LITERATURA ESPAÑOLA

Anuncio
LITERATURA ESPAÑOLA
TEXTOS PARA COMENTAR
EDAD MEDIA
CANTAR DE MÍO CID
EL HÉROE, DESTERRADO
Los mestureros o envidiosos han sembrado las discordia entre el Cid y el rey Alfonso VI. Al
caer aquel en desgracia, debe abandonar Castilla. Faltan en el manuscrito del Poema los primeros
versos, en los cuales el héroe convoca a sus parientes y vasallos en Vivar para saber quiénes
deseaban acompañarle en el exilio: todos deciden ir con él. Al salir de Vivar, Rodrigo deja abandonados sus palacios; he aquí los primeros versos conservados del Poema, en su lengua original:
De los sos ojos tan fuertemientre llorando,
tornaba la cabeça i estábalos catando.
Vio puertas abiertas e uços sin cañados,
alcándaras vazias sin pielles e sin mantos
e sin falcones e sin adtores mudados.
Sospiró mio Cid, ca mucho habié grandes cuidados.
Fabló mio Cid bien e tan mesurado:
--"¡Grado a ti, Señor Padre, que estás en alto!
Esto me han vuelto mios enemigos malos."
El Cid llora, pues, al ver sus palacios desmantelados. Tras ese desfallecimiento inicial, el
héroe se sobrepone a la adversidad:
Movió mio Cid los hombros y alzó la cabeza:
--"¡Albricias, Alvar Fáñez! Nos echan de nuestra tierra,
pero con mucha honra volveremos a ella."
Al entrar en Burgos, con sus tropas presididas por sesenta estandartes, las gentes, entristecidas, salen a ver pasar a su héroe:
De las bocas de todos, salía como razón:
--"Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor!"
Pero nadie se atreve a ofrecerle alojamiento: el rey lo ha prohibido. Se dirigen a una casa y
llaman a la puerta; tras mucho insistir, la abre una niña.
Lo albergarían con gusto, pero ninguno osaba:
del rey don Alfonso, tan grande era la saña.
Al atardecer, a Burgos llegó de él una carta
con gran sigilo, y fuertemente sellada,
con orden de que al Cid nadie le diera posada.
Y que el que se la diese, supiera que se arriesgaba
a perder sus haciendas, y aun los ojos de la cara,
y aun, además, los cuerpos y las almas.
Gran pesar tenían las gentes cristianas;
2
se esconden de mio Cid: no osan decirle nada.
El Campeador se dirigió a su posada,
y al llegar a la puerta, la halló bien cerrada:
por miedo al rey Alfonso, así la dejaran;
ellos no la abrirían, si él no la forzaba.
Los guerreros del Cid con grandes voces llaman;
los de dentro, no les contestaban palabra.
Espoleó el Cid su caballo, a la puerta se llegaba,
sacó el pie del estribo, y le dio una patada.
No se abre la puerta, pues está bien cerrada.
Una niña de nueve años, a sus ojos se mostraba:
--"¡Tente, Campeador, que en buena hora ciñes espada!
El rey lo ha prohibido: de él entró anoche una carta,
en gran sigilo y fuertemente sellada.
No osaríamos abriros ni acogeros por nada.
De hacerlo, perderíamos haciendas y casas,
y aún, además los ojos de la cara.
¡Cid, en nuestro mal, vos no ganaréis nada!
Dios creador os valga, con todas sus virtudes santas."
Esto dijo la niña y volvióse para casa.
Bien ve el Cid que, del rey, ya no tiene la gracia.
Marchóse de la puerta, y por Burgos entraba,
llegó a Santa María, allí descabalgaba.
Se hincó de rodillas, de corazón rogaba.
EL CID, GUERRERO Y POLÍTICO
La guerra es para el Cid un medio necesario de subsistencia, como profesión por excelencia
de un caballero. Pelea con los moros para sustentarse y mantener a los suyos, y para obtener,
paulatinamente, la gracia del rey. En la España ocupada por los árabes, Rodrigo y sus guerreros
consiguen mantenerse y triunfar, unas veces con el valor de su brazo y otras con sus habilidades
políticas. Son abundantes las batallas que el Poema describe; he aquí algunos fragmentos de la de
Alcocer.
Se ponen los escudos ante sus corazones,
y bajan las lanzas envueltas en pendones,
inclinan las caras encima de los arzones,
y cabalgan a herirlos con fuertes corazones.
A grandes voces grita el que en buena hora nació:
--"¡Heridlos, caballeros, por amor del Criador!
¡Yo soy Ruiz Díaz, el Cid, de Vivar Campeador!" [...]
Allí vierais tantas lanzas hundirse y alzar,
tantas adargas hundir y traspasar,
tanta loriga abollar y desmallar,
tantos pendones blancos, de roja sangre brillar,
tantos buenos caballos sin sus dueños andar.
Gritan los moros: "¡Mahoma!"; "¡Santiago!" la cristiandad. [...]
A Minaya Alvar Fáñez matáronle el caballo,
pero bien le socorren mesnadas de cristianos.
Tiene rota la lanza, mete a la espada mano,
y, aunque a pie, buenos golpes va dando.
3
Violo mio Cid Ruy Díaz el Castellano,
se fijó en un visir que iba en buen caballo,
y dándole un mandoble, con su potente brazo,
partióle por la cintura, y en dos cayó al campo.
A Minaya Alvar Fáñez le entregó aquel caballo:
--"Cabalgad, Minaya: vos sois mi diestro brazo."
CONQUISTA DE VALENCIA. SE REÚNE CON ÉL SU FAMILIA
La fama de las victorias del Cid y los presentes que le envía, van recobrando la voluntad del
rey. De todos sus triunfos, ninguno tan notable como el que ha obtenido al conquistar Valencia.
Alfonso VI, a ruegos de Rodrigo, consiente en que doña Jimena y sus hijas se reúnan con él. Pero
una amenaza acecha a Valencia: el rey almorávide de Marruecos, Yusef, desea ocuparla. El Cid
contempla las fuerzas enemigas y exclama:
--"¡Gracias al Creador, al Padre espiritual!
Todos los bienes que tengo, delante de mí están.
Con esfuerzo, Valencia conquisté: es ya mi heredad;
antes he de morir que volverla a dejar.
Al Creador y a la Virgen me es forzoso alabar,
pues mi mujer y mis hijas conmigo las tengo acá.
La suerte me ha venido de tierras de allende el mar.
Me arrojaré a las armas, no las he de dejar;
mi mujer y mis hijas me verán pelear:
ya verán lo que cuesta en estas tierras morar,
han de ver con sus ojos cómo se gana el pan."
Al alcázar con ellas subió para observar,
mirando con sus ojos, tiendas vieron montar.
--"¿Qué es esto, Cid? ¡Dios tenga de vos piedad!"
--"Mi mujer, muy honrada, no tengáis ningún pesar!
Es más riqueza que nos viene, a aumentar nuestro caudal.
Tan pronto como has llegado, un presente os quieren dar.
Para las hijas casaderas, os traen un buen ajuar."
--"Gracias a vos, Cid, y al Padre espiritual."
--"Quedaos en el alcázar, en el palacio aguardad;
y no tengáis miedo alguno porque me veáis luchar;
por la merced de Dios y de su Madre virginal,
me crecerá el corazón, pues me vais a contemplar.
¡Con la ayuda de Dios, esta batalla la tengo que ganar!"
Efectivamente, Rodrigo, a quien acompaña el obispo don Jerome, gran guerrero, derrota a
los moros y logra un rico botín. El Cid vuelve a enviar regalos al rey, que ya no hace caso de los
intrigantes.
LAS BODAS DE LAS HIJAS DEL CID
Alfonso VI decide entrevistarse con su heroico vasallo a orillas del Tajo. La entrevista es muy
cordial, y en ella se pactan las bodas de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión. Estos no
agradan al Cid, pero, como buen súbdito, no quiere incurrir de nuevo en la ira del rey, que ha pedido
4
aquel casamiento. Los matrimonios se celebran, y transcurren dos años muy felices para los desposados en Valencia.
COBARDÍA DE LOS INFANTES DE CARRIÓN
Al fin, los infantes descubren su mala índole. Son cobardes: un día se escapa un león que el
Cid tiene en una jaula... Pero he aquí cómo narra el juglar este divertido episodio (que luego tendrá
consecuencias dramáticas para las hijas de Rodrigo).
En Valencia, con los suyos, el Cid permaneció,
estaban también sus yernos, los infantes de Carrión.
Un día, en un escaño, dormía el Campeador;
un mal accidente sabed que les ocurrió:
salióse de la jaula, y quedó libre un león.
A todos los presentes, les asaltó gran temor;
se ponen el manto al brazo los del Campeador,
y rodean el escaño protegiendo a su señor.
Fernán Gonzálvez, infante de Carrión,
no halló dónde subirse, ni abierta alguna habitación;
se escondió bajo el escaño: tanto era su pavor.
Diego Gonzálvez por una puerta salió,
diciendo a grandes gritos: "¡Ya no veré más Carrión!"
Tras una viga lagar se metió con gran pavor;
el manto y el brial muy sucios los sacó.
En esto, despertó el que en buena hora nació.
El escaño rodeado de sus guerreros vio.
--"¿Qué ocurre, caballeros, por qué esta alteración?"
--"Sucede, señor honrado, que un susto nos dio el león."
Hincó el codo mio Cid, tranquilo se levantó;
el manto traía al cuello, y se dirigió al león;
apenas lo vio este, gran vergüenza sintió.
Ante mio Cid, la cabeza bajó y el rostro hincó.
Mio Cid don Rodrigo del cuello lo tomó,
llevándolo de su mano, a la jaula lo volvió.
