1 CONFERENCIAS CUARESMALES S.I. Catedral Sacramento 11 Madrid Miércoles 10 de febrero de 2016 “NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE”: OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES I. OBRAR Y ENSEÑAR COMO JESÚS. La primera tentación que tiene Jesús en el desierto es la del hambre: “El tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él contestó: está escrito: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 3-4). Él nos ha hablado de una vez para siempre en su Hijo Jesucristo. Son muchos los pasajes de las enseñanzas de Jesús que ponen de manifiesto el amormisericordioso para socorrer a la persona en sus necesidades corporales y espirituales, ya que son “los dos pulmones” que posibilita una vida en plenitud. Se entiende que sus contemporáneos: “estaban asombrados de su enseñanza, porque enseñaba con autoridad y no como los escribas….¿Qué es esto? Una enseñanza nueva…incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen” (Mc 1,21-28). Decía san Juan Pablo II: “la caridad con el prójimo, en las formas antiguas y siempre nuevas de las obras de misericordia corporales y espirituales, representan el contenido más inmediato, común y habitual de aquella animación cristiana del orden temporal, que constituye el compromiso específico de los fieles laicos” 1 . Ya que ellas, son todo un programa de acción social en el cual todos pueden participar y que no requiere otro requisito que el de poseer un corazón generoso. Su práctica no es libre para el creyente, sino que son preceptos y obligaciones para los que confesamos el mandamiento supremo: “el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. El ser humano es espíritu encarnado que debe ser también atendido en “las miserias morales”, signo de la debilidad humana, muchas veces fruto de los pecados. Las obras de misericordia espirituales tienen más valor que los auxilios materiales, aunque existan situaciones en que estas últimas sean más urgentes. Ahora bien, estas siete obras de misericordia espirituales a diferencia de las siete corporales, desde sus inicios fueron 1 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Christifideles laici, (Roma 1998) 41. 2 confiadas a cada individuo y a todos los cristianos para que las lleven a la práctica. Su desarrollo se inició en la etapa patrística, particularmente con Orígenes (a.185-254) a partir de su interpretación alegórica del texto de Mt 25. Es esta misma línea siguió san Agustín y se consagra con santo Tomás de Aquino. Digamos que son las respuestas a tres tipos de pobreza: cultural, relacional y anímica. Expongamos ahora un breve resumen de cada una de ellas2. II.- LA COMPASIÓN HACIA QUIEN NO SABE, PIDE UN CONSEJO O YERRA EN LA VIDA. El término “compasión” es una acepción de la misericordia, pero con la variante de que acentúa el ponerse “en la pasión” del otro. Ya sea porque mi prójimo este viendo una situación de caos, oscuridad o incertidumbre. También debido a su carencia de cultura. O bien porque ha cometido grandes equivocaciones. 1. Enseñar al que no sabe. No se trata de ir por la vida de “listillo” o “sabihondos”. Ni que estemos capacitados para dar siempre lecciones a todo el mundo. Se trata de informar o educar sobre los asuntos de la vida, a quienes nos necesitan, por estar desorientados por falta de conocimiento y estudios. Por eso, algunos autores al hablar de esta obra espiritual de misericordia, la formula en categorías actuales tal como hoy se concibe la educación. Así, el profesor de Teología moral de la Universidad de Comillas nos dice: “la educación formal es aquella que tiene carácter intencional, planificado y reglado, la informal es la que se da de modo “no intencional y no planificado” y la no formal, la que se produce de manera intencional y planificada, pero fuera del ámbito reglado”3. Aunque la educación reglada es un derecho fundamental de la persona y pertenece al ámbito de la justicia no impide que la caridad se deba dar en el ámbito docente, porque los dos términos justicia-caridad se necesitan recíprocamente y ninguno puede ausentarse porque ambos son imprescindibles, cada uno en su realidad y con sus implicaciones: “La justicia sin misericordia es crueldad; y la misericordia sin justicia es ruina, destrucción”4. 