Banca, justicia y bien común

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Banca, justicia y bien común
Samuel Gregg
Serie Pensamiento Social Cristiano
Smashwords Edición
© 2012 por el Instituto Acton
Una huella del Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad
Edición Notas de la licencia
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Índice
Prefacio
I. Introducción
II. Conceptos morales básicos
III. Dinero, usura e interés
IV. El crédito y la confianza
V. Banca y sociedad
VI. Bancos y clientes
VII. El llamado a la virtud
El autor
PREFACIO
Este libro trata sobre la banca comercial, los requerimientos de la justicia y el bien común. No
obstante se refiere a cuestiones morales más que al dinero, y procura hacer notar que una
actividad tradicionalmente considerada por muchos como un mal necesario es, sin embargo, un
ámbito donde las personas pueden desarrollar sus virtudes.
El arte de crear, administrar, prestar e invertir dinero siempre se ha visto cercado por
peligros morales. Desafortunadamente, el desprestigio generalizado de la actividad bancaria ha
llevado a la falta de conocimiento de un campo de la actividad humana que no sólo ha favorecido
en mucho la prosperidad del hombre sino también la creación de un ámbito de laboriosidad en el
cual la gente puede genuinamente practicar la virtud.
Advertí la necesidad de un breve libro introductorio acerca de las exigencias morales de
la actividad bancaria durante una conferencia para financistas en Ginebra, Suiza, un lugar más
que apropiado. Tal vez no haya nada que simbolice mejor el nuevo orden de la economía global
de mercado que la proliferación del banco internacional moderno y de la industria financiera
asociada a él. Y sin embargo junto a las apacibles orillas del lago de Ginebra, ciudad que ha sido
hogar de personajes tan diversos como Jean Calvin, San Francisco de Sales y Jean-Jacques
Rousseau, donde sobrios edificios alojan hoy bancos que manejan el futuro financiero de un sin
fin de inversores, era imposible dejar de asombrarse ante el clima de estabilidad que los bancos
suizos le confieren a un mundo en el que abundan el riesgo, la creatividad, el esfuerzo y las
oscilaciones diarias en los precios de los mercados.
Fui a la conferencia con la expectativa de encontrar banqueros con su conciencia
tranquila respecto de la administración y la expansión de los mecanismos financieros del
progreso comercial. Y, en cambio, encontré en ellos dos tipos de actitud.
La primera se podría describir como culposa, en términos amplios. Según esta
perspectiva, si bien la actividad bancaria resulta necesaria para la prosperidad económica, desde
el punto de vista moral es, en el mejor de los casos, un factor neutro. Los culposos tienden a
creer que los banqueros estarían moralmente a salvo si trabajaran en organizaciones no
gubernamentales, preferentemente las dependientes del complejo de las Naciones Unidas, no
muy distante del lugar de la conferencia en Ginebra. Detrás de este enfoque se oculta la idea de
que en la vida cotidiana el alma de un banquero tiende a distraerse de las actividades más
meritorias. Esta postura teñida de una actitud antieconómica conlleva cierta incomodidad para
manejar cuestiones de dinero, y en el imaginario popular se plasma históricamente, en especial
en Occidente, en la figura amenazante del usurero.
La segunda actitud que noté fue un extraño híbrido de pragmatismo y legalismo. La
actividad bancaria es sólo un trámite en el proceso de adquisición de bienes. Para quienes así
opinan, el hecho de que la actividad bancaria funcione es prueba suficiente de que se trata de
algo moralmente irreprochable. La idea de que los bancos pueden contribuir a que la gente se
realice de manera verdaderamente humana o que la actividad bancaria en sí puede ayudar al bien
común, les es ajena. En cuanto a la bondad o la maldad de una acción en particular, el
pragmático-legalista tiende a creer que si no existe una ley que prohíba específicamente una
acción, esa acción es buena.
Aunque parezca extraño, las dos posturas, tan diferentes entre sí a primera vista, tienen
mucho en común. Ambas desconocen profundamente la naturaleza de la justicia y de la moral:
un grupo asocia la vida moral con la promoción de causas específicas, tal vez mejor conocidas
como causas políticamente correctas; y el otro reduce las cuestiones del bien y el mal a acciones
que la ley permite o prohíbe. También comparten el escepticismo hacia la propuesta de analizar
de forma práctica y razonable los actos, los hábitos y las instituciones humanos para que la gente
sepa cuál es la diferencia entre el bien y el mal, y pueda organizar su vida en consecuencia.
En resumen, muchos europeos y norteamericanos que ocupan los puestos jerárquicos más
altos de la industria bancaria no creen que la mente humana sea capaz de advertir la diferencia
entre justicia e injusticia o entre bien y mal. Esta postura, lejos de ser privativa de la gente que
trabaja en el mundo financiero, es la que predomina actualmente en toda la cultura occidental.
Cuando regresé a los Estados Unidos, decidí examinar la bibliografía contemporánea
sobre la actividad bancaria y, más específicamente, sobre la moral en la actividad bancaria.
Pronto descubrí que aunque no faltan textos sobre estrategias y técnicas financieras, hay muy
pocos autores dedicados a analizar la dimensión moral de la actividad bancaria. La mayoría de
estos libros parece ignorar que una actividad tan esencial a los bancos como el cobro de intereses
ha sido tema de encendidos debates morales en Occidente durante siglos. Y lo sigue siendo en
muchas naciones islámicas. Aunque se opine, como yo, que la tasa de interés justa sobre un
préstamo está determinada normalmente por los procesos de oferta y demanda del capital en las
condiciones de libre mercado apuntaladas por las instituciones de la propiedad privada y el
sistema de derecho, la mayoría de los textos no explica por qué es justo cobrar un interés por un
préstamo de capital.
Estas obras tampoco indican de qué manera los debates permanentes acerca de temas
como la usura y la moralidad de varias actividades asociadas a los bancos fueron el medio
principal a través del cual se examinaron, discutieron y aclararon categorías esenciales para
reflexionar sobre la actividad bancaria.
Si la historia es una gran maestra de la vida, parece innegable que muchos de los que
trabajan en la industria bancaria desoyen sus lecciones. No conocen de qué manera los
instrumentos de la actividad han evolucionado –el crédito, el dinero, el interés, la liquidez, los
depósitos, los cheques y la especulación– por no mencionar las discusiones que llevaron a
determinar los usos razonables e irrazonables de tales instrumentos. Este libro busca ubicar estas
cuestiones en su contexto original para ayudar a los banqueros a comprender mejor la justicia o
injusticia de diferentes acciones asociadas con el uso de estos instrumentos.
El camino para investigar estos temas y escribir este breve libro ha sido largo y por
momentos arduo. Significó ocupar el tiempo libre entre reuniones y conferencias. A medida que
escribía los borradores del texto, consultaba con filósofos y banqueros, algunas veces con
resultados inesperados. Por ejemplo, a menudo era un banquero quien señalaba un error en un
argumento moral; tampoco era infrecuente que un filósofo me corrigiera un aspecto técnico de la
actividad bancaria. Y ambos grupos se preocuparon por advertirme cuando el texto, según su
parecer, se deslizaba hacia algo que no debía ser: un libro sobre la gobernanza de la corporación
o un tratado sobre el dinero.
Agradezco a mucha gente sus opiniones y su cooperación en este libro. Pero me gustaría
subrayar en especial la contribución de quienes trabajan en entidades bancarias, por el tiempo
destinado para responder a mis preguntas y por cuidar, como yo, que este libro no fuera otra obra
más sobre la ética en los negocios, que termina invariablemente diciéndole al lector que todo es
relativo o depende del sistema moral que se aplique. Esta literatura ha ocasionado un daño
enorme en la mentalidad de los jóvenes y en la gente que quiere realmente vivir de manera
honesta en el mundo de la actividad comercial.
Afortunadamente, cada vez más hombres de negocios y filósofos reconocen los
problemas implícitos en el pensamiento contemporáneo respecto de la moral en el mundo
económico y de qué manera ello ha socavado la posibilidad de una reflexión seria sobre el modo
honesto de vivir en la actividad bancaria. Los banqueros de los Estados Unidos, Europa, el
sudeste asiático y América latina que dieron sus opiniones, me abrieron sus puertas y hablaron
sin tapujos de la complejidad de su profesión, manifestaron la decisión de revertir esta situación.
Los banqueros son notoriamente discretos, y tienen buenas razones para serlo. De allí que no me
haya sorprendido que, sin excepción, todos los que me ayudaron en la realización de estas
páginas pidieran permanecer en el anonimato; por lo que espero que este libro cumpla con sus
expectativas.
I
INTRODUCCIÓN
El peregrino que en el siglo XII caminaba hacia Tierra Santa recorría enormes distancias por los
antiguos caminos romanos. Su único respiro tras la soledad y las privaciones de la marcha lo
encontraba al pasar por alguna de las grandes ciudades que cada vez más poblaban Europa.
Anhelando cumplir con sus deberes religiosos, el peregrino visitaba seguramente la iglesia
principal de esas ciudades, tal vez para rendir homenaje al santo patrono de ese lugar.
Antes de buscar un monasterio donde pasar la noche, el peregrino iba a la iglesia a orar.
Cerca de ella, a veces detrás, se topaba con el mercado. Aquí, casi todos los días, cientos de
mercaderes, cambistas, tenderos y artesanos se congregaban para intercambiar bienes. Al
caminar entre los puestos de comerciantes, mercaderes, vendedores de hilos y orfebres oyendo el
pregón de los productos –“sedas”, “vino”, “tela de Francia”– en variedad de idiomas y acentos,
el peregrino bien pudo haberse preguntado si estaba en un bazar oriental, un souk en Bagdad, o
en un lugar cristiano.
A menudo oímos hablar de la Edad Media como una época de ignorancia, temor y
pobreza. Veamos más allá de este mito. Es importante reconocer que la primera gran expansión
comercial en Occidente se produjo durante este período de la historia. Hasta entonces la
actividad mercantil estaba confinada a pequeños grupos de familias de comerciantes, a menudo
judíos por fe o por nacimiento. Pero en la Alta Edad Media, se multiplicaron en Europa las
ciudades y pueblos comercialmente autónomos. El tamaño de estos centros mercantiles variaba
desde las grandes ciudades flamencas e italianas hasta los pequeños y numerosos pueblos en
Alemania. La población dedicada al comercio por lo general incluía a pequeños minoristas,
artesanos independientes, mercaderes-empresarios y productores de bienes de lujo, como
también a quienes vivían de las ganancias por arrendamientos1.
Fue precisamente en esta época de la historia que surgieron las instituciones que hoy
llamamos bancos. En ese momento, como en el actual, la actividad bancaria no respetaba límites
geográficos ni fronteras de soberanía. En el siglo XVI las organizaciones bancarias en Flandes y
Florencia financiaron la conquista de Nueva España. Quienes hoy trabajan en los bancos de
Ginebra, Luxemburgo, Nueva York y Bruselas verifican rutinariamente en tiempo real lo que
sucede en los mercados financieros de Hong Kong y Sidney.
Durante el siglo XX la importancia de los bancos cobró relieve por diferentes iniciativas
llevadas a cabo por los gobiernos, como la creación de mercados comunes en la década del
sesenta, y, ciertamente, la tendencia de los gobiernos, legitimada por formulaciones keynesianas,
de tomar prestado capital extranjero para desarrollar políticas económicas expansionistas o
refinanciar deuda externa acumulada.
Desde la década del setenta, las políticas desregulatorias implementadas por los
gobiernos en todo el mundo han contribuido paradójicamente a dar mayor ímpetu al negocio de
los bancos. Este fenómeno abarca desde la eliminación de las restricciones al ingreso de bancos
extranjeros en los mercados domésticos hasta la ejecución de políticas que reducen los costos de
las transacciones bancarias (a veces llamadas “desintermediación”).
Una de las consecuencias de este proceso fue la emergencia de nuevas técnicas
financieras como los fondos de cobertura. Con el surgimiento de productos financieros mixtos
que incluyen tanto acciones (fondos) como bonos (deuda) desaparecieron las divisiones
tradicionales, lo que asimismo contribuyó a suprimir la distinción entre inversiones de corto y
largo plazo. La tasa de retorno en muchos de estos nuevos productos es bastante más elevada,
aunque también se trata de inversiones con mayor riesgo.
Para quienes trabajan en bancos, estos cambios son parte del mundo en el que viven. Hay
abundante bibliografía respecto de este tema y constituye la base de lo que se enseña a los
estudiantes de administración bancaria.
En efecto, es mucho lo que se escribe acerca de los horizontes cada vez más amplios de la
actividad bancaria; pero, en cambio, no se registra una producción similar de investigaciones
acerca de la dimensión moral de esta actividad, lo que resulta aún más notable si se observa lo
sucedido en siglos anteriores.
Hubo épocas de mucha reflexión sobre temas como la moralidad del cobro de interés, la
naturaleza y admisibilidad del crédito, y el carácter del dinero. Tales obras eran de gran alcance y
servían de base para evaluar moralmente un rango de actividades asociadas con la actividad
bancaria.
En parte, ello reflejaba la idea general de que si bien el negocio bancario es una actividad
comercial como cualquier otra, también afecta a lo que a menudo se conoce como bien común.
En términos generales, el bien común es el conjunto de condiciones que en una sociedad
determinada contribuye al desarrollo de todos sus miembros.
La expansión de la actividad bancaria en el mundo refleja la interdependencia cada vez
mayor entre individuos, asociaciones y países. Son precisamente los bancos los que han
cumplido un rol preponderante en esta integración, especialmente entre las economías fuertes del
primer mundo y las economías pobres de los países en desarrollo. Más aún, si se busca que los
países en desarrollo avancen hacia condiciones de prosperidad económica y superen la pobreza,
es fundamental que surjan allí bancos con la suficiente cantidad de reservas de capital y prácticas
crediticias robustas. Porque éstos son los factores que ayudarán al desarrollo de marcos
institucionales y culturas que promuevan la toma prudente de riesgos y la expansión de
emprendimientos tendientes al crecimiento económico sustentable.
Estas novedades no han hecho sino aumentar la inmensa responsabilidad de los bancos
como proveedores del combustible mismo del desarrollo económico. No obstante el cambio de
magnitud en la responsabilidad, los dilemas morales que hoy enfrentan los banqueros y los
bancos no difieren tanto de los que preocupaban a los mercaderes del norte de Italia cuando
comenzaban a abrir oficinas para el intercambio y el abastecimiento de monedas en la Europa
occidental del siglo XII.
Cuando este libro aborda las exigencias de la justicia y el bien común, lo hace respecto de
la banca comercial y no de la banca central. La segunda es una realidad muy importante en sí
misma e involucra cuestiones morales de distinto nivel, que van desde las consideraciones de los
bancos para fijar las tasas de interés y el grado de independencia del estado del que deben gozar,
hasta la pregunta de si se justifica su creación.
El itinerario de este libro es relativamente sencillo. El capítulo 2 describe con algún
detalle los conceptos morales fundamentales aplicados al tema de los bancos. Los conceptos
básicos que se analizan son: la naturaleza de la comunidad, el bien común y la justicia. El
planteo general es simple y carece de terminología técnica. El objetivo es presentar conceptos
específicos de manera clara, subrayando sus relaciones, y preparar así el camino para la
discusión de cuestiones morales típicas que enfrentan los bancos en los capítulos subsiguientes.
Señalados los conceptos morales fundamentales, los capítulos 3 y 4 ubican el origen de
las prácticas bancarias en su contexto histórico. Esta perspectiva familiariza al lector con las
características básicas de la actividad y lo pone al tanto de los debates morales cruciales que
conciernen a la banca; el más evidente, el de la usura.
Los dos capítulos siguientes examinan algunos de los típicos temas morales que enfrentan
los bancos hoy. El capítulo 5 considera el deber de justicia que los bancos tienen hacia la
sociedad. El capítulo 6 analiza la responsabilidad de los bancos respecto de sus clientes
individuales e institucionales. Esta división analítica no es estricta; se verá, por ejemplo, de qué
manera un problema como el de la insolvencia tiene no sólo una dimensión individual sino
social.
A esta altura, conviene aclarar el tipo de cuestiones morales que se abordarán. El foco
estará puesto, sobre todo, en la manera en que los bancos pueden encarar sus legítimas
actividades sin involucrarse en operaciones inmorales o actos injustos. La vida moral implica
mucho más que evadir el mal. Rechazar el mal, o negarse a cooperar con el mal, es sólo una
parte de lo que significa ser una persona moralmente buena. El siguiente paso es elegir el bien y,
en consecuencia, llevar una vida virtuosa. Evitar el mal es pues una condición necesaria para
buscar la virtud. No obstante, la conclusión de esta monografía esboza algunas ideas sobre la
vida virtuosa en la actividad bancaria.
Cabe advertir también que este breve libro no aspira a ser un análisis definitivo sobre las
exigencias de la verdad moral en la actividad bancaria. Intenta principalmente delinear un marco
para que los banqueros consideren las ideas de justicia y las apliquen a temas particulares. De
igual modo, las escuetas incursiones en la historia del dinero y de la banca son a lo sumo esbozos
de áreas consideradas con mayor detalle por otros autores. Confío en que la información básica
que presento le permita al lector reflexionar acerca de que la aspiración de justicia del ser
humano debería estar en la base de las decisiones que toman los bancos y los banqueros.
Finalmente, aunque el marco y el análisis de este libro pueden resultar de interés para
todo el que se desempeña en la industria bancaria, espero que sea de utilidad especialmente para
quienes trabajan en países que luchan por salir de la pobreza, o que aún están remontando el
legado del socialismo o el comunismo. Un economista ha sugerido en años recientes que no es
por falta de medios o empresas que muchos países están sumidos en el subdesarrollo; de hecho,
sostiene, sus ciudadanos poseen bienes, pero no cuentan con los procesos y marcos
institucionales para producir riquezas2.
Este libro no se limita, pues, a señalar las ideas y los conceptos que ponen en
funcionamiento a los bancos, sino que intenta mostrar de qué manera una de las instituciones
más vitales para la prosperidad económica puede funcionar de acuerdo con algo que separa a los
seres humanos de los animales: la capacidad innata para la moralidad y para actuar con rectitud.
Notas
1. Ver A. Hibbert, “The Economic Policies of Towns”, Cambridge Economic History 3.
Cambridge, Cambridge University Press, 1963; 157-229, y F. Rörig, The Medieval Town, trad.
D. Byrant, London, Penguin, 1967.
2. Ver Hernando de Soto, The Mystery of Capital. London, Bantam Press, 2000.
II
CONCEPTOS MORALES BÁSICOS
En la ficción popular y en la prensa los banqueros suelen ser retratados como seres egoístas cuyo
único objetivo es explotar a los demás. Sin duda, algunos banqueros se comportan de esta
manera. Pero lo cierto es que si esto fuera lo habitual, el negocio de los bancos dejaría de
funcionar.
La actividad bancaria, como cualquier otra actividad comercial lícita, involucra a gente
que establece vínculos humanos. Estas relaciones tienen por lo general diferentes objetivos, pero
no obstante son el fruto de asociaciones duraderas entre individuos. La mayoría de las relaciones
que se establecen en el ámbito bancario apuntan a la toma de decisiones respecto de la propiedad
propia o ajena. Si bien el término propiedad se refiere normalmente a una parte del mundo
material que alguien ocupa o utiliza, en este contexto propiedad se refiere no sólo a tierras, lo
que está establecido en ellas de manera permanente y otros bienes, sino también al dinero y todo
lo que se pueda obtener por medio de él, incluyendo reclamos por servicios, recursos tales como
pólizas de seguro, y certificados de valores.
Las exigencias de justicia respecto de la banca implican relaciones entre personas,
relaciones muy específicas atinentes al ahorro, el intercambio y la circulación de literalmente
miles de millones de bienes. Este capítulo expone los principios básicos que deberían gobernar
tales relaciones a partir del hecho de que los seres humanos son por naturaleza criaturas sociales.
Personas individuales, seres sociales
Nuestra naturaleza social como seres humanos individuales se manifiesta desde el comienzo
mismo de nuestra existencia. Desde el momento de nuestra concepción, dependemos del sustento
materno para vivir. De bebés, somos indefensos y dependemos por completo de la benevolencia
de los demás, en especial de nuestra familia. A medida que crecemos, nuestras relaciones
trascienden el núcleo familiar y son cada vez más el resultado de nuestras decisiones. Nuestra
condición de seres sociales se reconoce, pues, en la limitada capacidad de depender sólo de
nosotros mismos.
Las formas de asociación humana rara vez son estáticas. Los nacimientos y las muertes,
por ejemplo, van modificando incluso a las familias. Tal vez sea conveniente pensar en las
asociaciones y comunidades humanas1 como la asociación o vínculo de personas durante un
lapso determinado. Podemos describir así una asociación humana como el conjunto de personas
cuya interacción y relación gira en torno de la organización de actividades con un objetivo
común.
Pero aunque sea necesario que un grupo cuente con un objetivo común para ser una
asociación, las diferencias entre asociaciones dependerán de los diferentes objetivos que se
proponga cada una de ellas. Una familia, por ejemplo, está unida por el compromiso común que
tiene cada miembro con el desarrollo de los otros miembros de la familia. Es decir, los miembros
de una familia eligen el desarrollo de los otros miembros de esa familia como un bien básico en
sí mismo. Éste es el bien común de la familia.
Este tipo de compromiso y objetivo común se diferencia de lo que el filósofo del derecho
John Finnis llama “relaciones de juego”2. Se trata de actividades en las que el objetivo de la
relación es la actividad que los participantes valoran como un bien para sí mismos. Por ejemplo,
un grupo de cuatro personas que juegan al tenis por su propio bien.
Sin embargo, otras asociaciones involucran actos colectivos que no siempre requieren el
consentimiento sobre el bien que se quiere alcanzar. En efecto, hay muchas acciones asociadas
en las que los objetivos que persiguen los participantes no coinciden con el objetivo común de la
asociación. Son lo que Aristóteles denomina “relaciones de utilidad”. Un ejemplo podría ser la
asociación entre un profesor y sus estudiantes en una clase semanal. El objetivo común de esta
asociación es la enseñanza de un curso. Pero probablemente los motivos por los cuales el
profesor y los estudiantes participan de esta asociación sean muy diferentes. Tal vez haya un
alumno que esté interesado en el curso simplemente porque es obligatorio para los estudiantes de
medicina. Otro quizá concurra porque está preocupado por un problema moral en particular. El
profesor puede estar enseñando por motivos diversos: la retribución para mantener a su familia o
probar algunas ideas nuevas con un público instruido.
