamento, percibieron
lo que no dudaron en llamar el
Protoevangelio. En otras palabras,
lograron darse cuenta de que en Gn
3, 15 se hallaba oculto, en medio de
la desgracia, un germen de salvación
que tendría su madurez en Cristo.
Sin embargo, la Escritura nos
muestra una serie larga de pasajes en
donde se nos deja ver a un Dios que
está permanentemente arrepintiéndose
de su deseo de destruir al mundo o
castigar al ser humano. Basta ver, por
ejemplo, Gn 4, 15 (Dios protege incluso
la vida de un asesino); 6, 13 (cambio
de la decisión de Dios de acabar con
todo ser viviente de la tierra), para
darse cuenta de esa realidad.
El profeta, desilusionado con
su realidad pero esperanzado en
que en el futuro algo diferente
aparecerá (cf. Is 49, 7-17), alude
a una nueva creación:
«pues voy a crear unos cielos
nuevos junto con una nueva
tierra; ya no será mentado lo de
antaño, ni volverá a ser recordado;
antes bien, habrá gozo y regocijo
por siempre, por lo que voy a
crear. Voy a crear una Jerusalén
Regocijo y un pueblo Alegría; me
26 VIDA NUEVA
regocijaré por Jerusalén y me
alegraré por mi pueblo, sin que
vuelvan a oírse ayes ni llantos.
No habrá niños que vivan pocos
días, ni adultos que no alcancen
la vejez; será joven quien muera
a los cien, y estará maldito quien
no los alcance» (Is 65, 17-20).
Ese texto que hace referencia, en
cierto modo, a una época paradisiaca,
que también es reflejado en otros
pasajes tanto del primer como del
tercer Isaías (cf. Is 11, 6-9; 65, 25),
fue retomado por algunos autores
neotestamentarios. Podemos citar
como ejemplo a 2 P 3, 13 y Ap 21,
1, relacionados con los nuevos
cielos y la nueva tierra y la nueva
Jerusalén, respectivamente. Es
oportuno mencionar, igualmente,
Sal 104, 30, citado anteriormente,
que alude, además, a la renovación
de la faz de la tierra.
La Vida Consagrada encuentra su
razón de ser en el amor. Santa Teresa
de Lisieux es la que nos ha dejado
una gran lección cuando fue capaz
de descubrir cuál era su vocación en
la Iglesia y lo que la misma suponía
para ella. San Pablo ya había hecho
un camino similar y lo proponía a
los corintios en el famoso himno
de la caridad (1 Co 12, 31-13,13).
La consagración a Dios supone
una defensa permanente del ser
humano. De ahí que la Vida Religiosa
se halle constantemente en una
actitud de misión, particularmente
en zonas de frontera, defendiendo,
incluso con su propia vida, a los más
frágiles, ejercitando valientemente
la dimensión profética de su entrega
a Cristo. Busca, con sus gestos y
palabras, que Dios sea acogido y
colocado en el centro de la propia
existencia, moviendo a todos al
arrepentimiento y a acercarse a
aquél que, como el padre de la
parábola (Lc 15, 11-32), nos espera
con los brazos abiertos, dispuesto
a darnos una nueva oportunidad
porque es rico en misericordia.
El papa Juan XIII empleó por
primera vez, en la encíclica Mater
et Magistra, la expresión de que «la
Iglesia es experta en humanidad».
La Vida Consagrada tal vez puede
ser considerada como el rostro
misericordioso y humano de la Iglesia.
El índice de la constitución dogmática
Lumen Gentium, del Concilio Vaticano
II, deja ver cuál es el lugar de la
Santa Teresa
de Lisieux
Vida Consagrada. Ella se encuentra
como bisagra entre lo inmanente y
lo trascendente, luego del tratado de
la «universal vocación a la santidad
en la Iglesia» y antes de la «índole
escatológica de la Iglesia peregrinante
y su unión con la Iglesia Celestial». De
este modo, la Vida Religiosa es la que
enseña, con su propia forma de vida,
cuál es el fin del ser humano y se
convierte en una especie de antesala
o anticipo del cielo en la tierra.
