Tema 7. La revolución rusa Lectura 15. El triunfo del bolchevismo

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Tema 7. La revolución rusa
Lectura 15. El triunfo del bolchevismo
La revolución rusa de 1917, que dio origen a la Unión Soviética (URSS o Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas), no ha sido menos importante que la lª G.M. como fuerza modeladora del siglo XX
y fue hija de la misma guerra. ParecÃ−a evidente en esos años que el viejo mundo estaba condenado a
desaparecer. La humanidad necesitaba una alternativa: los partidos socialistas, apoyados en las clases
trabajadoras y convencidos de la inevitabilidad histórica de su victoria, encarnaban ya en 1914 esa
alternativa en muchos paÃ−ses europeos. ParecÃ−a que sólo faltaba una señal para que los pueblos se
levantaran a sustituir el capitalismo por el socialismo, transformando los sufrimientos inútiles de la guerra en
un acontecimiento más positivo: los dolores del parto de un nuevo mundo. Fue la revolución bolchevique
de 1917 la que lanzó esa señal al mundo, convirtiéndose en un acontecimiento tan crucial para la
historia de este siglo como la revolución francesa de 1789 para el siglo XIX. Ambas fueron movimientos de
liberación, la una contra el “feudalismo” y el “despotismo” y la otra contra el “capitalismo” y el
“imperialismo”. No fueron un movimiento estrictamente nacional, sino que dirigieron sus mensajes al mundo
entero. Ambas tuvieron seguidores en todos los paÃ−ses y suscitaron un fuerte rechazo entre aquellos cuya
concepción de la vida estaba en peligro.
La expansión de la revolución rusa no tiene parangón desde las conquistas del Islam en el siglo VII.
Treinta y dos años después de 1917, un tercio de la humanidad vivÃ−a bajo regÃ−me-nes que derivaban
directamente de la revolución de octubre y del modelo organizativo de Lenin, el Partido Comunista. Desde
Pedro el Grande, Rusia siempre habÃ−a mirado hacia Europa y hacia Asia. Hacia 1900 era el menos
desarrollado de los grandes paÃ−ses europeos, pero también la zona más desarrollada del mundo no
europeo. Su revolución podÃ−a ganar la simpatÃ−a de la izquierda europea, porque reforzaba la vieja
oposición socialista al capitalismo. Y suscitaba también el interés de pueblos sometidos de otros
continentes, porque denunciaba el imperialismo, afirmando que éste era, sencillamente, la “fase superior”
del capitalismo, y que los dos debÃ−an ser derribados juntos. La URSS, una vez establecida, pasó a ocupar
una posición intermedia entre Occidente y el Tercer Mundo. En Occidente, se la temió o admiró hasta la
década de 1980 como la última palabra en revolución social. En el Tercer Mundo, sugerÃ−a nuevos
planteamientos, un nuevo modo de llegar a ser moderno sin ser capitalista ni europeo, un paso en una
rebelión de dimensión mundial contra la supremacÃ−a europea.
1. La Rusia zarista y las revoluciones de 1917.
A. Rusia en torno al cambio de siglo.
a. Autocracia y represión.
A lo largo del siglo XIX la autocracia zarista se desarrolló como una poderosa máquina de gobierno sobre
sus súbditos, mientras la clase dominante se occidentalizaba, las masas se hundÃ−an cada vez más en la
servidumbre y se desarrollaba una intelligentsia, divorciada tanto del gobierno como del pueblo. En 1861
Alejandro II habÃ−a liberado a los siervos y creado consejos provinciales y de distrito o zemstvos, elegidos
fundamentalmente por los terratenientes y encargados de temas como carreteras, escuelas y hospitales.
En 1881, Alejandro II fue asesinado por miembros de la Voluntad del Pueblo. Su hijo, Alejandro III
(1881-1894), trató de aplastar la revolución y de silenciar incluso la crÃ−tica moderada. Los
revolucionarios y los terroristas fueron desterrados. Los judÃ−os fueron objeto de los progroms más duros
hasta entonces. El imperio adoptó un programa de rusificación sistemática. Polacos, ucranianos, lituanos,
caucasianos, las dispersas comu−nidades alemanas, los diversos grupos musulmanes, sufrieron el proyecto de
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asimilación forzosa a la cultura de la Gran Rusia. El cerebro y responsable oficial fue Pobiedonostsev,
procurador del Santo SÃ−nodo, o cabeza laica de la Iglesia Ortodoxa Rusa, después del zar.
Pobiedonostsev consideraba Occidente como algo ajeno y malvado. Criticaba el racionalismo y el liberalismo,
afirmaba que los eslavos tenÃ−an un carácter nacional propio, y soñaba con hacer de la Santa Rusia una
especie de comunidad religiosa, en la que un clero disciplinado protegerÃ−a a los fieles contra las insidiosas
influencias de Occidente.
Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XIX, Rusia se integró, más que nunca, en la civilización
europea. La novela rusa se hizo famosa en todo occidente, donde se leÃ−a a Tolstoi (1828-1910), Turgueniev
(1818-1883) o Dostoievsky (1821-1881), como autores de la gran familia cultural europea. Las músicas de
Tchaikovsky (1846-1893) o Rimsky-Korsakov (1844-1908), que revelaban el carácter ruso, se hicieron
familiares en Europa y América. Los rusos contribuyeron también a las ciencias, en especial la
quÃ−mica. Se les consideraba dotados para los más abstractos ejercicios intelectuales, como la
matemática, la fÃ−sica o el ajedrez.
b. El impulso industrializador.
Desde 1880, Rusia empezó a incorporarse a la revolución industrial y a ocupar su puesto en la economÃ−a
mundial. En el paÃ−s entró capital europeo para financiar ferrocarriles, minas y fábricas (asÃ− como el
ejército y la administración): en 1914 Europa habÃ−a invertido en Rusia tanto como en EELJU, unos
4.000 millones $. En 1897, el gobierno del conde Witte adoptó el patrón oro e hizo convertible su moneda.
Entre 1888 y 1913, la longitud de las vÃ−as férreas se multiplicó por más de dos, la de las lÃ−neas
telegráficas por cinco, el número de oficinas de correos por tres, y el de cartas enviadas por siete. Aunque
aún subdesarrollada según el modelo europeo, pues no tenÃ−a, por ejemplo, industria de maquinaria ni
plantas quÃ−micas, Rusia se industrializaba deprisa. Entre 1880 y 1913, el valor de las exportaciones pasó
de 400 millones de rublos a 1.600, y las importaciones, aunque menores, se quintuplica−ron (sobre todo, té,
café, máquinas y artÃ−culos industriales fabricados en Europa occidental).
La industrialización rusa originó, lógicamente, un crecimiento de la burguesÃ−a y del proletariado, si bien
su número no era aún muy alto. La situación de los obreros, con duras jornadas de once o más horas y
salarios bajos, era similar a la de los obreros ingleses o franceses antes de 1850. Los sindicatos eran ilegales y
las huelgas estaban prohibidas. No obstante, el estallido de grandes huelgas en los años 1890 llamó la
atención sobre la miseria de los nuevos obreros. La industria rusa estaba muy concentrada; la mitad de los
obreros trabajaba en fábricas con más de 500 trabajadores, en las que resultaba más fácil organizarse
sindicalmente y movilizarse polÃ−ticamente. La clase empresarial era, en relación, más débil, dado que
la propiedad de muchas fábricas estaba en manos extranjeras. Otras pertenecÃ−an al gobierno zarista; Rusia
era el paÃ−s cuyo Estado controlaba una parcela más extensa de la economÃ−a. Además, en Rusia el
gobierno era un gran prestatario de Europa.
Algunos empresarios y profesionales liberales, junto a terratenientes emprendedores, constituyeron en 1905 el
Partido Constitucional Democrático (K.D., por lo que se les llamaba “cadetes”) al que se sumaron muchos
de los que dominaban los zemstvos provinciales. Eran liberales en el sentido occidental, y pensaban menos en
los problemas de los obreros o de los campesinos que en la necesidad de un parlamento nacional para
controlar la polÃ−tica estatal.
Rusia seguÃ−a siendo básicamente agrÃ−cola. Sus exportaciones eran, sobre todo, productos agrarios. Los
campesinos constituÃ−an el 80% de la población. Libres de sus señores desde 1861, vivÃ−an en comunas
o mirs. En la mayorÃ−a de ellas, la tierra se dividÃ−a y subdividÃ−a entre las familias por acuerdo de la
comunidad, y nadie podÃ−a abandonarla sin autorización comunal. Los campesinos soportaban todavÃ−a
una gran carga. Hasta 1906 siguieron pagando el dinero de la redención resultante de la Emancipación de
1861. También pagaban elevados impuestos, con los que el gobierno podÃ−a abonar los intereses de su
deuda externa. La creciente exportación de cereales, utilizada también para pagar la deuda con Occidente,
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tendÃ−a a disminuir los alimentos de la mesa de los campesinos: muchos elegÃ−an el mejor trigo para vender
y comÃ−an pan negro. La población campesina, en resumen, como en otros paÃ−ses, cargaba con una parte
considerable de los costes de la industrialización.
Con tales presiones y dados sus primitivos métodos de cultivo, los campesinos seguÃ−an pidiendo tierra.
