octavio paz y la - Instituto de Fisiología

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OCTAVIO PAZ
Y LA
ciencia
Enrique Soto Eguibar*
Creíamos que éramos los dueños de la tierra
y los señores de la naturaleza; ahora estamos
inermes ante ella. Para recobrar la fortaleza espiritual
debemos antes recobrar la humildad.
Octavio Paz, La llama doble
I
E
ste ensayo, escrito desde la perspectiva de la
ciencia, no pretende más que reflexionar para
comprender, y en este caso baso mi reflexión
aprovechando una faceta del pensamiento de Octavio
Paz expresada con toda claridad en La llama doble, obra
en la que Paz hace diversas referencias y reflexiones en
torno al conocimiento científico, sus significados y efectos en la concepción del hombre y de lo humano. Hasta
donde conozco, este es un aspecto del pensamiento de
Paz que no ha sido previamente analizado.
Investigador titular del Instituto de Fisiología de la BUAP. Correo
electrónico: [email protected]; [email protected]
1
Me refiero específicamente a la reedición 1994 para México de la
editorial Seix Barral en la colección Biblioteca Breve.
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La reflexión sobre el hombre, el sexo, el amor y el
erotismo lleva a Paz a acercarse a la neurofisiología y a
las obras de Gerald Edelman, Marvin Minsky y Oliver
Sacks, entre otros; y es que resulta cada vez más difícil
pensar al hombre, su vida, su individualidad y el devenir de la cultura, sin hacer referencia a los conocimientos neurocientíficos. Tal como ha sucedido con la
materia y la vida, el pensamiento, la mente, el espíritu,
son cada vez más terreno del discurso humanístico y
científico, y pertenecen menos al terreno de las disquisiciones metafísicas o de las puramente filosóficas. En
particular, en La llama doble,1 de forma paralela al texto
central Paz (1993) desarrolla una cosmogonía: desde la
materia, el origen del universo y de la vida en la Tierra,
a la discusión de algunos de los aspectos más profundos
sobre el origen de la actividad mental, el pensamiento
y la posibilidad de construir máquinas inteligentes. Paz
discute a profundidad su manera de entender el universo y de mirar al hombre no exclusivamente desde
la perspectiva poética, sino como un hombre moderno
con una mirada múltiple, pero que hace adhesión muy
clara al mirar de la ciencia moderna. Así, por ejemplo,
leemos (Paz, 1993, p. 14):
OCTAVIO PAZ Y LA CIENCIA l SOCIEDAD ABIERTA
Dentro de esta gran división aparece otra: la de la materia animada. La segunda ley de la termodinámica, la
tendencia a la uniformidad y la entropía, cede el sitio a un
proceso inverso: la individuación evolutiva y la incesante
producción de especies nuevas y de organismos diferenciados. La flecha de la biología parece disparada en sentido contrario al de la flecha de la física. Aquí surge otra
excepción: las células se multiplican por gemación, esporulación y otras modalidades, o sea por partenogénesis o
autodivisión, salvo en un islote en el que la reproducción
se realiza por la unión de células de distinto sexo (gametos). Este islote es el de la sexualidad y su dominio, más
bien reducido, abarca al reino animal y a ciertas especies
del reino vegetal. El género humano comparte con los
animales y con ciertas plantas la necesidad de reproducirse por el método del acoplamiento y no por el más simple
de la autodivisión.
como ser único, singular e irrepetible; inquietante lo
es también por sus posibles implicaciones en la vida de
las generaciones futuras; fascinante por el potencial explicativo que tiene el hecho de lograr que un conjunto
de elementos, trátese de neuronas o transistores, ordenados de manera compleja, sean capaces de desarrollar
procesos psíquicos. Al respecto, dice Paz: “para que la
inteligencia humana crease inteligencias más inteligentes que ella misma, tendría que ser más inteligente que
ella misma”. Quizá, y lo lamento por la lógica, pero es
posible que eso sea lo que finalmente suceda. El avance
reciente de la robótica y de los sistemas que procesan
información hace cada vez más factible esta posibilidad
que, como apunta Paz, ciertamente hace reproducible y
eventualmente hasta prescindible al hombre.