A pesar de la diversidad de objetivos que prevalece en este caso, se trata de una
asociación que involucra a dos o más personas que acuerdan respetar ciertas condiciones. El
grupo está de acuerdo, por ejemplo, con que los estudiantes no conversen entre sí durante la
clase. Los estudiantes están de acuerdo con pagarle al profesor siempre que efectivamente dicte
el curso. Todos aceptan la idea de que el profesor sea de hecho quien dirija la clase y que por ello
merece un trato diferencial por parte de los estudiantes. De igual modo, todos los participantes
del grupo están de acuerdo con que el curso comience y termine en horarios convenidos. Todos
están de acuerdo con que el curso verse sobre medicina y no sobre biología.
En conjunto, todas estas condiciones pactadas e intereses recíprocos conforman un bien
común instrumental que permite a los integrantes de la relación perseguir objetivos diferentes. Se
trata de un bien común instrumental en tanto y en cuanto cada participante lo valora por el hecho
de que puede alcanzar objetivos diferentes. Ello no significa que los miembros se desinteresen
por los objetivos de los demás. Y, sin embargo, el grupo no debe su existencia a que los
participantes hayan elegido el desarrollo individual de cada miembro como un objetivo en sí
mismo.
En consecuencia, podemos ver que diferentes formas de comunidad tienen naturalmente
diferentes fines y propósitos. No cabe pretender que todas las asociaciones sean como la familia
o el estado. Aunque es posible que haya relaciones de familia, de juego y de negocios dentro de
una asociación, el predominio de un tipo de relación hará que todas las asociaciones se inclinen
natural-mente por un tipo de actividad en particular y no por otra.
El bien del matrimonio, por ejemplo, es la participación de un hombre y de una mujer en
la entrega mutua de sí mismos durante toda la vida y de manera exclusiva, consumada a través de
actos sexuales con fines reproductivos. No se puede decir lo mismo de la relación que existe
entre un banco y una empresa a la cual el banco le ha prestado dinero. Si bien el fin inmediato de
esta relación es la ganancia, el dinero mismo es el bien instrumental que permite que las
diferentes personas involucradas en esta relación persigan lo que probablemente sea una variedad
de fines.
Es posible que se desarrollen relaciones de juego, de amistad o incluso de familia dentro
de un banco. Hasta pueden surgir relaciones similares entre algunos miembros del banco y de la
empresa. Pero ninguna de ellas cambia esencialmente la naturaleza de la asociación que se
configura en un banco. La asociación que conforma un banco está centrada en el mutuo acuerdo
de sus miembros para buscar un bien instrumental mediante el cumplimiento de ciertas
condiciones pactadas, tales como el pago de sueldos, el horario de trabajo y otras.
Como individuos, los miembros de la asociación bancaria tienen la oportunidad de
participar a través de su trabajo de las virtudes que están en la base del desarrollo humano.
Cuando el gerente, el cajero o el director de un banco realiza su trabajo de manera sobresaliente
está jugando su virtuosismo como el músico talentoso que interpreta a Mozart.
De las cuatro virtudes cardinales (prudencia, templanza, justicia y fortaleza), la justicia es
la que tiene más consecuencias inmediatas para las actividades asociativas. Y es también un
concepto que permite analizar las obligaciones que tienen los bancos en relación con otros
individuos, la sociedad y el bien común.
La justicia y el bien común
En las escrituras cristianas y judías, la palabra justicia se usa generalmente para describir la
santidad y la bondad. En sentido más estricto, justicia también se usa para referirse a la rectitud
en las relaciones e interacciones humanas. En nuestra reflexión nos concentraremos en la
segunda de estas acepciones.
Aun en este sentido más estricto, justicia puede expresar conceptos diferentes aunque
relacionados entre sí. La justicia puede referirse a una situación que debe ser reparada (por
ejemplo, la propiedad robada a un individuo vuelve a su dueño y el ladrón es juzgado y
castigado). También puede aludir a la decisión justa o al acto justo de una persona (por ejemplo,
un juez se atiene a la ley para juzgar los hechos y de esta manera resuelve con justicia).
Hablamos de justicia asimismo cuando decimos de una persona que es justa porque siempre
actúa de manera justa. Por último, podemos decir que el término justicia describe un tipo de
relaciones que nos permitiría expresar: “Gran Bretaña es una sociedad justa” 3.
Santo Tomás de Aquino en Summa Theologiae dio una célebre definición de justicia
como el dar a cada uno lo suyo4. Por lo tanto, justicia es darle un trato justo a los demás. Ello
significa que cometer una injusticia con otro no implica necesariamente violar un compromiso
anterior. Robar a otro no viola un compromiso anterior, pero es injusto precisamente porque
significa darle un trato injusto a la persona a la cual se le roba.
Sin embargo, la justicia puede suponer cumplir con compromisos pactados previamente.
Cuando firmamos un acuerdo con otra persona normalmente estamos mutuamente obligados al
cumplimiento de los pactos convenidos. No obstante, puede haber excepciones. Un soldado no
está obligado a obedecer a sus superiores, a quienes ha jurado lealtad, si ellos le ordenan matar a
un prisionero; es justo dejar de cumplir este deber. En otras palabras, la exigencia de ser justos
con los demás no sólo subyace al requisito de cumplir con las obligaciones previamente
acordadas con otros sino que lo excede. En el caso señalado más arriba, matar prisioneros es
injusto. En consecuencia, el soldado puede en justicia negarse a obedecer la orden. Podemos ver
entonces que la justicia no se reduce sólo a cumplir con una obligación (en este caso, obedecer
las órdenes de los superiores). Ni tampoco a un intercambio objetivamente análogo. El soldado
que se niega a matar al prisionero no lo hace porque el enemigo se rehusará a matarlo si cae
capturado; se niega porque es malo en sí mismo matar a un prisionero desarmado que ha cesado
las hostilidades5.
Sobre la base de este análisis, podemos identificar tres elementos esenciales en la justicia:
1. La relación con los demás: La justicia se refiere a nuestras relaciones y
tratos con las demás personas. Es decir, la noción de justicia sólo puede aparecer
cuando hay más de una persona involucrada en una cuestión práctica que
concierne a situaciones o interacciones que se refieren a ambas. Una injusticia es
así cualquier acto inmoral cometido por una persona que repercute negativamente
en una o más personas.
2. El deber: La justicia se ocupa de lo que es debido (como lo indica la
palabra latina debitum) a otro, y por tanto aquello a lo que otra persona tiene
derecho. Por definición, esto abarca no sólo los deberes positivos que tenemos
hacia otros, sino también los deberes negativos que involucran evitar hacerle mal
a otros.
3. La igualdad: No se refiere a un tipo de igualdad geométrica o numérica.
Otorgarle la misma educación a un adulto que a un niño no es un trato igualitario.
Más bien, evocaría la idea de proporcionalidad en el sentido que le dio Aristóteles
en su Ética a Nicómaco a la palabra proporción para describir una “igualdad de
ratio”6. En este sentido, el parámetro de la justicia abarca la Regla de Oro: “Trata
a otros como te gustaría que te trataran a ti” (Mateo 7, 12, Biblia de Jerusalén).
Por tanto, vemos que la justicia deriva, en parte, de los requerimientos de la
imparcialidad.
La justicia, entonces, se ocupa en gran medida de realizar aquellas condiciones que
constituyen el bien común de una asociación de personas. La cuestión es de qué manera vivir
plenamente las exigencias de la justicia.
Sabemos que ser justos con los demás requiere actuar de una manera justa. En ese
sentido, la justicia es una virtud: una disposición habitual y firme a hacer el bien. Como virtud
moral, escribe Santo Tomas, la justicia significa “la constante y perpetua voluntad de dar a cada
uno su derecho”7. Saber que la justicia es una virtud subraya la importancia de que cada persona
cuando elige actúa de manera justa con los demás. Es en este sentido que podemos hablar de la
noción de justicia general como el deber de promover y respetar todo bien común que dé lugar a
asociaciones y relaciones de cooperación entre individuos y grupos8.
Justicia distributiva
Pero la disposición por parte de los individuos a ser justos no es suficiente para facilitar el bien
común de una sociedad. Nadie puede desarrollarse de manera estable si no existe algún tipo de
organización eficaz de personas, recursos y empresas. Esta organización incluye algún tipo de
orientación y ayuda, así como también ciertas pautas de no-interferencia y dominio de sí. Ello
significa que todos los recursos comunes disponibles que ayudan al hombre a desarrollarse deben
ser distribuidos de manera que sirvan al bien común.
Podemos entonces decir que la justicia distributiva apunta a la equidad en la relación
entre comunidades y miembros de la comunidad. No hay mediciones precisas ni criterios para
resolver las cuestiones de distribución. Tiene que ver, en cambio, con la razonable valoración del
papel y las responsabilidades asumidas por los individuos, las diferentes necesidades, la
deserción y la colaboración, y el grado hasta el cual algunos toman los riesgos previstos,
aceptados y evitables, mientras que otros no.
Desde este punto de vista, es posible comprender que puede ser justo para un ejecutivo
con varios años de antigüedad ganar más que una secretaria por su mayor nivel de
responsabilidad.
Comenzamos a ver que puede ser justo para un empresario ganar más dinero que un
funcionario público, dado que el primero está dispuesto a asumir riesgos que el último no
correrá. Pero también es posible comprender que puede ser justo que una compañía compre los
muebles adecuados para sus empleados en sillas de ruedas por las necesidades particulares que
tiene este grupo.
Justicia conmutativa
Las exigencias de la justicia distributiva se refieren al uso y la posesión de recursos, y la manera
en que dichos recursos pueden promover o desalentar el desarrollo de los seres humanos. Sin
embargo, hay un número considerable de relaciones e interacciones entre personas en las que se
juegan cuestiones de distribución, y no obstante plantean el problema de lo que significa una
justa relación entre las personas afectadas en esa situación. Estas cuestiones de justicia
conmutativa incluyen la necesidad de hallar soluciones para los tratos entre individuos, sea que
supongan relaciones voluntarias (tales como las transacciones de negocios) o involuntarias (en
las cuales uno se involucra con otro, por ejemplo, en un robo)9. Ellas también involucran
transacciones entre individuos y grupos que necesitan algún tipo de solución.
¿Cuáles son entonces las relaciones que están en la órbita de la justicia conmutativa?
Obviamente, las que se establecen entre personas determinadas. Cuando, sin ninguna razón
valedera, incumplo mi contrato con otra persona, estoy siendo conmutativamente injusto. Otro
ejemplo puede ser el de la difamación o el perjurio.
Una segunda categoría serían los deberes de justicia conmutativa con más de una
persona. Según Finnis, la obligación de diligencia de muchos sistemas modernos de
responsabilidad extra contractual entra en esta categoría10.
Por último, existen relaciones en las que la justicia conmutativa implica deberes hacia las
legítimas autoridades del estado. Pueden citarse como ejemplos: la traición, el desacato al
tribunal y el perjurio. Estrechamente vinculadas a estos deberes están las obligaciones de las
legítimas autoridades del estado hacia los individuos sujetos a su jurisdicción. Es altamente
posible que una política económica cumpla con las exigencias de la justicia distributiva, y los
encargados de implementarla lo hagan de manera irregular e ilícita.
Uso común, propiedad privada
Este breve análisis de la naturaleza de la justicia indica que sus principios tienen implicancias
significativas para determinar si la posesión y el uso de bienes materiales en una sociedad
determinada son justos o no. Al considerar esta cuestión, debemos recordar que el fin de la
justicia es el bien común: las condiciones que permitan que todas las personas cuenten con la
libertad para actuar tendiendo a la promoción del desarrollo humano. Ello tiene consecuencias
para la vital cuestión del uso y la posesión de bienes. Pues en tanto y en cuanto sea justo, un
sistema de propiedad identifica muchas responsabilidades respecto de la posesión y el uso de los
bienes.
Desde el comienzo de la historia humana, los hombres han dominado el mundo material.
Todos los elementos de la naturaleza (excepto el hombre mismo) son recursos que pueden con
justicia ser usados, y en algunos casos consumidos, para beneficio de las personas11. A través del
uso de las cosas, la gente hace que gran parte del mundo material se transforme en propiedad; es
decir: algo material se vincula moralmente de un modo especial a una o varias personas en
particular.
Pero la cuestión es que ninguna porción del mundo material fue asignada en el comienzo
para el uso de alguna persona en particular. En este sentido, los bienes del mundo son comunes
porque los recursos de la tierra son para ser usados por y en beneficio de todas las personas. Ello
no significa que en el comienzo las personas humanas fueran propietarias conjuntas del mundo
material, y cada una de ellas por partes iguales. Más bien significa que nada de lo que se
encuentra en la naturaleza bajo el dominio del hombre tiene un cartel que diga: “Este bien le
pertenece a esta persona y no a aquella, a este grupo y no a aquel”. En el comienzo, como ahora,
los bienes materiales fueron provistos para el uso de todos.
Este dominio humano común sobre el mundo material es más básico que la propiedad.
Pero ello no significa que las cosas deban ser poseídas en conjunto. El sentido de una asociación
y de otras empresas conjuntas es el desarrollo de cada uno de sus miembros individuales, lo que
a su vez determina el desarrollo del grupo. Ahora bien, para desarrollarse las personas necesitan
hacer elecciones y actuar. Ello incluye elecciones y acciones respecto del uso de las cosas. Por
este motivo, en aquellos campos de la actividad humana donde los individuos o grupos puedan
facilitar el desarrollo humano a través de la propiedad privada y el uso de bienes, es justo que la
ejerzan. Ello incluye la actividad económica.
La cuestión de cómo deberán usarse los recursos de la tierra para el beneficio de todos es
algo que deberán resolver todas las personas de manera racional. El principio del uso común
significa que todo acuerdo para poseer objetos por parte de individuos debe ser considerado
como una manera de asegurar el uso común. Por este motivo, al usar esos bienes, la gente debe
considerar las cosas exteriores que legítimamente posee no sólo como propias, sino como
comunes en el sentido de que sus posesiones deberían beneficiarlos no sólo a ellos sino también
a otros. Podemos entonces decir que cualquier bien terrenal de una persona es suyo en el sentido
de que lo posee, pero no en el sentido de que sólo él pueda usarlo; pues mientras él no lo necesite
para satisfacer sus necesidades, otros deberían poder usarlo para satisfacer las propias.
El derecho a la propiedad privada es la manera normativa por la cual se realiza el
principio de uso común. En primer lugar, la propiedad privada es esencial para el desarrollo de la
confianza en sí mismo. En segundo lugar, la propiedad privada ayuda a expresar y desarrollar
nuestra personalidad: cuando somos dueños de algo, podemos elegir usarlo para poner de
manifiesto nuestra preocupación por los demás, ya sea por medio de donaciones o invirtiendo en
industrias productivas que generen empleo. En tercer lugar, la propiedad privada o la perspectiva
de acceder a ella incentiva a la gente a contribuir en mayor medida con la sociedad que la rodea;
la anima a trabajar, a ser emprendedora, y a generar riqueza para sí y para otros. Por último, la
propiedad privada permite a las personas expresar de modo directo su genuina responsabilidad
por sí mismas y por los demás.
A estas justificaciones morales de la propiedad privada, podemos añadir tres motivos
citados por Santo Tomás para explicar por qué la asignación de bienes a dueños determinados es
moralmente lícita e incluso necesaria12.
En primer lugar, los individuos tienden a evitar la responsabilidad sobre aquello que no
es de nadie y a cuidar más lo propio que lo que es común a todos. Segundo, si todo el mundo
fuera responsable de todo habría una gran confusión. Tercero, cuando se dividen los bienes se
logra por lo general una situación de mayor tranquilidad, mientras que tener cosas en común a
menudo implica tensiones. Por ello se justifica la propiedad individual, entendida como el poder
de administrar y disponer de las cosas.
Pero Santo Tomás señaló claramente que el uso de las cosas es una cuestión totalmente
diferente. El uso no justifica tener las cosas como exclusivamente propias (ut proprias) sino
como algo común; es decir que, después de haber satisfecho las necesidades propias y de la
familia, se debe usar el excedente para beneficiar a los demás.
Algunas veces esto puede significar literalmente dar algo que poseemos a gente con
necesidades, cuyo uso implica el consumo del bien. Pero compartir el uso de los bienes propios
con otros no necesariamente supone que el donante deba discontinuar su uso o posesión de ese
bien. El uso de la casa de una persona, por ejemplo, para albergar a alguien que está pasando un
momento de necesidad tal vez no sea un caso de ayuda con bienes superfluos. En cambio, es la
instancia de una persona que comparte un bien básico para el propio bienestar sin renunciar a la
posesión misma del bien13.
Por cierto, no existe casi ningún individuo que, habiendo satisfecho sus necesidades
básicas, sepulte bajo tierra el sobrante de riqueza. Invariablemente, prefiere invertirla. Algunas
veces esta inversión se realiza en negocios que emplean gente y crean mayor riqueza, que a su
turno será invertida. Otras, se invierte en bancos, que, como luego veremos, dan acceso a los
recursos monetarios que otros necesitan como base material para su propio crecimiento.
En ese sentido, los bancos son una de las asociaciones que permiten que la gente satisfaga
prudentemente su obligación de usar el excedente de riqueza para el bien común, y de esta
manera para el desarrollo de otros. Como señalaron Antoine de Salins y François Villeroy de
Galhau: “Los ahorros de algunos sirven para financiar las inversiones de otros, con la esperanza
de que este circuito financiero colabore para alcanzar el óptimo crecimiento financiero” 14.
El surgimiento de bancos como forma de asociación que allana el principio del uso
común fue, de alguna manera, la consecuencia de la complejidad creciente en los sistemas de
propiedad privada. Con el transcurso del tiempo, es probable que los sistemas de propiedad se
tornen aún más sofisticados. Tal vez comiencen, por ejemplo, a desarrollar reglas y costumbres
que faciliten a la gente el reconocimiento de quién es dueño de qué para resolver la potencial
falta de claridad en casos como el de los límites territoriales imprecisos. Los mismos sistemas de
propiedad también ponen en práctica reglas para compartir la posesión de algo y para señalar la
diferencia entre dueños y usuarios de la propiedad (ej.: el propietario y el inquilino).
Estas reglas permiten que la propiedad en manos privadas pueda ser usada por personas
diferentes en momentos diferentes y algunas veces al mismo tiempo. Además, una vez que se
establece un producto primario o algún símbolo de valor, tal como el dinero, es posible asignar
un valor comparativo para diferenciar cosas e intercambiarlas. Ello a su vez puede alterar la
relación entre los dueños y su propiedad. Un título de propiedad puede ser comprado, vendido o
depositado para garantizar un préstamo. Organizaciones tales como los bancos surgen en parte
para administrar y facilitar tales operaciones.
Conclusión
Aunque este capítulo sea apenas un esbozo de los principios morales básicos más atinentes a
nuestro tema, tal vez los lectores ya hayan comenzado a comprender de qué manera éstos tocan
la realidad moral del mundo bancario. Ahora podrán pensar en los bancos, ya no como
instituciones anónimas, sino como una forma de asociación humana claramente diferenciada del
estado y la familia.
Tal vez hayan comenzado a reflexionar también acerca de la manera en que los bancos,
como forma de asociación humana, pueden promover u obstaculizar el desarrollo de la justicia
distributiva en determinada sociedad, sin olvidar las varias transacciones bancarias sujetas a las
exigencias de la justicia conmutativa.
Acaso también hayan comenzado a advertir que la actividad bancaria es una tarea con
enorme potencial para que los bienes en manos privadas sean puestos al servicio de la
comunidad, permitiendo a otros adquirir y producir bienes que puedan a su vez ser usados por
sus dueños para su desarrollo como personas.
Todos los principios considerados en este capítulo tienen profundas implicancias en
temas que van desde el secreto bancario, la naturaleza de la especulación y el cobro de interés
hasta la compleja cuestión de la quiebra. Para la solución de muchos de estos problemas es
preciso aplicar más de uno de estos conceptos.
Sin embargo, para continuar indagando en los problemas morales que habitualmente
enfrentan los bancos, necesitamos explicar qué es la banca y qué no es, la forma en que ha
evolucionado y algunos de los elementos clave de la actividad bancaria, como el dinero, el
interés y el crédito. Tal como veremos, de manera sorprendente el análisis de estos temas se ha
centrado por lo general en las dimensiones morales de la actividad bancaria más que en su
naturaleza económica.
Notas
1. Empleo las palabras comunidad y asociación de manera indistinta a lo largo de este
libro.
2. Ver John Finnis, Natural Law and Natural Rights. Oxford, Clarendon Press, 1980. p.
139.
3. Sigo el enfoque de justicia de Germain Grisez en Living a Christian Life: Way of the
Lord Jesus. Quincy, Ill, Franciscan Press, 1993. pp. 320-22.
4. Ver Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, ed. T. Gilby, O.P: Londres,
Blackfriars, 1963: II-II, q. 58, a.1.
5. Sigo el enfoque de justicia de Grisez en Living a Christian Life, p. 320-22.
6. Ver Aristóteles, The Nichomachean Ethics (Ética a Nicómaco), 3, trad. J. Thomson.
Londres, Penguin, 1976. pp. 1131 a 31.
7. Ver Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II, II, q. 58, a. 1.
8. Ver Finnis, Natural Law, pp. 184-88.
9. Ver Aristóteles, Ethics. 2; 1131a1.
10. Ver Finnis, Natural Law, p. 180-81.
11. Para esta cuestión, ver John Finnis, Aquinas: Moral, Political, and Legal Theory.
Oxford, Oxford University Press, 1998. p. 189.
12. Ver Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 66, a. 2. En esta sección,
Santo Tomás abreva en Aristóteles, Politics, trad. J. Thomson. Londres, Penguin, 1976: 2.5.