Sólo en la medida en que la Vida
Consagrada sea más humana,
podrá humanizar; sólo en cuanto
ella sea más santa podrá santificar
todo y testimoniar cuán capaz es
la Palabra de Dios de restaurarlo
todo, porque toda la Creación vuelve
a poner sus ojos en su creador.
La Palabra generadora
de compromiso
El Salmo 8 canta la grandeza de Dios
y, al mismo tiempo, reconoce la
dignidad que el ser humano tiene
(cf. Sal 139, 14; Is 43, 7) y el lugar que
ocupa dentro de la Creación (Gn 1,
26). Ya los relatos del Génesis habían
mostrado cómo el ser humano no
solamente es imagen y semejanza
(cf. Gn 9, 6; Sb 2, 23) de Dios porque
posee su mismo aliento (Gn 1, 27;
2,7; Jb 34, 14-15; Qo 12, 7) y es bueno
(Sr 7, 29), sino que tiene, igualmente,
una responsabilidad con la que
debe actuar (cf. Gn 1, 28-30; Sal 8,
7-9; Qo 17, 3-4). Es ese compromiso
el que no puede hacerle mirar a
otro lugar ni en otra dirección sino
que le impulsa a estar tendiendo
siempre hacia su creador, tal como
lo expresó san Agustín en sus
Confesiones: «nos hiciste, Señor, para
ti, y nuestro corazón está inquieto,
hasta que descanse en ti» .
De aquí que los consagrados
se sienten llamados a hacer de
su vida una constante alabanza
al creador y, al mismo tiempo,
un signo frente a los demás.
El papa Benedicto XVI, en la
exhortación apostólica postsinodal,
considera que el pecado consiste en
no responder a la voz de Dios (cf.
Gn 3, 8), en cerrarnos en nosotros
mismos sin abrirnos a un diálogo (cf.
VD n°. 26), en el no ser conscientes
de que se tiene que rendir cuentas,
incluso de las propias acciones (cf. Gn
4, 9; Mt 25, 35; St 2, 18). De igual modo,
la alianza es la expresión de esa unión
entre Dios y el hombre, realizada
de un modo enteramente gratuito
y más bien favorable al hombre:
«El misterio de la Alianza expresa
esta relación entre Dios que llama
con su Palabra y el hombre que
responde, siendo claramente
consciente de que no se trata de
un encuentro entre dos que están
al mismo nivel; lo que llamamos
ANUNCIAR AL MUNDO EL LOGOS DE LA ESPERANZA
El Verbo de Dios nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra,
haciendo nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). Su Palabra no sólo nos concierne como
destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores. Él, el enviado
del Padre para cumplir su voluntad (cf. Jn 5,36-38; 6,38-40; 7,16-18), nos atrae hacia sí y
nos hace partícipes de su vida y misión. El Espíritu del Resucitado capacita así nuestra vida
para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo. Ésta es la experiencia de la primera
comunidad cristiana, que vio cómo iba creciendo la Palabra mediante la predicación y el
testimonio (cf. Hch 6,7). Quisiera referirme aquí, en particular, a la vida del apóstol Pablo, un
hombre poseído enteramente por el Señor (cf. Flp 3,12) –«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo
quien vive en mí» (Ga 2,20)– y por su misión: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co
9,16), consciente de que en Cristo se ha revelado realmente la salvación de todos los pueblos,
la liberación de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios.
En efecto, lo que la Iglesia anuncia al mundo es el Logos de la esperanza (cf. 1 P 3,15); el
hombre necesita la «gran esperanza» para poder vivir el propio presente, la gran esperanza
que es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo (Jn13,1)».
Por eso la Iglesia es misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las
palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para
todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita este
anuncio. El Señor mismo, como en los tiempos del profeta Amós, suscita entre los hombres
nueva hambre y nueva sed de las palabras del Señor (cf. Am 8,11). Nos corresponde a
nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia.
Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 91
Antigua y Nueva Alianza no es
un acuerdo entre dos partes
iguales, sino puro don de Dios»8.