II
Difícilmente pensaríamos que el fragmento anterior
corresponde a la obra de un hombre de letras; más bien,
detrás de estas ideas imaginamos a un biólogo.
Por la mirada original y fresca con que discute diversos temas de la ciencia moderna, incluyendo la cosmología, el origen del universo, el big-bang (gran-pum le
llama, de acuerdo con Hernández Campos), los hoyos
negros, el origen de la vida, la evolución del hombre y el
origen del pensamiento abstracto y de la autoconciencia, se constituye en un buen motivo de reflexión y, a
decir verdad, pocas veces los especialistas, estudiosos del
cerebro, discuten los temas centrales sobre la mente y
el cerebro con la claridad de Octavio Paz; como él mismo apunta, “la ciencia enfrenta actualmente las grandes
preguntas sobre el origen y el fin y, particularmente, sobre la mente y la conciencia. El desarrollo de la ciencia
ha permitido que el hombre vislumbre la posibilidad de
explicar y hasta replicar su conciencia”.
El desarrollo de las neurociencias coincide con el
gran avance en los terrenos de la computación y la microelectrónica. Se conjugan así preguntas, métodos y
explicaciones que tienen el potencial para realizar la síntesis de la inteligencia. Ciertamente parece que nos toca
vivir una época en la que se han de revolucionar nuestras ideas sobre la inteligencia, el hombre y la mente.
La posibilidad cada vez más evidente de construir máquinas pensantes constituye un hecho doble, inquietante y fascinante. Inquietante porque pondrá al hombre
y al humanismo un signo de interrogación, y porque
posiblemente signifique el final de la idea del hombre
Por otra parte, los instrumentos del progreso
—la ciencia y la técnica— han mostrado con terrible
claridad que pueden convertirse fácilmente en agentes
de destrucción. Finalmente, la existencia de armas
nucleares es unarefutación de la idea
de progreso inherente a la historia.
Una refutación, añado, que no hay
más remedio que llamar devastadora.
Octavio Paz, Conferencia Nobel 1990,
“La búsqueda del presente”
Paz expresa una enorme cautela respecto de la ciencia
moderna; no es un simple entusiasta y no duda en
expresar su opinión crítica, sobre todo a lo que él denomina “la barbarie tecnológica”. Llama nuestra atención especialmente sobre la posible deshumanización
a la cual la ciencia puede contribuir. Al respecto, escribe: “Nuestra tradición había creído que cada hombre
y cada mujer era un ser único, irrepetible; los modernos los vemos como órganos, funciones y procesos”.
Según Paz, la ciencia nos ha dejado sin el concepto
de alma, reduciéndola a una mera función del organismo, a un proceso físico-químico, abriendo así la
puerta a lo que él llama “homicidios de Estado” (Paz,
1993, p. 168). “El alma fue el fundamento de la naturaleza sagrada de cada persona”. La desaparición del
alma en la ciencia moderna conlleva, según Octavio
Paz, a una “paulatina, pero irreversible desvalorización
de la persona”.
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Escribe también (Paz, 1993, pp. 164-166):
Sin libertad no hay lo que llamamos persona. ¿La hay
sin alma? Para la mayoría de los científicos y para muchos de nuestros contemporáneos, el alma ha desaparecido como una entidad independiente del cuerpo. La
juzgan una noción innecesaria. Pero al mismo tiempo
que decretan su desaparición, el alma reaparece no fuera
sino precisamente dentro del cuerpo: los atributos de la
antigua alma, como el pensamiento y sus facultades, se
han convertido en propiedades del cuerpo. Basta con
hojear un tratado de psicología moderna y de las nuevas disciplinas cognoscitivas para advertir que el cerebro
y otros órganos poseen hoy casi todas las facultades
del alma. El cuerpo, sin dejar de ser cuerpo, se ha vuelto
alma [...] Por lo pronto señalo que, desde un punto de
vista estrictamente científico, hay todavía varios problemas que no han sido resueltos. El primero y central es explicar y describir el salto de lo físico-químico
al pensamiento. La lógica hegeliana había encontrado una explicación, probablemente quimérica: el salto
dialéctico de lo cuantitativo a lo cualitativo. La ciencia,
con razón, no es partidaria de estos passe-partout lógicos pero tampoco ha encontrado una explicación realmente convincente del supuesto origen físico-químico
del pensamiento.