13. El tema de cómo abordar casos de extrema necesidad requiere de alguna explicación.
En tales situaciones, la cuestión de si un bien es superfluo o no se torna irrelevante. En casos de
extrema necesidad todos los bienes son comunes, es decir, deben ser compartidos. Cuando se
está sometido a necesidades urgentes, la diferenciación secundaria de la propiedad se resuelve
mediante el principio primario de uso común en su forma primitiva. Aunque se deban cumplir
ciertas condiciones estrictas (ver Santo Tomás, Summa Theologiae, II-II, q. 66, a. 7) Santo
Tomás establece que: “si la necesidad es tan manifiesta y urgente que es evidente que la
necesidad presente debe ser remediada por cualquiera sea el medio a mano (por ejemplo, cuando
una persona corre un peligro inminente, y no hay otra solución posible), entonces es lícito que un
hombre atienda a su propia necesidad por medio del uso de la propiedad de otro” (Santo Tomás,
Summa Theologiae, II-II, q. 66, a. 7). En otro lugar, Santo Tomás ofrece una señal más clara de
lo que constituye peligro inminente. Al analizar la limosna, observa que “no todo tipo de
necesidad nos obliga como una cuestión de rigurosa obligación, sino sólo lo que es una cuestión
de vida o muerte. Aquí se aplica el dicho de Ambrosio: ‘Alimenta al moribundo. Si te niegas, lo
matas’” (Santo Tomás de Aquino, II-II, q. 32, a. 5).
14. Ver Antoine de Salins y François Villeroy de Galhau, The Modern Development of
Financial Activities in the Light of the Ethical Demands of Christianity. Ciudad del Vaticano,
Libreria Editrice Vaticana, 1994. p.18.
III
DINERO, USURA E INTERÉS
En el mundo occidental contemporáneo, todos los bancos cobran un interés por los préstamos y
otorgan facilidades de crédito. Desde el punto de vista moral, estos temas son relativamente poco
controvertidos. Si bien ocasionalmente se oyen quejas sobre los bancos (algunas veces con un
dejo antisemítico), son pocos los que cuestionan la validez moral básica de estas actividades.
Por eso puede resultar sorprendente enterarse de que no siempre haya sido así. A lo largo
de gran parte de la historia occidental hubo encendidos debates acerca de la justicia de muchas
de las actividades asociadas con los bancos. Estas controversias ocuparon la mente de algunos de
los teólogos y filósofos más notables de Occidente.
Sin duda, ello se debe al vínculo entre los bancos y el dinero. No por nada las palabras de
San Pablo –“porque la avaricia es la raíz de todos los males” (1 Tim. 6, 10)– fueron tomadas en
serio tanto por cristianos como no cristianos. El texto paulino a menudo sufre una modificación;
se dice: “el dinero es la raíz de todos los males”, error por el que muchos condenan cualquier
actividad asociada con el dinero per se. El mismo error también ha llevado a la ignorancia
generalizada de la importante función que cumple el dinero para facilitar el principio del uso
común.
También es sorprendente descubrir que mucha gente no termina de entender las funciones
específicas de los bancos. Para la gran mayoría, un banco es el lugar donde se deposita el
excedente de ingresos, o al que se recurre cuando se necesita un préstamo para comprar una
propiedad o comenzar un negocio. Rara vez se piensa que los bancos pueden ser algo distinto de
compradores de capital en forma de dinero, y mucho menos en cómo surgió esta relación.
El uso y el ahorro del dinero, como toda actividad que involucra una libre elección,
conlleva una potencial oportunidad para la virtud, pero también para la injusticia. Es, además,
esencial a la función de los bancos. Por ello, cualquier análisis acerca de las obligaciones que
tienen los bancos con la justicia debe poner el foco en los orígenes y en el uso del dinero y en el
papel que desempeña dentro de la sociedad.
El estudio del dinero es un tema muy amplio. Este capítulo no pretende abarcarlo en su
totalidad. Se propone, en cambio, ilustrar de qué manera las discusiones en los períodos
medieval y moderno temprano no sólo ayudaron a fijar las pautas morales básicas para la
actividad bancaria, sino también a establecer las funciones esenciales de la industria bancaria.
Los orígenes del dinero
Conocer la naturaleza del dinero es clave para entender cuestiones que van desde los ciclos de
negocios, el crédito y el comercio hasta el interés y los salarios. No puede haber bancos sin
dinero. Sólo por este motivo, no debería sorprender que el surgimiento del dinero haya precedido
a la creación de instituciones en las cuales la gente puede depositar el excedente de su dinero.
Tanto los bancos de emisión (tales como el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo y la
Reserva Federal de los Estados Unidos) como los bancos de crédito y de depósito se ocupan del
dinero.
Wilhelm Röpke, economista y filósofo social suizo alemán, escribió que es imposible
comprender la historia de las civilizaciones si no se presta atención a la manera en que el dinero
configuró a la sociedad humana1. Pero no ha sido fácil ni para los historiadores ni para los
teóricos monetarios identificar los orígenes del dinero en la historia de la humanidad.
Menos problemático fue establecer por qué surgió el dinero como un elemento esencial
en la vida económica. Hay consenso casi universal respecto de que el dinero surgió porque pudo
satisfacer el requisito más básico de ser aceptable e intercambiable como medio habitual de pago
para bienes y servicios.
La actividad comercial normalmente comienza con algún tipo de trueque. En un sistema
de trueque no siempre es posible hallar a alguien que quiera intercambiar bienes. Un vendedor de
caballos, por ejemplo, tal vez no necesite motores de automóvil. Las limitaciones obvias del
trueque dieron origen a la introducción de las monedas como medio de intercambio.
Decir que la aparición de la moneda a gran escala fue algo revolucionario es restarle
importancia. Con el dinero, la gente ya no necesitó intercambiar directamente un bien por otro.
Una mercancía podía ser intercambiada por una suma de dinero y vice-versa. La rapidez y
comodidad que introdujo en las transacciones económicas llevó rápidamente a que el dinero se
transformara en el medio para intercambiar mercaderías. Tan valioso fue este servicio que no
sorprende que en muchas culturas el dinero en seguida haya tomado forma en metales de alto
valor, como el oro y la plata.
En el mundo antiguo, el uso de dinero como medio de intercambio dependía de que la
gente que tomaba el dinero aceptara que tenía el peso correcto. Abundaban las oportunidades de
fraude: se trataba de convencer a los demás de que el dinero pesaba más que lo que hubiera
indicado la balanza. Para sortear este problema, a menudo la materia (oro, plata, etc.) del dinero
que se ofrecía se pesaba antes de completar la transacción comercial.
Alrededor del siglo II a.C. se introdujeron unidades de peso de estos metales en gran
parte del mundo mediterráneo. Estos metales recibían un sello oficial que garantizaba su pureza
y su peso, lo que permitió que la gente que realizaba una transacción comercial se despreocupara
por el peso y confiara en el cálculo del contado. Muchos términos que designan unidades
monetarias actuales –libra, por ejemplo– recuerdan esta historia.
Durante algún tiempo, estas monedas fueron valuadas de acuerdo con su valor material.
Una moneda de una libra de oro tenía el valor de una libra de oro real. Pero con el tiempo, la
moneda comenzó a ser emitida con un valor simbólico. Una moneda de una libra de oro ya no
valía exactamente lo mismo que una libra de oro real. Ya no había una correlación exacta entre el
valor de intercambio de la moneda y su valor material real2.
También el papel moneda tuvo originalmente un valor material. Pero era diferente de la
moneda metálica porque fue inicialmente empleado como un recibo por una cantidad
determinada de metal que un banco guardaba como depósito. El papel moneda era un reclamo
ante el banco que, además, circulaba. La institución debía entregar el metal cuando le
presentaban el recibo; es decir, un billete de banco.
Las funciones del dinero
Algunas características del dinero lo igualan a cualquier otra mercancía; por ejemplo, su valor
está determinado por la oferta y la demanda. Pero otras lo diferencian: en sentido estricto, el
dinero no sirve en última instancia para satisfacer una necesidad real, como lo harían una
comida, una casa o un vehículo. Ciertamente, tal como observó Röpke, el dinero puede dar un
grado de satisfacción real a algunas personas, por ejemplo a quienes les gusta coleccionar
monedas3. Pero en términos generales, proporciona lo que este autor llama “satisfacción por su
circulación”; es decir, “no obtenemos una satisfacción del dinero comiéndolo, sino gastándolo y
haciéndolo circular, intacto, de una mano a otra”4. Otra diferencia es que mientras algunas
mercancías desaparecen del proceso de intercambio luego de ser consumidas, es precisamente
por su calidad circulatoria que el dinero no se extingue.
Sin embargo, el dinero ha asumido funciones específicas que subrayan su singularidad.
La dimensión funcional del dinero es crucial dado que define su utilidad misma. Lo que se
constata en las épocas en las que una determinada moneda se vuelve inútil. En tales
circunstancias, es casi automáticamente reemplazada por alguna mercancía escasa, como el café
o los cigarrillos en Alemania inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, o una
divisa extranjera. Para los economistas, “cualquier cosa que sea generalmente aceptada como
medio de intercambio puede ser considerada dinero”5.
Una población le dará valor a una moneda cuando cumpla con las siguientes funciones:
En primer lugar, el dinero sirve como forma general de pago porque actúa como medio
de intercambio6.
En segundo lugar (especialmente desde el punto de vista legal), el dinero es la última
forma que tiene una persona de liquidar sus deudas. Esto es cierto en la mayor parte del mundo
donde se le ha dado al dinero el estatus de “moneda de curso legal para todas las deudas,
públicas o privadas”. Ello permite que el deudor (quien está obligado a pagar) lo haga dándole al
acreedor (a quien se le debe el pago) algo que lo exime legalmente de esa obligación7.
En tercer lugar, el dinero crea una medida de valor general. Permite comparar el valor de
un bien o servicio con otro. Esto provee de un indicador para saber si el vendedor está realmente
vendiendo a precio de mercado, y se deriva de la cualidad única del dinero de calibrar casi
instantáneamente los cambios en la oferta y la demanda de bienes y servicios. Las empresas
deben estar en condiciones de calcular cuánto valor necesitan crear (ingreso) para poder gastar
valor (costo), y que les quede valor para futuras inversiones (ganancia). La valoración de los
factores de costo e ingresos anticipados se hace en unidades monetarias. En palabras de Röpke:
“Sólo el dinero hace posible un cálculo económico racional ya que ofrece un mecanismo para
comparar la producción y el consumo, las ganancias y los costos, y… reduce todas las cantidades
económicas a un común denominador”8. El dinero crea un mecanismo para la determinación de
precios; ello nos libera de la ignorancia y nos ayuda a establecer cuánto dinero se necesita para
comprar cualquier mercancía9.
En cuarto lugar, el dinero es un instrumento para guardar, transferir e invertir valor en
forma de capital. El economista Ludwig von Mises lo describió como un vehículo para transferir
valor a través del espacio y del tiempo. Sólo con la aparición del dinero se pudo comenzar a
elaborar el concepto de ofrecimiento de crédito. El dinero asumió entonces la función de
intermediario que permitía realizar transacciones tales como préstamos de capital. De manera tal
que el dinero no sólo permite transferir valor económico entre individuos y grupos, sino también
crear la relación acreedor-deudor.
Durante gran parte de la historia, el dinero desempeñó esas funciones por su valor
material, ya fuera el valor del cobre, la plata o el oro. En el mundo actual, dichas funciones se
cumplen independientemente de su valor material y se realizan bajo la forma de papel moneda o
billetes bancarios. Si bien éstos fueron alguna vez el instrumento para reclamar que determinada
institución pagara una cantidad de la materia empleada como dinero (ej., el oro), el dinero
representa ahora, en palabras de Johannes Messner: “un reclamo de cualquier bien de valor
especificado proveniente de la cooperación socioeconómica. Eso es simple-mente ‘poder de
compra’”10.
Cada una de estas funciones requiere de algún grado de estabilidad en el valor de una
divisa. Es más difícil, por ejemplo, que la gente confíe en una divisa si sufre fluctuaciones
salvajes y bruscas. Tales fluctuaciones van minando, por ejemplo, la capacidad de las personas
de tomar decisiones respecto del valor relativo de los bienes. Son muchas y buenas las razones
para la indignación de la gente a lo largo de la historia cada vez que los gobiernos depreciaron
sus monedas, como sucedió cuando se incorporó cobre en las monedas de plata11.
Uno de los motivos por los cuales los gobiernos llevaron a cabo tales devaluaciones fue
la necesidad de reducir la cantidad real de pagos de su deuda dejando a los acreedores con pocas
posibilidades de reclamo. En el largo plazo, esos manejos socavaron la solvencia crediticia de los
gobiernos, pues ¿quién querría prestarle dinero a gobernantes que podrían apelar a este recurso
para rehuir sus obligaciones?
A partir de la cuestión del crédito surge uno de los más largos y controvertidos debates
morales sobre el dinero y los bancos: el tema de la usura y la licitud de cobrar un interés por los
préstamos de dinero. Aunque a menudo fueron considerados un tema históricamente menor y por
lo general poco entendidos, estos debates fueron importantes y hoy no sólo ayudan a explicar el
surgimiento de la actividad bancaria como fenómeno preponderante, sino que también muestran
que el origen de los bancos está fuertemente ligado al comienzo del mundo del comercio.
Los debates sobre la usura
El sector bancario surgió en parte por el afán de que nada productivo quedara inactivo. Poco
después de la aparición del dinero, la gente quiso asegurarse de que se usaran todos los fondos
efectivamente posibles y potenciales.
La actividad bancaria surgió en un mundo cristiano; y más concretamente en el de
Occidente, que fue configurado, cultivado y defendido por la Iglesia Católica Romana. En
consecuencia, la cultura occidental incorporó un interés específico por el impacto de los actos
buenos y malos de una persona, y la especial preocupación por los pobres.
Al promover y defender la doctrina de que es ilícito explotar al prójimo, la Iglesia
inevitablemente se refirió el tema de cómo proteger a la gente de la explotación financiera. En
ese sentido, ni el judaísmo ni el cristianismo objetaron que la gente obtuviera una ganancia lícita.
Ambos consideraron que era moralmente aceptable obtener una ganancia cuando se proveían
bienes necesarios en un mercado libre.
Pero sí surgió una pregunta respecto de si era lícito obtener una ganancia vendiendo
dinero, o lo que ahora se conoce como interés: el pago mensual o anual de un porcentaje de la
suma prestada de dinero como forma de compensar el uso de dicho dinero.
Tanto judíos como cristianos sabían, por ejemplo, que el Antiguo Testamento insistía en
que la gente rica estaba obligada a prestar sin cargo a los pobres en situación desesperada. Se
consideraba que el prestamista tenía derecho a la devolución eventual de su préstamo, con el
tiempo, aunque era considerado moralmente preferible que renunciara al pago si estaba en
condiciones de hacerlo.
Esta actitud era comprensible en sociedades como la antigua Israel, que sólo contaba con
medios económicos primitivos y donde era muy probable que la gente pobre, agobiada por la
necesidad, tuviera que salir a pedir un préstamo y corriera el riesgo de ser explotada por quien
realmente merecía el título de usurero: alguien que cobraba intereses con tasas despiadadas, a
menudo aprovechándose de la ignorancia ajena. Por cierto, cada pueblo en la Europa occidental
medieval tenía su usurero12.
Los Padres de la Iglesia condenaron el cobro de interés por un préstamo de dinero. Era
injusto, argumentaban, cuando el prestatario era una persona pobre que buscaba formas de
sobrevivir, mientras el prestador era una persona rica con recursos para ayudar al hombre pobre,
si elegía hacerlo. La usura fue definida entonces como un préstamo para la subsistencia, a
diferencia de un préstamo de capital13. Esta distinción es crucial, ya que no parece haber habido
ninguna objeción seria a que la gente prestara capital a otros. Existen incluso pruebas
contundentes de que el clero proveía un tipo de servicio bancario a sus miembros14.
El problema es que no se captaba bien la diferencia entre préstamos monetarios y
préstamos de capital, y especialmente porque, como señaló un historiador, “en aquella época, no
se alcanzaba a entender el uso prudente y fructífero de los depósitos para crear créditos y, de esta
manera, una nueva fortuna real”15. Ello fue consecuencia, en parte, del carácter de la vida
comercial en Europa occidental hasta finales del siglo XI. Hasta entonces, los comerciantes
vivían vidas bastante itinerantes; sus viajes, ya sea por tierra o por mar, eran peligrosos. Si bien
al principio hacían negocios utilizando sus propias cuentas bancarias y llevando su dinero con
ellos, los mercaderes comenzaron a darse cuenta de que si viajaban juntos y formaban sociedades
podían minimizar los riesgos.
Los mercaderes italianos fueron líderes en ese sentido, al abrir lo que podrían llamarse
sucursales en las ciudades donde realizaban grandes negocios. Aquellos que tenían más monedas
de las que necesitaban para sus gastos inmediatos no dudaron en aprovechar esta oportunidad
para guardar su dinero en un lugar seguro. Ello llevó finalmente a que surgieran en Europa
numerosas instituciones que funcionaban como depósitos de dinero. Alrededor del año 1150, el
norte de Italia se había transformado en el centro bancario de Europa occidental y sus bancos
tenían sucursales en todas las ciudades y pueblos importantes.
Las dificultades permanentes para mantener el dinero seguro, especialmente cuando se lo
trasladaba, llevó a que aparecieran ciertas herramientas de importancia crítica para la banca
moderna. Aquellos que guardaban su dinero en dichas instituciones querían cada tanto reducir o
incrementar su masa monetaria, ya fuera directamente o instruyendo formalmente al banco a que
pagara cierta suma de dinero a un tercero. Aquí encontramos el origen de instrumentos bancarios
tales como el cheque y la cuenta corriente, y también de la letra de cambio. Esta última podía ser
comprada antes del plazo de pago con un descuento algo menor que su valor nominal. La
diferencia equivalía por lo general a los honorarios del comprador por hacerle el favor al
vendedor.
Nueva riqueza, oportunidades y problemas
Con el surgimiento y la expansión de nuevas riquezas comerciales en la Europa occidental del
siglo XII, hubo un correspondiente incremento en la demanda de dinero. El mayor consumo y el
aumento de los procesos de intercambio no fueron sus únicas causas; también respondió a la
necesidad de utilizar el dinero como medida y depósito de valor. Una vez que el dinero comenzó
a cumplir esta finalidad, más gente comenzó a darse cuenta de que el dinero podía ser usado para
crear nuevas y mayores riquezas a través de la inversión. En otras palabras: el dinero pasaba a ser
un capital.
En no menor medida el dinero asumió esta cualidad porque el aumento de población
requería una explotación más eficiente de los recursos del mundo para satisfacer las necesidades
humanas. Como hemos visto, la Iglesia no objetaba que la gente obtuviera una ganancia al
intentar satisfacer tales necesidades. Este pro greso, sin embargo, planteó el problema de si era
correcto cobrar un interés sobre el dinero prestado a alguien para que pudiera emplearlo en un
emprendimiento comercial.
En los tiempos modernos la respuesta es invariablemente: “sí”. Pero en el contexto
histórico de la Europa medieval, se temía que tales préstamos pusieran en riesgo el principio de
que los pobres deben tener acceso al dinero en tiempos de necesidad económica. Dichos temores
surgieron, en parte, por una visión estática de la economía. Para la mayoría del mundo medieval
y moderno temprano era incomprensible la idea de crecimiento económico.
Esta idea se entiende mejor cuando se advierte el peso de la influencia del derecho
romano –predominante en la mayor parte de Europa occidental– para abordar la cuestión. De
acuerdo con el derecho romano, no se podía cobrar un interés sobre un préstamo personal como
el mutuum16. Técnicamente el mutuum consistía en un préstamo por el cual una persona
entregaba a otra algo, que no necesariamente era dinero; podía ser algo fungible (res fungibilis):
algo que se podía medir tanto en cantidad como en calidad, que se consumía con el uso y por ello
no podía ser usufructuado. Si se tomaba prestado, sólo se podía devolver la misma clase y
cantidad. En tales circunstancias, la única responsabilidad del deudor era devolver la misma
cantidad tomada: una manzana por una manzana.
El derecho romano consideró el dinero como un medio de intercambio sin valor potencial
duradero futuro por sí mismo. El dinero era por tanto considerado fungible, incapaz de ser usado
para crear más riquezas; era estéril o incapaz de ser usufructuado. Consecuentemente no era
permisible cobrar interés sobre un préstamo de dinero17.
A medida que los planteos económicos en Europa occidental iban dejando de ser
estáticos para ser más dinámicos, generadores de riqueza, comenzó a advertirse que la
interpretación del dinero según el derecho romano resultaba insuficiente. Los canonistas y
teólogos empezaron a observar que, bajo ciertas condiciones, el dinero podía trascender su
naturaleza de simple medio de intercambio. Reconocieron que el mutuum excluía la posibilidad
de cobrar un interés intrínseco al préstamo en sí; pero establecieron que un préstamo reunía
cuatro títulos extrínsecos.
(1) Uno se refería al pago de una multa si el dinero no era devuelto a tiempo.
Esta poena conventionalis –así se la llamaba– consistía en la diferencia entre la
deuda original y lo que se había pagado; la multa era el interés (la palabra interés
deriva del latín interesse, estar entre). Una vez aceptado esto, fue posible incluir
en los contratos cláusulas de penalidad por retraso en los pagos.
(2) Un prestamista podía sufrir un perjuicio a causa de la falta de devolución
a tiempo del dinero. Por lo tanto, podía reclamar por el daño emergente (damnum
emergens).
(3) También se contemplaba el reclamo por el lucro cesante (lucrum
cessans), que se daba cuando el prestamista perdía la oportunidad de una ganancia
debido a un préstamo hecho a otro.
(4) El prestamista podía solicitar un pago legítimo por el riesgo de pérdida de
su capital (periculum sortis)18.
Una vez establecidos estos parámetros, fue relativamente fácil para los entendidos como
Bernardino de Siena observar que “el dinero no sólo tiene el carácter de dinero, sino que además
tiene un carácter productivo que comúnmente llamamos capital”19.
Así las cosas, durante el Quinto Concilio Lateranense la usura fue definida como “la
ganancia o beneficio que se extrae del uso de una cosa que por su naturaleza es estéril, una
ganancia adquirida sin trabajo, costos o riesgos”20. Ello significaba que era permitido cobrar un
interés por el dinero usado como capital, porque el dinero usado como capital no era estéril. En
su comentario de éste y otros textos similares, el historiador Werner Sombart observa: “La
fórmula sencilla que expresaba la actitud de la autoridad eclesiástica hacia la cuestión del lucro
es la siguiente: el interés sobre un préstamo de dinero puro, en cualquiera de sus formas está
prohibido; lucrar sobre el capital, en cualquiera de sus formas, está permitido, ya sea que
provenga de un negocio comercial, o de un emprendimiento industrial o como seguro contra
riesgos de transporte, o por ser accionista en una empresa… o por el motivo que fuese” 21.