El ser humano desde siempre,
tal como lo muestra la abundante
literatura de todos los tiempos, ha
intentado dar respuesta a ciertos
interrogantes que giran en torno a
saber quién es, cuál es la finalidad
de su existencia, hacia dónde tiende
como ser humano. En la Sagrada
Escritura estos cuestionamientos
están presentes, enmarcados en
una conversación con el Dios que
lo ha elegido y que sabe que puede
responder a sus inquietudes (cf.
Sal 8, 4; 144, 3; Jb 7, 17; 15, 14; Hb
2, 6-9). El papa Benedicto XVI lo
expresa del siguiente modo:
«En este diálogo con Dios nos
comprendemos a nosotros
mismos y encontramos
respuesta a las cuestiones más
profundas que anidan en nuestro
corazón. La Palabra de Dios,
en efecto, no se contrapone al
hombre, ni acalla sus deseos
auténticos, sino que más bien
los ilumina, purificándolos
y perfeccionándolos. Qué
importante es descubrir en
la actualidad que sólo Dios
responde a la sed que hay en el
corazón de todo ser humano»9.
La exhortación apostólica
postsinodal, en los números 99-108,
aborda lo referente a la Palabra de
Dios y el compromiso en el mundo.
Con Cristo descubrimos que todo
gira en torno al amor, que no es
otra cosa que salir de uno mismo
para ir al encuentro del otro. La
parábola típicamente lucana del buen
samaritano (Lc 10, 25-37), por poner
sólo un ejemplo, muestra hasta qué
VIDA NUEVA 27
LA PALABRA DE DIOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD
punto la vida del prójimo, que es todo
hombre necesitado, indistintamente
de quien pueda ser y lo que le pueda
pasar inesperadamente, termina
convirtiéndose en la principal acción,
hasta el punto de hacer pasar a un
segundo plano los propios proyectos,
y hasta la propia vida. El compromiso
con el otro, que no concluye sino
cuando aquel se ha restablecido por
completo, convierte en secundarias
todas las planificaciones personales.
De ahí que la mirada atenta a Cristo,
Palabra del Padre, en la Sagrada
Escritura, es fundamental para
saber cuál puede ser el sentido que
debemos darle a nuestra vida y
captar, al mismo tiempo, su finalidad.
El papa Benedicto XVI dice al respecto:
«La Palabra divina ilumina la
existencia humana y mueve
a la conciencia a revisar en
LA IGLESIA COMO ESCUELA DE JUSTICIA
La paz es un bien preciado pero precario que debemos cuidar, educar y promover
todos en nuestro continente. Como sabemos, la paz no se reduce a la ausencia
de guerras ni a la exclusión de armas nucleares en nuestro espacio común, logros
ya significativos, sino a la generación de una “cultura de paz” que sea fruto de un
desarrollo sustentable, equitativo y respetuoso de la Creación (“el desarrollo es el
nuevo nombre de la paz”, decía Paulo VI), y que nos permita enfrentar conjuntamente
los ataques del narcotráfico y consumo de drogas, del terrorismo y de las muchas
formas de violencia que hoy imperan en nuestra sociedad. La Iglesia, sacramento
de reconciliación y de paz, desea que los discípulos y misioneros de Cristo sean
también, ahí donde se encuentren, “constructores de paz” entre los pueblos y naciones
de nuestro continente. La Iglesia está llamada a ser una escuela permanente de
verdad y justicia, de perdón y reconciliación para construir una paz auténtica.
Una auténtica evangelización de nuestros pueblos implica asumir plenamente la
radicalidad del amor cristiano, que se concreta en el seguimiento de Cristo en la
Cruz; en el padecer por Cristo a causa de la justicia; en el perdón y amor a los
enemigos. Este amor supera al amor humano y participa en el amor divino, único eje
cultural capaz de construir una cultura de la vida. En el Dios Trinidad la diversidad de
Personas no genera violencia y conflicto, sino que es la misma fuente de amor y de
la vida. Una evangelización que pone la Redención en el centro, nacida de un amor
crucificado, es capaz de purificar las estructuras de la sociedad violenta y generar
nuevas. La radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor
redentor. Evangelizar sobre el amor de plena donación, como solución al conflicto,
debe ser el eje cultural “radical” de una nueva sociedad. Sólo así el Continente de
la esperanza puede llegar a tornarse verdaderamente el Continente del amor.
