Diario de Moscú

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Diario de Moscú narra las vivencias
de Walter Benjamin de su viaje a
Rusia entre diciembre de 1926 y
febrero de 1927 para tomar la
decisión de afiliarse o no al Partido
Comunista ruso. Es el único
documento íntimo que dejó este
gran filósofo, e incluye narraciones
de vida cotidiana, desencuentros
amorosos,
problemas
con
amistades y reflexiones sobre la
historia y la política rusas.
Walter Benjamin
Diario de Moscú
ePub r1.0
Titivillus 08.03.16
Título original: Diario de Moscú
Walter Benjamin, 2013
Traducción: Luciano Altman
Corrección: Gimena Riveros
Ilustración de Walter Benjamin: Mari
Tosmin
Diseño de cubierta: Víctor Malumián
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Nota de los editores
Diario de Moscú representa, para
nosotros, un hito como editorial. En
primer lugar, porque hasta el momento
no habíamos publicado ningún libro que
fuera siquiera asimilable a un diario. En
segundo término, porque pensamos que
rescatar los testimonios más vívidos de
un filósofo como Walter Benjamin es
importante
para
comprender
integralmente su filosofía.
Las vivencias reproducidas en
Diario de Moscú, de hecho, surgen de la
necesidad, confesada por Benjamin, de
viajar a Moscú para decidir si se
incorporaría o no al Partido Comunista
Alemán. El libro reúne todas las
experiencias vividas por Benjamin
desde su llegada a Moscú, el 6 de
diciembre de 1926, hasta su partida, el 1
de febrero de 1927. Lo más interesante
es que, por ser un diario, el texto se
presenta al lector despojado de
cualquier tipo de autocensura, libre de
todo
tipo
de
posibles
trabas
autoimpuestas por el autor para evitar
represalias por parte del régimen nazi.
Por último, nos gustaría invitar a los
lectores a sumergirse en la experiencia
de vida de Benjamin, un filósofo que
seguramente alguna vez leyeron, y al que
ahora pueden reencontrar, apoyado más
en su ser pasional que en su ser
intelectual.
Diario de Moscú
9 de diciembre
Llegué el 6 de diciembre. En el tren,
había tomado nota mental del nombre
del hotel y de la dirección, por si acaso
no hubiera nadie esperándome en la
estación. En la frontera me habían hecho
pagar un extra por viajar en primera
clase, bajo pretexto de que no quedaban
asientos en segunda. Fue un alivio ver
que no había nadie en el andén
viéndome bajar del coche-cama.
Tampoco había nadie en la estación,
siquiera; pero no fue algo que me
desilusionara demasiado. Luego, cuando
ya dejaba la estación Bielorrusa-
Báltico, apareció Reich[1]. El tren había
llegado a horario, ni un segundo más
tarde. Nos subimos a un trineo, con las
dos maletas; era un día de deshielo,
estaba cálido. Apenas habíamos
recorrido unos minutos por la amplia
Tverskaya, con su mezcla de nieve y
barro, cuando vimos a Asja[2]
saludándonos del otro lado de la calle.
Reich se bajó y caminó la poca distancia
que quedaba hasta el hotel, nosotros
seguimos en el trineo. Asja no se veía
muy linda, hundida en su gorro de piel
ruso y con la cara todavía hinchada,
después de haber pasado varios días en
cama.
Tuvimos una breve parada en el
hotel y luego fuimos a tomar el té a una
confitería que quedaba cerca del
sanatorio[3]. Allí la puse al día acerca
de Brecht[4] y luego Asja, que se había
escabullido del sanatorio durante la hora
de descanso, decidió regresar por una
puerta lateral para evitar ser vista,
mientras Reich y yo ingresamos por las
escaleras principales. Allí, por segunda
vez, accedimos a la costumbre local de
sacarse las botas. La primera había sido
en el hotel, pese a que solamente
pasamos para que nos recibieran el
equipaje y nos prometieran una
habitación para la noche. La compañera
de habitación de Asja, una robusta
obrera textil, no se encontraba allí, y la
vería por primera vez el día siguiente.
Ahí estábamos, juntos y solos durante
unos minutos bajo el mismo techo por
primera vez. Asja me miró muy
afectuosamente e hizo alusión a aquella
decisiva conversación que tuvimos en
Riga. Después Reich me acompañó de
regreso al hotel, donde comimos algo en
mi habitación para luego ir al teatro
Meyerhold[5], donde veríamos el primer
ensayo general de El revisor[6]. A pesar
de los esfuerzos de Asja, no pude
conseguir un ticket. Así que deambulé
por Tverskaya en dirección al Kremlin
durante media hora, y otro tanto de
regreso, leyendo atentamente los
carteles de los negocios mientras
caminaba con cuidado sobre la vereda
congelada. Luego, muy cansado, e
imaginablemente triste, volví a mi
habitación.
7 de diciembre
Por la mañana, me pasó a buscar
Reich. Recorrido: Petrovka (para
registrar mi visita en la policía), luego
fuimos al Instituto Kameneva[7] (para
gestionar un asiento de 1,5 rublos en el
Instituto de Cultura. También hablé allí
con su representante alemán, un
auténtico imbécil). Después tomamos la
calle Herzen rumbo al Kremlin para
pasar por el Mausoleo de Lenin,
completamente venido abajo, y para
tener una vista panorámica de la
catedral de San Isaac. Regresamos por
Tverskaya, tomamos el Boulevard
Tverskoi rumbo a Dom Herzena[8], sede
de la Asociación Soviética de
Escritores Proletarios, la VAPP[9].
Buena comida, que apenas pude
disfrutar a causa del esfuerzo que había
representado esa caminata en el frío. Me
presentaron a Kogan[10], quien me habló
largamente de su gramática rumana y de
su diccionario ruso-rumano. Las
historias que contó Reich, que en
nuestras largas caminatas suelen
terminar cansándome, sonaron ahora
infinitamente vivaces, repletas de
anécdotas y detalles, clarísimas y
entretenidas. Contó una sobre un
burócrata del Palacio de Hacienda que
en sus vacaciones de Pascua dio misa,
oficiando de Papa. Y luego otra sobre la
modista condenada a prisión por matar a
su esposo alcohólico; otra sobre el
hooligan que atacó a una pareja de
estudiantes en plena calle. Y también
otra sobre cuando Stanislavski quiso
llevar a escena una obra sobre la
Guardia Blanca[11]: de cómo ésta llega a
manos de la censura, donde apenas uno
de los censores toma nota de ella y la
devuelve con algunas modificaciones
sugeridas. Meses después, luego de
hacer las modificaciones necesarias,
Stanislavski hace una función especial
para los censores que deviene en la
prohibición de la obra. Stanislavski va a
ver a Stalin: le dice que está arruinado,
pues ha invertido en la obra todo su
capital.
Stalin entiende que la obra «no es
peligrosa», por lo cual finalmente se
estrena, pese a la oposición de los
comunistas, que son controlados por la
policía durante el estreno. Otra de las
historias de Reich es acerca de la
novela en clave que trata sobre el «caso
Frunze»[12], aparentemente orquestado
por orden de Stalin… y siguió Reich,
con las novedades políticas: removieron
de importantes cargos a miembros de la
oposición. Y en una línea de acción
similar, también cesaron de cargos
intermedios a una gran cantidad de
judíos. Antisemitismo en Ucrania. Dejé
la VAPP completamente agotado, y me
fui solo hasta lo de Asja. La habitación
no tardó en llenarse de gente. Una mujer
letona llegó y se sentó en la cama
contigua a la de Asja, luego llegaron
Chestakov[13] y su esposa, quienes de un
momento a otro se trenzaron en una
fuerte discusión en ruso con Reich y
Asja acerca de la producción de
Meyerhold de El revisor. Los puntos de
mayor discordia son el uso de terciopelo
y de seda y los catorce vestidos para su
mujer[14]; además, la duración total de la
obra es de cinco horas y media. Después
de comer, Asja entró a mi cuarto, donde
también se encontraba Reich. Antes de
irse, Asja nos contó la historia de su
enfermedad; luego Reich la acompañó
de regreso al sanatorio y volvió al hotel.
Yo me quedé acostado mientras él tenía
intenciones de ponerse a trabajar. Sin
embargo, cortó rápidamente sus tareas
para conversar conmigo acerca de la
situación de los intelectuales aquí y en
Alemania; y de las técnicas literarias
contemporáneas en ambos países.
Esto nos lleva a hablar de la
reticencia de Reich a la hora de unirse
al Partido. Reich hizo hincapié en las
inclinaciones reaccionarias del Partido
en materia cultural. Los movimientos de
izquierda, que tan útiles habían
resultado a lo largo del comunismo en
tiempos de guerra, pasaron a ser
absolutamente dejados de lado. Recién
ahora
los
escritores
proletarios
adquirieron estatus oficial (excepto
Trotsky), e incluso recibieron claras
instrucciones acerca de que no serían
apoyados de forma alguna por el
gobierno. Pienso también en el caso
Lelevich[15], que incluye medidas en
contra del frente cultural de los sectores
de izquierda (Lelevich había escrito un
tratado sobre el método de crítica
literaria marxista). En Rusia se da
muchísima importancia a una toma de
postura política rigurosamente matizada.
En cuanto a las técnicas literarias, en
Alemania, alcanza con tener un contexto
político vago, generalizado, que de
todas
formas
se
considera
indispensable. La técnica rusa consiste
en realizar una amplia exposición de la
idea y, de ser posible, no más que eso.
El nivel de formación del público ruso
es tan bajo que cualquier desarrollo
posterior
sería
inevitablemente
incomprendido. En Alemania, en
cambio, lo único que se pretende es
obtener resultados, sin que a nadie le
importe cómo se llega a lograrlos. Esto
explica por qué los periódicos alemanes
dedican tan poco espacio a disposición
de sus periodistas; aquí en Rusia es
habitual encontrar artículos de 500 a
600 palabras. Esta charla se prolonga
durante un buen rato más. Mi habitación
está bien calefaccionada y es espaciosa,
se puede considerar un lugar agradable
en donde estar.
8 de diciembre
Por la mañana vino a verme Asja. Le
hice regalos, le mostré fugazmente el
ejemplar de mi libro con la
dedicatoria[16] y le dejé la cubierta del
libro que había diseñado Stone[17]. Asja
se mostró muy feliz al respecto. Más
tarde llegó Reich, y juntos fuimos al
banco estatal para cambiar mi plata a
moneda local. Allí hablamos un rato con
el padre de Neumann. A través de un
pasaje que había sido construido
recientemente, fuimos a Petrovka. En el
pasaje había una exhibición de
productos de porcelana, pero a Reich no
le importó y siguió su marcha. En la
calle donde está situado el hotel
Liverpool, volví a encontrarme con la
confitería del primer día.
Aquí me detengo a contar la historia
sobre la visita de Toller[18] a Moscú,
que escuché justamente aquel primer
día. Toller sería recibido con todas las
pompas. Toda la ciudad estaba llena de
carteles que informaban su llegada.
Tenía lista a su disposición una corte de
asistentes, traductores, secretarios y
mujeres hermosas; se anunciaban
conferencias suyas. Sin embargo, el
mismo día, también en Moscú, se
celebra un congreso de la Komintern.
Werner[19], archienemigo de Toller, se
encuentra entre los delegados alemanes
y escribe un artículo en el Pravda en el
que afirma que Toller traicionó la
Revolución y lo acusa de ser el culpable
del fracaso en la constitución de una
república soviética alemana. El Pravda
agrega un editorial al final de la nota:
«Lo sentimos mucho; no lo sabíamos».
Después de esto, Toller pasa a ser
persona no grata en Moscú. Al arribar al
auditorio donde llevaría a cabo una de
las tan publicitadas conferencias, se
encuentra con el edificio cerrado y una
nota del Instituto Kameneva: «Lo
sentimos mucho, la sala no se
encontraba disponible». Y al parecer el
encargado de avisarle se olvidó de
llamarlo.
Al mediodía regresamos a la VAPP.
La botella de agua mineral cuesta allí un
rublo. De allí nos fuimos con Reich a
visitar a Asja. En pos de levantarle el
ánimo a Asja, Reich organizó una
partida de dominó entre los tres en el
salón de recreación del sanatorio, pese a
que ni ella ni yo deseábamos formar
parte de ella. Allí, sentado al lado de
ella, me sentía un personaje de una
novela de Jacobsen[20]. Reich disputaba
una partida de ajedrez con un viejo
comunista famoso, que perdió uno de sus
ojos en la guerra, o en la guerra civil, un
hombre del que sólo quedan sus
despojos, como sucede con tantos otros
comunistas de la vieja guardia que aún
no fallecieron. Asja y yo no
terminábamos de volver a la habitación
cuando
apareció
Reich
para
acompañarme a casa de Granovsky[21].
Asja nos acompañó parte del trayecto,
mientras caminamos por Tverskaya.
Pasamos por una confitería, donde le
compré halva, y luego regresó por su
cuenta. Granovsky es un judío letón, de
Riga. Él es creador de un estilo de
comedia absurda, antirreligiosa y, a
primera vista, un tanto antisemita que
parodia a las operetas costumbristas. Al
verlo, da una impresión totalmente
occidental; se muestra hasta cierto punto
escéptico frente al bolchevismo, y
nuestra
conversación
gira
principalmente en torno al teatro y a
cuestiones de dinero. Tocamos el tema
de la vivienda, cuyo precio aquí se
calcula por metro cuadrado. El precio
del metro cuadrado es proporcional al
sueldo del inquilino. Además, el precio
del alquiler y de la calefacción se
triplica cuando se trata de viviendas
donde se superan los trece metros
cuadrados por persona. Dado que
fuimos sin avisar, en vez de una cena
propiamente dicha, nos tuvimos que
conformar con una mesa de fríos. Ya de
regreso en mi habitación, nos quedamos
charlando con Reich acerca de la
Entsiklopediya[22].
9 de diciembre
Asja vino nuevamente por la
mañana. Le di algunas cosas y luego
salimos a caminar. Asja habló de mí. Al
llegar al Liverpool, dimos la vuelta y yo
me fui a casa, donde ya Reich esperaba
por mí. Ambos trabajamos durante una
hora (yo estaba escribiendo el artículo
sobre Goethe). Luego nos fuimos al
Instituto Kameneva para gestionar una
reducción en la tarifa de mi habitación.
Desde ahí nos fuimos a almorzar, pero
esta vez no fuimos a la VAPP. La comida
estaba deliciosa, especialmente la sopa
de repollo colorado. Después, partimos
rumbo al hotel Liverpool a encontrarnos
con su amable propietario, originario de
Letonia.
Hacía
doce
grados
(centígrados) de temperatura. El
almuerzo me había dejado bastante
cansado, por lo cual no pude ir
caminando a lo de Lelevich, tal como
había planeado. Tuvimos que hacer un
pequeño trayecto en coche. Pasamos por
un parque enorme, a través del cual se
alzan varios complejos de vivienda.
Hacia el final del parque se encontraba
una hermosa casa de madera blanca y
negra, en cuya segunda planta se hallaba
el departamento de Lelevich. Cuando
estábamos entrando nos topamos con
Bezymensky[23], que se estaba yendo.
Una empinada escalera de madera
terminaba en una puerta que daba a la
cocina, que contaba con una chimenea.
Luego, un vestíbulo muy sencillo, lleno
de abrigos. Después cruzamos una
habitación, al parecer una alcoba, para
llegar hasta el estudio de Lelevich. Me
cuesta describir su apariencia: bastante
alto, llevaba puesta una túnica rusa azul,
hombre de pocos movimientos (parecía
que la pequeñez del estudio, atestado de
gente, lo mantenía pegado a su silla, en
el escritorio). Lo que llama más la
atención al verlo es su larguísima cara,
como desarticulada, de facciones
anchísimas. Su pera es la más larga que
alguna vez haya visto, descontando la
del inválido Grommer[24], y está apenas
hundida.
Da la impresión de ser una persona
muy tranquila, pero, al mismo tiempo, al
verlo uno tiene la sensación de estar
frente a esa actitud taciturna del
fundamentalista. Le hizo a Reich una
serie de preguntas sobre mí. Enfrente,
sobre la cama, había dos personas
sentadas. El que llevaba una túnica
negra era joven y buen mozo. Allí sólo
se congregaban representantes de la
oposición literaria que habían ido a
pasar con Lelevich la última hora antes
de su partida: lo iban a deportar. Al
principio, el destino era Novosibirsk.
«Usted no necesita una ciudad, cuyo
círculo de influencia es, al fin y al cabo,
limitado. Usted necesita una provincia
entera», le habían dicho. Pero luego
consiguió disuadirlos y ahora lo estaban
enviando para que esté «a disposición
del Partido» a Saratov, que está ubicada
a veinticuatro horas de Moscú; sin que
él supiera todavía qué tareas le tenían
previstas, si se desempeñaría como
editor, como corredor de una
cooperativa estatal o haciendo cualquier
otra cosa. Durante la mayor parte de
nuestra estadía, su esposa se dedicó a
recibir a las visitas en la habitación
contigua. Ella es una persona de
expresión sumamente enérgica, a la vez
que armónica, de estatura pequeña y
exponente del tipo ruso meridional. Lo
va a acompañar los primeros tres días.
Lelevich posee el optimismo del
fanático: lamenta no poder escuchar el
discurso que habrá de pronunciar
Trotsky al día siguiente ante la
Komintern en favor de Zinoviev; piensa
que el Partido se encuentra próximo a
dar un giro en su rumbo[25]. Al
despedirnos en el pasillo le pedí a
Reich que le brindara algunas palabras
de aliento de parte mía. Luego fuimos a
ver a Asja. Puede que el juego de
dominó que mencioné en realidad haya
sido este día. Llegando la noche, Reich
y Asja tuvieron la intención de venir a
visitarme, pero finalmente Asja vino
sola. Le tenía preparados algunos
regalos: una blusa, unas medias.
Conversamos, y me di cuenta de que ella
es capaz de recordar cualquier detalle
que nos involucre a ambos. (Esa tarde,
ella me había dicho que pensaba que yo
en realidad estaba bien, que no era
cierto que me encontrara en medio de
una crisis personal). Antes de que se
fuera, le leí una parte de Calle de
sentido único que habla sobre las
arrugas[26]. Después, la ayudé a ponerse
las botas. Ya me encontraba dormido
cuando se apersonó Reich en mi cuarto,
a la medianoche, para darme noticias
tranquilizadoras y que las compartiera
con Asja la mañana siguiente. Le había
surgido una posibilidad de mudarse.
Reich compartía habitación con un loco,
lo cual complicaba aún más la ya difícil
empresa de tener un alojamiento digno.
10 de diciembre
Fuimos a visitar a Asja por la
mañana. Dado que las visitas matutinas
están prohibidas, hablamos con ella
brevemente en el lobby del sanatorio. Se
encuentra cansada, acaba de darse por
primera vez un baño de ácido carbónico,
que la hizo sentir muy bien. Después me
voy al Instituto Kameneva. El trámite
que necesito para que me reduzcan la
tarifa del hotel se suponía que estuviera
listo, pero no lo estaba. En otro orden de
cosas, mientras me encontraba en la
antesala del instituto, tuve una dilatada
conversación
con
un
caballero
desocupado y con una señorita sobre
cuestiones muy diversas, relativas al
teatro. Al día siguiente me recibiría la
mismísima Kameneva. Para la noche
tratamos de conseguir boletos para el
teatro. Lamentablemente, ya no quedan
boletos disponibles para la opereta.
Reich me deja en la VAPP; pasé allí dos
horas y media con mi gramática rusa, y
luego retornó Reich junto con Kogan
para que fuéramos a almorzar.
A la tarde fui a ver a Asja, pero sólo
por un rato. Ella había discutido con
Reich por cuestiones relativas a la
vivienda y me dijo que me fuera. Me fui
a la habitación del hotel a leer a Proust y
comer mazapán. Ya de noche, volví al
sanatorio y en la entrada lo encontré a
Reich, que salía a comprar cigarrillos.
Esperamos en el pasillo unos minutos
hasta que apareció Asja. Reich nos
acompañó a tomar el tranvía, que nos
llevó hasta el estudio musical[27]. Nos
recibió el administrador, quien nos
mostró una carta de felicitación, en
francés, de parte de Casella[28]. Nos
hizo una recorrida de todo el lugar. El
lobby ya estaba atestado de gente
incluso antes del horario de apertura. La
gente viene al teatro directamente desde
su trabajo. Nos muestra el salón de
conciertos. En el lobby hay una alfombra
extraordinariamente llamativa y no muy
bonita. Quizás se trate incluso de una
alfombra cara, una Aubusson. Las
paredes están decoradas con pinturas
antiguas originales, una de ellas ni
siquiera está enmarcada.
Tal como ocurre en la sala de
recepción del Instituto para las
relaciones culturales internacionales,
aquí uno puede encontrarse con muebles
de valor incalculable. Teníamos asientos
en segunda fila para presenciar La novia
del Zar[29] de Rimsky-Korsakov, la
primera ópera que Stanislavsky puso en
escena recientemente. Conversamos con
Asja sobre Toller, de cómo ella lo había
acompañado, de las ganas de él de
hacerle un regalo, de ella eligiendo el
cinturón más barato y de las absurdas
observaciones que él le hacía. Durante
uno de los recesos, decidimos ir al
lobby. Son tres recesos, demasiado
largos, que fatigaron a Asja. Charlamos
sobre la bufanda italiana de color
amarillo-ocre que llevaba puesta. Le
dije que mi sensación es que ella se
siente incómoda cuando está conmigo.
Durante el último intervalo, se nos
acercó el administrador y Asja conversó
con él, quien me invitó a presenciar la
nueva producción (Eugene Onegin)[30].
Una vez finalizada la obra, y no sin
esfuerzos, fuimos a recoger nuestros
abrigos. Dos empleados del teatro
acordonaron la escalera para poder
controlar a la multitud que se dirigía
hacia los pequeñísimos guardarropas. El
regreso fue idéntico al camino de ida, en
un tranvía sin calefacción, con las
ventanas congeladas.
11 de diciembre
Algunas palabras acerca de las
características de Moscú. Durante estos
pocos primeros días, lo que me resultó
más dificultoso fue acostumbrarme a
caminar sobre las veredas congeladas.
Tengo que poner tanto cuidado al andar
que no he podido prestar mucha atención
a mi alrededor. La situación mejoró
cuando Asja me regaló un par de botas
ayer por la mañana (escribo esto el día
12). La ciudad no resultó tan complicada
como Reich me había advertido. El
estilo arquitectónico de la ciudad se
caracteriza
por
las
numerosas
construcciones de uno y de dos pisos.
Esto le da un aspecto de ciudad
veraniega, que provoca que al
contemplarla uno sienta el doble de frío.
Las paredes suelen ser de varios
colores, por lo general apagados:
sobresale el color rojo, aunque también
es común encontrar azul, amarillo y,
según palabras de Reich, verde. Las
veredas son llamativamente angostas:
son tan tacaños con el suelo como
derrochadores con el espacio aéreo.
Para peor, la capa de hielo que se forma
junto a las casas le quita espacio
utilizable a la de por sí estrecha acera.
Tampoco es muy identificable la
división entre la vereda y el pavimento:
la nieve y el hielo emparejan los
desniveles de la calle.
A menudo aparece gente haciendo
cola frente a tiendas estatales: buscan
manteca
y otros
artículos
de
importancia. Hay una cantidad inmensa
de negocios, y una mayor cantidad de
vendedores cuyo inventario apenas
consta de un cajón de manzanas,
mandarinas o maníes. Para proteger la
mercancía del frío, la cubren con un
paño de lana y dejan por fuera dos o tres
ejemplares de muestra. Abundan los
panes y otros productos horneados:
panecillos de todos los tamaños
posibles, pretzels y, en las confiterías,
deliciosas tartas. Hay magníficos
diseños hechos a base de azúcar
caramelizada. Ayer por la tarde fuimos
con Asja a una confitería. Allí ofrecen
copas de crema batida como parte de su
menú. Asja se pidió una copa con
merengue y yo me tomé un café. Nos
sentamos en una pequeña mesa en medio
del salón, uno frente al otro. Asja
recordó mis intenciones de escribir un
artículo crítico sobre psicología, y me
encontré constatando una vez más lo
mucho que depende mi capacidad de
abordar asuntos como ese de mi grado
de contacto con ella. A pesar de lo
esperado, no pudimos extender nuestro
tiempo allí por mucho más de una hora.
Si bien no me fui del sanatorio a las
cuatro, sí lo hice a las cinco. Reich
quería que lo esperáramos, pero no
sabía con seguridad si tenía una reunión
a esa hora o no.
Finalmente, nos fuimos. Observamos
las vidrieras de la calle Petrovka. Me
llamó poderosamente la atención una
fabulosa tienda de artículos de madera.
En ella, y a pedido mío, Asja me
compró una pipa muy pequeña. Decidí
que volvería otro día para comprarles
juguetes a Stefan y a Daga[31]. Tienen
mamushkas, y animales tallados en una
madera muy suave. En otra vidriera
podían verse encajes rusos y paños
bordados en los que, según me dijo
Asja, las campesinas reproducen las
rosetas de escarcha de las ventanas.
Aquella fue nuestra segunda caminata en
el día, ya que Asja también había
pasado a buscarme por la mañana.
Después de escribirle a Daga, y dado
que el día estaba agradable, dimos un
paseo por Tverskaya. En el camino de
regreso, paramos en una tienda donde
vendían velas de navidad, y Asja hizo un
comentario sobre las mismas. Más tarde,
me fui con Reich al Kameneva.
Finalmente me otorgaron el descuento en
la tarifa del hotel. Querían que los
acompañara a la noche a ver El
cemento[32], pero Reich creyó que era
mejor idea presenciar una obra en lo de
Granovsky. Asja tenía ganas de ir al
teatro, pero a Reich le parecía que El
cemento podía desestabilizar sus
emociones. De todas formas, y pese a
que toda la salida estaba ya arreglada,
Asja no se sentía muy bien y terminé
yendo solo; Asja y Reich se quedaron en
mi cuarto. Eran tres piezas de un solo
acto, las dos primeras no eran dignas de
mención, y la tercera consistía de una
asamblea de rabinos, una especie de
comedia musical sobre melodías judías.
Este último acto parecía superior a los
demás, pero me fue tan imposible
seguirle el ritmo, exhausto como me
encontraba por mi ajetreado día y por
las constantes interrupciones de la
performance, que me quedé dormido
durante varios pasajes de la obra.
Aquella noche Reich durmió en mi
habitación. Mi pelo está muy eléctrico
en esta ciudad.
12 de diciembre
Reich y Asja salieron a caminar por
la mañana, más tarde pasaron a
buscarme. Yo todavía me encontraba
vistiéndome cuando llegaron. Asja se
sentó en la cama. Me dio mucho placer
verla desempacar mis cosas y
acomodarlas prolijamente, no sin antes
elegirse dos corbatas para quedárselas,
puesto que le habían gustado. Luego nos
contó cómo solía devorar novelas
baratas, una tras otra, cuando era chica.
Cómo las escondía dentro de los libros
del colegio para que no la descubriera
su madre; hasta que un día consiguió un
tomo de Laura encuadernado que llegó a
manos de su madre. De cómo, en otra
ocasión, se fue de su casa en medio de
la noche para ir a buscar a casa de una
amiga el nuevo número de una novela
por entregas. El padre de su amiga se
sobresaltó al oír la puerta a esas horas,
le preguntó qué hacía allí tan tarde y
ella, sabiéndose en qué problemas se
estaba metiendo, sólo atinó a contestarle
que ni siquiera ella tenía la menor idea
de cómo había llegado allí. Almorzamos
con Reich en una pequeña taberna. La
tarde, en el desolado sanatorio, fue un
suplicio. Con Asja alternando como
siempre el trato de «tú» y «usted»; no se
sentía bien. Después caminamos por
Tverskaya. Sentados en una cafetería,
Asja y Reich tuvieron una pelea muy
fuerte, en la cual Reich fue muy claro en
cuanto a sus planes de cortar todos sus
lazos con Alemania para concentrarse en
sus asuntos en Rusia. Ya por la noche,
nos quedamos solos con Reich en mi
habitación: yo estuve estudiando la guía
y él avanzó con la escritura de su crítica
del ensayo de El revisor. En Moscú no
hay camiones ni coches de reparto, por
lo cual tanto las compras más
insignificantes como los envíos más
importantes se han de despachar por
medio de los izvozchik[33] en los
diminutos trineos.
13 de diciembre
Pasé la mañana agudizando mi
sentido de la orientación en la ciudad y
llegué a la oficina de correo central
caminando por los bulevares interiores,
y volví por la plaza Lubianka rumbo a
Dom Herzena. Resolví el misterio del
hombre del alfabeto: se dedicaba a
vender letras que uno puede adherir a
las botas para evitar que sus dueños se
las confundan por accidente. Mientras
caminaba,
me
vi
nuevamente
desbordado por la cantidad de negocios
que vendían adornos navideños. Incluso
una hora antes, cuando me había
asomado a la calle por un breve lapso
junto con Asja, ya estaban abarrotando
la Amskaya Tverskaya. Los adornos
parecen más brillosos del otro lado de
la vidriera que cuando se los ve
colgados del árbol de navidad. Mientras
bajábamos por Amskaya Tverskaya, nos
cruzamos a un grupo de Komsomoles[34]
marchando y tocando música. Música
similar a la de las tropas soviéticas, que
parece una mezcla de canciones con
silbidos. Asja me habló de Reich.
También me pidió el último número de
Pravda. Por la tarde, en lo de Asja,
Reich nos leyó el borrador de su
artículo sobre El revisor de Meyerhold.
Era bastante bueno. Reich ya se había
quedado dormido en una silla en la
habitación de Asja cuando me puse a
leerle a ella partes de Calle de sentido
único. En el transcurso de mi extensa
caminata matinal también observé a las
vendedoras del mercado, campesinas
paradas junto a sus canastos con
mercancías (a veces en lugar de
canastos usan uno de esos trineos que en
invierno sirven como cochecitos de
bebé). En dichos canastos suele haber
manzanas, caramelos, nueces, figuras de
azúcar, y todos ellos se asoman por
entre la ropa. Uno podría pensar que se
trata de abuelas que empaquetaron todos
los dulces que encontraron para
llevárselos a sus nietos y que ahora
simplemente están tomando un pequeño
descanso a la veda del camino. Volví a
ver al chino que hace flores de papel
como las que le llevé a Stefan de
Marsella. Aquí, las figuras de papel
suelen adquirir más comúnmente la
forma de peces exóticos.
También hay hombres cuyas canastas
están repletas de juguetes de madera:
coches y palas de madera. Los coches
son rojos y amarillos; las palas, en
cambio, alternan entre un color y otro.
Otros comerciantes deambulan cargando
sobre sus hombros las veletas que
ofrecen. Las terminaciones de todos
estos artículos son mucho más sencillas
y más sólidas que en Alemania, y su
origen rústico es bien visible. Vi a una
mujer que en una esquina vendía
adornos navideños. Bolas de cristal,
rojas y amarillas, que resplandecían
bajo el sol. Parecía un canasto de
manzanas encantadas, con cada una de
las frutas salpicada por diferentes
tonalidades de rojos y amarillos. La
relación entre la madera y el color es
más estrecha aquí que en cualquier otra
parte. Esto se deja ver tanto en los
juguetes más rústicos como en los más
sofisticados. Algunos mongoles suelen
merodear los muros de Kitay-gorod[35].
Probablemente, ni el invierno mongol
sea menos crudo que el de aquí, ni sus
andrajosos abrigos de piel sean peores
que los de los moscovitas. Aun así, ellos
son los únicos por los que uno logra
apenarse ante las condiciones climáticas
adversas. Separados unos de otros por
menos de cinco pasos, venden maletines
de cuero; todos ofrecen exactamente los
mismos maletines. Seguramente exista
algún tipo de pacto al respecto, ya que
es difícil pensar que se prestan a
participar
seriamente
de
una
competencia tan estéril. Aquí, tal como
sucede en Riga, los carteles de los
negocios están pintados en un estilo
primitivo muy atractivo, son varios los
motivos: zapatos que caen de un canasto,
un perro Pomerania que huye con una
sandalia en su boca. Frente a una casa
de comida turca dos carteles colgantes
muestran a unos comensales que llevan
su tarbush con el símbolo de la media
luna creciente estampado en él. No
miente Asja al decir que en todos lados,
incluso en las publicidades, la gente
prefiere verse representada a través de
una acción real, concreta. Por la noche
fuimos con Reich a lo de Illés[36]. Más
tarde se nos unió el director del Teatro
de la Revolución[37], lugar en el cual el
30 de diciembre se va a estrenar una
obra de Illés. Este director es un antiguo
general del Ejército Rojo que tuvo un
rol fundamental en el aniquilamiento de
Wrangel[38],
obteniendo
en
dos
oportunidades la orden del día del
ejército de Trotsky. Más tarde cometió
una estupidez que frenó su carrera
política, y fue gracias a sus antecedentes
como hombre de letras que le otorgaron
la dirección del teatro, un puesto que de
todas maneras no requiere demasiado
esfuerzo. Parece ser bastante tonto. La
conversación no fue de lo más animada.
Además, tomé el consejo que me había
dado Reich, fui precavido con mis
palabras. Uno de los temas de
conversación fue la teoría del arte de
Plekhanov[39]. La habitación de Illes
tenía unos pocos muebles, entre los
cuales destacaban una desvencijada
cama infantil y una bañera. Su hijo
estaba todavía levantado cuando
llegamos, cuando lo mandaron a dormir
dio un gran berrinche y, en efecto, no se
dormiría en todo el lapso que duró
nuestra visita.
14 de diciembre (escrito el
día 15)
No vi a Asja en todo el día. La
situación en el sanatorio es cada vez
más delicada. Anoche la dejaron salir
sólo después de arduas negociaciones y
esta mañana no pasó a buscarme por el
hotel como habíamos quedado. Estaba
en nuestros planes la compra de material
para su vestido. Apenas llevo una
semana en Moscú y ya me tuve que
enfrentar a lo difícil que resulta poder
verla, y es aun más difícil la posibilidad
de verla a solas. Ayer por la mañana
irrumpió en mi habitación, agitada, y,
como es habitual, más insoportable que
molesta, como aterrorizada por tener
que pasar un minuto en mi habitación. La
acompañé a la sede de una comisión a la
cual había sido citada. Compartí con
ella las noticias que había recibido la
noche anterior: Reich tenía altas chances
de ser convocado como crítico de teatro
de una publicación muy importante.
Cruzamos Sadovaya. Yo hablé realmente
poco, ella contó, muy efusiva, sobre su
trabajo con los chicos del hogar de
niños. Escuché por segunda vez la
historia dos chicos que estaban a su
cargo en la que uno golpeó en la cabeza
al otro. Curiosamente, necesité de esta
segunda oportunidad para comprender
una historia más bien simple (que pudo
haber tenido graves consecuencias para
Asja, pero afortunadamente los doctores
estaban convencidos de que el menor se
encontraría a salvo). Esto es algo que
me sucede muy seguido: la miro de una
forma tan intensa, que apenas oigo lo
que dice. Ella se explayó con su idea de
dividir a los niños en grupos, porque es
prácticamente imposible entretener a los
más bravos —a los que ella llama «los
más dotados»— cuando se encuentran
todos juntos. Con las cosas que
deslumbran a los chicos normales, ellos
se aburren fácilmente. Y es también muy
evidente que Asja, ella también lo
afirma, tiene más asidero con los más
revoltosos. Asja también habló de lo
que estaba escribiendo: tres artículos
para un periódico comunista de Letonia
que se publica en Moscú.
Este diario llega a Riga por medios
ilegales y le resulta muy útil ser leída en
aquellas tierras[40]. La sede de esta
comisión está ubicada en la esquina del
boulevard Strasnoi y la calle Petrovka.
Mientras esperaba que saliera, caminé
por Petrovka, yendo y viniendo durante
media hora. Cuando por fin se dignó a
salir, fuimos al Gosbank[41]. Yo tenía
que cambiar plata. Esa mañana estaba
lleno de energía, por lo cual pude hablar
con mucha calma y de un modo conciso
acerca de mi estadía en Moscú y de mis
escasísimas posibilidades. Esto la
conmocionó. Me contó que el médico
cuyo tratamiento la había salvado le
había prohibido expresamente seguir
viviendo en la ciudad. También le había
recomendado que se fuera a un sanatorio
ubicado en algún bosque. De todas
formas, ella hizo caso omiso, ya que
temía enfrentarse a una triste soledad en
el bosque y además tenía en cuenta mi
inminente llegada. Nos detuvimos frente
a una tienda de pieles en la que Asja se
había parado ya en nuestro primer paseo
por la Petrovka. Colgado en la pared
había un maravilloso traje de piel,
adornado con perlas de colores.