2 Cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Misericordiosos como el Padre. Subsidios para el Jubileo de la Misericordia 20152016.(Madrid, 2015) 507. 3 J.L., Martínez, Enseñar al que no sabe, (Madrid, 2015) 5. 4 S. Tomás de Aquino, Catena Aurea, vol. I, p. 247. 3 Referente a saber enseñar al que no sabe cómo obra de misericordia espiritual, en sus aspectos “informal” y “no formal”, partamos de un texto de los Hechos de los Apóstoles que nos narra el encuentro de Felipe con el eunuco etíope, que era ministro de Candeses, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que iba en su carroza leyendo al profeta Isaías y acercándose Felipe le pregunto: “¿Entiendes lo que está leyendo? Contestó: ¿Y cómo voy a entender si nadie me guía?” (Hch 8, 31). Para dejarse enseñar por otro se necesita humildad para buscar, preguntar y reconocer que no todo se sabe en esta vida. Por parte del enseñante, tiene que ser dialogante, sugerente, ecuánime, y “dar tiempo al tiempo” para que el otro, según sus capacidades, pueda asumir en su mente y corazón aquella enseñanza que es un bien para su vida. Entre tantas tareas de “enseñar al que no sabe”: “la más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia”5. 2. Dar consejo al que lo necesita. En la Biblia se habla de: “consejo”, “consejos”, “consejeros” y “aconsejar”. También encontramos las claves para reconocer por qué y cuándo el “consejo” es un regalo del Espíritu Santo y una insidia más del Maligno. Mientras que el primero “es una fuente de vida” (Eclo 21,13), en cambio el segundo es “una vasija rota” (Eclo, 21,14). La salvación de la persona es el resultado de un gran número de consejos (Pov 11,14). Para ello, en el “consejero” y en el “aconsejado”, ha de darse una serie de elementos: la primacía de la conciencia iluminada por la recta razón y ayudada por la gracia de la oración y aceptado en libertad. De ahí, que el libro del Eclesiástico nos dice: “atiende el consejo de tu corazón, porque nadie te será más fiel. Pues la propia conciencia suele avisar mejor que siete centinelas apostados en una torre de vigilancia. Pero, sobre todo, suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad” (Eclo 37,13-15). La acción de dar un buen consejo al prójimo es un acto de misericordia, cuando se realiza con naturalidad, respeto, cariño y teniendo paciencia, como Dios la tiene con cada uno de nosotros. Un buen consejo a tiempo es como una luz en la noche y puede ahorrar disgustos y fracasos. Quién aconseja ofrece una visión para descubrir la realidad desde otra perspectiva; después confronta al aconsejado con la realidad para que se mire a sí mismo y se autodecida a cambiar; le ayuda al otro para que vaya integrando lo que aprende. Este recorrido evita las actitudes “cargantes” y 5 Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, (Roma 1998) 102. 4 los “paternalismos” 6 . Así pues, para el creyente el modelo del “buen Consejero” es Dios mismo: “Porque el Señor es paciente con los humanos y derrama sobre ellos su misericordia. Él ve y sabe que el fin de ellos es miserable, por eso multiplica su perdón. El hombre se compadece de su prójimo, el Señor, de todos los vivientes. Él reprende, adoctrina, enseña y guía como un pastor a su rebaño. Se compadece de los que acogen la instrucción y de los que se afanan por sus mandatos” (Eclo 18,11- 14). La profecía de Isaías carca del Mesías es que llevara el nombre de: “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz” (Is 9,6). Eso se cumplirá en Jesús de Nazaret que fue maestro en el arte de aconsejar, porque salía al paso de las necesidades vitales, personales y establecía relaciones que ayudaban a cambiar. Ayuda a la gente a responsabilizarse de aquello que uno es y hace, a buscar las prioridades salvadoras: “Buscad ante todo el Reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Un ejemplo, entre otros muchos, de cómo aconsejaba Cristo y como es recibido su consejo, es el diálogo que mantiene con el joven rico y su conclusión final: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme. Al oír eso, el joven se fue triste, porque era muy rico” (Mt 19,21-23). 