EDITORIAL E l primer embrión humano obtenido mediante clonación acaparaba el pasado 26 de noviembre las portadas de toda la prensa diaria mundial. La víspera, científicos de una compañía norteamericana llamada Advanced Cell Technology habían anunciado este “hito científico” –tal como ellos lo calificaban–, que aparecía ese mismo día publicado en el Journal of Regenerative Medicine. La polvareda desencadenada a continuación era de esperar y no debe sorprender a nadie. Al fin y al cabo, el debate en torno a la clonación humana, sea con fines de investigación o reproductivos, está presente entre nosotros desde hace tiempo. Sin embargo, el fuego se aviva en momentos puntuales como consecuencia de la publicación de avances científicos en este campo –la oveja Dolly, por ejemplo– o decisiones políticas en cuestión de investigación, como la del presidente de Estados Unidos George W. Bush, el pasado verano, sobre la financiación de investigaciones con células madre embrionarias. Una de las cosas que podemos afirmar sobre el experimento de los investigadores norteamericanos es que su trabajo ha tenido un mayor impacto mediático que científico. Según la opinión de distintos expertos, lo conseguido no era en exceso complicado, pues se ha hecho repetidamente con embriones de distintas especies animales desde la presentación de la famosa oveja hace casi 5 años. También hay quien ve en la noticia una estrategia de márketing encaminada a poner en boca de todos el nombre de la citada compañía. Centrándonos en el aspecto científico, utilizaron el procedimiento de transferencia nuclear que ya emplearon en el Instituto Roslin de Edimburgo para clonar a Dolly. Lo experimentaron con 8 óvulos humanos. Dos de ellos se dividieron formando embriones de 4 células, y uno de éstos progresó hasta estar formado por 6 células, momento en que dejó de dividirse. En este sentido, se podría considerar que el éxito de la investigación ha sido modesto. Su importancia radica en que es la primera vez que se lleva a cabo –o al menos, la primera vez que se publica– con células humanas. Tal vez hay muchos centros de investigación en todo el mundo capacitados para crear un embrión humano clónico mediante la misma técnica, pero solamente uno puede pasar a la historia como el primero que lo hizo. De todos modos, ante la presumible avalancha de críticas que se les avecinaba, los responsables de la investigación han querido dejar claro desde el primer momento que su intención no es crear seres humanos clónicos. “Hablamos de crear vida celular humana, no una vida humana”, han declarado. El objetivo de su programa científico es crear células madre –en este caso embrionarias– con las que poder desarrollar células especializadas y tejidos humanos aptos para trasplante. Indiscutiblemente, este es uno de los campos más prometedores de la ciencia médica y la mayor parte de la comunidad científica está a favor de que se permita la clonación humana terapéutica, que abrirá las puertas a revolucionarias formas de tratar múltiples enfermedades. Asimismo, la práctica totalidad de esa misma comunidad científica condena el uso de estos procedimientos si su fin es crear seres humanos clónicos, como los que salían de la sala de decantación de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Siempre hay excepciones, como el polémico ginecólogo italiano Severino Antinori, dispuesto a ser el primero en crear un clon humano y que se ha autodeclarado “padre del éxito” del experimento estadounidense. También quería ser el primero en crear un embrión humano clónico, pero se le han adelantado. Dejando de lado la clonación reproductiva, el mundo científico tiene claro que las células madre constituyen uno de los ámbitos de estudio más apasionantes del presente y del futuro próximo. Y de esas células madre, las embrionarias son las que ofrecen más posibilidades. Pero su uso es éticamente reprobable para quienes entienden que una “vida celular humana” es lo mismo que “una vida humana” en potencia. Se ha descubierto que las células madre adultas también pueden desarrollarse como células especializadas de distintos tipos, así como las células de cordón umbilical, pero hoy por hoy las embrionarias son las únicas capaces de conservarse indefinidamente en cultivo. Otro aspecto que entra en la polémica es la posible utilización de los embriones congelados sobrantes de procedimientos de fertilización in vitro. Los hay a miles en todo el mundo, pero existe un vacío legal sobre qué hacer con ellos. Los científicos desean utilizarlos como fuente de células madre con las que investigar como alternativa a su destrucción. Sin embargo, quienes ven en ellos “vidas humanas en potencia” se oponen tanto a una cosa como a la otra. La publicación del artículo sobre los embriones clónicos ha provocado una continua cascada de declaraciones a favor y en contra del experimento. Los defensores creen que impedir la clonación humana terapéutica sería desperdiciar la oportunidad de curar numerosas enfermedades. Los detractores consideran que el fin, en este caso la curación, no justifica los medios, que implican utilizar de forma egoísta una potencial vida humana. Y una vez más se ha puesto en evidencia que la ciencia siempre va un par de pasos por delante de las leyes. En lo que todos parecen estar de acuerdo es en la necesidad de regular un marco jurídico de ámbito internacional en relación con investigaciones similares. La controversia perdurará entre nosotros y sólo dentro de unos cuantos años tendremos la perspectiva histórica necesaria para valorar lo que realmente ha significado este apasionado debate. La clonación humana protagoniza la polémica una vez más