Todos asombrados quedan al ver a su señor,
y al palacio retornan loando su valor.
Mio Cid por sus yernos preguntó y no los halló;
aunque los llamó a altas voces, ninguno respondió.
Cuando los encontraron, estaban sin color;
nunca hubo tal rechifla como la que allí se armó,
pero ordenó que cesara mio Cid el Campeador.
Muchos tuvieron por deshonrados a los infantes de Carrión,
se sienten humillados por lo que aconteció.
LA AFRENTA DE CORPES
5
Ante un nuevo ataque de los moros a Valencia, Rodrigo pasa por la vergüenza de que sus
yernos tengan miedo. La situación de estos se hace insufrible, y traman una infame venganza. Con el
pretexto de mostrar las posesiones de Carrión a sus esposas, piden al Cid que les permita abandonar
Valencia. El héroe concede la autorización, aunque siente oscuros recelos; pero carece de
argumentos para oponerse a aquella petición. Al llegar al robledo de Corpes (en Soria, cerca de San
Esteban de Gormaz), los infantes cometen la felonía: despiden a todos los criados y se quedan solos
con sus esposas, las golpean sin piedad y las abandonan.
VENGANZA Y FELICIDAD FINAL
Este salvaje atentado no podía quedar sin venganza. Dos adalides del Cid vencen a los de
Carrión, en presencia del rey, a quien ha encolerizado la bajeza de los infantes. Y Rodrigo y los
suyos regresan a Valencia, donde Elvira y Sol alcanzarán un matrimonio venturoso con los infantes
de Navarra y Aragón. El Poema acaba proclamando tan felices nuevas:
Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol;
los primeros fueron buenos, pero estos son aún mejor,
con mayor honra se casan que en la primera ocasión.
Y ved cómo la honra aumenta al que en buen hora nació,
al ser sus hijas señoras de Navarra y de Aragón.
Y, así, los reyes de España ahora sus parientes son,
a todos alcanza honra por el que en buen hora nació.
6
JORGE MANRIQUE
COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE
1.
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo después de acordado
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
2.
Pues, si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duro lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
3.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir:
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
allegados son iguales,
los que viven por sus manos
y los ricos.
4.
Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
7
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores;
a Aquel sólo me encomiendo,
aquel sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo no conoció
su deidad.
5.
Este mundo es el camino
para el otro, que morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
6.
Este mundo bueno fue
si bien usásemos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquel
que atendemos.
Y aun aquel Hijo de Dios
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.
7.
Si fuese en nuestro poder
tornar la cara hermosa
corporal,
como podemos hacer
el ánima glorïosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
tuviéramos toda hora
y tan presta
en componer la cautiva,
dejándonos la señora
descompuesta!
8
8.
Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.
9.
Decidme, la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.
10.
Pues la sangre de los godos
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos
se sume su gran alteza
en esta vida!
¡Unos, por poco valer,
por cuán bajos y abatidos
que los tienen!
Y otros, por no tener,
con oficios no debidos
se mantienen.
11.
Los estados y riquezas,
que nos dejan a deshora,
¿quién lo duda?
No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda;
que bienes son de Fortuna
que revuelve con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una,
ni estar estable ni queda
9
en una cosa.
12.
Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso no nos engañen,
pues se va la vida apriesa
como sueño.
Y los deleites de acá
son en que nos deleitamos
temporales,
y los tormentos de allá,
que por ellos esperamos,
eternales.
13.
Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
¿qué son sino corredores,
y la muerte la celada
en que caemos?
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
14.
Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
con casos tristes llorosos
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.
15.
Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos,
ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus historias;
no curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue de ello;
10
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.
16.
¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón,
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras,
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verduras
de las eras?
17.
¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
18
Pues el otro su heredero
don Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!
Mas veréis cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró,
habiéndole sido amigo,
cuán poco duró con él
lo que le dio.
19.
Las dádivas desmedidas,
los oficios reales
llenos de oro,
las vajillas tan fabridas
los enriques y reales
del tesoro,
11
los jaeces, los caballos
de su gente, y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿Qué fueron sino rocíos
de los prados?
20.
Pues su hermano el inocente,
que en su vida sucesor
se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo, y cuánto gran señor
le siguió!
Mas, como fuese mortal,
metiólo la Muerte luego
en su fragua.
¡Oh juicio divinal!
cuando más ardía el fuego
echaste agua.
21.
Pues aquel grand condestable,
maestre que conocimos
tan privado,
no cumple que de él se hable,
sino sólo que lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿Fuéronle sino pesares
al dejar?
22.
Pues los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
que a los grandes y medianos
trajeron tan sojuzgados
a sus leyes,
aquella prosperidad
que tan alta fue subida
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad,
que estando más encendida
fue amatada?
23.
Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes,
y varones
como vimos tan potentes,
12
di, Muerte, ¿dó los escondes
y traspones?
Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras
y deshaces.
24.
Las huestes innumerables,
los pendones y estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,
los muros y baluartes
y barreras,
la cava honda chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?
que, si tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
con tu flecha.
25.
Aquel de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente,
sus hechos grandes y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hacer caros,
pues el mundo todo sabe
cuáles fueron.
26.
¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados
y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados
y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benigno a los sujetos,
y a los bravos y dañosos
qué león!
27.
En ventura Octaviano,
Julio César en vencer
13
y batallar,
en la virtud Africano,
Aníbal en el saber
y trabajar,
en la bondad un Trajano,
Tito en liberalidad
con alegría,
en su brazo Aureliano,
Marco Atilio en la verdad
que prometía.
28.
Antonio Pío en clemencia,
Marco Aurelio en igualdad
del semblante,
Adrïano en elocuencia,
Teodosio en humildad
y buen talante.
Aurelio Alexandre fue
en disciplina y rigor
de la guerra,
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor
de su tierra.
29.
No dejó grandes tesoros,
ni alcanzó grandes riquezas
ni vajillas,
mas hizo guerra a los moros,
ganando sus fortalezas
y sus villas;
y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron,
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.
30.
Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados
¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos y criados
se sostuvo.
Después que hechos famosos
hizo en esta dicha guerra
que hacía,
hizo tratos tan honrosos,
que le dieron aún más tierra
que tenía.
14
31.
Estas sus viejas historias,
que con su brazo pintó
en juventud,
con otras nuevas victorias
ahora las renovó
en senectud.
Por su gran habilidad,
por méritos y ancianía
bien gastada,
alcanzó la dignidad
de la gran caballería
de la Espada.
32.
Y sus villas y sus tierras,
ocupadas de tiranos
las halló,
mas por cercos y por guerras
y por fuerza de sus manos las cobró.
Pues nuestro rey natural
si de las obras que obró
fue servido,
dígalo el de Portugal,
y en Castilla quien siguió
su partido.
33.
Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero,
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero,
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuanta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
la su puerta,
34.
diciendo: "Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago:
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
15
para sufrir esta afrenta
que os llama.
35.
"No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan glorïosa
acá dejáis.
Aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas con todo es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.
36.
"El vivir, que es perdurable,
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable,
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos
con trabajos y aflicciones
contra moros.
37.
"Y, pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que estotra vida tercera
ganaréis."
38. [Responde don Rodrigo]
"No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
16
con voluntad placentera
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura."
39. [Dirigiéndose a Cristo]
"Tú, que por nuestra maldad
tomaste forma servil
y bajo nombre,
Tú que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como el hombre,
Tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,
no por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona."
40. [Final]
Así, con tal entender
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
en su gloria,
y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
17
FERNANDO DE ROJAS
LA CELESTINA
ENCUENTRO DE CALISTO Y MELIBEA
CALISTO.- En esto, veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y facer a
mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi
secreto dolor manifestarte pudiese. Sin dubda, incomparablemente es mayor tal
galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar
yo tengo a Dios ofrecido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún
hombre como agora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la
visión divina, no gozan más que yo agora en el catamiento tuyo. Mas, oh triste, que
en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza, y yo, mixto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia
me ha de causar.
MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes este, Calisto?
CALISTO.- Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo la silla
sobre sus santos, no lo ternía por tanta felicidad.
MELIBEA.- Pues aún más igual galardón te daré yo si perseveras.
CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra
habéis oído!
MELIBEA.- Mas desventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan
fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras ha seído, como
de ingenio de tal hombre como tú, haber de salir para se perder en la virtud de tal
mujer como yo. ¡Vete, vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que
haya subido en corazón humano, conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.
LA VIEJA CELESTINA
El mancebo, así rechazado, comunica sus cuitas con el criado Sempronio; este le propone
que pida ayuda a Celestina, maestra en vencer la resistencia de las mujeres. Otro criado, Pármeno,
previene a su señor contra ella, y se le describe en este parlamento.
PÁRMENO.- Si, entre cien mujeres, va y alguno dice: "¡Puta vieja!", sin ningún empacho luego vuelve la cabeza y responde con alegre cara. En los convites, en las
fiestas, en las bodas, en las cofradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos
de gente, con ella pasan tiempo. Si pasa por los perros, a aquello suena su ladrido;
si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando la
pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dicen: "¡Puta vieja!". Las ranas de los
charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dicen sus
18
martillos. Carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores...; todo oficio de
instrumentos forma en el aire su nombre. Cántanla los carpinteros, péinanla los
peinadores; tejedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las segadas, con
ella pasan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores.
Todas cosas que son facen, a doquier que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh,
qué comedor de huevos asados era su marido! ¿Qué quieres más? Sino que, si una
piedra topa con otra, luego suena: "¡Puta vieja!"
