Un sanitario español en la guerra de Vietnam

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ENTREVISTA
RAMÓN GUTIÉRREZ DE TERÁN
Un sanitario español en la guerra
de Vietnam
R
amón Gutiérrez de Terán es
uno de los primeros asocia­
dos a AME, un español senci­
llo y poco dado a presumir de nada;
sin embargo, pocos militares de hoy
pueden contar con una hoja de servi­
cios como la suya, pues participó en
la guerra de Vietnam y no sólo cono­
ció y sintió la dolorosa experiencia
de aquel conflicto sino que permane­
ció en el país asiático nada menos
que tres años y medio, formando par­
te de una arriesgada misión de ayuda
sanitaria, llevada a cabo por el Ejérci­
to español en un país asolado por la
guerra más devastadora de la segunda
mitad del siglo xx.
Misión para la historia
La invitación de Estados Unidos para
que España aportase algún tipo de
ayuda militar al conflicto vietnamita
debió llegar a Madrid a primeros de
1966. El Jefe del Estado no recibió
con entusiasmo el comunicado diplo­
mático del presidente norteamerica­
no, Lindon Johnson. Tras algunos
intercambios de opinión con políti­
cos y militares, principalmente con el
teniente general Muñoz Grandes, el
Gobierno español adoptó la decisión
de enviar a Vietnam del Sur un equi­
po de cooperación a cargo del Cuer­
po de Sanidad Militar. La decisión
estatal se tradujo en un escrito del
Estado Mayor Central dirigido a la
Jefatura de Sanidad para que recaba­
se de los órganos regionales el envío
de médicos y ATS voluntarios a la
zona del conflicto. El documento
llevaba fecha de 26 de abril de 1966.
La misión, limitada a doce personas,
debía iniciarse en el menor tiempo
posible.
—¿Cómo se te ocurrió, Ramón,
formar parte de la misión sanitaria a
Vietnam del Sur?
—De la manera más inesperada.
Estando yo destinado en la Agrupa­
ción de Banderas Paracaidistas, des­
pués BRIPAC, tuve ocasión de char­
lar con el comandante jefe de Sani­
dad de Alcalá de Henares. En la
conversación me informó del asunto,
el Ministerio había pedido personal
sanitario para ir a Vietnam. Yo quedé
sorprendido, ¿una misión española a
la guerra de Vietnam? No me lo
podía creer. Él iba a contestar negati­
vamente, pero no me lo pensé dos
veces. Al día siguiente, creo que fue
a finales de agosto de 1966, el escrito
salió para Madrid con
mi nombre como peti­
cionario.
—¿Quiénes fuisteis
los componentes de la
misión?
—En total doce mi­­
litares en cada una de
las tres expediciones.
En la primera salimos
el comandante médico
Argimiro García Gra­
nados, los capitanes,
también médicos, José
Linares, Luciano Ro­­
dríguez y Francisco
Faúndez, el de Inten­
dencia Vázquez La­­
bourdette, el teniente
Ramón Gutiérrez de Terán
participó en la guerra del
Vietnam.
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García Matías, los subtenientes
Fran­­cisco Pérez, José Bravo, y los
brigadas Joaquín Baz, Pérez Gómez,
Outón Ba­­ra­­hona y un servidor. Total
cuatro médicos, siete ATS y un ofi­
cial de Intendencia que ejerció de
enlace con el Ejército americano.
—¿Se os facilitó suficiente infor­
mación por parte de nuestras autori­
dades militares sobre el tipo de traba­
jo y condiciones en que lo habríais de
realizar?
—No demasiada. El ambiente del
mando español era más bien pesimis­
ta, no en balde íbamos a una guerra.
Tuvimos algunas reuniones en el
EMC con representantes de EE UU,
pero con una información bastante
genérica. Sí supimos que se trataba
de permanecer un año en el lugar que
se nos designara dentro del territorio
vietnamita. Manteníamos nuestro
destino original y percibíamos los
haberes correspondientes al empleo,
más una gratificación de poca cuan­
tía. Nosotros tampoco indagamos
más. Este tipo de decisiones, o van
impulsadas por la ilusión o te quedas
en casa.
—¿Recuerdas detalles de vuestro
viaje a la zona de operaciones?
—Creo que fue el 8 de septiembre
cuando llegamos a Saigón después de
un largo viaje por medio mundo, Ro­­
ma, Beirut, Karachi… En la capital
nos esperaba un enlace americano y un
médico nativo. Al pisar tierra nos aga­
sajaron con los típicos collares de flo­
res. El calor ambiente era sofocante,
pero los detalles de bienvenida palia­
ron la angustia de aquella atmósfera
irrespirable. Después de las palabras
protocolarias en español, nos trasla­
daron a nuestra residencia provisio­
nal en la ciudad a bordo de un vehí­
culo protegido por rejillas y supongo
que fuertemente blindado. Allí nos
dimos cuenta de que nos hallábamos
en una zona de alta tensión.
Ciencia y caridad
La sanidad en el Ejército americano
destacado en Vietnam estaba perfec­
tamente organizada, una impresio­
nante red de ambulancias terrestres y
helicópteros cubría las necesidades
de evacuación en todo el territorio.