Por lo tanto, cuando el capital tomó la forma de dinero, y su uso trajo aparejado mano de
obra, costos, o riesgo por parte del prestamista, era aceptable en principio cobrar un interés. Los
canonistas y teólogos mantenían así la objeción judía y cristiana acerca de la explotación a los
pobres, mientras aclaraban simultáneamente que había una diferencia entre cobrar un interés
sobre los préstamos de dinero (algo inmoral) y cobrar un interés sobre los préstamos de capital
(algo moral). Para ayudar a que la gente entendiera la diferencia, la Iglesia insistió, y aún
continúa insistiendo22, en que ante cualquier préstamo se debían formular las siguientes
preguntas. Primera: ¿se cobraba un interés por el préstamo? Segunda: ¿era un préstamo de
capital comercial? Y tercera: si era un préstamo de capital, la tasa de interés ¿era justa (ej.: tasas
de mercado) o usuraria (irrazonablemente por encima de las tasas de mercado)? Responder a
estas preguntas ayudaba a establecer si el préstamo era usurario y por ello un pecado, o si era
legítimo. La usura en sí misma era pecado. El cobro de interés en sí mismo no lo era.
En resumen, la Iglesia cristiana nunca enseñó que cobrar intereses estuviera mal. En
cambio, consideró que está mal cobrar interés sobre un préstamo en virtud del hecho mismo de
prestar, y no de algún factor relacionado con el préstamo que ofreciera un fundamento para la
justa compensación. Ciertamente, el principio de uso común sugiere que las personas a las que
les sobra el dinero pueden prestarlo a otros sin cobrarle a los que lo necesitan. Aquellos que
depositan o prestan dinero pueden, sin embargo, cobrar un precio justo por otros motivos, tales
como el riesgo de incumplimiento de pago, inflación probable, impuestos, los costos que
significa establecer y administrar el préstamo, y la renuncia a otros usos legítimos que se podrían
haber llevado a cabo con el dinero, tales como la inversión productiva.
Conclusión
Para algunos, este breve análisis del dinero y el interés puede parecer un ejercicio esotérico. Sin
embargo, los cambios descritos desempeñaron un papel fundamental para que Europa occidental
empleara capital en forma de dinero de modos nuevos y productivos, acordes con la
preocupación por la justicia que está en la base de la tradición occidental judeocristiana.
También ayudaron a clarificar el sistema conceptual empleado por banqueros y economistas para
pensar cuestiones de crecimiento y retroceso económico23.
Gran parte del mundo no occidental ha demorado más tiempo en ocuparse de estas
cuestiones –factor que ha frenado su desarrollo económico, según muchos especialistas–. Cobrar
un interés en el mundo islámico es generalmente considerado inmoral. Las ganancias (riba) que
provienen del cobro de intereses son consideradas ilícitas. En tiempos más recientes, los bancos
islámicos han empleado lo que se conoce como contratos Mudarabah para poder obtener
ganancias con los préstamos que efectúan destinados a hacer negocios. El Mudarabah es un
contrato en el que uno de los socios aporta el trabajo y la administración, y el otro el dinero. Este
último recibe un porcentaje específico de las ganancias de la empresa conjunta durante un tiempo
determinado.
Otro método comúnmente empleado por los bancos islámicos es el contrato Bay
Bithaman Ajil (BBA). En este caso, la institución prestamista construye o adquiere un activo o
negocio para luego venderlo al prestatario. El precio de venta es el costo del activo o negocio
sumado a las ganancias acordadas. Cabe señalar que normalmente se paga en cuotas (algo
semejante a la amortización de intereses), aunque se puede saldar en un solo pago24.
Estos métodos han permitido a los bancos islámicos sortear las permanentes restricciones
de la ley islámica para cobrar intereses. En este aspecto, la ventaja de Occidente sobre el mundo
islámico reside en la anticipación; sus debates internos respecto del dinero, la usura y el interés
equiparon tempranamente a los comerciantes de muchas de las herramientas conceptuales
empleadas por los bancos. Tales herramientas incluyen la noción del dinero como capital y la del
interés como compensación, y la distinción entre préstamos de dinero y préstamos de capital.
Pero, como veremos en el próximo capítulo, prestar y cobrar un interés sobre los préstamos de
dinero como capital es sólo una de las características de los bancos. Otra tan importante como la
evolución de la práctica del crédito es el atributo moral asociado a ella: la calidad de la
confianza.
Notas
1. Ver Wilhelm Röpke, Economics of the Free Society. Chicago, Henry Regnery
Company, 1963. p. 79.
2. A los efectos de este análisis, no se abordará la discusión respecto de si el valor del
dinero depende en última instancia de un contenido material concreto, tal como la plata o el oro.
Cabe señalar que desligarlos no excluiría la posibilidad de aceptarlo como instrumento de
circulación. Si el valor del dinero depende de lo que pensamos que podemos comprar con él, es
posible entonces que una moneda sin valor material propio tenga un valor. Lo que importa es
aquello a lo que la gente le da valor. El dinero puede tener un valor funcional que no es igual a su
valor material. Por ende, es el valor funcional del dinero lo que le otorga su valor material.
3. Ver Röpke, Economics of the Free Society, pp. 82-83.
4. Ibid., pp. 82-83.
5. Ver F. H. Lawson y Bernard Rudden, The Law of Property, 3era. edición. Oxford,
OUP, 2002.
6. Ello no significa que siempre hay un intercambio. Se puede regalar dinero sin esperar o
desear recibir nada a cambio.
7. El carácter legal del dinero se origina cuando la ley le confiere ciertos derechos y
deberes a quien lo posee. Estos incluyen el deber de no destruir el dinero. También incluye el
derecho que tiene el poseedor del dinero de que se lo acepten para pagar deudas, y el derecho de
convertir el dinero en otras formas de dinero. El carácter legal del dinero no hace, por tanto, a su
esencia. Ha habido muchas épocas en las cuales el dinero ha sido utilizado con éxito sin un
estatus legal conferido por el estado.
8. Ver Röpke, Economics of the Free Society, p. 84.
9. El nivel de precios determina el poder de compra del dinero. Si los precios caen, el
dinero puede comprar más. Si los precios suben, el dinero puede comprar menos. El poder de
compra del dinero también está determinado por la cantidad que se gasta realmente durante un
período determinado.
10. Ver Johannes Messner, Social Ethics: Natural Law in the Western World, trad. J.J.
Doherty. St. Louis & London, B. HerderBook, Co., 1964. p. 774.
11. Ver, por ejemplo, Juan de Mariana, S.J., “A Treatise on the Alteration of Money”,
Journal of Markets and Morality 5, 2 (2002), pp. 523-93.
12. Ver Rodger Charles, S.J., Christian Social Witness and Teaching: The Catholic
Tradition from Genesis to Centesimus Annus: From Biblical Times to the Late Nineteenth
Century. Leominster, Gracewing, 1998. p. 15.
13. Ver Charles, From Biblical Times to the Late Nineteenth Century. p. 95.
14. Ver Henry Chadwick, The Cambridge History of Medieval Political Thought.
Cambridge, Cambridge University Press, 1988. p. 15.
15. Ver John Giuseppi, The Bank of England: A History from its Foundation in 1694.
Chicago, Henry Regnery, 1966. p. 5.
16. Ver Rudolf Sohm, The Institutes: A Textbook of the History and System of Roman
Private Law. Oxford, Clarendon Press, 1892. pp. 372-73.
17. Ver Charles, From Biblical Times to the Late Nineteenth Century, p. 203.
18. John Gilchrist, The Church and Economic Activity in the Middle Ages. Londres,
Macmillan, 1969. p. 69.
19. Citado en M. Pachant, “St. Bernardin de Sienne et l’usure”, Le Moyen Age, 69
(1963); 743ff.
20. Gilchrist, Economic Activity, p.115.
21. Werner Sombart, The Quintessence of Capitalism: A Study of the History and
Psychology of the Modern Business Man, trad. M. Epstein. New York, Howard Fertig, 1967. p.
314.
22. Como señala J. T. Noonan en The Scholastic Analysis of Usury: “en cuanto al dogma
en el sentido católico técnico de la palabra, hay un solo dogma en juego… que la usura, el acto
de ganar dinero sobre un préstamo sin título justo, es pecado… Esta enseñanza dogmática sigue
igual. Lo que es un título justo, lo que debe ser considerado técnicamente como un préstamo es
materia de discusión, el derecho positivo, y los criterios cambiantes. Los cambios en estos puntos
son grandes. Pero el dogma puro y estrecho es el mismo hoy que en 1200”. Cambridge, Mass.,
Harvard University Press, 1957. p. 399. En su comentario sobre esta observación, Grisez dice:
“La enseñanza sobre la usura es precisamente que siempre es ilícito cobrarle a la gente un interés
simplemente por prestarle dinero, porque equivale a cobrarle por su necesidad: por ejemplo,
prestarle a un hombre pobre que enfrenta una crisis familiar cincuenta dólares hasta el día de
pago, con la condición de que luego devuelva cien dólares. En una economía moderna, sin
embargo, el dinero tiene muchos fines; sirve, por ejemplo, como capital de riesgo. Así, los
prestamistas pueden lícitamente cobrar un interés proporcional a lo que dejan de percibir por no
colocar su dinero en otra parte. Por lo que obtener un interés, dentro de ciertos límites, puede ser
moralmente aceptado”. Germain Grisez y Russell Shaw, Fulfillment in Christ: A Summary of
Christian Moral Principles. Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1991. p. 434.
23. El economista Lord Keynes, quien no aprobaba por completo de las enseñanzas
morales de la Iglesia cristiana, reconocía la deuda de Occidente con los canonistas y teólogos
cristianos cuando escribió: “Crecí en un medio que rechazaba la actitud de la Iglesia medieval
hacia las tasas de interés, y creía que las sutilezas para distinguir el interés sobre préstamos de
dinero del interés sobre inversiones activas eran tan sólo intentos jesuitas para hallar una salida
práctica de una teoría necia. Pero ahora interpreto esas discusiones como un esfuerzo de
honestidad intelectual por mantener separado lo que la teoría clásica había mezclado
inextricablemente; a saber: la tasa de interés y la eficiencia marginal del capital”. John Maynard
Keynes, The General Theory of Employment, Interest, and Money. London, Macmillan, 1936. p.
351f.
24. Para un análisis integral del pensamiento islámico sobre el interés, ver Lahsen Sbai el
Idrissi, “Le rénumération du capital en Islam”, Finance & bien commun, 16 (Otoño 2003). pp.
16-30.
IV
EL CRÉDITO Y LA CONFIANZA
Así como el debate sobre la usura despejó el camino para el desarrollo de prácticas bancarias
legítimas en Occidente, otros dinamismos ayudan a explicar el surgimiento de instituciones que
ofrecieron capital monetario bajo la forma de crédito. Un ingrediente decisivo en este proceso
fue la manera en que estas instituciones contribuyeron a suscitar e infundir la cualidad moral de
la confianza en gran parte de la sociedad. Confianza que permitió que los beneficios morales y
económicos del crédito redundaran en la promoción del desarrollo humano. El comentario que
sigue no pretende ser exhaustivo pero se detiene en aquellos puntos que contribuyen a entender
la naturaleza de la actividad bancaria en la actualidad.
La evolución de la confianza
Un análisis minucioso de las fuerzas históricas que precipitaron el surgimiento de la actividad
bancaria sugiere que la combinación de factores particulares en diferentes momentos produjo
algo semejante a una reacción en cadena con importantes implicancias para los componentes
materiales del bien común. En las postrimerías del Medioevo y la temprana Edad Moderna
comenzó a palparse en Europa la necesidad generalizada de una moneda sólida y confiable. Así
surgieron en el norte europeo instituciones que hoy llamaríamos bancos. En los pequeños
estados, tales como las ciudades de la Liga Hanseática, rara vez se pagaba todo en la moneda de
la propia ciudad. Por lo general, se usaba una gran variedad de monedas de los estados vecinos,
lo que generaba gran incertidumbre sobre la exactitud de su valor.
Para un pequeño estado se trataba de un problema de difícil solución dado que el desgaste
de las monedas hacía imposible su reacuñación. Al respecto, Adam Smith, el padre de la
economía moderna, observaba:
Con el fin de remediar los inconvenientes que sufrían los mercaderes por el
intercambio desventajoso, cuando estos pequeños estados comenzaron a atender
los intereses de comercio dispusieron que las letras de cambio extranjeras de un
determinado valor no debían ser pagadas en moneda común, sino mediante una
orden de pago, o transferencia, a las cuentas de determinado banco, que se
establecía con el crédito y bajo la protección del estado, estando obligado el banco
a pagar siempre, en dinero bueno y verdadero, exactamente de acuerdo con el
patrón del estado .
1
Smith también aclaraba que un problema similar afligía a los Países Bajos. El mero
volumen comercial y la gran diversidad y cantidad de piezas quebradas y gastadas reducían el
valor de la moneda, y causaban gran incertidumbre acerca del valor de las transacciones. Smith
señalaba además que:
Para remediar estos inconvenientes, en 1609 se estableció un banco con garantía
de la ciudad. Este banco recibía tanto moneda extranjera como moneda liviana y
desgastada del país a su valor real intrínseco según el patrón bueno del dinero del
país, deduciendo solamente los costos por acuñación de moneda, y otros gastos
necesarios de administración. Luego de esta pequeña deducción, asentaba un
crédito en sus cuentas por el monto restante. Este crédito se llamó dinero
bancario. Dado que representaba al dinero exactamente de acuerdo al patrón de la
casa de la moneda, tenía siempre el mismo valor real y valía intrínsecamente más
que el dinero corriente. Al mismo tiempo, una ley estableció que todas las notas
de crédito presentadas o negociadas en Amsterdam, por un valor de seiscientos
florines o más, debían ser pagadas en dinero bancario, lo cual eliminó la
incertidumbre respecto del valor de esas notas de crédito. Todo mercader, para
cumplir con esta regulación, estaba obligado a tener una cuenta en el banco para
pagar sus letras de cambio, lo cual necesariamente ocasionó una cierta demanda
de dinero bancario .
2
Así fue como en algunos casos los gobiernos desempeñaron un rol indirecto en la
aparición de los bancos. Pero también tuvieron un impacto imprevisto en tanto y en cuanto los
orígenes de la actividad bancaria se relacionan con la necesidad de los gobiernos de tomar
grandes préstamos de dinero. Muchas de las primeras instituciones bancarias italianas, como el
Banco de San Jorge de Génova, se establecieron para otorgar préstamos o hacer flotar préstamos
para los gobiernos de las ciudades donde se crearon.
Una vez comprobada la confiabilidad de los bancos en cuestiones tales como los
préstamos al gobierno y la creación de moneda, muchas personas, especialmente quienes
contaban con capital excedente, comenzaron a pensar que también se podía confiar en ellos la
salvaguarda de su dinero. Y los mercaderes que habían colocado sus bóvedas a disposición de
quienes quisieran depositar sus monedas, pronto vieron la posibilidad de obtener una mayor
ganancia prestando ese dinero a cambio del pago de un interés.
Así pues, hacia el año 1660 había en Londres, por ejemplo, gran cantidad de mercaderes
ocupados en lo que hoy llamaríamos actividades bancarias. Además de descontar letras
comerciales, comprar y vender oro y/o plata en lingotes y dedicarse al tradicional cambio de
dinero, estos mercaderes-banqueros estaban dispuestos a aceptar depósitos con un interés.
Entregaban recibos a los depositantes, cuya presentación autorizaba el pago. Estos mismos
mercaderes-banqueros también tenían cajas corrientes que producían interés; de ellas no había
recibo formal, lo que facilitaba que sus depositantes efectuaran un retiro. Los mercaderes-
banqueros también estaban dispuestos a pagar letras libradas por los clientes sobre esos depósitos
y cajas corrientes.
Sus propias promesas de pago o recibos del depósito con la grafía de un orfebre también
comenzaron a circular en la sociedad3.
Pronto los bancos se dieron cuenta de que el dinero depositado en sus bóvedas y el que se
retiraba de ellas tendía a compensarse. Y que las letras o los billetes bancarios comenzaban a
circular en la economía como dinero, respaldados en la confianza de las personas que creían en
la posibilidad de recuperarlos.
Los bancos también advirtieron que, en condiciones normales, sólo necesitaban mantener
reservas mínimas equivalentes a cierto porcentaje de sus depósitos para cumplir con las
demandas de reembolso de un ciclo normal de negocios4.
El siguiente paso de los bancos fue poner en circulación más billetes bancarios que el
equivalente de sus reservas en metal precioso. Así comenzaron a emitir más promesas de pago
(ej., billetes de banco) que las que hubieran necesitado ante el improbable caso de que se les
reclamara el pago de todos esos billetes al mismo tiempo. Comúnmente los bancos hacían
circular esos billetes de banco suplementarios en forma de créditos comerciales.
Con el tiempo, los bancos fueron ampliando considerablemente los tipos de crédito. Hoy
incluyen cuentas corrientes, sobregiros, cuentas de depósito y créditos comerciales a treinta días,
así como también cajas de ahorro, garantías de buena ejecución, cartas de crédito comerciales,
préstamos, obligaciones, arrendamientos, financiamiento de proyectos, hipotecas y operaciones
de intercambio.
Sea cual fuere el tipo de crédito, lo cierto es que fue la confianza de la gente en los
bancos lo que les permitió funcionar como tales. El depósito del capital sobrante en un banco era
un acto de confianza: los depositantes estaban dispuestos a confiar en banqueros que querían dar
préstamos y, algunas veces, créditos sin garantías. La misma confianza también permitía a los
bancos asumir la función de remitir dinero y abastecer la circulación de billetes dentro de un
país. Hasta cierto punto, esto indicaba que gran parte de la población se había dado cuenta de que
una manera eficiente de hacer circular dinero en una sociedad era permitirle a los bancos emitir
billetes bancarios que complementaran (y eventualmente suplantaran) la moneda en metal. Pero
ello requería una vez más que la gente confiara en la responsabilidad de los bancos.
Algunos países desarrollaron esta confianza en los bancos con más rapidez que otros. La
Gran Bretaña del siglo XIX tuvo muchos bancos y muchos depositantes. En cambio, en Francia
las chequeras fueron casi desconocidas, como también la costumbre de tener cuentas corrientes
en los bancos. Si bien el dinero ahorrado para grandes inversiones se depositaba en los bancos, la
mayoría de los individuos y las familias guardaban su propio dinero en otro lugar. En 1872,
Walter Bagehot observaba:
Si, por ejemplo, el National Provincial Bank de un pueblo rural inglés abría una
“sucursal” en una ciudad francesa, no podía solventar sus gastos. No había allí un
número suficiente de depositantes franceses… Es muy difícil iniciar un banco de
depósitos porque a la gente no le gusta perder de vista su dinero, y especialmente
no le gusta perderlo de vista sin garantías. Inclusive por más confianza que tenga
en una persona tampoco estará muy dispuesta a confiarle su dinero si no puede
verlo y no tiene garantía.5
De esta manera la historia enseña que la actividad bancaria está basada en una confianza
particular y sin precedentes a escala masiva entre miles de personas que generalmente no se
conocen: los depositantes y los deudores. Y entre ambos: los banqueros, los intermediarios de la
confianza. Como instituciones, los bancos están fundados sobre una serie de promesas entre el
banco, sus depositantes, sus deudores y otros clientes respecto del pago de determinadas sumas
de dinero. Si bien el banco se enriquece mediante su pericia para obtener una ganancia sobre la
base de la diferencia entre las tasas de interés que cobra sobre sus préstamos y las tasas de interés
que paga sobre sus depósitos, ese enriquecimiento sería imposible sin la confianza.
Los depósitos y el crédito: las funciones esenciales
Muchas de las funciones que alguna vez fueron exclusivas de los bancos, hoy también están a
cargo de otras instituciones. Los bancos siguen cambiando dinero, pero en la actualidad también
lo hacen oficinas de cambio independientes. Muchos bancos supervisan los títulos y las
transacciones de sus clientes en la bolsa de valores, pero tampoco son los únicos en hacerlo. Los
bancos siguen siendo un lugar de custodia de objetos de valor. Estos bienes son lo que los
eruditos medievales llamaban depositum en el sentido de que el banco no tiene ningún derecho
sobre los objetos aunque estén depositados en él, y debe devolverlos según la voluntad de sus
dueños. Pero también existen otras instituciones que ofrecen este servicio.
Sin embargo, los bancos siguen teniendo una función propia: el servicio de depósito; es
decir, guardan el dinero de sus clientes en cuentas de depósito, de ahorro, o cuentas corrientes de
las cuales esos clientes pueden extraerlo, ya sea mediante un cheque o en efectivo. En realidad,
el banco es el dueño del dinero depositado y tiene una deuda con la persona que originariamente
depositó allí el dinero6. Esto difiere del depositum en la medida en que constituye una deuda por
parte del banco con el cliente7. El cliente tiene una atribución personal sobre el dinero depositado
en lugar de un derecho de propiedad específico sobre un conjunto determinado de billetes
bancarios. El prestamista (en este caso, el depositante) pierde la titularidad del dinero específico
que deposita, y el prestatario (en este caso, el banco) se convierte en dueño de ese dinero y le
debe al acreedor su equivalente. De esta manera, cuando se abre una cuenta bancaria y se
deposita dinero, este dinero le pertenece al banco y el depositante es el acreedor sin garantía por
el monto correspondiente8.
Como sucede con el servicio de depósito, el crédito también sigue siendo una función
central de los bancos. En primer lugar, los bancos otorgan crédito, como escribe Mises, a través
de la emisión de medios fiduciarios (ej., billetes y depósitos bancarios que no están cubiertos por
dinero)9. En ese sentido, los bancos no ofrecen simplemente una mercadería muy especial, sino
la que permite que se efectúen todas las transacciones que no son trueque. Crear crédito es, en
efecto, crear dinero.
En segundo lugar, señala también Mises, los bancos actúan como negociadores de
crédito10. Toman prestado dinero para prestarlo a su vez (ya sea como depósitos de individuos,
empresas, otros bancos, o préstamos de otros bancos). Su ganancia en este tipo de transacción es,
como señala Mises, “la diferencia entre la tasa de interés que ellos perciben y la tasa que pagan,
menos los gastos de trabajo”11. De esta manera los bancos crean un vínculo intrínseco entre las
transacciones de débito y crédito. Evitan la insolvencia asegurando que la fecha de vencimiento
de las obligaciones del banco no sea anterior a la fecha en la que puede exigir los pagos que se le
adeudan. Es evidente que esta actividad conlleva algunos riesgos; y la voluntad de los bancos de
asumir tales riesgos es una de las bases morales por la que consideran justo obtener una
ganancia.
