Berlín de Escrutadores de la Naturaleza, la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo y todos los cuerpos científicos de Europa trataron de tenerlo en su seno, llamándole, en sus diplomas, Botánico ilustre, reformador de la Ciencia, águila de los Botánicos españoles. El Gobierno, y séame lícito pagar este tributo a su memoria, el Gobierno español alentó a Cavanilles, premiándole con ascensos en su carrera, remunerándole en París y ayudando a la publicación de sus obras, con generosa y larga mano. Mas esto mismo le produjo émulos; sus glorias encontraron enemigos, su reputación era un escollo para la medianía. Era entonces la época, en España, de las contiendas literarias. Sedaño, Iriarte, Forner, Huerta y otros varios literatos, se hacían cruda y sangrienta guerra, en que tampoco se desdeñó de quebrar alguna lanza el ilustre Jovellanos. Los botánicos imitaron a los poetas: Gómez Ortega, hombre docto y literato distinguido, 'Ruiz, y algún otro de menor nombre, escaramucearon contra el nuevo adalid. Dos eran los puntos de su impugnación; el qué se había separado de la doctrina de Linneo; y el 2.°, que había formado sus géneros, en parte, sobre plantas secas. Efectivamente estas observaciones merecen mencionarse, porque demuestran el estado de la Ciencia entre nosotros. Linneo había hecho una impresión fuerte en el ánimo de nuestros naturalistas. Conocían el, mecanismo de su sistema, pero obraban arrastrados por la autoridad, no por el convencí-