3. Corregir al que yerra. Deberíamos tener presente dos máximas claves: no somos infalibles, también nosotros nos equivocamos. Además, alejémonos de toda actitud hipócrita, como nos advierte el Evangelio: “sacar la paja del ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro” (Lc 6,42). Ahora bien, cuando el conflicto es en el seno de la familia, de la comunidad, el Evangelio nos dice: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a un hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano” (Mt 18,15). “Corregir al que yerra” podrá dar frutos de paz y bendición, cuando antes que nada hay un tiempo de discernimiento. San Ignacio de Loyola dice en sus Ejercicios Espirituales, “que en tiempos turbulentos, no hacer mudanza”. Es decir, en los momentos calurosos del cualquier conflicto, no tomar determinaciones. En general no viene mal dejar un poco “enfriar el asunto”, aprovechando ese periodo para descubrir los elementos positivos y 6 J.C.R., García Paredes, Dar buen consejo al que lo necesita, (Madrid, 2015) 27. 5 negativos que se dieren. Teniendo siempre presente que no se trata de un juicio, que al otro no has de verlo como un enemigo, sino como un hermano, a cual tú le prestas el servicio de reconducirlo por el camino del bien (Cf. Sant 5, 19s). Es cierto que: “ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella” (Heb 12,11). ¿Cómo se lleva a cabo una caritativa corrección? Ejércela solo en cosas verdaderamente esenciales, no debemos pasarnos todo el día diciéndole al otro cuantas veces se equivoca. En aquellos asuntos que merezca la pena, hacerlo con firmeza pero sin humillar a la otra persona, no olvidar la máxima de san Pablo: “la verdad en la caridad” (Ef 415). Veamos un texto muy iluminativo de san Antonio María Claret: “Cuando teníamos que corregir a alguno, a mí me daba mucha pena y, sin embargo, lo hacía….empezaba haciendo elogio de aquello que estaba muy bien, sólo que tenía éste y ese defecto, que, corregidos aquellos defectillos, sería una labor perfecta…Aprendí cuánto conviene el tratar a todos con afabilidad y agrado, aun a los más rudos, y cómo es verdad que más buen partido se saca del andar con dulzura que con aspereza y enfado”7. En definitiva: La corrección fraterna es una obra de misericordia, realizada con caridad, verdad, sin acritudes, con humildad, y siendo prudentes a la hora de elegir el tiempo y en el espacio. III.- TENER ESPÍRITU CONCILIADOR. Muy lleno de Dios hay que estar para tener la palabra oportuna para consolar al triste. Para perdonar “setenta veces siete” y llevar con paciencia los defectos del prójimo. La realización de estas acciones no son producto del voluntarismo o del buenísmo de moda, sino que requieren que la gracia de Dios haya tocado de verdad la vida de esa persona. Únicamente se puede dar y actuar misericordiosamente, cuando el corazón humano ha experimentado primero la fuerza trasformadora y reconciliadora del amor divino. Francisco nos dice en la Bula del Jubileo: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y paz…Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre es más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner límites al amor de Dios que perdona” (MV 2-3). Estas tres obras de misericordia espirituales han de ser practicadas con alegría, porque como dice el apóstol Pablo: “El que practica misericordia, que lo haga con alegría” (Rom 12,8). 7 A. Mª. Claret, Autobiografía, (Barcelona, 1975) 33-34. 