Discurso Despedida General Sierra

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En la Despedida del General Sierra
Estamos aquí para reconocer a un amigo. Para reconocer a un amigo, insisto, no para despedir
a un amigo, porque el general Sierra estará siempre con nosotros, cualquiera que sea su
residencia. Es cierto que el general se va de su destino actual como Jefe de la Brigada
Paracaidista, y no deja de ser un destino algo cruel el que impone que las energías, el
conocimiento y la experiencia de un hombre en plena madurez profesional pasen a lo que
eufemísticamente se conoce como la Reserva. Si todas las botellas de esa Reserva son como
José Sierra Tabuenca ¡qué excelente Reserva! Tan buena como la de los mejores caldos
aragoneses producidos en la tierra que vio nacer a nuestro buen amigo José Sierra.
No recuerdo cuándo conocí al general, probablemente sería en algún acto social de los inicios
del año 99, cuando estábamos enfrascados en la precampaña electoral. Sí recuerdo la primera
vez que recibí, ya como Alcalde, el saludo marcial de un general de Brigada que me decía:
“Sin novedad en la Brigada Paracaidista, señor Alcalde”, un gesto que ha repetido cortésmente
cada vez que me ha encontrado.
Para mí, que pasé mi infancia entre militares, que me eduqué con militares y con una carrera
militar que rematé como apresurado sargento, fue una grata sorpresa recibir aquellas
novedades de todo un general de Brigada. Quizás sea eso lo que algunos llaman saborear el
poder.
Recuerdo también lo que reímos ambos algunos meses después, cuando ya teníamos más
confianza, y al recibir las novedades corteses del general: “Sin novedad en la Brigada
Paracaidista, señor Alcalde”, le repliqué: “Gracias a Dios, mi general”. Gracias a Dios y a la
España que hemos hecho entre todos, no hay más novedades en las unidades militares que la
propia del día a día, el entrenamiento, las maniobras, la rutina del mantenimiento, el despertar
con la diana y el adiós con la retreta.
Afortunadamente, en la España de hoy ya no hay que decir aquello que escribiera Antonio
Machado: “Vale más, mi general, tu pistola que mi pluma”. El general Sierra es un hombre de
armas, un buen militar, qué duda cabe, pero tengo para mí que sus mejores horas como
soldado y como persona las ha empleado en misiones de paz en el este de Europa, cuando ha
visto de cerca el hambre, la sangre y la miseria que el fanatismo intransigente de unos pocos
provoca en el desdichado pueblo.
He hablado con el general de su misión de paz en Europa Oriental; he visto brillar sus ojos con
el dolor que sienten las buenas personas que han visto de cerca el sufrimiento humano. Me
consta también que al general Sierra le costó entregar el mando en la antigua Yugoslavia tanto
como le costará entregar el bastón de la Brigada Paracaidista el próximo día 23.
Y es que el general Sierra es un profesional que nunca ha dejado de ser un aficionado a su
trabajo. Afición, aún en la aflicción que produce estar alejado durante meses del hogar y la
familia. Intuyo que el cadete Sierra, que el alférez Sierra, que el oficial Sierra, que el jefe
Sierra y que el general Sierra han sido siempre unos enamorados de su trabajo, unos hombres
que han disfrutado cada minuto del estudio castrense, de la instrucción en orden cerrado, de la
maniobra en campo abierto y del despliegue bajo el fuego artillero y las perentorias órdenes
del mando. Imagino que el general Sierra ha gozado todos y cada uno de los agridulces
momentos que preceden a un salto paracaidista, cuando el suelo se abre a los pies y la garganta
se seca, abrumada por la descarga de adrenalina, antes de emprender el incierto vuelo.
Me enseñaron en la Academia de Artillería que para saber mandar hay que saber obedecer. Ya
lo dejó escrito Calderón, y me parece que sus palabras dedicadas a los Tercios -“Aquí la más
grande hazaña es obedecer”-, debieran figurar en los frontispicios y en los dinteles de
academias, compañías, batallones, regimientos, brigadas y divisiones.
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De mis conversaciones con Pepe Sierra, siempre amenas y las más de las veces a pie de
burladero, he sacado la conclusión de que es un hombre que sabe obedecer, que ha cumplido
obedientemente a lo largo de su brillante carrera militar todas las instrucciones transmitidas
por la cadena de mando, le complacieran o no. Y porque sabe obedecer, sabe también mandar,
como demuestra la marcha de la Brigada Paracaidista durante estos años, como transmiten lo
impóluto de sus instalaciones y de su material, y como demuestran también la firme
camaradería y el respeto con que los mandos paracaidistas se dirigen a su general.
Uno, en su ignorancia de los temas militares, supone que además de las obligaciones
propiamente castrenses, el general Sierra recibió también instrucciones de imbricarse
íntimamente en la sociedad alcalaína. Si ello fuera así, que no lo sé, me parece que la orden
fue precisa, pero redundante. Precisa, porque si algo ha sido preciso en esta Nación, ha sido
que el Ejército se incorporara, como hoy lo está, a la sociedad civil.
Pero en el caso del general Sierra me parece que las instrucciones, de existir, eran redundantes
-solemnizaban lo obvio- porque creo que en la propia hombría de bien de José Sierra está el
ofrecer siempre su amistad, su fuerza, su experiencia y su desinteresada colaboración a la
población civil. Porque el general Sierra, que a su bonhomía une una innata vocación
castrense, es sabedor que el portar armas es un honor, una reponsabilidad y un privilegio que,
en democracia, otorga el pueblo a sus mejores hombres.
Como Alcalde de la Ciudad, en nombre de su Corporación y todo Alcalá de Henares, quiero
que sepa, Excelentísimo Señor General don José Sierra Tabuenca, que le estamos agradecidos,
que hemos encontrado siempre en Vuecencia y en todos los hombres a su mando la
colaboración y la ayuda, pero también la sonrisa y la amistad. Por eso deseamos, general, que
quien le suceda en el mando tenga no sólo su formación, que la tendrá, seguro, como
corresponde a quienes han forjado su vida en el mundo paracaidista, sino también su talante de
recio aragonés y de hombre de bien siempre dispuesto a tender la mano con franqueza.
Permíteme ahora, general, que te hable como amigo. Quiero que traslades a tu hijo y a tus
hijas, pero sobre todo a quien con toda seguridad ha sufrido como nadie las asperezas de la
vida militar de un legionario paracaidista, a Julia, tu mujer, nuestro sentimiento de que si ha
sido un honor contar con tu amistad, no lo ha sido menos contar con su discreción, su
afabilidad, su elegancia y su saber estar. Querido Pepe, jubilar viene de júbilo. Y aunque a ti te
reserven, que no te jubilan, disfruta a partir de octubre de tu vida particular. Goza de tu ocio
con la misma intensidad con que gozaste de tu trabajo. Y, sobre todo, recupera con tus nietos
el tiempo que no pudiste dedicar a tus hijos.
Hubo un tiempo en la vieja Grecia en la que un caballo sirvió de táctica guerrera para
introducir enemigos en la ciudad. El regalo que hoy te entregamos es también un caballo, un
viejo caballo complutense, teselado en piedra. Con él, como en Troya, queremos que un grupo
de personas penetren en la fortaleza de tu corazón. Pero a diferencia de la vieja Troya, el
caballo no encierra odio, sino gratitud y amistad, querido general.
Discurso pronunciado en la despedida del general Sierra, jefe de la Brigada Paracaidista.
Hostería del Estudiante, 11 de septiembre de 2001. Publicado en la revista Boina Negra,
noviembre de 2001.
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