Entramos a preguntar el precio y así
averiguamos que se trataba de una pieza
de origen tungús (no era, pues, un traje
«esquimal», como había creído Asja).
Costaba doscientos cincuenta rublos.
Asja lo quería. Yo le dije: «Si te lo
compro,
tendré
que
marcharme
inmediatamente».
Pero
me
hizo
prometerle que algún día, más adelante,
le haría un gran regalo que pudiera
conservar toda la vida. Al Gosbank se
llega desde la Petrovka a través de un
pasaje en el que hay un negocio que
vende antigüedades a comisión. En la
vidriera había un armario estilo Imperio
fascinante. Avanzando por el pasaje
podía verse cómo empaquetaban, o
desempaquetaban, porcelana junto a
unas estanterías de madera. Mientras
regresábamos a la parada del autobús,
unos
minutos
muy buenos.
A
continuación, mi audiencia con el
Instituto Kameneva. Por la tarde,
deambulé por la ciudad: no pude ir a ver
a Asja. Ella estaba con Knorin[42], un
comunista letón muy importante,
miembro de la junta superior de
censores. Esta tarde, lo mismo: mientras
escribo esto, ella está con Reich. Mi
tarde termina con una taza da café en la
cafetería francesa de la calle
Stolechnikov. Acerca de la ciudad: la
Iglesia Bizantina no parece haber
desarrollado un estilo de ventana
propio. Dan una sensación como de
magia, aunque también algo inquietante;
las ventanas de las torres y los salones
de las iglesias, profanas y austeras, dan
a la calle y pareciera que mostraran
ambientes habitados. En la iglesia, el
sacerdote ortodoxo vive como un monje
budista en su pagoda. La planta inferior
de la Catedral de San Basilio bien
podría pasar fácilmente como la
mansión de un boyardo. Pero las cruces,
colgando del techo de las cúpulas,
parecen a veces pendientes gigantes que
están pegados al cielo.
En la ciudad, pobre y venida a
menos como está, hay un lujo que se
mantiene como el sarro lo hace en una
boca herida: la chocolatería de N. Kraft,
una elegante boutique ubicada en la
calle Petrovka, en la que enormes
jarrones de porcelana, fríos y
espantosos, se mezclan con abrigos de
piel. La mendicidad no es tan agresiva
como en el sur, donde la insistencia del
vagabundo al menos implica un dejo de
vitalidad.
Aquí
constituyen
una
corporación de moribundos. Las
esquinas, especialmente aquellas en las
cuales los extranjeros hacen sus
negocios, están atestadas de harapos que
funcionan de cama para los mendigos y
hacen de Moscú una guardia de
enfermería al aire libre. La limosna se
organiza de otro modo cuando se trata
de tranvías. Ciertas líneas circulares
tienen largas detenciones durante el
trayecto. En esos momentos los
mendigos se suben al tranvía, o bien un
niño se sitúa en un rincón del coche y
empieza a cantar. Luego colecta kopeks.
Es muy raro que la gente les dé algo. La
mendicidad perdió su base más sólida:
la conciencia colectiva culposa que abre
más fácil los bolsillos que la
compasión.
Pasajes.
Tienen
la
indigna
característica de acumular varios pisos
y galerías altas que suelen estar tan
vacías como las de las catedrales. El
gran taller de calzado de fieltro por el
que se pasean los campesinos y las
señoras de buen pasar muestra las botas
ajustadas como si se tratara de una
prenda íntima, con todo el embarazoso
detallismo del corsé. Las valenki (botas
de fieltro) son la ropa de gala de los
pies. Algo más sobre las iglesias: en
general parecen descuidadas; tan vacías
y frías como encontré el interior de la
Catedral de San Basilio cuando la
visité. Pero el resplandor de la nieve
que sólo aparece esporádicamente en
algún que otro altar se conservó bien en
el vecindario de cabañas de madera. En
sus callejones angostos, cubiertos de
nieve, reina el silencio; sólo se escucha
la suave jerga de los comerciantes de
telas judíos, que tienen allí su puesto
junto a la vendedora de papel. Esta
última aparece tapada por cajas
plateadas y con el rostro cubierto por el
espumillón y las figuritas de Papá Noel
del mismo modo que una oriental se
cubre con el velo. Descubrí que la
mayoría de los puestos más lindos
quedan sobre la plaza Arbatskaya. Hace
algunos días, conversaba con Reich
acerca del periodismo. Kisch[43] le
había revelado algunas de sus reglas de
oro, a las cuales yo agregué otras de mi
propiedad. 1) Un artículo debe incluir
tantos nombres como sea posible. 2) La
primera oración y la última tienen que
ser buenas; lo del medio no importa. 3)
Utilizar la imagen que proyecta un
nombre para describir lo que lo
representa como realmente es. Me
gustaría redactar con Reich el programa
de una enciclopedia materialista, sobre
la que él tiene unas ideas magníficas.
Asja vino pasadas las siete. (Pero Reich
nos acompañó al teatro). Daban Los
días de los Turbin, de Stanislavsky. Los
decorados, de estilo naturalista, eran
extraordinariamente
buenos;
la
interpretación, sin fallos ni méritos
dignos de mención; la obra de Bulgakov,
una provocación totalmente repugnante.
Sobre todo el último acto, en el cual la
Guardia Blanca «se convierte» al
bolchevismo, es tan insulso en lo que se
refiere al argumento dramático como
falaz en cuanto a la idea. La oposición
de los comunistas a la representación
está bien justificada. La cuestión de si
este último acto fue añadido a instancias
de la junta de censores, como sospecha
Reich, o si existía originariamente, no es
relevante para la valoración de la obra.
(El
público
se
diferenciaba
notablemente del que pude ver en los
otros dos teatros. Se puede decir que no
había allí ningún comunista; en ninguna
parte podía verse ninguna túnica negra o
azul).
Nuestras
butacas
estaban
separadas y sólo me senté junto a Asja
durante el primer cuadro. Después se
sentó Reich a mi lado: dijo que traducir
era algo demasiado cansador para ella.
15 de diciembre
Después de levantarse, Reich salió
un momento y tuve la esperanza de
poder saludar a Asja a solas, pero ella
ni apareció. Por la tarde, Reich supo que
Asja no se había sentido bien por la
mañana. Tampoco quiso Reich que yo
fuera a verla por la tarde. Pasamos parte
de la mañana juntos; él me tradujo el
discurso pronunciado por Kamenev ante
la Komintern. Uno no conoce un lugar
hasta no haberlo vivido desde el mayor
número posible de dimensiones. Para
sentir un sitio como propio hay que
haber entrado en él desde los cuatro
puntos cardinales, e incluso haberlo
abandonado en esas mismas direcciones.
De lo contrario uno se lo puede cruzar,
inesperadamente, tres o cuatro veces en
medio del camino sin siquiera haber
pensando en encontrárselo. En un
segundo estadio, uno ya lo busca y lo
utiliza como punto de orientación. Lo
mismo ocurre con las casas. Recién
después de mucho divagar en búsqueda
de una específica entre tantas otras es
que uno puede comprender qué hay en
ellas. Desde los arcos de la entrada;
sobre los marcos de las puertas; en
letras de distintos tamaños, negras,
azules, amarillas o rojas; con forma de
flechas o con la imagen de unas botas o
de ropa recién planchada; o en un
porche desvencijado o en el descanso de
una escalera; se nos viene encima una
vida beligerante, decidida, muda. Hay
que haber recorrido también las calles
en tranvía para darse cuenta de cómo
esta lucha continua sube varios pisos
hasta librar, en los techos, su batalla
final. Hasta esa instancia sólo resisten
las consignas más fuertes y venerables o
los carteles publicitarios, y sólo desde
el avión se logra tener a la vista la elite
industrial de la ciudad (que por aquí se
trata de escasos nombres). Por la
mañana, visita a la Catedral de San
Basilio. Los colores cálidos e íntimos
de su fachada relucen en la nieve. La
regularidad del terreno de la planta baja
permitió una construcción cuya simetría
no es perceptible desde ningún punto.
Siempre oculta algo y la contemplación
sólo podría ser total desde una vista
aérea; la percepción cenital fue la única
que los constructores no tuvieron en
cuenta. A la parte interior de la iglesia
no sólo la vaciaron: más bien la
destriparon como se hace con un ciervo
cazado, para hacer de ella una especie
de «museo» que atraiga al público
masivo. Con la remoción del mobiliario
interior, que a juzgar por los altares
barrocos que sobrevivieron era de
escaso valor artístico, las enredaderas
de flores de tonos vivaces que engalanan
las bóvedas y los pasillos cuelgan sin
esperanza alguna; como si esto no fuese
triste, los muros (pintados sin duda hace
mucho tiempo), que en las recámaras
evocan ligeramente las coloridas
espirales de las cúpulas, pasaron a ser
víctimas de la frivolidad del estilo
rococó. Los pasillos abovedados son
angostos y se ensanchan de golpe en
altares o capillas redondas, donde la
escasa luz que penetra desde la altura de
las ventanas prácticamente impide
reconocer los objetos religiosos que han
quedado. Hay, sin embargo, una pequeña
habitación bien iluminada, atravesada
por una alfombra roja, en la que se han
expuesto íconos de las escuelas de
Moscú y Nóvgorod, además de algunos
evangelios —probablemente de un valor
incalculable— y también tapices con las
imágenes de Adán y de Cristo desnudos,
aunque despojados de genitales, en
blanco sobre fondo verde.
La encargada de vigilar esta
habitación es una mujer gorda con
aspecto de campesina: me hubiese
gustado oír cómo explicaba estas
imágenes a unos proletarios que se
encontraban en la sala. Antes di un
breve paseo por unos pasajes a los que
aquí llaman «líneas comerciales
superiores». Traté, sin éxito, de comprar
unas figuras muy interesantes, unos
jinetes de colores brillantes hechos de
arcilla, que había visto en la vidriera de
una juguetería. Me tomé el tranvía para
ir a almorzar. El trayecto me llevó por
las orillas del Moscova, pasando por la
Catedral del Salvador hasta cruzar la
Plaza Arbatskaya. Allí volvería al caer
la tarde, anduve entre las hileras de
puestos de madera; luego bajé por la
calle Frunze hasta llegar al Ministerio
de Defensa, que se alza muy elegante, y
terminé perdiéndome. Volví a casa en
tranvía. Reich quería ir él solo a ver a
Asja. Por la noche fuimos a casa de
Pansky, sobre una capa de hielo recién
caída. Nos tropezamos con él en la
puerta de su casa, estaba a punto de irse
al teatro con su mujer. Para tratar de
arreglar el malentendido nos pidió que
fuésemos a verlo a su oficina en unos
días. Entonces podríamos aclarar el
incidente. A continuación, nos dirigimos
a la casa grande de la Plaza Strasnoy, a
buscar a un conocido de Reich. En el
ascensor nos encontramos con su mujer,
que nos dice que su marido está en una
reunión. Pero dado que en esa misma
casa, una especie de casa de huéspedes
gigantesca, vive la madre de Sofía[44],
decidimos pasar a saludar. Al igual que
todas las demás habitaciones que me
tocó ver hasta el momento (en casa de
Granovsky, de Illés), también se trataba
de una pieza con pocos muebles. Su
aspecto lúgubre, de pequeño burgués,
luce aún más deprimente por lo poco
amueblada que está. La plenitud es un
factor esencial para el pequeño burgués:
las paredes deben tener cuadros
colgando de ellas, el sofá debe contar
con almohadones; los almohadones,
funda; los aparadores, llenos de
adornos; las ventanas, con cristales de
colores. Y aquí sólo se conservan,
indiscriminadamente, unos u otros. Si la
gente se las arregla para vivir en lugares
que parecen hospitales después de una
inspección es porque su estilo de vida
actual los despojó de cualquier
posibilidad de existencia doméstica. En
realidad viven en la oficina, en el club,
en la calle. Basta con dar el primer paso
en el interior de esta habitación para
reconocer que la asombrosa estrechez,
la terquedad de Sofía es legado de esta
familia, de la que se ha emancipado,
aunque no desprendido en su totalidad.
En el camino de regreso, Reich me
cuenta la historia de la familia. Sofía es
hermana del general Krylenko, quien
primeramente
peleó
del
lado
bolchevique,
rindiendo
servicios
inestimables a la Revolución. Dadas sus
dotes
políticas
limitadísimas,
posteriormente le dieron el puesto
representativo de Fiscal Superior del
Estado. (Él fue también querellante en el
caso Kindermann[45]). Parece ser que la
madre también forma parte de alguna
organización. Debe de tener unos setenta
años y aún muestra signos de energía
considerables. Ahora los hijos de Sofía
han de sufrir su tutelaje, acostumbrados
al trajín de ir y volver de las manos de
su abuela a las de su tía. Hace ya años
que no ven a su madre. Los dos son fruto
de su primer matrimonio con un
aristócrata que en la guerra civil estuvo
del lado de los bolcheviques y murió.
Cuando llegamos estaba allí la hija
menor. Es bellísima, segura de sí misma
y de movimientos elegantes. Parece muy
introvertida. Acababa de llegar una
carta de su madre y estaba discutiendo
con su abuela por haberla abierto, pese
a que no estaba a su nombre. Sofía
cuenta que no le permiten prolongar su
estadía en Alemania. Su familia parece
haberse enterado de su trabajo
clandestino; es una calamidad, y su
madre está visiblemente disgustada.
Desde la habitación se tiene una vista
magnífica de la gran hilera de luces
sobre el bulevar Tverskoi.
16 de diciembre
Estaba escribiendo el diario y ya no
creía que Asja fuera a venir. Fue
entonces que llamó a la puerta. Ni bien
entró, intenté besarla. Como de
costumbre, no lo logré. Saqué la postal
que había empezado a escribirle a Bloch
y se la di para que le agregara unas
palabras[46]. Nuevo intento en vano de
darle un beso. Leí lo que había escrito.
A su pregunta respondí: «Mejor que
cuando me escribes a mí». Y, ante tal
«impertinencia», por fin me besó, e
incluso me abrazó al hacerlo. Cogimos
un trineo en dirección a la ciudad y
entramos en numerosas tiendas sobre la
Petrovka, tratando de elegir la tela para
su vestido, para su uniforme. Así es
como lo llamo yo, ya que insiste en que
su nuevo vestido tendrá exactamente el
mismo corte que aquel de París.
Entramos primero en unos almacenes
estatales; en la mitad superior de sus
paredes se podían ver cuadros de
figuras de cartón envalentonando a los
obreros y a los campesinos a que se
unieran. La forma de representarlo tenía
ese gusto empalagoso tan extendido
aquí: la hoz y el martillo, la rueda
dentada y otras herramientas, todas
reproducidas en un absurdo cartón
aterciopelado. En aquella tienda sólo
había artículos para campesinos y
proletarios. En los últimos tiempos, con
el «régimen económico», es lo único
que producen las fábricas estatales[47].
Hay largas colas de clientes esperando
para pagar. Otras tiendas, que están
vacías, sólo venden tejidos a cambio de
bonos o, en venta libre, a precios
exorbitantes. Asja me ayuda a comprarle
una muñequita, una vanka-vstanka[48], a
un vendedor ambulante, para Daga,
aunque aproveché la oportunidad para
comprarme yo también una. A otro
vendedor le compramos una paloma de
cristal para el árbol de navidad. No
puedo decir que Asja y yo hablamos
demasiado en todo el trayecto. Más
tarde fuimos con Reich al despacho de
Pansky. Él nos había hecho creer que
nos citaba pensando en nuestra visita
con propósitos oficiales. Como ya me
encontraba allí, aprovechó para
indicarme la dirección de una sala
cinematográfica en la que estaban
mostrándoles películas a dos periodistas
norteamericanos.
Desgraciadamente,
cuando logré llegar allí, después de una
infinidad de preliminares, estaba
terminando
la
proyección
del
Potemkin[49]: sólo pude ver el último
acto. Luego pusieron «Conforme a la
ley», película basada en un relato de
London[50]. El estreno, que había tenido
lugar en Moscú unos días antes, había
sido un fracaso. Técnicamente, la
película es buena; su director, Kuleshov,
tiene excelente reputación. Pero el
argumento presenta tantos hechos
ridículos que la historia cae en el
absurdo total. Se cree que la tendencia
anarquista de esta película apuntaba
contra el derecho en general. Al final de
la proyección, el propio Pansky subió a
la sala para conducirme de regreso a su
despacho. La conversación se hubiera
prolongado todavía más de no haber
temido yo perder la posibilidad de ver a
Asja. De todas maneras, ya se había
hecho tarde para almorzar. Cuando
llegué al sanatorio, Asja ya había salido.
Me fui a casa, enseguida llegó también
Reich y apenas después, Asja. Habían
comprado algunos regalos para Daga.
Estuvimos hablando en mi habitación
acerca del piano como mueble, que en la
concepción pequeño burguesa del hogar
constituye el verdadero centro dinámico
de las miserias y de las catástrofes
reinantes en la casa. Asja se sentía
electrizada por esta idea; quería escribir
conmigo un artículo acerca de ello, y
que luego Reich lo adaptara en plan de
sketch dramático. Asja y yo nos
quedamos unos minutos a solas. Lo
único que recuerdo fue haberle dicho:
«preferentemente, para siempre», y ella
rió tan fuerte que me hizo dar cuenta de
que lo había comprendido. Por la noche,
Reich me llevó a un restaurante
vegetariano cuyas paredes estaban
cubiertas
de
inscripciones
propagandísticas. «Dios no existe - La
religión es un invento - No hubo
Creación», etc. Reich no fue capaz de
traducirme varias de las referencias a El
Capital. Luego, ya en casa, logré por fin
hablar por teléfono con Roth[51] por
mediación de Reich. Me dijo que
dejaría la ciudad la tarde siguiente y,
después de pensarlo un momento, no me
quedó otro remedio que aceptar su
invitación para cenar a las once y media
en su hotel. De lo contrario, difícilmente
hubiera tenido otra oportunidad de
hablar con él. Cerca de las doce menos
cuarto me subí a un trineo, exhausto:
Reich me había estado leyendo sus
trabajos durante toda la noche. Su
ensayo sobre el humanismo, el cual
reconoce que está en la primera etapa de
escritura, descansa en el fértil
planteamiento
de
cómo
la
intelectualidad francesa, responsable de
la gran Revolución, pudo desarmarse tan
rápido para convertirse en instrumento
de la burguesía. A lo largo de la
conversación sobre esta cuestión se me
ocurrió la idea de que la historia de los
«intelectuales» debería ser planteada
desde el punto de vista materialista de
un modo funcional, relacionándola
estrechamente con una «historia de la
incultura». Sus comienzos se sitúan en la
Edad Moderna, punto en el cual las
formas medievales de poder dejan de
ser simultáneamente las formas de
educación de los sectores dominados,
independientemente
de
las
características de éstos (sean religiosos
o no). El cuius regio, eius religio
termina con la autoridad espiritual de
las formas seculares de poder. Una
historia de la incultura enseñaría la
manera en la cual, con el correr de los
siglos, la energía revolucionaria tiene
sus orígenes en la religiosidad de las
clases incultas, y la «intelectualidad» se
descubriría entonces más como una
vanguardia de la «incultura» que como
un ejército de desertores de la
burguesía. El viaje en trineo me despejó
bastante. Roth ya estaba sentado en el
espacioso comedor. Con su orquesta
estridente, con dos palmeras gigantes
cuya altura alcanza la mitad de la
distancia al techo, con barras y buffets
de colores brillantes, y con mesas
dispuestas de una forma sobria y
elegante, el lugar recibe a sus huéspedes
como si se tratase de un hotel europeo
de lujo que fue transplantado hasta aquí.
Tomé vodka por primera vez en Rusia;
comimos caviar, carne fría y compota.
Si repaso toda la velada, la impresión
que Roth me deja no es tan positiva
como la que me causó en París. O puede
ser —y esto es lo más probable— que
en París yo ya me percatase de estas
mismas cosas, las mantuviese ocultas
involuntariamente y que ahora salgan a
la luz con una facilidad notoria.
Proseguimos la charla de la cena en su
habitación, en donde se tornó más
intensa. Comenzó leyéndome un largo
artículo sobre el sistema educativo
ruso[52]. Observé la habitación; sobre la
mesa aún estaban los restos de lo que
aparentaba haber sido una merienda
abundante, que había debido de contar
con al menos tres personas. Parece que
Roth vive a lo grande; la habitación del
hotel —de una apariencia tan europea
como la del restaurante— ha de ser muy
costosa, al igual que el viaje que lo
llevó hasta Siberia, el Cáucaso y Crimea
en busca de material para una crónica.
Durante la conversación que siguió a su
lectura lo insté a que pusiera las cartas
sobre la mesa. Su opinión se puede
resumir en una sola frase: llegó a Rusia
como bolchevique (casi) convencido y
la deja como realista. Como suele
ocurrir, el país aparece siempre como
responsable del cambio de color
ideológico de aquellos que llegan aquí
como políticos brillantes y de tintes
rojizos (llevando la bandera de una
oposición «de izquierda» y de un
optimismo estúpido). Su rostro aparece
recorrido por numerosas arrugas y tiene
el aspecto desagradable de un fisgón. De
esto me di cuenta después, cuando volví
a encontrármelo en el Instituto
Kameneva (había tenido que aplazar su
partida). Acepté su invitación de volver
en trineo, y llegué al hotel cerca de las
dos. Hay pequeños destellos de vida
nocturna en las calles, frente al gran
hotel y delante de un café, en la calle
Tverskaya. El frío es tan crudo en estos
lugares que obliga a la gente a
amucharse para combatirlo.
17 de diciembre
Visita a Daga. Luce mejor que
cualquiera de las otras veces que la vi.
La disciplina del hogar infantil ejerce
una fuerte influencia sobre ella. Su
mirada es tranquila y segura; su rostro,
más redondo y menos nervioso. Ha
disminuido el asombroso parecido que
guardaba con Asja. Me parecieron muy
interesantes las aulas, con partes de sus
paredes cubiertas enteramente de
dibujos y figuras de cartón. Las paredes
se asemejan a las de un templo al que
los niños aportan sus trabajos como un
regalo para el grupo. El color rojo
predomina en estos muros, en las que se
intercalan también estrellas soviéticas y
reproducciones de la cabeza de Lenin.
En las aulas los niños no se sientan en
bancos individuales sino que lo hacen en
mesas grupales con banquillos largos
para compartir. Cuando entra alguien,
saludan diciendo «Zdravstvuitie». Dado
que la institución no tiene uniforme,
muchos niños tienen un aspecto mísero.
Cerca del sanatorio juegan otros niños
que llegan de algunas granjas vecinas.
El viaje a Mytishchi[53], y su vuelta, fue
en trineo, con el viento en contra. Por la
tarde, en el sanatorio, con Asja, de
pésimo humor. Partida de dominó, a seis
vueltas, en la sala de juegos. Cena con
Reich en una confitería, una taza de café
y tarta. A la cama temprano.
18 de diciembre
Asja vino de visita por la mañana.
Reich ya se había ido. Fuimos a comprar
la tela después de haber cambiado plata
en el Gosbank. Todavía estábamos en mi
habitación cuando le mencioné a Asja su
pésimo humor del día anterior. Las
cosas anduvieron bien esta mañana,
tanto como podía esperarse. La tela era
muy cara. En el camino de regreso,
divisamos a un equipo de filmación.
Asja opinaba que habría que describir
este fenómeno: la gente pierde enseguida
la cabeza y se pasa horas siguiendo al
equipo de filmación; luego llegan
aturdidos a su trabajo sin poder explicar
dónde han estado. Uno se da cuenta cuán
ciertas son las palabras de Asja al
comprobar que para que una reunión
finalmente se lleve a cabo, tuvo que
haberse cancelado varias veces. Nada
sucede como se había planificado. (Este
dato trivial sobre las complicaciones
cotidianas se confirma con una certeza
implacable en todo momento de forma
tal que uno comprende con facilidad el
fatalismo que caracteriza a los rusos).
Por paulatinos que sean, los progresos
de la civilización en cuanto a
organización colectiva no harán sino
complicar aún más al individuo. Uno
correrá mejor suerte en una casa con
velas que en una con luces eléctricas
que no funcionan debido a las constantes
fallas del sistema eléctrico. También hay
aquí gente que no se preocupa por las
palabras y aceptan las cosas tal como
son: por ejemplo, los niños que se
abrochan los patines en la calle. Los
peligros de viajar en tranvía. A través
de los vidrios helados, uno nunca es
capaz de distinguir dónde se encuentra.
Y, en el caso de hacerlo, encontrará
cerrado el camino hacia la salida por
una masa de gente apretujada. Dado que
hay que subir por detrás y bajarse por
adelante, uno ha de abrirse paso a través
de la multitud, dependiendo de la suerte
y del uso desconsiderado de la fuerza
para poder descender del coche con
éxito. Por otra parte, hay otros aspectos
positivos aquí que en Europa Occidental
no se conocen. Los mercados estatales
están abiertos hasta las once de la
noche, y las porterías de los edificios
hasta medianoche, o incluso más tarde.
Hay
demasiados
inquilinos
y
subinquilinos como para poderles darles
una llave de la casa a cada uno. Se ha
observado que los peatones caminan en
zig-zag. Esto sucede porque las veredas
tan estrechas se ven superadas por la
cantidad de gente que en ellas transita.
No se han visto veredas tan angostas
como las de aquí (y las de Nápoles).
Este tipo de veredas le da a Moscú un
aire de ciudad provinciana o, mejor aún,
la impresión de que se trata de una
metrópolis improvisada que cayó en su
sitio actual de la noche a la mañana.
Compramos una tela marrón muy buena.
Yo me fui después al Instituto a pedir un
pase para el Meyerhold. Allí me
encontré a Roth. Después de comer
estuve jugando al ajedrez con Reich en
el Dom Herzena. Se nos acercó Kogan
con el periodista. Inventé algo como que
pensaba escribir un libro sobre el arte
bajo las dictaduras: el arte italiano
durante el régimen fascista, el arte ruso
bajo la dictadura del proletariado.
Hablé también de los libros de
Scheerbart y de Emil Ludwig[54]. Reich
se quedó muy disgustado con la
entrevista
y me
explicó
que,
hundiéndome en discusiones teóricas
innecesarias, me exponía peligrosamente
a un posible ataque. Hasta ahora no han
publicado la entrevista (escribo esto el
día 21); habrá que esperar las posibles
reacciones. Asja no se encontraba bien.
En la habitación vecina a la suya habían
ingresado a una paciente que se volvió
loca a consecuencia de una meningitis
cerebroespinal, y a quien ella ya
conocía del hospital. Por la noche, Asja
organizó una protesta con las otras
mujeres, logrando que se llevaran a esa
enferma de allí. Reich me llevó al teatro
Meyerhold, donde me encontré con
Fanny Elovaya[55]. Pero el Instituto no
mantiene buenas relaciones con
Meyerhold: por tanto el llamado
telefónico que facilitaría mis tickets
jamás existió. Tras una breve parada en
mi hotel fuimos al barrio de la Krasnaya
Vorota («Puerta roja») a ver una
película que, según me había dicho
Pansky, habría de superar el éxito del
Potemkin. No quedaban entradas.
Compramos para la función siguiente y
nos fuimos a tomar un té al departamento
de Elovaya, cerca de donde estábamos.
La habitación era tan vacía como todas
las que llevo vistas aquí. De una de las
paredes grises cuelga una gran fotografía
que muestra a Lenin leyendo el Pravda.
Había algunos libros en un estante
angosto; en la pared divisora, junto a la
puerta, dos cestas de mimbre, y junto a
las dos paredes mayores, una cama
enfrentada con una mesa y dos sillas. El
rato que pasé allí, con una taza de té y un
pedazo de pan, fue lo mejor de la noche.
La película resultó ser un bodrio
insoportable, y la pasaron a tal
velocidad, que no se podía ver ni
entender nada. Nos fuimos antes de que
terminara. El regreso en tranvía fue
como un episodio de los tiempos de
inflación. En mi habitación encontré a
Reich, que volvió a pasar la noche allí.
19 de diciembre
Ya no recuerdo muy bien cómo
transcurrió la mañana. Creo que vi a
Asja y luego, después de llevarla al
sanatorio, quise ir a la Galería
Tretiakov. Pero no pude encontrarla y,
con el frío glacial que hacía, anduve
vagando por la orilla izquierda del
Moscova, entre obras de construcción,
campos para desfilar e iglesias allí
apostadas. Vi a soldados del Ejército
Rojo haciendo prácticas y a niños
jugando al fútbol en medio de ellos.
Chicas jóvenes saliendo del colegio.
Frente a la parada del tranvía que me
llevaría de regreso, había una iglesia de
un rojo brillante con su torre, sus
cúpulas y un largo muro rojo que llegaba
hasta la calle. La caminata me resultó
todavía más cansadora debido a que
llevaba un incómodo paquete con tres
casitas de papel de colores que había
adquirido, con muchísimo esfuerzo, por
el increíble precio de treinta kopeks en
una tienda de las calles principales de la
orilla izquierda. Por la tarde fui a lo de
Asja. Salía a comprarle una torta cuando
me azotó en la puerta el comportamiento
extraño de Reich, que no respondió a mi
saludo. Asumí que estaba de mal humor.
En un momento en que él se había
ausentado de la habitación, le dije a
Asja que seguramente había ido a
comprar la torta y luego, cuando regresó
con las manos vacías, ella se sintió
decepcionada. Cuando regresé, unos
minutos después, con la tarta, Reich
estaba en la cama. Había sufrido un
ataque cardíaco. Asja estaba muy
nerviosa. Me di cuenta de que su
comportamiento ante el malestar de
Reich era idéntico al mío en la época
que Dora estaba enferma. Protestaba,
trataba de ayudar de una forma
imprudente y provocadora, y actuaba
como alguien que quiere que la otra
persona tome conciencia de cuán injusto
es al enfermarse. Reich se fue
recuperando poco a poco. Pero este
incidente desafortunado implicó que yo
fuera solo al Teatro Meyerhold. Más
tarde, Asja llevó a Reich a mi
habitación. Él durmió en mi cama, y yo
en el sofá que Asja me había preparado.
Pese a haber sido acortada en una hora
después de su estreno, El revisor duró
desde las ocho menos cuarto hasta las
doce. La obra tenía tres partes, con un
total de, si no me equivoco, dieciséis
cuadros[56]. Pese a haber ido preparado
por los numerosos comentarios de Reich
acerca de los efectos visuales de la
obra, me conmovió su extravagancia. De
hecho, lo más destacable de semejante
producción no fue lo suntuoso de su
vestuario
sino
su
impactante
escenografía[57]. Salvo unas pocas
excepciones,
las
escenas
se
desarrollaban sobre el espacio diminuto
de un plano inclinado que, en cada
cambio de acto, modificaba sus
decorados y mobiliarios de estilo
Imperio. El resultado de ello era un gran
número de encantadores cuadros de
género acordes con la orientación
fundamental de la obra, que no era
dramática, sino de análisis sociológico.
Aquí se le ha dado gran importancia a
esta versión por ser adaptación de una
obra clásica del teatro revolucionario,
pero se considera que los resultados son
fallidos. El Partido se manifestó en
contra de la producción, y hasta una
opinión moderada del crítico teatral del
Pravda fue rechazada por sus editores.
Los aplausos que se escucharon en el
teatro fueron escasos, pero es muy
posible que esto tuviera más que ver con
la consigna oficial que con la verdadera
impresión causada en el público. La
representación en sí fue un deleite para
los ojos. Pero este fenómeno se halla
relacionado, sin ninguna duda, con la
cautela general aquí reinante a la hora
de manifestar la opinión en público.
Cuando se le pregunta a alguien a quien
apenas se conoce acerca de su
impresión sobre una obra de teatro o una
película intrascendente, lo único que
atinan a contestar es: «Dicen que es así
y asá», o bien «En general, se opina esto
o lo otro». La idea madre de esta obra,
la concentración de la acción escénica
en un espacio muy reducido, da lugar a
una acumulación lujosa de los valores
dramáticos que no tiene precedentes, sin
descuidar en absoluto la calidad
interpretativa. Esto llegó a su apogeo en
una escena de fiesta que constituyó una
obra maestra de dirección. En un
pequeñísimo recuadro se congregaban
unas quince personas, apretujadas entre
lo que parecían ser unas columnas de
papel. (Reich habló de la supresión de
la disposición lineal). El efecto en
conjunto se asemeja a la arquitectura de
una torta (una torta moscovita: sólo aquí
podría
ser
comprensible
esta
comparación), o, mejor aún, a un grupo
de bailarinas de un reloj musical cuya
melodía nace a partir de un texto de
Gogol. La obra tiene además mucha
música, y la pequeña contradanza
ejecutada al final sería un número
atractivo en cualquier teatro burgués; en
un teatro proletario, genera más
sorpresas que otra cosa. Las formas de
un teatro proletario se ponen de
manifiesto en una escena en la que el
escenario se halla dividido por una
larga balaustrada: delante de ésta se
encuentra el revisor y detrás, la masa
que sigue todos sus movimientos,
mientras desarrolla un juego muy
expresivo con su abrigo. Lo sujetan seis
u ocho manos, lo tiran sobre los
hombros del revisor cuando este se
recuesta sobre la baranda. Dormí
bastante bien sobre la cama dura.
20 de diciembre
Escribo el día 23 y ya no recuerdo
nada de la mañana. En vez de escribir
acerca de ello, lo haré sobre Asja y
nuestra relación, a pesar de que Reich
está sentado a mi lado. Me encuentro
enfrentando
una
fortaleza
casi
inexpugnable. Me digo, no obstante, que
mi sola aparición frente a esta fortaleza
que es Moscú ya constituye un primer
éxito. Pero lograr alguna otra victoria
importante me parece algo de una
dificultad casi
insuperable. Los
evidentes éxitos logrados por Reich, uno
tras otro, después de seis meses
sumamente difíciles, a lo largo de los
cuales, sin dominar la lengua, ha pasado
frío y tal vez incluso hambre, hacen que
tenga una posición muy fuerte. Esta
mañana me contó que después de medio
año tiene esperanzas de obtener un
empleo. Aunque con menos pasión, se
acomoda más fácilmente que Asja a la
situación laboral de Moscú. En los
primeros tiempos, después de llegar de
Riga, Asja pensó incluso en regresar a
Europa de inmediato: no tenía esperanza
alguna de encontrar trabajo aquí.
Cuando por fin lo consiguió, y después
de trabajar algunas semanas en una
guardería, la enfermedad la hizo dimitir,
y de no ser porque uno o dos días antes
había obtenido el ingreso al sindicato,
se habría quedado sin atención médica y
tal vez habría muerto. No hay duda de
que aún sigue sintiéndose atraída por
Europa Occidental. Y no se trata
únicamente del deseo de viajar, de
visitar ciudades desconocidas o del
encanto de una bohemia mundana: es
también por la influencia del desarrollo
liberador
que
sus
ideas
han
experimentado en Europa Occidental,
sobre todo en su trato con Reich y
conmigo. Como decía hace poco Reich,
es casi misterioso cómo Asja pudo
llegar aquí en Rusia a planteamientos tan
lúcidos como los que ya estaba
desarrollando en Europa Occidental. En
cuanto a mí, Moscú es toda una
fortaleza: el clima, durísimo, que, por
muy sano que me resulte, me afecta en
demasía; el desconocimiento del idioma;
la presencia de Reich y la forma de vida
tan limitada de Asja son unos cuantos
bastiones. Y es sólo esa imposibilidad
total de avanzar, sólo la enfermedad de
Asja —o por lo menos su debilidad, que
relega a un segundo plano nuestras
cuestiones personales— lo que hace que
toda esta situación no me deprima por
completo. En qué medida podré alcanzar
el objetivo secundario de mi viaje —
escapar de la mortal melancolía
navideña— es algo que aún está por
verse. El que me mantenga bastante
fuerte se debe también al hecho de que,
a pesar de todo, percibo cierta
vinculación de Asja conmigo. Parece
que el tuteo va ganando terreno entre
nosotros, y su mirada, cuando me mira
largo rato —no recuerdo que ninguna
mujer me haya concedido nunca unas
miradas y unos besos tan largos—, no ha
perdido ni un ápice de su fuerza sobre
mí. Hoy le he dicho que ahora me
gustaría tener un hijo con ella. Algunos
gestos, raros pero espontáneos y no
carentes de importancia, si se tiene en
cuenta el dominio que ella se impone
ahora en asuntos eróticos, me dicen que
le gusto. Así, cuando para evitar una
pelea quise abandonar su habitación,
ella me agarró con fuerza y me pasó las
manos por el pelo. También dice con
frecuencia mi nombre. Uno de estos días
me dijo que era únicamente culpa mía
que ahora no estuviésemos viviendo en
una «isla desierta» y tuviésemos ya dos
hijos. Hay algo de verdad en ese punto.