Así, los bancos desempeñan la clásica función de ser intermediarios entre los ahorristas y
los inversores. La habilidad especial de los bancos para suscitar y demandar confianza bajo la
forma de crédito dentro del sector comercial es seguramente una gran contribución al bien
común de una determinada sociedad. Hasta tanto el ahorro sea utilizado o invertido, existe sólo
en forma de dinero. Pero cuando es colocado en el banco, es rápidamente empleado para otros
fines. Si, por ejemplo, $100 millones son puestos en el banco y sólo se deben guardar $10
millones de reserva, hay $90 millones disponibles para ser utilizados.
Resulta llamativo que gran parte del excedente de capital alojado en los bancos no sea
empleado por éstos para ayudar a crear nuevos emprendimientos o negocios. En cambio, a
menudo se prefiere destinarlo a una actividad comercial que ya existe y está en crecimiento. La
inyección de capital extra ayuda de esta manera a un mayor desarrollo de esa actividad y
estimula a otras industrias. Así, el dinero prestado, el buen crédito y las ganancias obtenidas por
la consecuente prosperidad actúan juntos para facilitar la bonanza material. Por el contrario, una
reducción de capital disponible, los créditos incobrables y las menores ganancias tienden a llevar
a una sociedad hacia la recesión y el debilitamiento económico. En ese sentido, los bancos
ayudan a los emprendimientos comerciales al dar a millones de personas la oportunidad de
satisfacer sus necesidades materiales. Ayudan a crear las condiciones que abren nuevas
posibilidades para que la gente progrese en un sinfín de maneras a las que de otro modo
difícilmente tendría acceso.
La ventaja del crédito es que permite a los deudores, sean individuos o instituciones,
emplear de maneras potencialmente creativas el capital que sus acreedores les han prestado,
generando así crecimiento económico. La desventaja es que si un número significativo de esos
acreedores quisiera al unísono la devolución de sus fondos, no podría obtenerlos dado que el
dinero que prestaron está siendo utilizado por los deudores y no puede ser inmediatamente
procurado. En suma, no se puede obtener la ventaja sin aceptar la desventaja.
De relaciones de utilidad a objetivos compartidos
En el capítulo anterior, vimos que el dinero ha ayudado a incontables personas a liberarse de la
pobreza y de las ineficiencias de una economía de trueque. Pero fueron los bancos los que
promovieron y profundizaron la capacidad del dinero para satisfacer estos fines, impulsando lo
que en el capítulo 2 llamamos “relaciones de utilidad”. Cuando colocamos un excedente de
capital en un banco, le damos a otros la posibilidad de utilizarlo de manera creativa. En resumen,
el banco permite que depositantes y deudores persigan objetivos diferentes acordando el
cumplimiento de ciertas condiciones comunes. Una persona consiente en poner su dinero en un
banco durante un período determinado a cambio del pago de un interés estipulado. Los deudores
consienten en que, a cambio del uso del capital, harán pagos que cubran el monto original y los
intereses. Así es como los bancos ayudan a facilitar un conjunto de condiciones que la gente
decide aceptar para alcanzar diversos objetivos.
Mediante el almacenamiento y la circulación eficiente del capital excedente, la actividad
bancaria pone mayor cantidad de bienes a disposición de un mayor número de personas. Y el
modo en que lo hace subraya el hecho de que aunque los bienes de toda la tierra existen para ser
usados por todas las personas, este uso común se realiza conforme a las normas de la institución
de la propiedad privada (que incluye el capital) y su libre intercambio. De no haber bancos, el
capital lo mismo se prestaría; pero difícilmente tanta cantidad de personas estarían dispuestas a
colocar su excedente de capital al servicio de terceros, generando oportunidades, a través de los
préstamos, que habilitan a las personas a tomar sus propias responsabilidades.
Sin embargo, además es posible que el objetivo del banco y el del cliente trascienda la
relación de utilidad. En efecto, los bancos deben celebrar tanto su prosperidad como la de sus
clientes. Esto es evidente al menos cuando un banco otorga un crédito para financiar un negocio
nuevo cuya garantía es la propiedad del emprendimiento. Paradójicamente, lo último que el
banco desea es la ejecución de esta garantía material. La verdadera garantía para el banco es más
intangible: descansa en la responsabilidad e integridad del cliente a quien le ha extendido el
crédito. Sin duda lo que el banco quiere es que le devuelvan el monto del préstamo, así como el
pago puntual de los intereses. Y esto depende de la bonanza de la empresa y no de su fracaso.
Pero, si bien la actividad bancaria tiene implicancias importantes para el bien común de
una sociedad determinada, debemos recordar que los bancos comerciales son empresas privadas.
Su negocio es tomar depósitos y facilitar el crédito para que sus dueños obtengan una ganancia.
No son organizaciones benéficas. Aunque los dueños de un banco puedan elegir comprometerse
en obras de beneficencia, no cabe esperar que los bancos presten dinero a quienes evidentemente
carecen de capacidad para devolverlo. No sólo sería esto un perjuicio para el potencial deudor
(tal vez incluso tentándolo a considerar formas inmorales de evitar los pagos de la deuda),
también sería un perjuicio para los dueños del banco, los depositantes y los inversores; es decir,
todos aquellos que se han arriesgado a confiar su dinero a esa institución.
Quienes trabajan en bancos se enfrentan a diario con el dilema de estimar qué proporción
de los fondos puede prestarse sin someter a un riesgo indebido el dinero de los depositantes. Se
trata de un cálculo difícil que más de una vez condujo a la quiebra de un banco. La diferencia
entre el prestamista y el banquero es que el segundo tiene mayor presión para prestarle sólo a
aquellos en quienes confíe que usarán los fondos de manera rentable. Vemos, pues, que la
búsqueda de ganancia por parte del banco puede en realidad contribuir al bien común de la
sociedad al animar al banquero a descartar decisiones temerarias y tomar riesgos prudentes con
el capital que le fue confiado.
Conclusión
Por más que en apariencia la actividad bancaria ha cambiado mucho desde aquellas instituciones
promovidas por los lombardos hasta los conglomerados internacionales del siglo XXI, algunas
características se han mantenido. Algunas prácticas han demorado en hacer su aparición, pero
una importante característica moral ha permanecido invariable: la confianza; la confianza en los
depositantes, la confianza en el banco como intermediario del crédito y la confianza en los
deudores.
Resulta difícil estimar el aporte de los bancos al establecimiento de los grandes
reservorios de confianza que existen en diferentes sociedades. En cambio, sí sabemos que la
actividad bancaria tiene importantes consecuencias para el bien común de una sociedad
determinada. No obstante, con el correr del tiempo los dilemas morales que enfrenta, lejos de
disminuir, se han incrementado. Luego de trazar un bosquejo de los conceptos morales básicos
relacionados con nuestro tema, y contando ya con una idea más exacta de los orígenes y la
naturaleza de los bancos, es posible ahora examinar e intentar resolver algunos de estos dilemas.
Notas
1. Ver Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations.
Indianapolis, Ind., Liberty Classics, 1776/1981, IV, iii.
2. Ibid.
3. Ver Giuseppi, The Bank of England, p. 8.
4. Esta ratio fue luego fijada por ley en la mayoría de los países.
5. Ver Walter Bagehot, Lombard St.: A Description of the Money Market. Homewood,
Ill., Richard D. Irwin, Inc., 1873/1962, p. 38.
6. Esto es aceptado por la mayoría de los sistemas legales. Ver, por ejemplo, Lawson y
Rudden, Law of Property, p. 36.
7. Sobre este punto, ver Messner, Social Ethics, p. 869.
8. Ver Lawson y Rudden, Law of Property, p. 36, 70. Algunos préstamos (como el
alquiler de una casa) significan que el dueño retiene la titularidad y sólo vende el uso de la cosa.
En el caso del dinero, sin embargo, el uso no puede ser separado de la titularidad. Si A le permite
a B usar el dinero de A precisamente como dinero, entonces A le está efectivamente transfiriendo
la titularidad del dinero a B, precisamente porque al otorgarle el uso del dinero se le está
otorgando la cosa llamada dinero. Una excepción sería cuando A le presta su dinero a B para que
B exhiba el dinero. Ver Finnis, Aquinas, p. 204.
9. Ver Ludwig von Mises, The Theory of Money and Credit, trad. H.E. Batson. New
Haven, Conn., Yale University Press, 1953, p. 262.
10. Ibid, p. 261.
11. Ibid.
V
BANCA Y SOCIEDAD
La importancia de la actividad bancaria desde el punto de vista del bien común excede el campo
de lo económico dado que implica la creación y el mantenimiento de un área de relaciones
nuevas entre ámbitos diversos, y entre grupos e individuos. La mayoría de los banqueros no se
inician en la profesión usando su propio dinero sino cuando invierten y prestan el capital que su
banco recibe de otros. Y esta actividad supone elecciones que conllevan la ineludible
responsabilidad de atender y cumplir con las exigencias de la justicia y el bien común.
Son múltiples, pues, las elecciones que deben enfrentar los bancos. Por razones de
claridad analítica, sólo se verán las referidas a las cuestiones que se presentan como más
pertinentes. Estas cuestiones, a su vez, han sido divididas en dos grupos. El primero abarca las
responsabilidades hacia una gran diversidad de individuos y asociaciones que se suelen incluir en
la categoría “sociedad”. Son las cuestiones que en buena medida contemplan las exigencias del
bien común, así como las de la justicia general y distributiva.
El segundo grupo se refiere básicamente a aquellas responsabilidades que los bancos
tienen con los individuos. Se ocupan principalmente, aunque no de manera exclusiva, de las
exigencias de la justicia conmutativa. Este capítulo examina la primera categoría de cuestiones;
es decir, los temas sociales más amplios a que se enfrentan los bancos.
Crecimiento moral, crecimiento económico
El recurso más importante con que cuentan los bancos para contribuir al desarrollo humano y el
bien común es el estricto cumplimiento de la actividad para la cual fueron creados. Para que haya
justicia no es necesario que los bancos se transformen en organizaciones sin fines de lucro.
Cuando maximizan la utili-dad del capital y facilitan el uso común de la propiedad privada, los
bancos normalmente mejoran las condiciones materiales de vida en una sociedad. Actúan así
como intermediarios de la cooperación entre los que tienen capital y los que no lo tienen,
dándoles a estos últimos las oportunidades de realizar actividades comercialmente rentables a las
que de otra manera no accederían, lo que contribuye en gran medida al bien común.
Además de esta genuina colaboración a la dimensión material del bien común, los bancos
también inciden de manera singular-mente positiva sobre la dimensión moral del mismo. Al
allanar la confianza entre personas que por lo general no se conocen, los bancos ayudan a crear
lo que algunos llaman capital social. Una sociedad habituada a confiar no necesita emplear
medios coercitivos para enfrentar los problemas que surgen por la desconfianza y los abusos de
confianza. Asimismo, cuando un banco ofrece sus servicios, permite que la gente ponga el
exceso de sus bienes al servicio de otros. Por último, junto con la inyección de capital que
requieren los emprendedores, los bancos les proveen además indirectamente la oportunidad de
desarrollar sus virtudes en la práctica de su actividad; entre ellas: la prudencia en asumir riesgos,
el coraje para tomar decisiones difíciles, el esmero y la tenacidad. Por supuesto, quienes trabajan
en el negocio bancario también tienen allí numerosas oportunidades de buscar y practicar esas
mismas virtudes.
Estas son, pues, algunas de las maneras en las que los bancos contribuyen proactivamente
al bien común de una sociedad determinada. No obstante, su efectividad depende de que los
bancos satisfagan ciertas condiciones a favor de la sociedad en general; se trata de requisitos
importantes no sólo porque permiten que los bancos abastezcan capital financiero y faciliten
capital social, sino porque son exigencias del bien común y la justicia. Una de esas exigencias
básicas es el principio de liquidez.
Liquidez
No resulta exagerado afirmar que el arte de administrar un banco depende del balance diario
entre la liquidez y la rentabilidad. Ningún banco que aspire a hacer el bien y evitar el mal puede
ignorar los requisitos de liquidez. Cuando digo liquidez, me refiero a que los pasivos de un banco
(el dinero recibido en inversiones) deben estar equilibrados con sus activos (crédito de otros
bancos, efectivo y cualquier derecho que tenga sobre préstamos actuales), de manera que el
banco pueda hacer frente a las obligaciones que surjan en cualquier momento mediante activos
disponibles.
La liquidez determina concretamente la capacidad de un banco de contribuir
prudentemente a la creación de crédito y a la expansión (o detracción) de la oferta de dinero.
También es una condición importante para ganar y mantener la confianza de los depositantes y
los deudores del banco.
Atender a la necesidad de mantener la liquidez significa que un banco no puede hacer
préstamos porque sí. La reserva de efectivo de un banco (liquidez) impone límites a su capacidad
de prestar dinero. Dicha reserva podría, por ejemplo, ser tan sólo del 5 por ciento de la cantidad
total de dinero depositado en un banco, utilizando el resto para préstamos y el pago de intereses
sobre los depósitos.
Son muchos los factores que intervienen para determinar el nivel apropiado de liquidez
de un banco. Algunos son regulares (ej.: los pagos habituales a depositantes y clientes), y otros
responden a variaciones en los requerimientos de efectivo por parte de estos grupos y al flujo
natural de la actividad económica en diferentes períodos del año.
Otro factor fundamental es la confianza del banco (o la falta de ella) en los indicadores
económicos generales en determinado momento; es decir, si cree que habrá crecimiento,
estancamiento o recesión. En épocas de recesión, los bancos tienden a incrementar su grado de
liquidez –alrededor del 10 al 20 por ciento– para protegerse de la mayor probabilidad de deudas
incobrables. E inversamente, en épocas de crecimiento económico, los bancos tienden a reducir
su grado de liquidez, permitiéndose prestar más capital.
Generalmente los bancos ofrecen más dinero en crédito que lo que su capacidad de pago
le exigiría si todos los depositantes (o una pequeña parte de sus grandes depositantes) reclamaran
imprevistamente su dinero. La solicitud del pago simultáneo de una cantidad extraordinaria de
deuda contraída por un banco en forma de depósitos se denomina corrida bancaria.
La cuestión, por cierto, es determinar cuánta liquidez debe en justicia mantener un banco.
Por lo general sucede que en circunstancias normales un banco sólo debe liquidar una pequeña
parte de sus pasivos. Es raro que imprevistamente se le exijan todos sus pasivos. Ello sugiere que
los bancos sólo necesitarían guardar reservas suficientes para satisfacer las necesidades arriba
señaladas.
Pero el sentido de justicia, sin embargo, exige que un banco no dé ningún préstamo que
pueda poner en peligro el cumplimiento de sus obligaciones actuales con terceros. Esto incluiría:
emitir créditos en blanco, adelantar préstamos sin seguro suficiente (tales como acciones
fluctuantes), utilizar préstamos del exterior a corto plazo para hacer préstamos domésticos a
largo plazo, invertir de manera imprudente ya sea en empresas o en la bolsa de valores, u otorgar
créditos de gran escala para proteger a clientes importantes.
En diferentes épocas, los gobiernos han regulado por vía legislativa ciertos mínimos
requerimientos de liquidez, que van del 5 al 10 por ciento de los depósitos. En general, se ha
alegado que el estado actúa así para proteger el bien común de determinada sociedad, evitando
por ley que los bancos pongan en peligro su propia liquidez. El problema es que realmente no
hay modo de establecer un nivel ideal de liquidez. Es imposible que un gobierno o las instancias
estatales de supervisión bancaria puedan establecer, más allá de los límites de su jurisdicción, en
medio de fluctuaciones en tasas de interés, de prosperidad y de recesión, la cantidad exacta que
necesita un banco en determinada sociedad para cumplir con sus responsabilidades hacia los
depositantes.
Una actitud más prudente sería que el banco de manera voluntaria asegurara a inversores
y potenciales inversores que sus cuentas públicas proveen información precisa sobre su liquidez.
Ello exige una auditoría exacta y minuciosa y la presentación de balances generales regulares
con los datos básicos sobre sus activos y pasivos, ganancias, pérdidas y deudas incobrables.
También apunta a que los bancos registren las tenencias promedio de dinero en efectivo a lo
largo de un período, en lugar de la instantánea de un día, que puede ser sumamente engañosa.
Asimismo, tales informes deben distinguir entre los diferentes tipos de depósitos, tales como
plazos fijos, de ahorros y a corto plazo. Con esta información la gente está en mejores
condiciones de evaluar el nivel de liquidez de un banco y, si estima que ella es insuficiente,
tomar las medidas necesarias (tales como retirar su ahorro o su inversión).
Estabilidad monetaria y crédito
Una segunda responsabilidad de los bancos respecto del bien común se refiere a la estabilidad
del dinero. Si hubiera cambios repentinos y excesivos en el valor del dinero, se vería
comprometida su capacidad en cuanto indicador confiable del valor de bienes y servicios.
Ahora bien, el dinero exige cualidades estáticas y flexibles a la vez. Si el valor del dinero
es insuficientemente flexible –esto es, si no responde a los cambios en la oferta y la demanda– su
funcionalidad queda dañada. Y si el valor del dinero no es lo suficientemente estable, puede
causar un enorme perjuicio al orden social. La inflación sufrida por Alemania en la década del
20, por ejemplo, destruyó los ahorros de la clase media y contribuyó a la radicalización de gran
parte de la población hacia el comunismo y el nazismo.
La estabilidad en el valor es esencial para la utilidad en el largo plazo y para la salud de
cualquier actividad que signifique administrar dinero y crédito. Desde la Gran Depresión, la
mayoría de los países ha optado por mantener un banco central: una autoridad pública única y
autónoma, responsable de regular la cantidad de dinero que circula en una economía y fijar tasas
de interés.
Sean cuales fueren los méritos o no de la banca central, lo cierto es que las políticas de
crédito de los bancos influyen sobre la estabilidad monetaria. Si bien los bancos no tienen
libertad para crear dinero, al prestarlo haciendo caso omiso a las exigencias de liquidez, pueden
influir en la cantidad de dinero disponible para inversiones o gastos.
El crédito otorgado por un banco tiene un efecto multiplicador sobre los recursos que la
gente y las instituciones han colocado en él. El crédito puede consistir de:
1. Un préstamo con un poder de compra acumulado equivalente a una cantidad de
bienes en la economía (ej.: el valor de la propia casa)
2. Un préstamo con poder de compra creado asumiendo que se obtendrá una
producción de bienes equivalente al valor del préstamo a través del aumento de
productividad.
El crédito permite que se desarrollen negocios, se incremente la capacidad de producir
riqueza, mejore el estándar de vida y se satisfagan nuevas demandas. Pero un aumento del
crédito que no esté acompañado de un aumento de productividad se traduce en inflación. Para
mantener la estabilidad monetaria, hay dos maneras de controlar la cantidad de crédito disponible
(además de la banca central).
La primera podría considerarse una forma de control social. Es el precio que se cobra
por el uso del capital (ej.: tasas de interés). Sólo deberían obtener crédito aquellos que tienen una
posibilidad razonable de pagar el monto del capital y el precio de su uso. De esta manera, el
mercado, en la forma de tasas de interés, ejerce algún tipo de control sobre el uso del crédito.
En las condiciones actuales es razonable asumir que las tasas de interés del mercado son
justas. Al respecto, Germain Grisez señala:
Debido al cambio en la naturaleza del dinero, toda economía moderna incluye
mercados monetarios de gran alcance. De allí que la información y las
necesidades de la mayoría de los prestamistas y los prestatarios no difieran
mucho, y por lo tanto sea razonable asumir que las tasas de interés del mercado
reflejan motivos legítimos para buscar y aceptar el pago de intereses. Ello ocurre a
pesar de que las injusticias estructurales probablemente influyan en las tasas de
interés, dado que los efectos de tales injusticias son imposibles de evaluar y bien
podrían compensarse mutuamente .
1
Las tasas de interés del mercado reflejan factores tales como el nivel de ahorro
doméstico, la cantidad de capital nuevo que se crea, la política fiscal de los gobiernos, la
estructura de los ingresos y el deseo de la gente de asumir riesgos. También reflejan los costos en
los que incurren quienes prestan capital. Aquí se incluyen los costos básicos del banco (tierra,
máquinas, bóvedas, etc.), de capital (el pago de intereses sobre el capital recibido de depositantes
y accionistas), de riesgo (la necesidad de reservas que compensen deudas incobrables) y de
liquidez (la necesidad de mantener la suficiente cantidad de reservas para satisfacer la demanda
de efectivo).
La segunda forma de manejar la oferta de crédito puede llamarse control privado del
crédito ejercido por los bancos.
Normalmente el prestamista de un crédito (los bancos) no deja que sea su destinatario
quien evalúe si será capaz de pagar el préstamo más el interés. Es habitual que requiera alguna
garantía para la inversión en forma de propiedades y otros valores. Si el deudor no puede pagar
el préstamo, el acreedor a menudo se adueña de las garantías.
Este control privado se complica por el hecho de que diferentes formas de crédito a
menudo sirven a diferentes fines. Por ejemplo, el crédito a largo plazo se otorga para proyectos
de largo plazo. En estos casos, el pago se concretará sólo cuando el capital invertido comience a
producir rendimientos que superen los gastos actuales del proyecto. Consecuentemente existe el
crédito a corto plazo que permite a las empresas cubrir, por ejemplo, sus gastos corrientes.
Dada la expansión del crédito y de los mecanismos para otorgarlo, los bancos deberían
dedicar bastante tiempo a explicar tanto a depositantes como a deudores los conceptos de riesgo
crediticio, riesgo de mercado, análisis de escenarios, el valor de riesgo, e incluso (si fuera el
caso) el riesgo país. Muchos de estos recursos de administración de riesgos involucran promesas
a terceros, y a veces a más grupos de personas, de pago, entrega o intercambio de algún tipo de
valor o garantía en el futuro. Tal vez un banco preste el 90 por ciento de un depósito. Pero si este
préstamo se efectúa a otro banco, que a su vez presta el 90 por ciento de su depósito a otro
banco, un único depósito puede ser la base de un amplio abanico de créditos.
