Niños estresados

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Autor: . | Fuente: El Correo Digital
Niños estresados
El estrés parece un trastorno exclusivo de adultos trajinados o cargados de problemas y de responsabilidades, pero
también los niños son víctimas de eso...
Las agendas diarias de ciertos niños dan escalofríos. Con las primeras
luces del día salen de casa para coger un autobús soñoliento que les
transporta al colegio. Allí cumplen un horario muchas veces intensivo,
pero insuficiente: han de completar su formación con los deberes para
hacer de vuelta a casa. Sin embargo, en el hogar les esperan las prisas
para salir de nuevo a otro centro donde reciben clases de música, sin
olvidarse de ponerse el chándal porque del conservatorio han de
desplazarse a un campo de deportes donde quizá les aguarde un monitor
exigente o unos compañeros dispuestos a quitarles el puesto en la
alineación del domingo. Si ese día no toca asistir a clases de idiomas,
tendrán tiempo para hacer la redacción de mañana, y cenar un
Niños estresados
bocadillo delante del videojuego, y robarle unas horas al sueño viendo
un programa de la tele que se alarga hasta entrada la noche.
Cuando hablamos de estrés, nos imaginamos a un ejecutivo con la jornada llena de
compromisos, reuniones y viajes, o a un trabajador sometido al ´mobbing´ laboral, o también a
un ama de casa con mil brazos que atienden simultáneamente al aspirador, a la cazuela y a la
plancha. El estrés parece un trastorno exclusivo de adultos trajinados o cargados de problemas y
de responsabilidades. Pero no sólo ellos lo padecen. También los niños son víctimas de eso que
Hans Seyle llamó Síndrome General de Adaptación y que ya se conoce popularmente como
estrés. La fatiga crónica, el exceso de nerviosismo, la falta de concentración, quizás algunos
trastornos en el sueño o en el apetito indican que el niño no ha podido dar respuesta adecuada a
la gran cantidad de estímulos y exigencias que se le imponen. Pero no parece que se le dé
mucha importancia, puesto que los niños -se dice- son puro nervio y lo aguantan todo.
Los psiquiatras han alertado de la creciente aparición de casos de estrés en edades tempranas.
El acelerado ritmo de vida también ha llegado a los niños, tan sobreprotegidos hoy frente a otras
asechanzas del exterior tales como las carencias materiales, la enfermedad meramente física,
los peligros de la calle o los castigos corporales. Habría que pararse a pensar si en este doble y
contradictorio juego de sobreprotecciones y exigencias no estamos engendrando víctimas. Unas
víctimas que, por añadidura, carecen de capacidad para identificar las causas de su malestar y
para manifestarlo antes de que vaya a mayores.
Los estresores del niño no sólo provienen de la diabólica aceleración de los tiempos que corren;
hay quien sostiene -sin pruebas fehacientes de ello- que justamente los niños de hoy no sólo son
inmunes a lo vertiginoso, sino que han desarrollado habilidades especiales para moverse en ese
medio como pez en el agua. Infinidad de estudios lo desmienten y han venido a demostrar que
las tensiones de las primeras edades son de origen diverso.
En muchos casos sus causas radican en la hipercompetitividad, inculcada por el medio social, por
la escuela, la familia o el grupo. Por más que, en apariencia, la sociedad democrática tenga por
bandera el principio de la igualdad y de los derechos de todos, en la práctica la realidad se
empeña en derrumbar ese mito. Si no de forma expresa, tácitamente el niño padece continuas
presiones para ser el primero, el mejor, el líder. Sea en el deporte, sea en la ostentación de
bienes de consumo, sea incluso en los inocentes juegos de ordenador, los niños se enfrentan a
todas horas al desafío del éxito y la depresión del fracaso.
Separación y divorcio
Pero mayores efectos producen los ambientes familiares enrarecidos y los acontecimientos
vitales traumáticos. Los psicólogos de la infancia coinciden en afirmar que la percepción de los
padres respecto de las preocupaciones de los hijos es por regla general equivocada. Situaciones
que a los adultos les parecen normales o insignificantes constituyen para el niño fuentes de
temor o ansiedad, cuando no auténticos dramas. En su libro ´Kidstress´ (El estrés del niño), la
psicóloga Georgia Witkin ha revelado que muchos de los padres que presumen de mantener una
comunicación abierta y fluida con sus hijos ignoran totalmente las verdaderas preocupaciones de
éstos. Ese supuesto diálogo no es sino un intercambio de informaciones superficiales que
dispensa del descubrimiento del fondo. En un cuestionario entre 800 chicos y chicas de entre 8 y
12 años, Witkin descubrió, por ejemplo, que el miedo a la enfermedad o la muerte de los padres
ha crecido considerablemente en las últimas décadas, o que las separaciones y divorcios, por
amistosos que sean, siguen constituyendo una fuente de intensa desazón en los hijos.
Cada niño -explica Witkin¯- habla su propio dialecto del estrés. Los padres y los profesores
deben aprender a descifrar unos mensajes que no vienen codificados en palabras, sino a menudo
en forma de actitudes, gestos o manifestaciones físicas (parpadeos, sudores, temblor de manos)
que preludian trastornos más duraderos. Esos mensajes hablan de una tortura interior que el
adulto encerrado en sus viejos esquemas no es capaz de percibir. Por eso es necesario aprender
otras formas de receptividad distintas de las habituales para detectar esas señales de alarma.
Evitar al niño situaciones estresantes no significa criarlo entre algodones. El estrés, como
reacción de adaptación que es en el fondo, permite desarrollar mecanismos de defensa y modos
de respuesta al peligro o a las dificultades. Pero también nos protegemos y protegemos a los
otros creando hábitats más confortables y serenos. Si bien es difícil evitar ciertas tensiones de
grupo, familiares o de pareja, más sencillo resulta simplificar hábitos (mantener apagado el
televisor, retirar juguetes inservibles, dosificar el uso de artilugios electrónicos, hacer las
comidas a una hora regular) en un mundo cada día más apresurado y más lleno de reclamos.
Quizá sea tarde para muchos adultos que se han complicado la vida de tal forma que ya no
pueden salir de su espiral. Pero siempre estamos a tiempo para no contagiar al niño las prisas,
los temores, las insatisfacciones o las ansias de tener y de poder. Por desgracia, ya llegará el día
en que otras circunstancias se los impongan. Entretanto, seamos conscientes de su fragilidad y
ayudémosles a no quebrarse antes de tiempo.
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