Directa o indirectamente son ya tres o
cuatro las ocasiones en las que me evadí
de un futuro junto a ella: cuando no
«huí» con ella en Capri (¿cómo
hacerlo?); cuando me negué a
acompañarla, desde Roma, a Assisi y a
Orvieto; cuando en el verano de 1925 no
quise irme con ella a Letonia; y aquel
invierno en el que no quise
comprometerme a esperarla en Berlín.
No estaban en juego consideraciones de
tipo económico, ni tampoco mi fanática
manía de viajar, que en los dos últimos
años ha disminuido; fue también por
temor a elementos hostiles en ella que
sólo hoy me siento capaz de afrontar. Le
dije también que si entonces nos
hubiéramos ligado el uno al otro, no
sabría si ahora no haría ya tiempo que
nos habríamos separado. Todo lo que
sucede dentro y fuera de mí hace que me
sea más imposible pensar en vivir
separado de ella que lo que creía hasta
ahora. Un factor de importancia es el
temor de que más adelante, cuando Asja
se ponga bien y viva aquí en una
relación más afianzada con Reich, sólo
pueda chocar, con grandes sufrimientos,
contra los limites de nuestra relación. Y
aún no sé si podría desentenderme del
asunto. En este punto, no tengo ahora
ningún motivo concreto para separarme
de ella por completo, incluso asumiendo
que sería capaz de hacerlo. Lo que más
me gustaría sería estar ligado a ella por
un hijo. Pero lo que no sé es si, incluso
hoy, podría enfrentarme a una vida con
ella, a su asombrosa dureza y, pese a
toda su dulzura, a su desamor también.
Aquí, la vida en invierno es más rica en
un aspecto: el espacio se transforma
literalmente, según haga frío o calor. Se
vive en la calle como en una gélida sala
de espejos, y cualquier decisión se hace
increíblemente difícil: echar una carta
en un buzón requiere medio día de
premeditación, y, a pesar del rigor del
frío, entrar en una tienda a comprar algo
es todo un éxito en lo que a fuerza de
voluntad se refiere. Salvo una gigantesca
tienda de alimentación que hay en la
Tverskaya, donde se pueden ver
magníficas comidas preparadas que yo
sólo conozco por las fotos de los libros
de cocina de mi madre y que ni en la
Rusia zarista hubiesen lucido tan
suntuosas, ni siquiera los negocios lo
invitan a uno a permanecer en ellos.
Además, tienen un aspecto provinciano.
Es muy raro encontrar carteles donde
aparezca bien legible el nombre de la
empresa, algo tan común en las calles
principales
de
las
ciudades
occidentales; la mayoría de las veces
sólo consignan el tipo de producto y, en
ocasiones, acompañado del dibujo de un
reloj, una valija, unas botas, etc. En las
tiendas de cuero aparece sobre un cartel
de hojalata el dibujo de una típica piel
extendida. Es común encontrar dibujos
de camisas sobre un pizarrón que dice
«Kitaiskaya Prachechnaya»: lavandería
china. Se ven muchos mendigos
suplicando con largos discursos a los
peatones. Uno de ellos emite un tenue
aullido cada vez que pasa a su lado un
peatón con potencial de limosna. Vi
también a un mendigo en actitud idéntica
a la del infeliz al que San Martín le
corta la mitad de la capa con su espada:
arrodillado y con un brazo extendido.
Poco antes de Navidad había en la
Tverskaya dos niños sentados en la
nieve, siempre en el mismo sitio, junto
al muro del Museo de la Revolución,
con su ropa hecha jirones y
lloriqueando. Esto podría ser una
expresión de la miseria infinita de estos
mendigos, aunque también es posible
que sea el resultado de una sabia
organización, dado que sólo son de fiar
aquellos que se ubican frente a las
instituciones moscovitas, que se niegan
con vehemencia a ser removidos. Todo
lo demás lleva el signo de la remont[58].
En las habitaciones, los muebles se
cambian de lugar todas las semanas; este
es el único lujo que uno puede
permitirse con ellos, y es al mismo
tiempo, un medio radical para alejar de
la casa el «calor hogareño» y la
melancolía que este conlleva. Los
organismos oficiales, los museos y los
institutos cambian constantemente de
locación, y hasta los vendedores
ambulantes, que en otras ciudades tienen
su puesto en lugares fijos, colocan su
puesto cada día en un lugar distinto.
Todo, crema para lustrar zapatos, libros
ilustrados, papelería, tortas y pan, e
incluso toallas, se vende en plena calle,
como si en vez de un invierno moscovita
de 25 grados bajo cero reinase un
verano napolitano. Por la tarde, en la
habitación de Asja, dije que quería
escribir sobre teatro en la revista
Lirerarische Welt. Tuvimos una breve
discusión, pero luego le pedí que jugase
conmigo al dominó. Finalmente accedió:
«Bueno, si me lo pides. Me encuentro
tan débil que no puedo negarme a nada
de lo que me pidan». Pero después,
cuando llegó Reich, Asja volvió a
referirse a aquel asunto y se desató un
altercado muy violento. Recién cuando
me estaba yendo, mientras me levantaba
de un rincón junto a la ventana para
unírmele a Reich a la calle, Asja tomó
mi mano y me dijo: «No es tan grave».
Por la noche, discutimos con Reich
brevemente acerca de ello en mi
habitación y luego se fue a su casa.
21 de diciembre
Recorrí todo el Arbat hasta llegar al
mercado que está junto al bulevar
Smolensk. Hacía mucho frío aquel día.
Mientras caminaba fui comiendo
chocolate que me había comprado en el
camino. La primera hilera del mercado,
que se extendía a lo largo de la calle,
estaba llena de puestos que vendían
artículos
navideños,
juguetes
y
papelería. En la hilera siguiente vendían
artículos de ferretería y para el hogar,
zapatos, etc. Se parecía un poco al
mercado de la Arbatskaya Ploshchad,
pero no creo que aquí vendieran
alimentos. Pero antes siquiera de llegar
a la zona de puestos, el camino está
lleno de cestos de comida, de adornos
para los árboles y de juguetes, tan
pegados unos a otros, que es casi
imposible acceder a la vereda desde la
calle. En uno de los puestos compré una
postal kitsch; en otro sitio, una balalaika
y una casita de papel. También vi aquí
rosas de navidad sobre la calle, ramos
de flores heroicas que irradian una luz
muy intensa de nieve y hielo. Me fue
difícil, cargado como iba, encontrar el
Museo del Juguete. Lo habían trasladado
del bulevar Smolensk a la Ulitsa
Krapotkina, y, cuando por fin lo encontré
me sentía tan agotado que casi estuve a
punto de dar media vuelta en la entrada:
pensé que la puerta, que no se abrió de
inmediato, estaba cerrada. Por la tarde,
visité a Asja. Por la noche fuimos a ver
una obra muy mala (Alejandro I e Ivan
Kuzmich) al teatro Korsh[59]. El autor
descubrió a Reich en un descanso —
describió al protagonista de su obra
como un primo espiritual de Hamlet—, y
sólo a duras penas logramos burlarnos
de su vigilancia y escaparnos de los
últimos actos. Después del teatro, si mal
no recuerdo, compramos comida. Reich
durmió en mi habitación.
Bazar de Smolensk.
22 de diciembre
Descubro cosas importantes cuando
converso con Reich. Por las noches, con
frecuencia hablamos largo rato acerca
de Rusia, del teatro y del materialismo.
Reich está muy decepcionado con
Plekhanov. Traté de explicarle la
oposición existente entre la forma de
representación materialista
y la
universalista. La universalista es
siempre idealista, dado que no es
dialéctica. Pues la dialéctica avanza
necesariamente en una dirección tal, que
cada tesis o antítesis con la que se
encuentra la vuelve a representar como
la síntesis actualizada de una estructura
triádica, penetrando por este camino,
cada vez más, en el interior del objeto, y
representando al universo únicamente en
él mismo. Cualquier otro concepto de
universo que carezca de objeto es
idealista. Traté también de demostrar el
carácter no materialista del pensamiento
de Plekhanov por el papel que en él
desempeña la teoría, apoyándome en una
oposición entre teoría y método. En su
afán de representar lo general, la teoría
flota por encima de la ciencia, mientras
que lo característico del método es que
todo estudio de un principio universal
encuentra de inmediato un objeto que le
es propio. (Ejemplo: del estudio de la
relación entre los conceptos de tiempo y
espacio en la teoría de la relatividad).
En otra ocasión hablamos del éxito
como criterio decisivo para el escritor
«promedio» y de la estructura peculiar
de la «grandeza» en los grandes
escritores: que son «grandes» porque su
influencia es histórica, pero que al
mismo tiempo no influyen en la historia
por méritos literarios. De cómo uno
pone la lupa sobre estos «grandes»
escritores para contextualizarlos sólo
desde el siglo que uno transita. Y
también: sobre cómo esto contribuye a
tener
una
actitud
absolutamente
conservadora frente a las autoridades,
actitud conservadora que justamente
puede explicarse solamente desde una
perspectiva materialista. En otra ocasión
hablamos de Proust (yo le leí algo de mi
traducción)[60]; luego, sobre política
cultural rusa: el «programa educativo»
para los obreros, a través del cual se les
intenta hacer llegar toda la literatura
universal; los escritores de izquierda
excluidos, que en los tiempos del
comunismo heroico eran quienes
llevaban la batuta; el fomento del arte
campesino reaccionario (la exposición
de la AKhR[61]). Todo eso me pareció
de suma importancia a la tarde, cuando
fui con Reich a la oficina de la
Enciclopedia. Se proyecta que la obra
tendrá treinta o cuarenta tomos, y uno se
dedicará con exclusividad a Lenin.
Cuando llegamos (la segunda vez, ya
que la primera visita había sido en
vano) había un joven muy agradable
sentado en su escritorio al que Reich me
presentó, realzando mis condiciones.
Cuando me puse a delinear el esquema
de mi «Goethe», no tardó en ponerse de
manifiesto su inseguridad intelectual.
Ciertas partes de mi propuesta lo
intimidaron, a punto tal que prefirió que
desarrollase yo una descripción
biográfica por sobre un contexto
sociológico. Pero al ser imposible
caracterizar la vida de un escritor desde
el punto de vista materialista, uno sólo
puede describir su influencia histórica.
De hecho, abstrayéndose de su
influencia sobre las generaciones
posteriores, la existencia, e incluso la
mera obra temporal de un artista, no
ofrece objeto de estudio alguno al
análisis materialista. Probablemente nos
encontramos aquí también frente a la
misma universalidad e inmediatez
carentes de metodología que caracteriza
a los planteamientos completamente
idealistas y metafísicos de la
Introducción al Materialismo Histórico
de Bukharin[62]. Por la tarde, con Asja.
Hace poco han puesto en su habitación a
una comunista judía con la que se llevan
muy bien y quien habla mucho.
Últimamente la presencia de Asja me
resulta menos agradable puesto que, aun
cuando Reich no se encuentra presente,
ya no puedo hablar en privado con ella.
Por la noche, en casa.
23 de diciembre
Por la mañana estuve en el museo
Kustarny[63]. De nuevo pude ver juguetes
muy bonitos; la exposición está
organizada aquí por el director del
Museo del Juguete. Las figuras más
hermosas son probablemente las que
están hechas de papel maché. Se
encuentran a menudo montadas sobre un
pequeño pedestal, o bien sobre una
pequeña gaita con una manivela
giratoria, o también sobre un plano
inclinado que, al presionarlo, emite un
sonido. También hay figuras muy
grandes de este mismo material que
representan a personajes que bordean lo
grotesco y que ya pertenecen a un
período de decadencia. En el museo
había una chica, muy mal vestida y
sumamente atractiva, conversando en
francés sobre los juguetes con dos niños
de los cuales era institutriz. Los tres
eran rusos. El museo tiene dos salas. En
la mayor, donde están los juguetes, hay
también muestras de trabajos en madera
laqueada y de tejidos. En la sala más
chica hay antiguas esculturas talladas en
madera, cajas con forma de animales,
herramientas, etc., y también trabajos en
hierro forjado. Fracasé en mi intento de
encontrar algún objeto que representara
juguetes antiguos en el almacén alojado
escaleras abajo, en una sala anexa al
museo. Pero lo que sí había allí era el
mayor depósito de adornos navideños
que vi en mi vida. Luego fui al Instituto
Kameneva a buscar entradas para Les[64]
y me encontré con Basseches[65].
Caminamos juntos por un rato y ya eran
las tres y media cuando por fin llegué al
Dom Herzena. Reich llegó todavía más
tarde, cuando yo ya había terminado de
comer. Ordené una segunda taza de café
que me prometí no tocar. Por la tarde
hubo una partida de dominó, y por
primera vez hice equipo con Asja.
Derrotamos con holgura a Reich y a la
compañera de habitación de Asja, a
quien más tarde me encontraría en el
teatro Meyerhold, mientras Reich asistía
a una reunión de la VAPP. Ella me habló
en yiddish para hacerse entender, cosa
que hubiera tenido resultado con un
poco más de práctica, pero dada la
situación,
no
pude
entenderla
demasiado. La velada fue agotadora; ya
sea por un malentendido o por su falta
de puntualidad, llegamos tarde y tuvimos
que ver el primer acto de pie, en las
filas traseras. Eso sumado al hecho de
que la obra estaba en ruso. Asja no
logró dormirse hasta que su compañera
de habitación regresó. Fue recién
entonces, tal como me dijo al día
siguiente, que la respiración regular de
su compañera la ayudó a conciliar el
sueño. La célebre escena de la armónica
en Les[66] es realmente hermosa, pero la
imagen que me había formado de ella a
partir del relato de Asja era ya tan
maravillosamente
sentimental
y
romántica, que necesité algún tiempo
para familiarizarme con la realidad
escénica de este episodio. La obra
entera está llena de momentos
magníficos: la escena en que el
comediante excéntrico está pescando y
simula
los
coletazos
del
pez
simplemente haciendo mímica con su
mano; la escena de amor que tiene lugar
mientras sus protagonistas corren en
círculo y toda la actuación sobre la
pasarela, que va desde un andamio hasta
el escenario. Por primera vez entendí
con claridad la función de la disposición
constructivista del escenario, y de una
forma mucho más clara que cuando
Tairov[67] actuó en Berlín, y mucho más
aún que lo que había visto en
fotografías.
24 de diciembre
Algunas palabras acerca de mi
habitación. Todos los muebles llevan
una chapa que reza: «Hoteles de
Moscú» seguida del número de
inventario. Todos los hoteles pertenecen
a la administración estatal (¿o será
municipal?). Las ventanas dobles de mi
habitación
están
cerradas
herméticamente durante el invierno.
Sólo se puede abrir una pequeña solapa
que hay en lo alto. El pequeño lavatorio
es de lata, laqueado por debajo y muy
pulido por arriba, y también cuenta con
un espejo. La pileta tiene un desagüe en
el fondo que no se puede tapar. Hay una
canilla de la que se asoma tímidamente
un finísimo hilo de agua. La calefacción
de la pieza viene del exterior, pero,
debido a su ubicación tan particular,
también está caliente el piso, por lo que,
cuando el frío es moderado y la ventana
está cerrada, el calor se hace agobiante.
Todas las mañanas, antes de las 9,
cuando ya han encendido la calefacción,
un empleado llama a la puerta para
preguntar
si
la
ventana
está
completamente cerrada. Es lo único de
lo que uno puede estar aquí seguro. El
hotel no tiene cocina, por lo que ni
siquiera se puede pedir una taza de té.
Una vez, la noche anterior a ir a ver a
Daga, que pedimos que nos despertaran,
Reich y el schweitzer (este es el nombre
ruso de los empleados de hotel) tuvieron
una conversación shakespeariana sobre
el «despertar». Al pedir si nos podrían
despertar, el hombre nos respondió: «Si
estamos pensando en eso, los
despertaremos. Pero si no estamos
pensando en eso, no lo haremos. La
verdad es que, por lo general, solemos
pensar en eso, y, por ende, despertamos
a la gente que nos lo solicita. Pero claro,
a veces nos olvidamos: cuando no
estamos pensando en eso. Y entonces no
los despertamos. No tenemos obligación
de hacerlo, pero si nos acordamos a
tiempo, entonces lo hacemos. ¿Cuándo
quieren que los despertemos?». «A las
siete». «Lo anotaremos. Como pueden
ver, aquí dejo la nota, esperemos que él
la vea. Porque si no la ve, lógicamente,
no los despertará. Pero la mayoría de
las veces despertamos». Como era de
esperar, finalmente no nos despertaron, a
lo que adujeron: «¿Qué sentido tenía
despertarlos cuando ustedes ya se
encontraban despiertos?». Parece que en
el hotel hay un montón de schweitzers.
Se alojan en un cuartito de la planta
baja. El otro día Reich le preguntó a uno
si había llegado alguna carta para mí. El
hombre dijo que no, a pesar de tener las
cartas frente a sus narices. En otra
ocasión, alguien trató de localizarme por
teléfono en el hotel, obteniendo como
única respuesta: «Ya dejó el hotel». El
teléfono está en el pasillo y desde la
cama puedo oír a menudo largas
conversaciones incluso hasta después de
la una de la mañana. La cama tiene un
gran agujero en el medio y cruje al
menor movimiento. Teniendo en cuenta
que Reich por la noche suele roncar tan
fuerte que llega a despertarme, me
resultaría muy difícil dormir de no ser
porque siempre me acuesto muerto de
cansancio. Cuando paso por aquí a la
tarde, suelo quedarme dormido. La
cuenta del hotel se paga diariamente, ya
que a cualquier tarifa que exceda los
cinco rublos se le adiciona un impuesto
del 10%. Es obvio el increíble derroche
de tiempo y energías que esto supone.
Reich y Asja se habían encontrado en la
calle y llegaron juntos. Asja se sentía
mal y había cancelado su cita con Birse
para esa noche. Querían pasar la noche
conmigo. Ella había traído la tela; luego
salimos. La llevé a la modista antes de
ir al Museo del Juguete. De camino,
entramos en una relojería. Asja le
entregó mi reloj al relojero, que era un
judío que hablaba alemán. Después de
despedirme de Asja, me tomé un trineo y
fui al museo. Temía llegar demasiado
tarde, pues aún no me he acostumbrado a
la noción que los rusos tienen del
tiempo. Visita guiada al museo. Mi guía
fue tov [arisch] Bartram[68], el director
del museo, quien me regaló su obra Del
juguete al teatro infantil, que acabaría
siendo mi regalo de navidad para Asja.
Luego, a la Academia: pero Kogan no
estaba allí. Había decidido regresar en
autobús, y cuando estaba esperándolo en
la parada vi una puerta abierta con el
letrero de «Museo», no tardé mucho en
darme cuenta que me hallaba ante la
«segunda colección del nuevo arte
occidental». Aquel museo no estaba
entre mis planes, pero como lo tenía
delante, decidí entrar. Ante un cuadro
extraordinariamente bello de Cézanne
me vino a la cabeza la idea de lo
erróneo que es hablar de «empatía»,
incluso desde el punto de vista
lingüístico. Me pareció que, por mucho
que se abarque una pintura, no por ello
se penetra en su espacio; sucede más
bien que ese espacio se expande hacia
diferentes
lugares,
hacia
puntos
concretos. Esa pintura se nos abre desde
ciertos ángulos y rincones donde
creemos
reconocer
importantes
experiencias del pasado; en esos puntos
hay algo inexplicablemente conocido.
Este cuadro se hallaba en la pared
central de la primera sala de las dos
dedicadas a Cézanne, justo enfrente de
la ventana, a plena luz. Representaba
una carretera que atravesaba un bosque.
Hay un grupo de casas sobre uno de los
márgenes. La colección de Renoir de
este museo no es tan extraordinaria
como la de Cézanne. En ella hay, no
obstante, cuadros muy bellos que
pertenecen a su primera época. Pero lo
que más me movilizó de las primeras
salas fueron, ante todo, dos cuadros de
los bulevares de París, colgados uno
frente al otro, como haciendo juego. Uno
es de Pissarro y el otro de Monet.
Ambos representan la ancha calle desde
un lugar elevado que, en el primero, se
sitúa en el centro y, en el segundo, en un
lateral. La posición es tan lateral, que
las siluetas de dos señores asomados a
la calle tras las rejas de un balcón se
introducen lateralmente en el cuadro
como si estuviesen casi pegados a la
ventana desde la cual se está pintando. Y
mientras que la mayor parte del cuadro
de Pissarro aparece cubierta por el gris
del asfalto con su incontable cantidad de
caballos y carruajes, en el de Monet la
mitad del cuadro está ocupada por la
pared luminosa de una casa que
resplandece entre árboles de color
amarillo otoñal. Al pie de la casa, casi
tapadas enteramente por las hojas, se
adivinan las sillas y mesas de un café,
que parecen muebles rústicos en medio
de un bosque soleado. Pero Pissarro
refleja lo que da fama a París, la hilera
de techos cubiertos con sus chimeneas.
Sentí su nostalgia de esta ciudad. En un
gabinete de la parte posterior, junto a
dibujos de Louis Legrand y de Degas, un
cuadro de Odilon Redon Tras el viaje en
autobús comenzó un largo vagar hasta
alcanzar, una hora después de lo
acordado, la taberna donde me había
citado con Reich. Como ya eran cerca
de las cuatro tuvimos que separarnos
enseguida, y quedamos en encontrarnos
más tarde en la gran tienda de
alimentación de la Tverskaya. Sólo
faltaban unas horas para la Nochebuena
y la tienda estaba abarrotada de gente.
Cuando estábamos comprando caviar,
salmón y fruta, nos encontramos con
Basseches, cargado de paquetes. De un
humor muy bueno. El humor de Reich, en
cambio, era paupérrimo. Estaba muy
enfadado por mi retraso, y el pez chino
de papel que había comprado por la
mañana en la calle, y que me veía
obligado a arrastrar conmigo, junto con
todas las otras cosas, como testimonio
de mi manía de coleccionar sólo sirvió
para enardecerlo todavía más. Al final
habíamos nos habíamos procurado torta
y dulces, así como un arbolito adornado
con guirnaldas. Y con todo eso me fui a
casa en trineo. Ya hacía rato que había
anochecido. El avanzar por entre tanta
gente, cargado con el árbol y con los
paquetes, me había fatigado. Ya en mi
habitación, me eché en la cama, leí a
Proust y comí nueces azucaradas de las
que habíamos comprado porque le
gustan a Asja. Pasadas las siete llegó
Reich, y algo más tarde Asja. Se pasó
toda la velada echada en la cama y,
sentado en una silla a su lado, Reich.
Cuando, después de mucho esperar,
llegó también un samovar —al principio
lo habíamos pedido inútilmente, ya que
aparentemente un huésped los había
encerrado todos en la habitación y se
había marchado—; cuando su murmullo
llenó una habitación rusa por primera
vez; cuando pude contemplar, muy de
cerca, el rostro de Asja, que estaba
acostada frente a mí; sólo entonces,
después de muchos años, pude sentir la
calidez de una Nochebuena, allí sentado
junto al pequeño pino navideño.
Hablamos del trabajo que Asja debería
aceptar y luego de mi libro acerca de la
trauespiel; leí en voz alta el prólogo,
dirigido contra la Universidad de
Frankfurt[69]. La opinión de Asja podría
tener incidencia en mí. Ella pensaba
que, a pesar de todo, debería agregarle
la leyenda: «rechazado por la
Universidad de Frankfurt». Esa noche
estuvimos muy unidos. Asja se rió
mucho de algunas cosas que le dije. Y
otras, tales como la idea de escribir un
artículo sobre la filosofía alemana como
instrumento de la política interior de
Alemania, la llevaron a manifestar su
aprobación con fervor. No terminaba de
decidir si era hora de irse; se sentía bien
y también cansada. Finalmente se fue
cuando ni eran las once. Yo me acosté
enseguida dado que, por corta que haya
sido, mi noche ya estaba completa.
Comprendí que la soledad no existe para
nosotros cuando la persona que amamos
también se siente sola, aunque ésta se
encuentre en un lugar inalcanzable para
nosotros. La sensación de soledad
parecería entonces un fenómeno
reflexivo que sólo nos afecta cuando
vemos a personas conocidas —o a
personas que amamos— disfrutando de
una vida social que no nos incluye.
Incluso aquel que se siente solo en la
vida, sólo experimenta esa soledad
cuando piensa en una mujer, aunque sea
una desconocida, o en cualquier otra
persona que no está sola y en cuya
compañía esa soledad dejaría de existir.
25 de diciembre
Me resigné a arreglármelas con lo
poco de ruso que soy capaz de
balbucear y decidí dejar de estudiarlo,
pues me es imprescindible tener más
tiempo para otras cosas: para traducir y
para escribir artículos. Si alguna vez
vuelvo a Rusia, será esencial que lo
haga con mayor conocimiento del
idioma, que habré de adquirir con
antelación. Pero como por el momento
no estoy planeando ninguna ofensiva
para el futuro, aún no tengo plena
seguridad de hacerlo: en otras
circunstancias menos favorables a las
presentes, las cosas podrían ponerse
demasiado difícil. Tendría que hacerme
de una base sólida de acuerdos
literarios y financieros antes de
emprender un segundo viaje a Rusia. El
desconocimiento del ruso nunca me
había resultado tan molesto como el día
de Navidad. Estábamos cenando en la
casa de la compañera de habitación de
Asja: yo había aportado la plata para
comprar un ganso, lo cual había sido
motivo de disputa entre Asja y yo
algunos días antes. Ya estaban sirviendo
el ganso en platos con porciones
individuales. Estaba mal cocido, duro.
Comimos en un escritorio en torno al
cual nos encontrábamos sentadas unas
seis u ocho personas. En la mesa sólo se
hablaba ruso. La entrada, un pescado
frío al estilo judío, estuvo muy buena. Y
también la sopa. Después de comer, me
retiré a la habitación contigua y me
dormí. Luego permanecí despierto un
rato, tirado en el sofá, sintiéndome muy
triste, abatido por las imágenes que mi
mente traía con frecuencia, las de la
época en que siendo estudiante me
marché de Munich a Seeshaupt[70]. Más
tarde Reich y Asja intentaron
traducirme, de a ratos aislados, retazos
de la conversación, pero eso sólo
terminó duplicando mi malestar.
Hablaron durante un rato del
nombramiento como profesor de la
Academia Militar que le dieron a un
general que había pertenecido en otro
tiempo a la Guardia Blanca y que mandó
ahorcar a todos los soldados del
Ejército Rojo que había hecho
prisioneros en la guerra civil.
Discutieron acerca de qué posición
debía tomarse al respecto. La postura
más ortodoxa provenía de una joven
fanática búlgara. Por fin se hizo la hora
de marcharnos: Reich marcaba el
camino junto con la búlgara, seguidos
por Asja y por mí. Yo estaba
completamente agotado. Ese día no
funcionaban los tranvías. Y dado que ni
Reich ni yo podíamos ir con ellas en
autobús, no nos quedó otra alternativa
que hacer a pie el largo trayecto hasta el
Teatro Artístico de Moscú. Reich quería
ver la Oresteia para recopilar más
material que le sirviera para su obra «La
contrarrevolución
en
escena».
Conseguimos localidades para la
segunda fila, al centro. Ni bien entramos
en la sala, percibí olor a perfume. No vi
a un solo comunista enfundado en su
típica túnica azul, y sí a algunos que
podrían encajar perfectamente en
cualquiera de las imágenes de George
Grosz. La obra respondía al estilo de un
teatro cortesano abandonado. El director
no sólo no contaba con capacidad
profesional alguna, sino que ignoraba
por completo cualquier tipo de
información necesaria para abordar una
tragedia de Esquilo. A su pobre
imaginación parecía alcanzarle ese
pálido helenismo de salón. La música
sonó casi ininterrumpidamente, e incluyó
una gema de Wagner: Tristán, «la música
del fuego mágico».
26 de diciembre
La estancia de Asja en el sanatorio
parece estar llegando a su fin. Parece
que estos últimos días en los que pasó
largas horas al aire libre le han hecho
bien. Le encanta acostarse en su manta y
oír los graznidos de los cuervos en el
aire. Está convencida de que los pájaros
están perfectamente organizados, y que
su líder les da las instrucciones; dice
que ciertos graznidos precedidos de una
larga pausa son las órdenes a acatar.
Apenas si pude hablar a solas con Asja
últimamente, pero en las escasas
palabras que intercambiamos creo
detectar en ella tal cercanía hacia mí que
me tranquiliza profundamente y que
mejora mi ánimo. No creo que haya nada
que surta un efecto tan curativo ni tan
intenso sobre mí como las preguntas más
insignificantes que ella me hace acerca
de mis asuntos. Cierto es que no lo hace
con frecuencia. Pero aquel día, por
ejemplo, quiso saber en mitad de la
comida, en la que sólo se hablaba ruso,
qué cartas había recibido el día anterior.
Antes de comer, tres de nosotros
habíamos jugado al dominó. Después de
la comida, las cosas salieron mucho
mejor que el día anterior. Cantaron
adaptaciones comunistas (dudo que las
hayan concebido como parodia) de
canciones hebreas. Parece que, excepto
Asja, todos los allí presentes éramos
judíos. Había también un secretario
sindical de Vladivostok que había
venido a Moscú para asistir al
VII Congreso Sindical. En torno a la
mesa se había reunido toda una
colección de judíos, desde Berlín hasta
Vladivostok. Era todavía temprano
cuando la llevamos a Asja. Luego invité
a Reich a tomar una taza de café antes de
ir a casa. Este empezó a decir que
cuanto más mira a su alrededor, más le
parece que los niños son como una gran
plaga. En casa de la camarada estaba
también de visita un niño pequeño, de
gran comportamiento, pero que al final,
cuando estábamos todos jugando al
dominó y ya llevábamos dos horas
esperando la comida, se había puesto a
llorar. Pero en quien Reich pensaba en
realidad era en Daga. Habló de los
ataques de ansiedad crónicos de Asja,
relacionados con Daga la mayoría de las
veces, y volvió a repetirme toda la
historia de la estadía de ella en Moscú.
Me sorprendía con gran frecuencia la
paciencia de Reich para tratar con ella.
Incluso ahora lo que manifestaba no era
disgusto
o
resentimiento,
sino
simplemente la tensión acumulada, de la
cual pudo descargar buena parte en su
conversación conmigo. Lamentaba que a
Asja le fallara el «egoísmo» justo ahora,
cuando ya todo dependía de tomar las
cosas con calma y dejar que sigan su
curso. La inquietud por su futura
residencia, la idea del traslado que casi
con seguridad tendría que afrontar, era
algo que la atormentaba. En el fondo, lo
único que Asja quiere en este momento
son unas semanas de una tranquilidad en
el marco de una cómoda existencia
burguesa, que es obvio que Reich no
está en condiciones de ofrecer aquí en
Moscú. Lo cierto es que su ansiedad
efectivamente existía. No me daría
cuenta de esto hasta la mañana siguiente.
27 de diciembre
La habitación de Asja en el
sanatorio. Estamos allí casi a diario,
desde las cuatro hasta la siete.
Generalmente, cerca de las cinco, una
paciente de una habitación vecina se
pone a tocar la citara durante una hora, o
media hora. Sólo consigue hacer sonar
unos tristes acordes. La música no
encaja bien con estas paredes frías. Pero
a Asja no parece molestarle demasiado
ese rasgueo tan monótono. Cuando
llegamos, es común que la encontremos
acostada en la cama. Frente a ella, suele
haber una mesita con leche, pan y un
plato con azúcar y huevos, que, por lo
general, se termina llevando Reich a la
casa. En cambio hoy me tocó a mí: Asja
escribió «Benjamin» sobre un huevo y
me lo envió a través de Reich. Encima
del vestido, Asja lleva una bata de lana
gris del sanatorio. En la parte más
cómoda de la habitación, reservada para
ella, hay tres sillas de diferentes tipos,
entre las cuales cuento el sillón en el
que suelo sentarme, y también una mesa
de
luz
con
revistas,
libros,
medicamentos, un pequeño cuenco de
colores que probablemente sea suyo, la
crema facial que le traje de Berlín y un
espejo de mano que le regalé en una
ocasión. Durante un buen tiempo,
también estuvo sobre la mesa de luz el
bosquejo de la cubierta de Calle de
sentido único que me hizo Stone. Asja
se dedica a menudo a la confección de
la blusa que se está haciendo, usando el
hilo de una tela Fuentes de luz de las
calles moscovitas, a saber: la nieve, que
refleja la iluminación a punto tal que
casi todas las calles tienen claridad; las
potentes lámparas de carburo de los
puestos callejeros; y las luces delanteras
de los automóviles, que arrojan su luz a
cientos de metros de luz sobre la calle.
En otras grandes ciudades, este tipo de
faros están prohibidos: aquí cuesta
pensar en algo que irrite más que ese
selecto número de miembros de la NEP
(y otros peces gordos) moviéndose en
unos pocos coches a su entera
disposición y entorpeciendo aún más la
ya dificultosa tarea de desplazarse.
Nada que destacar sobre este día. Pasé
la mañana trabajando en casa. Después
de comer jugué al ajedrez con Reich; me
venció en dos partidas. Asja estaba del
peor humor posible; nunca había
presenciado con tanta claridad esa
acidez repugnante que hace que su
interpretación de Hedda Gabbler sea tan
convincente. No toleraba ni siquiera la
menor pregunta sobre su estado de
salud. Al final no quedó otro remedio
que dejarla sola. Nuestra esperanza —
mía y de Reich— de que se nos uniera
para jugar al dominó fue vana. Cada vez
que entraba alguien en la sala de juegos,
girábamos la cabeza buscándola, pero
nunca llegó. Después de la partida
volvimos a su habitación, pero yo
regresé rápidamente a la sala de juegos
con un libro, para no reaparecer sino
hasta poco antes de las siete. Asja me
despidió de una manera muy poco
amigable, pero luego me mandó, por
medio de Reich, un huevo en el que
había escrito «Benjamin». Aún no hacía
mucho que habíamos llegado a mi
habitación, cuando entró ella. Su humor
se había transformado: volvía a ver las
cosas de una forma más positiva y, sin
duda, lamentaba el comportamiento que
había tenido por la tarde. De todas
maneras, al hacer un repaso general de
los últimos tiempos me doy cuenta de
que el grado de mejoría que tuvo desde
mi llegada es casi nulo, al menos en
cuanto a lo que sus nervios refieren Por
la noche, Reich y yo mantuvimos una
larga conversación acerca de mi
actividad literaria y hacia donde debería
apuntar. Reich piensa que yo tiendo a
exprimir mis escritos hasta agotarlos. En
este mismo contexto expresó con mucho
tino la idea de que en la alta literatura la
proporción entre el total de oraciones y
la cantidad de oraciones sustanciales y
con peso propio es, aproximadamente,
de 30 a 1, mientras que en mi caso era
de 2 a 1. Todo eso es cierto. (Y esto
último sea quizás consecuencia de la
fuerte y temprana influencia que tuvo
Philipp Keller[71] sobre mí).
Sin embargo, tuve que discrepar con
él sobre algunas ideas de las que nunca
tuve dudas y que datan de la época en
que escribí uno de mis primeros
ensayos, La lengua en general y el
lenguaje humano[72]. Hice mención de
la polaridad que toda entidad lingüística
cobija: ser expresión y comunicación al
mismo tiempo. Esto tenía una relación
directa con aquello sobre lo que tantas
veces
hemos
conversado,
la
«destrucción de la lengua» como una
tendencia de la literatura rusa actual. El
desarrollo del aspecto comunicativo de
la lengua sin un contexto que lo incluya
conduce
inevitablemente
a
su
destrucción. Por otra parte, la exaltación
total de su carácter expresivo deriva en
un silencio místico. Creo que de ambas
tendencias, la que apunta a la
comunicación es la más vigente, sólo
porque considero que de una forma u
otra,
siempre
es
necesario
comprometerse con alguna opción.
Reconocí, no obstante, que estoy
atravesando una situación crítica en lo
que concierne a mi condición de autor.