Pero la resistencia de Pármeno a que su amo se relacione con Celestina es vencida por ésta
y por Sempronio, que se ponen de acuerdo para explotar a Calisto. La vieja, ya su tercera, se
entrevista con Melibea. Comienza a hablar con ella tratando de inspirarle lástima por ser vieja.
CELESTINA.- A la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de
pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo
pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte,
choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que con poca carga
se doblega.
MELIBEA.- ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo, con tanta eficacia, gozar o ver desea?
CELESTINA.- Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá
porque llegando viven, y el vivir es dulce, y viviendo envejescen. Así que el niño desea ser mozo, y el mozo viejo, y el viejo más, aunque con dolor. Todo por vivir, porque, como dicen, "viva la gallina con su pepita". Pero, ¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su
frío, su calor, su descontentamiento, su rencilla, su pesadumbre; aquel arrugar de
cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de
dientes, aquel carescer de fuerza, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues
¡ay, ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allá verás callar todos los
otros trabajos cuando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí peor ahíto
que de hambre.
MUERTE DE CELESTINA
Celestina da cuenta a Calisto de la buena marcha de sus tercerías. El mancebo, loco de
contento, vuelve a hacerle regalos. Celestina va a ver de nuevo a Melibea, que no puede ocultarle ya
su amor a Calisto. Y al final, queda concertada una entrevista de los amantes en el huerto de
Melibea, que no puede celebrase y queda aplazada para la noche siguiente. Celestina ha cobrado su
salario final: una cadena de oro. Pero Pármeno y Sempronio, los criados de Calisto, quieren participar
en la ganancia. Y van a casa de la vieja a exigirle parte del botín. Sin embargo, ella se niega
rotundamente a darles nada, aunque trata de engatusarlos con buenas palabras (estamos en el acto
XII).
SEMPRONIO.- Déjate conmigo de razones. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las
partes por cuenta de cuanto de Calisto has recibido, no quieras que se descubra
quién tú eres. A los otros, a los otros con esos halagos, vieja.
CELESTINA.- Calla tu lengua, no amengües mis canas. Que soy una vieja cual Dios
me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy
limpiamente. A quien no me quiere, no lo busco. De mi casa me vienen a sacar, en
mi casa ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses
con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos, y a todos es igual: tan bien yo
19
oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Y tú Pármeno, no pienses que
soy tu cativa, por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos acaecieron a mí a la desdichada de tu madre.
PÁRMENO.- No me hinches las narices con esas memorias. Si no, enviarte he con
nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar.
CELESTINA.- (Llamando) ¡Elicia!, ¡Elicia! Levántate desa cama, daca mi manto
presto, que, por los santos de Dios, para la justicia me vaya bramando como una
loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con qué vieja
mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con qué vieja
de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como vosotros, contra los que ciñen
espada mostrad vuestras iras, no contra mí! Señal es de gran cobardía acometer a
los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino a los
bueyes magros y flacos, los gozques labradores a los pobres peregrinos aquejan
con mayor ímpetu [...]. Como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías. Lo cual, si
hombre sintieseis en la posada, no haríais. Que, como dicen, el duro adversario
entibia las iras y sañas.
SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta
con la tercia parte de lo ganado?
CELESTINA.- ¡Qué tercia parte! Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces,
no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza
las cosas de Calisto y vuestras.
SEMPRONIO.- Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste, o cumplirás
hoy tus días.
CELESTINA.- ¡Justicia, justicia señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa
estos rufianes!
SEMPRONIO.- ¡Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno!
CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión!
PÁRMENO.- Dale, dale, acábala, pues comenzaste, que nos sentirán. ¡Muera,
muera! De los enemigos, los menos.
CELESTINA.- ¡Confesión!
PASIÓN DE CALISTO Y MELIBEA
Los asesinos de Celestina son decapitados por la justicia. Esto no detiene a Calisto, que
acude al jardín de Melibea. Estando con ella, oye que sus criados riñen en la calle con unos rufianes.
Echa una escala de cuerda para bajar, pero se cae:
CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN.- Llégate pronto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala,
y no habla ni se bulle.
SOSIA.- ¡Señor, señor! Tan muerto es como mi abuelo. ¡Oh gran desventura!
LUCRECIA.- (A Melibea) ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es este!
MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oigo? ¡Amarga de mí!
TRISTÁN.- ¡Oh, mi señor y mi bien muerto! ¡Oh, mi señor despeñado! ¡Oh triste
muerte sin confesión! Coge esos sesos de esos cantos y júntalos con la cabeza del
desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero
acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes veré mi
dolor. Si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien todo es ido en humo!
¡Consumióse mi alegría!
20
Melibea se encierra en una torre. Por una ventana, confiesa a su padre todo lo sucedido, y
acaba arrojándose por ella. La obra termina con el llanto de Pleberio, que expresa el fin moral de la
obra: prevenir contra la pasión que ha destruido a aquellos infelices amadores.
PLEBERIO.- ¡Oh mi hija y mi bien todo...! ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién
adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¡Oh tierra dura! ¿Cómo me sostienes?
¿Adónde hallará abrigo mi desconsolada vejez? Oh fortuna variable, ¿por qué no
destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste
mis grandes heredamientos? [...]
¡Oh amor, amor! ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te
conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías
pena. Si alegres viviesen, no se matarían, como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los
más fieles compañeros que ella, para su servicio emponzoñado, jamás halló. Ellos
murieron degollados; Calisto despeñado... Esto todo causas. Dulce nombre te
dieron; amargos hechos haces.
Del mundo me quejo, porque en sí me crió; porque no me dando vida, no
naciera Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi queja. ¡Oh mi compañera buena, y mi hija despedazada! ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y
amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel como tu viejo padre? ¿Por qué me
dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lacrymarum valle?
21
RENACIMIENTO
GARCILASO
SONETO I
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por do me han traído,
hallo, según por do anduve, perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por dó he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
si quisiere, y aún sabrá querello;
que, pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?
SONETO IV
Un rato se levanta mi esperanza,
mas, cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? ¡Oh corazón cansado,
esfuerza en la miseria de tu estado,
que tras fortuna suele haber bonanza!
Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso;
muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros como quiera,
desnudo espíritu u hombre en carne y hueso.
SONETO VIII
De aquella vista pura y excelente
salen espíritus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recebidos,
me pasan hasta donde el mal se siente;
éntranse en el camino fácilmente
por do los míos, de tal calor movidos,
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espíritus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
22
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
SONETO X
¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!
¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas que en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
SONETO XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el tiempo helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
23
FRAY LUIS DE LEÓN
VIDA RETIRADA
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera;
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta mi contento
si soy del vano dedo señalado?
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado?
¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso!
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
del que la sangre sube o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra mi esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
24
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un mano ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían:
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me baste; y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserablemente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.
NOCHE SERENA
Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado:
El amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
25
los ojos hechos fuente;
la lengua dice al fin con voz doliente:
"¡Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura!
Mi alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel, baja, escura?
"¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?
"El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado
al cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.
"¡Ay!, ¡despertad, mortales!
Miran con atención en vuestro daño.
¿Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
podrán vivir de sombra y solo engaño?
"¡Ay!, ¡levantad los ojos
a aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.
"¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
a aqueste trasumpto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?
"Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales,
y en proporción concorde tan iguales:
"La luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos de ella
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor le sigue luciente y bella:
"Y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino
de bienes mil cercado
serena el cielo con su rayo amado:
"Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras dél la muchedumbre
26
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro:
"¿Quién es el que esto mira,
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
por romper lo que encierra
al alma, y de estos bienes la destierra?
"Aquí vive el contento;
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado
de honras y deleites rodeado.
"Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece:
eterna primavera aquí florece.
"¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad dulces y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles de mil bienes llenos!"
A FRANCISCO SALINAS
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabio mano gobernada.
A cuyo son divino
mi alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo ciego adora:
la belleza caduca engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.
Ve cómo el gran maestro
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
27
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
mezclan una dulcísima armonía.
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y, finalmente,
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente.
¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A aqueste bien os llamo,
gloria del Apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo demás es triste lloro.
¡Oh! suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás amortecidos.
A FELIPE RUIZ
¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo,
contemplar la verdad pura sin velo?
Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido,
y su principio propio y ascondido.
Entonces veré cómo
el divino poder echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable, eterno asiento
posee el pesadísimo elemento.
Veré las inmortales
columnas, do la tierra está fundada;
las lindes y señales
con que a la mar airada
la Providencia tiene aprisionada.
Por qué tiembla la tierra,
por qué las hondas mares se embravecen,
28
do sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del océano y descrecen.
De do manan las fuentes;
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas y de los estíos.
Las soberanas aguas
del aire en la región quién las sostiene;
de los rayos las fraguas;
do los tesoros tiene
de nieve, Dios, y el trueno dónde viene.
¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano?
El día se ennegrece,
sopla el gallego insano,
y sube hasta el cielo el polvo vano;
y entre las nubes mueve
su carro Dios ligero y reluciente,
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humíllase la gente.
La lluvia baña el techo;
envían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados,
miran los labradores espantados.
Y de allí levantado
veré los movimientos celestiales,
ansí el arrebatado
como los naturales,
las causas de los hados, las señales.
Quién rige las estrella
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos osas
de bañarse en el mar siempre medrosas.
Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, do se mantiene;
y por qué en el invierno
tan presuroso viene,
por qué en las noches largas se detiene.
Veré, sin movimiento
en la más alta esfera, las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.
29
SAN JUAN DE LA CRUZ
Cántico espiritual
CANCIONES ENTRE EL ALMA Y EL ESPOSO
Esposa
1.
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2.
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3.