Documento de Aparecida, nn. 542, 543
28 VIDA NUEVA
profundidad la propia vida, pues
toda la historia de la humanidad
está bajo el juicio de Dios (…). En
nuestro tiempo, con frecuencia
nos detenemos superficialmente
ante el valor del instante que
pasa, como si fuera irrelevante
para el futuro. Por el contrario, el
Evangelio nos recuerda que cada
momento de nuestra existencia
es importante y debe ser vivido
intensamente, sabiendo que
todos han de rendir cuentas de
su propia vida. (…). Así pues, la
misma Palabra de Dios reclama la
necesidad de nuestro compromiso
en el mundo y de nuestra
responsabilidad ante Cristo,
Señor de la historia. Al anunciar
el Evangelio, démonos ánimo
mutuamente para hacer el bien y
comprometernos por la justicia,
la reconciliación y la paz»10.
Tal vez la exhortación resalta
el hecho de cómo «la Palabra de
Dios impulsa al hombre a entablar
relaciones animadas por la rectitud
y la justicia» (VD n°. 100), ya que
«el compromiso por la justicia y la
transformación del mundo forma
parte de la evangelización» (VD
n°. 100), por lo que no se puede
descuidar la vida política ni social
de una sociedad. De igual modo, el
documento también insiste en que
«La evangelización y la difusión de
la Palabra de Dios han de inspirar
su acción en el mundo en busca del
verdadero bien de todos, en el respeto
y la promoción de la dignidad de
cada persona»11. Tampoco se puede
dejar de lado el interés que muestra
el texto por «defender y promover
los derechos humanos de cada
persona, fundados en la ley natural
inscrita en el corazón del hombre y
que, como tales, son ‘universales,
inviolables, inalienables’»12.
El sínodo apunta a una realidad
que toca los diversos pueblos del
mundo marcados por el dolor y
las guerras; por ello considera que
la Palabra de Dios debe jugar un
papel importante puesto que «en el
contexto actual, es necesario más que
nunca redescubrir la Palabra de Dios
como fuente de reconciliación y paz,
porque en ella Dios reconcilia en sí
todas las cosas (cf. 2 Co 5, 18-20; Ef 1,
10): Cristo ‘es nuestra paz’ (Ef 2, 14)
que derriba los muros de división»13.
Por otro lado, la Palabra de Dios
también capacita a los seres humanos
para ponerse al servicio de los demás:
«todos los creyentes han de
comprender ‘la necesidad de
traducir en gestos de amor la
Palabra escuchada, porque sólo
así se vuelve creíble el anuncio
del Evangelio, a pesar de las
fragilidades humanas que marcan
a las personas’. Jesús pasó por
este mundo haciendo el bien
(cf. Hch 10,38). Escuchando con
disponibilidad la Palabra de
Dios en la Iglesia se despierta ‘la
caridad y la justicia para todos,
sobre todo para los pobres’. Nunca
se ha de olvidar que ‘el amor –
caritas– siempre será necesario,
incluso en la sociedad más justa...
Quien intenta desentenderse del
amor se dispone a desentenderse
del hombre en cuanto hombre’»14.
Los consagrados han de ser hoy
más que nunca ejemplo de servicio
y abnegación, testimonio claro de
quien es conducido y transformado
por la Palabra; profesionales en
el ejercicio de la caridad siempre
atentos a las necesidades de los
otros y prontos al servicio.
El documento de Aparecida,
que es anterior al documento post
sinodal, e incluso en varios aspectos
lo ha influenciado, considera que:
«todas las auténticas
transformaciones se fraguan
y se forjan en el corazón de
las personas e irradian en
todas las dimensiones de su
existencia y convivencia. No
hay nuevas estructuras si no
hay hombres nuevos y mujeres
nuevas que movilicen y hagan
converger en los pueblos ideales
y poderosas energías morales y
religiosas. Formando discípulos
y misioneros, la Iglesia da
respuesta a esta exigencia»15.