Cuando un banco evalúa con sentido de justicia si debe otorgar o no un crédito, tiene ante
sus depositantes la responsabilidad de considerar factores tales como el tiempo que reportará el
préstamo, el grado de riesgo y la productividad potencial. Este último elemento es especialmente
relevante para el bien común. Como observa Messner, “los límites de la expansión del proceso
económico mediante la política de créditos están delimitados por el aumento concreto de
productividad realizable. Una política crediticia que intente superar este límite puede traer
aparejada una aparente prosperidad, pero también una expansión de demanda que no esté
acompañada por un aumento en la oferta de bienes que pueda ser asimilada. La resultante es una
inflación de precios, seguida de inflación de salarios, seguida de más inflación de precios”2.
Especulación financiera
Otra área –la tercera en nuestro recorrido– en la que los bancos tienen responsabilidades respecto
del bien común es la de la especulación. Ello se aplica no sólo a inversiones especulativas, sino
también a la compra y venta de moneda.
La palabra especulación tiende a estar cargada de connotaciones negativas. Sin embargo,
la justicia de diversas decisiones a menudo llamadas especulativas depende del significado que
se le dé a la palabra especulación. Así, por ejemplo, hay una gran diferencia entre la
especulación que implica apostar insensatamente todos los bienes en el juego, y la especulación
que comporta tomar decisiones prudentes sobre lo que uno compra y vende a la luz de lo que
razonablemente supone que sucederá.
Toda actividad económica conlleva un elemento de especulación. Ello se origina en la
necesidad habitual de tomar decisiones sobre la base del paso del tiempo en un contexto de
permanente cambio económico y la toma de riesgos calculados con un conocimiento imperfecto
del futuro. Las operaciones a plazo –para utilizar una expresión común que describe la
especulación financiera– apuntan a aprovechar los movimientos de precio anticipados que
permiten comprar barato para vender caro. Ello puede significar adelantar la compra o venta de
valores o bienes a un precio fijo, con la expectativa de que, mientras tanto, los precios caigan
(transacción bajista) o suban (transacción alcista)3.
En sí mismas las operaciones especulativas no involucran ningún acto de injusticia.
Mucha gente vende lo que aún no tiene pero presumiblemente puede obtener y vender. Los
mercados de futuros, aunque un fenómeno relativamente nuevo basado en operar con los precios
futuros de los bienes, son simplemente su más reciente manifestación.
También hay grados mayores o menores de especulación. Existe un ingrediente
especulativo, por ejemplo, cuando un banco otorga un crédito a un negocio pequeño. Pero hay un
riesgo mayor cuando un banco elige especular con la cotización futura de tenencias. Un banco
que compra tenencias tiene que pensar no sólo en el eventual rendimiento de su inversión, sino
también en las probables tendencias del mercado de capitales.
Entonces, ¿cuándo hay especulación justa por parte de los bancos? Messner enumera las
siguientes características como esenciales:
1. Conocimiento profundo de la situación del mercado;
2. Estudio adecuado de las influencias sobre el desarrollo posible de la oferta y la
demanda;
3. Esfuerzo metódico por discernir probables tendencias;
4. Prudente participación en inversiones que no pongan innecesariamente en peligro la
capacidad del especulador de cumplir con los pasivos de negocios existentes, a pesar del
factor de incertidumbre4.
Cada una de estas premisas expresa un compromiso de evitar poner en riesgo innecesario
las obligaciones que un banco ya tiene asumidas con otros. Los bancos han mejorado su
capacidad de evitar riesgos indebidos basando la actividad especulativa en sofisticados modelos
de investigación y pronóstico. No obstante, algunas veces el comportamiento de los mercados
financieros desafía el mejor análisis. Pero esto puede suceder en cualquier dimensión de la vida
económica.
La misma preocupación por el bien común incluiría, por ejemplo, entre las formas
injustas de especulación a las siguientes: difundir falsos rumores sobre cambios en la oferta y la
demanda, o en las tasas de cambio o en las de interés; manifestar optimismo o pesimismo
excesivo respecto de la economía en círculos oficiosos; o circular información falsa sobre las
políticas económicas del gobierno. Un banco se estaría comportando de manera desleal si
intentara aumentar sus ganancias comprando a bajo precio, haciendo correr rumores que inflen el
precio, enriqueciéndose con los aumentos de precio, y retirándose antes de que se manifieste la
evidente disparidad entre el precio y el valor real del bien, a menudo dejando a quienes siguen al
especulador con títulos sobrevaluados.
Una crítica más frecuente respecto de la especulación de los bancos es que viola el
principio del destino universal de los bienes comunes cuando desvían sus fondos de la economía
“real”5 A veces está crítica significa hacer una diferencia entre bienes materiales más reales
(como las tierras) y productos financieros más intangibles.
No obstante, el valor económico de un objeto –ya sea un lote de tierra o un fondo
administrado– no está determinado por su materialidad, sino por la necesidad humana y la
decisión humana. Puede ser que un lote de tierra, aunque sea físicamente más real, tenga menor
valor financiero que un derivado de ella.
Tampoco existe evidencia de que la inversión de un banco en diferentes formas de
especulación financiera reduzca de alguna manera la cantidad de capital disponible para otras
formas de inversión.
Entre 1986 y 1989 la inversión en negocios y empresas en la mayoría de los países
industrializados se expandió efectivamente en la misma época en que los mercados financieros
alcanzaban mayor popularidad. Por eso es difícil asegurar que la especulación de un banco en
productos financieros reducirá de algún modo la inversión en otras áreas6.
Otra crítica a la especulación es que los especuladores son indiferentes a las
responsabilidades inherentes a los activos que están empleando, en especial si pertenecen a otro.
Pero tampoco aquí hay una relación necesaria. Un banco que asigna algunos de sus activos a la
especulación puede hacerlo precisamente porque quiere maximizar o proteger las inversiones de
sus clientes, y cree que, basado en un cálculo prudente de sus responsabilidades y oportunidades,
algún tipo de actividad especulativa es una parte necesaria de su estrategia para lograr este
objetivo.
La obligación de que toda actividad especulativa sea equitativa supone que los bancos no
deben considerar el comportamiento de otros especuladores como el único indicador de lo que
puede ser un riesgo especulativo razonable. Por ejemplo: las señales del mercado son cruciales
para decidir si hay que especular con la moneda; pero especialmente en tiempo de crisis
financieras, se da un tipo de comportamiento grupal trastornado como consecuencia de seguir
ciegamente las señales del mercado. Algunas veces esta circunstancia puede hacer que los
bancos no adviertan la gran cantidad de incentivos que tal vez existan para no tocar la inversión
o el préstamo7. Teniendo en cuenta las obligaciones que en justicia tienen con infinidad de
personas e instituciones, los bancos deberían ser muy escrupulosos respecto de seguir sin más a
otros en la especulación financiera. La tendencia a copiarse de los demás no sólo es un tipo de
especulación mal informada, y por esto injusta; también puede estar basada en última instancia
en la desinformación.
La tentación de copiarse es estimulada por la asociación que se presume entre
especulación y ganancias rápidas. A menudo se considera la rapidez con la que se obtienen estas
ganancias como inherentemente injusta. Es cierto que el aumento repentino de riquezas puede
darse más rápidamente a través del mercado financiero que, por ejemplo, a través del crecimiento
constante de los valores de la propiedad; pero la velocidad en la creación de riqueza no
necesariamente la vuelve injusta.
Como fue señalado, los criterios de justicia distributiva incluyen un análisis prudente del
papel y las responsabilidades asumidas por diferentes individuos y sus diferentes necesidades, la
deserción y la colaboración, y el grado en que algunos han asumido riesgos previsibles y
aceptables, mientras que otros no lo han hecho. Ninguno de estos factores indica que una
ganancia rápida a través de la especulación sea de alguna manera injusta. De hecho, algunas
veces indican lo opuesto. La especulación monetaria a menudo significa que se está dispuesto a
asumir un riesgo mayor que, por ejemplo, en la inversión de propiedades. El retorno tal vez sea
mayor y más rápido, pero cualquier pérdida será también igualmente rápida y más severa que
una pérdida en la inversión de propiedades.
Responsabilidad social
Si bien hace tiempo que los bancos son criticados por especular, un fenómeno reciente es
llamarlos a invertir de manera socialmente responsable como expresión de su compromiso con
una sociedad justa. No es casual que estos términos hayan acompañado la expansión de los
llamados fondos de inversión socialmente responsables o éticos. Estos fondos –aseguran sus
partidarios– posibilitan que individuos y empresas inviertan en emprendimientos éticos; es decir,
en negocios que evitan ciertos tipos de actividades y promueven rigurosamente otros. Estos
grupos apelan a los bancos para que presten capital sólo a organizaciones que sean consideradas
socialmente responsables.
La lista de inquietudes promovida por la mayoría de los fondos de inversión éticos es
extensa pero no precisamente coherente. Por ejemplo, los fondos se abstienen por lo general de
invertir en negocios directamente (y algunas veces indirectamente) relacionados con armas,
tabaco, juegos de azar, pornografía, testeo de productos con experimentación animal, prácticas
inhumanas en granjas, minería y países con regímenes opresores. Los mismos fondos también
intentan a menudo evitar la inversión en corporaciones que no tienen programas de acción
afirmativa.
Esto plantea algunos problemas. Por ejemplo, ¿a qué se llama participación
inconveniente de la comunidad? ¿Es malo en sí mismo fabricar armas? Como sabemos, las
armas pueden ser usadas para defender a víctimas de la agresión militar. La lista estándar de
preocupaciones de inversión ética también sugiere que muchos de estos criterios socialmente
responsables están más vinculados a causas que están de moda que a objetivas exigencias de
justicia. Excluyendo la pornografía, la lista refleja poco interés en cuestiones de moralidad
sexual. Los fondos de inversión éticos rara vez atienden a quienes creen que el aborto es
incorrecto.
El alto grado de favoritismo moral que se manifiesta en estas organizaciones coincide con
la preferencia política. En la década del 80, por ejemplo, los fondos de inversión éticos
invariablemente señalaban a Sudáfrica como un país que se debía evitar y no se pronunciaban
por otros estados con regímenes casi tan abusivos (ej.: Cuba, Nicaragua, Alemania del Este, Irak,
Zaire, Zimbabwe, Etiopía y Vietnam).
Muchos de los criterios de inversión ética tienen además un alcance absurdamente
estrecho. Poca gente aprobaría la discriminación racial. Pero no es necesario ser racista para
objetar los programas de acción afirmativa. De hecho, muchos dirían que las políticas de acción
afirmativa en realidad violan los principios de justicia8.
Aún más dudoso resulta uno de los criterios de evaluación moral de algunos grupos de
inversión ética respecto de los ban-cos: consiste en la divulgación de información por parte de
los bancos a estos mismos grupos. Por cierto, hay muchas buenas razones morales por las cuales
un banco puede elegir no divulgar información; por ejemplo, una obligación preexistente de
confidencialidad. Además, pueden considerar que las preguntas de los formularios de
divulgación están mal formuladas, que los supuestos subyacentes carecen de fundamento, o que
las categorías éticas elegidas están más relacionadas con temas de moda que con la ética. Tal vez
ni siquiera sea atinado responder el cuestionario. Sean cuales fueren las circunstancias, caratular
a un banco de poco ético porque se niega a completar un formulario no exigible es poco
razonable.
Los bancos que deciden invertir en fondos socialmente responsables o prestar capital sólo
a organizaciones consideradas éticamente responsables deben saber que ello no garantiza que
estén actuando según un sentido de justicia. Muchos de esos proyectos de inversión éticos
promueven una idea un tanto primaria, a veces inadecuada, y a menudo errónea de la justicia y el
bien común. Naturalmente, si la gente quiere promover una causa en particular alentando a los
bancos a invertir o a prestarles capital de esa determinada manera, es poco lo que se puede hacer
para evitarlo; salvo protestar contra la apropiación de las palabras justo o ético.
Por lo tanto, ¿cuáles son las exigencias de justicia que deben orientar las opciones de
inversión de un banco? Desde luego, una alternativa de inversión justa por parte de un banco
debe promover el destino universal de los bienes materiales. El sentido de justicia también
requiere que los bancos busquen obtener suficientes ganancias que a su vez les permitan cumplir
con las obligaciones financieras que tienen con los depositantes, los inversores y sus dueños.
No obstante, ese mismo sentido de justicia también les exige evitar el daño al decidir una
inversión o un préstamo de capital. Dada la multiplicación de fusiones, compras de empresas y
conglomerados en la economía moderna, aumenta cada vez más la probabilidad de que los
bancos inviertan en –o le anticipen un crédito a– empresas cuyas políticas o productos hacen que
la tenencia de sus acciones sea lo que se da en llamar una inversión mixta. La mayoría de las
empresas puede estar asociada de alguna manera –por remota que sea– con actividades o
políticas que están en conflicto con el sentido de justicia. Ciertamente los bancos no pueden ser
considerados responsables de las decisiones y acciones de sus clientes. Pero sí deben considerar
de qué manera sus préstamos o inversiones cooperan con, o facilitan, cualquier decisión
moralmente equivocada de sus clientes.
Por ello los bancos deben evaluar la probabilidad de que su préstamo o inversión pueda
cooperar formal o materialmente con algo malo. La cooperación formal en una mala acción de
otro siempre es un error. Esto ocurre cuando la persona que coopera tiene la intención de ayudar
al otro a cometer el error. Todo el que dirija, estimule, apruebe, ordene, o defienda activamente
el acto injusto de otro está cooperando formalmente en ese acto injusto.
En cambio, la cooperación material significa hacer posible que otra persona cometa un
acto injusto sin tener la intención de dañar. En otras palabras, cuando alguien no tiene la
intención de dañar, pero simplemente prevé una conexión entre lo que hace y el acto erróneo,
tiene alguna responsabilidad por las malas acciones de la otra persona y debe considerar si se
justifica su conducta.
Aunque esta distinción entre lo formal y lo material puede parecer complicada, ayuda a
que los bancos adviertan cuál es la decisión moral correcta cuando se enfrentan ante diferentes
inversiones. La cooperación formal se daría, por ejemplo, si un banco tiene la intención de que
su préstamo de capital facilite el desarrollo de una empresa que se vale de mano de obra esclava.
Esta cooperación es inmoral, aunque no sea el banco el que de manera directa esté forzando a
alguien a trabajar sin percibir un salario.
Por otro lado, la cooperación material puede ser aceptable algunas veces, pero sólo en
circunstancias limitadas. Pues si la colaboración es estrecha, puede ser objetable. Tal sería el
caso de un banco cuyos accionistas se abstienen de votar regularmente en las reuniones
societarias, dejando que los directores de la compañía mantengan una política de pago de
sobornos a funcionarios corruptos del gobierno de un país en vías de desarrollo. La situación
descrita transmitiría la fuerte impresión de que los accionistas del banco están de acuerdo o no
tendrían un fuerte desacuerdo con el mal que se está cometiendo, dando lugar así al escándalo.
Otros tipos de cooperación material podrían ser menos transgresores. Por ejemplo: un
banco coloca dinero en una sociedad de inversiones que, a su vez, invierte una pequeña cantidad
de sus recursos en una compañía que, a su vez, posee una subsidiaria que produce pornografía.
La cooperación, como en este caso, puede ser tan remota que no llega a considerarse
problemática. Pero un banco también podría descartar esa inversión argumentando que con su
negativa ofrece un testimonio concreto contra la actividad de la subsidiaria.
Entonces, ¿cómo puede un banco determinar si se justifica o no la cooperación en casos
como éstos? En términos simples, necesita poner en la balanza las razones para cooperar y las
razones para no cooperar. Negarse a cooperar podría, por ejemplo, tener el perverso resultado de
debilitar la oposición interna a los esfuerzos de quienes quieren donar fondos corporativos a una
serie de causas injustas. Por otro lado, cooperar materialmente –aunque sea de manera remota–
en manejos inmorales de una compañía puede llevar a la desintegración misma de la institución.
El banco puede volverse menos sensible al efecto ruinoso de tales manejos; puede incluso
mostrarse dispuesto a cooperar más estrechamente, tal vez de manera formal. La cooperación del
banco, reflejo de su tácita aprobación, también puede tentar a otros que tal vez perciban en esa
actitud que el error no es tan grave.
Cuanto más evidente es el riesgo de corrupción del banco, dando a los demás la
impresión de que no tiene objeciones graves para incurrir en políticas o actividades corruptas,
más se refuerza la razón para abstenerse de invertir en organizaciones que llevan a cabo tales
actividades. A veces los bancos pueden evitar cooperar de manera relativamente fácil al orientar
sus préstamos y créditos a empresas que llevan a cabo proyectos que no violan la justicia. Si se
puede hacer el mismo bien invirtiendo en la Compañía A, que no coopera con el mal, que en la
Compañía B, que sí lo hace, hay entonces una razón convincente para invertir en la Compañía A.
Evidentemente, es importante reflexionar sobre las sutilezas de la cooperación formal
versus la cooperación material con el mal cuando se encaran decisiones de inversión. Pero
también se deben considerar otros dos aspectos: primero, la responsabilidad está limitada por la
capacidad de conocer alternativas posibles; y luego, por la aptitud de elegir razonablemente entre
ambas. Este punto es especialmente pertinente a los bancos, ya que es imposible que conozcan
todo respecto de todas las inversiones potenciales en economías mundiales de rápida
globalización.
Pero las limitaciones de conocimiento que pueda tener un banco no deberían avanzar
sobre el segundo aspecto, dado que la responsabilidad moral proviene en última instancia de
cómo los directores y funcionarios de un banco eligen y aceptan inversiones de manera formal.
Cuando un préstamo de inversión de un banco ayuda a que otros violen la justicia, pesa sobre la
entidad cierta responsabilidad moral por las acciones injustas.
Bancos, deudas y estados nación
El último aspecto que consideramos aquí acerca de las responsabilidades del banco respecto del
bien común de la sociedad es el tema de las deudas que tienen los gobiernos de las naciones en
vías de desarrollo. Por motivos de claridad, el foco está puesto en los bancos privados más que
en instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial.
Luego del período de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial, muchos
bancos prestaron sumas considerablesde dinero a gobiernos tiránicos y altamente corruptos en
África, Asia y América Latina. Por su misma naturaleza, tanto la tiranía como la corrupción
constituyen graves violaciones a la justicia. No cabe duda de que los bancos son culpables por el
hecho de que prestar capital u otorgar un crédito a tales regímenes significaba una colaboración
formal con esas injusticias o una cooperación material injustificada9.
Todo banco que desee desarrollar su actividad con un sentido de justicia debe examinar el
grado de complicidad registrado en lo que se dio en llamar la deuda odiosa. Esta expresión es
usada para describir el otorgamiento de crédito a un gobierno que, al ser evaluado en el momento
del préstamo, no manifestó ningún interés en invertir el capital para promover el bien común de
la nación, y hasta es posible que estuviera pensando en utilizarlo con fines corruptos.
En el pasado, muchos casos saltaron a la luz y fueron objeto de decisiones judiciales. Por
ejemplo, el del dictador costarricense Federico Tinoco, quien en 1919 partió al exilio luego de
recibir un préstamo del Royal Bank of Canada (RBC) que empleó –con conocimiento del banco–
para su uso personal. En 1923 el presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos sostuvo
en su laudo que el RBC había perpetrado una injusticia, incluso porque el préstamo había
ayudado y alentado el acto corrupto de un funcionario público.
Una manera de prevenir tales problemas es que los bancos que otorgan un crédito a los
gobiernos especifiquen en el contrato que el préstamo no puede ser empleado para el
enriquecimiento personal y que la responsabilidad por cualquier monto del préstamo desviado a
causas corruptas recaerá sobre el individuo en cuestión. Ello tal vez disuada a funcionarios
potencialmente corruptos que pretendan eximirse ateniéndose al principio de que la deuda en que
incurre el estado se transfiere de un gobierno a otro.
La situación se complica aun más cuando regímenes que negocian la deuda odiosa
original son sucedidos por gobiernos legítimos. Surge, entonces, la pregunta: ¿se debe trasladar
la respon sabilidad de deudas odiosas pasadas a los sucesores legítimos de regímenes tiránicos y
corruptos?
En el derecho internacional, el principio que gobierna tales situaciones indica que en
tanto expresión de la soberanía nacional, el estado es responsable por esa deuda, y esta
responsabilidad pasa de un gobierno a otro. En general, hay buenos motivos para continuar
respetando este principio. En primer lugar, violarlo podría sentar un precedente permitiendo a los
gobiernos repudiar deudas de anteriores gobiernos simplemente porque no estaban de acuerdo
con el préstamo. En segundo lugar, repudiar el préstamo perjudica el bien común de la nación al
minar su solvencia de crédito internacional y, con ello, su acceso a capital extranjero.
La deuda odiosa no es el mismo tipo de deuda que muchos países en desarrollo han
acumulado con inversiones mal manejadas o políticas económicas fracasadas. En estos casos,
cabe preguntarse si la justicia exige que los bancos perdonen esa deuda. Después de todo, no es
responsabilidad de los bancos manejar las empresas o los programas a los cuales proveyeron de
capital. Ciertamente, tal vez haya otras consideraciones que lleven al banco a decidir perdonar la
deuda (aunque una acción de esta naturaleza puede perjudicar la solvencia crediticia de una
nación en vías de desarrollo). Pero las políticas erradas o la mala administración no son en sí
motivos para eximirlos.
En el pasado, muchos bancos buscaron protegerse contra la falta de pagos de los
gobiernos contratando seguros eficaces. Esto en sí mismo es una forma prudente y legítima de
proteger a los depositantes contra los préstamos incobrables. Sin embargo, la expresión “peligro
moral” se emplea para describir las situaciones en las que la provisión de un seguro contra la
posibilidad de un préstamo incobrable es el fundamento de la decisión que toma el banco para
otorgar un préstamo, a pesar de conocer los riesgos que de otra manera lo hubieran disuadido de
hacerlo. Un ejemplo sería el caso de un banco que presta dinero al gobierno de un país en vías de
desarrollo sabiendo perfectamente que ese país caerá en default pero juzga que la provisión de
seguro por parte del FMI es incentivo suficiente para otorgar el préstamo.