Buscando mis amores,
iré por estos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
5.
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
6.
¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.
7.
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
8.
Mas ¿cómo perseveras,
30
¡oh vida!, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes?
9.
¿Por qué, pues ha llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
10.
Apaga mis enojos,
pues ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
11.
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
12.
¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
13
¡Apártalos, Amado,
que voy de vuelo!
Esposo
Vuélvete, paloma
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.
Esposa
14.
Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
15.
la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
16.
Cazadnos las raposas,
31
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.
17.
Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores
y pacerá el Amado entre las flores.
18.
¡Oh ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales.
19.
Escóndete, Carrillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas.
Esposo
20.
A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores.
21.
Por las amenas liras
y cuanto de sirenas os conjuro
que cesen vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la Esposa duerma más seguro.
22.
Entrado se ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.
23.
Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada,
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.
Esposa
24.
Nuestro lecho florido,
32
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.
25.
A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.
26.
En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí que antes seguía.
27.
Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su Esposa.
28.
Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
29.
Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.
30.
De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas,
en tu amor florecidas
y en un cabello mío entretejidas.
31.
En sólo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
32.
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas
33
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.
33.
No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
Esposo
34.
La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado;
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.
35.
En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido;
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
Esposa
36.
Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte o al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
37.
Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
38.
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:
39.
El aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.
40.
Que nadie lo miraba,
Aminabad tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
34
y la caballería
a vistas de las aguas descendía.
35
GÓNGORA
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes, no toquéis, si queréis vida,
porque, entre un labio y otro colorado,
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas que, a la aurora,
diréis que aljofaradas y olorosas
se le cayeron del purpúreo seno.
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora;
y sólo del amor queda el veneno.
Fábula de Polifemo y Galatea
Guarnición tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.
De este, pues, formidable de la tierra
36
bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío
y redil espacioso, donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñasco sella.
Un monte era de miembros eminente
este (que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero)
cíclope, a quien el pino más valiente,
bastón, le obedecía, tan ligero,
y al grave peso junco tan delgado,
que un día era bastón y otro cayado.
37
QUEVEDO
"¡Ah de la vida!" ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un seré, y un es cansado.
En el Hoy y Mañana y Ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera.
Mas no de esa otra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.
Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad persuadida,
anhela duración, tierra animada.
Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento.
Como el que, divertido, el mar navega,
y, sin moverse, vuela con el viento,
y antes que piensa en acercarse, llega.
38
LOS SUEÑOS
EL MUNDO POR DE DENTRO
-- Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la
naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. Dichoso es el que halla tan ocasión, y
sabio el que la goza. ¡Qué sentido no descansa en la belleza de una mujer, que
nació para amada del hombre! De todas las cosas del mundo aparta y olvida su
amor correspondido, teniéndolo todo en poco y tratándolo con desprecio. ¡Qué ojos
tan hermosos honestamente! ¡Qué mirar tan cauteloso y prevenido en los descuidos
de un alma libre! ¡Qué cejas tan negras, esforzando recíprocamente la blancura de
la frente! ¡Qué mejillas, donde la sangre mezclada con la leche engendra lo rosado
que admira! ¡Qué labios encarnados, guardando perlas, que la risa muestra con
recato! ¡Qué cuello! ¡Qué manos! ¡Qué talle! Todos son causa de perdición, y juntamente disculpa del que se pierde por ella.
-- ¿Qué más le queda a la edad que decir y al apetito que desear? --dijo el viejo--.
Trabajo tienes, si con cada cosa que ves haces esto. Triste fue tu vida; no naciste
sino para admirado [...] ¿Viste esa visión que, acostándose fea, se hizo esta mañana
hermosa ella misma y hace extremos grandes? Pues sábete que las mujeres lo
primero que se visten, en despertándose, es una cara, una garganta y unas manos,
y luego las sayas. Todo cuanto ves en ellas es tienda y no natural. ¿Ves el cabello?
Pues comprado es y no criado. Las cejas tienen más de ahumadas que de negras; y
si como se hacen cejas se hicieran narices, no las tuvieran. Los dientes que ves y la
boca era, de puro negra, un tintero, y a puros polvos se ha hecho salvadera. La cera
de los oídos se ha pasado a los labios, y cada uno es una candelilla. ¿Las manos?
Pues lo que parece blanco es untado. ¿Qué cosa es ver una mujer, que ha de salir
otro día a que la vean, echarse la noche antes en adobo y verlas acostar las caras
hechas cofines de pasas, y a la mañana irse pintando sobre lo vivo como quieren?
¿Qué es ver una fea o una vieja querer, como el otro tan celebrado nigromántico,
salir de nuevo de una redoma? ¿Estáslas mirando? Pues no es cosa suya. Si se
lavasen las caras, no las conocerías. Y cree que en el mundo no hay cosa tan trabajada como el pellejo de una mujer hermosa, donde se enjugan y secan y derriten
más jalbergues que en sus faldas, desconfiadas de sus personas. Cuando quieren
halagar algunas narices, luego se encomiendan a la pastilla y al sahumerio o aguas
de olor, y a veces los pies disimulan el sudor con las zapatillas de ámbar. Dígote que
nuestros sentidos están en ayunas de lo que es mujer y ahítos de lo que le parece.
Si la besas, te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones;
si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines; si la
pretendes, te cansas; si la alcanzas, te embarazas; si la sustentas, te empobreces;
si la dejas, te persigue; si la quieres, te deja. Dame a entender de qué modo es
buena, y considera ahora este animal soberbio con nuestra flaqueza, a quien hacen
poderoso nuestras necesidades, más provechosas sufridas o castigadas, que satisfechas, y verás tus disparates claros.
LA HORA DE TODOS Y FORTUNA CON SESO
39
LOS TABERNEROS
Los taberneros, de quien, cuando más encarecen el vino, no se puede decir
que lo suben a las nubes, antes que bajan las nubes al vino, según lo llueven, gente
más pedigüeña del agua que los labradores; aguadores de cuero, que desmienten
con el piezgo de los cántaros, estaban con un grande auditorio de lacayos, esportilleros y mozos de sillas y algunos escuderos, bebiendo de rebozo seis o siete de
ellos en maridaje de mozas gallegas, haciendo sed bailando para bailar bebiendo.
Dábase de rato en rato grandes cimbronazos de vino: andaba la taza de
mano en mano sobre los dedos en figura de gavilán.
Uno de ellos, que reconoció el pantano mezclado, dijo: --"¡Rico vino!", a un
picarazo a quien brindó. El otro, que, por lo aguanoso, esperaba antes pescar en la
copa ranas que soplas mosquitos, dijo:
-- Este es verdaderamente rico vino, y no otros vinos pobretones; que no
llueve Dios sobre cosa suya.
El tabernero, sentido de los remoquetes, dijo:
-- Beban y callen los borrachos.
-- Beban y naden, ha de decir --replicó un escudero.
Pues cógelos a todos la Hora; y, amotinados, le decían:
-- Diluvio de la sed, ¿por qué llamas borrachos a los anegados? ¿Vendes por
azumbres lo que llueves a cántaros, y llamas zorras a los que haces patos? Más son
menester fieltros y botas de baqueta para beber en tu casa que para caminar en
invierno, infame falsificador de las viñas.
El tabernero, convencido de Neptuno, diciendo: "Agua, Dios, agua", con el
pellejo en brazos, se subió a una ventana y empezó a gritar derramando el vino:
-- ¡Agua va, que vacío!
Y los que iban por las calles, respondían:
-- ¡Aguarda, fregona de las uvas!
40
LOPE DE VEGA
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor: quien lo probó lo sabe.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierta de rocío,
pasas las noches de invierno a oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!
PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA
ACTO PRIMERO
En el pueblo toledano de Ocaña, el joven labrador Peribáñez acaba de casarse con Casilda,
y se están celebrando sus bodas con danzas y músicas. Reciben las felicitaciones de todos. Casilda
manifiesta su amor al marido, y éste le corresponde con estos hermosos requiebros:
PERIBÁÑEZ
Casilda, mientras no puedas
excederme en afición,
no con palabras me excedas.
Toda esta villa de Ocaña
41
poner quisiera a tus pies,
y aun todo aquello que baña
Tajo hasta ser portugués,
entrando en el mar de España.
El olivar más cargado
de aceitunas me parece
menos hermoso, y el prado
que por el mayo florece,
sólo del alba pisado.
No hay camuesa que se afeite
que no te rinda ventaja,
ni rubio y dorado aceite
conservado en la tinaja,
que me cause más deleite.
Ni el vino blanco imagino
de cuarenta años tan fino
como tu boca olorosa;
que como al señor la rosa,
le huele al villano el vino [...].
Contigo, Casilda, tengo
cuanto puedo desear,
y sólo el pecho prevengo:
en él te he dado lugar,
ya que a merecerte vengo.
Vive en él; que si un villano
por la paz del alma, es rey,
que tú eres reina está llano,
ya porque es divina ley,
y ya por derecho humano.
Han sacado unos novillos ensogados y los mozos se divierten con ellos. El Comendador, que
pasaba por allí, ha sido derribado por un toro, y lo traen desmayado en brazos. Todos se lamentan
del accidente. Ya repuesto, se retira, manifestando su gratitud a los jóvenes esposos, y súbitamente
enamorado de Casilda. Continúa la fiesta. Ella pide a su marido que, el próximo día de La Asunción,
la lleve a Toledo, por devoción a la Virgen del Sagrario. Él accede complacido.