Los equipos médicos disponían de
los medios más avanzados de la épo­
ca para atender a los heridos y enfer­
mos. Se dijo que a lo largo de los
años 1966 a 1973 el número de heri­
dos evacuados en helicóptero llegó a
372.947, habiendo recibido asisten­
cia médica diversa un total de 406.022
combatientes. La llegada del equipo
español supuso un esfuerzo que el
mando militar americano canalizó
hacia una zona escasamente protegi­
da por la cobertura sanitaria.
El equipo médico español a la entrada del hospital en Vietnam.
—¿Qué destino se os asignó a los
españoles dentro de la red sanitaria
del territorio vietnamita?
—Fue el hospital cívico-militar
Truong-Công-Dinn, en la localidad
de Gò-Công, al sur del país, en pleno
delta del Mekong, a unos sesenta
kilómetros de Saigón. El centro reci­
bía el nombre de hospital, pero en
realidad era un local sin las menores
condiciones sanitarias. Allí se haci­
naban doscientas camas y hasta cua­
trocientos enfermos, además de los
acompañantes, que pasaban la noche
tumbados al pie de cada lecho. Los
medios, sin embargo, eran america­
nos y contrastaban con la penuria del
establecimiento.
—¿De qué manera organizasteis
el servicio sanitario en aquel centro
tan poco… hospitalario?
Lo que allí se precisaba principal­
mente eran cirujanos, y aunque el
equipo había ejercido en su mayoría
otras especialidades, pronto nos
adaptamos a las necesidades del cen­
tro: quirófano, sala de mujeres, sala
postoperatoria, laboratorio, radiolo­
gía, pediatría y consultorio general.
Es de destacar «el paso al frente» del
capitán médico Linares, que se res­
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ponsabilizó desde el primer momen­
to del equipo de cirugía, auxiliado
por los ATS Bravo, Pérez Pérez,
Pérez Gómez y yo.
—¿Contaba el hospital con perso­
nal nativo?
—Escaso, pero durante los seis
primeros meses contamos con un
doctor de la Asociación Médica Ame­
ricana cada dos meses. Yo entré en un
primer momento como ayudante de
uno de ellos y recuerdo de él, además
de su profesionalidad, el excelente
trato con los ayudantes, de auténticos
compañeros; algo que no ocurría
entre los españoles.
—¿Qué clase de enfermos y
dolencias atendíais normalmente?
—Paisanos y militares, el centro
era cívico-militar como ya he dicho.
La mayoría civiles, mujeres, niños,
ancianos, afectados muchos de ellos
por enfermedades tropicales –disen­
tería, amebiasis, fiebres tifoideas–,
tuberculosis y lepra, entre otras. Tam­
bién teníamos que luchar contra los
curanderos, una auténtica plaga.
Cuando había ataques nos llegaban
heridos de todo tipo, siempre vietna­
mitas, y de manera destacada los
accidentes de motocicleta durante los
ENTREVISTA
Ramón prepara a un herido
en el abdomen por metralla
para la intervención quirúrgica.
períodos de calma. No nos faltaba el
trabajo ni una sola hora del día.
—¿Realizabais algún tipo de asis­
tencia fuera del hospital?
—Todas las semanas teníamos
salidas para atender enfermos en las
aldeas del distrito y casas aisladas
del delta. En estas salidas es cuando
más se apreciaba nuestra labor,
atendíamos a impedidos, embaraza­
das, re­­cién nacidos…, siempre
rodeados por el cariño popular. Los
españoles éramos muy queridos por
aquellas gentes; ese afecto es uno
de los recuerdos más gratos que
conservo de la misión. Si bien es
cierto que, como casi todo en la
vida, tiene su otra cara, y la negativa
diremos, en honor a la verdad, que
cuando cogían prisioneros a los del
Vietcong se les encontraba arma­
mento USA robado y medicamentos
dados o suministrados por estas
visitas o consultas llamémoslas pro­
pagandísticas, con fondo político,
pero no por nuestra parte.
—¿Existía
algún
control sobre la mili­
tancia política de los
pacientes?
—En el ámbito sani­
tario gozábamos de ple­
na libertad, Nosotros
éramos conscientes de
que muchos pacientes
que durante el día acu­
dían a las consultas al
llegar la noche forma­
ban como «zorros o co­­
yotes» en las guerrillas,
pero, aun suponiéndo­
lo, nunca hicimos dis­
tinción entre los enfer­
mos. Esta forma de actua­
ción nos favoreció en el
ámbito de la seguridad
y hasta de la simpatía
general. Insisto en lo que he dicho
antes, los españoles éramos casi reve­
renciados por los nativos del delta.
—¿Algún caso atendido por voso­
tros que recuerdes de manera espe­
cial?
Aquí vemos a Ramón con la bellísima Jayne
Mansfield, la afamada actriz de Hollywood.