Tanto las familias como los mirs tenÃ−an “hambre de tierra”. La Emancipación habÃ−a puesto en manos de
los campesinos, individual o colectivamente, casi el 50% de la tierra y en las décadas siguientes los
campesinos aumentaron su parte, comprando a los burgueses (con créditos del gobierno). Los mirs no
estaban quedando anticuados en absoluto: de hecho, compraban más tierra que los particulares y quizá la
mitad de los campesinos valoraba más la seguridad comunal que la dudosa satisfacción de la propiedad
privada. La excepción eran unos pocos campesinos más ricos y emprendedores, luego llamados kulaks,
propietarios de varias hectáreas y que contrataban muchos jornaleros durante la cosecha. Estos kulaks se
destacaban de las masas, que no les tenÃ−an ninguna simpatÃ−a. No obstante, hacia 1900 el cam-pesinado se
hallaba bastante tranquilo, como si la tradicional rebeldÃ−a se hubiera apaciguado.
c. La aparición de partidos revolucionarios.
En la situación en que estaba el imperio ruso, muchos se sentÃ−an atraÃ−dos por la violencia. La
intelligentsia revolucionaria, a diferencia de los liberales, aspiraba a derrocar por la fuerza al zarismo. Desde
la época de los decembristas (1825), habÃ−an formado grupos secretos, con unos pocos cientos de
miembros, preocupados por burlar a la policÃ−a zarista, que se infiltraba fácilmente entre ellos (en un
congreso del partido bolchevique celebrado en 1913, de los 22 delegados presentes, al menos cinco eran
espÃ−as del gobierno).
Los revolucionarios dedicaban su tiempo a interminables debates teóricos. En 1890 la gran cuestión
consistÃ−a en saber dónde podrÃ−an encontrar sus tropas aquellos voluntariosos revolucionarios. ¿Cuál
era la auténtica clase revolucionaria: los campesinos o los obreros?, los campesinos ¿eran proletarios en
potencia o pequeños burgueses sin remedio?, Rusia ¿debÃ−a seguir el mismo camino que Occidente u
otro diferente, debÃ−a pasar necesariamente por el capitalismo o podÃ−a saltárselo en su marcha hacia una
sociedad socialista?
La mayorÃ−a de los intelectuales revolucionarios eran populistas. Algunos seguÃ−an viendo el terrorismo
como necesario. En general, tenÃ−an una fe ciega en la fuerza del pueblo ruso, y, como éste era sobre todo
campesino, se interesaban por sus problemas. Admiraban el mir, en el que veÃ−an plasmada la idea socialista
de la “comuna”. LeÃ−an y respetaban a Marx y a Engels (fue un populista el primero que tradujo el
Manifiesto Comunista al ruso), pero no creÃ−an que la única clase revolucionaria fuese el proletariado
urbano. Tampoco creÃ−an que el capitalismo tuviera que preceder de forma inevitable al socialismo.
DecÃ−an que Rusia podÃ−a ahorrarse los horrores del capitalismo. Apoyaban el fortalecimiento del mir y el
reparto igualitario de la tierra, y pensaban que la revolución podÃ−a ser pronto una realidad. Este
sentimiento populista se plasmó en el Partido Social Revolucionario, fundado en 190 1.
Dos populistas, Plejanov y Axelrod, exiliados en Suiza en los años 1870, se pasaron al marxismo y en 1883
fundaron la organización de la que surgirÃ−a el Partido Socialdemócrata Ruso. Algunos marxistas
empezaron a trabajar clandestinamente en la propia Rusia. Cuando en 1894 el joven Lenin conoció a su
futura mujer, Krupskaya, ésta pertenecÃ−a ya a un cÃ−rculo j
de marxistas. El hecho de que los campesinos permaneciesen tranquilos en los aflos 1890, mientras la
industria, el trabajo fabril y las huelgas se desarrollaban rápidamente, indujo a algunos intelectuales a
pasarse al marxismo. A Plejanov y Axelrod se unieron, como jóvenes dirigentes, Lenin (1870-1924), Trotsky
(1879-1940), Stalin (1879-1953) y otros.
De ellos, fue Lenin el que serÃ−a aclamado por el comunismo como padre, después de Marx. Lenin era un
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hombre bajo, vivaz y con una mirada intensa y penetrante. Los pómulos salientes y los ojos un tanto oblicuos
revelaban un origen asiático. La temprana calvicie le dejó una frente amplia, tras la que trabajaba una
inteligencia incansable. Hijo de un inspector escolar que llegó a un alto puesto en la administración, su
infancia fue cómoda hasta los 17 años, cuando su hermano mayor, estudiante en San Petersburgo,
participó en un complot para asesinar a Alejandro III por lo que fue condenado a muerte. A causa de ello,
Lenin tuvo que dejar sus estudios de Derecho. Pronto se hizo revolucionario profesional, viviendo
pobre-mente del dinero del partido, procedente de donativos de simpatizantes acomodados.
En 1897 fue detenido y desterrado tres años a Siberia. AllÃ−, el gobierno zarista trataba a los prisioneros
polÃ−ticos ilustrados con gran indulgencia. VivÃ−an en casitas propias o como inquilinos de los lugareños.
No se les exigÃ−a ningún trabajo. RecibÃ−an libros de Europa; se reunÃ−an y discutÃ−an, jugaban al
ajedrez, iban de caza, escribÃ−an. Terminada su condena, Lenin se marchó, en 1900, a Europa occidental,
donde permaneció hasta 1917, excepto algunos breves viajes secretos a Rusia. Su vigor intelectual, su
impulso irresistible y su habilidad como táctico pronto le convirtieron en una fuerza dentro del partido.
En 1898, los marxistas que vivÃ−an en Rusia fundaron, animados por los emigrados, el Partido
Socialdemócrata del Trabajo. A diferencia de los socialrevolucionarios, se inclinaban más por ver la
revolución como un movimiento internacional, parte de un proceso histórico mundial. Para ellos, Rusia no
era diferente de otros paÃ−ses, excepto que estaba menos desarrollada. Esperaban que la revolución mundial
estallase primero en Europa occidental. Admiraban en especial al Partido Socialdemócrata Alemán, el
más grande y próspero de todos los partidos que reconocÃ−an la paternidad de Marx. Si los
socialdemócratas se volcaban hacia Europa más que los social−revolucionarios era porque muchos de sus
dirigentes vivÃ−an allÃ− exiliados. Pensaban que en Rusia debÃ−a desarrollarse el capitalismo, el
proletariado industrial y la lucha de clases, antes de que pudiera producirse una revolución. Al ver al
proletariado urbano como la verdadera clase revolucionaria, miraban al campesinado con recelo, ridiculizaban
el mir y detestaban a los social-revolucionarios. Como Marx, los marxistas rusos desaprobaban el terrorismo.
Por ello y porque su doctrina parecÃ−a un tanto académica y su revolución mas bien hipotética y lejana
en el tiempo, los marxistas se vieron favorecidos por la policÃ−a zarista, que los consideraba menos
peligrosos que los social-revolucionarios.
En 1903, los marxistas rusos celebraron un segundo congreso en Bruselas y Londres, al que asistieron
exiliados como Lenin, delegados de la clandestinidad, socialdemócratas y otros grupos menores. El objetivo
era unificar el marxismo ruso, pero, en realidad, lo rompió para siempre. Las dos facciones resultantes se
llamaron bolcheviques (“mayoritarios”) y mencheviques (“minoritarios”). Lenin fue el autor principal de la
ruptura. Aunque obtuvo la mayorÃ−a tras retirarse la Liga JudÃ−a y pidiendo votaciones por sorpresa sobre
cuestiones tácticas, y aunque, después de 1903, fueron, en general, los mencheviques quienes contaron
con la mayorÃ−a, Lenin persistió en el término bolchevismo por su connotación favorable.
Formalmente, los socialdemócratas siguieron siendo un solo partido, pero estaban divididos
irreconciliablemente. En 1912 el ala bolchevique se organizó como un partido separado.
El bolchevismo, o leninismo, se diferenciaba en cuestiones de organización y táctica. El partido debÃ−a ser
una pequeña minorÃ−a revolucionaria, un duro núcleo de obreros seguros y leales. Los que deseaban un
partido más amplio y abierto, con simples simpatizantes, se hicieron mencheviques. Lenin insistÃ−a en un
partido muy centralizado, sin autonomÃ−a interna para grupos de cualquier tipo. ExigÃ−a una fuerte
autoridad en la cúpula: ésta determinarÃ−a la doctrina (la “lÃ−nea del partido”) y controlarÃ−a toda la
organización. El partido se debÃ−a fortalecer con depuraciones, expulsando a quienes se desviasen de la
opinión oficial. Los mencheviques llegaban a recomendar la cooperación con liberales o demócratas
burgueses. Lenin sólo aceptaba tal cooperación como táctica temporal, sin ocultar que, al final, los
bolcheviques debÃ−an imponer sus puntos de vista mediante la dictadura del proletariado.
Lenin afirmaba rÃ−gidamente los fundamentos marxistas: el capitalismo explota a los obreros y produce
necesariamente el socialismo; la historia está determinada; la lucha de clases es ley social; la religión, el
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gobierno, la filosofÃ−a y la cultura son armas en esa lucha. Lenin acusaba a todo el que intentaba “añadir”
algo a los principios básicos de Marx. “De la filosofÃ−a del marxismo, fundida en una sola pieza de acero,
es imposible destruir una sola premisa básica, una sola parte esencial, sin desviarse de la verdad objetiva, sin
caer en brazos de la falsedad burguesa reaccionaria”, escribÃ−a en 1908. Lenin encontró en el marxismo una
teorÃ−a de la revolución que aceptó sin reservas. Su gran capacidad intelectual se dedicó a demostrar
cómo el desarrollo de los hechos del siglo XX confirmaba el análisis del maestro.