6 4. Perdonar las ofensas. La Biblia nos presenta a un Dios que es “capaz del perdón” (Cf. Ex 34,6s; Sal 86,5; 103,3), afirmación que comportará la superación de la ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente” (EX 21,24) con la venida del Mesías Cristo Jesús que nos dijo: “Habéis oído que se dijo: “ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia…Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen…porque si amáis a los que os aman ¿Qué mérito tenéis? ¿No hacen los mismos también los publicanos?” (Mt 5,44). Se trata de un mandamiento que expresa lo más nuevo y genuino del cristianismo frente a las otras religiones y filosofías que mantienen un perdón genérico como es el caso del judaísmo, budismo, taoísmo, estoico... Esta singularidad viene de la concepción cristiana de Dios, manifestado en Jesús: “tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16). “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Es de tal importancia esta Obra de Misericordia que Jesús nos la enseñó en la oración del Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12; Lc 11,4). Perdonar las injurias es, probablemente, la Obra de Misericordia que más cueste para llevarlo a la práctica a causa de nuestra tendencia natural al rencor, el resentimiento y la venganza. Nuestro refranero español lo refleja muy bien: “Las ofensas se escriben en mármol; los beneficios, sobre arena”. “Quien a otros ofende, siempre la venganza teme”. Por otro lado también tenemos refranes que nos hablan de la excelencia del perdón: “Consejo es de sabios, perdonar injurias y olvidar agravios”. “Perdona al ofensor y saldrás vencedor”. “Por injurias que perdones, un galón para el cielo te pones”8. ¿Qué quiere decirnos todo esto? Que las ofensas que no se perdonan de corazón, sino que se guardan en él, acaban por irse adueñando de nuestra existencia y la llena de amargura y odio. Pero el perdón cristiano no tiene límites, porque amamos y perdonamos en la dimensión de la Cruz de Nuestro Jesucristo, donde Dios ha expresado todo su amor a la humanidad. Desde este signo salvador, el perdón cristiano, no sólo hace bien al que es perdonado, sino también el que ejerce el perdón sobre el hermano se siente liberado, el capaz de mirar al otro sin juzgarlo, acogiéndolo y respetándolo. Cada vez que perdonamos las ofensas, nuestro corazón se pacifica. Y como 8 N. Calduch-Benagues, Perdonar las injurias, (Madrid, 2015) 6-7. 7 diría santo Tomás de Aquino, “el perdón de los enemigos pertenece a la perfección de la caridad”9. 5. Consolar al triste. Nuestro mundo es un mundo triste, a pesar de la ofertas de espectáculos y variadísimas formas de divertimento. La tristeza es un sentimiento que ensombrece y dificulta la satisfacción en las relaciones vitales. Es un descenso importante de nuestro tono vital que anima todas las funciones de la persona. El sentimiento de tristeza más grave y temible es la depresión que ha sido calificada como “el infierno de la persona”, donde se conjuga la pérdida total de autoestima, el negativismo pesimista y un fuerte complejo de culpabilidad. Lo contrario a cualquier tipo de tristeza es la alegría de verse comprendido, amado, aceptado y consolado. A veces, basta escuchar al otro un desahogo porque son pequeñas cosas. Otras, demandará más tiempo y cuidados, y no faltará, en casos graves, la recomendación y ayuda de “profesionales del alma”. Pero en cualquier caso, no debe escasear la caridad y los signos de “las buenas obras”. Sin embargo, hay que ser realista y mostrar la fuente espiritual de donde viene todo consuelo, porque aquí: “en la tierra, hasta la alegría suele parar en tristeza; pero para quién vive según Cristo, incluso las penas se truecan en gozo”10. El consuelo llega a partir de una experiencia de Dios que reclama “abandonarse a sus manos”. No es ausencia de dolor, sino capacidad para superarlo sin derrumbarse: “El Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados” (Is 49,13). Resulta que Dios consuela a su pueblo con la bondad de un pastor (Cf. Sal 23,4), el afecto de un padre, el ardor de un novio y de un esposo (Cf. Is 54) y con la ternura de una madre (Cf. Is 49,14ss; 66, 11-13). Jesús, como Mesías, es “Consuelo de