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—Podría citar varios, pero no
puedo olvidar un accidente sufrido
por una niña de tres años que nos
llegó al hospital con la cara en su
línea media partida en dos con fractu­
ra de cráneo. Tres o cuatro horas duró
la pobrecita en schock. Nos partió el
alma a todos, y eso que estábamos
acostumbrados a ver cuadros horri­
bles. El accidente de la niña no fue
originado por metralla sino atropella­
da por un camión que se dirigía a la
guerra. Al pasar por los pueblos y
ciudades los combatientes iban a
marchas alocadas, tenían prisa por
seguir matando, como fuera.
—En septiembre de 1968 acabó la
misión, regresasteis todos a España,
pero tú volviste a Vietnam.
—Así fue, el mundo oriental me
atraía, pero además me parecía que
yo estaba cometiendo una falta de
ausencia con aquellas gentes de GòCông, y volví. Ya en adelante el resto
de las misiones sólo duraron seis
meses. Allí me cogió la tristemente
célebre ofensiva del Tét, el año nuevo
lunar vietnamita de 1968.
Tiempos difíciles
La guerra de Vietnam adquirió su
máxima tensión cuando Vietnam del
Norte y la guerrilla del Vietcong ata­
caron el Sur. Se ha dicho que en 1968
pudo finalizar la guerra con la ocupa­
ción total del territorio por el Ejército
del Norte y la consiguiente derrota de
las tropas estadounidenses. El empu­
je enemigo, aplastante entre febrero y
marzo, supuso la caída de 34 capita­
les de provincias y 64 cabezas de
distrito, con 45.000 muertos de los
atacantes frente a 5.000 de los defen­
sores. Saigón estuvo a punto de caer
y el delta, tradicionalmente pacífico,
se vio también sacudido por las gue­
rrillas comunistas.
—¿Se notó en vuestro hospital la
ofensiva del Tét?
—Sí, a cada momento llegaban
camiones o helicópteros cargados de
heridos. Podría decirse que no dábamos abasto para atender a tanta gente, sin embargo, lo hacíamos todo
casi sin ayudas. Las enfermeras nativas valían poco, incluso la sangre y la
tierra que traían los heridos teníamos
que limpiarlas nosotros, fueron días
de angustia y de peligro.
—¿Sufristeis algún ataque?
—Una noche bombardearon nuestra residencia. Cayeron numerosas
granadas de mortero, el arma preferida del Vietcong. El bombardeo duró
toda la noche. No tuvimos bajas de
milagro, concretamente mi colchoneta quedó acribillada de metralla en
los primeros momentos. Aquella jornada dio lugar a un gesto de valor por
parte de uno de nuestros médicos,
que probablemente sólo conozcamos
—Nos gustaría conocerlo, si no te
importa.
—El héroe de aquella noche fue
el capitán médico Merlos Saldaña.
Cerca de nuestra casa se hallaba la
residencia del Estado Mayor Conjunto. En un momento del bombardeo se
oyó gritar en el edificio, había resultado herido un sargento americano.
Sobre ellos caían las granadas de
mortero mientras que la explanada
que separaba los dos edificios estaba
siendo batida por fuego cruzado de
fusilería. Merlos, al escuchar los ritos
de auxilio, cogió un maletín con instrumentos de urgencia, atravesó aquel
infierno de proyectiles y metralla,
sabe Dios cómo, y logró llegar hasta
el edificio del Estado Mayor. Una vez
dentro curó al herido, y cuando pudo
regresó de nuevo a nuestra residencia. Unas horas más tarde trabajaba
en el hospital como si tal cosa. Poco
después le fue concedida por EE UU
una medalla por su valor. Este es un
episodio que debe conocer la Sanidad Militar española para orgullo de
los que forman parte de ella.
—Después de la experiencia del
Tét cabría pensar que te habías satu-
Ramón Gutiérrez de Terán permaneció
en Vietnam tres años y medio formando parte
de una arriesgada misión de ayuda sanitaria.
En las fotografías, dos momentos
de la entrevista.
rado de Vietnam, pero, una vez finalizado ese segundo período, volviste
de nuevo hasta cumplir tres años y
medio de permanencia, hasta 1971,
el máximo tiempo de un español en
aquella país. ¿Notaste diferencias en
el servicio entre los primeros y los
últimos meses?
—En el trabajo, salvo durante la
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ofensiva del Tét, todo fue más o
menos igual. Por parte de los compañeros, antes y después los hubo
extraordinarios, entregados siempre a
los enfermos sin mirar condiciones ni
medios. Varias veces tuvimos que
donar sangre a pie de quirófano para
realizar operaciones; fue un tiempo
inolvidable en todos los sentidos.
Ramón Gutiérrez de Terán, el
militar español que permaneció más
de tres años en la guerra de Vietnam
prestando servicio sanitario al pueblo
y al ejército de aquel lejano país, luce
con justo orgullo en su guerrera el
distintivo de paracaidista de Vietnam,
varias condecoraciones extranjeras,
valor acreditado en su hoja de servicios y una cruz del Mérito Militar
con distintivo Rojo. Entonces no sentían vergüenza las autoridades políticas españolas de condecorar con
recompensas de guerra a sus militares destacados en la guerra.
Equipo MILITARES
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