El Santo Padre Benedicto XVI
sostiene que la Palabra de Dios es
la que fundamenta el amor, de ahí
que «el amor al prójimo, enraizado
en el amor de Dios, nos debe tener
constantemente comprometidos,
personalmente y como comunidad
eclesial, local y universal»16.
El libro de los Proverbios considera
que «el hombre piensa que su
conducta es limpia, pero Yahveh
juzga las intenciones» (Pr 16, 2).
San Pablo, en la Carta a los romanos,
constata en su propio ser una realidad
que está presente en todos los seres
humanos: «Realmente, mi proceder
no lo comprendo; pues no hago lo
que quiero, sino que hago lo que
aborrezco» (Rm 7, 15). Pero es el
mismo san Pablo que nos invita, en
Ga 2, 19-20, a dejar que Cristo habite
en nosotros, porque de ese modo
somos totalmente transformados.
Por otro lado, para los autores
del Nuevo Testamento, la Sagrada
Escritura habla de Cristo, por lo que se
podría decir que él es la síntesis y la
plenitud de la misma (cf. Lc 24, 27.44;
Jn 1, 45; 5, 39. 45-47; Hb 1, 1-2). Es en
ese sentido que se puede decir que
la Palabra de Dios, en cuanto puesta
por escrito, que es al mismo tiempo
la Segunda Persona de la Trinidad,
tendrá el poder de transformar el
mundo y cambiar nuestra realidad.
El autor de la Segunda carta a Timoteo
le recuerda a su destinatario su
experiencia infantil con respecto a
las Escrituras, y cómo las había ya
aprendido por medio de su abuela;
del mismo modo le pide que tome
conciencia de lo que ellas son:
«Tú, en cambio, persevera en lo
que aprendiste y en lo que creíste,
teniendo presente de quién lo
aprendiste, y que desde niño
conoces las Sagradas Letras, que
pueden darte la sabiduría que
VIDA NUEVA 29
LA PALABRA DE DIOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD
lleva a la salvación mediante la
fe en Cristo Jesús. Toda Escritura
es inspirada por Dios y útil para
enseñar, para argüir, para corregir
y para educar en la justicia; así
el hombre de Dios se encuentra
perfecto y preparado para toda
obra buena» (2 Tm 3, 14-17).
En el mensaje final de la V
Conferencia General de los Obispos
en Aparecida nuestros pastores nos
animaron a ser fermento en la masa:
«Seamos misioneros del Evangelio
no sólo con la palabra sino sobre
todo con nuestra propia vida,
entregándola en el servicio,
inclusive hasta el martirio
(…). Insertos en la sociedad,
hagamos visible nuestro amor
y solidaridad fraterna (cf. Jn 13,
35) y promovamos el diálogo con
los diferentes actores sociales
y religiosos. En una sociedad
cada vez más plural, seamos
integradores de fuerzas en la
construcción de un mundo más
justo, reconciliado y solidario»17.
La Vida Religiosa juega aquí un
rol particular en su dimensión
profética, inmersa y activa allí donde
la vida clama. El compromiso de los
religiosos en lo social es un testimonio
claro de la acción de la Palabra que
involucra y no deja indiferentes
frente a la injusticia y hace visible
la presencia del reino de Dios.…
Los números 534-546,
prácticamente al final del documento
conclusivo de Aparecida, invitan a los
discípulos misioneros a ser actores
en el cambio y la transformación no
solamente de nuestro continente
sino del mundo entero: «América
Latina y el Caribe deben ser no sólo
el continente de la esperanza, sino
que además deben abrir caminos
hacia la civilización del amor»18.
concLusiÓn
El mismo Dios que crea con el
poder de su palabra es quien de
muchos modos y en diferentes
épocas de la historia promete,
frente a los frutos y consecuencias
del pecado, restaurar su Creación
movido por el amor y el compromiso
que ha adquirido con su obra.
Pero la transformación de la
realidad solamente se dará en la
medida en que el ser humano,
principal actor en el mundo, creado
a imagen y semejanza de Dios,
30 VIDA NUEVA
30 VIDA NUEVA
transforme su propia vida y la
adecue a la de Cristo. El papa Juan
Pablo II, en el mensaje pronunciado
el 1 de enero de 1998, con motivo
de la XXXI Jornada mundial de la
paz, y parafraseando Is 32, 17 (cf.