El leninismo contribuyó mucho al movimiento revolucionario. Lenin era un activista. Fue el supremo
agitador, un comandante en jefe de la lucha de clases, que podÃ−a escribir en poco tiempo un folleto
polémico, dominar un congreso del partido o dirigir masas de obreros. A diferencia de Marx y Engels,
Lenin preveÃ−a más claramente la posibilidad de que la dictadura del proletariado representase los deseos
conscientes de una pequeña vanguardia y que tuviera que imponerse a grandes masas mediante un
implacable uso de la fuerza.
Lenin desarrolló, sobre todo, la concepción marxista del partido, reforzada por su propia experiencia rusa.
El partido era una organización en la que los intelectuales aportaban la dirección y la comprensión a los
obreros. Sobre el sindicalismo centrado en las demandas cotidianas de los trabajadores, Lenin escribió: “El
inconsciente incremento del movimiento obrero adopta la forma del sindicalismo, y éste significa la
esclavitud mental de los obreros a la burguesÃ−a”. La tarea de la dirección del partido consistÃ−a en hacer a
los sindicatos y a los obreros “conscientes” y, por tanto, revolucionarios. En posesión del conocimiento
“objetivo” y correcto, la dirección no necesitaba escuchar las ideas espontáneas de los trabajadores, los
campesinos o los miembros equivocados del partido o de otros partidos. La idea de que los intelectuales
aportaban el cerebro y los obreros el músculo, de que una élite dirige mientras los trabajadores obedecen,
era comprensible teniendo en cuenta la historia rusa, que habÃ−a creado, de un lado, una intelligentsia
dolorosamente autoconsciente, y, de otro, una clase obrera y un campesinado oprimidos, sin posibilidad de
experiencia polÃ−tica propia. Este era uno de los rasgos distintivos del leninismo y de los más extraños al
socialismo occidental.
B. De la revolución de 1905 a la Gran Guerra.
a. La revolución de 1905.
La creación, a principios de siglo, de los partidos Constitucional Democrático, Social−revolucionario y
Socialdemócrata era un claro signo del descontento creciente. Ninguno era aún un partido en el sentido
occidental, ya que en Rusia no habÃ−a elecciones más allá del zemstvo provincial. Los tres eran núcleos
de propaganda formados por dirigentes sin seguidores, por intelectuales con lÃ−neas divergentes de
pensamiento. Todos, incluso los “cadetes”, eran vigilados por la policÃ−a y actuaban básicamente en la
clandestinidad. Al mismo tiempo, a partir de 1900 hubo signos de una creciente inquietud popular. Los
campesinos invadÃ−an las tierras e incluso se alzaban contra terratenientes y recaudadores de impuestos. Los
obreros de las fábricas, ocasionalmente, se ponÃ−an en huelga. Pero ningún partido habÃ−a establecido
lazos sólidos con aquellos movimientos populares.
El gobierno se negaba a hacer cualquier concesión. Nicolás 11, zar desde 1894, era un hombre de estrechas
miras. Al Padrecito todas las crÃ−ticas le parecÃ−an simplemente infantiles. Instruido en su juventud por
Pobiedonostsev, consideraba antirrusa toda idea que cuestionase la autocracia, la ortodoxia y el nacionalismo
de la Gran Rusia. Incluso el liberalismo más moderado (que el gobierno fuera controlado por un Parlamento)
les parecÃ−a al zar, a la zarina y a los altos funcionarios una monstruosa aberración. Según ellos, la
autocracia era la mejor y la única forma de gobierno para Rusia, por ser la que Dios le habÃ−a dado.
El primer ministro, Plehve, y los cÃ−rculos de la corte creÃ−an que una guerra corta y victoriosa contra
Japón crearÃ−a una mayor adhesión al gobierno. Pero la guerra se desarrolló tan mal que su efecto fue el
contrario. Los crÃ−ticos del régimen (excepto unos pocos marxistas internacionalistas) se asombraron ante
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la facilidad con que una potencia advenediza y asiática derrotaba a Rusia. Al igual que después de la
guerra de Crimea, hubo un sentimiento general de que el gobierno habÃ−a mostrado su incompetencia ante el
mundo entero. Los liberales creÃ−an que los métodos secretos del gobierno, su inmunidad a la crÃ−tica y
al control, le habÃ−an hecho torpe, obstinado e ineficiente, tan incapaz de ganar una guerra como de dirigir el
desarrollo económico de Rusia. Pero era poco lo que los liberales podÃ−an hacer.
La policÃ−a habÃ−a permitido al Padre Gapon organizar a los obreros de San Petersburgo, esperando
contrarrestar asÃ− la propaganda de los revolucionarios. El pope se tomó en serio las reivindicaciones de los
obreros. Estos creÃ−an, como sencillos campesinos recién instalados en la ciudad, que bastaba con llegar al
Padrecito, el ser augusto situado por encima de los duros empresarios y los insensibles funcionarios, para que
éste escuchara sus quejas y corrigiera los males de Rusia. Redactaron un escrito, pidiendo la jornada de
ocho horas, un salario mÃ−nimo de un rublo diario, la destitución de los burócratas incapaces, y una
Asamblea Constituyente democráticamente elegida, de la que saliera un gobierno representativo. PacÃ−fica,
respetuosa, cantando “Dios salve al zar”, una multitud de 200.000 hombres, mujeres y niños, se reunió
ante el Palacio de Invierno un domingo de enero de 1905. Pero el zar habÃ−a huido y sus oficiales se
asustaron. Las tropas dispararon, matando a varios cientos de manifestantes.
El “domingo sangriento” acabó con el lazo moral sobre el que descansa todo gobierno estable. Los obreros,
horrorizados, vieron que el zar no era su amigo. La autocracia se reveló como la fuerza que respaldaba a los
odiados oficiales, a los recaudadores de impuestos, a los terratenientes y a los empresarios. Estalló una
oleada de huelgas. Los socialdemócratas (más mencheviques que bolcheviques) salieron de la
clandestinidad o del exilio para dirigir esos movimientos. Se formaron consejos (soviets) de trabajadores en
Moscú y San Petersburgo. Los campesinos se alzaron espontáneamente en muchos lugares, ocupando
tierras, quemando casas solariegas y atacando a sus propietarios. Los social-revolucionarios, naturalmente,
trataron de ponerse al frente de ese movimiento. “Cadetes” liberales, profesores, ingenieros, hombres de
negocios, abogados, dirigentes de los zemstvos provinciales, trataron también de tomar la dirección o, por
lo menos, de utilizar la crisis para forzar al gobierno. Todos estaban de acuerdo en exigir que debÃ−a haber
más representación democrática en el gobierno.
El zar accedió de mala gana y concedió lo menos posible. En marzo de 1905, prometió nombrar para el
gobierno a hombres “que gozasen de la confianza de la nación”. En agosto (tras la desastrosa batalla de
Tsushima), accedió a convocar una especie de Estados Generales, para los que campesinos, terratenientes y
gentes de la ciudad votarÃ−an por separado. La revolu-ción seguÃ−a extendiéndose. El soviet de San
Petersburgo, dirigido por mencheviques (Lenin aún no habÃ−a vuelto a Rusia), declaró una huelga general
en octubre. Pararon los ferrocarriles, los bancos, la prensa, e incluso los abogados se negaron a ir a sus
despachos. La huelga se extendió a otras ciudades y al campo. Paralizado el gobierno, el zar lanzó su
Manifiesto de Octubre: prometÃ−a libertades civiles, una Constitución y una Duma que serÃ−a elegida por
todas las clases en igualdad y tendrÃ−a poderes para elaborar leyes y controlar la administración.
El zar y sus consejeros pretendÃ−an dividir a la oposición con el Manifiesto de Octubre y lo lograron. Los
“cadetes” creyeron que los problemas sociales podrÃ−an solucionarse a través de la Duma. Los liberales
estaban asustados; los industriales tenÃ−an miedo de la fuerza demostrada por los trabajadores en la huelga
general, y los terratenientes pedÃ−an restablecer el orden en el campo. Campesinos y obreros no se daban por
satisfechos; aquellos querÃ−an más tierra y menos impuestos, y éstos, una jornada más corta y un
salario más digno. Las diversas facciones revolucionarias incitaban la agitación popular, esperando
conseguir la caÃ−da de la monarquÃ−a y la instauración de una república socialista. CreÃ−an también
que el Manifiesto de Octubre era, en todo caso, un fraude, y que el zar se negarÃ−a a cumplirlo cuando
desapareciera la presión revolucionaria. Los soviets seguÃ−an activos, las huelgas locales continuaban, y
habÃ−a motines entre los soldados en Kronstadt y entre los marineros de la flota del Mar Negro.