Tales acciones pueden ser legales, pero su justicia es dudosa. Involucran la decisión de
otorgar un préstamo a un individuo o un grupo con pocas posibilidades de restituirlo. Aunque el
gobierno de la nación en vías de desarrollo haya asumido libremente la responsabilidad de
cumplir las condiciones del préstamo, el banco se comporta de manera injusta al ofrecer al
gobierno un préstamo que éste no tiene la posibilidad razonable de devolver.
Conclusión
Las cuestiones consideradas en este capítulo –liquidez, estabilidad monetaria, provisión de
crédito, especulación, responsabilidad social, deuda odiosa– conciernen en gran medida al bien
común. También hemos visto de qué manera estas cuestiones están sujetas a las exigencias de la
justicia, tanto distributiva como conmutativa. Muchas, empero, suscitan interrogantes relativos a
lo que constituye una relación justa entre los bancos y sus clientes individuales. Por ejemplo:
¿debe un banco desistir de su obligación de mantener la confidencialidad con sus clientes y dejar
que los investigadores penales revisen los bienes depositados en sus bóvedas por algún
funcionario corrupto? El siguiente capítulo se ocupa más explícitamente de éstas y otras
responsabilidades respecto de la justicia.
Notas
1. Ver Grisez, Living a Christian Life, p, 834. Ver también Finnis, Aquinas, pp. 207-10.
2. Ver Messner, Social Ethics.
3. Ibid, p. 879.
4. Ibid, p. 876.
5. Ver de Salins y Villeroy de Galhau, Modern Development of Financial Activities, p.
20.
6. Ibid., 25.
7. Ver Yilmaz Akyüz y Andrew Cornford, “Repaying Debt in the Wake of an
International Financial Crisis”, Finance & bien commun, supl. N°. 2 (mayo de 2002), p. 102.
8. Ver Terry Eastland, Ending Affirmative Action: The case for Colorblind Jutice. New
York, Basic Books, 1996; Germain Grisez, Difficult Moral Questions: The Way of the Lord
Jesus 3. Quincy, Ill., Franciscan Press, 1997, p. 497.
9. Los peores transgresores en este sentido no han sido los bancos comerciales, sino más
bien las organizaciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial. Sus registros con
figuras que van desde Ferdinando Marcos en Filipinas, el general Sani Abacha en Nigeria, el
gobierno de Mohammed Suharto en Indonesia, el régimen de Mobutu Sese Seko en Zaire, hasta
Robert Mugabe en Zimbabwe no son un orgullo, especialmente porque era sabido que tales
préstamos estaban dirigidos a financiar el estilo de vida de estos individuos.
VI
BANCOS Y CLIENTES
Aunque la actividad bancaria tiene un impacto directo sobre aspectos significativos del bien
común, la mayoría de la gente entra en contacto con un banco cuando necesita tomar alguna
decisión financiera importante sobre cuestiones tales como el ahorro, la deuda, el crédito, la
inversión, la vivienda y la educación. Estas decisiones implican la creación de relaciones directas
entre el cliente y el banco, y establecen obligaciones mutuas libremente contraídas por parte del
individuo (o empresa) y el banco.
Algunas de estas obligaciones fueron señaladas en el capítulo anterior. En esta sección el
foco estará puesto en tres áreas donde la relación cliente-banco atañe a cuestiones importantes de
justicia. Ellas son: la decisión de un banco de prestar dinero, la insolvencia y el grado de
confidencialidad que la entidad está obligada a guardar respecto de sus clientes.
¿Prestar o no prestar?
La discusión acerca del surgimiento de fenómenos de responsabilidad social o inversión ética
revela de qué manera los bancos pueden cooperar formal o materialmente con actos injustos de
aquellos a quienes les otorgan un crédito. Pero incluso antes de estas consideraciones, los bancos
enfrentan varias tentaciones a la hora de decidir el otorgamiento de un préstamo.
La primera es la resistencia a asumir riesgos, limitando las posibilidades de que circule el
capital y lesionando así la realización del principio del uso común. Una segunda tentación es la
laxitud en la que cae el banco al dejar de cumplir con las más básicas obligaciones hacia los
depositantes e inversores cuando decide otorgar un préstamo.
En sentido amplio, todo acto de préstamo justo requiere que el banco especifique las
condiciones del crédito. Éstas pueden incluir límites determinados al uso del préstamo o un
acuerdo por parte del deudor de no incrementar sustancialmente los riesgos sin consultar al
banco. En especial resulta importante el acuerdo de reembolso de la deuda que debe cumplirse
según lo acordado, salvo que se solicite y se acepte una extensión del plazo1. Una vez realizado el
préstamo, los bancos deben permitir que el deudor ejerza la responsabilidad que necesita si se
pretende que devuelva el préstamo más el interés.
Pero aun antes de esta instancia, cualquier préstamo de dinero requiere de los bancos (y
de los prestatarios) un cuidadoso análisis de las probabilidades razonables de devolución del
préstamo así como la posibilidad de default. Cualquier transacción de crédito privada debe estar
basada en un análisis razonable y transparente del retorno potencial versus el riesgo potencial
que acompaña a determinadas opciones de inversión.
Aquí la palabra clave es razonable, porque siempre hay límites para la previsión humana
del futuro. Sin embargo, las obligaciones de un banco con sus clientes y depositantes hacen que
sea una exigencia de justicia realizar un perspicaz análisis del potencial prestatario como riesgo
crediticio; es decir: el riesgo de que el deudor no pueda cumplir con sus obligaciones financieras.
En esta eventualidad, un banco normalmente incurrirá en una pérdida equivalente al monto
prestado, menos lo que haya recuperado como resultado de la ejecución, liquidación o
reestructuración de la deuda en cuestión.
En algunos lugares, los bancos deben hacer frente a sanciones legales por conceder un
préstamo que no guarde relación con la posibilidad del individuo o compañía de devolverlo. En
Francia, por ejemplo, los tribunales pueden imponer sanciones a quienes han hecho préstamos
que puedan perjudicar a los deudo res. Hasta se prevén penalidades específicas que se aplican a
los bancos cuando se estima que no asesoraron de manera adecuada a los clientes en situación
desesperada. Asimismo, los bancos no pueden otorgar lo que se da en llamar crédito dañino. Y
tampoco pueden otorgar un crédito cuando la capacidad de reembolso es considerada
extremadamente incierta (Código Civil francés, art. 1382).
El problema con este tipo de normas es que a menudo al banco le resulta muy difícil
juzgar si un cliente se encuentra en esa situación. Estas leyes tienden a suponer que los clientes
han sido totalmente francos respecto de sus asuntos financieros. Sería por cierto injusto que una
empresa contrajera una deuda con un banco para llevar a cabo emprendimientos financieros que
exceden sus recursos.
En realidad es el prestatario quien debe evaluar las probabilidades que tiene de devolver
la deuda, aunque más no sea para evitar que la responsabilidad de su default recaiga sobre otros.
La mayor responsabilidad para asumir riesgos y cargas recae en el deudor y no en el banco. En
general son los deudores quienes tienen un conocimiento más preciso del alcance de los riesgos
que están asumiendo. Además, generalmente están en mejor posición para anticipar potenciales
problemas que el banco es menos probable que conozca (ej.: de la industria de tubos). Así las
cosas, un fracaso en la empresa, en la gran mayoría de casos, no libera a un individuo de su
deuda con el banco.
Un banco puede estar en condiciones de sobrellevar las pérdidas causadas por las
dificultades financieras de un deudor mucho mejor que su deudor. Pero no hay una razón lógica
para que el banco le otorgue automáticamente más crédito. Las condiciones del contrato de
préstamo original siguen vigentes. Pero un banco puede elegir con justicia otorgar
financiamiento en esas circunstancias, siempre que modifique adecuadamente las tasas de interés
a fin de salvaguardar las inversiones de sus accionistas y depositantes.
Otra obligación de justicia que tienen los bancos hacia los potenciales deudores es la
honestidad respecto de los costos de los préstamos. Es frecuente, por ejemplo, que los bancos
promocionen tarjetas de crédito con bajos pagos de interés mensuales, cuando en realidad, la tasa
de interés real es muy alta2. Esta exigencia de ser franco con los clientes también requiere que los
bancos conozcan todas las circunstancias relevantes de la persona que está pidiendo el préstamo.
Deberían insistir en que los prestatarios potenciales respondan con honestidad y que
espontáneamente aporten toda la información necesaria. Ésta puede incluir: saber lo que desea
lograr el deudor con el préstamo, identificar cualquier riesgo inusual, señalar alguna
circunstancia especial que afecte el emprendimiento en cuestión, y precisar cómo tiene pensado
devolver el préstamo. En relación con esto, los bancos deberían resistir las presiones
emocionales a que pueden recurrir los clientes a fin de conocer cabalmente las circunstancias del
préstamo. No corresponde ejercer presión emocional sobre el funcionario del banco3. Pero
sucumbir a esa presión es fracasar como banquero responsable.
Los bancos también deberían evitar la manipulación de potenciales clientes cuando están
negociando los préstamos. Ello implica no sólo evitar la mentira y el engaño, sino abstenerse de
dar razones emocionales en lugar de argumentos sensatos para convencer a alguien de que tome
un préstamo mayor. Esto no significa que los bancos no deban centrarse en las características
positivas del préstamo, incluso en comparación con préstamos de otros bancos. Ni que estén
obligados a entrar en detalle sobre los inconvenientes del préstamo, siempre que no los oculten y
los reflejen en la tasa de interés4.
Frente a la posibilidad de perder una cantidad importante de préstamos justos y
prudentes, los bancos pueden en justicia bus-car provisiones por pérdida de préstamos para
protegerse a sí mismos y a sus inversores contra graves pérdidas o un colapso. Por lo general,
tales provisiones van escalonando los efectos de las pérdidas a lo largo de varios años, para que
el banco conserve su liquidez y cumpla con las responsabilidades que tiene con sus dueños,
inversores, y depositantes. Pero los bancos no deberían poner demasiado énfasis en este factor
cuando están considerando si deben o no hacer un préstamo. Habituarse a ello tiende a dar como
resultado más préstamos incobrables. Y además los pone peligrosamente cerca de caer en el
peligro moral señalado como injusto en el capítulo anterior.
Insolvencia
Incluso en tiempos de prosperidad económica, un porcentaje significativo de negocios puede
fracasar y una cantidad de individuos declararse insolvente. Invariablemente los bancos se
destacan como los principales acreedores de ese porcentaje de insolventes. Por ello conviene que
sepan cómo se puede abordar la insolvencia de manera justa, para proteger asimismo los
intereses de sus dueños y depositantes.
El hecho de que una persona pueda ser declarada insolvente no debería ser motivo de
alarma. El sentido mismo de la quiebra legal es asegurar que se haga justicia con todos los
afectados por la insolvencia, incluyendo a la persona u organización insolvente.
Un banco normalmente sólo debería limitarse a aplicar las provisiones de su acuerdo con
un deudor cuando el cliente no cumple sus obligaciones. Ello significa que un banco puede elegir
con justicia aplicar las provisiones de cualquier contrato aceptado libremente por los
participantes (bancos y deudores). Efectivamente, en muchas jurisdicciones, el banco tiene
potestad para hacer cumplir el contrato apenas vencido el plazo (la fecha de un pago acordado o
cualquier otra fecha acordada) de cualquiera de las obligaciones del deudor estipuladas en el
contrato. Las mismas jurisdicciones también admiten un aplazamiento de tres meses para que el
banco pueda hacer cumplir las obligaciones del deudor. Ello le da tiempo al deudor a saldar la
deuda, aunque signifique pedir dinero prestado a otro5.
Por supuesto, no existe el contrato perfecto ya que es imposible que alguien conozca
todas las circunstancias futuras que influirán en la transacción. Sin embargo, los contratos sí
presumen que la gente se sentirá moralmente obligada a cumplir con sus compromisos. Mediante
los contratos una persona se erige en autora de determinadas obligaciones y autolimita su
capacidad de actuar a su antojo. Los contratos también suponen la práctica de realizar promesas
en las cuales hay una decisión deliberada de comprometerse a determinadas acciones. De hecho,
los contratos carecen de fuerza legal sin esos compromisos previos. Por ello movilizan el deseo
de una persona de ser sincera y de actuar según las promesas y compromisos razonables que
haya pactado.
A la luz de estos hechos, es lógico que los bancos pretendan que la gente pague sus
deudas. Sin embargo, puede haber excepciones y algunas han sido reconocidas legalmente bajo
la doctrina de circunstancias excepcionales e imprevistas6. Como observa James Gordley, ésta
fue formulada por primera vez en el Decretum de Graciano. San Agustín, tomando ese
argumento, afirma que nadie debe cumplir la promesa de devolver un arma a su dueño si ese
dueño se ha vuelto loco. Y Santo Tomás reflexiona sobre esa idea en su análisis de la equidad.
Siguiendo a Aristóteles, expresa que si bien las leyes son formuladas para alcanzar ciertos fines,
pueden surgir circunstancias en las cuales el legislador no querría que la ley fuera aplicada.
Luego comenta que una promesa es esencialmente una ley que nos imponemos a nosotros
mismos. Por ello, como sucede con las leyes, existe la posibilidad de que surjan circunstancias en
las que nadie desearía razonablemente que le hicieran cumplir su promesa7.
La mayoría de los sistemas legales contienen alguna noción de las circunstancias que
razonablemente liberan a una persona de tales promesas. Los principios sobre contratos
comerciales internacionales del Unidroit, por ejemplo, establecen que tal principio se aplica
“cuando el equilibrio del contrato es alterado de modo fundamental por el acontecimiento de
ciertos eventos, bien porque el costo de la prestación a cargo de una de las partes se ha
incrementado, o porque el valor de la prestación que una parte recibe ha disminuido”, asumiendo
que “los eventos no pudieron ser razonablemente tenidos en cuenta por la parte en desventaja en
el momento de celebrarse el contrato”8.
¿Qué significa esto para un banco? Tal vez no signifique necesariamente que esté
obligado a perdonar una deuda. Pero sí indica que le cabe una responsabilidad para reestructurar
una deuda cuando ocurre un cambio que era totalmente imprevisto y tan extremo que ninguna de
las partes involucradas en la transacción podía razonablemente anticiparlo.
Es complicado discernir el curso de acción correcto en tales casos. Es precisamente a
causa de las dificultades para determinar el correcto curso de acción a seguir luego del
incumplimiento de los pagos de interés que se han desarrollado leyes y tribunales de quiebra.
Finnis define la quiebra como
un proceso por el cual alguien insolvente (es decir, que no puede liquidar sus
pasivos financieros) es declarado judicialmente en quiebra, con lo cual cede sus
activos a un síndico, a quien se le confiere autoridad para cuidar de ellos sólo a
los efectos de dividirlos entre los acreedores del insolvente. Durante el proceso de
quiebra, las oportunidades del insolvente de realizar negocios se ven seriamente
limitadas. Luego de la división satisfactoria de los activos, queda judicialmente
liberado de la quiebra, con lo cual queda exonerado de cualquier otra
responsabilidad respecto de sus deudas anteriores9.
La mayoría de las leyes de quiebra buscan reconciliar dos principios. El primero es que
acreedores tales como los bancos deben recibir el pago del capital que prestaron más los pagos
de interés convenidos. El segundo es que nadie está obligado a ser privado de su vida o de su
salud o a padecer condiciones que violen la esencia de la dignidad humana, tales como la
esclavitud10. La insolvencia reconoce de esta manera los reclamos legítimos de los bancos como
acreedores, pero también la obligación básica en la justicia de respetar la dignidad de toda
persona humana.
La quiebra también significa considerar las exigencias de la justicia conmutativa y
distributiva11. En primer lugar, se atienden a los reclamos específicos de los acreedores contra los
deudores (justicia conmutativa). Al mismo tiempo, se reúnen los reclamos de todos los
acreedores conocidos, y los bienes del deudor pasan a ser considerados activos comunes de los
acreedores (justicia distributiva). En ese sentido, la ley de quiebra significa que ningún acreedor
puede satisfacer todos los reclamos que tiene con el deudor con la totalidad de los bienes del
deudor. De hecho, de acuerdo con las disposiciones de la Ley de Quiebra del Reino Unido, 1944,
s. 44 (1), cualquier intento por parte de una persona insolvente de dar preferencia a alguno de sus
acreedores sobre otro es considerado por la ley inglesa como una preferencia fraudulenta.
La aplicación de la justicia distributiva no termina allí. La ley de quiebra generalmente
evita el embargo de posesiones que una persona en quiebra necesita para generar un ingreso12 o
mantener a su familia13. Permite de este modo que una persona pueda satisfacer sus propias
necesidades inmediatas y las de su familia. También permite la distribución de posesiones a
todos aquellos cuyos reclamos al deudor no están basados en un acuerdo financiero con él (tales
como los gastos de aquellos que están administrando las provisiones de la quiebra)14. Una vez
que todos esos reclamos han sido satisfechos, cada acreedor cuyo reclamo no ha recibido
preferencia explícita por parte de la ley recibe un porcentaje de la deuda que se le debe (a
diferencia del porcentaje equivalente del reclamo común). En resumen, como señala Finnis,
“dentro de esta clase de acreedores, el criterio es: ‘a cada uno de acuerdo con su reclamo
(legalmente reconocido) al deudor según la justicia conmutativa’”15.
El hecho de que sean los tribunales y no los acreedores y deudores quienes deciden la
división de los bienes refleja la aplicación de un principio básico del estado de derecho: nadie
puede ser legítimo juez en su propia causa. Existe un tribunal imparcial para reconciliar los
reclamos opuestos del acreedor y el deudor. Apunta a determinar la forma de recuperar todo lo
posible de la deuda de manera que exprese la incapacidad del deudor de pagar el monto total y la
dignidad del deudor como una persona con ciertas necesidades y responsabilidades básicas.
Sin embargo, no se debe recurrir a la insolvencia sin motivos serios. Los tribunales de
quiebra deben emplear gran prudencia. Si la ley de quiebra traduce, según Finnis, un esfuerzo
por “hacer un ajuste entre la justicia conmutativa y la distributiva en las circunstancias
particulares de insolvencia”16, entonces habrá resoluciones que reflejen la peculiaridad de cada
caso de quiebra. Ello crea las condiciones para potenciales injusticias. Por ejemplo: ¿cómo se
reconoce debidamente el justo reclamo de que una persona insolvente estuvo de acuerdo en
realizar pagos de interés sobre una cierta base y en un determinado momento, mientras
simultáneamente se reconoce que nadie con un reclamo justo debe ser ignorado perdiendo
preferencia ante alguien cuyo reclamo tal vez no haya sido examinado correctamente?
Los dilemas implícitos en los procesos de quiebra son un motivo por el cual un banco
puede decidir que es más prudente extender las facilidades de crédito a los deudores en
problemas, reducir temporalmente los pagos netos (con formas apropiadas de compensación) que
deben pagar los deudores, o realizar una prolongada reestructuración del préstamo del deudor.
Pero un banco que está pensando en hacer esto último debe considerar lo que es más ventajoso
para sus inversores y si es razonablemente posible que tal decisión mejore o empeore la situación
financiera del acreedor. Un ingrediente vital en el proceso de toma de decisiones es ciertamente
la reflexión prudente del historial de crédito del cliente, si su situación refleja un patrón de
incumplimiento de pagos, o si realmente es un hecho aislado que el deudor parece capaz de
superar. Los bancos también deben considerar si un deudor está intentando emplear los
procedimientos de quiebra para perpetuar una injusticia contra el banco. El caso más común es el
de una persona que, si bien es capaz de pagar sus deudas, elige intentar reducirlas o evadirlas
amparándose en la quiebra, a pesar de la injusticia que se comete con los acreedores.
Secreto bancario
El último punto que aquí se considera respecto de los bancos y sus clientes es la naturaleza y los
límites del secreto bancario. Éste consiste en las medidas tomadas por los bancos para proteger
toda información creada y transmitida a través de la relación entre un banco y sus clientes.
El estatus legal del secreto bancario varía significativamente según el país. La sección 47
de la Ley Federal de Bancos y Cajas de Ahorro de Suiza, promulgada en 1934 y enmendada en
julio 1971, es el fundamento para las disposiciones de secreto seguidas por los bancos suizos17.
La sección 47 establece que:
(1) Cualquier persona que divulgue un secreto que le ha sido confiado o del
que se ha enterado en su cargo como funcionario, empleado, representante,
liquidador o comisario de un banco, representante de la Comisión de Bancos, o
como un funcionario o empleado de una reconocida compañía de auditoría, y
cualquier persona que intente inducir a los otros a violar el secreto profesional,
será castigado con un mínimo de seis meses de cárcel o una multa que no exceda
los 50.000 francos suizos.
(2) Si el acto fuera cometido por negligencia, la penalidad será una multa que
no exceda los 30.000 francos suizos.
(3) Cualquier violación de secreto profesional seguirá siendo punible aun
después de que el infractor haya dejado su cargo o puesto o de ejercer sus
responsabilidades profesionales.
(4) Se aplicarán las reglamentaciones federales y cantonales que guarden
relación con la obligación de dar testimonio y aportar información a una autoridad
gubernamental18.
Aunque estas leyes parecen ser generales, la última cláusula indica que no lo son en
absoluto. Más aún, Suiza es miembro activo de todos los grupos internacionales que buscan
reducir la incidencia de transferencia de fondos a organizaciones terroristas. El secreto bancario
también está limitado por la Ley de Cooperación Legal Internacional de actividades comerciales
de 1983. Las provisiones de esta ley permiten la suspensión del secreto bancario si se necesita
esa suspensión para facilitar la investigación por parte de las autoridades de un país extranjero
con relación a actividades que ambos países castigarían con sanciones legales.
La ley suiza no considera que la evasión impositiva (a diferencia del fraude impositivo)
sea un delito criminal. Pero la Suprema Corte de Suiza interpreta el fraude impositivo de manera
suficientemente amplia como para abarcar varios métodos de engaño a las autoridades
impositivas, siendo la más notable el uso de documentación fraudulenta.
Otros países que mantienen estrictas leyes de secreto bancario son Luxemburgo y
Austria. En Luxemburgo, las leyes contra las violaciones del secreto bancario han existido desde
1981. Pero éstas pueden ser suspendidas si hay una autorización por parte de funcionarios
legales, aunque ello está normalmente restringido a casos de posible lavado de dinero o al
tratamiento de fondos criminales.