Las consecuencias de esta manera de pensar han
sido funestas. El eclipse del alma ha provocado una duda
que no me parece exagerado llamar ontológica sobre
lo que es o puede ser realmente una persona humana.
¿Es mero cuerpo perecedero, un conjunto de reacciones
físico-químicas?, ¿es una máquina, como piensan los especialistas de la ‘inteligencia artificial’? En uno u otro
caso, es un ente o, más bien, un producto que, si llegásemos a tener los conocimientos necesarios, podríamos
reproducir e incluso mejorar a voluntad. La persona
humana, que había dejado de ser el trasunto de la divinidad, ahora también deja de ser un resultado de la
evolución natural e ingresa en el orden de la producción
industrial: es una fabricación. Esta concepción destruye
la noción de persona y así amenaza en su centro mismo
a los valores y creencias que han sido el fundamento de
nuestra civilización y de nuestras instituciones sociales
y políticas. Así pues, la confiscación del erotismo y del
amor por los poderes del dinero es apenas un aspecto
del ocaso del amor; el otro es la evaporación de su elemento constitutivo: la persona. Ambos se completan y
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abren una perspectiva sobre el posible futuro de nuestras sociedades: la barbarie tecnológica.
Más adelante expresa:
No pienso en un imposible regreso a las antiguas concepciones del alma; creo que, so pena de extinción, debemos
encontrar una visión del hombre y de la mujer que nos
devuelva la conciencia de la singularidad y la identidad de
cada uno. Visión a un tiempo nueva y antigua visión que
vea, en términos de hoy, a cada ser humano como una
criatura única, irrepetible y preciosa. Toca a la imaginación creadora de nuestros filósofos, artistas y científicos
redescubrir no lo más lejano sino lo más íntimo y diario:
el misterio que es cada uno de nosotros. Para reinventar el amor como pedía el poeta, tenemos que inventar
otra vez al hombre (Paz, 1993, p. 172).
Atendiendo a esta crítica es indispensable establecer la necesidad de la ciencia moderna de replantear
la noción del ser humano y de contribuir a una nueva
concepción del hombre, no como un simple paréntesis en el tiempo, un proceso físico-químico o genético,
sino como un ser único, singular, irrepetible y por tanto
sujeto del más alto valor. Es indispensable fundar una
ética laica, desacralizada, del hombre que le devuelva
su valor espiritual, independiente de su origen, sea éste
divino o físico-químico. La ciencia es desde su origen
una forma del humanismo y si bien su matrimonio con
el poder, el dinero o el militarismo nos han aproximado
a la barbarie, aún hay formas de entender y explicar
desde la ciencia que nos llevan al hombre como centro
y objetivo último de la reflexión y del quehacer científico. Enfatizo: la ciencia es un humanismo. Y asumo
esta postura en oposición a la concepción dominante de la ciencia como una actividad deshumanizada,
aliada del poder y la destrucción. La ciencia surge a lo
largo de la historia como una forma de entender empujada por la curiosidad, que es una cualidad típicamente
humana. La técnica es un saber hacer que avanza empujada por la necesidad. Ambas son expresión de dos
atributos fundamentales de la naturaleza humana: curiosidad y creatividad. Cada una, tal como Paz ha escrito acerca de la producción artística, “ha sido dañada
gravemente por las plagas del mercantilismo, el lucro y
la publicidad” (Paz, 1993, p. 150).