Pero el gobierno logró mantenerse. Con los liberales ahora inactivos o pidiendo orden, el gobierno detuvo a
los miembros del soviet de San Petersburgo. Se firmó rápidamente la paz con Japón, y se trajeron del
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Lejano Oriente tropas dignas de confianza. Los dirigentes revolucionarios huyeron de nuevo a Europa,
volvieron a la clandestinidad, o fueron detenidos y enviados a la cárcel o a Siberia; en el campo, hubo
algunas ejecuciones.
b. La Duma y la frustración del parlamentarismo.
El resultado más importante de la revolución fue el de convertir a Rusia, al menos en apariencia, en un
régimen parlamentario. La Duma prometida fue convocada. Desde 1906 hasta 1916, Rusia era,
externamente, una monarquÃ−a constitucional. Pero Nicolás 11 pronto demostró que no pensaba hacer
grandes concesiones. Redujo el poder de la nueva Duma, al anunciar, ya en 1906, que no controlarÃ−a la
polÃ−tica exterior ni el presupuesto ni el gobierno. Su actitud frente a la monarquÃ−a constitucional siguió
siendo contraria hasta 1917. El zarismo no permitió ningún tipo de participación del pueblo en el
gobierno. Dentro de ese pueblo, los dos extremos eran igualmente impermeables al constitucionalismo liberal.
Por la derecha, los obstinados defensores de la autocracia y de la iglesia ortodoxa organizaron las Centurias
Negras, que aterrorizaban a los campesinos y les coaccionaban para que boicoteasen a la Duma. Por la
izquierda, en 1906, los social-revolucionarios y las alas bolchevique y menchevique de los socialdemócratas
también se negaron a reconocer a la Duma, apremiaron a los obreros para que la boicoteasen, y renunciaron
a presentar candidatos a la elección.
La primera Duma, de corta duración, fue elegida en 1906, por un sistema de voto indirecto y desigual, en el
que los campesinos y los obreros votaban como clases separadas, y con una representación
proporcionalmente mucho menor que la asignada a los terratenientes. Ante la ausencia de candidatos
socialistas, los obreros y los campesinos votaron a toda clase de gentes, incluidos los “cadetes”, que
obtuvieron una aplastante mayorÃ−a. Cuando la Duma se reunió, los “cadetes” tuvieron que luchar aún por
el principio elemental del gobierno constitucional. PedÃ−an un verdadero sufragio masculino universal y que
el gobierno fuese responsable ante el Parlamento. El zar respondió disolviendo la Duma dos meses
después. Los “cadetes” huyeron a Viborg, en la autónoma Finlandia, que la policÃ−a zarista solÃ−a
respetar. Curiosamente, aquellos liberales, reunidos en Viborg, de nuevo recurrieron a la huelga general y al
impago de impuestos, es decir, a la revolución de masas. Pero las verdaderas revoluciones no son fáciles de
poner en marcha, y no ocurrió nada.
En 1907, se eligió una segunda Duma, tratando el gobierno de controlar las elecciones mediante la
supresión de reuniones y periódicos de partido, pero, como en esta ocasión los social-revolucionarios y los
mencheviques decidieron participar, resultaron elegidos unos 83 socialistas. Los “cadetes”, temerosos de la
izquierda revolucionaria, llegaron a la conclusión de que el progreso constitucional debÃ−a ser gradual y se
mostraron dispuestos a cooperar con el gobierno. Pero la Duma tuvo un final inesperado, cuando el gobierno
denunció y detuvo a unos 50 socialistas como revolucionarios dedicados sólo a la destrucción.
Una tercera Duma, elegida tras un cambio electoral que daba más representación a los terratenientes y
garantizaba una mayorÃ−a conservadora, llegó a celebrar varias sesiones entre 1907 y 1912, como la cuarta
Duma entre 1912 y 1916. Los diputados, siguiendo lo que indicaba el gobierno, atendiendo sólo a cuestiones
concretas, perdiéndose en el trabajo de las comisiones, y soslayando la cuestión fundamental de decidir
dónde se encontraba el poder supremo, mantuvieron una vida precaria, con un parlamentarismo bajo
mÃ−nimos.
c. Las reformas de Stolypin y el hambre de tierras.
Algunos funcionarios creÃ−an que la forma de acabar con los revolucionarios y reforzar el poder de la
monarquÃ−a consistÃ−a en que el gobierno, conservando todo el control en su poder, se ganase el apoyo del
pueblo con un programa de reformas. Uno de esos funcionarios fue Stolypin, primer ministro desde 1906
hasta 1911. Fue él quien disolvió las dos primeras Dumas. Su polÃ−tica pretendÃ−a ganarse a las clases
propietarias para el Estado. CreÃ−a que un Estado apoyado por una amplia propiedad privada tenÃ−a poco
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que temer de revolucionarios, conspiradores y emigrados, Como dijo a la Duma, en 1908: “El gobierno ha
apostado, no por los necesitados ni por los borrachos, sino por los tenaces y los fuertes, por el tenaz
propietario que tiene la obligación de desempeñar un papel en la reconstrucción de nuestro zarismo”. En
esa lÃ−nea Stolypin favoreció y amplió el poder de los zemstvos provinciales, donde participaban los
terratenientes en la administración de los asuntos locales.
Para el campesinado promulgó una abundante legislación. Como creÃ−a que el mir era la fuente de la
inquietud agraria, Stolypin confiaba en sustituir esa antigua institución por un régimen de propiedad
privada individual. Liquidó lo que aún quedaba pendiente de los pagos de la redención, de los que los mirs
eran colectivamente responsables. Permitió que el campesino vendiese su parte de los derechos comunales y
abandonase la comuna cuando quisiese. Autorizó a los campesinos a comprar tierra libremente a las
comunas o a otros campesinos. FavorecÃ−a asÃ− la aparición de los ku1aks, dueños de grandes
extensiones, que las trabajaban mediante jornaleros y que producÃ−an buenas cosechas para el mercado. Al
mismo tiempo, al permitir al campesino que vendiese y que abandonase el mir, aceleraba la formación de
una clase asalariada que, o solicitarÃ−a trabajo a los kulaks o irÃ−a a ofrecer sus brazos a la ciudad. La
creación de una fuerza de trabajo móvil y el mayor abastecimiento de alimentos producidos por los grandes
granjeros, apresurarÃ−an la industrialización de Rusia.
La polÃ−tica de Stolypin tuvo cierto éxito. Entre 1907 y 1916, más de seis millones de familias se
separaron legalmente del mir. Pero, a pesar de la tendencia a la propiedad individual, no deben exagerarse los
resultados del programa Stolypin. El mir estaba lejos de haber desaparecido. La gran mayorÃ−a de
campesinos continuaba aún dentro del antiguo sistema de derechos y restricciones comunales. En el campo
seguÃ−a habiendo escasez y hambre de tierra (sobre todo en las zonas agrÃ−colas donde los rendimientos
eran más altos) y pobreza. HabÃ−a kulaks, desde luego, que suscitaban resentimiento y envidia, pero los
mayores propietarios seguÃ−an siendo una minorÃ−a de grandes terratenientes.
Stolypin no pudo llevar muy lejos su programa. El zar le prestaba un apoyo sólo renuente. Los cÃ−rculos
reaccionarios veÃ−an con malos ojos sus intromisiones y su orientación occidental. Los
social-revolucionarios, naturalmente, protestaban contra la disolución de las comunas. Incluso los marxistas,
que en teorÃ−a podÃ−an aplaudir el avance del capitalismo, temÃ−an que las reformas pudieran poner fin al
descontento agrario. Stolypin fue asesinado, en 1911, por un miembro del ala terrorista de los
social-revolucionarÃ−os que, al parecer, era un infiltrado de la policÃ−a zarista. Es de señalar que el
predecesor de Stolypin, Plebve, y una docena de altos funcionarios habÃ−an muerto también asesinados en
los últimos años.
De todas formas, por violento y bárbaro que fuese aún el imperio ruso, sus industrias crecÃ−an, sus
ferrocarriles se extendÃ−an, sus exportaciones alcanzaban cifras elevadas. TenÃ−a un Parlamento, aunque no
un gobierno parlamentario. La propiedad privada y el capitalismo se extendÃ−an. HabÃ−a una libertad
vigilada de la prensa (los bolcheviques podÃ−an imprimir desde 1912 su periódico Pravda en San
Petersburgo). Pero ese desarrollo estaba amenazado desde la derecha, por reaccionarios obstinados que
defendÃ−an la autocracia, y desde la izquierda, por revolucionarios que sólo se conformaban con el fin del
zarismo y la transformación total de la sociedad. La indignación de la extrema derecha contra el gobierno,
la convicción de que, en cualquier caso, podrÃ−a perder su posición muy pronto, tal vez hicieron de ella el
bando más decidido a precipitar una guerra europea mediante el apoyo armado a los nacionalistas serbios.
En cuanto a los partidos revolucionarios, y en especial los bolcheviques, sus miembros eran cada vez menos y
sus dirigentes seguÃ−an en el exilio, sumidos en el pesimismo (“Yo no espero vivir para ver la revolución”,
decÃ−a Lenin en aquellos años).