Le dije que no encuentro ninguna salida
aquí, que ni meras convicciones ni
decisiones abstractas bastan para
abrirme camino, y que preciso en
cambio de tareas y de desafíos
concretos. En este punto, Reich
mencionó mis ensayos sobre las
ciudades[73], lo cual fue para mí muy
alentador. Empecé a pensar de una
forma más optimista en una posible
descripción de Moscú. Para concluir, le
estuve leyendo mi retrato de Karl
Kraus[74], pues también habíamos estado
hablando de él.
28 de diciembre
No creo que exista otra ciudad con
tantos relojeros como Moscú. Lo cual es
aún más llamativo dado que la gente
aquí no se preocupa demasiado por el
tiempo. Seguramente tenga orígenes
históricos. Cuando uno ve a la gente por
la calle, rara vez se ve a alguien
apurado, a menos que esté haciendo
muchísimo frío. Tienen la costumbre de
andar
en
zigzag.
(Algo
muy
significativo: me contó Reich que en
algunos clubes hay un póster en la pared
con la advertencia «Lenin dijo: “tiempo
es dinero”». Para expresar una
banalidad como esa tuvieron que
recurrir a la más alta autoridad). Fui a
buscar mi reloj a la relojería. Por la
mañana nevó, y siguió nevando de
manera interrumpida a lo largo de todo
el día. Más tarde hubo algo de deshielo.
Comprendo que Asja echara de menos la
nieve cuando estaba en Berlín y que
sufriera ver el asfalto desnudo. El
invierno aquí va cubierto de una gruesa
capa de nieve, del mismo modo que a un
campesino lo cubre su tapado de lana de
oveja blanca. Nos levantamos tarde por
la mañana, y luego fuimos a la
habitación de Reich, un claro ejemplo
de casa pequeñoburguesa, cuesta
imaginar algún ejemplo más horrible.
Contemplar los cientos de fundas,
aparadores, muebles tapizados y
cortinas llevan a uno casi a la asfixia; el
aire ha de estar cargado de polvo. En un
rincón próximo a la ventana había un
árbol de navidad muy alto. Ni siquiera
el árbol quedaba exento de la fealdad
reinante, con sus ramas debiluchas y un
muñeco de nieve deforme a modo de
corona. Tanto la agotadora caminata
desde la parada del tranvía como el
espanto que me produjo esta habitación
nublaron mi perspectiva general de la
situación, y terminé aceptando, de forma
precipitada, la propuesta de Reich de
irme a vivir con él a aquella habitación
a partir de enero. Esas habitaciones
pequeñoburguesas son como campos de
batalla por los que ha pasado victoriosa
la embestida devastadora del capital
mercantil, impidiendo que en ellas
pueda desarrollarse nunca más nada que
sea humano. Pero teniendo en cuenta mi
inclinación por las cavernas, tal vez
obtenga un gran rédito trabajando en esta
pieza. Queda por decidir si conviene
renunciar a la excelente posición
estratégica de mi habitación actual o
conservarla, con el riesgo de perder el
contacto diario con Reich, que me
proporciona tanta información vital.
Anduvimos luego largo rato por las
calles de los suburbios: me había
prometido un tour por una fábrica
especializada en adornos navideños. La
«pradera de la arquitectura», como
Reich ha llamado a Moscú, tiene en
estas calles un aspecto todavía mas
agreste que en las del centro de la
ciudad. A ambos lados de la amplia
avenida, cabañas de madera símiles a
las casas de los campesinos alternan con
casas modernistas o con la sobria
fachada de una casa de seis pisos. La
capa de nieve era altísima, y cuando se
hizo un repentino silencio, uno podría
haberse pensado que estaba pasando el
invierno en medio de un pueblo del
interior de Rusia. Tras una hilera de
árboles había una iglesia con sus
cúpulas azules y doradas, y, como
siempre, con sus ventanas enrejadas que
daban a la calle. Las iglesias de aquí
todavía conservan en sus fachadas
imágenes de santos como las que se ven
en las iglesias más antiguas de Italia (en
la de San Frediano de Lucca[75], por
ejemplo). Al final, la mujer que
trabajaba en la fábrica se había
ausentado, por lo que no pudimos
recorrerla por dentro. Enseguida, cada
uno siguió su camino. Yo bajé por el
Kusnetski-Most (Puente de los herreros)
en busca de librerías. En esta calle se
encuentra la que, a juzgar por su
aspecto, es la librería más grande de
Moscú. Hasta vi literatura extranjera en
la vidriera, pero a unos precios
escandalosos. Los libros rusos se
venden, casi sin excepción, sin
encuadernar. El papel es casi siempre
importado y cuesta tres veces más que
en Alemania y, según me pareció,
recortan
las
esquinas
de
las
publicaciones para abaratar costos.
Después de haber ido al banco a
cambiar plata, me compré a la pasada
uno de esos arrollados calientes que se
venden en todos lados en las calles de
por aquí. No había dado nada más que
unos pasos cuando un niño se me vino
encima; y una vez que comprendí que no
era dinero lo que quería, sino pan,
compartí un pedazo con él. Al mediodía
le gané a Reich al ajedrez. La tarde, tan
insípida como todos estos últimos días,
con Asja sumida en su estado de
ansiedad. Cometí el gran error de
intentar defender a Reich de sus
reproches absurdos. Acto seguido, me
dijo que al día siguiente iría solo a verla
a Asja. Por la noche, en cambio, parecía
que quería ser el mejor de los amigos.
Ya se había hecho demasiado tarde para
ir al ensayo general de la obra de Illés,
tal como lo habíamos planeado, y, dado
que Asja ya no vendría, nos fuimos a ver
un «juicio» al club Krestanski[76].
Llegamos allí a las ocho y media, y nos
enteramos que había empezado hacía ya
una hora. La sala estaba repleta y no
dejaban entrar a nadie más. Pero una
mujer muy lista se aprovechó de mi
presencia. Al darse cuenta de que yo no
era ruso, adujo que éramos dos
delegados extranjeros y ella nuestro
guía, y consiguió que nos dejaran pasar
a los tres. Entramos en una sala tapizada
de rojo, donde debía haber unas
trescientas personas. Estaba repleta y
mucha gente estaba de pie. En un nicho,
un busto de Lenin. Los procedimientos
eran llevados a cabo sobre el escenario,
flanqueado a ambos lados por los
dibujos de dos proletarios: un
campesino y un obrero industrial. En la
parte superior del escenario, el emblema
soviético. Al momento de llegar, ya
había finalizado la exposición de
pruebas, y ahora era el turno del
testimonio de un perito. Estaba sentado
con su asistente en una mesita, frente a la
mesa del abogado defensor, ambas
dispuestas de manera perpendicular
sobre el escenario. La mesa del tribunal
estaba de cara al público, y frente a los
jueces estaba sentada la acusada, una
campesina, vestida de negro y con un
grueso bastón entre las manos. Todos los
actuantes estaban bien vestidos. La
campesina estaba acusada del ejercicio
ilegal de la medicina con consecuencias
fatales. Ella había intervenido en un
parto (o un aborto), y un presunto error
suyo habría sido causante del
desgraciado desenlace. El alegato de la
acusación hacía hincapié en cuestiones
de crudeza extrema. El perito presentó
su informe: la muerte de la mujer era
atribuible directamente a la intervención
médica de la acusada. La defensa
pronunció su alegato, afirmó que no
hubo intención de hacer daño, y que en
el campo no hay ni conocimientos
médicos
ni
medidas
sanitarias
suficientes. El fiscal pidió la pena de
muerte. Las últimas palabras de la
campesina: de todas formas la gente
siempre se muere. A continuación, el
presidente del tribunal se dirige al
público: ¿alguna pregunta? Aparece en
el estrado un komsomol que aboga por
el castigo más severo posible. El
tribunal se retira luego a deliberar; hay
un descanso. Todo el mundo se para a
escuchar el veredicto. Dos años de
prisión por reconocerse la existencia de
atenuantes. Razón por la que se
prescinde del aislamiento incomunicado.
El presidente del jurado, por su parte,
alude a la necesidad de crear centros de
previsión y educación higiénica en áreas
rurales. La gente se dispersa. Nunca
hasta ese momento había visto
congregado en Moscú a un público tan
sencillo. Entre los asistentes había,
probablemente, muchos campesinos, ya
que este club se halla especialmente al
servicio de los campesinos. Me
enseñaron las dependencias. En la sala
de lectura me llamó la atención, al igual
que en el sanatorio infantil, el hecho de
que las paredes estuviesen enteramente
cubiertas de material visual, que aquí lo
constituían, sobre todo, estadísticas
elaboradas por los propios campesinos
e ilustradas, en parte, con dibujitos de
colores que representaban la vida rural,
el desarrollo agrario, el estado de la
producción y las instituciones culturales.
También habían expuesto en todas las
paredes piezas de herramientas y de
maquinaria, destiladores químicos, etc.
Movido por la curiosidad me acerqué a
una consola desde la que me sonreían
burlonamente dos máscaras africanas.
Pero que luego, de cerca, resultaron ser
máscaras de gas. También me
condujeron, por último, a los
dormitorios del club. Este ha sido
pensado para el uso de campesinos y
campesinas que, ya sea en grupo o de
manera individual, tienen que visitar la
ciudad para hacer una kommandirovka
(trámite). En las habitaciones grandes
hay como mucho seis camas; por la
noche, cada uno deja la ropa encima de
la suya. Los cuartos de aseo deben de
estar en otra parte. En las habitaciones
no hay lavatorios. En las paredes hay
fotos de Lenin, Kalinin, Rykov y otros.
El culto a la imagen de Lenin en
particular llega aquí a extremos
insospechados. En el Kusnetski-Most
hay una tienda que se especializa en
Lenin, donde uno puede comprar una
figura suya en todos los tamaños,
posturas y materiales. En la sala común
del club, donde en ese momento podía
escucharse un concierto radiofónico, hay
un cuadro en relieve, muy expresivo,
que lo muestra como un orador, en
escala real, de la cintura para arriba. Y
siempre habrá en las cocinas, en las
lavanderías, en cada lugar de las
instituciones públicas alguna foto suya
más modesta. El edificio tiene
capacidad para más de cuatrocientos
huéspedes. Ante la cada vez más
molesta compañía de la guía que nos
había ayudado a entrar, salimos de allí y
decidimos, una vez que nos quedamos
solos, parar en una pivnaya (bar) que
estaba ofreciendo un espectáculo
nocturno. Cuando estábamos entrando,
nos encontramos con algunas personas
en la puerta que intentaban echar a un
borracho. El local no grande ni estaba
lleno, había gente sentada, sola o en
grupos pequeños, tomando cerveza. Nos
sentamos muy cerca del escenario, cuyo
telón mostraba una dulce pradera algo
borrosa que daba la sensación de ser
ruinas que parecían disolverse en el
aire. De todas formas, este telón no
alcanzaba a cubrir toda la longitud del
escenario. Después de dos números
musicales venía la atracción principal
de la noche, una intszenirovka: material
adaptado al teatro que proviene de un
ámbito distinto, del épico o del lírico.
En esta ocasión el marco dramático
parecía servir de pretexto para un sinfín
de canciones de amor y canciones
campesinas. Primero salió una mujer
sola escuchando a un pájaro. Luego
salió de entre bastidores un hombre, y
así sucesivamente hasta llenar todo el
escenario, acabando la cosa en un canto
coral acompañado de baile. Todo esto
no se diferenciaba demasiado de una
festividad familiar, pero dado que en la
realidad estas reuniones se dan cada vez
menos, lucen más atractivos en el
escenario a los ojos del pequeño
burgués. Para acompañar la cerveza
sirven cosas muy llamativas: diminutos
trocitos de pan blanco o negro con una
costra de sal y guisantes secos en agua
salada.
29 de diciembre
Rusia empieza a ponerse en forma
para el hombre del pueblo. Se anuncia
una gran película propagandística: La
sexta parte del mundo[77]. En la calle,
sobre la nieve, hay mapas de la URSS
apilados por los vendedores ambulantes,
que los ofrecen al público. Meyerhold
utiliza un mapa en Dayosh-Europa[78] en
el cual Occidente aparece representado
como un sistema complejo de pequeñas
penínsulas rusas. Este mapa está tan
cerca de convertirse en el centro de la
nueva iconografía rusa como los retratos
de Lenin. Mientras tanto, las iglesias
continúan con su antigua práctica. Este
día entré durante mi paseo en la iglesia
de Nuestra Señora de Kazán, de la que
Asja me había dicho era una de sus
favoritas. Se encuentra en una esquina
de la Plaza Roja. Primero se entra en
una amplia antesala con algunas
imágenes de santos. Parece estar
fundamentalmente al servicio de una
mujer que cuida la iglesia. Es un lugar
sombrío; su penumbra invita a realizar
conspiraciones. En estas salas se pueden
pergeñar los acuerdos más sombríos,
incluso pogromos, si se diera la ocasión.
Pegado a ella se encuentra el lugar para
el culto propiamente dicho. Al fondo hay
unos escaloncitos para subir al estrado,
estrecho y bajo, sobre el que uno se
desplaza pasando las imágenes de los
santos. Los altares se suceden a muy
corta distancia unos de otros, cada uno
de ellos señalados por la tenue luz de
una lamparita roja. Las superficies
laterales están ocupadas por enormes
imágenes de santos. Todas las zonas de
pared no ocupadas por tales imágenes
aparecen recubiertas de oro brillante.
Una araña de cristal pende del techo,
pintado en un estilo que empalaga.
Contemplé las ceremonias desde una
silla cercana a la entrada. Se trata de las
propias del antiguo culto a las imágenes.
A las imágenes grandes se les saluda
haciendo la señal de la cruz, seguida de
una genuflexión en la que la frente ha de
rozar el suelo, y, persignándose de
nuevo, el orante, o penitente, se dirige a
la siguiente. Ante las imágenes
pequeñas, que están dispuestas bajo un
cristal, solas o en hilera, se suprime la
genuflexión; hay que inclinarse hacia
ellas y besar el cristal. Me acerqué a
ella y vi que, al lado de estas piezas
antiguas de un valor incalculable, y
sobre el mismo atril, había también
cantidades
industriales
de
cromolitografías sin ningún valor.
Moscú tiene muchas más iglesias de lo
que uno cree inicialmente. El europeo
occidental las localiza por sus torres,
que se elevan sobre el horizonte.
Requiere cierta práctica asociar los
largos muros con un montón de pequeñas
cúpulas para hacerse la idea de que uno
está frente a grandes complejos de
monasterios o capillas. Y es entonces
cuando uno comprende por qué, en
algunos lugares, Moscú se parece tanto a
una fortaleza: las torres bajas son en
Occidente características esenciales de
la arquitectura secular. Venía de la
oficina postal, había enviado un
telegrama y luego dado un largo paseo
por el Museo Politécnico[79], donde
busqué sin éxito una exposición de
dibujos realizados por enfermos
mentales. Me desquité con un paseo a lo
largo de los puestos que están junto al
muro de Kitay-Gorod. Este es el centro
del mercado de libros usados.
Resultaría
infructuoso
tratar
de
encontrar algún hallazgo relacionado
con literatura no rusa. También es muy
raro encontrar ediciones antiguas en
ruso (si nos guiamos por la
encuadernación). Y todo esto a pesar de
que en el transcurso de los últimos años
han debido de vaciarse inmensas
bibliotecas. ¿Habrá sido sólo en
Leningrado y no en Moscú, donde no era
tan común que existiesen? En uno de los
puestos del Kitaiski-Proezd (Barrio
chino) compré una armónica para Stefan.
Algo más acerca de la venta ambulante.
Los artículos navideños (espumillón,
velas, candelabros, adornos para el
árbol, mismo árboles de Navidad) se
siguen vendiendo incluso después del 24
de diciembre. Creo que los venden hasta
la
segunda
festividad
religiosa
navideña. Relación de precios entre los
puestos callejeros y las tiendas
estatales. Compré las ediciones del
Berliner Tageblatt del 20 de noviembre
y del 8 de diciembre. En el KusnetskiMost hay un chico que se dedica a
golpear vasijas de arcilla, platos y
cuencos diminutos, unos contra otros,
para demostrar su solidez. En Okhotni
Riad, una curiosa aparición: mujeres
que ofrecen a los transeúntes trozos de
carne cruda, o pollo, o cosas por el
estilo sobre una capa de paja, en la
palma de sus manos. Son vendedoras sin
licencia. No tienen el dinero para pagar
la concesión de un puesto, ni tiempo
para la cola que hay hacer para alquilar
uno. Si se acerca un miliciano, se
limitan a salir corriendo de allí con su
mercancía. De la tarde, ya no recuerdo
nada. Por la noche, con Reich, fuimos a
ver una película muy mala (en la que
actuaba Ilynsky[80]), no muy lejos de mi
hotel.
Venta de libros en el muro de Kitay-Gorod.
30 de diciembre
El árbol de Navidad aún está en mi
habitación. Poco a poco me las arreglé
para sistematizar los ruidos de mi
entorno. La obertura arranca temprano
por la mañana e incluye toda una serie
de leit-motivs: primero, las pisadas en
la escalera que está frente a mi
habitación y que conduce al sótano.
Seguramente ha de tratarse del personal
que llega al trabajo. Luego empieza a
sonar el teléfono del pasillo, y sonará a
lo largo del día prácticamente sin
interrupciones, hasta cerca de la una o
las dos de la madrugada. La telefonía en
Moscú es excelente, muchísimo mejor
que en Berlín o en París. No se tarda
más de tres o cuatro segundos en obtener
tono para hacer una llamada. Bastante a
menudo oigo una voz infantil hablando
muy alto por teléfono. Las largas cifras
hacen que el oído se acostumbre a los
números rusos. Después, hacia las
nueve, un hombre va de puerta en puerta
preguntando si la ventana está
completamente cerrada. A esa hora
encienden la calefacción. Reich cree
que, aunque la ventana esté cerrada por
completo, por ella pasan a mi habitación
pequeñas cantidades de monóxido de
carbono. Es muy posible que esto en
efecto suceda, si tenemos en cuenta lo
asfixiante que se vuelve el aire de mi
habitación por las noches. Como si fuera
poco, el piso también despide calor, en
algunos sectores parece suelo volcánico.
Mientras uno sigue en la cama, el sueño
se ve perturbado por un golpeteo
rítmico, como si estuviesen preparando
unos bistecs gigantescos: parten leña en
el patio. Y pese a todo lo mencionado,
mi habitación respira tranquilidad.
Nunca tuve la oportunidad de vivir en un
lugar en el que me resultara tan fácil
trabajar. Notas sobre la situación en
Rusia. En las conversaciones con Reich
he insistido sobre lo contradictoria que
es la situación actual. En cuanto a
política exterior, el gobierno busca la
paz para firmar tratados comerciales con
los estados imperialistas, mientras que
fronteras adentro sus principales
esfuerzos apuntan a la suspensión de
comunismo militante, buscando un
devenir libre de conflictos de clase,
empeñándose en despolitizar la vida de
sus ciudadanos en la medida de lo
posible. Por otra parte, en las
organizaciones vanguardistas, en el
Komsomol, se da a la juventud una
educación «revolucionaria», lo cual
significa que lo revolucionario no les
llega como experiencia, sino como un
discurso. Se intenta suprimir la dinámica
del proceso revolucionario dentro de la
vida estatal: con o sin intención, se ha
iniciado un período de restauración, y
sin embargo tratan de almacenar la
energía revolucionaria de la juventud
como si se tratara de la energía eléctrica
de una pila. Y eso no funciona. El
orgullo comunista, que incluso ya tiene
una palabra rusa que lo identifica, tiene
que ser infundido a los jóvenes, que en
su mayoría forman parte de la primera
generación a la que se dio una formación
superior a la pobre educación que
recibieron sus
antecesores.
Las
extraordinarias
dificultades
que
conlleva la restauración se manifiestan
también de una forma palpable, en el
problema educativo. Para combatir el
catastrófico nivel educativo, se decretó
la difusión del conocimiento de los
clásicos rusos y de Europa Occidental.
(Ésta es la principal razón, dicho sea de
paso, por la que se ha otorgado tanta
importancia a la adaptación de «El
Revisor», de Meyerhold, y a su
respectivo fracaso). Uno puede darse
una idea de cuán importante es este
decreto al enterarse que, en un debate
reciente que tuvo con Reich acerca de
Shakespeare, Lebidinsky[81] sostenía que
el dramaturgo inglés había vivido antes
que se inventara la imprenta. Desde otro
punto de vista: ante la descomposición
de la sociedad burguesa, sus valores
culturales han entrado en una fase
crítica. En su estado actual, bajo la
forma que han tomado a lo largo del
último siglo en manos de la burguesía,
estos valores no pueden expropiarse sin
perder en el camino la importancia que
después de todo fueron adquiriendo, por
cuestionable, o incluso nociva, que esta
pueda ser. Estos valores, como si fuesen
cristales, han de someterse a un largo
transporte al que no podrán resistir si no
van convenientemente embalados. Ahora
bien, embalarlos implica hacerlos
invisibles, algo que se opone a la
popularización de
esos
valores
fomentada de manera oficial por el
Partido. En la Rusia soviética se pone
ahora de manifiesto que estos valores se
están popularizando justamente en esa
forma adulterada y lamentable que, en
último término, deben al imperialismo.
A un hombre como Walzel[82] lo
nombran miembro de la Academia, y su
presidente, Kogan, escribe un artículo en
el Vechernie Moska sobre literatura
occidental en el que establece
conexiones tan arbitrarias como
ignorantes (¡Proust y Bronnen[83]!) y en
el que pretende, apenas con un puñado
de nombres, «informar» a sus lectores
sobre
literatura
extranjera.
Probablemente,
las
únicas
manifestaciones culturales de Occidente
por las que Rusia muestra una
comprensión tan viva como para que
merezca la pena ocuparse de ellas, son
las
de
Estados
Unidos.
Este
entendimiento cultural que no se basa en
relaciones comerciales concretas, es una
técnica utilizada por la variante pacífica
del imperialismo, que en el caso de
Rusia constituye un fenómeno de la
restauración. Por otra parte, el
aislamiento de Rusia del extranjero hace
que el acceso a la información se vea
limitado. Dicho de un modo más
preciso: el contacto con el extranjero es
administrado por el Partido y atañe
principalmente a cuestiones políticas. La
clase media alta ha sido aniquilada y la
pequeña burguesía incipiente no está, ni
material
ni
espiritualmente,
en
condiciones de establecer lazos con el
exterior. En la actualidad, un visado
para realizar un viaje al extranjero que
no se haga por encargo estatal o del
Partido, cuesta 200 rublos. No hay duda
de que en Rusia se sabe del exterior
mucho menos de lo que en el exterior
(exceptuando, tal vez, a los países
latinos) se sabe de Rusia. La mayor
preocupación que aquí se tiene es la de
establecer dentro del propio territorio,
tan inmenso, el contacto entre las
distintas nacionalidades y, sobre todo,
entre obreros y campesinos. Uno podría
equiparar la ignorancia de Rusia del
mundo exterior con sus chervonetz (diez
rublos): dentro de Rusia es una cantidad
de dinero a considerar, pero en el
extranjero ni siquiera es reconocida
como moneda. Algo sumamente
significativo es el hecho de que un actor
de cine ruso del montón, Ilynsky,
imitador sin escrúpulos y sin gracia de
Chaplin[84], tenga aquí la fama de gran
cómico sólo porque las películas de
Chaplin son tan caras que ni siquiera las
importan. Pues, en general, el gobierno
ruso invierte muy poco en películas
extranjeras. Cuenta a su favor la
competencia de industrias fílmicas
rivales que buscan conquistar para sí el
mercado ruso, por lo cual compra las
películas a bajo precio, casi regaladas,
como si fueran muestras publicitarias. El
propio cine ruso, exceptuando las
grandes obras maestras, no es, en
conjunto, demasiado bueno. Pelea por
definir sus contenidos. En oposición a lo
que ocurre con la censura teatral, la
censura cinematográfica es de por sí
muy estricta, al cine ruso se le recorta la
esfera temática, presumiblemente por
consideración hacia el extranjero. Es
imposible encontrar una película en la
cual se critique seriamente a los
políticos soviéticos, cosa que no sucede
con el teatro. Tampoco es posible
encontrar una descripción acertada de la
vida burguesa. También escasea aquí el
espacio dedicado a la comedia grotesca
americana, dado que ésta se basa en un
juego desinhibido con la técnica. Aquí,
todo lo técnico es sagrado: no hay nada
que se tome más en serio que la técnica.
Y otra cosa, por sobre las demás: el cine
ruso no conoce de erotismo. Es bien
sabido que la trivialización del amor y
de la vida sexual es algo inherente al
credo comunista. Presentar en el cine, o
en el teatro, enredos amorosos trágicos
sería considerado como propaganda
contrarrevolucionaria.
Queda
la
posibilidad de realizar una comedia
social de carácter satírico cuyo blanco
sería esencialmente la nueva burguesía.
La importante cuestión que se plantea es
saber si el cine, uno de los avances
tecnológicos más importantes a la hora
de ejercer el dominio imperialista sobre
las masas, puede ser expropiado con
dichos fines. Por la mañana estuve
trabajando; más tarde me fui con Reich
al Gosfilm, pero Pansky se había
ausentado.
Fuimos
al
Museo
Politécnico. La entrada a la exposición
de pintura de enfermos mentales
resultaba encontrarse en una calle
lateral. La exposición en sí era algo
mediocre; desde el punto de vista
artístico el material era, casi sin
excepción, poco interesante, aunque
estaba bien presentado y, sin duda,
consta de valor científico. Mientras
estábamos allí tuvo lugar una breve
visita guiada, en la cual la única
información que se daba ya aparecía
reseñada en pequeñas tarjetas que
acompañaban las obras expuestas.
Desde ahí, Reich se marchó al Dom
Herzena; yo fui más tarde, ya que pasé
primero por el Kameneva a buscar
entradas para ir a la noche a ver a
Tairov. La tarde con Asja, nuevamente
monótona. Reich consiguió que un
ucraniano del sanatorio le prestara un
abrigo de piel para el día siguiente.
Llegamos a tiempo al teatro. Daban El
deseo bajo los olmos, de O’Neill[85]. La
representación era muy mala, la
performance
de
Koonen[86]
particularmente decepcionante y carente
por completo de interés. Lo que sí
resultó interesante (aunque también
equivocado, como indicó Reich con
buen tino) fue la fragmentación de la
obra en diferentes escenas (filmización)
mediante la bajada del telón y el cambio
de iluminación. El ritmo era mucho más
rápido del que es habitual aquí, y el
dinamismo de los decorados hacía que
se viera todavía más acelerado. La
escenografía consistía de tres espacios
superpuestos: en la planta baja, una gran
sala con vista al exterior y con una
salida. En ciertas partes de la obra, las
paredes se levantaban en un ángulo de
180º, de forma tal que uno tenía la
visión de puertas para afuera. Había dos
habitaciones más en el primer piso, al
cual se llegaba a través de una escalera
que se encontraba separada de la vista
del público por unos listones. Era
fascinante seguir con la mirada las
subidas y bajadas de los personajes
detrás de ese enrejado. Del telón de
asbesto cuelgan seis apartados que
promocionan el programa de la semana
siguiente (el teatro cierra los lunes). A
pedido de Reich, pasé la noche en el
sofá, y prometí despertarlo por la
mañana.
31 de diciembre
Hoy Reich fue a visitar a Daga. Asja
llegó cerca de las diez (yo aún no estaba
listo) y fuimos a lo de su modista. Toda
esta excursión resultó insulsa y
deslucida. Comenzó con sus reproches:
que llevo a Reich de un lado para otro y
le generó cansancio. Después me
confesó que había estado furiosa
conmigo durante todo el día por la blusa
de seda que le había llevado. Se
desgarró la primera vez que se la puso.
Encima cometí la idiotez de decirle que
la había comprado en Wertheim[87] (una
mentira blanca y estúpida). Aparte, me
sentía aún menos capaz de decir nada
debido a que la permanente espera de
noticias de Berlín ya comenzaba a
afectarme. Finalmente nos sentamos
unos minutos en un café. Pero fue como
si no lo hubiéramos hecho. Asja no
pensaba en otra cosa que en volver a
tiempo al sanatorio. No tengo idea de
por qué en los últimos días desapareció
todo lo que había de vivo en los
momentos que compartimos y en las
miradas que intercambiamos. Pero mi
estado de inquietud me impide
disimularlo. Y para ser honestos, no me
siento capaz de prestarle la atención
exclusiva que Asja demanda si no hay
ningún estímulo o signo de amabilidad
de su parte. Ella tampoco se encuentra
bien, a causa de Daga: las noticias que
trajo Reich sobre ella no colaboraron
mucho que digamos con su tranquilidad.
Estoy considerando en limitar mis
visitas de la tarde. Estos días hasta
encuentro
opresiva
su
pequeña
habitación, en la que siempre hay no
menos de tres o cuatro personas, y el
número es aún mayor cuando la
compañera de habitación de Asja tiene
visita. Escucho hablar tanto ruso y no
entiendo nada, termino leyendo o
durmiendo. A la tarde le llevé tortas a
Asja. No hizo más que irritarse, estaba
con el peor humor posible. Reich había
llegado media hora antes (yo había
querido terminar de escribir una carta a
Hessel[88]), y lo que contó de Daga la
exaltó sobremanera. El ambiente
permaneció bastante sombrío durante
todo el rato que estuvimos juntos. Me fui
temprano al Teatro Meyerhold a sacar
entradas para ella y para mí, donde
aquella noche se representaba DayoshEuropa. Antes fui un momento al hotel
para informar que la obra comenzaba a
las ocho menos cuarto. Aproveché la
ocasión para ver si tenía correo: no
había llegado nada. Al mediodía, Reich
me había puesto en contacto con
Meyerhold, que me había prometido
entradas. Con enorme dificultad logré
llegar hasta donde estaba el asistente de
dirección para recogerlas. Para mí
sorpresa, Asja llegó puntual. Se había
vuelto a poner la bufanda amarilla. Su
cara tiene un brillo que asombra por
estos días. Cuando nos encontrábamos
delante de un póster, antes de que
empezara la obra, le dije: «La verdad es
que Reich es un tipo fabuloso». «¿?».
«Si esta noche hubiera tenido que
quedarme solo, me habría ahorcado a
causa de semejante tristeza». Pero ni
siquiera estas palabras sirvieron para
animar nuestra charla. La revista era
bastante interesante, y durante un
momento —ya no recuerdo en qué parte
de la obra fue— nos volvimos a sentir
más cercanos. Ya recuerdo. Fue en la
escena del «Café Riche», con la música
y los bailes apaches. «Hace ya quince
años —le dije a Asja— que este
romanticismo apache recorre toda
Europa, la gente sigue cayendo a sus
pies cada vez». En los descansos
hablamos con Meyerhold. En el segundo
de estos, le pidió a una señora que nos
acompañase al «museo», donde se
guardan las maquetas de sus decorados.
En él vi el excelente mobiliario de Le
cocu magnifique[89], los famosos
decorados de El profesor Bubus[90], con
su revestimiento de bambú (las cañas
acompañan la entrada y la salida en
escena de los actores, también lo hacen
en todas las partes importantes de la
obra, con golpes de diferente
intensidad), la proa de Rychi Kitai![91],
con el agua situada al frente del
escenario, y varias otras cosas. Me
hicieron firmar un registro de visitas. A
Asja le disgustó el tiroteo del último
acto. Durante el primer intervalo,
cuando
estábamos
buscando
a
Meyerhold (al que no encontramos hasta
el final de este), yo me adelanté un poco
al subir las escaleras. Entonces sentí en
el cuello la mano de Asja. La solapa de
mi saco se había dado vuelta y ella me
la estaba colocando en su lugar. Al
sentir aquel contacto, me di cuenta del
tiempo que había estado yo sin sentir el
roce amable de una mano. A las once y
media estábamos nuevamente en la
calle. Asja me reprochó no haber nada;
dijo que si lo hubiera hecho, ella habría
venido a casa a festejar la noche de Año
Nuevo conmigo. Propuse ir a un café,
pero no accedió. Ni tampoco aceptó la
posibilidad de que tal vez Reich hubiera
comprado comida. La acompañé a casa,
triste y taciturno. Esa noche la nieve
brillaba como las estrellas (en algún
momento de la noche vi cristales de
nieve sobre el abrigo de Asja, algo muy
poco probable en Alemania). Al llegar a
la puerta de su casa le pedí, más por
despecho y para tantearla que por un
sentimiento real, que me diera un último
beso antes de acabar el año. Pero no me
lo dio. Me di vuelta, ya casi era Año
Nuevo, y me fui solo, sí, pero no tan
triste. Después de todo, sabía que Asja
también estaba sola. Al llegar al hotel
escuché que una campana empezaba a
sonar. Me detuve un momento a
escucharla. Reich estaba decepcionado
al abrirme la puerta. Había comprado
muchas cosas: oporto, halva, salmón y
salchichas. Ahora me sentía mucho más
disgustado ante el hecho de que Asja no
volviera conmigo a casa. Pero
rápidamente una animada conversación
nos hizo pasar el rato. Y mientras yacía
en la cama, seguí comiendo en cantidad
y bebiendo unos buenos tragos de
oporto, tanto que, al final, ya sólo pude
mantener la conversación de una manera
mecánica y no con poco esfuerzo.
1 de enero
En las calles venden ramos de Año
Nuevo. Pasando por la Plaza Strasnoi vi
a alguien que en sus manos llevaba unas
varas muy largas con pimpollos de
papel (verdes, blancas, azules y rojas),
pegadas en la punta; cada rama era de un
color diferente. Me gustaría escribir
sobre las «flores» de Moscú,
refiriéndome no sólo a las heroicas
rosas de Navidad, sino también a las
inmensas malvas reales de las tulipas de
las lámparas que los vendedores
transportan con mucho orgullo por la
ciudad. También hay tartas con forma de
cornucopias de las que salen bombones
y pralinés envueltos en papel de
diversos colores. Tortas en forma de
lira. El «repostero» típico de la antigua
literatura
infantil
parece
haber
sobrevivido sólo en Móscú, pues en
ningún otro lugar se encuentran imágenes
hechas exclusivamente de azúcar hilada,
conos de caramelo con los que la lengua
se toma revancha del horrible frío.
También habría que mencionar a la
escarcha como fuente de inspiración; los
pañuelos de las campesinas, con sus
diseños tejidos con lana azul,
reproducen las rosetas de hielo de las
ventanas. El inventario de las calles es
inagotable. A través de los anteojos de
las ópticas divisé cómo de repente el
cielo se tiñe de color meridional al
anochecer. Y los anchos trineos,
divididos en tres casilleros para los
maníes, las avellanas y las semechki
(semillas de girasol que, por un decreto
del Soviet, ya no se pueden vender en
lugares públicos). Luego vi a un hombre
que vendía patinetas para muñecas. Y
por último, los cestos de basura de
aluminio: está prohibido tirar nada a la
calle. Algo más acerca de los carteles
de los negocios: hay algunos escritos en
alfabeto romano: café, tailleur. Todas
las cervecerías indican lo mismo:
Pivnaya, pintado sobre un fondo en el
que un verde descolorido en el borde
superior se desvanece paulatinamente en
un amarillo sucio. Muchos de los
carteles de los negocios dan hacia la
calle en ángulo recto. Permanecí en la
cama durante buena parte de la mañana
de Año Nuevo. Reich no se levantó
tarde. Debimos haber hablado por más
de dos horas, pero ya no recuerdo de
qué. Salimos hacia el mediodía. Al
encontrar cerrada la pequeña taberna en
la que solemos comer los días festivos,
fuimos al hotel Liverpool. Ese día hacía
muchísimo frío, a punto tal que me
costaba desplazarme. Conseguí un buen
lugar en la mesa, en la esquina, donde
tenía a mi derecha una ventana que daba
a un patio cubierto de nieve. Ya he
logrado no echar de menos la bebida en
la mesa. Pedimos el menú corto. Lástima
que lo sirviesen tan rápido, pues me
hubiera gustado quedarme un rato más
sentado en aquel lugar recubierto de
madera y con pocas mesas. En el
establecimiento no había ni una sola
mujer, hecho que encontré bastante
tranquilizador. Descubro cómo esa gran
necesidad de calma que ahora me invade
al
librarme
de
la
agonizante
dependencia de Asja encuentra fuentes
donde saciarse en todas partes. Y por
supuesto, comida y bebida por sobre
todas las cosas. Incluso la idea de mi
largo viaje de regreso ha adquirido un
efecto tranquilizador en mí (siempre y
cuando no empiece a preocuparme por
las cosas de casa, como me ha ocurrido
durante los últimos días), como también
lo hacen la idea de leer una novela
policial (algo que ya casi no hago, pero
que tengo en mente) y la partida diaria
de dominó en el sanatorio, que de vez en
cuando me ayuda a eliminar la tensión
que siento cuando estoy frente a Asja.