Para repensar al ser humano, las nuevas concepciones derivadas de la teoría matemática de sistemas diná-
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micos no lineales permiten entender algunos aspectos
de la individualidad, la atención y el libre albedrío. Y
en este sentido, la pregunta que debe formularse es:
¿cómo explicar el hecho de que organismos prácticamente iguales den origen a comportamientos y maneras de entender el mundo tan diferentes? Desde el punto
de vista de nuestra estructura todos los hombres somos
prácticamente iguales.
En la teoría matemática de los sistemas dinámicos
no lineales se conoce que ciertos sistemas, que se denominan caóticos, evolucionan de manera impredecible
(Gleick, 1987). La manera como estos sistemas evolucionan, su trayectoria —en términos de esta teoría—
depende especialmente de sus condiciones iniciales, no
de su estructura. Es decir, en un sistema caótico pequeñas variaciones en las condiciones iniciales determinan
cambios notables en su trayectoria. Tenemos entonces
la imposibilidad de predecir la evolución de estos sistemas matemáticos cada vez que se calcula su trayectoria
con pequeñas variaciones iniciales; estos sistemas son
también especialmente sensibles a las perturbaciones,
de ahí, por ejemplo, la idea, que es más bien una metáfora, de que una mariposa que bate sus alas en el Caribe
podría generar un ciclón en el mar de China. Lo que
no es una metáfora es el hecho de que nuestras condiciones iniciales, concepción y gestación son únicas e
irrepetibles. Por lo tanto, si pensamos al ser humano
en términos de esta teoría de sistemas dinámicos no lineales, una consecuencia lógica es que nuestro devenir
ontológico sea prácticamente incognoscible, aunque
determinístico. Esto último es fundamental. Análogamente, las nubes nos fascinan por sus formas únicas
e irrepetibles. Son todas diferentes, me atrevo a decir
que nunca la forma de una nube se repite, a pesar de que
tienen una causalidad única y similar en todos los casos.
Los meteorólogos pueden predecir si habrá muchas o
pocas nubes, si estas estarán muy cargadas de lluvia o si
tendrán tal o cual altitud y, eventualmente, de acuerdo
a la tendencia global del viento pueden establecer la forma general que tendrán: cirros, cúmulos, estratos, etcétera. Pero de ninguna manera pueden decirnos cómo
será una nube en particular. De igual manera, de los
humanos podemos predecir con base en su cultura si
hablarán tal o cual idioma, y establecer las tendencias
generales del desarrollo de un individuo, pero nada podemos decir de su individualidad más íntima. La teoría
acepta la impredictibilidad a largo plazo de la evolución
de un sistema, pero se trata de una teoría determinis-
ta, es decir, basada en relaciones causa-efecto. Esto por
ningún motivo quiere decir que pretenda argumentar
en favor de la idea de reducir la cognición, la actividad
mental,aunaecuaciónosistemadeecuaciones.Estoyhaciendo uso de una teoría matemática en su más amplio sentido para tratar de comprender la individualidad humana.
Eventualmente, en esta teoría el número de ecuaciones
que son necesarias para simular la actividad de una sola
neurona alcanza una complejidad extraordinaria, e imaginar que el ser humano es reducible a ecuaciones es hoy
simplemente un sueño guajiro. Pero siguiendo con las
metáforas, imaginemos, si una mariposa puede alterar el
clima, qué no hará una caricia, unas palabras tiernas o
agresivas, un juego, en la personalidad de un niño.
La individualidad, nuestro mundo interior es, entonces, una propiedad de nuestro sistema, no es necesario invocar ningún elemento adicional al organismo —y
su cerebro— para entender el origen de la individualidad y sostener la idea de la singularidad e irrepetibilidad
de la vida. Al final, desde el punto de vista de nuestra
estructura cerebral y orgánica, todos los hombres somos prácticamente iguales, y son las sutiles diferencias
iniciales y las influencias del medio las que explican
nuestra individualidad. El mundo interior es singular
como es singular la trayectoria de los sistemas no lineales caóticos; somos impredecibles y singulares en el
mismo sentido en que lo es una reacción química, o la
caída de una gota en una llave que gotea. La impredictibilidad a largo plazo, nuestra ontología (trayectoria),
es resultado natural de nuestra dinámica extraordinariamente compleja y esencialmente única e irrepetible.