2. Las revoluciones de 1917 y el triunfo bolchevique.
Algunos historiadores sostienen que, de no haber sido por los “accidentes” de la 1ª G.M. y de la revolución
bolchevique, la Rusia zarista habrÃ−a evolucionado hasta convertirse en una floreciente sociedad industrial
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liberal-capitalista. Pero serÃ−a muy difÃ−cil encontrar antes de 1914 alguna profecÃ−a en esa lÃ−nea. De
hecho, apenas recuperado el régimen zarista de la revolución de 1905, se encontró, indeciso e
incompetente como siempre, acosado por otra oleada creciente de descontento social. En los meses previos a
la guerra, el paÃ−s parecÃ−a una vez más al borde de un estallido, sólo conjurado por la sólida lealtad del
ejército, la policÃ−a y la burocracia. Como en otros paÃ−ses beligerantes, el entusiasmo patriótico de la
población al inicio de la guerra enmascaró la situación polÃ−tica, aunque en el caso de Rusia no por
mucho tiempo. En 1915, los problemas del gobierno parecÃ−an otra vez insuperables. La revolución de
febrero de 1917, que derrocó el zarismo ruso, fue un hecho esperado, recibido con alegrÃ−a por toda la
opinión polÃ−tica occidental, excepto los más furibundos reaccionarios tradicionalistas.
Sin embargo, también daban casi todos por sentado que la revolución rusa no podÃ−a ser socialista. No
habÃ−a condiciones para un cambio de ese tipo en un paÃ−s agrario lleno de pobreza, ignorancia y atraso y
donde el proletariado industrial sólo era una pequeña minorÃ−a, aunque tuviera una posición
estratégica. Los revolucionarios marxistas rusos compartÃ−an ese punto de vista. El derrocamiento del
zarismo sólo podÃ−a abocar a una “revolución burguesa”.
Pero habÃ−a un problema. Si Rusia no estaba preparada para la revolución socialista, tampoco lo estaba para
la “revolución burguesa”. Incluso los que se contentaban con esta última necesitaban un soporte mayor que
el de la clase media liberal, una pequeña minorÃ−a sin prestigio moral, ni apoyo social ni una tradición de
gobierno representativo a la que agarrarse. En 1917, Lenin, que en 1905 sólo pensaba en una Rusia
democrático-burguesa, llegó pronto a la conclusión de que no era el momento para una revolución
liberal. Pero, como en Rusia no se daban las condiciones para la revolución socialista, los revolucionarios
marxistas rusos consideraban que su revolución tenÃ−a que extenderse a otros paÃ−ses.
Eso parecÃ−a posible, porque la lª G.M. terminó en medio de una crisis polÃ−tica general, sobre todo en
los paÃ−ses derrotados. La Europa beligerante se tambaleó bajo la fuerte presión de la guerra “total”. La
exaltación patriótica inicial se apagó y en 1916 el cansancio dio paso a una intensa hostilidad ante una
masacre inacabable e inútil a la que nadie parecÃ−a querer poner fin. Mientras en 1914 los enemigos de la
guerra se sentÃ−an impotentes, en 1916 creÃ−an hablar en nombre de la mayorÃ−a. El antibelicismo
reforzó la influencia de los socialis−tas, que encarnaron de nuevo el rechazo a la guerra que les habÃ−a
caracterizado antes de 1914. Algunos partidos, como los de Rusia, Serbia y el Laborista Independiente
británico, nunca habÃ−an dejado de oponerse a ella, e incluso en paÃ−ses donde los socialistas la apoyaron,
como Alemania, una fracción importante, contrarÃ−a a la guerra, se escindió en 1917 y constituyó el
Partido Socialdemócrata Alemán Independiente (USPD).
Al mismo tiempo, el sindicalismo organizado de las grandes industrias de armamento se convirtió en el
centro de la militancia antibelicista. Los activistas sindicales (shop stewards en Gran Bretaña;
Betriebsobleute en Alemania), se hicieron famosos por su radicalismo. Los artificieros y mecánicos de los
modernos navÃ−os adoptaron la misma actitud. Tanto en Rusia como en Alemania, las principales bases
navales (Kronstadt, Kiel) se convertirÃ−an en núcleos revolucionarios importantes AsÃ−, la oposición
contra la guerra encontró gente dispuesta a manifestarla. No puede extrañar que los censores de
Austria-HungrÃ−a advirtieran un cambio en el tono de las cartas de sus tropas. Expresiones como “si Dios
quisiera que retornara la paz” dejaron paso a frases del tipo “ya estamos cansados” o incluso “dicen que los
socialistas van a traer la paz”. La revolución rusa fuera el primer acontecimiento polÃ−tico del que se
hacÃ−an eco incluso las cartas de las esposas de los campesinos y de los obreros. Nadie parecÃ−a dudar que
la revolución rusa tendrÃ−a importantes repercusiones internacionales.
A. Las revoluciones de 1917.
a. El impacto de la Gran Guerra.
La guerra sometió al régimen zarista a una prueba que no pudo superar. El zarismo no logró contar con
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la cooperación del pueblo, requisito esencial para vencer. Las minorÃ−as nacionales (polacos, judÃ−os,
ucranianos y otros) estaban descontentas. En la Duma los doce diputados socialistas fueron a la cárcel por
negarse a votar la financiación de la guerra. Obreros y campesinos se incorporaban al ejército, pero sin la
convicción que habÃ−a en los demás paÃ−ses europeos. Los desastres con que se inició la guerra en
1914, en Tannenberg, fueron seguidos por el avance de las Potencias Centrales dentro de Rusia, en 1915, al
precio de 2 millones de soldados rusos muertos, heridos o prisioneros.
Al estallar la guerra, la clase media ofreció su apoyo al gobierno. Los zemstvos de todo el imperio se unieron
para impulsar la movilización de la agricultura y de la industria. Empresarios de Petrogrado (San
Petersburgo perdió entonces su nombre de raÃ−z germánica) formaron un Comité del Comercio y la
Industria para impulsar al máximo la producción. El gobierno recelaba de aquellos signos de actividad que
nacÃ−an fuera del ámbito oficial. La clase media adquirÃ−a conciencia de su fuerza y se hacÃ−a más
crÃ−tica respecto a la burocracia. Algunos funcionarios del ministerio de la guerra tenÃ−an simpatÃ−as
progermanas, pues eran reaccionarios que temÃ−an el liberalismo de sus aliados Gran Bretaña y Francia.
También la vida en la Corte era peculiar. La zarina, de origen alemán, despreciaba a todos los rusos
ajenos a su cÃ−rculo, incitaba a su marido a comportarse como un autócrata orgulloso y despiadado, y
escuchaba los consejos del misterioso RasputÃ−n, que se consideraba a sÃ− mismo santo. CreÃ−a que
RasputÃ−n poseÃ−a poderes sobrenaturales porque aparentemente habÃ−a curado de hemofilia a su hijo. Por
su ascendiente sobre ella, RasputÃ−n influÃ−a en los nombramientos de altos cargos. Quien deseara una
audiencia de la imperial pareja tenÃ−a que contar con él. Patriotas y gente culta protestaban inútilmente.
En esas circunstancias y dadas las derrotas militares, la unión de zemstvos y otros organismos surgidos con la
guerra se quejaban no sólo de la mala administración, sino de aspectos básicos del Estado. El zarismo,
atrapado en una guerra total, tenÃ−a miedo de la ayuda que su propio pueblo le ofrecÃ−a.
En septiembre de 1915, se suspendió la Duma. Los reaccionarios, inspirados por la zarina, RasputÃ−n y
otras fuerzas, esperaban que una victoria bélica permitirÃ−a acabar con el liberalismo y el
constitucionalismo. La Duma se reunió de nuevo en noviembre de 1916, y, a pesar de haber sido siempre tan
conservadora, se mostró muy indignada por la actuación del gobierno. Por toda la población se extendÃ−a
el descontento ante el curso de la guerra y la ineptitud del gobierno. En diciembre, RasputÃ−n fue asesinado
por los nobles de la corte. El zar suspendió otra vez la Duma y se dotó de ametralladoras a la policÃ−a. Los
nuevos organismos extragubernamentales y la Duma llegaron a la conclusión de que la situación sólo
podÃ−a resolverse por la fuerza. Estos cambios animaron también los proyectos, durante tanto tiempo
fallidos, de la minorÃ−a de profesionales revolucionarios.
b. El fin del zarismo: la revolución de febrero (marzo).
Una vez más, fueron los obreros de Petrogrado los que precipitaron la crisis. Como en los demás paÃ−ses
beligerantes, los alimentos empezaron a escasear. La administración zarista era demasiado torpe y corrupta
para establecer los controles, normales en otros paÃ−ses, que consistÃ−an, por ejemplo, en fijar precios
máximos y distribuir cartillas de racionamiento. Eran los pobres los que más duramente sentÃ−an la
escasez de alimentos. El 8 de marzo de 1917 estallaron motines pidiendo pan, que pronto se convirtieron, con
la ayuda de los revolucionarios, en insurrecciones polÃ−ticas. Las multitudes gritaban: “Muera el zar”. Las
tropas de la ciudad se negaron a disparar contra los insurgentes; el motÃ−n y la insubordinación se
extendÃ−an de una unidad a otra. En unos pocos dÃ−as, se habÃ−a organizado en Petrogrado un Soviet de
Diputados de los Obreros y de los Soldados, según el modelo de 1905.