Partida que hoy, que yo recuerde, no
sucedió. Le pedí a Reich que me
comprara unas mandarinas que le quería
llevar a Asja. No tanto porque me las
hubiera pedido la noche anterior (en
aquel momento, incluso me había
negado) sino por tener una excusa que
me permitiera tomar un poco de aire en
medio de nuestra apresurada marcha a
través del frío. Pero Asja tomó la bolsa
(sobre la que, sin decírselo, yo había
escrito «Feliz Año Nuevo») a
regañadientes (y sin fijarse en la
inscripción). Por la noche, en casa,
escribiendo y hablando. Reich comenzó
a leer el libro sobre el Barroco.
2 de enero
Tuve un desayuno más que
abundante. Dado que no íbamos a
almorzar, Reich había comprado varias
cosas para comer. A la una estaba
pautada la presentación a la prensa, en
el Teatro de la Revolución, de la obra
de Illés, Atentado. Dejándose llevar por
error por la avidez sensacionalista del
público, le habían agregado el subtítulo
«Compre un revólver»[92], estropeando
así, desde el principio, el giro del final,
cuando un terrorista de la Guardia
Blanca que es descubierto por los
comunistas cuando está a punto de
perpetrar su atentado, intenta al menos
encajarles su revólver. La obra tiene una
escena muy efectista al estilo del Grand
Guignol y, también tiene grandes
ambiciones político-teóricas, ya que
intenta describir la desesperanza en la
que se halla sumida la pequeña
burguesía. Pero ningunas de estas
intenciones se veían plasmadas sobre el
escenario, la obra carecía de principios,
se percibía insegura y estaba repleta de
pequeños guiños al público. La
producción incluso tiró por la borda las
cartas ganadoras que le aseguraba el
sugestivo entorno en el que se
desarrollaba:
un
campo
de
concentración, un café y un cuartel en la
decadente, sucia y desolada Austria de
1919. Nunca había visto un espacio
escénico cuya disposición fuese tan
inconsistente: las entradas y salidas
perdían inevitablemente todo su efecto.
Se podía ver claramente en qué se
convierte el escenario de Meyerhold
cuando trata de hacerse cargo de él un
director incompetente. Las entradas se
habían agotado. En esta ocasión se
podía ver, incluso, algo parecido a
vestidos de gala. Hicieron salir a Illés al
escenario. Hacía mucho frío. Yo llevaba
puesto el abrigo de Reich, debido a que,
por razones de prestigio, él quería dar
una impresión respetable en el teatro. En
el intervalo nos presentaron a
Gorodetsky[93] y a su hija. Por la tarde,
en la habitación de Asja, me vi envuelto
en una interminable discusión política en
la que también participó Reich. El
ucraniano y la compañera de habitación
de Asja formaban causa común contra
ésta y Reich. El asunto fue, una vez más,
la oposición interna del Partido. Pero en
aquella discusión no fue posible llegar a
entendimiento alguno; mucho menos a un
acuerdo; los otros no se mostraron nada
comprensivos con la opinión de Asja y
de Reich respecto a la pérdida de
prestigio que supondría la salida del
Partido por parte de los opositores. No
fue hasta que me bajé a fumar un
cigarrillo con Reich que logré enterarme
de qué trataba realmente toda la
discusión. La conversación de cinco
personas hablando en ruso (también
estaba una amiga de la compañera de
habitación de Asja), de la cual estaba
excluido, me había vuelto a deprimir y a
agotar. Estaba decidido a marcharme si
continuaba. Pero cuando volvimos a
subir se decidió que jugaríamos al
dominó. Reich y yo jugamos contra Asja
y el ucraniano. Era el domingo siguiente
a Año Nuevo. Estaba de guardia la
enfermera «buena», por lo que nos
quedamos hasta después de la cena y
jugamos varias partidas muy reñidas.
Me sentía muy bien en ese momento; el
ucraniano había dicho que yo le caía
muy bien. Cuando finalmente nos
marchamos, paramos en la confitería
para tomar algo caliente. Una vez en
casa seguimos hablando largo rato
acerca de mi situación de escritor
independiente, al margen de cualquier
partido o profesión. Lo que Reich me
dijo era cierto; yo le hubiera respondido
lo mismo a cualquiera que hubiese
adherido a la postura que yo había
tomado. Y se lo manifesté abiertamente.
3 de enero
Salimos temprano de casa para ir a
la fábrica donde trabaja la casera de
Reich. Había mucho que ver; nos
quedamos allí unas dos horas.
Comenzaré con el rincón de Lenin. Una
salón pintado con cal blanca, con la
pared del fondo en rojo y, colgando del
techo, una borla roja con flecos dorados.
A la izquierda, sobre este fondo rojo,
está el busto de yeso de Lenin: tan
blanco como la cal de las paredes. Una
correa de transmisión se introduce en
esta primera sala, proveniente de la sala
contigua, en la cual se fabrica el
espumillón. Los engranajes y las correas
de cuero se deslizan por un agujero
hecho en la pared. En las paredes hay
carteles propagandísticos y retratos de
revolucionarios
famosos,
o
estenografías que resumen la historia del
proletariado
ruso.
Al
período
comprendido entre 1905 y 1907 se lo
representa al estilo de una gigantesca
tarjeta postal, en la que se muestran,
superpuestas, las luchas en las
barricadas, las celdas de las cárceles, la
revuelta de los ferroviarios y el
«Domingo negro» frente al Palacio de
Invierno. Muchos de los carteles
condenan el alcoholismo. El mural de
novedades también se ocupa de este
tema. Este mural debería actualizar mes
a mes, según lo programado, pero en
realidad su periodicidad es algo más
amplia. En general, su estilo se asemeja
a las coloreadas revistas de cómics para
chicos: con imágenes y texto en prosa
que se mezclan con un poco de poesía,
todo distribuido de una forma muy
variada. Pero, por sobre todas las cosas,
el mural de novedades sirve para
informar sobre los sucesos diarios de la
gente que confluye en esta fábrica. De
ahí
que,
además
de
registrar
satíricamente
diferentes
sucesos
escandalosos,
presente
también
estadísticas ilustradas del progreso
educacional que tuvo lugar en el último
tiempo. Otros carteles en la pared tratan
el tema higiene: aconsejan la utilización
de gasas contra las moscas y señalan las
ventajas del consumo de leche. En la
fábrica trabajan (en tres turnos) cerca de
150 personas. Los principales productos
son cintas elásticas, carreteles de hilo
de coser, cordones, cuerdas plateadas y
adornos navideños. Es la única fábrica
de Moscú de tales características. Pero
su estructura no es tanto el resultado de
una organización «vertical» sino más
bien evidencia de los niveles primitivos
en lo que se refiere a especialización
industrial. Separados por unos pocos
metros, y en una misma sala, uno puede
observar aquí un mismo proceso de
trabajo
realizado
mecánica
y
manualmente. A la derecha, una máquina
enrolla hilos larguísimos en pequeños
carreteles, a la izquierda, la mano de
una obrera hace girar una gran rueda de
madera: dos formas distintas de realizar
la misma tarea. Entre los obreros son
mayoría las mujeres campesinas, y muy
pocas son miembros del Partido. No
llevan uniforme ni delantales de trabajo,
y están sentadas en sus lugares como si
estuviesen realizando algún trabajo
doméstico. De un modo casi maternal,
con la cabeza inclinada y el pelo
recogido por un pañuelo de lana, se
encuentran plácidamente enfrascadas en
sus tareas. Se hallan rodeadas de pósters
que advierten sobre los horrores del
trabajo mecánico. En ellos se ve a un
obrero en el momento en que su brazo
queda atrapado entre los dientes de un
engranaje; otro con la rodilla atrapada
entre dos pistones; un tercero que
provoca un cortocircuito al presionar el
interruptor equivocado por culpa de su
estado de embriaguez. La fabricación de
los adornos navideños más finos se hace
en su totalidad de manera artesanal. En
un taller con mucha luz hay tres mujeres.
Una de ellas corta hilos plateados en
tiras pequeñas, arma un paquete con
ellas y las ata con un alambre que va
devanando lentamente de un carretel. El
alambre pasa por sus dientes como si
estos tuviesen una ranura. Luego dispone
estos paquetes brillantes de manera tal
que forman una estrella, y se los pasa a
una compañera que le pega encima una
mariposa, un pájaro o un Papá Noel de
papel. En otro de los rincones de la sala
se encuentra una mujer que fabrica,
mediante un proceso similar, estrellas de
espumillón, a razón de una por minuto.
Al inclinarme para observarla mientras
giraba la rueda, ella no puede contener
la risa. En otro lugar se fabrican ribetes
plateados, producto destinado a las
regiones exóticas de Rusia; son
utilizados para turbantes persas.
(Escaleras abajo, la elaboración del
espumillón: un hombre trabajando el
alambre con piedra de afilar. Los trozos
de alambre quedan reducidos a unas dos
o tres centésimas partes de su espesor y
luego se recubren con plata o con algún
otro color metálico. Acto seguido, los
transportan al piso superior del edificio,
donde se secan a alta temperatura).
Luego pasé por la bolsa de trabajo.
Cerca del mediodía se instalan en la
entrada puestos de comida en los que
venden panqueques y rodajas de
salchichas fritas. Desde la fábrica nos
fuimos
a
ver
a
Gnedin[94].
Indudablemente, ya no tiene el mismo
aspecto juvenil de hace dos años,
cuando lo conocí aquella noche en la
embajada rusa. Pero sigue siendo una
persona inteligente y simpática. Fui
sumamente cuidadoso al responder sus
preguntas. No sólo porque la gente aquí
suele ser muy susceptible ni porque
Gnedin en particular es muy afecto a las
ideas comunistas, sino porque la única
forma de ser tomado en serio como
interlocutor aquí es si uno evalúa con el
peso de cada palabra con sumo cuidado.
Gnedin es el encargado de la cancillería
para Europa Central. Se dice que su
notable carrera (ya ha rechazado
oportunidades de mejoras), se encuentra
relacionada con el hecho de ser hijo de
P. Lo que más me elogió fue que yo
destacara la imposibilidad de una
comparación en detalle de las
condiciones de vida rusas con las de
Europa Occidental. Fui a la Petrovka a
solicitar una extensión de seis semanas
de mi permiso de estadía. Por la tarde,
Reich quiso ir a ver a Asja sin mi
compañía, por lo cual me quedé en casa;
comí algo y escribí. Reich llegó cerca
de las siete. Fuimos juntos al Teatro
Meyerhold, donde nos encontramos con
Asja. El evento principal de la noche
iba a ser el discurso que Reich, a pedido
de Asja, pronunciaría durante el debate,
al menos eso opinaban ambos. Pero la
cosa resultó ser diferente. De cualquier
modo, él esperó más de dos horas en el
podio con el grupo de los otros
participantes. Sentados en una larga
mesa verde se encontraban Lunacharsky,
Pelche, el director del departamento
artístico del Glav-Polit-Prosvet como
moderador, Mayakovsky, Andre Biely,
Levidov y varios más[95]. En la primera
fila de butacas, el propio Meyerhold.
Asja salió en el descanso y yo la
acompañé parte de su trayecto, ya que
estando solo no podía comprender de
qué estaban hablando. Cuando volví
estaba hablando con gran fervor
demagógico un orador de la oposición,
quien, a pesar de que estaban en la sala
la mayoría de los adversarios de
Meyerhold, no logró ganarse al público.
Y
cuando
finalmente
intervino
Meyerhold, fue acogido por una
calurosa ovación. Para su propio
infortunio, éste se dejó llevar
enteramente por su temperamento
locuaz, evidenciado en una impronta de
rencor que repugnó a todos. Cuando
finalmente acusó a uno de sus críticos de
haberlo atacado únicamente por las
diferencias que, como antiguo empleado
suyo, había tenido con su jefe, el
contacto con la audiencia desapareció
por completo. Cuando recurrió a sus
archivos para intentar justificar algunos
de los aspectos criticados de su
producción, era demasiado tarde. Ya
eran muchos los que se habían marchado
durante su discurso, y el propio Reich
comprendió que ahora sería ya
imposible intervenir, por lo que se vino
a mi lado antes de que Meyerhold
finalizara. Una vez que lo hizo, los
aplausos fueron mínimos. Ya que no
había mucho más por ver, ni nada nuevo,
decidimos irnos en lugar de esperar la
continuación del debate.
Tumba de Lenin, en las afueras del Kremlin.
4 de enero
Mi cita con Kogan tenía fecha de
hoy. Pero Nieman me llamó por la
mañana para decirme que tenía que ir al
Instituto a la una y media, ya que
organizaban una visita al Kremlin. La
mañana la pasé en casa. En el Instituto
nos juntamos cinco o seis personas; al
parecer, todos ingleses menos yo.
Fuimos al Kremlin a pie, guiados por un
señor más bien desagradable. El paso
era acelerado y me costó muchísimo
seguirles el ritmo; al final, el grupo tuvo
que esperarme a la entrada del Kremlin.
Lo primero que llama la atención dentro
del recinto es el aspecto excesivamente
cuidado de los edificios del Gobierno.
Para mí es sólo comparable a la
impresión
que
producen
esas
construcciones símiles a los libros de
cuentos que se dejan ver en el
Principado de Mónaco, donde el
privilegio de los residentes pasa por la
cercanía de sus casas con la de sus
gobernantes. Se le asemeja hasta en los
colores claros que ilustran sus fachadas,
pintadas de blanco o de amarillo crema.
Pero mientras allí todo se ve implicado
en un juego de luces y de sombras, lo
que aquí domina es la claridad uniforme
de un campo de nieve en el que la
composición de colores es indiferente.
Más tarde, cuando la luz comenzó a
menguar,
este
campo
pareció
ensancharse todavía más. Apenas
pasando las ventanas brillantes de los
edificios administrativos, las torres y las
cúpulas se alzan al cielo de la noche
como monumentos derrotados que hacen
guardia ante las puertas de los
vencedores. La oscuridad se ve
atravesada por los haces de luz de los
faros de los coches. Esta luz espanta a
los caballos de los soldados de
caballería, que tienen en el Kremlin un
gran campo de entrenamiento. Los
peatones han de abrirse paso con
esfuerzo por entre los coches y los
caballos. Hay largas hileras de trineos
retirando la nieve; también algún que
otro jinete. Sobre la nieve se han posado
silenciosas bandadas de cuervos. Los
guardias custodian las puertas del
Kremlin en medio de esa luz cegadora,
ataviados con sus osadas pieles de color
ocre. Sobre ellos destaca la luz roja que
regula el tráfico de la entrada. Todos los
colores de Moscú convergen como un
prisma hacia aquí, centro del poder
ruso. El club de los soldados del
Ejercito Rojo da a este campo. Entramos
en él antes de abandonar el Kremlin. Sus
salas son limpias y claras, y parecen
más sencillas y austeras que las de otros
clubes. En la sala de lectura hay muchas
mesas de ajedrez. Gracias a Lenin, quien
también lo practicaba, el ajedrez fue
fomentado de manera oficial en Rusia.
En la pared hay un mapa-relieve de
Europa, con un contorno esquematizado
de manera simplista. Al girar una
manivela que hay junto a él, van
iluminándose, uno tras otro, y por orden
cronológico, los lugares de Rusia y del
resto del continente en los que vivió
Lenin. Pero el aparato estaba estropeado
y siempre se iluminaban varios lugares a
la vez. El club tiene una biblioteca en la
que se pueden sacar libros a préstamo.
Me maravilló un anuncio en el que se
explicaba con palabras y con bonitos
dibujos de colores de cuántas maneras
se puede evitar que un libro se
deteriore. La visita estuvo mal
organizada. Cuándo llegamos al
Kremlin, ya eran cerca de las dos y
media, y al entrar por fin en las iglesias,
después de haber visitado la
Oruscheinaya Palata[96], la oscuridad en
su interior era tal que ya no se podía
distinguir nada. Aunque debido a que
sus diminutas ventanas están tan altas, de
cualquier modo se necesita de
iluminación
interior
adicional.
Visitamos dos catedrales: la del
Arcángel y la de Uspensky. Esta última
es el templo donde se coronaba a los
zares. El poder de estos debió de estar
representado en su máxima expresión en
sus numerosas aunque pequeñísimas
salas. La tensión que esto daría a las
ceremonias es algo difícil de imaginar
hoy en día. Aquí, en las iglesias, el
tedioso guía se retiró, y unos viejos y
simpáticos custodios fueron iluminando
lentamente las paredes con velas.
Lamentablemente, no había mucho para
ver. La gran cantidad de imágenes, todas
ellas a simple vista idénticas, tampoco
le dicen nada a quien no es ducho en
esto. De cualquier modo, la claridad aún
bastaba para ver el exterior de las
maravillosas iglesias. Recuerdo, en
particular, una galería vecina al Gran
Palacio del Kremlin, cubierta en un gran
número por los colores brillantes de las
pequeñas cúpulas; creo que en ella se
encontraban los aposentos de las
princesas. En otro tiempo, el Kremlin
fue un bosque: el nombre de la más
antigua de sus capillas es «Iglesia del
Redentor del Bosque»[97]. Más tarde se
convirtió en un bosque de iglesias y,
pese a que los últimos zares talaron para
hacer sitio a nuevas construcciones
desprovistas de interés, aún quedó más
que suficiente lugar para crear un
laberinto de iglesias. También aquí hay
numerosas imágenes de santos que
montan guardia en las fachadas, desde
las cornisas más elevadas, mirando
hacia abajo como pájaros que
encontraron refugio bajo el tejado. Sus
cabezas, inclinadas como retortas
químicas,
expresan
congoja.
Desgraciadamente, la mayor parte de la
tarde se dedicó a las grandes
colecciones de la Oruscheinaya Palata.
Su esplendor es deslumbrante, pero sólo
sirven para distraer, cuando lo que uno
desearía es concentrar todas sus
energías en la magnífica topografía y en
la arquitectura misma del Kremlin. Es
fácil que permanezca inadvertida una de
las causas fundamentales de su belleza:
no hay un solo monumento en toda su
extensión. En Europa, en cambio, apenas
existe plaza alguna que no haya sido
profanada y vulnerada en su estructura
más íntima, a lo largo del siglo XIX, con
algún monumento. De las colecciones
me llamó especialmente la atención un
carruaje, regalo que el príncipe
Rasumofsky[98] le había hecho a una de
las hijas de Pedro el Grande. Su
ampulosa y ondulante ornamentación
podría marear al cualquiera sin
necesidad de moverse, antes siquiera de
imaginarse su balanceo por carretera, y
si uno se entera además de que fue
enviada desde Francia por mar, el
malestar ya es completo. Toda esta
riqueza se adquirió de una forma que ya
no tiene futuro: no sólo ha muerto su
estilo, sino también la manera misma de
adquirirla. Deben de haber sido un peso
para sus últimos propietarios y es bien
imaginable que la sensación de disponer
de todo ello pudiera volverlos casi
locos. Pero ahora, en la entrada a estas
colecciones se ha colgado un retrato de
Lenin de la misma manera que unos
paganos conversos habrían podido
colocar una cruz en el lugar donde antes
se ofrecían sacrificios a los dioses. El
resto del día fue bastante desafortunado.
Ya no quedaba tiempo para comer, eran
cerca de las cuatro cuando salí del
Kremlin. A pesar de ello, cuando fui a
ver a Asja, todavía no había vuelto de la
modista. Sólo estaban Reich y la
siempre presente compañera de
habitación de Asja. Pero Reich no podía
esperar más, y poco después apareció
Asja.
Desgraciadamente,
la
conversación fue a parar luego al libro
sobre el Barroco, y ella hizo los
comentarios de siempre. Después le leí
un poco de Calle de sentido único. Por
la noche nos habían invitado a casa de
Gorodinsky (¿?). Pero, al igual que en
casa de Granovsky, también aquí nos
perdimos la cena. Pues antes de salir
vino Asja para cruzar algunas palabras
más Reich, y cuando llegamos al lugar
en cuestión, con una hora de retraso,
sólo encontramos a la hija. Esa noche
fue imposible hacer algo con Reich.
Anduvimos vagando por un rato en
busca de un restaurante en el que yo
pudiera comer algo, pero primero
caímos en un establecimiento sumamente
primitivo, con tabiques de madera
áspera, y al final terminamos entrando
en una desagradable pivnaya cerca de la
Lubianka, donde nos sirvieron una
comida muy mala. Luego, media hora en
casa de Illés (él no estaba pero su mujer
nos contentó con un té excelente), y
luego de regreso a casa. Me habría
gustado ir al cine con Reich a ver la La
sexta parte del mundo, pero se
encontraba muy cansado.
Imágenes del mercado del parque Sukharev.
5 de enero
Moscú es la más silenciosa de todas
las grandes ciudades y cuando está
nevada, la sensación se duplica. El
instrumento principal de las orquestas
callejeras, la bocina de los coches, es
poco común que se escuche por aquí; los
automóviles son pocos. Asimismo,
comparado con otros centros, hay muy
pocos periódicos; de hecho, sólo un
tabloide, que es el único vespertino y
que está en la calle a diario cerca de las
tres. Por último, los gritos de los
vendedores ambulantes son aquí
bastante apagados. La venta callejera es
ilegal en su mayoría y por tal motivo
trata de pasar inadvertida. Para dirigirse
a los transeúntes los vendedores se
sirven menos de gritos que de palabras
medidas, casi susurradas, en las cuales
subyace un residuo del tono suplicante
de los mendigos. Sólo hay un grupo que
pasa haciendo ruido por las calles: el de
los cirujas, con sus bolsas colgadas
sobre sus espaldas; su llanto
melancólico recorre todas las calles de
Moscú una o varias veces por semana.
Ocurre algo curioso con estas calles: la
aldea rusa juega en ellas a las
escondidas.
Cuando uno atraviesa cualquiera de
los grandes portones —a menudo
disponen de rejas forjadas en hierro,
pero no me he topado ninguno que
estuviera cerrado—, se encuentra en la
entrada de un asentamiento poblado que
ocupa tal extensión que parece como si
el espacio de esta ciudad no costara
nada. Se aparece así ante uno una
estancia o una aldea. El suelo es
desparejo; se ve a niños en trineo,
quitando la nieve con palas; los rincones
están llenos de cobertizos para la leña,
las herramientas o el carbón; los árboles
crecen por todas partes; las casas, que
de frente lucen un estilo muy urbano,
adquieren cierto aire de casa de campo
gracias a las escaleras u otras
construcciones primitivas hechas de
madera adosadas a sus lados laterales o
a la parte trasera. De este modo, la calle
se prolonga en una dimensión
paisajística De hecho, no hay lugar de
Moscú que se parezca a la ciudad que
es, sino, más bien, a su periferia. El
suelo húmedo, los puestos de madera,
los transportes de materias primas, el
ganado camino al matadero y los viejos
antros son figuras que se repiten a lo
largo de los lugares más céntricos de la
ciudad. Esto es algo que vi con claridad
hoy mientras recorría la Sukharevskaya.
Quería ver el famoso Parque Sukharev
que, con sus más de cien puestos, es
descendiente de una antigua feria muy
importante. Entré en él desde el barrio
de los chatarreros, ubicado justo al lado
de la iglesia (la catedral de San
Nicolás) cuyas cúpulas azules se alzan
por encima del mercado. Aquí, la gente
se limita a dejar su mercancía sobre la
nieve.
Hay cerraduras viejas, cintas
métricas, herramientas de mano,
utensilios
de
cocina,
artefactos
eléctricos y muchas cosas más. En el
mismo lugar se realizan también
reparaciones; vi cómo soldaban algo
con un soplete. No hay asientos por
ninguna parte; todo el mundo está
parado, ya sea contándose chismes o
comerciando. El mercado baja hasta la
Sukharevskaya. Al avanzar por los
numerosos pasillos que forman los
puestos, vi con claridad cómo la
disposición interna del mercado es fiel
réplica de gran parte de las calles de
Moscú. Hay distritos de relojeros y de
venta de ropa, centros de artefactos
eléctricos y de partes de máquinas, y
luego tramos de calle donde no se
encuentra ni un solo puesto. Aquí, en el
mercado, la función arquitectónica de la
mercadería se percibe con facilidad: los
pañuelos y las telas forman columnas;
los zapatos y las valenki cuelgan sobre
los mostradores y, sujetados por sus
cordones, forman el techo de los
puestos; enormes acordeones crean
paredes de sonido, como si se tratara de
las murallas de Memnón. Fue aquí, en la
zona de los bazares de juguetes, donde
finalmente encontré un samovar para el
árbol de Navidad. Fue aquí también la
primera vez que vi en Moscú puestos
vendiendo imágenes de santos. Están en
su mayoría cubiertas por aluminio,
selladas por los pliegues del manto de la
Virgen, como marca el estilo tradicional.
Las únicas superficies coloridas son la
cabeza y las manos. También hay cajitas
de cristal en las que se puede ver la
cabeza de San José (¿?) decorada con
brillantes flores de papel. Aparecen
estas mismas flores, formando grandes
ramos, a cielo abierto. La nieve las hace
brillar mucho más que a las mantas de
colores o a la carne cruda.
Pero, dado que esta rama de
negocios pertenece al comercio del
papel y de las pinturas, los puestos de
venta de imágenes de santos se
encuentran situados junto a los puestos
de papelería, por lo que siempre
aparecen secundados por retratos de
Lenin, casi como prisioneros escoltados
por sus guardias. Rosas navideñas
también por aquí. Al no tener un lugar
propio, pueden aparecer rodeadas de
productos comestibles, de vajilla o de
elementos textiles. Pero ellas lo eclipsan
todo: ya sea carne cruda, mantas de
colores o platos relucientes. Al llegar a
la Sukharevskaya, el mercado se angosta
hasta quedar reducido a un pasillo
angosto entre paredes. Allí hay niños
que venden artículos para el consumo
hogareño, cosas como cubiertos, toallas,
etc.; vi a dos de ellos de pie, cantando
junto al muro. En ese lugar me crucé por
primera vez desde Nápoles a alguien
que vendía objetos para hacer trucos de
magia. Tenía frente a sí una botellita en
cuyo interior se hallaba sentado un mono
de trapo bien grande. No se entendía
cómo había podido meterlo allí. En
realidad, sólo había que introducir en la
botella un animalito de trapo como los
que vendía aquel hombre, y el agua lo
haría crecer. Un napolitano solía vender
ramos de flores del mismo tipo. Caminé
un rato por la Sadovaya, y luego, cerca
de las doce y media, fui a ver a
Basseches. Tenía mucho por decir,
algunas cosas ciertamente instructivas,
pero sus constantes repeticiones y las
sugerencias irrelevantes lo único que
hacen es resaltar su afán de
reconocimiento. Pero no deja de ser
alguien amable y la información que
comparte conmigo me es de enorme
utilidad, como también lo son revistas
alemanas que me presta y su
ofrecimiento de proporcionarme una
secretaria. Por la tarde no fui de
inmediato a ver a Asja: Reich quería
hablar con ella a solas y me pidió que
fuera recién a las cinco y media. En los
últimos tiempos, apenas si pude
intercambiar alguna palabra con Asja.
En primer lugar, porque su estado de
salud
había
vuelto
empeorar
considerablemente. Está con fiebre.
Aunque esa circunstancia tal vez la
hubiera podido predisponer a una charla
tranquila, si no fuese porque además de
la discreta compañía de Reich contamos
también con la presencia paralizadora
de su compañera de habitación que,
además de hablar con voz muy fuerte y
acalorada y de dominar todas las
conversaciones, como si fuera poco,
entiende tanto alemán que absorbe toda
la energía que pudiera quedarme. En uno
de los pocos momentos en que nos
quedamos a solas, Asja me preguntó si
alguna vez regresaría a Rusia. Yo le dije
que no lo haría sin conocimientos de
ruso. E incluso dependía también de
algunas otras cosas: de la plata, de mi
estado de salud, de sus cartas. Éstas
dependerían —dijo ella, evasiva,
aunque bien sé cuán evasiva puede ser
con gran frecuencia— a su vez, de cómo
se encontrase ella. Me fui y regresé con
las mandarinas y el halva que me había
pedido, y que le entregué abajo a la
enfermera. Reich me solicitó la
habitación para pasar la noche
trabajando con su traductora. No pude
decidirme a ir solo a ver Den’i Noch’
[99], de Tairov Fui a ver La sexta parte
del mundo (en el cine del Arbat), pero
hubo muchas partes que se me
escaparon.
6 de enero
La tarde anterior le había enviado un
telegrama a Dora para felicitarla por su
cumpleaños. Luego subí por la
Myasnitskaya hasta llegar a la Puerta
Roja, donde a continuación doblé por
una de las amplias calles laterales que
allí nacen. Durante este paseo, cuando
ya había anochecido, descubrí el paisaje
que forman los patios de Moscú. Hacía
un mes que estaba en Moscú. El día
transcurrió sin sucesos dignos de
mención. Mientras desayunábamos en la
confitería, lugar que muy probablemente
recordaré a menudo, Reich me dio su
análisis del contenido de la cartelera de
cine que le había llevado la noche
anterior. Luego fui a dictar a casa de
Basseches. Puso a mi disposición a una
mecanógrafa bonita y simpática, y muy
competente. Pero cuyos honorarios son
de tres rublos la hora. Todavía ignoro si
podré afrontar ese gasto o no. Después
del dictado, Basseches me acompañó al
Dom Herzena. Comimos los tres juntos.
Ni bien terminó de comer, Reich se fue a
ver a Asja. Yo me quedé un rato con
Basseches,
e
incluso
conseguí
convencerlo para que fuéramos a ver
Shtorm[100]
la
noche
siguiente.
Finalmente me terminó acompañando
hasta el sanatorio. El panorama que me
encontré al subir era desolador. Todo el
mundo se abalanzó sobre las revistas
alemanas que yo tuve la imprudencia de
llevar hasta allí. Por último, Asja fue
clara con sus intenciones de ir a la
modista, y Reich anunció que la
acompañaría. Yo le dije «adiós» a Asja
a través de la puerta y me eché a rodar
hacia casa. Mi esperanza de verla
aparecer a la noche en mi habitación no
tuvo su eco en la realidad.
7 de enero
El capitalismo de Estado ha
conservado en Rusia muchos de los
rasgos de la etapa inflacionaria. Sobre
todo, la inseguridad jurídica en asuntos
domésticos. Por un lado, se autorizó la
NEP; por otro, sólo tiene validez cuando
hay interés estatal de por medio.
Cualquier
«hombre-NEP»
puede
convertirse, de un día para el otro, en
víctima de un cambio radical de la
política económica e, incluso, del
capricho propagandístico de turno. No
obstante, en algunas manos se acumulan,
visto desde la óptica rusa, increíbles
fortunas. He oído hablar de gente que
tiene que pagar más de tres millones de
rublos de impuestos. Estos ciudadanos
son la contraparte del heroísmo del
comunismo de guerra, el suyo es un
heroísmo de «hombres-Nep». En la
mayoría de los casos se ven abocados a
seguir estos derroteros con total
independencia de sus propios planes.
Pues la característica distintiva de la
época de la NEP en lo que se refiere al
comercio interior es justamente la
limitación de la inversión estatal a los
artículos de estricta necesidad. Esto da
lugar a una coyuntura muy favorable
para el desarrollo de los negocios del
«hombre-Nep». Otro de los rasgos de la
era inflacionaria son también los vales,
el único medio para adquirir muchos
productos en los almacenes estatales; de
ahí el origen de las largas colas que se
forman. La moneda es estable pero el
papel sigue ocupando un espacio muy
importante en la vida económica, dado
que los precios de muchos de estos
productos aparecen en la forma de estos
vales. Incluso la actitud indiferente para
con la vestimenta es algo que sucedió en
Europa Occidental sólo bajo el signo de
la inflación. Hay que reconocer que la
convención que indica que no importa
cómo uno se viste comienza a darse
vuelta. Lo que alguna vez fue uniforme
de la clase dominante, amenaza con
convertirse en el símbolo de los más
débiles. En los teatros, los primeros
vestidos de gala comienzan a asomar
tímidamente, como la paloma de Noé
después del diluvio. Pero el aspecto de
la gente aún permanece bastante
homogéneo, de aspecto proletario. Al
parecer, ha desaparecido por completo
la costumbre europea occidental de
cubrirse la cabeza, ya no se ven
sombreros rígidos ni flexibles. Lo que
predomina son los gorros rusos de piel o
las gorras deportivas, utilizadas también
por algunas jóvenes en variantes tan
atractivas como provocativas (con unas
viseras muy grandes). En general, la
gente no suele sacárselos en público. Ni
se ve tan a menudo como antes el saludo
formal levantando el sombrero. En
cuanto al resto de la indumentaria,
predomina ya la variedad oriental. Tanto
en hombres como en mujeres se observa
una mezcolanza de camisetas de piel,
camperas de cuero y de terciopelo,
elegancia cosmopolita y trajes aldeanos.
De vez en cuando, como ocurre también
en otras grandes ciudades, aparece
alguna mujer vistiendo el traje nacional
campesino. Este día me quedé la mayor
parte de la mañana en casa. Luego fui a
ver a Kogan, el presidente de la
Academia. No me sorprendió su
comportamiento incoherente; todo el
mundo me había advertido de ello. Fui
al Kameneva a buscar entradas para el
teatro. Durante la interminable espera
me dediqué a hojear un libro sobre los
pósters de la Revolución Rusa, con
numerosas y excelentes ilustraciones,
algunas en color. Me llamó la atención
el hecho de que por muy efectivos que
resulten estos pósters, no hay nada en
ellos que no pueda extrapolarse
fácilmente de los elementos estilísticos
del arte decorativo burgués y no
precisamente de uno muy elaborado. No
encontré a Reich en el Dom Herzena.
Fui a lo de Asja y estuve a solas con
ella al principio. O estaba muy decaída,
o sólo lo fingía para evitar tener una
conversación conmigo. Luego apareció
Reich. Yo me marché para arreglar con
Basseches nuestra salida al teatro y al
no poder localizarlo por teléfono tuve
que ir a su casa. Pasé toda la tarde con
dolor de cabeza. Después fuimos con su
novia, una cantante de opereta, a ver
Shtorm. La novia parecía muy tímida y,
además, no se encontraba bien, por lo
que volvió a su casa una vez finalizada
la obra. Shtorm expone situaciones del
comunismo de guerra agrupadas en torno
a una epidemia de tifus desatada en el
campo. Basseches tuvo la atención de
traducirme todo y la interpretación fue
mejor de lo habitual, de modo que le
saqué un gran provecho a la velada. La
obra carece de trama, algo que, según
palabras de Reich, sucede con todas las
obras rusas. A mi parecer, tenía el
interés informativo de una buena
crónica; interés que, sin embargo, no es
de índole dramático. Hacia la
medianoche fui a cenar con Basseches al
kruzhok[101] de la Tverskaya. Pero como
era día de celebración navideña según
el antiguo calendario, el club no estaba
demasiado animado. La comida fue
excelente. El vodka estaba saborizado
con una esencia de hierbas aromáticas
que le daba un color amarillo y lo hacía
mucho más fácil de beber. Conversamos
sobre el proyecto de escribir un informe
sobre arte y cultura franceses para que
sea publicado en los periódicos rusos.
8 de enero
Por la mañana fui a cambiar plata y
luego a dictar. La reseña sobre el debate
en el Teatro Meyerhold creo que me
salió más o menos bien; en cambio no
logré avanzar con mi informe sobre
Moscú para el Diario. Por la mañana
temprano había discutido con Reich por
haber ido al Dom Herzena con
Basseches (algo que había hecho casi
sin pensar). Me volvió a aleccionar
sobre lo cuidadoso que hay que ser por
aquí. Este es uno de los síntomas más
evidentes de la fuerte politización de la
vida. Fue un alivio no encontrarme a
Basseches en la embajada cuando fui a
dictar, él todavía estaba en la cama.
Para no tener que ir al Dom Herzena, me
compré caviar y jamón y comí en casa.
Cuando llegué a lo de Asja, cerca de las
cuatro y media, Reich todavía no había
llegado, lo haría recién una hora más
tarde. Al llegar me contó que de camino
al sanatorio había sufrido otro ataque
cardíaco. La salud de Asja había
empeorado y estaba tan perdida que
apenas si se percató de la tardía llegada
de Reich. Luego volvió a levantar
temperatura.