En el caso del cerebro, éste tiene una dinámica propia
y su respuesta ante un estímulo depende de su estado
en el momento de la interacción con el medio. De ahí
también que se haya postulado la idea de que el cerebro
es un sistema cerrado (Maturana y Varela, 1984; Llinás, 2001). En última instancia, el cerebro es producto
de miles de años de evolución, y evolución significa
interacción entre ser biológico y medio ambiente. La
evolución es el mecanismo por medio del cual la naturaleza ha pulido y dado forma a nuestro ser. De ahí
que las interacciones con el medio están inscritas en
nuestra estructura cerebral. La estructura lógica de los
acontecimientos está inscrita en nuestro cerebro a lo
largo de la evolución, porque, qué es la lógica, si no el
acontecer natural de los procesos.
Por ningún motivo el referir y pensar el cerebro en un
momento dado, aislado en su dinámica, implica olvidar
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las influencias fundamentales que tiene la experiencia
individual y la cultura del sujeto. Éstas son, justamente,
como el batir de las alas de la mariposa, pero multiplicado por miles. Nuestras experiencias y nuestra cultura
son determinantes en el desarrollo neuronal que, a su
vez, determina nuestras expresiones culturales y nuestra
cognición. Realmente se trata de una interacción constructiva, medio ambiente-redes neuronales-cultura-medio ambiente-redes neuronales... que forma un círculo
cerrado que se retroalimenta. Una muy lúcida visión
moderna del papel de la cultura en el desarrollo del cerebro y de las interacciones dinámicas y complementarias entre ellos la ha desarrollado Roger Bartra (2006)
quien llega al extremo de referir a los espacios culturales
como exocerebro. Cabe destacar que Bartra es uno de
los pensadores más originales de nuestra actualidad y
uno de los pocos que, como Paz, han reflexionado sobre
la mente y la cognición fuera del ámbito académico de
las neurociencias.
Al discutir las ideas de Gerald Edelman (1993) sobre
el origen de la actividad mental, Octavio Paz (1993, p.
191) escribe:
[…] la primera ventaja de la nueva teoría es que
desecha la analogía con las computadoras y se resiste
al simplismo de las explicaciones meramente físico-químicas. Otra ventaja es su realismo: la mente debe estudiarse precisamente en su medio propio, el organismo
humano, como un momento de la evolución natural.
Cierto, la teoría es aún incompleta —hay vastos territorios inexplorados— y muchas de sus hipótesis carecen
de verificación empírica. Estas limitaciones no invalidan
su fecundidad [...].
Estas observaciones son notables por el hecho de
que Paz reconoce dos aspectos fundamentales del saber
científico que frecuentemente causan problemas a los
no iniciados. Uno es que la ciencia puede ser incompleta. Frecuentemente, esta incompletitud de la ciencia
es vista como una argucia para sostener ideas científicas erróneas, pero no es así, y en todos los campos la
ciencia, a diferencia de las religiones, se reconoce como
incompleta, es una obra en construcción. El segundo aspecto es que Octavio Paz señala la necesidad de
prueba empírica haciendo adhesión al método científico. Comúnmente este asunto pasa inadvertido, pero
es esencial. La prueba empírica es la base del conocimiento científico y el hecho fundamental por el cual
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la ciencia, al contrario de las religiones, no acepta los
milagros. La prueba empírica lleva implícita en sí toda
una cosmogonía que no pierde de vista nuestra relación
con un universo causal, en que podrá haber cuestiones
aún inexplicables, pero no saltos ni acontecimientos intrínsecamente inexplicables.