En su casa, el Comendador manifiesta a su criado Luján que es irresistible su amor por
Casilda. El criado le recomienda que haga regalos al matrimonio para ganar su confianza. Pero se
adelanta Peribáñez a pedirle en préstamo una alfombra y un tapiz para adornar el carro en que irá
con Casilda a Toledo. Antes de recibirlo, el criado Leonardo advierte al Comendador qué clase de
persona es Peribáñez:
LEONARDO:
Aquí está Peribáñez.
COMENDADOR:
¿Quién, Leonardo?
LEONARDO:
Peribáñez, señor.
COMENDADOR:
¿Qué es lo que dices?
42
LEONARDO:
Digo que me pregunta Peribáñez
por ti, y yo pienso bien que le conoces.
Es Peribáñez, labrador de Ocaña,
cristiano viejo y rico, hombre tenido
en gran veneración de sus iguales,
y que, si se quisiese alzar ahora
en esta villa, seguirán su nombre
cuantos salen al campo con su arado
porque es, aunque villano, muy honrado.
La acción se traslada a la catedral de Toledo, donde está el rey Enrique III hablando con el Condestable. Llegan Peribáñez, Casilda y su prima Inés, que contemplan tanta magnificencia con admiración. El Comendador ha encargado a un pintor que le haga un retrato de Casilda sin que ésta se dé
cuenta.
ACTO SEGUNDO
Ya de vuelta en Ocaña, Peribáñez cuenta a otros campesinos lo que ha visto y oído en
Toledo: se está preparando una campaña en Andalucía contra los moros. En otra escena, Leonardo
cuenta a su señor que ha enamorado a Inés, prima de Casilda, dándole palabra de casamiento, y que
parece dispuesta a facilitar los amores del Comendador; en tanto, el otro criado, Luján, se ha fingido
campesino y ha entrado a trabajar como segador de Peribáñez. Este se ha ido a Toledo, y él,
estando todos los jornaleros dormidos, abrirá la puerta al comendador.
Llega la noche. Inés se ha quedado en casa de Casilda para hacerle compañía, y los
jornaleros se duermen. Luján abre la puerta al Comendador, como estaba planeado. Casilda se ha
encerrado en su habitación; se asoma a la ventana, y cree que los intrusos son dos peones:
CASILDA:
¿Es hora de madrugar,
amigos?
COMENDADOR:
Señora mía,
ya se va acercando el día,
y es tiempo de ir a segar.
Demás que, saliendo vos,
sale el sol, y es tarde ya.
Lástima a todos nos da
de veros sola, por Dios.
No os quiere bien vuestro esposo,
pues a Toledo se fue
y os deja una noche. A fe
que si fuera tan dichoso
el Comendador de Ocaña,
(que sé que os quiere bien,
aunque le mostréis desdén
y sos con él tan extraña),
que no os dejara, aunque el rey
por sus cartas le llamara,
que dejar sola esa cara
nunca fue de amantes ley.
43
CASILDA:
Labrador de lejas tierras,
que has venido a nuesa villa
convidado del agosto,
¿quién te dio tanta malicia? [...]
El Comendador de Ocaña
servirá dama de estima,
no con sayuelo ni grana
ni con saya de palmilla [...]
Olerále a guantes de ámbar,
a perfumes y pastillas,
no a tomillos ni a cantueso,
poleo y zarzas floridas.
Y cuando el Comendador
me amase como a su vida,
y se diesen virtud y honra
por amorosas mentiras,
más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla
que al Comendador de Ocaña
con la suya guarnecida [...]
Vete, pues, el segador:
mala fuese tu dicha,
que si Peribáñez viene,
no verás la luz del día.
Casilda despierta a los segadores, y el Comendador, colérico, huye. Peribáñez, en Toledo, visita al
pintor que ha retratado a su mujer, a hacerle un encargo para la iglesia de Ocaña. Ve el cuadro,
averigua quién lo encargó, y descubre así la maquinaria del Comendador. Decide regresan con
urgencia a defender su honor. El Comendador, por orden del rey, pide voluntarios para formar dos
compañías, una de hidalgos y otra de labradores, que acudan a combatir a los moros, y decide
nombrar capitán de la segunda a Peribáñez para alejarlo de Ocaña. Éste, al llegar a casa, oye que un
peón está contando esto:
La mujer de Peribáñez
hermosa es a maravilla;
el Comendador de Ocaña
de amores la requería.
La mujer es virtuosa
cuanto hermosa y cuanto linda;
mientras Pedro está en Toledo
de esta suerte respondía:
"Más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla,
que no a vos, Comendador,
con la vuesa guarnecida."
Aunque el labrador no ha dudado de su esposa, este romance cantado le reconforta. Recibe la orden
de presentarse al Comendador.
ACTO TERCERO
44
Peribáñez se dispone a abandonar Ocaña con su compañía de labradores, y el Comendador
los recibe. Peribáñez le pide que le ciñe la espada, y el prócer le hace jurar que, con ella, servirá a
Dios y al rey.
PERIBÁÑEZ:
Eso juro; y de traerla
en defensa de mi honor,
del cual, pues voy a la guerra,
adonde vos me mandáis
ya por defensa quedáis
como señor de esta tierra.
Mi casa y mujer, que dejo
por vos, recién desposado,
remito a vuestro cuidado
cuando de los dos me alejo [...]
Vos me ceñisteis la espada,
conque ya entiendo de honor,
que antes yo pienso, señor,
que entendiera poco o nada;
y pues iguales los dos
con este honor nos dejáis,
mirad cómo lo guardáis
o quejaréme de vos.
La compañía labradora se marcha. El Comendador planea entrar en casa de Casilda, mientras unos
músicos dan una serenata. Peribáñez, sospechando la añagaza, regresa y se esconde, sin que
Casilda lo advierta, en la habitación vecina. Por fin, el Comendador, ayudado por la traidora Inés,
llega a presencia de Casilda.
COMENDADOR:
Yo soy el Comendador,
yo soy tu señor.
CASILDA:
No tengo
señor, más que a Pedro.
COMENDADOR:
Vengo
esclavo, aunque soy señor.
Duélete de mí, o diré
que te hallé con el lacayo
que miras.
CASILDA:
Temiendo el rayo,
del trueno no me espanté.
Pues, prima, ¡tú has venido!
INÉS:
Anda, que es locura ahora,
45
siendo pobre labradora,
y un villano tu marido,
dejar morir de dolor
a un príncipe. Que más va
en su vida, ya que está
en casa, que no en tu honor.
Peribáñez fue a Toledo.
CASILDA:
¡Oh, prima cruel y fiera,
vuelta de prima, tercera!
COMENDADOR:
Dejadme, a ver lo que puedo.
LUJÁN:
Dejémoslos, que es mejor.
A solas se entenderán.
(Se va con Inés)
CASILDA:
Mujer soy de un capitán,
si vos sois Comendador.
Y no os acerquéis a mí,
porque a bocados y coces
os haré...
COMENDADOR:
Paso y sin voces.
PERIBÁÑEZ (escondido):
¡Ay honra!, ¿qué aguardo aquí?
Mas soy pobre labrador,
bien será llegar y hablarle...
Pero mejor es matarle.
(Sale con las espada en la mano.)
Perdonad, Comendador,
que la honra es encomienda
de mayor autoridad. (Lo hiere.)
COMENDADOR:
¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Piedad!
Peribáñez marcha con Casilda. El criado Leonardo halla malherido a su señor.
LEONARDO:
¡Herido! ¿De quién?
COMENDADOR:
No quiero
voces ni venganzas ya.
Mi vida en peligro está,
46
sola la del alma espero [...]
No es villano, es caballero,
que pues le ceñí la espada
con la guarnición dorada,
no ha empleado mal su acero.
El Comendador muere, y Peribáñez mata también a Inés y a Luján. Después, marcha con Casilda a
Toledo, donde está el rey, el cual se encoleriza cuando el Condestable le informa de que el Comendador de Ocaña ha sido muerto por un villano, y ofrece mil escudos de renta a quien entregue al
matador. Peribáñez se presenta ante los reyes con su mujer:
PERIBÁÑEZ:
Yo soy un hombre,
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada.
Fui el mejor de mis iguales,
y en cuantas cosas trataban
me dieron primero voto,
y truje seis años vara.
Caséme con la que ves,
también limpia aunque villana,
virtuosa, si la ha visto
la envidia asida a la fama.
El Comendador Fadrique,
de nuestra villa de Ocaña
señor y Comendador,
dio, como mozo, en amarla.
Fingiendo que por servicios,
honró mis humildes casas
de unos reposteros, que eran
cubiertas de tales cargas.
Diome un par de mulas buenas,
mas no tan buenas que sacan
este carro de mi honra
de lodos de mi infamia.
Con esto intentó una noche
que ausente de Ocaña estaba,
forzar mi mujer, mas fuese
con la esperanza burlada [...]
Advertí mejor su intento,
mas llamóme una mañana
y díjome que tenía
de Vuestras Altezas cartas
para que, con gente alguna,
le sirviese esta jornada.
En fin, de cien labradores
me dio la valiente escuadra;
con nombre de capitán,
salí con ellos de Ocaña,
y como vi que de noche
47
era mi deshonra clara,
en una yegua, a las diez,
de vuelta en mi casa estaba [...]
Hallé mis puertas rompidas
y mi mujer destocada,
como corderilla simple
que está del lobo en las garras.
Dio voces, llegué, saqué
la misma daga y espada
que ceñí para servirte,
no para tan triste hazaña.
Paséle el pecho, y entonces
dejó la cordera blanca,
porque yo, como pastor,
supe del lobo quitarla.
Vine a Toledo, y hallé
que por mi cabeza daban
mil escudos; y así quise
que mi Casilda me traiga.
Hazle esta merced, señor,
que es quien ahora la gana,
porque, vïuda de mí,
no pierda prenda tan alta.