El secreto bancario ha sido protegido por ley en Austria desde 1979, cuando se
introdujeron sanciones criminales contra aquellos que deliberadamente violan el secreto para
obtener rédito personal. Puede ser suspendido en conexión con investigaciones criminales,
aunque no en relación con cuestiones impositivas. Los clientes pueden dar consentimiento
escrito para que la confidencialidad sea suspendida si hay intereses privados significativos en
juego o en el caso de procedimientos legales entre el cliente y el banco.
En algunos países, no hay leyes que protejan específicamente el secreto bancario. En el
Reino Unido, se considera que la confidencialidad es intrínseca al acuerdo contractual que
asumieron el banco y el cliente y por ello una cuestión de justicia conmutativa. El alcance de la
información que incluyen tales acuerdos es potencialmente vasto, dependiendo de la información
que se considere apropiada para ser incluida en tales contratos.
Pero hay sin embargo considerables restricciones sobre estas provisiones. Como los
bancos australianos y neocelandeses, los bancos británicos (con excepción de aquellos con base
en la Isla de Man y las Islas del Canal) deben revelar los ingresos de los intereses percibidos por
los residentes fiscales. Las autoridades impositivas también pueden reclamar información en
casos de posible fraude o evasión impositiva. El secreto bancario tampoco proporciona un
resguardo en investigaciones criminales.
Este breve panorama de las diferentes disposiciones respecto del secreto bancario revela
que la ley ha limitado el secreto bancario en diversos grados. En casi todos los casos, los límites
se derivan de la necesidad de aplicar las provisiones de la ley de quiebra o penal; esto es, de los
requisitos de la justicia conmutativa, distributiva y penal.
Significativamente aquellos casos en los que los bancos autolimitan sus provisiones de
guardar secreto tienden a estar vinculados con la posibilidad de permitir investigaciones penales.
El 28 de enero de 1998, la Asociación de Banqueros Suizos y bancos signatarios firmaron el
Acuerdo sobre el Código de Conducta con respecto al ejercicio de la diligencia debida por parte
de los bancos. Ello comprometía a los firmantes a constatar las identidades de sus clientes y de
los beneficiarios de sus cuentas. Las provisiones del acuerdo incluían un compromiso de no
ayudar a sus clientes a cometer fraude impositivo, proveyéndoles falsas declaraciones de sus
patrimonios. Este código de conducta constituye ahora uno de los elementos identificados por la
sección 3, sub sección 2 de la Ley federal de banca suiza como una de las características de
“conducta apropiada para realizar operaciones bancarias”.
Por un lado, estas provisiones pueden ser comprendidas como parte de la responsabilidad
de un banco de cumplir con leyes legítimas que prohíben ciertas actividades consideradas
criminales. También sirven como medio de prevenir que los bancos no cooperen, ni formal ni
materialmente, en llevar a cabo injusticias.
Al mismo tiempo, el secreto bancario está legítimamente basado en los motivos
moralmente aceptables que tiene la gente para guardar información confidencial19. El secreto
puede cumplir con una buena finalidad al permitir que la gente haga muchas cosas beneficiosas:
1. Cimentar asociaciones legítimas permitiendo que la gente que
voluntariamente se asocia con otros revele información sobre ella misma que de
otra manera no revelaría.
2. Proteger su identidad restringiendo el acceso a información sobre ella
misma y lo que posee. Nadie está obligado a revelar la verdad a quien no tiene
derecho legítimo a conocerla. En general, la gente siente la obligación de proteger
la privacidad de los demás. Por ello, no tienen obligación de comunicar los
secretos que les han sido confiados y no deben comunicarlos cuando es
improbable que le sean de algún provecho a alguien.
3. Hacer cosas buenas mientras se evita dar la impresión de tener motivos
ambivalentes (ej.: donar anónimamente).
4. Proteger planes, estrategias e ideas de aquellos que podrían usarlas de
manera injusta.
5. Proteger propiedad que podría ser injustamente sustraída. Por ejemplo,
cuando un cliente desea proteger sus bienes legítimamente adquiridos de la
expropiación de un gobierno corrupto.
Todas estas buenas razones morales para guardar el secreto tienen dos pilares. El primero
es el requerimiento de ser ecuánime: si queremos guardar nuestros propios secretos, entonces
tenemos que estar dispuestos a proteger y respetar los secretos de otros. Segundo, hay
importantes relaciones humanas que dependen de la confianza en que los secretos serán
guardados, como la relación entre cliente y abogado, paciente y doctor, o penitente y sacerdote.
A menudo estos secretos están reforzados por promesas anteriores, leyes, códigos de ética
profesionales, y obligaciones hacia cónyuges, padres, etcétera20.
No es casual que las protecciones de secreto bancario de que gozan los bancos suizos
estén basadas en la sección 13 de la Constitución Suiza y en el artículo 28 del Código Civil
Suizo, que establecen la obligación general de no violar la privacidad de las personas.
La Corte Suprema Suiza ha sostenido que el secreto bancario no es un derecho
constitucional individual en el mismo sentido que se aplica a la relación entre el médico y su
paciente o al secreto de confesión, los que se considera están basados en el constitucionalmente
reconocido derecho a la libertad. No obstante la ley bancaria suiza refleja una legítima
preocupación por la privacidad. La protección de información personal es importante tanto como
cuestión de integridad como para la protección de datos personales. Mantener estas confidencias
es parte esencial de la función intermediaria asumida por los bancos. Debe haber confianza entre
el ahorrista y el banco, confianza del banco en el prestatario, y confianza del prestatario en la
discreción y el consejo del banco. No es preciso que un banco se involucre en la determinación
de los fines específicos que persigue el prestatario, pero sí tiene la responsabilidad de informar y
aconsejar a sus clientes lo más exhaustivamente posible a fin de que el prestatario pueda tomar
decisiones financieras sólidas. Un banco no puede comprometerse en estas actividades si no
puede prometer a sus clientes un alto grado de confidencialidad.
Por supuesto, si un cliente consiente en que un banco revele cierta información, el
banquero es libre de hacerlo. Dado que cualquiera puede divulgar sus propios secretos, los
banqueros no traicionan la confianza que ha sido depositada en ellos cuando actúan según la
autorización de un cliente de brindar información a otros. Pero teniendo en cuenta los
requerimientos de los bancos de guardar confidencialidad, lo ideal es que todo consentimiento de
este tipo sea por escrito y ante testigos.
Hay, sin embargo, excepciones a esta presunción21, especial-mente en aquellos casos
especiales en que guardar el secreto seguramente causará un grave daño al que lo confió, al que
lo recibió, o a un tercero, y cuando el grave daño puede ser evitado sólo mediante la divulgación
de la información22. Aunque sea secreta, la información privada perjudicial para otro no debe ser
divulgada sin un motivo grave y proporcional23. Éste puede ser un caso en el que el cliente
divulgue a su banquero su intención de matar o realizar un hurto. Dado que matar una vida
inocente y cometer hurto son siempre actos ilícitos, el banquero no tiene ninguna obligación de
guardarse esa información. Ciertamente, aun antes de transmitir esta intención a las autoridades
pertinentes, el banquero debe intentar disuadir al cliente de matar y robar como una cuestión de
integridad hacia el cliente y la víctima potencial.
Otra limitación a la confidencialidad entre el banquero y el cliente son las exigencias de
la ley. Obedecer la ley (aunque sean leyes injustas) es, en la mayoría de las circunstancias, un
requerimiento de la justicia24. Esta limitación es reconocida por muchas otras profesiones que
regularmente invocan la necesidad de la confidencialidad. Brindar información requerida por la
ley sólo a causa de y en el grado que lo requiere la ley no es una excepción injusta a la
confidencialidad, salvo que sitúe al cliente en una posición de riesgo improcedente. Pero si no se
ha contemplado ninguna disposición por ley para excepciones comunes y previsibles a la
confidencialidad bancaria, los banqueros no están bajo ninguna obligación legal de brindar tal
información requerida por funcionarios impositivos o fiscales estatales (a menos que algunas de
las limitaciones señaladas arriba también sean aplicables al caso).
Sin embargo, las leyes existentes tal vez no sean adecuadas para satisfacer la justa
necesidad de otros de obtener información. Un banquero puede descubrir, por ejemplo, que los
depósitos colocados en el banco son las ganancias de pagos por actividades criminales
perpetradas por el depositante. El banquero también puede juzgar que es improbable que se haga
justicia a no ser que dé aviso a las autoridades pertinentes de que el banco posee información que
puede emplearse en un caso jurídico. En tales situaciones, el banquero debe ponerse en el lugar
de todas las partes involucradas y aplicar la regla de oro: “Siempre trata a los otros como te
gustaría que te trataran a ti” (Mateo 7, 12).
Si el banquero considera que para ser justo con las víctimas del crimen debe hacer una
excepción a la confidencialidad, puede hacerla, pero sólo en la medida en que esté encaminada a
cumplir con el buen propósito que se quiere llevar a cabo. Por lo tanto, un banquero no debe
entregar todos los registros del cliente a las autoridades pertinentes, sino tan sólo informarles que
cree que se están realizando serios delitos penales y que los registros del banco tienen evidencia
que podría ser útil en un juicio.
Conclusión
Evidentemente, no es tan simple estar seguro de que se actúa según los principios de justicia.
Pero este análisis ilustra que una aplicación consistente y prudente de las exigencias de justicia
debe permitirle a los bancos resolver los dilemas genuinos con los que a menudo se enfrentan.
Lo mismo puede decirse de la compleja cuestión de la insolvencia, y desde luego de la decisión
de si prestar o no capital u otorgar un crédito. Por encima de todo, se trata de que aunque un
banco tal vez no siempre pueda hacer el bien, siempre puede negarse a hacer el mal y a cometer
injusticias. Es el gran beneficio y la gran responsabilidad que se le otorga a los seres humanos a
través del don de la razón y la libertad. Ese mismo don de la razón y la libertad, sin embargo,
también le ofrece a aquellos que trabajan en la banca enormes oportunidades para buscar la
virtud y realizarse según lo debido.
Notas
1. Ver Grisez, Living a Christian Life, p. 831.
2. Ibid., p. 809.
3. Ibid., p. 831.
4. Ver Grisez, Living a Christian Life, Ibid., p. 832. Ver también Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 77, a. 3.
5. Ver, por ejemplo, Lawson y Rudden, Law of Property, p. 135.
6. Esta sección está basada en el cuidadoso análisis de este tema en James Gordley,
“When would private law excuse payment of a money debt?” Finance & bien commun, suppl. n°
2 (2000): 29-36.
7. Ver Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 88, a. 10; q. 89, a. 9.
8. Principios sobre los contratos comerciales internacionales del Unidroit, 6.2.2.
9. Finnis, Natural Law, p. 188.
10. Para un reconocimiento legal de esto, ver Re. Wilson, ex parte Vine (1878): 8, D, pp.
364, 366.
11. Esta exposición sigue de cerca aquella esbozada en Finnis, Natural Law, p. 190-91.
12. Ver Lawson y Rudden, Law of Property, p. 139.
13. Ibid., p. 169.
14. Hay muchos argumentos respecto de cuál debería ser la prioridad distributiva
adecuada en la quiebra. ¿Debería darse prioridad a los impuestos impagos por encima de los
reclamos de los acreedores privados? Para estos temas, ver F. H. Lawson, Remedies of English
Law. Harmondsworth: Penguin, 1972, pp. 181-94, pp. 338-41. Ver también Lawson y Rudden,
Law of Property, p. 107-8, 150.
15. Finnis, Natural Law, p. 190.
16. Ibid., p. 191.
17. Un resumen conciso de la historia de las disposiciones suizas de secreto bancario
pueden encontrarse en Christine Breining-Kaufman, “Swiss Banking Secrecy and Tax Ethics: A
Comparative View,” Finance & bien commun 12 (2003): 41-48.
18. Estos requerimientos legales de guardar el secreto fueron introducidos para mejorar la
supervisión de los bancos luego de la gran cantidad de fracasos que resultaron de la crisis
financiera de la Gran Depresión y le dieron a los bancos la protección legal contra los intentos
del gobierno del frente popular francés y el régimen nazi de obligar a los bancos suizos a revelar
las identidades de sus clientes. Para obtener relatos académicos históricos sobre la evolución de
la ley bancaria suiza, ver M. Perrenoud, R. López, F. Adank, J. Baumann, A. Cortat, y S. Peters,
La place financière et les banques suisses à l’époque du national-socialisme. Les relations des
grandes banques avec l’Allemagne. Zurich, Chronos, 2002; M. Perrenoud y R. López, Aspects
des relations financiers franco-suisses 1936-1946. Zurich, Chronos, 2002; Marc Perrenoud, “Les
fondements historiques du secret bancaire en Suisse”, Finance & bien commun 12 (2003); p. 33.
19. El secreto al que nos referimos no se refiere a todo lo que la gente tal vez desee
ocultar.
20. Ver Grisez, Living a Christian Life, p. 415.
21. Los siguientes tres párrafos están adaptados de Grisez, Difficult Moral Questions, pp.
293-94.
22. La American Bar Association sostiene que un abogado tiene prohibido revelar
información que atañe a la representación de un cliente sin su consentimiento salvo que el
abogado lo considere necesario ya sea para (a) evitar que cliente cometa un crimen que
seguramente resulte en la muerte o daños corporales graves de una persona o (b) proteger los
propios intereses legítimos del abogado. Ver “Confidentiality of Information”. Model Rules of
Professional Conduct (American Bar Association, 1993), regla 1.6.
23. Ver Catechism of the Catholic Church, 2491.
24. Ver Finnis, Natural Law, 351-68.
VII
EL LLAMADO A LA VIRTUD
Desde sus orígenes, la banca ha proporcionado a individuos, familias y empresas muchas de las
herramientas que necesitan para proteger y aumentar su riqueza. Los bancos ayudan cada vez
más a navegar las aguas inciertas de un mercado desregulado abriendo oportunidades en nuevos
espacios, a la libertad de elección y al desarrollo de las capacidades a través del sentido de
responsabilidad.
La intención de este libro ha sido determinar de qué manera los bancos al ofrecer sus
servicios pueden evitar los escollos morales asociados con la injusticia. Pero como mencionamos
en el capítulo dos, la justicia no se reduce a la aplicación de normas morales asociadas con la
regla de oro y los requerimientos de la equidad. La justicia es también una virtud; una virtud que
normalmente está mucho más relacionada con nuestro comportamiento hacia las demás personas
que otras virtudes cardinales, pero una virtud al fin. En ese sentido, actuar de una manera justa va
más allá de evitar simplemente ser injusto con los demás; es un hábito moral que refleja la
decisión consecuente de una persona de elegir el bien –como las cualidades morales de la
prudencia, la templanza, el coraje, la fe, la esperanza y el amor– y evitar hacer el mal.
La necesidad de que los banqueros sean virtuosos tal vez sea aun más importante para el
bien común que muchas otras formas de emprendimientos comerciales. Las actividades
corruptas, injustas o inmorales de un ejecutivo o de una corporación comercial pueden
menoscabar considerablemente el bien común. En muchos casos, el daño está circunscrito al
tamaño del negocio o la naturaleza de su actividad.
Es menos probable que esto suceda en los bancos. La particular importancia de los
bancos en impulsar el destino universal de los bienes materiales, permitir que la propiedad
privada sirva más eficazmente al principio del uso común, favorecer la movilización y
circulación del capital en la sociedad de maneras equitativas, y actuar como intermediarios de la
confianza entre un número incontable de personas significa que es fundamental que los
banqueros sean hombres y mujeres virtuosos. Hay demasiado en juego para el bien común como
para que los bancos estén poblados de gente a quien no le interesa la vida moral, o a quien no le
importa ser justa, o que reduce la justicia y la moralidad al cumplimiento escueto de la ley.
Como el papa Pío XII una vez escribió en un discurso a los banqueros:
¿Acaso la función social de un banco no consiste en hacer posible que el
individuo haga productivo su dinero, aunque sólo sea en grado pequeño, en lugar
de malgastarlo, o dejarlo inactivo sin que rinda provecho, ya sea para él o para
otros? Es por ello que son tantos los servicios que puede brindar un banco:
facilitar y promover el ahorro; resguardar los ahorros para el futuro mientras se
los hace productivos en el presente; permitir que los ahorros sean parte de
emprendimientos útiles que de otra manera no podrían ser acometidos; simplificar
y facilitar lo más posible la regulación de las cuentas, los intercambios y el
comercio entre el Estado y los organismos privados y, en una palabra, toda la vida
económica de la gente .
1
Sin embargo, el papa Pío XII también señaló en otro lugar que al realizar esta función, los
bancos contribuyen de manera singular ayudando a otros a alcanzar la virtud:
¡Cuánto capital se pierde en desperdicio y lujos, en diversión egoísta y vana, o se
acumula y permanece inactivo sin que se le saque provecho! Siempre habrá
personas egoístas y que buscan la gratificación personal; siempre habrá personas
avaras y temerosas del futuro. Se podría reducir considerablemente su número si
se pudiera interesar a aquellos que tienen dinero en usar sus fondos sabia y
productivamente, sean estos grandes o pequeños. En gran parte es a causa de esta
falta de interés que el dinero permanece inactivo. Se puede remediar esto en gran
medida haciendo que los depositantes ordinarios sean colaboradores, ya sea como
accionistas o tenedores de bonos, de emprendimientos cuyo lanzamiento y
crecimiento serían muy beneficiosos para la comunidad, tales como actividades
industriales, producción agrícola, obras públicas, o la construcción de viviendas
para los trabajadores, instituciones educativas o culturales, servicios de bienestar
social .
2
El énfasis acá está puesto en los bancos como transformadores de dinero en forma de
capital productivo. Pero las mismas palabras indican que los bancos deben poner el capital al
servicio del desarrollo moral del hombre de dos maneras. Una es despertando a la gente de su
pasividad e indiferencia hacia los demás. De esta manera se satisfacen necesidades, se descubren
nuevos métodos para satisfacer estas necesidades, surgen energías ocultas, y se promueve el
espíritu empresarial. Este instinto, innato en los seres humanos, de crear, mejorar y progresar
ilustra cómo las actividades comerciales expresan mucho más que el simple deseo de ganar más
dinero.
Otra manera en que los bancos pueden contribuir al desarrollo moral es dándole a los
individuos, emprendedores, y negocios los recursos materiales que necesitan para crear y/o
construir una empresa. En el proceso de lograrlo, los individuos tienen la posibilidad de alcanzar
los hábitos virtuosos de acciones comúnmente asociadas con la libre empresa: prudencia en
asumir riesgos, coraje y laboriosidad. Los líderes empresariales deben tener coraje en tiempos de
crisis; deben ser tenaces para sobreponerse a la apatía y la confusión; optimistas al revisar sus
planes y estimar y aprovechar las probabilidades de un resultado exitoso. Estas son cualidades
que no sólo permiten que crezcan las empresas, sino que son el fruto del desarrollo moral. Por
ello, cuando se le otorga a los negocios el capital que a menudo es una precondición para el
crecimiento económico, los bancos ayudan a otros para que construyan lo que podría llamarse su
capital moral.
Ello a su vez sugiere que los bancos y los banqueros deberían evitar circunscribir la vida
virtuosa del banco a actividades externas tales como la caridad con obras de beneficencia, o
incluso haciendo justicia. Si está bien hecho, el trabajo dentro del banco es en sí mismo una
contribución al bien común, especialmente por ser un testimonio concreto del sentido de
responsabilidad que cada persona debería tener por el bien del otro. La escrupulosidad, la
prudencia, la honestidad, la confianza, y la exactitud son cualidades de trabajo implícitas en la
labor bancaria prudente y fructífera. Participar de estos bienes morales de manera consecuente y
coherente es crecer en la virtud. Transformarse de la persona que se es en la persona que se
debería ser.
Notas
1. Papa Pío XII, “The Social Function of Banking”, in The Major Addresses of Pope Pius
XII: Selected Addresses 1, ed. Vincent A. Yzermans. St. Paul, Minn.: North Central Publishing,
1961, p. 80.
2. Papa Pío XII, “Function of Banking (24 de octubre de 1951)” The Catholic Mind LII:
1094 (1951), p. 121.
EL AUTOR
Samuel Gregg, filósofo moral, desarrolla una amplia actividad como publicista y disertante
sobre temas relacionados con la ética en las políticas públicas, la jurisprudencia, la medicina y
los negocios. Es M.A. en filosofía política por la Universidad de Melbourne y en filosofía moral
por la Universidad de Oxford, donde fue Commonwealth Scholar.
Gregg es autor, entre otros libros, de Morality, Law, and Public Policy (2000 –
Moralidad, ley y políticas públicas), Economic Thinking for the Theologically Minded (2001 –
Pensamiento económico para la mente teológica), On Ordered Liberty (2003 -Sobre la libertad
ordenada), más recientemente The Commercial Society (2007 – La Sociedad Comercial); y de
trabajos monográficos como Ethics and Economics: The Quarrel and the Dialogue(1999 – Ética
y economía: la disputa y el diálogo) y A Theory of Corruption (2004 – Una teoría de la
corrupción). Varias de sus obras han sido traducidas a diferentes idiomas.
Colabora habitualmente en revistas como Markets & Morality, Law and Investment
Management, Journal des Economistes et des Etudes Humaines, Economic Affairs, Evidence,
Oxford Analytica y Policy, y periódicos como The Wall Street Journal Europe, The Washington
Times, The Australian Financial Review y Business Review Weekly. Se desempeña asimismo
como consultor editorial del diario italiano La Società y corresponsal americano del diario
alemán Die Tagespost.
Es director de investigaciones del Acton Institute, profesor adjunto en la Pontificia
Universidad Lateranense, y consultor para Oxford Analytica Ltd. En 2001 fue elegido fellow de
la Royal Historical Society, y desde 2004 es miembro de la Sociedad Mont Pèlerin.
ActonInstitute
Con su compromiso de mantener una sociedad libre y virtuosa, el
Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad es una voz
destacada en el debate sobre política internacional ambiental y social. Con
oficinas en Grand Rapids, Michigan, y en Roma, Italia, así como filiales en
cuatro países de todo el mundo, el Instituto Acton tiene una posición única
para comentar sobre los sólidos cimientos económicos y morales necesarios
para sostener humanas las políticas ambientales y sociales. El Instituto Acton
es una organización no lucrativa, ecuménico de reflexión trabajando a nivel
internacional para "promover una sociedad libre y virtuosa caracterizada por
la libertad individual y sostenida por principios religiosos." Para más
información sobre el Instituto Acton, por favor visite www.acton.org.
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