Más adelante, y en relación también con la obra de
Edelman y con un escrito de Oliver Sacks, Paz discute
la analogía que se hace del pensamiento con una orquesta: “La mente es una orquesta que ejecuta una obra
sin director”. Pero Paz se pregunta si para hacer esto (tocar sin director) “[...] ¿las neuronas se han puesto previamente de acuerdo?”, o improvisan; como sea, Paz se
plantea el problema del acuerdo entre neuronas cuando
escribe (1993, p. 194): “Poco importa que el plan haya
sido trazado un minuto antes y que sea muy vago y
esquemático: es un plan. Y todos los planes requieren
un planificador. ¿Quién hace el plan de la orquesta
neurológica?”. La respuesta, desde mi punto de vista,
es: la evolución y la experiencia. La orquestación de la
actividad entre neuronas, y no sólo entre neuronas, sino
entre diversas células del organismo, surge a lo largo de
la evolución y no tiene el “objetivo” de lograr la actividad mental. Ésta, creo, es un subproducto útil que la
evolución de los sistemas celulares complejos y coordinados ha encontrado. Originalmente, los seres unicelulares desarrollaron mecanismos que les permitían
intercambiar materia con su medio; posteriormente,
variaciones de estos elementos celulares les permitieron
censar acontecimientos del medio para adaptarse a él o
regular sus procesos acorde con los cambios del medio
ambiente. Cuando estos primeros organismos celulares
se agruparon en organismos multicelulares, el medio
externo para algunas células resulta ser el medio interno del organismo. Así, en los organismos pluricelulares,
al censar el medio, algunas células censan la actividad
de sus vecinas. Inicia así un proceso de coordinación
ciega (no comunicación; no existe entre células nada
que obedezca a las leyes de la teoría de la información,
y el introducir el término comunicación en biología
complica y distorsiona la comprensión de los procesos
de coordinación intercelular), en que las células censan
la actividad de sus vecinas por los cambios del medio
que éstas producen como resultado de su actividad metabólica. In crescendo, este proceso lleva finalmente a
coordinaciones de actividad complejas y al desarrollo
de los diversos sistemas, incluyendo el sistema nervioso. Por cierto que el desarrollo del sistema inmune nos
OCTAVIO PAZ Y LA CIENCIA l SOCIEDAD ABIERTA
da la individualidad biológica que antecede en mucho
a la de orden mental-espiritual. Finalmente, la evolución de familias de sistemas lleva a la compleja señalización y coordinación de actividades del sistema nervioso.
Por ejemplo, las células fotorreceptoras de la retina detectan la presencia de un fotón usando para ello una
proteína de membrana ancestral que apareció evolutivamente en las bacterias y que mediante pequeñas modificaciones ha sido convertida en la molécula clave de
la visión. Me refiero a la rodopsina, que evoluciona a
partir de un transportador de protones que se activa
con luz en las bacterias. Esta proteína provee de energía
a las bacterias. En los seres multicelulares, un pequeño
grupo de células de la retina la expresa en su mebrana;
cuando un fotón incide sobre ella se produce un cambio eléctrico en el fotorreceptor y entonces se liberan
substancias químicas del mismo. Neuronas adyacentes
son sensibles a este cambio químico y responden a él activándose y produciendo, a su vez, un cambio químico
en su ambiente que se transmite de unas a otras. He ahí
los principios de operación de un sistema complejo que
actúa de forma coordinada y que da la apariencia de
haber sido diseñado para transmitir información, pero
que, como cualquier sistema dinámico sólo responde
a las perturbaciones del medio. Es lo que Maturana y
Varela (1984) han denominado “acoplamiento estructural”.
Con base en lo anterior, creo que la pregunta de Octavio
Paz acerca de quién hace el plan de la orquesta neurológica
tiene una respuesta plausible en la actualidad.
La actividad mental se produce en interacción y dentro de, habitando a, viviendo en, un cierto medio ambiente. Ha evolucionado gracias a esta interacción con
la naturaleza, y su ontogenia depende de su interacción
con el medio. Pero una vez en acción la actividad mental tiene una dinámica propia. Es como un río caudaloso, decía William James. Aislada del medio, la actividad
mental del individuo perdura un tiempo y finalmente
decae en una confusión total. Desde hace años se sabe
que la deprivación sensorial lleva a un caos total a la
actividad mental que, finalmente, termina en pensamientos delirantes. Notablemente, este decaimiento de
la actividad intelectual lógica va precedido de una actividad alucinatoria con delirios que, en última instancia,
llevan a un pensamiento delirante, a una forma de “locura”. Es como si requiriéramos de la interacción con
el medio para evitar la deriva emocional y perceptual.