Sal 72, 2-3; 119, 165; Rm 14,17; St
3, 8), decía que «de la justicia de
cada uno nace la paz para todos».
El evangelista Juan nos cuenta
cómo Andrés, uno de los discípulo
de Juan el Bautista, por motivación
de su maestro, siguió, junto con
un compañero suyo, a Jesús. Es
interesante el primer diálogo con
Jesús: «Jesús se volvió y, al ver que
le seguían, les pregunta: ‘¿Qué
deseáis?’. Ellos le contestaron: ‘Rabbí
-que quiere decir “Maestro”-, ¿dónde
vives?’. Él les responde: ‘Vengan
y lo verán’. Fueron, pues, vieron
dónde vivía y se quedaron con él
aquel día. Era, aproximadamente, la
hora décima» (Jn 1, 38-39). La Vida
Consagrada busca, con todas sus
fuerzas, responder a esa invitación
realizada por Jesús. Queremos estar
con él, conocer su casa y morar, por
toda la eternidad en su compañía.
El seguimiento radical a Cristo y el
deseo de configurarnos cada día más
y más con él es lo que nos indicará
si somos o no buenos religiosos.
Otro pasaje tomado igualmente del
cuarto evangelio, concretamente el
lavado de los pies, nos hace tomar
conciencia de lo que como cristianos,
y más aún como religiosos, debemos
tener como norma de vida: «Pues
si yo, el Maestro y el Señor, les he
lavado los pies, también ustedes
deben lavarse los pies unos a otros.
Porque ejemplo les he dado, para
que lo que yo he hecho con ustedes
también ustedes lo hagan» (Jn
13, 14-15). Seguir a Jesús supone
ser otros cristos, dejando que él
viva y actúe en nosotros (cf. Ga 2,
19-20). Ser un reflejo de Jesús es
comprometernos con la Palabra de
Dios y permitirle actuar, recreándolo
todo, sanando los corazones
destrozados, desgarrados como
consecuencia del pecado producto
del egoísmo del ser humano; significa
también comprometernos con la
realidad que nos rodea haciendo
que ella cambie, se transforme,
descubriendo hacia dónde debe
tender, respondiendo a su creador y
al que permanente lo llama. En suma,
la Vida Consagrada no debe dejar de
lado su compromiso con el mundo
entero, con toda la humanidad, a
la que le anuncia las grandezas de
Dios para que pase de una cultura
de muerte a una cultura de vida.
Notas y bibliografía
1. Texto presentado como mesa temática en el
Congreso de Vida Religiosa de la Conferencia de Religiosos de Colombia. Cf. REVISTA
VINCULUM. «Salir proféticamente hacia el
corazón de la vida que sufre». Memorias
del Congreso de Vida Religiosa realizado en
Bogotá, D.C., del 28 al 30 de mayo de 2016,
N° 263 abril – junio, páginas 215-227, 2016.
2. «Dios, que por su Verbo crea todas las cosas (cf. Jn 1, 3) y las conserva, ofrece a los
hombres un testimonio perenne de sí en las
cosas creadas (cf. Rm 1, 19-20), y, queriendo
abrir el camino de la salvación sobrenatural,
se manifestó, además, a nuestros primeros
padres ya desde el principio» (DV n°. 3).
3. Cf. CEC n°. 291.
4. BENEDICTUS XVI. Exhortación apostólica
postsinodal Verbum Domini. Sobre la palabra
de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.
(VD), 30 de septiembre de 2010, n°. 8.
5. VD n°. 8.
6. VD n°. 9.
7. AGUSTÍN. Confesiones. I, 1,1
8. VD n°. 22.
9. VD n°. 23.
10. VD n°. 29.
11. VD n°. 100.
12. Ídem.
13. VD n°. 102.
14. VD n°. 103.
15. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. DOCUMENTO
APARECIDA, (DA) n°. 538.
16. VD n°. 103.
17. Documento de Aparecida, Mensaje Final.
18. DA n°. 537.
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