REY (a la reina):
¿Qué os parece?
REINA:
Que he llorado,
que es la respuesta que basta
para ver que no es delito,
sino valor.
REY:
¡Cosa extraña!
¡Que un labrador tan humilde
estime tanto su fama!
¡Vive Dios, que no es razón
matarle! Yo le hago gracia la vida.
Confirma a Peribáñez como capitán de los labradores, ordena entregar los mil escudos a Casilda, a
la cual también regala vestidos de la reina, "porque andéis con galas / siendo mujer de soldado".
PERIBÁÑEZ:
Senado, con esto acaba
la tragicomedia insigne
del Comendador de Ocaña.
48
ROMANTICISMO
LARRA
EL CASTELLANO VIEJO
(Fragmentos)
[...] A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a
un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a
ver claro en todo el día; el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de
ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas y los de las aves
que había roído. El convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había
encargado de hacer la autopsia al capón, o sea gallo, que esto nunca se supo.
Fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos
anatómicos del victimario, jamás aparecieron las coyunturas [...]. En una de las
embestidas, resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón,
violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en tiempos más
felices, y se posó en le mantel tranquilamente, como pudiera en un palo de un
gallinero.
El susto fue general, y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo,
impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa. Levántase
rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga y, al
precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su
brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caldo de
Valdepeñas sobre el capón y el mantel... Una criada, toda azorada, retira el capón
del plato de su salsa; al pasar sobre mí, hace una pequeña inclinación, y una lluvia
maléfica de grasa desciende como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas
en mi pantalón color de perla. La angustia y el aturdimiento de la criada no conocen
término. Retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse, tropieza con
el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los
vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso
estruendo y confusión [...].
¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, infeliz. Doña Juana,
la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor
una fineza, que es indispensable aceptar y tragar. El niño se divierte en despedir a
los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas. Don Leandro me
hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos. Mi gordo fuma ya sin cesar, y
me hace cañón de su chimenea [...]
UN REO DE MUERTE
(Fragmentos)
[...] Llegada la hora fatal, entonan todos los presos de la cárcel, compañeros
de destino del sentenciado, y sus sucesores acaso, una salve en un compás monótono, que contrasta singularmente con las jácaras y coplas populares, inmorales e
irreligiosas, que momentos antes componían, juntamente con las preces de la religión, el ruido de los patios y calabozos del espantoso edificio. El que hoy canta esa
salve se la oirá cantar mañana.
Enseguida, la cofradía vulgarmente dicha de la Paz y Caridad recibe al reo,
que, vestido de una túnica y un bonete amarillos, es trasladado atado de pies y ma-
49
nos sobre un animal, que sin duda, por ser el más útil y paciente es el más despreciado; y la marcha fúnebre comienza.
Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones
están coronados de espectadores sin fin, que se pisa, se apiñan y se agrupan para
devorar con la vista el último dolor del hombre.
--¿Qué espera esa multitud?-- diría un extranjero que desconociese las costumbres--. ¿Es un rey el que va a pasar, ese ser coronado que es todo un espectáculo para el pueblo? ¿Es un día solemne? ¿Es una pública festividad? ¿Qué hacen
ociosos esos artesanos? ¿Qué curiosea esta nación?
Nada de eso. Ese pueblo de hombres va a ver morir a un hombre.
-- ¿Dónde va?
-- ¿Quién es?
-- ¡Pobrecillo!
-- Merecido lo tiene.
-- ¡Ay, si va muerto ya!
-- ¿Va sereno?
-- ¡Qué entero va!
He aquí las preguntas y expresiones que se oyen resonar en derredor. Numerosos piquetes de infantería y caballería esperan en torno del patíbulo [...].
¡Siempre bayonetas en todas partes! ¿Cuándo veremos una sociedad sin bayonetas? ¡No se puede vivir sin instrumentos de muerte! Esto no hace, por cierto, el elogio de la sociedad ni del hombre [...]
Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble. ¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir
garrote vil? Quiere decir indudablemente que no hay idea positiva ni sublime que el
hombre no impregne de ridiculeces.
Mientras estas reflexiones han vagado por mi imaginación, el reo ha llegado
al patíbulo [...]. Las cabezas de todos, vueltas al lugar de la escena, me ponen delante que ha llegado el momento de la catástrofe; el que sólo había robado acaso a
la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno; si
había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un
mal se iba a remediar con dos. El reo se sentó por fin. ¡Horrible asiento! Miré el reloj:
las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí aun momento, una lúgubre
campanada de San Millán, semejante al estruendo de las puertas de la eternidad
que se abrían, resonó por la plazuela. El hombre no existían ya; todavía no eran las
doce y once minutos. "La sociedad, exclamé, estará ya satisfecha: ya ha muerto un
hombre."
50
BÉCQUER
VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su sueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en sus ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! --pensé--. ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: "¡Levántate y anda!"
XIII
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
su claridad süave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras,
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
XXXVII
Antes que tú me moriré: escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.
Antes que tú me moriré: y mi espíritu
en su empeño tenaz
se sentará a las puertas de la Muerte,
esperándote allá.
Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo...
¿Quién deja de llamar?
Entonces que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán.
Allí donde el murmullo de la vida
51
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa expirar.
Allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad,
todo cuanto los dos hemos callado
allí lo hemos de hablar.
LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...,
esas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
¡así no te querrán!
52
LEOPOLDO ALAS "CLARÍN"
La Regenta
LAS AMBICIONES DE DON FERMÍN DE PAS
Don Fermín, canónigo de la catedral, encarna la ambición, la sed de poder, motivada quizá
por su mísera infancia, que en un ambiente minero, del que escapó por la vía de un sacerdocio sin
vocación. En él se centra el capítulo I, que comienza con una visión de Vetusta a la hora de la siesta.
Don Fermín sube a la torre de la catedral para observar con un catalejo la ciudad, "su presa".
Uno de los recreos solitarios de don Fermín de Pas consistía en subir a las
alturas. Era montañés, y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las iglesias. En todos los países que había visitado había subido a la
montaña más alta, y si no las había, a la más soberbia torre. No se daba por enterado de cosa que no viese a vista de pájaro, abarcándola por completo y desde arriba.
Cuando iba a las aldeas acompañando al Obispo en su visita, siempre había de
emprender, a pie o a caballo, como se pudiera, una excursión hacia lo más empingorotado. En la provincia, cuya capital era Vetusta, abundaban por todas partes
montes de los que se pierden entre nubes; pues a los más arduos y elevados ascendía el Magistral, dejando atrás al más robusto andarín, al más experto montañés.
Cuanto más subía, más ansiaba subir; en vez de fatiga sentía fiebre que les daba
vigor de acero a las piernas y aliento de fragua a los pulmones. Llegar a lo más alto
era un triunfo voluptuoso para De Pas. Ver muchas leguas de tierra, columbrar el
mar lejano, contemplar a sus pies los pueblos como si fueran juguetes, imaginarse a
los hombres como infusorios, ver pasar un águila o un milano, según los parajes,
debajo de sus ojos, enseñándole el dorso dorado por el sol, mirar las nubes desde
arriba, eran intentos placeres de su espíritu altanero que De Pas se procuraba
siempre que podía. Entonces sí que en sus mejillas había fuego y en sus ojos dardos. En Vetusta no podía saciar esta pasión; tenía que contentarse con subir algunas veces a la torre de la catedral [...]. El Magistral [...], paseaba lentamente sus miradas por la ciudad, escudriñando sus rincones, levantando con la imaginación los
techos, aplicando su espíritu a aquella inspección minuciosa, como el naturalista
estudia con poderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos. No miraba a los
campos, no contemplaba la lontananza de montes y nubes; sus miradas no salían
de la ciudad.
Vetusta era su pasión y su presa. Mientras los demás le tenían por sabio
teólogo, filósofo y jurisconsulto, él estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta. La
conocía palmo a palmo, por dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, habían
escudriñado los rincones de las conciencias y los rincones de las casas. Lo que
sentía en presencia de la heroica ciudad era gula; hacia su anatomía, no como el
fisiólogo que sólo quiere estudiar, sino como el gastrónomo que busca los bocados
apetitosos; no aplicaba el escalpelo, sino el trinchante. [...]
Don Fermín contemplaba la ciudad. Era una presa que le disputaban, pero
que acabaría por devorar él solo. ¡Qué! ¿También aquel mezquino imperio habían
de arrancarle? No, era suyo. Lo había ganado de buena lid. ¿Para qué eran necios?
También al Magistral se le subía la altura a la cabeza; también él veía a los vetustenses como escarabajos; sus viviendas viejas y negruzcas, aplastadas, las creían
los vanidosos ciudadanos palacios, y eran madrigueras, cuevas, montones de tierra,
labor de topos... ¿Qué habían hecho los dueños de aquellos palacios viejos y arrui-
53
nados de la Encimada que él tenía allí a sus pies? ¿Qué habían hecho? Heredar. ¿Y
él? ¿Qué había hecho él? Conquistar.
ANA OZORES: RECUERDOS Y SUEÑOS
En el capítulo III se analiza la personalidad de La Regenta. Ana, obligada por Don Fermín a
preparar una confesión general, repasa su vida y deja aflorar sus anhelos.
Abrió el lecho. Sin mover los pies, dejóse caer de bruces sobre aquella blandura suave con los brazos tendidos. Apoyaba la mejilla en la sábana y tenía los ojos
muy abiertos. La deleitaba aquel placer del tacto que corría desde la cintura a las
sienes.
"¡Confesión general!", estaba pensando. Eso es la historia de toda la vida.
Una lágrima asomó a sus ojos, que eran garzos, y corrió hasta mojar la sábana.
Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia
nacían sus mayores pecados.
"Ni madre ni hijos".
Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado
desde la niñez. Una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa, la obligaba a acostarse
todas las noches sin tener sueño. Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la
almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la oscuridad, y
pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando
con el rostro la sábana, que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los
colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad
para la pobre niña. Entonces debía de tener, según sus vagos recuerdos, cuatro
años. Veintitrés habían pasado y aquel dolor aún la enternecía. Después, casi
siempre, había tenido grandes contrariedades en la vida, pero ya despreciaba su
memoria; una porción de necios se habían conjurado contra ella; todo aquello le
repugnaba recordarlo; pero su pena de niña, la injusticia de acostarla sin sueño, sin
cuentos, sin caricias, sin luz, la sublevaba todavía y le inspiraba una dulcísima lástima de sí misma. Como aquel a quien, antes de descansar en su lecho el tiempo
que necesita, obligan a levantarse, siente sensación extraña que podría llamarse
nostalgia de blandura y del calor de su sueño, así, con parecida sensación, había
Ana sentido toda su vida nostalgia del regazo de su madre. Nunca habían oprimido
su cabeza de niña contra un seno blando y caliente; y ella, la chiquilla, buscaba algo
parecido dondequiera. Recordaba vagamente un perro negro de lanas, noble
hermoso; debía de ser un terranova. ¿Qué habría sido de él? El perro se tendía al
sol, con la cabeza entre las patas, y ella se acostaba a su lado y apoyaba la mejilla
sobre el lomo rizado, ocultando casi todo el rostro en la lana suave y caliente. En los
prados se arrojaba de espaldas o de bruces sobre los montones de hierba segada.
Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa por buscar consuelo en sí
misma, contándose cuentos llenos de luz y de caricias. Era el caso que ella tenía
una mamá que le daba todo lo que quería, que la apretaba contra su pecho y que la
dormía cantando cerca de su oído:
Sábado, sábado, morena,
cayó el pajarillo en trena
con grillos y con cadenaaa...
Y este otro:
Estaba la pájara pinta
a la sombra de un verde limón...
54
Estos cantares los oía en una plaza grande a las mujeres del pueblo que
arrullaba a sus hijuelos...
Y así se dormía ella también, figurándose que era la almohada el seno de su
madre soñada y que realmente oía aquellas canciones que sonaban dentro de su
cerebro. Poco a poco se había acostumbrado a esto, a no tener más placeres puros
y tiernos que los de su imaginación.
Ana pasa a evocar ciertos episodios de su niñez, en particular una inocente aventura que --ruinmente
interpretada por sus tías, que cuidaban de ella-- dejará en su alma la huella indeleble de lo sucio y de
la represión malévola. Tras esto, continúan sus divagaciones.
Aquellos recuerdos de la niñez huyeron, pero la cólera que despertaron, a
pesar de ser tan lejana, no se desvaneció con ellos.
"¡Qué vida tan estúpida!", pensó Ana, pasando a reflexiones de otro género.
Aumentaba su mal humor con la conciencia de que estaba pasando un cuarto
de hora de rebelión. Creía vivir sacrificada a deberes que se había impuesto; estos
deberes algunas veces se los presentaba como poética misión que explicaba el
porqué de la vida. Entonces pensaba:
"La monotonía, la insulsez de esta existencia es aparente; mis días están
ocupados por grandes cosas; este sacrificio, esta lucha es más grande que cualquier
aventura del mundo."
En otros momentos, como ahora, tascaba el freno la pasión sojuzgada; protestaba el egoísmo, la llamada loca, romántica, necia y decía:
-- ¡Qué vida tan estúpida!
Esta conciencia de la rebelión la desesperaba; quería aplacarla y se irritaba.
Sentía cardos en el alma. En tales horas no quería a nadie, no compadecía a nadie.
En aquel instante deseaba oír música; no podía haber voz más oportuna. Y sin saber cómo, sin querer, se le apreció el Teatro Real de Madrid y vio a don Álvaro Mesía, el presidente del Casino, ni más ni menos, envuelto en una capa de embozos
grana, cantando bajo los balcones de Rosina:
Ecco ridente il ciel...
La respiración de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba
ensanchándose, sus ojos tenían fulgores de fiebre que estaban clavados en la pared, mirando la sombra sinuosa de su cuerpo ceñido por la manta de colores.
Quiso pensar en aquello, en Lindoro, en el Barbero, para suavizar la aspereza
de espíritu que la mortificaba.
-- ¡Si yo tuviera un hijo!..., ahora..., aquí..., besándole, cantándole...
Huyó la vaga imagen del rorro, y otra vez se presentó esbelto don Álvaro,
pero de gabán blanco, entallado, saludándola como saludaba el rey Amadeo.
Mesía, al saludar, humillaba a los ojos, cargados de amor, ante los de ella,
imperiosos, impotentes.
Sintió flojedad en el espíritu. La sequedad y tirantez que la mortificaban se
fueron convirtiendo en tristeza y desconsuelo...
Ya no era mala, ya sentía como ella quería sentir; y la idea de su sacrificio se
le apareció de nuevo; pero grande ahora, sublime, como una corriente de ternura
capaz de anegar el mundo. La imagen de don Álvaro también fue desvaneciéndose,
cual un cuadro disolvente; ya no se veía más que el gabán blanco, y detrás, como
una filtración de luz, iban destacándose una bata escocesa a cuadros, un gorro
verde de terciopelo y oro, con borla, un bigote y una perilla blancos, unas cejas grises muy espesas..., y al fin sobre un fondo negro brilló entera la respetable y familiar
figura de don Víctor Quintanar con un nimbo de luz en torno. Aquél era el sujeto del
55
sacrificio, como diría don Cayetano. Ana Ozores depositó un casto beso en la frente
del caballero.
EL PUEBLO DE VETUSTA. PASEO POR EL BOULEVARD
Una tarde, Ana Ozores ha salido a pasear por el campo con su criada Petra. Al regreso,
atraviesan el arrabal obrero.
Cuando llegaban a las primeras casas de Vetusta, oscurecía. La luz amarillenta del gas brillaba de trecho en trecho, cerca de las ramas polvorientas de las
raquíticas acacias que adornaban el boulevard, nombre popular de la calle por
donde entraban en el pueblo [...]
Al anochecer, hora en que dejaban el trabajo los obreros, se convertía aquella acera
en paseo, donde era difícil andar sin pararse cada tres pasos. Costureras, chalequeras, planchadoras, ribeteadoras, cigarreras, fosforeras y armeros, zapateros,
sastres, carpinteros y hasta albañiles y canteros, sin contar otras muchas clases de
industriales, se daban cita bajo las acacias del triunfo y paseaban allí una hora,
arrastrando los pies sobre las piedras con estridente sonsonete [...]
Era la fuerza de los talleres que salía al aire libre; los músculos se movían por
su cuenta, a su gusto, libres de la monotonía de la faena rutinaria. Cada cual,
además, sin darse cuenta de ello, estaba satisfecho de haber hecho algo útil, de
haber trabajado. Las muchachas reían sin motivo, se pellizcaban, tropezaban unas
con otras, se amontonaban, y al pasar los grupos de obreros, crecía la algazara;
había golpes en la espalda, carcajadas de malicia, gritos de mentida indignación, de
falso pudor, no por hipocresía, sino como si se tratara de un paso de comedia. Los
remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se exponía a salir con las mejillas
ardiendo. Las virtudes que había allí sabían defenderse a bofetadas. En general, se
movía aquella multitud con cierto orden. Se paseaba en filas de ida y vuelta. Algunos
señoritos se mezclaban con los grupos de obreros [...]
La virtud y el vicio se codeaban sin escrúpulo, iguales por el traje, que era
bastante descuidado. Aunque había algunas jóvenes limpias, de aquel montón de
hijas del trabajo que hace sudar salía un olor picante, que los habituales transeúntes
ni siquiera notaban, pero que era molesto, triste; un olor de miseria perezosa,
abandonada. Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas,
unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas
las más, mal peinadas algunas. El estrépito era infernal; todos hablaban a gritos,
todos reían, unos silbaban, otros cantaban. Niñas de catorce años, con rostro de
ángel, oían sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces las hacían reír como
locas. Todos eran jóvenes. El trabajador viejo no tiene esa alegría. Entre los
hombres, acaso ninguno había de treinta años. El obrero pronto se hace taciturno,
pronto pierde la alegría expansiva, sin causa. Hay pocos viejos verdes entre los
proletarios.
Ana se vio envuelta, sin pensarlo, por aquella multitud. No se podía salir de la
acera. Había mucho lodo y pasaban carros y cochos sin cesar; era la hora del
correo, y aquél el camino de la estación [...]
Alguna otra vez había pasado la Regenta por allí a tales horas, pero en esta
ocasión, con una especie de doble vista, creía ver, sentir allí, en aquel montón de
ropa sucia, en el mismo olor picante de la chusma, en la algazara de aquellas turbas, una forma del placer del amor; del amor que era por lo visto una necesidad
universal. También había cuchicheos secretos, al oído, entre aquel estrépito; rostros
56
lánguidos, ceños de enamorados celosos, miradas como rayos de pasión... Entre
aquel cinismo aparente de los diálogos, de los roces bruscos, de los tropezones
insolentes, de la brutalidad jactanciosa, había flores delicadas, verdadero pudor,
ilusiones puras, ensueños amorosos que vivían allí sin conciencia de los miasmas
de la miseria.
Ana participó un momento de aquella voluptuosidad andrajosa. Pensó en sí
misma, en su vida consagrada al sacrificio, a una prohibición absoluta del placer, y
se tuvo esa lástima profunda del egoísmo excitado ante las propias desdichas. "Yo
soy más pobre que todas éstas."