Israel” (Lc 2,25). Proclama: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5,5). Anima y da coraje a aquellos que se sienten abrumados por el peso de sus pecados o por la enfermedad que padecen (Cf Mt 9,2-22) y ofrece alivio a todos aquellos que están cansados y agobiados (Cf. Mt 11,28-30). Esto es así, que Pablo nos recuerda que Cristo es la fuente de toda consolación: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación hasta tal punto de poder consolar nosotros a los demás, 9 Santo Tomás de Aquino, STH II-II, q. 25, a.8. San Juan Crisóstomo, Homilía sobre San Mateo, 18. Cf. J.Mª. Uriarte, Consolar al triste, (Madrid, 2015) 10 8 mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1,3-5). Según este “consuelo de Cristo”( Flp 2,1), los cristianos somos llamados a “ángeles de consuelo” para que podamos curar, a pesar de nuestras heridas, a los pobres y afligidos con el “bálsamo” de la caridad, con el espíritu de perdón y la esperanza gozosa de que al final de los tiempos, será el mismo “Dios quién enjugará nuestras lágrimas” (Ap 7,17), ya que “no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido” (Ap 21,4). 6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás. Vivimos en un mundo donde la paciencia es la gran ausente: lo queremos todo, de forma inmediata, sin tener que aguardar. Es la ley de una sociedad postmoderna y del bienestar, donde todo marcha de prisa y con las mínimas molestias en todos los aspectos de vida. Quiere decir que esta sexta Obra de Misericordia espiritual no se puede entender mucho, como sucede con el amor a los enemigos (Cf. Mt 5,28-48). Sin embargo, la ley de la naturaleza es todo lo contrario, tiene todo un proceso, crecimiento y relaciones. De ahí, que la vida humana demanda la paciencia, para ir madurando en los diversos aspecto de nuestra existencia: “más vale ser paciente que valiente, dominarse que conquistar ciudades” (Prov 16,32) y “más vale el fin de un asunto que el principio, más vale espíritu paciente que arrogancia” (Eclo 7,8). La paciencia es pues un arte para saber sobrellevar los defectos del prójimo, de forma libre y amorosa, que se muestra en los variados campos en los que el cristiano puede ejercitar esa virtud: Consigo mismo, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos, cuando no se logran superar. Con quienes tratamos más a menudo, sobre todo si, por motivos especiales hemos de ayudarles en su formación, enfermedad, corregir el carácter, falta de educación, etc…La compresión y fortaleza nos ayudará a ser pacientes siguiendo los modelos que nos pone las Escrituras: Job (1,21), o bien la paciencia de Jesús con los pecadores (Cf. Mt 18,23-35). La impaciencia solo causa destrozos y es ineficaz para atraer al hermano. No olvidemos lo enseñanza de Pablo: “ …En todo nos acreditamos como ministros de Dios con mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias…” (2 Cor 6,4). “Sed buenos, compresivos, perdonaos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,32). Con los acontecimientos que no dependen de nosotros, ni de quién nos rodea. Son las largas contrariedades que se presentan a lo largo del día, que nos quitarían la paz y nos harían reaccionar de modo destemplado y malhumorado: “el amor es paciente… y todo lo 9 soporta” (1 Cor 13, 1-13.4,7). “El iracundo promueve contiendas, el paciente aplaca las rencillas” (Prov 15,18). En cualquiera de los aspectos expuestos, la paciencia como “fruto del Espíritu Santo” (Gal 5,22) nos hace madurar en las pruebas de la vida, como nos dice el apóstol Santiago: “mirad, nosotros proclamamos dichosos a los que tuvieron paciencia. Habéis oído hablar de la paciencia de Job y ya sabéis el final que le concedió el Señor, porque Dios es compasivo y misericordioso” (Sant 5,11).Además, genera constancia y esperanza que no defrauda nunca (Cf. Rom 5,5). IV. ROGAR A DIOS POR LOS VIVOS Y DIFUNTOS. Como conclusión de estas siete Obras de Misericordia espirituales, esta séptima pone de relieve cómo la oración es un don de Dios en relación