Esto es un resultado lógico de la forma en que opera el
cerebro. La idea es que eso que llamamos realidad se
construye mediante la coincidencia de una serie de hipótesis cognitivas y su confirmación en la experiencia.
Aparentemente, el cerebro funciona como un sistema
que constantemente hace un análisis prospectivo probabilístico y el éxito o fracaso de los resultados obtenidos con tal o cual pronóstico permiten construir una
hipótesis explicativa de los acontecimientos. Constantemente elaboramos un escenario, esto es, una construcción
intelectual abstracta basada en la experiencia y que crea
un contexto en el cual transcurre nuestra actividad sensorial. Si hay coincidencia entre este escenario interno y
la actividad de los órganos de los sentidos, nuestras acciones son congruentes; por ejemplo, tomamos un vaso
y bebemos agua. Sólo en la coincidencia del acontecer
intelectual, sensorial y motor construimos realidad. No
es que no exista un mundo externo objetivo, pero la
actividad mental no es un simple reflejo del medio externo, es una construcción mental dinámica que debe
ser continuamente puesta a prueba y corroborada o refutada. De ahí que la privación sensorial de largo plazo
tenga un efecto devastador sobre el pensamiento lógico,
tal como ya fue descrito por George Orwell en su novela
1984 (Orwell, 1949). De hecho, la deprivación sensorial
es una forma bien tipificada de tortura que se ha usado y
se usa hoy con prisioneros que permanecen raptados en
Guantánamo y que, de forma limitada, se usa también
en algunos procedimientos “alternativos”, como ha quedado establecido en singular capítulo de Los Simpson y
la cura alternativa de Lisa en Karma-Ceuticals.
Indudablemente, Octavio Paz ha sido uno de los
pocos pensadores modernos que en nuestro medio se
han preguntado por asuntos relacionados con la ciencia. La referencia a diversos textos especializados, la publicación de un trabajo dedicado al análisis de la obra
de Francis Crick (1981) sobre el origen de la vida en la
Tierra (Paz, 1982), las disquisiciones acerca del cuerpo
y su fisiología en Conjunciones y disyunciones (1969) y su
conocimiento de la ciencia y sus problemas cardinales
no hacen sino confirmar la profundidad con que Paz
abordó diversos asuntos relacionados con el hombre y
su mundo. Es, además, un ejemplo de que no se requiere ser un especialista para comprender los problemas
fundamentales de la ciencia y el conocimiento moderno; se requiere estar informado y atender seriamente
las explicaciones, algunas muy claras, de los científicos.
Entonces es posible, tal como lo ha hecho Paz, tender
puentes entre las ciencias sociales, la filosofía, la literatura, el arte y la ciencia.
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En este texto he abordado someramente y en referencia
exclusiva a las neurociencias algunos aspectos de la obra de
Paz. Termino dándole la palabra (Paz, 1993, p. 202):
Kant hizo la crítica de la razón pura y de la razón práctica; necesitamos otro Kant que haga la crítica de la razón
científica. El momento es propicio porque en la mayoría
de las ciencias es visible, hasta donde los legos podemos
advertirlo, un movimiento de autorreflexión y autocrítica, como lo muestran admirablemente los cosmólogos
modernos. El diálogo entre la ciencia, la filosofía y la poesía podría ser el preludio de la resurrección de la persona
humana, que ha sido la piedra de fundación y el manantial de nuestra civilización. ■
REFERENCIAS
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Maturana, H. y F. Varela (1984), El árbol del conocimiento, Santiago
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disponible en: http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/
laureates/1990/paz-lecture-s.html
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Barral.
Sacks, O. (1993), “Making up the Minds”, The New York Review of
Books, 8 de abril.
Yawlenski, S. (2007), “Una crítica al texto de Robert L. Lanza”,
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