Los dirigentes de clase media, ante la impotencia del gobierno, pidieron su dimisión y la formación de otro
con el apoyo de una mayorÃ−a de la Duma. El zar disolvió la Duma, pero ésta creó un comité
ejecutivo. Ahora habÃ−a dos poderes: el comité de la Duma, moderado, constitucionalista y relativamente
legal, y el Soviet de Petrogrado, representante de las fuerzas revolucionarias que surgÃ−an
espontáneamente. El Soviet presionará hacia la izquierda al poder pretendidamente superior del gobierno
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provisional, convirtiéndose en el auditorio público y el centro insurreccional de la clase obrera. Sus
concepciones eran básicamente socialistas y todas las facciones (social−revolucionarios, mencheviques,
bolcheviques) trataban de controlarlo.
Fruto de esa presión, el comité de la Duma creó, el 14 de marzo, un gobierno provisional presidido por el
prÃ−ncipe Lvov y que incluÃ−a a Alexander Kerensky, un abogado socialrevolucionario moderado. El
gobierno contó con la simpatÃ−a y la ayuda de los aliados occidentales, temerosos de que Rusia se retirara
de la guerra y firmara una paz por separado con Alemania. El zar, que estaba en el frente, trató de regresar a
Petrogrado, pero el tren fue detenido por las tropas. Los propios generales, incapaces de garantizar la lealtad
de sus hombres, aconsejaban la abdicación. Nicolás cedió; su hermano, el gran duque, se negó a
sucederle; y, el 17 de marzo, Rusia se convirtió en república. Cuatro dÃ−as de manifestaciones y de
anarquÃ−a callejera habÃ−an bastado para acabar con el imperio (el costo humano fue bajo: 53 oficiales, 602
soldados, 73 policÃ−as y 587 civiles heridos o muertos). Pero eso no fue todo: Rusia estaba hasta tal punto
preparada para la revolución social que las masas de Petrogrado vieron la caÃ−da del zar como la
proclamación de la libertad, la igualdad y la democracia.
c. De febrero (marzo) a octubre (noviembre) de 1917: el triunfo bolchevique.
Lo que surgió no fue una Rusia liberal y constitucional (aunque se previó elegir por sufragio universal
masculino una Asamblea Constituyente), sino un vacÃ−o revolucionario: por un lado, un “gobierno
provisional” impotente y, por otro, una multitud de Soviets que surgÃ−an por doquier. Estos tenÃ−an el poder
(al menos, de veto) en la vida local, pero no sabÃ−an qué hacer. Los partidos revolucionarios inten−taron
coordinar esas asambleas para lograr que se unieran a su polÃ−tica, aunque al principio sólo Lenin las
veÃ−a como una alternativa al gobierno (“todo el poder para los soviets”). No obstante, cuando abdicó el
zar, pocos rusos sabÃ−an qué representaban esos partidos o podÃ−an distinguir sus programas. Lo que
sabÃ−an era que ya no aceptaban la autoridad, ni siquiera la de los revolucionarios que decÃ−an saber más
que ellos.
La petición básica de los pobres de las ciudades era conseguir pan, y la de los obreros mayores salarios y
una jornada laboral más reducida. En cuanto al campesinado, el 80% de la población, lo que querÃ−a era,
como siempre, tierra. Todos compartÃ−an el deseo de que acabara la guerra, aunque al principio los
campesinos-soldados no se oponÃ−an a la guerra como tal, sino a la dura disciplina a que les sometÃ−an los
oficiales. El lema "pan, paz y tierra" suscitó cada vez más apoyo para quienes lo propugnaban, sobre todo
los bolcheviques, cuyo número pasó de unos pocos miles en marzo de 1917 a casi 250.000 en junio. Contra
el tópico que ve a Lenin sobre todo como un organizador de golpes de estado, el único activo real que
tenÃ−an él y los bolcheviques era el conocimiento de lo que querÃ−an las masas, lo que les indicaba
cómo tenÃ−an que actuar. Por ejemplo, cuando comprendió que los campesinos, aun en contra del
programa socialista, deseaban que la tierra se dividiera en explotaciones familiares, Lenin no dudó en
comprometer a los bolcheviques en esa forma de individualismo económico.
En cambio, el gobierno provisional no consiguió que Rusia obedeciera sus leyes y decretos. Cuando los
empresarios intentaron restablecer la disciplina laboral, sólo lograron radicalizar la postura de los obreros.
Cuando el gobierno insistió en iniciar una nueva ofensiva militar en junio de 1917, el ejército fracasó y
los soldados-campesinos volvieron a sus aldeas para participar en el reparto de la tierra. La revolución se
difundió a lo largo de las vÃ−as del ferrocarril que los llevaba a casa. Aunque la situación no estaba
madura para la caÃ−da inmediata del gobierno provisional, a partir del verano la radicalización se extendió
por el ejército y las principales ciudades, y eso favoreció a los bolcheviques. La mayorÃ−a del
campesinado apoyaba a los social-revolucionarios, herederos de los populistas, aunque en el seno de ese
partido se formó un ala izquierda que se aproximó a los bolcheviques (con los que gobernarÃ−a durante un
breve perÃ−odo tras la revolución de octubre).
En julio, un levantamiento armado, que el comité central bolchevique desautorizó como prematuro, fue
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sofocado. Pero los bolcheviques fueron acusados y Lenin tuvo que huir a Finlandia. Buscando el apoyo
popular, se formó un nuevo gobierno provisional con Kerensky como primer ministro. La posición de
Kerensky pronto se vio amenazada desde la derecha. En agosto, el general Kornilov, jefe del ejército,
envió tropas para restablecer el orden. Conservadores y liberales deseaban que triunfase, confiando en que
suprimirÃ−a los soviets. Pero el golpe de Kornilov fue derrotado gracias a los bolcheviques y a los soldados
revolucionarios de la ciudad. à stos denunciaron a los liberales como cómplices del intento de Kornilov, y
ambos bandos acusaron a Kerensky de haber permitido que el complot se fraguase. Liberales y socialistas
moderados abandonaron a Kerensky, y éste tuvo que formar un gobierno con poco apoyo polÃ−tico.
Mientras tanto, la escasez de alimentos se agravó, dada la desorganización de los transportes y la rebeldÃ−a
campesina, de modo que los obreros urbanos prestaban oÃ−dos, cada vez más gustosamente, a los
agitadores bolcheviques.
El afianzamiento bolchevique en las principales ciudades, especialmente Petrogrado y Moscú, y su
implantación en el ejército, debilitó al gobierno provisional. Kerensky convocó a los partidos,
sindicatos y zemstvos a una especie de preparlamento. Los bolcheviques lo boi-cotearon, reuniendo en su
lugar un Congreso de los Soviets de toda Rusia. Lenin creÃ−a llegado el momento de tomar el poder.
Zinoviev y Karnenev se oponÃ−an, pero a favor estaban Trotsky, Stalin y la mayorÃ−a del Comité Central.
Las tropas de Petrogrado decidieron seguir al Soviet, controlado por los bolcheviques. En la noche del 6 al 7
de noviembre de 1917, éstos se apode-raron de la central telefónica, las estaciones de ferrocarril y las
centrales eléctricas. Un barco de guerra apuntó sus cañones hacia el Palacio de Invierno, donde se
hallaba reunido el gobier-no. Kerensky no encontró a casi nadie que lo defendiese y el gobierno se disolvió
sin más.
B. El triunfo del nuevo régimen.
a. Las primeras medidas polÃ−ticas.
El Congreso de los Soviets, reunido apresuradamente, declaró depuesto al gobierno provisional y nombró,
en su lugar, un Consejo de Comisarios del Pueblo, cuyo presidente fue Lenin. Trotsky fue nombrado
comisario para asuntos exteriores y Stalin comisario para las nacionalidades. Kerensky huyó (vivirÃ−a en
EEUU hasta su muerte en 1970). En el Congreso, Lenin introdujo dos resoluciones. Una exhortaba a los
gobiernos en guerra a negociar una “paz democrática justa” sin anexiones ni indemnizaciones; la otra
abolÃ−a, inmediatamente y sin compensación, “toda la propiedad de la tierra”. Los millones de hectáreas
pertenecientes a los grandes terratenientes ahora expropiados aportaban una base de apoyo al nuevo
régimen.
La Asamblea Constituyente se reunió por fin en enero de 1918. De 36 millones, 9 votaron a los
bolcheviques, demostrando que éstos, que hacÃ−a menos de un año eran un pequeño grupo de
emigrados, contaban con un amplio apoyo. Pero casi 21 millones votaron al partido de Kerensky, el
socialrevolucionario. Lenin dijo que “dar el poder a la Asamblea Constituyente serÃ−a transigir, una vez
más, con la peligrosa burguesÃ−a”. Marinos armados, enviados por el gobierno, disolvieron la Asamblea al
segundo dÃ−a. Esta medida suponÃ−a un claro rechazo de la democracia en favor de la norma “de clase”, en
nombre del proletariado. Dos meses después (marzo de 1918), los bolcheviques pasaron a llamarse
comunistas.
La primera institución que creó el nuevo régimen, el 7 de diciembre de 1917, fue una policÃ−a
polÃ−tica, una “Comisión extraordinaria pan-rusa de lucha contra la contrarrevolución, la especulación y
el sabotaje”, conocida, por sus iniciales rusas, como Cheka (y luego con los nombres sucesivos de OGPU,
NKVD, MVD y KGB).