57
FIN DE SIGLO
ANTONIO MACHADO
EL VIAJERO
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó --la pobre loba-- muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas...
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tictac del reloj. Todos callamos.
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
58
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
--La tarde cayendo está--.
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármelo un día:
ya no siento el corazón."
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada."
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué, acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
59
PROVERBIOS Y CANTARES, I
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
PROVERBIOS Y CANTARES, XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
60
"GENERACIÓN" DE 1914
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Aquella tarde, al decirle
que me alejaba del pueblo,
me miró triste, muy triste,
vagamente sonriendo.
Me dijo: ¿Por qué te vas?
Le dije: Porque el silencio
de estos valles me amortaja
como si estuviera muerto.
--¿Por qué te vas?-- He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en estos valles callados
voy a gritar y no puedo.
Y me dijo: ¿Adónde vas?
Y le dije: A donde el cielo
esté más alto y no brillen
sobre mí tantos luceros.
La pobre hundió su mirada
allá en los valles desiertos
y se quedo muda y triste,
vagamente sonriendo.
BALADA DE TUS OJOS
Tus ojos han tenido todo: el sol, las rosas, la luna, las estrellas, mis
ojos en su fondo. ¿Cómo es posible que tus ojos no terminen en tu cabeza, o
en la maraña de tu pelo de oro infinito?
Con tus ojos te lo has mirado todo: los pechos, los brazos, el sexo; tus
ojos han concentrado el placer en los éstasis lujuriosos de tu cuerpo.
¿El placer es negro frente a lo eterno, como tus ojos?, ¿es azul como
tus ojos?, ¿por qué te ennegrece, por qué te destiñe y te alumbra y te ciega
los ojos en sus éstasis divinos?
Quién supiera de ti todo lo que saben tus ojos. ¡Oh, si fueran eternas
las imájenes! ¡Si yo pudiera ver siempre todo el secreto vivido de tus ojos!
¡Oh, tus ojos, mundos, luceros, violetas, infinitos! ¡Ventanas de tu vida!
¡Alma de tu carne! ¡Oh, tus ojos, flores de cristal sin fin.
10. ¡ÁNGELUS!
Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color... Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo se me llenan de
rosas la frente, los hombros, las manos... ¿Qué haré yo con tantas rosas?
¿Sabes tú, quizás, de dónde es esta blanda flora, que yo no sé de dónde es, que
enternece, cada día, el paisaje, y lo deja dulcemente rosado, blanco y celeste --más
rosas, más rosas--, como un cuadro de Fra Angélico, el que pintaba la gloria de
rodillas?
61
De las siete galerías del Paraíso se creyera que tiran rosas a la tierra. Cual en
una nevada tibia y vagamente colorida, se quedan las rosas en la torre, en el tejado,
en los árboles. Mira: todo lo fuerte se hace, con su adorno, delicado. Más rosas, más
rosas, más rosas...
Parece, Platero, mientras suena el Ángelus, que esta vida nuestra pierde su
fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más
pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas... Más rosas... Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas.
SOLEDAD
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
con un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late y no lo siente...
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!
LA TRASPARENCIA. DIOS. LA TRASPARENCIA
Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo:
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta,
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque aquí estás a mi lado,
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos,
con forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí como mi forma.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
62
no tienes molde; estás sin molde, eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.
Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la trasparencia, dios, la trasparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en lo uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
63
"GENERACIÓN" DE 1927
VICENTE ALEIXANDRE
Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
parecer reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria, antes de hundirte para
[siempre en las olas amantes.
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, preside sus espumas.
Calles apenas leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la lucha eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentado como un brazo que anhela
a la luz voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
64
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
65
FEDERICO GARCÍA LORCA
ROMANCE SONÁMBULO
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pero lo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
66
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta, de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
GRITO HACIA ROMA
Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones, [...]
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
67
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritas desnudo entre las columnas,
y poner una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán [...]
Mientras tanto, mientas tanto, ¡ay!, mientras tanto
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
68
LITERATURA ACTUAL
ÁNGEL GONZÁLEZ
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por los caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento.
En este instante, breve y duro instante,
¡cuántas bocas de amor están unidas,
cuántas vidas se cuelgan de otras vidas
exhaustas en su entrega palpitante!
Fugaz como el destello de un diamante,
¡qué de manos absurdamente asidas
quieren cerrar las más leves salidas
a su huida perpetua e incesante!
Lentos, aquí y allá, adormecidos,
¡tantos labios elevan espirales
de besos!... Sí, en este instante, ahora
que ya pasó, que ya lo hube perdido,
del cual conservo sólo los cristales
rotos, primera ruina de la aurora.
REFLEXIÓN PRIMERA
Despertar para encontrarme
69
esto:
la vida así dispuesta,
el cielo
turbio, la lluvia
que lame los cristales.
Abrir los ojos para ver
lo mismo,
poner el cuerpo en marcha para andar
lo mismo,
comenzar a vivir, pero sabiendo
el fracaso final de la hora última.
Si esto es la vida, Dios,
si éste es tu obsequio,
te doy las gracias --gracias-- y te digo:
Guárdalo para ti y para tus ángeles.
Me hace daño la luz con que me alumbras,
me enloquece tu música
de pájaros,
pesa tu cielo demasiado,
oprime,
aplasta, bajo y gris, como una losa.
Todo está bien, lo sé.
Tu orden
se cumple.
Pero alguien
envenenó las fuentes
de mi vida, y mi corazón es
pasión inútil, odio
ciego, amor desorbitado,
crisol donde se funden
contrariedades con contradicciones.
Y mi voluntad sigue,
inútilmente,
empeñada en la lucha más terrible:
vivir lo mismo que si tú existieras.
AYER
Ayer fue miércoles toda la mañana.
Por la tarde cambió:
se puso casi lunes,
la tristeza invadió los corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia los
tranvías
que llevan los bañistas hacia el río.
A eso de las siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los niños
la miraron.
Se desató
el frío,
70
alguien salió a la calle con sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis,
qué divertido,
ayer y siempre ayer y así hasta ahora,
continuamente andando por las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa merendando
pan y café con leche, ¡qué
alegría!
La noche vino pronto y se encendieron
amarillos y cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final amaneciese
el día de hoy,
tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y en aroma!
Por eso mismo,
porque es como os digo,
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra.
NADA ES LO MISMO
La lágrima fue dicha.
Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?
No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
71
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
INTRODUCCIÓN A LAS FÁBULAS PARA ANIMALES
Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero --y perdonad la petulancia-compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre dejó atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
--ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente-no cesaré de darle este consejo:
72
que observe al homo sapiens y que aprenda.
ME BASTA ASÍ
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
--de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso--;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando --luego-- callas...
73
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
Pétalo a pétalo, memorizó la rosa.
Pensó tanto en la rosa,
la aspiró tantas veces en su ensueño,
que cuando vio una rosa
verdadera
le dijo
desdeñoso,
volviéndole la espalda:
-- mentirosa.
ASÍ PARECE
Acusado por los críticos literarios de realista,
mis parientes en cambio me atribuyen
el defecto contrario;
afirman que no tengo
sentido alguno de la realidad.
Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo:
analistas de textos, parientes de provincias,
he defraudado a todos, por lo visto;
¡qué le vamos a hacer!
Citaré algunos casos:
Ciertas tías devotas no pueden contenerse,
y lloran al mirarme.
Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche,
como cuando era niño,
y sonríen contritas, y me dicen:
qué alto,
si te viese tu padre...,
y se quedan suspensas, sin saber qué añadir.
Sin embargo, no ignoro
que sus ambiguos gestos
disimulan
una sincera compasión irremediable
que brilla húmedamente en sus miradas
y en sus piadosos dientes postizos de conejo.
Y no sólo son ellas.
En las noches,
mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba
para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas
y repetir con tono admonitorio:
¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida?
74
Por su parte,
mi madre, ya difunta, con voz delgada y triste,
augura un lamentable final de mi existencia:
manicomios, asilos, calvicie, blenorragia.
Yo no sé qué decirles, y ellas
vuelven a su silencio.
Lo mismo, igual que entonces.
Como cuando era niño.
Parece
que no ha pasado la muerte por nosotros.
VEAN LO QUE SON LAS COSAS
Soy uno de los hombres más saludables que conozco.
He padecido infartos de miocardio,
infecciones diversas, bombardeos,
tisis, dipsomanía, insomnio, depresiones... Todavía
sufro mucho de tos.
Y sin embargo
logré sobrevivir, hasta la fecha,
semanas y semanas ya remotas,
largos años bisiestos,
lustros tediosos,
inacabables décadas...
Ya he celebrado mis bodas de oro con la vida
y, pese a ello, la amo algunas noches.
¿No es eso extraordinario?
Parece que la historia de nuestras relaciones
nunca va a tener fin.
-- ¿Cuál es el secreto de tu amor a la vida?
me preguntarán los descendientes de los hijos de mis hijos
el día que yo cumpla muchos, muchos más años.
Y les responderé:
-- A mi modo de ver, todo se debe
a que la vida fue más bien inconstante;
me engañó con frecuencia,
estuvo a punto de abandonarme varias veces
(en una ocasión por un falangista),
no cumple mis deseos,
cada lunes y cada martes
me defrauda los sábados
(de su desorden mejor no decir nada).
Si se hubiera portado de otro modo,
quién sabe
qué clase de pasado me esperaría ahora.
No quiero ni pensarlo.
Ya me habrían matado los remordimientos,
sin nadie a quien culpar.
75
Descargar