Su
compañera
de
habitación, a quien a esta altura
encuentro insoportable, estuvo presente
durante todo el rato y también tuvo una
visita. A decir verdad, ella es una
persona amigable, lo único que me
molesta es que esté todo el tiempo
encima de Asja. Le estuve leyendo a
Asja el esbozo del Diario, sobre el cual
hizo algunas observaciones muy
acertadas. A lo largo de la conversación
se dejó entrever cierto tono amable.
Luego estuvimos jugando al dominó en
su habitación. Llegó Reich y seguimos
jugando los cuatro. Reich tenía reunión
por la noche. Hacia las siete tomamos un
café en la confitería de siempre, luego
me fui a casa. Cada vez veo con más
claridad cuan necesario será armar una
sólida estructura para mis futuros
trabajos. La traducción está obviamente
exenta de esa posibilidad. La
construcción de esa solidez depende
ante todo de una toma de postura. Lo
único que me detiene a la hora de
afiliarme al Partido Comunista Alemán
son las opiniones ajenas. Parece ser éste
el momento indicado y tal vez sea
peligroso dejarlo pasar. Precisamente,
el hecho de que mi pertenencia al
Partido sea, posiblemente, apenas un
simple episodio hace que no sea
aconsejable seguir posponiéndolo.
Sobrevuelan por todos lados las
opiniones externas que me obligan a
preguntarme si no podría yo consolidar,
tanto en la práctico como en lo
económico, mediante un trabajo
exhaustivo, una posición de izquierdista
por fuera del partido que me siguiera
garantizando la posibilidad de una
producción más amplia dentro del que
hasta ahora ha sido mi ámbito de
trabajo. La cuestión es si esta
producción puede avanzar a un nuevo
estadio sin provocar una ruptura. Y si
así sucediera, la «estructura» debería
estar avalada por una coyuntura externa
que la sustente, como por ejemplo un
empleo editorial. Sea como fuere, la
etapa venidera parece diferenciarse de
las anteriores en que empieza a estar
menos condicionada por lo erótico.
Observar la relación de Reich y Asja me
ayudó a tomar conciencia de todo esto.
Me doy cuenta de que Reich se muestra
más firme frente a la inestabilidad de
Asja y rara vez se altera (o al menos eso
parece) ante ciertos comportamientos
suyos que a mí me enfermarían. Incluso
si su tranquilidad fuese sólo aparente,
sería mucho decir. Todo esto se lo debe
a la «estructura» que encontró aquí para
su trabajo. A los contactos reales
pertenecientes a su ámbito laboral se
suma el hecho de que aquí él forma parte
de
la
clase
dominante.
Esa
transformación total de la estructura del
poder es, en definitiva, lo que hace que
la vida aquí sea tan extraordinariamente
rica en contenido. Está tan aislada, tan
llena
de
acontecimientos,
tan
empobrecida y, al mismo tiempo, tan
llena de posibilidades como la vida de
los buscadores de oro de Klondike. La
búsqueda del poder está presente desde
la primera hora del día hasta la última
de la noche. Todas las posibilidades
combinatorias en la existencia de los
intelectuales de Europa Occidental son
extremadamente pobres comparadas con
las innumerables constelaciones con que
se encuentra aquí un solo individuo a lo
largo de un mes. Hay que reconocer que
esto puede derivar en una especie de
estado de embriaguez que hace que sea
imposible concebir una vida sin
reuniones
y
comités,
debates,
resoluciones y votaciones (todas estas
son pequeñas guerras o, por lo menos,
maniobras de la ambición del poder).
Pero es este el objetivo preciso[102] que
insta de manera tan categórica a tomar
postura, que plantea el dilema de saber
hasta qué punto se está dispuesto a
permanecer en el papel de espectador
— tan hostil y tan expuesto, tan
incómodo e indefenso— o bien a
aceptar un papel protagónico sobre el
caldeado escenario.
9 de enero
Sigo considerando mi ingreso en el
Partido. Entre las ventajas innegables se
encuentran una posición estable y algún
probable cargo. La garantía de un
contacto organizado con otras personas.
Entre las probables desventajas, se
puede decir que ser comunista en un
estado bajo el dominio del proletariado
supone renunciar completamente a la
independencia personal. Uno delega en
el Partido la responsabilidad de
organizar su propia vida, por decirlo de
algún modo. Pero en países donde se
oprime al proletariado, eso significa
ponerse del lado de los oprimidos, con
todo lo que eso implica a corto o largo
plazo. La posición vanguardista sería
tentadora de no ser por la existencia de
algunos camaradas cuyas acciones no
hacen sino demostrar cada vez que
pueden lo dudoso de esa posición.
Dentro del Partido: la tremenda ventaja
de poder proyectar las propias ideas en
una especie de campo de fuerzas
preestablecido. Sobre la validez de una
posición independiente lo que la
determina finalmente son varias
cuestiones. Si es posible quedarse fuera
en pos de obtener un beneficio personal
concreto sin necesidad de pasarse a la
burguesía ni de perjudicar el propio
trabajo. Si podré dar en lo sucesivo
cuenta precisa de mi trabajo,
principalmente del académico, con sus
bases formales y metafísicas. Qué hay
de «revolucionario» en su forma, si es
que hay algo. Si mi situación de
incógnito ilegal entre los autores
burgueses tiene algún sentido. Y si es
absolutamente imprescindible para mi
trabajo evitar ciertos extremos del
«materialismo», o si es mi deber intentar
afrontar mis desavenencias dentro del
Partido. Lo mencionado aquí son las
reservas
inherentes
al
trabajo
especializado realizado por mí hasta el
momento. Y es una batalla con una única
resolución posible: con mi ingreso al
Partido (al menos para experimentarlo).
Existe la chance de que llegado el caso
no pueda seguir el ritmo de mis
convicciones ni organizar mi existencia
sobre una base tan reducida. Lo cierto es
que mientras siga viajando el ingreso al
Partido
es
obviamente
algo
inconcebible. Era domingo. Pasé toda la
mañana traduciendo. Almorcé en un
pequeño restaurante de la Bolshaya
Dmitrovka. Por la tarde fui a lo de Asja,
que se sentía muy mal. A la noche volví
a mi habitación para continuar
traduciendo.
10 de enero
Por la mañana tuve una discusión
sumamente desagradable con Reich.
Recordó mi propuesta de leerle la
reseña acerca del debate en el
Meyerhold[103]. En ese momento, ya no
deseaba hacerlo, pero me de todas
formas asentí a su pedido, no sin una
resistencia instintiva. A juzgar por
nuestras charlas anteriores sobre mis
reseñas enviadas al Literarische Welt,
era evidente que no podía salir nada
bueno, por lo cual le leí el artículo muy
deprisa. La inconveniente posición en la
que elegí sentarme, con la luz dándome
de frente en la cara, me hubiese
alcanzado para predecir su reacción.
Reich me escuchó con una actitud de
calma forzada y, cuando finalicé, se
limitó a decir unas pocas palabras. El
tono en el que las pronunció
desencadenó de inmediato una discusión
cuya resolución estaba fuera de todo
alcance, debido a que ya ni siquiera se
podía mencionar lo que la había
motivado. Cuando estábamos en pleno
altercado llamaron a la puerta. Era Asja,
que se marchó enseguida. En el tiempo
que estuvo allí, apenas si emití palabra,
me puse a traducir. Con un humor
pésimo a cuestas, me fui a lo de
Basseches a dictar algunas cartas y un
artículo. La secretaria me parece muy
agradable, quizás un tanto «Señorita».
Cuando la oí decir que quería volver a
Berlín, le di mi tarjeta personal. Yo no
tenía el menor interés en almorzar con
Reich, así que compré algunas cosas y
comí en mi habitación. Me tomé un café
de camino al sanatorio (y otro más tarde
mientras volvía a casa). Asja se sentía
bastante mal, enseguida se fatigó, de
modo que la dejé sola para que pudiera
dormir. Pero hubo un par de minutos en
los que estuvimos en la habitación a
solas (o, al menos, ella hizo como si lo
estuviéramos). Me dijo que cuando
volviera a Moscú y ella gozara de buena
salud, yo no tendría que andar dando
tantas vueltas por ahí tan solo. Pero que
si no se curaba, sería ella quien fuese a
Berlín. Yo tendría que dividir mi
habitación con un biombo. Ella tendría
que tratarse con médicos alemanes. Pasé
la noche en casa, solo. Reich llegó tarde
y con muchas cosas por contar. Pero una
cosa estaba clara después del incidente
de la mañana: yo ya no podía contar con
Reich para nada que estuviera
relacionado con mi estadía. Y como sin
él no era posible organizarla de manera
provechosa, lo único sensato era
marcharse.
11 de enero
Asja
necesita
inyecciones
nuevamente. Quería ir a la clínica hoy y
antes habíamos arreglado que pasaría a
buscarme para poder acompañarla en
trineo. Pero no llegó hasta el mediodía.
Ya le habían dado las inyecciones en el
sanatorio. Estaba agitada cuando
estábamos solos en el pasillo (ambos
teníamos que hacer algunas llamadas
telefónicas), se aferró a mi brazo en un
acceso momentáneo a su audacia
perdida. Reich había tomado su posición
en la habitación y no tenía intenciones
de irse. Así que a pesar de que Asja
finalmente había vuelto a mi habitación
por la mañana, no tuvo sentido alguno
que lo hiciera. Pospuse mi partida
algunos minutos, pero fue en vano.
Anunció que no quería acompañarme.
Entonces me fui solo con Reich a
Petrovka (aunque todavía no pude
conseguir mi pasaporte) y luego al
Museo de Pintura. Luego de este
pequeño episodio, mi decisión de elegir
un día de partida estaba definitivamente
tomada. Y podría decirse que era
inminente. No había mucho para ver en
el museo. Me enteré más tarde de que
Larionov y Goncharova[104] eran
nombres importantes. Sus obras no
valían nada. Como la mayor parte de las
cosas que había en tres habitaciones,
parecían haber sido influenciadas
masivamente por la pintura Parísina y
berlinesa del mismo período, que
copiaron sin talento. Alrededor del
mediodía pasé horas en la Oficina de
Cultura esperando para comprar
entradas para el Teatro Malyi[105] para
Basseches, para su amiga y para mí.
Pero como no pudieron informar el
teatro a tiempo, no aceptaron nuestros
pases esa noche. Basseches llegó sin su
amiga. Me hubiera gustado ir con él al
cine, pero él quería comer, así que lo
acompañé
al
Savoy.
Es
un
establecimiento mucho más modesto que
el Bolshaya Moskovskaya[106]. Me
aburrí bastante con él. No es capaz de
hablar de otra cosa que no sea sus
asuntos privados y, cuando lo hace, es
para evidenciar lo bien informado que
está y cuán supremamente hábil es para
impartir esta información con otros.
Continuó hojeando el Rote Fahne[107].
Lo acompañé en el auto por un tramo y
luego me fui a casa, donde traduje un
poco más. Esa mañana compré mi
primera caja de laca (en Petrovka). Ya
habían pasado varios días con mi mente
puesta
exclusivamente
en
algo
específico mientras caminaba por las
calles, como suele pasarme. En este
caso fueron las cajas de laca. Una
infatuación corta, pasional. Me gustaría
comprar
tres,
pero
no
estoy
completamente seguro en qué usar las
dos que ya llevo adquiridas. La caja que
compre ese día era la que tiene dos
niñas sentadas al lado de un samovar. Es
bastante linda, aunque no tenga nada de
ese negro puro que suele ser lo más
bello del trabajo de laqueado[108].
12 de enero
Hoy compré en el Museo Kustarny
una caja laqueada en cuya tapa aparecía
pintada, sobre fondo negro, una
vendedora de cigarrillos. A su lado hay
un arbolito muy delgado y, junto a este,
un niño. Es una escena invernal, pues en
el suelo hay nieve. La de las dos
muchachas también sugiere que se trata
de un ambiente nevado, pues por la
ventana del cuarto en el que están
sentadas parece filtrarse un aire azul
congelado. Pero no es seguro. Esta
nueva caja me ha resultado mucho más
cara. La elegí de entre una gran
selección entre las que había también
muchas opciones horribles: copias
serviles de antiguos maestros. Las cajas
que tienen una capa dorada (que se
remontan, al parecer, a modelos más
antiguos) parecen ser especialmente
caras, pero a mí no me gustan. El motivo
distintivo de las cajas más grandes es
bastante moderno. En el delantal de la
vendedora figura escrita la palabra
Mosselprom[109]. Recuerdo que una vez
estuve parado largo rato frente a la
vidriera de un negocio muy elegante de
la Rue du Faubourg Saint-Honoré
mirando cajas como estas. Pero aquella
vez rechacé la tentación de comprar una
con la idea de que fuese Asja quien me
la regalase o, en su defecto, esperar a
llegar a Moscú para adquirir una. Esta
pasión mía proviene de la gran
impresión que siempre me causó una
caja semejante que había en la casa que
Bloch tenía con Else en Interlaken[110].
Desde entonces puedo imaginarme la
impresión tan imborrable que tales
imágenes sobre fondo laqueado en negro
han de causar en los niños. Ya no
recuerdo el motivo que decoraba la caja
de Bloch. Hoy encontré también unas
postales fantásticas que llevaba
buscando desde hacía mucho tiempo,
pertenecientes a un viejo género
invendible de la época zarista. Se trata
principalmente de ilustraciones en
cartón prensado de colores, también hay
otras con paisajes siberianos (con una
de las cuales planeo deslumbrar a
Bloch), etc. Las encontré en un negocio
de la Tverskaya y, como el propietario
habla alemán, no tuve que hacer el
esfuerzo que normalmente me exige el
comprar aquí, pudiendo tomarme mi
tiempo. Me había levantado y salido de
casa bien temprano por la mañana.
Luego, cerca de las 10, había aparecido
Asja, que encontró a Reich todavía en la
cama. Se quedó una media hora,
caricaturizando a actores y parodiando
al cantante que compuso «San
Francisco», una canción de cabaret que
ella le había oído cantar aparentemente
en bastantes ocasiones. Yo conocía la
canción de cuando estuvimos en Capri,
donde ella la solía cantar a veces. En un
principio había esperado poder
acompañarla por la mañana e ir luego
juntos a un café. Pero se hizo demasiado
tarde. Salí con ella, la dejé en el tranvía
y me fui luego solo. Esta visita matinal
tuvo un efecto benéfico que duró todo el
día. Debo reconocer que me sentí algo
insatisfecho en la Galería Tretiakov. Las
dos salas que más deseaba ver estaban
cerradas. En compensación, las otras
salas resultaron ser para mí una
maravillosa sorpresa: pude recorrer el
museo como nunca había tenido la
chance de hacerlo con alguna colección
desconocida; completamente relajado y
entregado al disfrute casi infantil que me
causaba contemplar las historias que los
cuadros narraban. La mitad del museo la
integran cuadros de pintura rusa de
género. Su fundador comenzó a adquirir
obras hacia 1830 (¿?), interesándose
casi
exclusivamente
en
artistas
contemporáneos. Posteriormente, amplió
el horizonte de su colección hasta
abarcar los alrededores del 1900. Y
teniendo en cuenta que las cosas más
antiguas —exceptuando los íconos—
parecen datar de la segunda mitad del
siglo XVIII, este museo refleja, en su
totalidad, la historia de la pintura rusa
del siglo XIX. Fue ésta una época en la
que predominó la pintura de género y
paisajística. Lo que vi me hace suponer
que, de entre todos los pueblos
europeos, son los rusos los que han
cultivado de una forma más intensa la
pintura de género. Y aquellas paredes
llenas de cuadros narrativos, de
representaciones de escenas de los
estamentos más diversos de la vida,
convierten a esta galería en un gran libro
ilustrado. Había aquí muchos más
visitantes que en las otras colecciones
que fui a ver. Basta con ver cómo se
mueven por las salas, ya sea en grupo,
en torno a un guía o en solitario, para
darse cuenta de lo cómodos que están,
de lo ajenos que se sienten a ese triste
abatimiento presente en los escasos
proletarios que se ven en los museos
occidentales: en primer lugar, porque el
proletariado ha empezado realmente a
tomar posesión de los recursos
culturales de la burguesía y, en segundo
lugar,
porque
esta
colección,
precisamente, les resulta a los
proletarios muy familiar y acogedora.
En ella encuentra temas de su propia
historia: «La pobre institutriz llega a la
casa
del
rico
comerciante»,
«Conspirador sorprendido por los
gendarmes», y el hecho de que tales
escenas estén imbuidas enteramente del
espíritu de la pintura burguesa no sólo
no es perjudicial, sino que además se la
hace aún más accesible. La educación
artística (como ya lo da a entender tan
bien Proust) no se fomenta precisamente
con la contemplación de las «obras
maestras». Antes bien sucede que el
educando, niño o proletario, considera
como obras maestras a cosas muy
diferentes de las consideradas como
tales por el coleccionista, y no sin razón.
Esos cuadros tienen para él un
significado muy transitorio, aunque
sólido, y el criterio más riguroso sólo se
justifica aplicándolo al arte actual que
hace referencia a él mismo, a su clase
social y a su trabajo En una de las
primeras salas me detuve largo rato
frente a dos cuadros de Shchedrin[111]:
uno del puerto de Sorrento y otro de un
paisaje de la misma zona; en ambos se
veía la indescriptible silueta de Capri,
que para mí siempre estará ligada a
Asja. Quise escribirle unas líneas, pero
había olvidado el lápiz. Esta inmersión
de su persona en mi mente cuando
apenas iniciaba la visita al museo
determinó también el espíritu de mi
contemplación posterior. Vi retratos muy
buenos
de
Gogol,
Dostoyevski,
Ostrovski, Tolstoi. En uno de los
subsuelos, al cual se accedía escaleras
mediante, había muchas cosas de
Vereschagin[112]. Salí muy alegre del
museo. La verdad es que había entrado
ya con ese estado de ánimo, y la culpa
de ello la tuvo, más que nada, la iglesia
de ladrillos rojos que se encuentra junto
a la parada del tranvía. Era un día frío,
aunque quizá no tan frío como aquel en
que estuve aquí por primera vez,
buscando el museo sin poderlo
encontrar, a pesar de que éste estaba
frente a mis narices. Finalmente, hubo
lugar en el día para pasar un rato
agradable con Asja. Reich se había
marchado poco antes de las siete, ella lo
había acompañado abajo y se quedó allí
bastante tiempo. Cuando por fin volvió
yo seguía solo, aunque los minutos que
nos quedaron para estar a solas fueron
muy pocos. Ya no recuerdo lo que
sucedió: de pronto fui capaz de mirar a
Asja con mucho cariño y noté lo mucho
que se sentía atraída por mí. Le hice un
breve resumen de lo que había hecho a
lo largo del día. Pero tenía que
marcharme. Le di la mano y ella la
retuvo entre las suyas. Le hubiera
encantado seguir hablando conmigo y yo
le dije que si me aseguraba que vendría
a visitarme esa noche, yo cancelaría mis
planes, que incluían ir a ver la obra de
Tairov. Pero, finalmente, ella dudaba
que el médico la dejara salir. Quedamos
en que vendría a visitarme alguna de las
noches siguientes. La obra de Tairov era
Día y noche, basada en una opereta de
Lecocq[113]. En el teatro me encontré con
el americano con el que estaba citado.
Pero su intérprete no me sirvió de
mucho: sólo se dirigía a él. Y como la
trama era un tanto compleja, tuve que
conformarme con las bonitas escenas de
ballet.
13 de enero
El día fue un completo fracaso, a
excepción de la noche. Ahora, además,
empieza a hacer mucho frío: la
temperatura media es de unos —26º
Reaumur. Pasé un frío horrible. Ni
siquiera los guantes me sirvieron de
nada, pues estaban agujereados. Las
cosas iban bastante bien al empezar la
mañana: encontré la agencia de viajes
de la Petrovka cuando ya había perdido
toda esperanza y también me informé del
precio de los tickets. Luego quise
tomarme el autobús 9 rumbo al Museo
del Juguete. Pero el vehículo tuvo una
avería sobre la Arbat y, creyendo
(equivocadamente) que se quedaría allí
mucho tiempo parado, decidí bajarme.
Acababa de contemplar con añoranza, al
pasar por delante, el mercado de la
Arbatskaya, donde vi por primera vez
los hermosos puestos navideños de
Moscú. En esta ocasión la suerte me
sonrió de otra manera: llegaba a casa la
noche anterior, me encontraba cansado y
tenso, esperaba llegar antes que Reich
pero éste ya estaba allí. Me molestó el
hecho de no poder estar solo un rato
(desde que discutimos sobre mi artículo
acerca de Meyerhold, la sola presencia
de Reich bastaba para irritarme) y, para
mantenerme ocupado, inmediatamente
me fui hacia la lámpara para ponerla en
una silla junto a mi cama, cosa que ya
había logrado hacer otras veces. La
conexión al cableado eléctrico volvió a
romperse; impaciente, me incliné sobre
la mesa para, en tan incómoda postura,
tratar de volverlo a conectar. Después
de haber estado jugando un buen rato al
electricista, provoqué un cortocircuito.
Que viniesen a arreglarlo era algo
impensable en ese hotel. Con la luz del
techo era imposible trabajar, y así
volvía a cobrar actualidad la cuestión de
los primeros días. Estando en la cama,
mi mente se iluminó: «una vela». Pero ni
siquiera eso era fácil. Hacerle encargos
a Reich era un asunto cada vez más
difícil; él mismo tenía una infinidad de
cosas que hacer y, además, estaba de
mal humor. No me quedaba más remedio
que ponerme solo en camino, armado
apenas con un vocablo. Pero incluso ese
vocablo me lo tendría que haber
proporcionado Asja primero. Por eso
fue una verdadera suerte que allí, contra
todo augurio, encontrase velas en la
vidriera de un negocio, que pude
comprar señalándolas simplemente con
el dedo. Pero con esto concluyó la parte
feliz del día. Tenía mucho frío. Quise
ver la exposición de arte gráfico del
Dom Pechat[114]: cerrada. Lo mismo con
el Museo Iconográfico. Finalmente me
di cuenta de que según el antiguo
calendario era Nochebuena. No
terminaba de bajar del trineo que había
tomado para ir al Museo Iconográfico
(pues se encontraba en un lugar alejado
que yo no conocía), con el frío que
apenas me dejaba avanzar, cuando noté
que estaba cerrado. En casos así, en los
que sólo por impotencia lingüística uno
se ve obligado a hacer cualquier cosa
absurda, es cuando uno se da
doblemente cuenta de la increíble
pérdida de tiempo y energía que hechos
como este suponen. Descubrí que
efectivamente sí había un tranvía y que
quedaba mucho más cerca de lo que
había pensado, así que lo aproveché y
me fui a casa. Llegué al Dom Herzena
antes que Reich. Y cuando él llegó, me
saludó diciendo: «¡Tiene Ud. mala
suerte!». Había ido a la oficina de la
Enciclopedia a entregar mi artículo
sobre Goethe. En ese momento había
llegado casualmente Radek[115], que vio
el manuscrito sobre la mesa y lo tomó.
Mostrándose desconfiado, quiso saber
quién lo había escrito. «En cada página
aparece “lucha de clases” por lo menos
diez veces». Reich le demostró que eso
no era cierto y le dijo que, por otra
parte, es imposible estudiar la obra de
Goethe, que coincide con una época de
grandes luchas sociales, sin emplear ese
concepto. Radek le contestó: «Lo único
que importa es que aparezca en el sitio
adecuado». En consecuencia, las
esperanzas de que acepten el artículo
son extremadamente escasas. Pues los
infelices directores de este proyecto se
sienten demasiado inseguros como para
permitirse siquiera la posibilidad de
expresar una opinión personal, ni
siquiera para hacerle frente a algún mal
chiste que provenga de cualquier
posición de autoridad. Este incidente le
resultó a Reich más desagradable que a
mí. Para mí lo fue mucho más por la
tarde, cuando hablé de ello con Asja,
pues enseguida empezó con que algo lo
que decía Radek estaba de cierto modo
justificado. Seguro que había hecho algo
mal; yo no sabía cómo se debían
abordar aquí este tipo de cuestiones y
otras cosas por el estilo. Entonces le
dije a la cara que sus palabras no
expresaban más que su cobardía y su
necesidad de moverse, a cualquier
precio, en la dirección en que soplara el
viento. Dejé la habitación poco después
del arribo de Reich. Como sabía que
hablaría con ella de este asunto, preferí
que no lo hiciera en mi presencia.
Aquella noche esperaba la visita de
Asja y, pese a que estaba Reich delante
de nosotros hice alusión a ello desde la
puerta. Compré de todo: caviar, tortas,
dulces; también regalos para Daga, a
quien Reich iría a ver el día siguiente.
Luego me senté en mi habitación, cené y
escribí. Poco después de las ocho ya
había abandonado las esperanzas de que
Asja llegara. Había pasado mucho
tiempo desde la última vez que la esperé
así, con tantas ansias (dadas las
circunstancias, diría desde la última vez
que la esperé, a secas). Y había
empezado a hacer un repaso mental de
las veces que la esperé cuando llamaron
a la puerta. Era Asja y lo primero que
dijo fue que no la habían querido dejar
pasar a verme. Al principio creí que se
refería a mi hotel, ya que aparentemente
hay un nuevo sovietdushi[116] muy
estricto. Pero se refería a Ivan
Petrovich[117]. Así que también durante
esa noche, o mejor dicho, durante esa
hora escasa, que quedó recortada por
todos lados, me encontré una vez más
peleando contra el tiempo. Es cierto, fui
el vencedor de la primera ronda. Le
presenté rápidamente el esquema que
tenía en mente y, cuando se lo expliqué,
ella apretó con fuerza su frente contra la
mía. Luego le leí el artículo que había
escrito y también esto resulto muy bien;
no sólo le gustó, sino que pensaba que
era extraordinariamente claro y conciso.
Hablé con ella de lo que considero
realmente
interesante
del
tema
«Goethe»: el hecho de que un hombre
que, como Goethe, tuvo que vivir sujeto
a tantos compromisos pudiera, sin
embargo,
realizar
cosas
tan
extraordinarias. A lo cual agrego que tal
cosa sería impensable tratándose de un
autor proletario. Pero también sostengo
que la lucha de clases de la burguesía
fue radicalmente distinta a la proletaria.
Por eso no se pueden equiparar
esquemáticamente el significado de
«deslealtad» o «compromiso» en ambos
movimientos. Mencioné la tesis de
Lukács, que dice que el materialismo
histórico, en el fondo, sólo se puede
aplicar a la historia del movimiento
obrero[118]. Pero Asja se cansó muy
pronto. Entonces cambié al Diario de
Moscú y le leí, por las buenas, un pasaje
que seleccioné al azar. Pero eso fue
peor. Se trataba precisamente de mis
comentarios acerca de la educación
comunista. «Todo esto es absurdo», dijo
Asja. Estaba insatisfecha y me dijo que
no conozco Rusia en absoluto. Yo, como
es lógico, no se lo discutí. Y entonces
empezó a hablar ella: dijo muchas cosas
muy importantes, pero hacerlo le
provocó una fuerte agitación. Me contó
que, al principio ella tampoco había
entendido a Rusia; durante las primeras
semanas después de su llegada había
deseado volver a Europa y pensado que,
en Rusia, todo había acabado, que la
oposición tenía absolutamente toda la
razón. Pero, poco a poco se había ido
dando cuenta de lo que estaba
sucediendo allí: la transformación del
trabajo revolucionario en trabajo
técnico. En la actualidad, cualquier
comunista comprende que el trabajo
revolucionario del momento no es la
lucha, la guerra civil, sino la
electrificación, la construcción de
canales y de fábricas. Traje a colación a
Scheerbart, por cuya causa ella y Reich
me habían hecho ya pasar aquí tan malos
ratos: ningún autor ha sabido plasmar
tan bien como él el carácter
revolucionario del trabajo técnico. (Es
una pena que yo no me valiera de esta
fórmula tan acertada durante la
entrevista). Con todas estas cosas pude
retrasar su partida durante algunos
minutos. Luego se marchó y, como suele
ocurrir cuando se ha sentido unida a mí,
no me pidió que la acompañase. Me
quedé en la habitación. Durante todo ese
tiempo habían estado sobre la mesa las
dos velas que, desde la noche del
cortocircuito, tengo siempre encendidas
en la habitación. Después, cuando ya me
había acostado, llegó Reich.
14 de enero
Este día y el siguiente fueron muy
desagradables. El reloj ya marca la hora
de «salida». El frío es cada vez más
intenso (siempre se mantiene por debajo
de los veinte grados bajo cero) y el
cumplimiento de las obligaciones
pendientes resulta más difícil. Los
síntomas de la dolencia de Reich (aún
no sé sabe lo que tiene) se hicieron
también más evidentes, de modo que
cada vez es menos lo que puede hacer
por mí. Este día fue a ver a Daga, muy
bien abrigado. Yo aproveché la mañana
para ver las tres estaciones de tren: la
de Kursk[119], la de Octubre (de la que
salen los trenes para Leningrado), y la
de Yaroslavski, (de donde salen los que
van a Siberia). El comedor de la
estación está lleno de palmeras y da a
una gran sala de espera pintada de azul.
Eso hace que uno se sienta como en el
zoo, en el pabellón de los antílopes.
Mientras me tomaba un té, pensaba en el
regreso. Tenía frente a mí una bonita
bolsa roja con un tabaco de Crimea
estupendo que había comprado en uno
de los puestos que hay delante de la
estación. Luego estuve comprando
algunos juguetes. En Okhotni Riad había
un vendedor de juguetes de madera.
Tengo la sensación de que ciertos
artículos salen a la venta callejera de a
camadas. Por ejemplo, por primera vez
pude ver aquí unas hachas de madera
para niños, con diseños en pirograbado.
Al día siguiente vería un canasto repleto
de ellas. Compré un gracioso modelo de
una máquina de coser de madera cuya
«aguja» se pone en movimiento girando
una manivela y una muñeca de papel
maché que se columpia sobre una caja
de música, una imitación deficiente de
un tipo de juguete que había visto en el
museo. Después ya no pude aguantar el
frío y, con paso vacilante, me dirigí a un
café. Parecía ser un establecimiento muy
particular. En la pequeña sala había
algunos muebles de caña, los alimentos
llegaban de la cocina a través de una
puerta corrediza empotrada en la pared
y sobre un gran mostrador se veían unos
cuantos
zakuskis
(«aperitivos»):
fiambres, pepinos, pescado. Había
también una vitrina, como en los
restaurantes franceses e italianos. No
conocía el nombre de ninguna de las
cosas que me hubiesen apetecido, así
que me decidí por el calor de una taza
de café. Luego salí y me puse a buscar
por entre las «líneas comerciales
superiores» la vidriera donde me habían
llamado la atención, uno de los primeros
días, las muñecas de barro. Aún estaban
allí. Al pasar por el pasaje que
comunica la Plaza de la Revolución con
la Plaza Roja, me fijé mejor en los
vendedores ambulantes tratando de
tomar nota de algunas cosas que hasta
entonces me habían pasado inadvertidas:
venta de lencería femenina (corsés), de
corbatas, de chales, de perchas para la
ropa Finalmente, hacia las dos, llegué,
completamente agotado, al Dom
Herzena, en donde no sirven el almuerzo
sino hasta cerca de las dos y media.
Después de comer fui a casa a dejar los
juguetes. Llegué al sanatorio cerca de
las cuatro y media. Cuando subía por la
escalera, me encontré con Asja, que
estaba a punto de irse a la modista. En el
camino le conté lo que me había dicho
Reich (que había llegado a mi
habitación justo después que yo) acerca
de la salud de Daga. Parecía ser noticias
alentadoras. Y así seguimos avanzando
hasta que, de pronto, Asja me preguntó
si no le podría prestar algo de plata.
Justo el día anterior yo había estado
evaluando con Reich la posibilidad de
que me prestase 150 marcos para el
viaje de vuelta; le dije entonces a Asja
que no tenía plata, sin saber para qué la
necesitaba. Me contestó que nunca se
podía contar conmigo cuando se
necesitaba dinero y empezó a hacerme
reproches, hizo mención a la habitación
de Riga que debería haberle alquilado,
etc. Yo estaba bastante cansado y,
además, sumamente irritado por el tema
de conversación iniciado por ella con
tan poco tacto. Resultaba que el dinero
lo quería para alquilar un departamento
que se había enterado que estaba
disponible. Quise tomar otro camino
pero ella me retuvo, agarrándose a mí
como casi nunca lo había hecho,
impidiendo que cambiáramos de tema.
Finalmente, dejando mi ira a un lado, le
dije que me había engañado, pues me
había prometido por carta restituirme
enseguida el dinero de los gastos de
Berlín y, hasta el momento, ni Reich ni
ella habían dicho una palabra del asunto.
Eso fue un golpe certero. Yo me violenté
todavía más y seguí atacándola hasta que
ella, acelerando el paso, me dejó con la
palabra en la boca. Yo no la seguí; me di
media vuelta y me fui a casa Por la
noche había quedado con Gnedin.
Vendría a buscarme para que fuéramos
juntos a su casa. Y efectivamente vino,
pero nos quedamos en mi habitación. Me
pidió disculpas por no llevarme: su
mujer estaba preparando un examen y no
tenía tiempo para perder. Nuestra
conversación se prolongó hasta cerca de
las once, por espacio de unas tres horas.
Yo empecé manifestándole mi pesar y mi
disgusto por haber conocido de Rusia
tanto menos de lo que esperaba. Ambos
coincidimos sobre el hecho de que la
única manera de hacerse una idea de la
situación era hablar con el mayor
número posible de personas. Mostró
mucho empeño en intentar facilitarme
alguna que otra cosa antes de mi partida.
Por ejemplo, concertó conmigo una cita
para el mediodía siguiente, en día
domingo, para ir al Teatro del Proletkult.
Pero cuando llegué no lo encontré y me
tuve que volver a casa. También
prometió invitarme a una representación
en cierto club, pero en este caso sin fijar
fecha alguna. El programa previsto
consistía en, por decirlo de algún modo,
ceremonias
experimentales
para
bautismos, casamientos, etc. Aquí
desearía añadir lo que Reich me contó
hace algún tiempo sobre los nombres de
los bebés dentro de la jerarquía
comunista. Desde el momento en que
pueden señalar con el dedo el retrato de
Lenin se les llama oktiabrs. Aquella
noche aprendí también otro término
extraño. Es la expresión «viejas
glorias» (byvshie lyudi) para referirse a
los grupos de ciudadanos desposeídos
por la Revolución que no se han podido
adaptar a la nueva situación. Gnedin
habló también de los constantes cambios
organizativos, que aún habrán de
prolongarse durante años. Todas las
semanas
se
introducen
nuevas
modificaciones organizativas con el afán
de descubrir cuáles puedan ser los
métodos
más
idóneos.
También
hablamos de la desaparición de la vida
privada. De que simplemente no hay
tiempo para tener una. Gnedin me contó
que durante la semana no ve nada más
que a las personas con las que se
relaciona en el trabajo, además de a su
mujer y a su hijo. El resto de los
contactos queda restringido para los
domingos. Pero estos vínculos son más
endebles, pues con sólo perder el
contacto por tres semanas, uno puede
estar ya totalmente convencido de no
volver a saber nada de ellos durante
mucho tiempo, ya que, entretanto, nuevas
amistades habrán venido a reemplazar a
las antiguas. Luego acompañé a Gnedin
a la estación y mientras caminábamos,
hablamos cuestiones aduaneras.
15 de enero
Una visita inútil al museo de
juguetes. Estaba cerrado a pesar de que,
según la guía, estaba abierto los
domingos. El Literarische Welt llegó al
fin esta mañana (vía Hessel). Lo había
estado esperando impacientemente día
tras día, había estado considerando
telegrafiar a Berlín para que lo enviaran.
Asja no entendía el Wandkalender[120] y
parecía no ser del agrado de Reich,
particularmente. Otra vez pasé la
mañana caminando sin rumbo, intenté
por segunda vez entrar a la exhibición
gráfica y finalmente llegué, medio
congelado, a la Galería Shchukin[121]. Su
fundador era, como su hermano, un
magnate textil y un multimillonario.
Ambos eran mecenas de las artes. Uno
de ellos era responsable por la creación
del Museo de Historia (como así
también de una porción de esta
colección), el otro estableció una
galería extraordinaria de arte francés.