Aun suponiendo que, tomado el poder en Petrogrado y Moscú, se pudiera extender al resto de Rusia y
conservarlo frente a la anarquÃ−a y la contrarrevolución, el mayor problema del nuevo régimen era qué
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hacer a largo plazo. El programa de Lenin de comprometerse en la “transformación socialista de la
república rusa” suponÃ−a apostar por convertir la revolución rusa en una revolución mundial o al menos
europea. Entretanto, la tarea principal, la única en realidad, era mantenerse. El nuevo régimen apenas hizo
otra cosa por el socialismo que declarar que el socialismo era su objetivo, ocupar los bancos y declarar el
“control obrero” sobre la gestión de las empresas, mientras urgÃ−a a los obreros a mantener la producción.
El nuevo régimen sobrevivió a una dura paz impuesta por Alemania en Brest-Litovsk (marzo de 1918),
que supuso la pérdida de Polonia, las provincias bálticas, Ucrania y amplios territorios al sur y oeste de
Rusia, asÃ− como Transcaucasia. Por su parte, los aliados no fueron más generosos. Contra los soviets se
levantaron varios ejércitos “blancos”, financiados por los aliados, que enviaron también tropas propias.
En los peores momentos de la caótica y brutal guerra civil de 1918-−1920, la Rusia soviética quedó
reducida a un núcleo cercado en el norte y el centro, entre los Urales y el Báltico. Sin embargo, los
bolcheviques vencieron finalmente.
En esos años de continuas catástrofes, la única estrategia posible consistÃ−a en escoger entre lo que
podÃ−a asegurar la supervivencia y lo que podÃ−a llevar al desastre inmediato. ¿Quién se iba a
preocupar de las consecuencias que pudieran tener para la revolución, a largo plazo, las decisiones que
habÃ−a que tomar en ese momento, cuando el no adoptarlas supondrÃ−a liquidar la revolución y harÃ−a
innecesario analizar en el futuro sus posibles consecuencias? Cuando la nueva república soviética salió
de su agonÃ−a, descubrió que los pasos dados para asegurar la supervivencia conducÃ−an en una dirección
muy distinta de la prevista por Lenin.
La revolución sobrevivió, sobre todo, por tres razones. Primero, porque contaba con un instrumento muy
poderoso, un Partido Comunista, fuertemente centralizado y disciplinado según el modelo organizativo
defendido por Lenin desde 1902. En segundo lugar, era el único gobierno que podÃ−a y querÃ−a mantener a
Rusia unida como un Estado, y para ello contaba con el notable apoyo de otros patriotas rusos
(polÃ−ticamente hostiles) como los oficiales, sin los cuales habrÃ−a sido imposible organizar el nuevo
ejército rojo. Para esos grupos, en 1917-1918 la opción no era entre una Rusia −democrática o una Rusia
no liberal, sino entre Rusia y la des-integración, destino al que estaban abocados los otros imperios arcaicos
y derrotados, como Austria-HungrÃ−a y TurquÃ−a. La revolución bolchevique logró preservar en gran
parte la unidad territorial multinacional del viejo estado zarista, al menos durante otros 74 años. En tercer
lugar la revolución habÃ−a permitido que el campesinado ocupara la tierra. En el momento decisivo, la gran
masa de campesinos rusos (el núcleo del Estado y de su nuevo ejército) consideró que sus oportunidades
de conservar la tierra eran mayores si se mantenÃ−an los rojos que si el poder volvÃ−a a manos de la
nobleza. Eso dio a los bolcheviques una ventaja decisiva en la guerra civil. Los hechos demostrarÃ−an que los
campesinos eran demasiado optimistas.
b. Intervención extranjera y guerra civil.
La paz de Brest-Litovsk no supuso la paz real, pues el paÃ−s se hundió en la guerra civil. Los viejos
reaccionarios zaristas, los liberales, los burgueses, los zemstvos y los “cadetes”, incluso muchos socialistas
antileninistas, se dispusieron a organizar la resisten-cia contra el régimen de los Soviets y con la ayuda de
los aliados. En enero de 1918, se fundó el Ejército Rojo, con Trotsky, comisario de guerra, como su jefe.
En julio, se promulgó una constitución.
Por todas partes surgÃ−an focos de resistencia. En el valle del Don se reunió una fuerza bajo el mando de
Kornilov y Denikin, con muchos oficiales del ejército, terratenientes y empresarios expropiados. Los
socialrevolucionarios congregaron a sus seguidores en el curso medio del Volga. En Omsk, un grupo
proclamó la independencia de Siberia. Como fuerza militar, la más importante fue la Legión Checa, unos
45.000 checos, antiguos prisioneros o desertores del ejército austrohúngaro que se habÃ−an organizado
para luchar junto a Rusia y los aliados. Tras la paz de Brest-Litovsk, decidieron abandonar Rusia por el
Transiberiano, regresar a Europa por mar y reanudar la lucha en el frente occidental, pero cuando los oficiales
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bolcheviques trataron de desarmarlos, se unieron a los socialrevolucionarios en el Volga.
Los aliados creÃ−an que el bolchevismo era una locura temporal fácil de detener. QuerÃ−an, sobre todo,
recuperar a Rusia para la guerra contra Alemania. Una pequeña fuerza aliada tomó Murmansk y Arkangel,
en el norte. Pero, para la intervención militar, la mejor entrada era VIadivostok, en el Lejano Oriente. Los
japoneses recibieron esta propuesta con entusiasmo, viendo una gran oportunidad para desarrollar su esfera de
influencia en Asia. Se acordó que una fuerza militar interaliada desembarcarÃ−a en VIadivostok, cruzarÃ−a
Siberia, se unirÃ−a a los checos, acabarÃ−a con el bolchevismo, y caerÃ−a sobre los alemanes por el este de
Europa. Para aquel ambicioso proyecto, Gran Bretaña y Francia no podÃ−an facilitar soldados,
comprometidas como estaban en el frente occidental; las fuerzas acabaron siendo de Japón (72.000 hombres)
y EEUU (sólo 8.000), que desembarcaron en agosto de 1918.
La guerra civil se prolongó hasta 1920. Los rojos recuperaron Ucrania y Transcaucasia (Armenia, Georgia y
Azerbaiyán), autoproclamadas independientes; en el sur derrotaron a cien mil blancos mandados por
Wrangel y dejaron fuera de combate al almirante KoIchak, que, en Siberia, se proclamaba gobernante de toda
Rusia. En 1920, los bolcheviques mantenÃ−an una guerra con el nuevo Estado polaco, lanzado a recuperar los
extensos territorios ucranianos y bielorrusos que habÃ−an sido polacos antes de 1772. Tropas británicas,
francesas y de EEUU siguieron en Arkangel hasta fines de 1919 y las japonesas en Vladivostok hasta 1922.
Pero las fuerzas antibolcheviques nunca llegaron a unirse. CubrÃ−an todo el espectro polÃ−tico, desde
zaristas recalcitrantes hasta socialrevolucionarios de izquierda. La derecha se enfrentaba a los campesinos, al
restituir las tierras expropiadas en las zonas que iban ocupando y entregarse a un cruel y vengativo “terror
blanco”. Ni los aliados se pusieron de acuerdo: Francia enviaba tropas a Ucrania y ayudaba a Polonia, pero
Gran Bretaña y EEUU querÃ−an librarse de toda complicación militar en cuanto se firmase el armisticio
con Alemania.
Por su parte, Trotsky forjó el sólido Ejército Rojo, lo disciplinó, lo equipó como mejor pudo, designó
comisarios polÃ−ticos, y se aseguró de que los mandos fuesen oficiales fiables. Los bolcheviques apelaron
al patriotismo nacional y lograron el apoyo campesino mediante la distribución de la tierra. En 1922
dominaban el territorio del antiguo imperio zarista, excepto en Europa. AllÃ− se mantenÃ−an independientes
los Estados bálticos, Rumania habÃ−a obtenido Besarabia, llegando su nueva frontera casi hasta Odesa, y
Polonia se extendÃ−a más al este de lo que los propios aliados habÃ−an pretendido. Rusia habÃ−a perdido
miles de Km2 (se recuperarÃ−an en la 2ª G.M.). Pero se consiguió la paz y el régimen se mantuvo.
En esos años estalló el Terror Rojo, en parte como respuesta a la guerra civil y a la intervención
extranjera, en parte como reflejo de la crueldad y violencia de la vieja Rusia. Miles de personas fueron
fusiladas como rehenes o sin las mÃ−nimas garantÃ−as. La Cheka fue la más temible policÃ−a hasta
entonces conocida. Tener antecedentes burgueses bastaba para confirmar el delito de conspirar contra el
Estado soviético. Como dijo un jefe de la Cheka: “Las primeras preguntas que debes formular al acusado
son: a qué clase pertenece, cuál es su origen, cuál fue su educación, y cuál es su profesión. Estas
preguntas decidirán la suerte del acusado. à sta es la esencia del Terror Rojo”. Tener antecedentes obreros
tampoco valÃ−a mucho. En 1918, la joven Fanny Kaplan disparó e hirió a Lenin. Fue ejecutada, a pesar de
tener seis hermanos obreros. Cuando los marinos de Kronstadt, que estaban entre los primeros adeptos
ganados por los bolcheviques, se levantaron en 1921 frente al control de los Soviets por el Partido, se les
acusó de pequeño-burgueses y se fusiló a miles de ellos. El Terror golpeó a los propios revolucionarios,
tanto como a la burguesÃ−a. Los mencheviques y otros socialistas huidos a Europa contaban terribles
historias del costo humano de la revolución. Muchos socialistas europeos repudiaron el comunismo como
una atroz perversión del marxismo.
c. Reforma agraria y “comunismo de guerra”.