con el hombre, nos introduce en la “comunión de los santos” y aparece como el sostén de las trece restantes. Porque como dice san Ignacio de Loyola: “orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros” (Cf. CAT 2834). Es un deber de caridad cristiana de pedir los unos por los otros, sobre todo por los pobres y los más necesitados de nuestra familia, comunidad y sociedad. Pero también por nuestros hermanos difuntos que partieron hacia la “casa de la misericordia” eterna. En la sociedad secular y descreída todo termina con la muerte. En cambio, desde la visión cristiana la muerte no es el final de la vida. Tenemos el medio, el ambiente y el lugar para una real comunicación de amor con los difuntos. Así, aunque es evidente que existe un terrible velo entre el mundo visible y el invisible, se nos ha dado un medio, que es la fe en Jesucristo muerto y resucitado, Señor de vivos y muertos, ya que “el que crea en Él, aunque haya muerto, vivirá y todo el que esté vivo y crea en Él jamás morirá” (Jn 11,26). Además en Cristo se cumple que el amor es más fuerte que la muerte (cf. Cant 8,6) y la comunión con Él nos hace partícipes de la comunión de los santos y por lo tanto contamos siempre con la intercesión de quienes nos precedieron y han alcanzado la vida eterna. De ahí estas palabras del Cardenal Martini: “Es posible comunicar con nuestros difuntos. Ellos nos conocen y, aunque ahora están en el cielo junto a Dios, conocen el mundo que han dejado, conocen ante todo su relación con Dios y con sus planes eternos que ya puede contemplar. A partir de Dios, conocen nuestros problemas y hablan de ellos entre sí y con Dios. Es verdad que han dejado el mundo para habitar donde están los cuerpos gloriosos... pero intervienen todavía en el mundo y están presentes en él con su oración, con la fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos 10 ofrecen, con los ejemplos que nos recuerdan, con los efectos de su intercesión”11. Es verdad de fe que esta comunicación de bienes espirituales existe entre los fieles que constituyen la Iglesia triunfante, purgante y militante. El ambiente para comunicarnos con nuestros seres queridos es la oración. El cristiano, mediante la plegaria a Dios por medio de su Hijo Jesucristo y movido por el Espíritu, entra en la esfera del Dios Viviente, donde nuestros padres, parientes o amigos queridos hablan a Dios de nosotros y le presentan nuestras intenciones y nuestras dificultades, pero también nosotros, los que caminamos en este “valle de lágrimas”, debemos rezar por ellos, porque “santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (Mac 12,46; Cf. LG, nn. 49-50). La oración cristiana nos hace tremendamente humanos, porque nos solidariza con las necesidades de los vivos y la salvación eterna de los difuntos. Además, nos libra de las angustias de la pérdida física de los seres queridos y nos hace recuperarlos por la presencia del amor divino en nuestros corazones. Es más, sólo mediante la piadosa oración perdura en el tiempo la memoria de los difuntos entre nosotros. Existe un lugar privilegiado que la Eucaristía, donde la fuerza del Resucitado nos congrega a vivos y muertos. Allí el cielo y la tierra se juntan para adorar el Dios de la Vida y del Amor. Y están presentes, en particular, aquellos que más nos aman, que nos son más queridos y que con nosotros adoran a Jesús, que ha aniquilado la muerte eterna. De ahí que un Padre de la Antigüedad dijera: “Ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos”12. Por eso la mejor comunicación que podemos con aquellos que ya no están aquí con nosotros es la celebración de la Santa Misa, que como diría san Isidoro de Sevilla “es una costumbre enseñada por los Apóstoles y que la Iglesia Católica observa en todas partes”13. @ Juan del Río Martín Arzobispado Castrense de España 11 C. Mª., Martini, Creo en la vida eterna, (Madrid, 2012) 25. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógicas, 5,9. 13 San Isidoro de Sevilla, Sobre los oficios eclesiásticos, 1. 12