Cuando uno sube las escaleras,
congelándose, vislumbra en el último
descanso, los murales famosos de
Matisse, formas desnudas rítmicamente
arregladas en contra de un fondo de rojo
concentrado, tan cálidas y luminosas
como los íconos rusos. Matisse, Gauguin
y Picasso eran las pasiones más
importantes del coleccionista. Una
habitación tiene veintinueve Gauguins en
sus paredes. (Nuevamente llegué a la
conclusión —en la medida que este
término sea aplicable al rápido vistazo
que eché a esta gran colección— que las
pinturas de Gauguin se me hacen
hostiles, dirigen todo el odio hacia mí
que todo no-judío puede sentir por un
judío). No existe, probablemente, otro
lugar en el mundo que le dé a uno tal
perspectiva general del desarrollo de
Picasso, desde sus primeras pinturas de
veinteañero hasta las de 1914. Debe
haber habido meses en extremo, por
ejemplo,
durante
el
«período
amarillo»[122], cuando Picasso estaba
pintando sólo para Shchukin. Sus
pinturas llenan tres habitaciones
contiguas. En el primero de estos
trabajos tempranos, había uno que me
impactó: un hombre vestido como un
Pierrot, sosteniendo algo así como una
copa sujetada con su mano derecha y una
pintura de una Bebedora de Absenta.
Luego, el período cubista alrededor de
1911 mientras Montparnasse se ponía en
marcha y, finalmente, el período
amarillo que incluía, entre otras cosas,
el Amitié y varios estudios al respecto.
Cerca de esto, hay una habitación entera
dedicada a Derain. Al lado de algunas
pinturas muy bellas, vi una que era
absolutamente
desconcertante:
Le
Samedi. Este gran lienzo representa
mujeres con trajes de costumbres
flamencas, reunidas alrededor de una
mesa e involucradas en algún tipo de
actividad doméstica. Ambas figuras y la
expresión me recordaban mucho a
Memling. Con la excepción de la
habitación pequeña, dedicada a
Rousseau, todas las demás eran
extremadamente luminosas. Las ventanas
con paneles grandes sin dividir, dan a la
calle y sobre un patio del edificio. Aquí,
por primera vez, eché un rápido vistazo
a pintores como Van Dongen o Le
Fauconnier. La configuración fisiológica
de un lienzo pequeño de Marie
Laurencin —la cabeza de una mujer, su
mano extendiéndose dentro de la pintura,
una flor elevándose fuera de él— me
recordó a un Münchhausen[123] e hizo
que su antiguo amor por Marie
Laurencin me pareciera obvio Al
mediodía me enteré, por parte de
Nieman, de que mi entrevista había
aparecido[124]. Así que armado del
Vecherniaia Moskva y del Literarische
Welt fui a visitar a Asja. Aún así, la
tarde no resultó muy bien. Reich llegó
bastante más tarde. Asja tradujo la
entrevista para mí. En el medio, me di
cuenta —no que quizás pareciera
«peligroso» como Reich decía— de que
la conclusión de la entrevista era débil,
menos por la mención de Scheerbart que
por la naturaleza tentativa e imprecisa
de esta mención. Desafortunadamente,
esta debilidad fue inmediatamente
evidente, mientras que el principio,
cuando me enfrenté al arte italiano, salió
bien. En general creo que es bueno que
haya aparecido. Asja estaba bastante
interesada al principio, pero molesta
hacia el final. Lo principal es que se le
dio una presentación muy prominente.
Por nuestra pelea del día anterior, había
comprado una porción de torta para
Asja en el camino. La aceptó. Más tarde
me dijo que luego de habernos separado
el día anterior, no quería escuchar mi
nombre nunca más y estaba convencida
de que no nos veríamos de vuelta (o al
menos por un buen tiempo). Pero por la
noche, para su propio asombro, su
humor había cambiado y descubrió cuán
incapaz era de estar enojada conmigo ni
siquiera por un minuto. Cuando algo
salía mal entre nosotros, siempre
terminaba preguntándose si se había
ofendido o no. Desafortunadamente, a
pesar de estas palabras, volvimos a
pelear más tarde, no me acuerdo por
qué.
15 de enero (continuación)
[125]
En resumen: después de que le
mostré a Asja el diario y la revista,
hablamos, por supuesto, otra vez, sobre
las decepciones de mi estadía. Y cuando
la conversación giró una vez más
alrededor de mis asuntos en Berlín, de
los cuales Asja me echaba la culpa,
perdí el control y salí corriendo de la
habitación, desesperado. Pero volví a
mis cabales mientras aún me encontraba
en el pasillo. O mejor dicho, no tenía la
fuerza para irme y volví diciendo «Me
gustaría simplemente sentarme en un
lugar silencioso por un rato más». Luego
incluso nos arreglamos para volver
gradualmente a la conversación y, para
cuando llegó Reich, estábamos tan
exhaustos como calmados. Estaba
convencido de que bajo ninguna
circunstancia, de aquí en adelante, me
dejaría arrastrar a este tipo de peleas.
Reich dijo que no se sentía bien. De
hecho, el calambre en su mandíbula no
lo dejaba en paz o se empeoraba. Ya no
podía masticar. Sus encías estaban
inflamadas y se le había desarrollado un
flemón. Pero, a pesar de esto, dijo que
era fundamental que fuéramos al Club
Alemán esa noche porque tenía una cita
con el mediador entre la división
alemana de la VAPP y los delegados
culturales de Moscú de los Volga
alemanes. Cuando estuvimos solos en el
lobby, me dijo que también tenía fiebre.
Sentí su frente y le dejé claro que bajo
ninguna circunstancia iríamos al club.
Así que me envió en su lugar para
ofrecer sus disculpas. El edificio no
estaba lejos pero el viento estaba tan
penetrante que apenas pude caminar. Y
al final no pude encontrar el lugar. Volví
exhausto y me quedé en casa.
16 de enero
Organicé mi partida para el viernes
21. El hecho de que el final de mi
estadía se estaba acercando hizo que mi
día se volviera bastante extenuante.
Había muchas cosas que tenía que
arreglar en poco tiempo. Tenía dos
cosas planeadas para el domingo. No
sólo me encontraría con Gnedin
alrededor de la una en el Teatro
Proletkult[126], sino que primero iría al
Museo de Pintura e Iconografía
(Ostrukhov[127]). El segundo plan
finalmente salió bien, pero el primero
no. Hacía mucho frío otra vez y una
gruesa capa de hielo había cubierto las
ventanas del tranvía. Me pasé muy lejos
de la parada en la que me tendría que
haber bajado. Y de vuelta, lo mismo.
Por suerte, resultó que había un guardia
en el museo que hablaba alemán y me
mostró toda la colección. Sólo dediqué
pocos minutos hasta el final del piso,
donde estaban las pinturas rusas de fines
del último siglo y principios de este.
Hice bien en ir directamente hacia el
piso de arriba para ver la colección de
íconos, que estaba situada en una
habitación encantadora y brillante, en el
segundo piso de esta casa baja. El dueño
de esta colección sigue vivo. La
Revolución dejó este museo intacto. Si
bien fue obviamente expropiado, el
director de la colección lo mantuvo.
Este Ostrukhov es un pintor e hizo su
primera adquisición hace cuarenta años.
Era
un multimillonario,
viajaba
alrededor del mundo, hasta que
finalmente
decidió
comenzar
a
coleccionar viejas esculturas de madera
rusas, cerca del tiempo en que estalló la
guerra. El ítem más antiguo de esta
colección, un portarretratos bizantino de
un santo pintado con colores de cera en
una tabla de madera, data del siglo VI.
La mayor parte de estas pinturas datan
del siglo XV al XVI. Siguiendo las
indicaciones de mi guía, me di cuenta de
las diferencias principales entre las
escuelas de Stroganov y Nóvgorod y de
un número de asuntos iconográficos. Por
primera vez advertí la alegoría de la
derrota de la muerte al pie de la cruz,
que se repite tan frecuentemente en estos
íconos. Contra un fondo negro (como si
estuviera reflejado en una piscina
sucia), la cabeza de la muerte. Algunos
días después en la colección de íconos
del Museo de Historia, vería
descripciones que eran bastante
extraordinarias,
desde
un punto
iconográfico.
Por
ejemplo,
una
naturaleza muerta de los instrumentos de
martirio. Y sobre el altar alrededor del
cual estos están agrupados, el Espíritu
Santo se mueve en forma de paloma
sobre una tela pintada de un rosado
espléndido.
Luego,
dos
figuras
grotescas, aterradoras, al lado de Cristo:
claramente
los
ladrones
fueron
designados para entrar al paraíso. Otra
descripción que se repite frecuentemente
—tres ángeles comiendo con la masacre
de un cordero inevitablemente en primer
plano, reducido en escala y al mismo
tiempo cargado emblemáticamente—
seguía siendo poco clara para mí. El
asunto de las pinturas legendarias,
claramente me eluden por completo.
Cuando finalmente volví al primer piso
desde el tenebroso piso superior, vi que
habían encendido un fuego y el pequeño
grupo de empleados estaba sentado su
alrededor. Me hubiese encantado
quedarme, pero tenía que salir al frío. El
último trecho, desde la oficina
telegráfica —estaba allí donde me había
bajado— hasta el Teatro Proletkult, fue
horrible. Luego me quedé en el lobby
una hora. Esperé en vano. Algunos días
después me enteré de que Gnedin me
había estado esperando en el mismo
lugar. Es casi imposible explicar cómo
sucedió esto. Es concebible que por lo
exhausto que estaba, sumado a mi poca
habilidad para recordar caras, no lo
haya reconocido con su saco y su gorra.
Pero que le haya pasado lo mismo a él,
suena poco probable. Me fui de vuelta a
casa. Al principio quería comer algo en
nuestra taberna, pero me pasé de la
estación y estaba tan cansado que preferí
no almorzar para no tener que caminar
hasta allí. Pero en la Plaza Triumfalnaia
tomé coraje y abrí la puerta de una
stolovaia (cafetería) que no conocía.
Parecía bastante cálida y la comida que
pedí no estaba mal, aunque el borscht
claramente no se comparaba con el que
comía normalmente los domingos. Así
encontré el tiempo para tomarme un gran
descanso antes de visitar a Asja. Cuando
me contó, inmediatamente después de
haber entrado a su habitación, que Reich
estaba enfermo, apenas me sorprendió.
Él no se había quedado en mi casa la
noche anterior, se había ido a la
habitación del compañero de Asja en el
sanatorio. Ahora estaba postrado en la
cama y Asja se fue con Manya[128] a
visitarlo. Las dejé en la puerta del
sanatorio. A esta altura, Asja me
preguntó qué tenía planeado hacer a la
noche. «Nada», le dije. «Me quedo en
casa». No me respondió. Me fui a lo de
Basseches. No estaba ahí, dejó una nota
pidiéndome que lo esperara. Me vino
bien, me senté en el sillón con mi
espalda hacia la estufa, me serví un té y
hojeé sus revistas alemanas. Llegó una
hora después. Cuando me pidió que
pasara la noche allí, evalué el asunto
con bastantes nervios. Por un lado, ya
que estaba esperando otras personas, me
daba curiosidad qué traería la noche.
Adicionalmente, Bassaches estaba en
proceso de darme información útil sobre
películas rusas. Y por último, pero no
menos importante, quería cenar. (Esta
expectativa no se cumplió). Era
imposible decirle a Asja por teléfono
que estaba en lo de Basseches. Nadie
contestaba en el sanatorio. Al final me
fui: tenía miedo de llegar demasiado
tarde y que no supiera si de hecho Asja
me visitaría o no. El día siguiente me
dijo que ésas eran sus intenciones. Pero,
de todos modos, recibió la nota a
tiempo. Decía: «Querida Asja, esta
noche me quedo en lo de Basseches.
Pasaré mañana a las cuatro en punto.
Walter». Originalmente escribí «noche»
y «esta» (abends bei) como una única
palabra, y luego puse una línea diagonal
que dividía las dos. Por esto, lo primero
que leyó Asja fue «Estoy libre esta
noche» (abends frei). Más tarde llegó el
Dr. Kroneker; él trabaja aquí como el
representante austríaco de la firma ruso-
austríaca. Basseches me dijo que era un
socialdemócrata. Me dio la impresión
de ser muy inteligente, había viajado
mucho e iba al grano. Durante la
conversación, llegamos al tema de la
guerra del gas. Hice varios comentarios
que los impresionaron a ambos.
17 de enero
Lo más importante de mi visita a
Basseches el día anterior fue que logré
convencerlo de que me ayudara con las
formalidades de mi partida. Para eso,
me pidió que pasara a verlo el lunes 16,
temprano. Cuando llegué, todavía estaba
en la cama. No fue nada fácil hacer que
se levantara. Y era la una menos cuarto
cuando finalmente llegamos a Plaza
Triumfalnaia. Yo había llegado a su casa
a las once. Antes, había tomado un café
con una porción de torta en la confitería
de siempre. Hice bien, porque con todos
los trámites que tenía que hacer no iba a
poder almorzar. Primero fuimos a un
banco en la Petrovka, porque Basseches
tenía que sacar efectivo. Aproveché
para cambiar plata y guardé apenas
cincuenta marcos de reserva. Después,
Basseches me llevó a una oficina
pequeña donde me presentó al director
de un banco que conocía, un tal Dr.
Schick[129], director del Departamento
de Comercio Exterior. El hombre había
vivido en Alemania durante mucho
tiempo, había estudiado allí, sin duda
venía de una familia muy adinerada y,
más allá de su entrenamiento
especializado, siempre le había
interesado el arte. Había leído mi
entrevista en el Vecherniaia Moskua. En
sus días como estudiante, había
conocido personalmente a Scheebart de
casualidad. Entre nosotros, hubo una
conexión inmediata y nuestra breve
charla terminó con una invitación a
cenar el día 20. Luego nos dirigimos a la
Petrovka, donde me dieron el pasaporte.
Después
fuimos
en
trineo
a
Narkompros[130] para validar la
documentación necesaria para que yo
pudiera cruzar la frontera. Ese mismo
día, finalmente, tuve éxito en mi
empresa: convencí a Basseches de que
tomara otro trineo y me acompañara a
los niveles superiores del almacén
estatal «GUM», donde estaban los
muñecos y jinetes que yo había visto.
Compramos juntos lo que quedaba en
stock, elegí los diez mejores ítems y me
los quedé. Cada uno costaba nada más
que diez kopeks. Mi ojo observador no
me había engañado: en la tienda nos
dijeron que esos artículos, hechos en
Viatka[131], no llegan más a Moscú; ya
no tienen lugar en el mercado aquí. Por
lo tanto, los que compramos eran los
últimos que había. Basseches también
compró telas campesinas. Fue a
almorzar al Savoy con sus paquetes,
mientras que yo sólo tuve tiempo para
dejar las cosas en casa. Se hicieron las
cuatro: hora de visitar a Asja. Nos
quedamos en su cuarto apenas un
instante antes de ir a ver a Reich. Manya
ya estaba con él. Pero por lo menos, de
esa manera, pude estar a solas con ella
unos minutos nuevamente. Le pedí a
Asja que viniera a casa esa noche —iba
a estar libre hasta las diez y media— y
ella prometió venir si podía. Reich se
sentía mucho mejor. Ya no me acuerdo
de qué fue que hablamos durante la
visita. Nos fuimos a alrededor de las
siete. Después de la cena, esperé en
vano a Asja y, aproximadamente a las
once menos cuarto, fui a lo de
Basseches. Pero no había nadie allí. Me
dijeron que no había vuelto en todo el
día. O ya había leído todas las revistas
que había o me parecían desagradables.
Después de esperar durante media hora,
cuando estaba a punto de bajar, me
encontré con su amiga y —no sé muy
bien por qué: quizás porque no quería ir
sola con él al club— insistió para que
me quedara un rato más. Eso hice.
Luego, finalmente llegó Basseches.
Había tenido que asistir al discurso que
había dado Rykov[132] ante el congreso
de Aviachim[133]. Le pedí que
completara el cuestionario de mi
solicitud para la visa de salida y luego
nos fuimos. En el tranvía, me
presentaron a un escritor de comedias
que también iba al club. Acabábamos de
encontrar una mesa en la sala repleta y
los tres nos estábamos sentando cuando
se apagaron las luces en señal de que
estaba por comenzar el concierto.
Tuvimos que ponernos de pie. Salí al
lobby con Basseches. Unos minutos más
tarde, llegó el cónsul general alemán,
que tenía puesta una chaqueta de noche y
venía de un banquete organizado por una
importante empresa inglesa en el
Bolshaia Moskovskaia. Había ido para
reunirse con dos mujeres que había
conocido allí y con quienes había
quedado en encontrarse. Pero como no
habían llegado, se quedó con nosotros.
Una mujer —que al parecer había sido
una princesa— cantaba canciones folk
con una voz preciosa. En un momento,
me quedé de pie en la oscuridad del
comedor, junto a la entrada del salón
iluminado; en otro, me senté en el lobby.
Intercambié algunas palabras con el
cónsul general, que fue de lo más cortés.
Pero tenía un rostro tosco, sólo
superficialmente se hacía visible su
inteligencia y encajaba a la perfección
con la imagen de oficial alemán del
servicio extranjero que yo me había
formado a partir de mi viaje por el
océano[134] y los mellizos Frank y Zorn.
Éramos nada más que cuatro en la cena
y, como el secretario de la embajada se
nos había unido, pude observarlo
tranquilamente. La comida era buena:
otra vez hubo vodka saborizado,
aperitivos, dos entradas y helado. La
multitud no podría haber sido peor:
algunos artistas (de toda índole) y aun
más miembros de la burguesía NEP.
Resulta muy llamativo hasta qué punto
todos desprecian a esta nueva burguesía,
incluso los diplomáticos extranjeros; al
menos a juzgar por los comentarios del
cónsul general que, a mi parecer, tenían
genuinamente
esa
intención.
El
empobrecimiento espiritual de esa clase
social se hacía evidente en el baile
posterior, que tenía todas las
características de un festejo pueblerino
de mal gusto. El baile era un desastre.
Desafortunadamente, como los amigos
de Basseches tenían ganas de bailar, la
diversión duró hasta las cuatro. El
vodka me había dejado exhausto, el café
no me reanimaba y, como si fuera poco,
me dolía la panza. Cuando finalmente
me di cuenta de que estaba en un trineo
de regreso al hotel, me puse muy
contento; eran aproximadamente las
cuatro y media cuando me fui a dormir.
18 de enero
A la mañana, fui a visitar a Reich a
la habitación de Manya. Tenía que
llevarle un par de cosas. Pero al mismo
tiempo, iba a verlo para suavizar los
roces de los días previos a su
enfermedad. Me lo gané porque me
quedé escuchando atentamente sus ideas
para un libro sobre política y teatro que
quiere publicar a través de una editorial
rusa[135]. También comentamos las ideas
para un libro sobre arquitectura de
teatros, libro que podría haber escrito
junto a Poelzig[136] y que, dada la
magnitud y la solidez de la investigación
sobre diseño escénico y vestuario
teatral, sería de gran interés ahora.
Antes de irme, bajé a comprarle
cigarrillos y accedí a hacerle un trámite
en Dom Herzena. Luego fui al Museo
Histórico. Estuve más de una hora
recorriendo la interesantísima colección
icónica, donde además descubrí una
gran cantidad de obras posteriores de
los siglos XVII y XVIII. Pero ¡cuánto
tiempo le llevó al niño Jesús conseguir
libertad de movimiento en los brazos de
su madre! Ese movimiento que ejercitó
durante
estos
últimos
períodos.
Asimismo, la mano del niño tardó siglos
en encontrar la mano de la madre de
Dios: lo único que muestran los pintores
bizantinos es una mano frente a la otra.
A continuación, hice un recorrido rápido
por la sección arqueológica y sólo me
detuve un rato frente a algunas pinturas
del monte Athos. Al salir del museo,
estuve más cerca de descifrar el
misterio del poderoso efecto que tiene la
catedral Blagoveshchenski, que había
sido mi primera impresión de Moscú y
la única interesante. Ese efecto se debe
a que, cuando uno se acerca a la Plaza
Roja desde la Plaza de la Revolución, la
primera aparece en una leve pendiente
ascendente y eso hace que las cúpulas
de la catedral emerjan de a poco como
por detrás de una montaña. Era un día
hermoso y soleado y, una vez más, fue
con mucha alegría que me encontré con
la imagen de la catedral. No pude
conseguir nada de dinero para Reich en
Dom Herzena. Llegué a la puerta de la
casa de Asja a las cuatro menos cuarto
y, adentro, todo estaba a oscuras.
Golpeé suavemente a la puerta dos
veces y, como nadie contestó, esperé en
la sala de entretenimiento. Leí las
Nouvelles littiraires. Pasó un cuarto de
hora y seguían sin contestar; así que abrí
la puerta y vi que no había nadie.
Aunque me molestó que Asja se hubiera
ido tan temprano sin siquiera esperarme,
fui a lo de Reich con la intención de
planear algo para hacer con ella a la
noche. No pude ir al Teatro Maly con
ella como hubiera querido porque, esa
mañana, Reich había objetado mi plan.
(Más tarde, cuando conseguí entradas
para la noche, no pude hacer uso de
ellas). Una vez arriba, ni siquiera me
molesté en quitarme las cosas; me quedé
quieto. Otra vez Manya explicaba algo
con vehemencia en un tono altísimo. Le
estaba mostrando a Reich un atlas de
estadísticas. De pronto, Asja se volvió
hacia mí y me dijo, sin rodeos, que no
había venido a verme la noche anterior
porque había tenido unos dolores de
cabeza muy fuertes. Yo estaba acostado
en el sofá, con mi sobretodo puesto, y
fumaba la pipa pequeña que uso
exclusivamente en Moscú. Finalmente,
no sé cómo logré transmitirle a Asja que
viniera a mi casa después de la cena y
que iríamos a algún lugar o le leería la
escena lésbica[137]. Y luego me quedé
unos minutos para que no pareciera que
había ido hasta ahí solamente para
decirle eso. Al rato, me puse de pie y
dije que tenía que irme. «¿Adónde?». «A
casa». «Creí que vendrías al sanatorio
con nosotros». «¿No se quedarán aquí
hasta las siete?», pregunté con algo de
hipocresía, porque esa mañana había
oído que la secretaria de Reich estaba
por llegar. Al final, me quedé, pero no
volví al sanatorio con Asja. Pensé que
sería más probable que viniera a la
noche si la dejaba descansar un rato.
Mientras tanto, fui a comprarle caviar,
mandarinas, caramelos y tortas. En la
repisa donde están mis juguetes, también
había dejado dos muñecos de arcilla
para que ella eligiera uno y se lo
quedara. Y finalmente vino. Apareció
con la excusa de «puedo quedarme sólo
cinco minutos y tengo que irme
enseguida». Pero esta vez lo decía en
broma. Me había parecido que durante
los últimos días, en medio de nuestras
violentas discusiones, se había sentido
más atraída a mí. Pero no estaba seguro
de cuánto. Yo estaba de buen humor
cuando ella llegó porque acababa de
recibir el correo, que traía buenas
noticias de Wiegand, Müller-Lehning y
Else Heinle[138]. Las cartas seguían
sobre la cama, donde las había estado
leyendo. Además, Dora[139] me avisaba
que me habían enviado dinero; así que
decidí extender mi visita un poco. Se lo
conté a Asja y me abrazó. Las
circunstancias de las últimas semanas
habían sido tan complejas en su conjunto
que ni por casualidad me esperaba
semejante gesto y tardé un rato en
alegrarme. Me sentí como un jarrón de
cuello angosto al que estaban llenando
de agua con una cubeta. Poco a poco y
deliberadamente, me había ido cerrado
tanto hacia mis adentros que el poder
absoluto de las impresiones externas ya
casi no tenía ningún efecto en mí. Pero
eso se disipó en el transcurso de la
noche. Primero, le pedí un beso a Asja
en medio de las protestas de siempre.
Pero después fue como si se hubiera
activado un interruptor de electricidad y,
mientras yo intentaba hablar o leer en
voz alta, ella no dejaba de insistirme
para que le diera otro beso más.
Resurgió la ternura que había quedado
prácticamente olvidada. Mientras tanto,
le traje la comida que había comprado y
los muñecos; eligió uno, que ahora
reposa frente a su cama, en el sanatorio.
También saqué el tema de mi estadía en
Moscú una vez más. Y como ella ya
había
pronunciado
las
palabras
decisivas el día anterior, mientras
íbamos camino a lo de Reich, lo único
que yo tenía que hacer era repetirlas:
«Moscú ocupa un lugar tan importante
en mi vida que sólo puedo
experimentarla a través de ti; eso es así
más allá de cualquier romance o interés
amoroso». Pero de todas formas —y
esto también me lo había dicho desde un
principio— seis semanas no alcanzan
para empezar a sentirse a gusto en una
ciudad, especialmente cuando uno no
sabe el idioma y eso lo hace toparse con
obstáculos en cada esquina. Asja me
pidió que quitara las cartas y se acostó
en la cama. Nos besamos mucho. Pero lo
que más me excitó fue cómo me tocaban
sus manos; de hecho, ella misma me
había contado una vez que todos los que
le
tenían
cariño
sentían
las
poderosísimas fuerzas que emanaban sus
manos. Puse la palma de mi mano
derecha contra la de su mano izquierda y
así nos quedamos por largo rato. Asja se
acordó de la hermosa y diminuta carta
que le había dado una noche en Via
Depretis, en Nápoles, sentados en un
pequeño café que se encontraba en una
calle casi desierta. Tengo que intentar
encontrarlo en Berlín. Luego, le leí la
escena lésbica de Proust. Asja captó el
nihilismo salvaje: cómo Proust, en
cierto modo, se aventura en lo más
recóndito y privado del pequeño
burgués que lleva la inscripción del
sadismo y, luego, sin piedad alguna,
destroza todo, de manera que no quede
ni un vestigio de la noción impoluta y
bien definida de maldad; y así, en cada
fractura, el mal evidencia explícitamente
su verdadera materia: la «humanidad» o
incluso la «bondad». Y mientras le
explicaba esto a Asja, vi con claridad la
estrecha relación que tiene con el
espíritu de mi libro sobre el barroco; de
la misma manera que la noche anterior,
mientras leía solo en mi habitación y me
crucé con el fragmento extraordinario
sobre el Caritas de Giotto[140], había
visto con claridad que, aquí, Proust
desarrollaba una idea que se
correspondía completamente con lo que
yo mismo intenté subsumir bajo el
concepto de «alegoría».
19 de enero
No tengo prácticamente nada para
contar del día. Como había pospuesto mi
partida, pude descansar un poco de los
trámites y las visitas de los últimos días.
Reich volvió a quedarse a dormir en
casa. Asja vino a la mañana, pero se fue
pronto porque tenía una reunión laboral.
En el rato que estuvo con nosotros, se
armó un debate sobre la guerra de gases.
Al principio, estuvo en total desacuerdo
conmigo, pero luego intervino Reich. Al
final, Asja terminó diciendo que sería
bueno que dejara mi opinión por escrito,
y prometí escribir un artículo sobre el
tema para el Weltbühne[141]. Me fui unos
instantes después de que se fuera Asja.
Me encontré con Gnedin. La charla fue
breve; hablamos sobre nuestra confusión
del domingo, me invitó a lo de
Vakhtangov[142] el domingo siguiente a la
noche y me sugirió un par de ideas más
para cuando tuviera que pasar el
equipaje por la aduana. Cuando volvía
de lo de Gnedin, pasé por el edificio
Cheka[143]. Siempre está custodiado por
un soldado con una bayoneta fija. Luego
pasé por el correo y envié un telegrama
para pedir dinero. Almorcé en la taberna
a la que vamos los domingos y después
fui a casa a descansar. En el lobby del
sanatorio, me topé con Asja de un lado
e, inmediatamente, con Reich del otro.
Asja tenía que darse un baño. Reich y yo
jugamos dominó en la habitación de ella.
Cuando volvió, Asja nos contó sobre las
oportunidades que se le abrieron a partir
de la reunión de esa mañana y sobre la
posibilidad de conseguir trabajo como
asistente de dirección en Tverskaya, en
un teatro que presenta dos espectáculos
por semana para niños proletarios.
Reich estuvo con Illés toda la noche. Yo
no fui con ellos. Pasó por mi habitación
aproximadamente a las once; pero ya era
muy tarde para ir a ver una película
como habíamos planeado. Hubo una
conversación breve e infructuosa sobre
los cadáveres en el teatro anterior a
Shakespeare.
20 de enero
Estuve casi toda la mañana
escribiendo en mi habitación. Como
Reich tenía que ocuparse de algunos
asuntos en la Enciclopedia a la una,
quise aprovechar la situación, no tanto
para hacer lobby por mi artículo sobre
Goethe (había perdido todas las
esperanzas al respecto) sino para
desarrollar más a fondo una sugerencia
que me había hecho Reich y para que él
no creyera que yo era un vago. De lo
contrario, era probable que también le
atribuyera la culpa de que hubieran
rechazado mi artículo sobre Goethe a mi
falta de esmero. Me costó mucho
contener la risa cuando finalmente me
encontré cara a cara con el profesor en
cuestión. Después de que le dije mi
nombre, saltó de la silla, fue a buscar mi
artículo y trajo también a una secretaria
como refuerzo. Primero me ofreció otros
artículos sobre el barroco. Expresé mi
intención de tomar la aceptación de mi
artículo sobre Goethe como una
condición
previa
para
futuras
colaboraciones. Luego, enumeré mis
publicaciones, destaqué mis aptitudes
como me había aconsejado Reich y
estaba justo en medio de eso cuando él
entró. Pero se sentó lejos de mí y
empezó a hablar con otro funcionario.
Me informarían su decisión en un par de
días. Después tuve que esperar a Reich
en el vestíbulo un rato largo. Finalmente,
nos fuimos; me explicó que pensaban
ofrecerle el artículo sobre Goethe a
Walzel[144]. Fuimos a ver a Panksy. Es
difícil de creer —pero no imposible—
que tiene veintisiete años, según me
informó Reich más tarde. La generación
que participó activamente durante el
período de la Revolución está
envejeciendo.
Es
como
si
la
estabilización de la situación del estado
le hubiera dado una tranquilidad o una
ecuanimidad a su vida que uno
normalmente alcanza con la vejez. De
todas formas, a Panksy no le queda ni un
poco de encanto, que al parecer es lo
que sucede con los moscovitas. Mis
expectativas aumentaron cuando dijo
que el lunes siguiente proyectarían
varias películas que yo quería ver antes
de escribir el artículo contra Schmitz
que me había pedido el Literarische
Welt. Fuimos a comer. Luego volví a
casa porque Reich quería hablar con
Asja en privado. Más tarde, estuve
arriba de visita durante una hora y
después fui a lo de Basseches. La mayor
desilusión de la noche en casa de
Maximilien Schick, el director del
banco, fue que no hubo cena. No había
comido prácticamente nada durante el
almuerzo y moría de hambre. Así que,
cuando finalmente sirvieron el té, me
llené de torta sin ningún reparo. Schick
viene de una familia muy adinerada,
estudió en Munich, Berlín y París, y
sirvió en la guardia militar rusa. Ahora
vive con su mujer y su hijo en una
habitación que dividieron en tres. Es un
claro ejemplo de lo que aquí denominan
«viejas glorias». No sólo es así desde el
punto de vista sociológico (e incluso
aquí es una especie de excepción dada
su importante posición), pero incluso
«vieja gloria» en cuanto a su período
productivo. Por ejemplo, publicaba
poemas en Die Zukunft[145] e incluso
artículos en revistas que ya nadie
recuerda. Pero sigue aferrándose a sus
antiguas pasiones y, en su estudio, hay
una modesta pero selecta biblioteca de
obras francesas y alemanas del siglo
diecinueve. Mencionó cuánto había
pagado por algunos de los volúmenes
más valiosos y los precios indicaban
que los vendedores los consideraban
basura. Durante el té, intenté sacarle
información sobre la literatura rusa
contemporánea. Mis esfuerzos fueron en
vano. No hay prácticamente nada que
aprecie aparte de Briusov[146]. Sentada
con nosotros, había una mujer pequeña,
muy bonita, que a simple vista se notaba
que no trabajaba. Pero no le interesaban
los libros y, afortunadamente, Basseches
le hacía bastante compañía. Para
devolverme por adelantado varios
favores que espera que le haga en
Alemania, Schick me llenó de libros
infantiles para nada interesantes y sin
ningún tipo de valor, de los cuales no
pude rechazar ninguno. Hubo uno solo
que acepté con mucho gusto, no porque
tuviera valor alguno, sino más bien
porque me pareció simpático. Después
de
marcharnos,
afortunadamente
Basseches me arrastró hasta la
Tverskayia con promesas tentadoras de
mostrarme un café frecuentado por
prostitutas. No vi nada que valiera la
pena en el café, pero comí pescado frío
y cangrejo. Lo acompañé en un trineo de
lujo hasta la intersección de Sadovaya y
Tverskaya.
21 de enero
Hoy es el aniversario de la muerte
de Lenin. Todos los lugares de
entretenimiento permanecerán cerrados
pero, por el «régimen económico», el
feriado comercial y administrativo cae
mañana, sábado, que de todas maneras
es un día de media jornada laboral. Salí
temprano para ir a ver a Schick al banco
y me enteré de que ya estaba decidido
que yo visitara a Muskin[147] el sábado
para ver su colección de libros
infantiles. Cambié plata y fui al museo
de juguetes. Esta vez, progresé un poco.
Me prometieron que el martes me
avisarían por el tema de las fotos que yo
quería que hicieran. Pero luego me
mostraron unas de las que había
negativos. Como son muchísimo más
baratas, encargué alrededor de veinte.
Esta vez, también les presté especial
atención a los objetos de arcilla de
Viatka La noche anterior, cuando estaba
yéndome, Asja me había invitado para
que la acompañara el teatro infantil que
presenta espectáculos en el edificio de
Ars cinema, que queda sobre la
Tverskaya. Pero cuando llegué, el teatro
estaba desierto; me di cuenta de que no
era probable que hubiera un espectáculo
hoy. Luego de informarme que el teatro
estaba cerrado, el guardia procedió a
echarme del lobby, donde yo intentaba
entrar un poco en calor. Después de que
esperé afuera un buen rato, llegó Manya
con una nota de Asja que decía que se
había equivocado y que el espectáculo
era el sábado, no el viernes. Con la
ayuda de Manya, compré velas. Tenía
los ojos muy inflamados por la luz de
las velas. Con la intención de ganar algo
de tiempo de trabajo, no fui a Dom
Herzena (que, de todos modos,
seguramente haya estado cerrado hoy);
almorcé en el barrio Stolovaia. La
comida era costosa pero no estaba mal.
Una vez de regreso en mi habitación, no
trabajé en el artículo de Proust como
había planeado[148] sino en la respuesta
a un obituario desagradable e insolente
que Franz Blei había escrito para
Rilke[149]. Más tarde, le leí a Asja lo
que le había escrito y sus comentarios
me incitaron a reescribirlo esa misma
noche y al día siguiente. Dicho sea de
paso, Asja no se sentía bien. Más tarde,
llevé a Reich al restaurante donde había
almorzado yo. Él no había ido nunca.
Luego, fuimos de compras. A la noche,
se quedó conmigo en mi cuarto hasta
aproximadamente las once y media; nos
sumergimos en una conversación en la
que nos turnamos para contar en detalle
lo que recordábamos de las lecturas de
la niñez. Él estaba sentado en el sillón;
yo estaba acostado en la cama. Durante
esa conversación, caí en la cuenta de
que, por alguna extraña razón, ya desde
niño leía cosas que no eran las que leía
todo el mundo. Neuer deutscher
Jugendfreund[150], de Hoffmann, fue
prácticamente el único libro infantil
típico de la época que leí. Por supuesto,
junto con Lederstrumpf[151], la excelente
serie de Hoffmann, y Sagen des
klassischen Altertmus[152], de Schwab.
Pero no leí más de un libro de Karl
May[153] ni me resultan conocidos
Kampf urn Rom o los cuentos del mar
de Wörishöffer[154]. Y leí un solo libro
de Gerstäcker[155], que seguramente
narraba una historia de amor bastante
apasionada (¿o la leí solamente porque
había escuchado ese comentario de otro
de los libros del autor?); para ser
preciso, Regulatoren von
También descubrí que
conocimiento sobre el teatro
remonta a mis días del
lectura[156].
Arkansas.
todo mi
clásico se
club de
22 de enero
Todavía no había lavado, pero
estaba sentado a la mesa escribiendo
cuando llegó Reich. Era la mañana en la
que estaba incluso menos inclinado a ser
sociable. Apenas me dejé distraer del
trabajo. Pero cuando estaba por salir,
alrededor de las doce y media y Reich
me preguntó adónde iba, descubrí que él
iba al teatro para niños al que Asja me
había invitado. La suma total de mi
tratamiento preferencial, así resultó ser
una media hora de esperar inútilmente a
la entrada el día anterior. De todos
modos, fui a buscar algo tibio para
tomar en mi café de costumbre. Pero los
cafés también estaban cerrados ese día,
y esto también es parte de mi filosofía.