La primera revolución socialista del mundo triunfó en uno de los paÃ−ses más atrasados de Europa, que,
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por tanto, no reunÃ−a las condiciones necesarias, según la teorÃ−a marxista, para construir el socialismo. Ni
Marx ni los bolcheviques concebÃ−an la posibilidad de edificar el socialismo en un solo paÃ−s; la
revolución socialista habrÃ−a de ser mundial o no serÃ−a. Para que fuera viable, deberÃ−a darse en varios
paÃ−ses. Y, sin embargo, durante más de 25 años, la URSS fue el único Estado socialista del planeta.
Para pasar de una economÃ−a basada en la propiedad privada de los medios de producción a otra socialista
no basta con tener el poder polÃ−tico. Esa transformación requerirá mucho tanteos, avances, retrocesos y
dificultades. Hay que tener en cuenta la situación catastrófica del paÃ−s y que no habÃ−a modelos para
construir el socialismo.
Un Decreto sobre la tierra, promulgado al dÃ−a siguiente de la revolución, expropiaba las tierras de los
antiguos señores, la Corona, el Estado y la Iglesia. Al campesino medio se le peri-nitió conservar su
propiedad. A partir de entonces la tierra no se podÃ−a comprar ni vender ni hipotecar. En febrero de 1918,
una Ley Agraria reflejó los deseos de los campesinos según la fórmula de los social-revolucionarios, es
decir, propiciando la distribución frente a la colectivización, deseada por los bolcheviques. à stos
aceptaron el reparto, conscientes de que era el deseo de las masas campesinas. Con la Ley, toda la tierra pasó
a ser usufructo del pueblo. Todo el que lo solicitase, fuese cual fuese su nacionalidad, sexo o religión,
tenÃ−a derecho a una parcela. La aparcerÃ−a y el trabajo asalariado quedaron prohibidos.
El reparto de tierras sólo se podÃ−a realizar en el marco local o comarcal. El sueño de una comunidad
rural que abarcase a toda Rusia, es decir, un reparto equitativo de todo el suelo ruso no era realizable ya que
hubiera supuesto la emigración de más de 20 millones de campesinos, y éstos querÃ−an tener la tierra
allÃ− donde habÃ−an vivido siempre. La consecuencia fue que en zonas densamente pobladas (como Rusia
central) sólo habÃ−a media hectárea por persona, mientras que en otras zonas grandes extensiones de suelo
fértil quedaron yermas. El reparto se hizo rápidamente: en la primavera de 1918 estaba casi terminado.
Pero el resultado no satisfizo las esperanzas de los campesinos. Aunque la tierra repartida representaba una
superficie enorme, las parcelas resultaron tan pequeñas que sólo los campesinos más pobres vieron
incrementada la superficie media. Tras la legislación agraria, aumentó el número de personas con derecho
a una parcela, ya que millones de personas regresaron al campo, dada la quiebra total de la economÃ−a rusa y
el hambre que asolaba las ciudades. Por otra parte, la tierra que procedÃ−a del Estado exigÃ−a fuertes
inversiones iniciales para hacerla laborable y a menudo los campesinos que recibÃ−an la tierra carecÃ−an
incluso de aperos con que trabajarla.
AsÃ− que, para la mayorÃ−a de los campesinos, la revolución agraria no supuso hacerse con tierras sino,
ante todo, verse libres de algunas de las condiciones que habÃ−an sido la causa de su miseria: la costosa
aparcerÃ−a, las deudas y la dependencia de los terratenientes. El reparto fue muy diferente según las zonas
e, incluso, en una misma zona según las aldeas y distritos. Los criterios de reparto también variaban. En
las provincias centrales y en el Volga, se distribuyó según el número de habitantes. En las zonas de menor
densidad de población del Norte de Rusia y de las estepas de Siberia, se hizo en función de la capacidad de
labranza.
Si se exceptúa la nacionalización del suelo y del subsuelo, el reparto de tierras, la nacionalización de la
banca y el no reconocer la deuda exterior, las demás medidas económicas del nuevo gobierno no fueron
muy radicales (no hubo expropiación del capital). En un primer momento, se trató simplemente de ejercer
una estrecha vigilancia sobre los centros esenciales de la economÃ−a. Los objetivos inmediatos eran destruir
a la burguesÃ−a como clase dominante, apoderarse del aparato del Estado y controlar los mecanismos del
poder económico. Se pretendió, sobre todo, lograr el control obrero sobre la producción, con la
participación de los empresarios en la dirección de las fábricas, lo que resultaba necesario ya que los
bolcheviques carecÃ−an de cuadros suficientes para hacer funcionar la economÃ−a.
Al parecer, el objetivo inicial del gobierno (hasta mediados de 1918) fue mantener una economÃ−a mixta
durante un largo perÃ−odo, Pero, a partir de junio, se produjo un viraje brusco que llevó a adoptar una serie
de medidas conocidas como “comunismo de guerra” que durará hasta 1921. Las razones del viraje hay que
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buscarlas en el deterioro progresivo de la situación del paÃ−s. Las condiciones de vida en las ciudades eran
pésimas: el abastecimiento era insuficiente debido a la inseguridad del campo y a la destrucción de los
transportes. La inflación era tan gigantesca que el dinero, carente de valor, desapareció generalizándose el
trueque. El hambre, unido a la falta de higiene, provocó epidemias terribles que duplicaron el Ã−ndice de
mortalidad respecto al de antes de la guerra. Se calcula que entre 1918 y 1920 murieron de frÃ−o, hambre o
enfermedad siete millones y medio de personas.
Las dramáticas condiciones de vida de las ciudades provocaron su despoblamiento: en 1920 tenÃ−an 8
millones menos de habitantes que en 1914 (un 30% menos). De los 3 millones de obreros industriales que
habÃ−a en 1917, sólo quedaban l'2 en 1921: unos regresaron al campo para obtener tierras, otros integraron
el Ejército Rojo y otros muchos fueron absorbidos por las tareas del partido. La situación que se dio fue la
casi desaparición de la industria, excepto la de guerra. Este fenómeno era tanto más grave teniendo en
cuenta que era el proletariado, el apoyo más importante del nuevo régimen, el sector que más se
debilitó.
Otra razón que explica la implantación del “comunismo de guerra” es el boicot que ciertos sectores de la
burguesÃ−a declararon al gobierno, negándose a cooperar. La revolución carecÃ−a de suficientes cuadros
medios y superiores, ya que la mayorÃ−a habÃ−a abandonado el paÃ−s. Los ricos kuIaks se negaban a
entregar los excedentes agrÃ−colas, imprescindibles para asegurar el abastecimiento de las ciudades,
almacenando el grano o vendiéndolo en el mercado negro. El abastecimiento, garantizado antes por los
excedentes que producÃ−an las grandes propiedades (ahora desaparecidas), entró en crisis, estimándose
que el reparto de tierras retiró del mercado tres cuartas partes del trigo antes suministrado.
Al desaparecer el viejo sistema de recaudación de impuestos, el gobierno sólo podÃ−a alimentar a las
ciudades y al ejército mediante requisas en el campo. Se crearon comités de campesinos pobres para
cosechar el grano y cuadrillas de obreros encargados de confiscar el trigo. Las requisas contaron con la
hostilidad de los campesinos, que, sabedores de que el excedente les serÃ−a arrebatado, se limitaban a
producir el mÃ−nimo para subsistir. AsÃ−, el rendimiento de la agricultura durante el “comunismo de guerra”
fue muy bajo. Como eran los ricos ku1aks quienes tenÃ−an más grano, se les acusó de querer matar de
hambre al pueblo. Estalló una lucha de clases violenta y elemental entre los campesinos, que temÃ−an
perder sus tierras e incluso su propio alimento, y las gentes de las ciudades, a menudo apoyadas por peones
agrÃ−colas hambrientos, a quienes la carestÃ−a llevaba a la desesperación.
AsÃ− pues, el “comunismo de guerra” nació de una situación de emergencia, fruto de la penuria y de la
guerra, y pretendÃ−a asegurar el triunfo en la guerra civil y la supervivencia de la revolución. Para ello el
gobierno acabó tomando medidas drásticas: máxima centralización de la producción y la distribución,
y nacionalización de todos los sectores de la economÃ−a. No sólo la banca, la tierra, las minas, etc. sino
también toda la industria (primero la grande, después toda), el comercio (primero el exterior, después
todo), la propiedad extranjera, etc.
A pesar de ello, la situación siguió siendo dramática. La producción industrial se redujo drásticamente,
limitándose cada vez más a abastecer al ejército. En esta circunstancia y ante el fortalecimiento de
diversos grupos de oposición, el régimen se endureció y el terror se extendió en el verano de 1918.
Contra todo pronóstico, los bolcheviques triunfaron sobre sus enemigos en la guerra civil y el régimen
sobrevivió. Pero el balance fue terrible: la guerra mundial y la guerra civil dejaron al paÃ−s exhausto. Unos
12 millones de personas habÃ−an desaparecido, el 8% de la población rusa de 1913. Las ciudades perdieron
población y habÃ−a menos obreros que en 1880. Rusia habÃ−a retrocedido medio siglo en sólo siete
años.
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Hª Contemporánea Universal (hasta 1945) - Lectura 15
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