Así que lentamente me fui a la
Tverskaya al teatro. Reich llegó más
tarde, y luego Asja con Manya. Ya que
nos habíamos convertido en un cuarteto,
perdí interés en el asunto. No podría
quedarme hasta el final, de todas
maneras, porque tenía que encontrarme
con Schick a las tres y media. Tampoco
hice el esfuerzo de sentarme al lado de
Asja; en cambio, me senté entre Reich y
Manya. Asja le pidió a Reich que me
tradujera el diálogo. La obra parecía ser
algo así como la creación de una fábrica
de conservas y parecía tener una
tendencia chauvinista en contra de
Inglaterra. Me fui durante el intervalo. A
este punto Asja incluso me había
ofrecido el asiento a su lado como forma
de convencerme de que me quedara,
pero no quería llegar tarde o, incluso
más importante, terminar exhausto para
mi cita con Schick. Él mismo no estaba
del todo listo. En el ómnibus habló de
sus días en París, que Gide lo visitó una
vez, etcétera. La visita con Muskin valió
mucho más la pena. A pesar de que sólo
vi un libro de niños realmente
importante, un calendario suizo de niños
de 1837, un volumen pequeño con tres
platos de colores, pude hojear muchos
libros rusos de niños que logré hacerme
una idea de cómo eran sus ilustraciones.
La gran mayoría son copias de modelos
alemanes. Las ilustraciones en muchos
de los libros fueron impresas en
negocios de litografía alemanes. Muchos
libros alemanes fueron imitados. Las
ediciones rusas de Struwwelpeter[157]
que vi allí, eran toscas y feas. Muskin
puso papelitos en varios libros en los
cuales anotó mis comentarios. Él dirige
la división de libros para niños de la
editorial estatal. Me hizo ver algunas
muestras de su trabajo. Incluía libros
donde él mismo había escrito los textos.
Le expliqué los amplios límites de mi
proyecto
para
el
documental
«Fantasía»[158]. Él parecía no entender
mucho de lo que le estaba diciendo y en
general, tuvo una impresión bastante
mediocre de mí. Su librería estaba en un
estado lamentable. No había suficiente
lugar para colocar bien los libros, así
que estaban esparcidos de cualquier
manera en las estanterías del pasillo.
Había un surtido más o menos rico de
comida en la mesita ratona y, sin que me
insistieran, comí mucho, ya que no había
almorzado ni cenado ese día. Estuvimos
ahí por dos horas y media. Antes de
irme, me mostró dos libros que había
publicado y que en silencio prometí
darle a Daga. Pasé cada tarde en casa
trabajando en el diario de Rilke. Pero
—como es el caso en este mismo
momento— con material de escritura tan
pobre, no se me ocurre nada.
23 de enero
(Ha pasado algún tiempo desde que
mantuve este diario, así que tengo que
resumir las cosas). Este fue el día en el
que Asja hizo varios arreglos para irse
del sanatorio. Se iba a mudar con
Rachlin, por fin había encontrado un
ambiente agradable. Sobre el transcurso
de los días siguientes pude medir las
posibilidades que se me habrían
ofrecido en Moscú si se me hubiesen
abierto antes las puertas de una casa
como la suya. Ahora era demasiado
tarde para aprovecharme de ellas.
Rachlin vive en un ambiente amplio y
limpio en el edificio que alberga los
Archivos Centrales. Vive con una
estudiante que dijo ser muy pobre y que
no quiere vivir con ella por orgullo.
Miércoles, sólo dos días después de
haberla conocido, me da una daga
Caucásica de regalo, una pieza hermosa
de plata, aunque se suponía que era para
niños y no era costosa. Asja aseguraba
que iba a agradecer este regalo. De
todos modos, Asja no era más accesible
para mí durante el tiempo que se quedó
con Rachlin de lo que había sido en el
sanatorio. Había un General del Ejército
Rojo siempre presente que se había
casado hacía sólo dos meses, pero que
había estado cortejando a Asja en
cualquier manera concebible, y le había
pedido que se escapara con él a
Vladivostok,
donde
lo
habían
transferido. Él dijo que quería
abandonar a su esposa en Moscú. Uno
de esos días, el lunes para ser exactos,
Asja recibió una carta de Astachov que
había sido enviada desde Tokyo y
remitida desde Riga por Elvira. El
jueves, mientras nos íbamos con Reich,
ella me contó lo que decía en detalle, y
sacó el tema a relucir nuevamente a la
tarde. Aparentemente Astachov la piensa
mucho y desde que ella le pidió le
consiguiera un chal con flores de cerezo
él probablemente pasó —o al menos eso
digo yo— medio año buscando nada
más que chales de flores de cerezo en
las vidrieras de Tokyo. Esa mañana le
dicté una nota atacando a Blei como así
otras cartas. Estaba de muy buen humor
ese mediodía, hablé con Asja, pero sólo
recuerdo que después de salir de su
habitación para agarrar su maleta y
llevarla a mi casa, me siguió hasta la
puerta y me dio su mano. No sé qué
esperaba
ella
de
mí,
quizás
absolutamente nada. Recién al siguiente
día me di cuenta de que Reich había
organizado todo un esquema para que yo
fuera el único en transportar la maleta
porque él se sentía enfermo. Dos días
después, luego de la mudanza de Asja,
se fue a la cama de la habitación de
Manya. Pero se está recuperando
rápidamente de la gripe. Así que tuve
que seguir dependiendo enteramente de
Basseches por los arreglos con respecto
a mi partida. Quince minutos después de
que me fui del sanatorio, nos
encontramos en la estación de ómnibus.
Había hecho planes para ir al teatro
Vakhtangov esa tarde con Gnedin. Pero
tenía que acompañar a Reich junto a su
secretaria porque yo quería hacer uso de
sus servicios la mañana siguiente,
durante las proyecciones en el cine Gos.
Todo funcionó. Luego Reich me puso en
un trineo y me fui al Vakhtangov. Gnedin
y su esposa llegaron quince minutos
después de que la obra empezó. Justo
estaba decidiendo irme y, recordando el
domingo anterior en el teatro Proletkult,
me empecé a preguntar si Gnedin estaba
loco. Pero ahora no quedaban más
entradas. Finalmente se las arregló para
llegar, pero no nos sentamos cerca y
durante el transcurso de varios actos,
nos involucramos en todo tipo de
permutación de asientos, ya que había
dos lugares adyacentes y otro solo. La
esposa de Gnedin era rechoncha,
amistosa y reservada, y a pesar de esto,
tenía aspectos completamente planos y
sin encanto. Después de la obra, ambos
me acompañaron a Smolensk Ploshchad,
donde me tomé un tranvía.
24 de enero
Fue un día agotador, desagradable en
todos los aspectos, aunque al final pude
lograr casi todos mis cometidos. El día
empezó con que tuve que esperar casi
infinitamente en el cine Gos. Dos horas
después, la proyección comenzó. Vi La
madre, Potemkin y una parte de El
juicio de los tres millones[159]. Todo el
asunto me costó un chervonetz. Por
consideración a Reich, quise darle algo
a la traductora que me había conseguido,
pero no me mencionó ninguna suma a
pesar de haberla mantenido conmigo por
cinco horas. Era toda una tarea sentarse
a ver tantas películas consecutivas sin
acompañamiento musical y en un
ambiente de proyección pequeño, donde
habíamos constituido virtualmente todo
el público. Me encontré con Reich en
Dom Herzena. Fuimos a visitar a Asja
después del almuerzo, los esperé en
casa y después iríamos juntos a lo de
Rachlin. Pero sólo llegó Reich, así que
me fui a buscar el dinero que había sido
girado a la oficina de correo local. Esto
me tomó como una hora. Vale la pena
describir la escena. La empleada estaba
lidiando con la orden de mi dinero como
si yo estuviera tratando de robarle su
hijo más preciado. Si no hubiese habido
una mujer que hablaba algo de francés
en el mostrador, me hubiera ido con las
manos vacías. Regresé al hotel exhausto.
Unos minutos después, nos fuimos a lo
de Rachlin, cargados con maletas, sacos
y frazadas. Asja había ido directamente.
Había una gran reunión: aparte del
General, había una amiga de Rachlin que
quería que yo le entregara algo a un
amigo Parísino suyo, un pintor. La
tensión no disminuyó, Rachlin —que no
era una persona desagradable— siguió
hablándome; mientras tanto, apenas
alerta de cuánto interés le demostraba el
general a Asja, yo estaba continuamente
intentando vigilar qué sucedía entre
ellos. Adicionalmente, la presencia de
Reich. Tuve que dejar de lado toda
esperanza de tener una conversación en
privado con Asja; las pocas palabras
que pude intercambiar con ella mientras
me
iba
fueron
insignificantes.
Subsecuentemente me detuve en lo de
Basseches por un momento para discutir
algunos asuntos técnicos con respecto a
mi partida y luego me fui a casa. Reich
durmió en la habitación de Manya.
Parada de tranvía de la Plaza Strasnoi.
25 de enero
La escasez de vivienda aquí genera
un efecto extraño: al revés que en otras
ciudades, las calles a la noche están
alineadas con casas grandes y pequeñas,
casi todas con todas las luces prendidas.
Si el brillo que sale de las ventanas no
son muy desiguales, uno puede
imaginarse como si estuviera viendo un
trabajo de iluminación. Hay otra cosa
que noté estos últimos días: no es sólo
la nieve que posiblemente pueda hacer
que uno sienta nostalgia por Moscú, sino
también el cielo. En ninguna otra
metrópolis tiene uno tanto cielo sobre su
cabeza. Los edificios bajos contribuyen
considerablemente a esto. En esta
ciudad siempre se percibe el amplio
horizonte de las estepas rusas. Algo
nuevo y exquisito: un niño en la calle
llevando un cartel con aves disecadas.
Así que también venden este tipo de
pájaros en las calles. Incluso más
llamativo fue la procesión del funeral
«rojo» que me crucé en la calle aquel
día. El ataúd, el coche fúnebre, las
riendas del caballo, todo era rojo. En
otra ocasión vi un tranvía pintado con
imágenes de propaganda política,
lamentablemente pasé tan rápido que no
pude ver los detalles. El grado al que lo
exótico brota de la ciudad siempre es
abrumador. En mi hotel, veo tantas caras
mongoles como desee, todos los días.
Pero recientemente había figuras
sobresaliendo en la calle del hotel,
vestidos de rojo y con sacos amarillos:
sacerdotes budistas, según me informó
Basseches. Están en Moscú para asistir
a un congreso. Los cobradores en los
tranvías, por otro lado, me recuerdan a
los pueblos primitivos del norte. Se
paran en su lugar del coche, cubiertos de
pieles como mujeres samoyedas en sus
trineos Me las arreglé para ocuparme de
varios asuntos ese día. La mañana la
dediqué a las preparaciones para mi
partida. Estúpidamente hice que me
sellaran las fotos del pasaporte, así que
tuve que sacarme una foto a las apuradas
por el fotógrafo del bulevar Strasnoi.
Luego hice otras diligencias. La noche
anterior, en lo de Rachlin, me puse en
contacto con Illés y arreglé encontrarme
con él en Narkompros. Después de
algunos esfuerzos, lo localicé. Perdimos
bastante tiempo yendo a pie desde el
ministerio a Gosfilm, donde Illés debía
hablar con Pansky. Recién caía en la
infeliz idea de adquirir fotogramas de
La sexta parte del mundo, de Gosfilm y
transferí este pedido a Pansky. Después
de esto, empezó a informarme detalles
inimaginables: la película no debía ser
mencionada en el exterior, su montaje
contenía clips de películas extranjeras,
su procedencia precisa no estaba
siquiera clara y había que temer por las
complicaciones. En resumen, estaba
haciendo un gran problema del asunto.
Luego procedió a apurar a Illés de la
manera más vehemente posible para que
trabajaran juntos en poner en marcha la
filmación de Atentado. Pero Illés
cortésmente se mantuvo en su rechazo a
la propuesta, y finalmente pude tener una
oportunidad de hablar con él en un café
cercano (Lux). La conversación resultó
ser tan productiva como yo esperaba:
me proporcionó una descripción muy
interesante de grupos contemporáneos
de la literatura en Rusia, basada en las
orientaciones políticas de varios
autores. Inmediatamente me fui a ver a
Reich. Nuevamente pasé la noche en lo
de Rachlin, Asja me había pedido que
viniera. Estaba absolutamente exhausto,
así que tomé un trineo. Cuando llegué al
piso de arriba, estaba la inevitable
Ilyusha[160], que había salido a comprar
una montaña de dulces. No había
llevado nada de vodka, como Asja me
había pedido; vino oporto era todo lo
que tenía a mi disposición. Ese día, tal
como los siguientes, tuvimos largas
conversaciones telefónicas que me
recordaban a las que teníamos en Berlín.
Asja ama decir cosas importantes por
teléfono. Me habló de su deseo de vivir
conmigo en Grunewald y se enojó
cuando le dije que eso no funcionaría.
Esa fue la noche en la que Rachlin me
dio la daga caucásica. Me quedé hasta
que se fue Ilyusha: no estaba en el mejor
humor. Luego se levantaron cuando Asja
vino a sentarse conmigo en el sillón, el
tipo de sillón en el que sientas espalda a
espalda con la persona que está a tu
lado. Pero se arrodilló en su asiento y se
puso mi bufanda de seda Parísina.
Desafortunadamente ya había cenado en
casa, así que no podía disfrutar de
muchos de los manjares dispuestos
sobre la mesa.
Plaza Strasnoi
26 de enero
Varios días de maravilloso clima
cálido. Moscú otra vez se siente más
cerca de mí. Siento el deseo de aprender
ruso, como me pasó durante los
primeros días de mi estadía. Está
bastante cálido, pero el sol no es
enceguecedor, así que me resulta más
fácil observar qué sucede alrededor de
mí en las calles y considero que cada
día es un regalo que se me ha concedido
dos o tres veces, porque son días
hermosos, porque Asja está conmigo
frecuentemente y porque cada uno de
estos días es un regalo que me hice a mí
mismo al extender la duración planeada
de mi estadía. Encima de todo, los
vendedores ambulantes: un hombre con
un montón de pistolas para niños
colgando de sus hombros, disparando
una de ellas a cada rato, el disparo
haciendo eco por la calle, a través del
aire
limpio.
También
muchos
vendedores
ambulantes
vendiendo
canastas de todo tipo, canastas de
colores que parecen como los que
puedes comprar en cualquier lugar de
Capri, con dos manijas, con diseños
geométricos estrictos, motivos de cuatro
colores enmarcados en sus cuadrados.
También vi un hombre con una maleta
grande de mimbre con hebras de paja
verde y rojas que se entrelazan, pero no
era un vendedor ambulante Esta mañana
intenté, sin éxito, acelerar el asunto de
mi baúl en la aduana. Ya que no llevaba
mi pasaporte (había sido consignado
para obtener mi visa de salida),
acordamos aceptar el baúl pero no
autorizarlo. No pude arreglar nada en
toda la mañana, almorcé en un
restaurante pequeño en un sótano y me
fui a ver a Reich al mediodía, le llevé
algunas manzanas que Asja había
pedido. No vi a Asja en todo el día,
pero tuve dos largas conversaciones
telefónicas con ella al mediodía y a la
noche. Pasé la noche trabajando en mi
réplica del ensayo de Schmitz sobre
Potemkin[161].
27 de enero
Todavía estoy usando el saco de
Basseches. Éste es un día importante.
Fui al Museo del Juguete de nuevo esta
mañana y las probabilidades de resolver
el asunto de las fotografías ahora son
buenas. Vi los objetos que Bartram tiene
en su oficina. Me impresionó mucho un
mapa largo, angosto y rectangular sobre
la pared que representa alegóricamente
la historia como una serie de corrientes,
bandas sinuosas de diferentes colores.
Los nombres y las fechas estaban
grabados en cada corriente en orden
cronológico. El mapa fue hecho a
principios del siglo XIX. Yo lo hubiese
ubicado ciento cincuenta años antes. A
su lado, había un reloj mecánico
interesante, un paisaje colgado de la
pared en una caja de vidrio. El
mecanismo estaba roto y el reloj, cuyas
campanadas alguna vez pusieron en
marcha molinos, ruedas de agua,
postigos de ventanas y figuras humanas,
ya no funcionaba. A ambos lados de
esto, también bajo vidrio, había
composiciones semejantes en relieve —
el saqueo de Troya, Moisés haciendo
brotar agua de la roca— pero estaban
inmóviles. Además de todo esto, había
libros para niños, una colección de
naipes y una variedad de otras cosas. El
museo estaba cerrado ese día (jueves) y
el camino a la oficina de Bartram iba
por un patio que bordeaba una antigua
iglesia particularmente hermosa. La
variedad de estilos de torres de las
iglesias es verdaderamente excepcional.
Asumo que el angosto obelisco,
delicado, con forma de aguja, data del
siglo XVIII. Estas iglesias se elevan por
arriba de los patios de forma muy
similar a cómo emergen las iglesias de
las aldeas desde un paisaje ocupado por
muy pocos edificios. Inmediatamente,
me fui a casa para deshacerme de una
enorme placa —un periódico raro, un
poco dañado y desafortunadamente
pegado a un cartón, que Bartram me
había mostrado desde que consiguió un
duplicado de éste para su colección.
Partí hacia lo de Reich. Asja y Manya
recién llegaban (sólo durante la
siguiente visita conocería a la
encantadora Dasha, una judía ucraniana
que cocinaba para Reich). La atmósfera
estaba cargada cuando entré, y me tomó
cierto esfuerzo evitar que explotara
contra mí. Sentí que era yo el que lo
provocó cuando entré, pero las razones
eran tan banales que no tenía deseo de
recordarlas. Y, predeciblemente, las
cosas explotaron entre ellos un rato
después, mientras Asja, malhumorada e
irritable, estaba haciendo la cama de
Reich. Al fin nos fuimos. Asja estaba
preocupada con todos los esfuerzos que
había estado haciendo para encontrar un
trabajo y me habló sobre esto en el
camino. De hecho, sólo caminamos
juntos hasta la siguiente estación del
tranvía. Estaba más o menos
esperanzado por verla esa noche, pero
primero una conversación telefónica
decidiría si ella iría a ver a Knorin. Ya
me había acostumbrado a no ilusionarme
con sus promesas. Y cuando me llamó
más tarde para decirme que estaba
demasiado cansada para ir a su cita con
Knorin, pero que inesperadamente la
modista le había informado que debía ir
a buscar su vestido esa misma noche, ya
que no habría nadie en casa el día
siguiente —la modista debía internarse
en el hospital— abandoné toda
esperanza de verla esa noche. Pero las
cosas funcionaron distinto: Asja me
pidió que me juntara con ella enfrente de
la casa de la modista y prometió que
luego iríamos juntos a algún lugar
cuando ella terminara. Teníamos
pensado ir a uno de los lugares del
Arbat. Llegamos a la casa de la modista,
que estaba al lado del Teatro de la
Revolución, virtualmente al mismo
tiempo. Luego tuve que esperar enfrente
por casi una hora —al final estaba casi
convencido de que de alguna manera no
había visto salir a Asja durante el rato
que había ido a ver uno de los patios de
la casa. Había estado durante diez
minutos diciéndome a mí mismo que era
una locura seguir esperando así cuando
finalmente salió. Nos fuimos al Arbat. Y
luego de dudar brevemente, fuimos a un
restaurante llamado Praga. Subimos por
la escalera curvada que llevaba al
segundo piso y entramos a un ambiente
luminoso con muchas mesas, la mayoría
estaban desocupadas. A la derecha, al
otro lado del ambiente, había un
escenario en el que cada tanto emanaba
una orquesta de música, la voz de un
lector o canciones de un coro ucraniano.
Cambiamos de mesa de inmediato, Asja
sentía una brisa fría desde la ventana.
Ella estaba avergonzada de haber ido a
un establecimiento «refinado» usando
zapatos rotos. Se había puesto el vestido
en lo de la modista. Lo había cosido con
una tela vieja y apolillada, pero se veía
muy bien en ella. Empezamos a hablar
sobre Astachov. Asja pidió shashlyk y
un vaso de cerveza. Estábamos allí
sentados, cara a cara, pensando en mi
partida, mirándonos. En ese momento,
Asja me dijo, siendo probablemente esa
la primera vez que ella había sido tan
abierta, que hubo un tiempo en el que
ella hubiese querido que nos casáramos.
Y pensaba que si las cosas no se dieron
de ese modo, había sido yo, y no ella, el
que había echado a perder la
oportunidad. (Quizás ella no usó
exactamente un término tan tajante como
«echar a perder»; no lo recuerdo). Le
dije que si hubiera querido que nos
casáramos, entonces sus demonios
habían desempeñado un rol en ese deseo
Sí, ella había pensado en lo
increíblemente cómico que hubiese sido
presentarse como mi esposa ante mis
conocidos. Pero ahora, a raíz de su
enfermedad, ella estaba libre de esos
demonios.
Se
había
convertido
completamente en pasiva. Pero ya no
había más futuro para nosotros. Le dije:
«Pero me quedaré contigo, aunque te
vayas a Vladivostok, te seguiré allí».
«¿Quieres seguir jugando a ser el amigo
de la familia con el General, también?
Si él fuera tan tonto como Reich y no te
echara de la casa, no tendría nada en
contra de eso. Y si de hecho te echara,
tampoco tendría nada en contra de eso».
En otro momento ella dijo: «Ya me
acostumbré a ti». — Yo agregué: «Los
primeros días después de que llegué, te
dije que estaba listo para casarme
contigo. Pero no sé realmente si podría
hacerlo. No creo que pueda manejarlo».
Y luego ella dijo algo bastante hermoso:
«¿Por qué no? Soy un perro fiel. Cuando
vivo con un hombre, adopto actitudes
bárbaras. Claro que eso está mal, pero
no puedo hacer nada al respecto. Si
estuvieras conmigo, no atravesarías toda
esa ansiedad y tristeza que tan
frecuentemente padeces». Seguimos
hablando de esta manera. ¿Seguiría yo
mirando la luna siempre pensando en
Asja? Dije que esperaba que las cosas
hayan mejorado para la siguiente vez
que nos viéramos. «¿Quieres decir que
estarás lo suficientemente bien para
estar conmigo las veinticuatro horas del
día?». Dije que eso no era exactamente
lo que yo tenía en mente, sólo pensaba
en estar más cerca de ella o en hablar
con ella. Si tan sólo estuviera más cerca
de ella, volvería este deseo. «Qué
encantador»,
dijo
ella.
Esta
conversación me dejó muy alterado todo
el día siguiente e incluso durante la
noche. Pero mi deseo de viajar fue, de
hecho, más poderoso que mi deseo de
estar con ella, a pesar de que ésto bien
podría ser por todos los obstáculos que
sufrió ese deseo. Obstáculos que siguen
sucediendo. La vida en Rusia no es muy
complicada para mí dentro del Partido y
había muchos menos prospectos fuera de
éste, a pesar de que es difícil afirmar
que la vida aquí es menos complicada.
Ella, por otro lado, ya hizo raíces aquí
en Rusia. Luego, claro, está la nostalgia
por Europa, algo que explica de algún
modo la atracción de ella hacia mí.
Vivir en Europa con ella —esto podría
convertirse algún día en lo más
importante, la cosa más tangible para
mí, si tan sólo ella lo hubiera podido
superar— es algo sobre lo que tengo
dudas. Tomamos un trineo para volver al
departamento,
nos
abrazamos
estrechamente. Estaba oscuro. Este fue
el único momento en la oscuridad que
compartimos en Moscú: afuera, en el
medio de la calle, en el asiento angosto
de un trineo.
28 de enero
Aventurado en el temprano, glorioso
deshielo para explorar las calles a la
derecha del Arbat, como hacía tiempo
quería hacerlo. Así llegué a la plaza
donde estaba antiguamente la perrera de
los zares. Se conforma de casas bajas,
algunas de las cuales tienen portales
sostenidos por columnas. Pero erguidos
entre éstas, de un lado hay unos edificios
altos horribles, que eran nuevos. El
«Museo de la Vida Cotidiana en los
Cuarenta» está aquí: una casa baja, de
tres pisos, cuyas habitaciones habían
sido mantenidas con buen gusto con un
estilo de un hogar burgués de aquel
período. Tiene muebles hermosos con
muchas reminiscencias al estilo de Louis
Philippe, baúles, candelabros, espejos
entre las ventanas, biombos (uno muy
raro con vidrio grueso entre sus paneles
de madera). Todos los ambientes fueron
arreglados como si todavía estuvieran
habitados, tirados sobre las mesas o
colgados de las sillas aparecían
papeles, notas, batas y chales. De hecho
no toma casi nada de tiempo atravesar
toda la casa. Para mi sorpresa, no había
una habitación para niños (tampoco
juguetes). Quizás las salas de juego no
existían, ¿o faltaba? ¿O estaba en el piso
superior cerrado? Luego caminé por las
calles aledañas un poco. Finalmente me
encontré de vuelta en el Arbat, me
detuve en el puesto de libros y encontré
uno de Victor Tissot, publicado en 1882,
La Russie et les Russes. Lo compré por
veinticinco kopeks, pensando que quizás
me proveería de algunos hechos y
nombres que podrían ayudarme a tener
una idea de Moscú y servirían para el
artículo sobre la ciudad, que estaba
planeando. Dejé el libro en casa y me
fui a ver a Reich. Nuestra conversación
fluyó con más suavidad esta vez; me
había jurado que no dejaría que ninguna
tensión se desarrollara. Hablamos sobre
Metrópolis[162] y su pobre recepción en
Berlín, al menos entre los intelectuales.
Reich
responsabilizó
por
este
experimento
fallado
a
aquellos
intelectuales
cuyas
exageradas
expectativas provocaban este tipo de
empresas peligrosas. No estaba de
acuerdo. Asja no llegó (aparecería a la
noche). Pero Manya estuvo allí un rato.
Luego Dasha, una pequeña judía
americana, también estaba en la
habitación, donde vive y cocina para
Reich. La encontraba bastante atractiva.
Las chicas estaban hablando yiddish,
pero no pude descifrar qué decían.
Cuando volví a casa, llamé a Asja y le
pedí que pasara cuando volviera de lo
de Reich. De hecho, lo hizo. Estaba
bastante cansada e inmediatamente se
fue a la cama. Al principio tenía
vergüenza y apenas podía hablar por
miedo a verla levantarse de repente e
irse. Salí de mi sábana grande que
Bartram me había dado y se la mostré.
Luego discutimos sobre el domingo:
prometí
que
por
supuesto
la
acompañaría a ver a Daga. Nos besamos
de nuevo y hablamos de vivir juntos en
Berlín, de casarnos, de tomar aunque sea
un viaje juntos. Asja dijo que nunca
hubo otra ciudad tan difícil de dejar
como Berlín, ¿esto tenía que ver
conmigo? Los dos nos tomamos un
trineo hasta lo de Rachlin. No había
suficiente nieve en Tverskaya para
permitir que el trineo prosiguiera a
cualquier velocidad. El progreso mejoró
en las calles aledañas: el conductor
tomó una ruta que yo no conocía,
pasamos por una casa de baños y vi una
esquina maravillosa de Moscú. Asja me
contó sobre las casas de baños; yo ya
sabía que funcionaban, en realidad,
como centros de prostitución, como en
la Alemania medieval. Le conté sobre
Marsella[163]. No había más visita en lo
de Rachlin cuando llegamos, un poco
después de las diez. Hacía una noche
hermosa y silenciosa. Ella me contó
todo tipo de detalles sobre los archivos.
Entre otras cosas, que había descubierto
que los pasajes cifrados en la
correspondencia entre algunos de los
miembros de las familias de zares,
contenían
la
pornografía
más
inimaginable. Discutimos sobre si ésto
debía ser publicado o no. Entendí la
observación de Reich que Rachlin y
Manya pertenecían a la categoría de
comunistas «morales» que siempre
toman una posición central y que nunca
concebirán la posibilidad de una
realmente «política». Me senté en un
sillón amplio, apretado contra Asja. Nos
sirvieron galletas con leche y té. Me fui
alrededor de las once menos cuarto.
Incluso a la noche, el clima estaba
maravillosamente cálido.
29 de enero
El día fue un fracaso en casi todo
sentido. Llegué a la casa de Basseches
cerca de las once de la mañana e
inesperadamente lo encontré despierto y
trabajando pero de todos modos tuve
que esperar. Esta vez se retrasó porque
su correo había sido extraviado;
tardaron al menos media hora en
encontrarlo. Luego surgió otra demora
por la finalización de ciertas
transcripciones a máquina y, mientras
tanto, recibí como de costumbre algunas
editoriales recientes para leer en
manuscrito.
En resumen, las formalidades de por
sí difíciles en torno a mi partida fueron
aún más insoportables a raíz de esta
forma de proceder. A lo largo del día se
tornó evidente que el consejo de Gnedin
sobre la tramitación de mi equipaje a
través de la aduana de Moscú era
completamente absurdo. Más tarde,
cuando pensaba en él y en todas las
dificultades
y
complicaciones
inimaginables en las que me había
involucrado por su culpa, mi antigua
máxima de los viajes se grabó aún más
profundo en mi mente: nunca sigas los
consejos de una persona que los ofrece
sin que se los hayas pedido. El corolario
de esta experiencia es, por supuesto:
cuando uno deposita sus asuntos en las
manos de otra persona (como lo había
hecho yo), tiene que seguir estrictamente
su consejo. Pero Basseches, no obstante,
me dejó plantado en el último y crucial
día de mi partida. El 1 de febrero, pocas
horas antes de salir, tuve que realizar un
esfuerzo desmesurado y, gracias a la
ayuda de los sirvientes que enviaron
para acompañarme, conseguí enviar mi
valija. No pude lograr casi nada aquella
mañana. Retiramos el pasaporte y la
visa de salida en la milicia. Recordé
demasiado tarde que era sábado y que,
por lo tanto, era poco probable
encontrar la aduana abierta después de
la una de la tarde. Finalmente, llegamos
al Narkomindel[164] después de las dos
de la tarde, luego de haber paseado a
pie y sin apuro por la Petrovka.
Incluso nos habíamos detenido en el
edificio administrativo del Teatro
Bolshoi, donde Basseches utilizó su
influencia para reservarme dos tickets
de ballet para el sábado, y, por último,
nos dirigimos al banco estatal. Cuando
por fin arribamos a la Plaza
Kalanchevskaia, cerca de las dos y
media, nos informaron que los oficiales
de la aduana acababan de marcharse.
Me subí a un auto con Basseches y pedí
que me llevaran a una estación del
tranvía para continuar mi camino hacia
la casa de Rachlin. El plan consistía en
pasar a buscarla a las dos y media para
salir juntos hacia las montañas Lenin.
Ella estaba en casa con Asja. Cuando
anuncié que había conseguido tickets
para el ballet, Asja se mostró menos
entusiasmada de lo que yo esperaba.
Dijo que hubiese sido más razonable
adquirir tickets para el lunes, día en que
realizarían una función de El Revisor en
el Teatro Bolshoi. Me sentía tan cansado
e indignado a causa de mis esfuerzos
inútiles de la mañana que ni siquiera me
molesté en contestar. Rachlin aprovechó
la oportunidad para invitarme a cenar
luego de nuestra excursión. Acepté
después de comprobar que Asja también
estaría allí. Sin embargo, nuestra
pequeña expedición resultó de la
siguiente manera: no muy lejos de la
casa, perdimos un tranvía que pasó justo
delante
de
nuestras
narices.
Continuamos caminando en dirección a
la Plaza de la Revolución —
probablemente Rachlin pensó que sería
mejor esperar ahí porque había más
líneas de tranvía para elegir, pero no
estoy seguro. La caminata no me pareció
tan agotadora, pero la conversación, con
todas sus insinuaciones y malentendidos,
me había extenuado de tal manera que
por pura debilidad dije que sí cuando
me preguntó si debíamos subirnos al
tranvía que pasaba en ese momento.
Debo admitir que cometí el error de
dirigir su atención hacia aquel tranvía
con mi mirada, de lo contrario ella no lo
habría notado. Rachlin se encontraba
sobre la plataforma y la velocidad
comenzaba a aumentar, así que corrí a su
lado unos pocos metros pero no salté al
tranvía. Ella me gritó «te espero allá», y
yo caminé despacio por la Plaza Roja
hacia la estación de tranvía que se
encuentra en el medio. Es probable que
me haya esperado poco tiempo, porque
cuando llegué no pude encontrarla. Me
quedé allí, incapaz de deducir en qué
lugar se había metido. Luego llegué a la
siguiente conclusión: tal vez quiso decir
que me esperaría al final del recorrido,
así que tomé el siguiente tranvía y llegué
hasta la última estación. El viaje duró
cerca de media hora a lo largo de un
camino más o menos recto, a través de
esa parte de la ciudad ubicada en el
sector más alejado del Moskva. En el
fondo, tal vez hubiera realizado
deliberadamente este viaje solitario. Lo
cierto es que cualquier trayecto junto a
ella, sin importar hacia dónde, hubiese
sido mucho menos agradable. No tenía
la fuerza suficiente para soportar algo
así. Por el contrario, me sentía bastante
satisfecho con este paseo forzado y sin
sentido a través de una parte
completamente desconocida de la
ciudad. Por primera vez noté el absoluto
parecido entre ciertas partes de las
afueras y las calles del puerto de
Nápoles. También observé la enorme
antena de radio de Moscú, cuya forma es
distinta a todas las que había visto antes.
Sobre el lado derecho de la avenida por
donde pasaba el tranvía se encontraban
algunas mansiones, a la izquierda había
cobertizos aislados o pequeñas casas,
campo abierto en su mayoría. El
carácter de pueblo en Moscú aparece de
pronto sin disimulo, de forma evidente y
sin ambigüedades en las calles de los
suburbios. Quizás no exista otra ciudad
con gigantescos espacios abiertos tan
amorfos y rurales, como si sus límites
fuesen desintegrados por el mal clima,
el deshielo o la lluvia.
El trayecto llegaba a su fin frente a
una posada, en una de aquellas
extensiones que no era urbana pero
tampoco del todo rural, y por supuesto
Rachlin no estaba ahí. De inmediato
tomé otro tranvía para volver al centro,
pero sólo tenía energías suficientes para
regresar a mi casa en vez de aceptar la
invitación a cenar. Comí algunos waffles
locales en lugar del almuerzo. Apenas
había entrado en mi habitación cuando
Rachlin llamó. Yo estaba enojado con
ella sin motivo y adopté una actitud algo
defensiva, así que tuve una grata
sorpresa cuando escuché sus palabras
amistosas y tranquilizadoras. Sobre
todo, ésto me indicó que su relato del
incidente no me dejaría en ridículo
frente a Asja. De todas formas, rehusé su
invitación a cenar porque me sentía
simplemente extenuado. Quedamos en
que iría alrededor de las siete. Recibí la
encantadora sorpresa de encontrarme a
solas con ella y Asja. No recuerdo sobre
qué hablamos. Lo único que permanece
en mi memoria es que, antes de partir
(Rachlin ya había salido de la
habitación), Asja me mandó un beso con
la mano. Después un vano intento por
encontrar algo de comida caliente en un
restaurante del Arbat. Quise pedir una
sopa y me trajeron dos pequeñas fetas
de queso.
Torre radial de Moscú.
30 de enero
Estoy añadiendo ciertos detalles
sobre Moscú que noté únicamente aquí
en Berlín (lugar donde, desde el 5 de
febrero, continué escribiendo las notas
del 29 de enero en adelante). Para
alguien que llega desde Moscú, Berlín
es una ciudad muerta. La gente en la
calle parece desesperadamente aislada,
cada uno a gran distancia de los otros,
solos en el medio de una vasta extensión
de calle. Más aún: mientras viajaba
desde la estación de tren del zoológico
hacia el Grunewald, el barrio me
impactó con su pulcritud, su excesiva
limpieza, excesiva comodidad. Los
aspectos relativos a la imagen de la
ciudad y sus habitantes también son
válidos para caracterizar su mentalidad;
la nueva perspectiva que uno adquiere
sobre estas cuestiones es una
consecuencia indiscutible de la estadía
en Rusia. Por más que se conozca muy
poco sobre ese país, uno aprende a
observar y juzgar a Europa con una
conciencia lúcida sobre lo que allí
acontece. Esto es primordial para un
europeo en Rusia. Por otra parte, es
precisamente la razón por la que una
estadía allí es una piedra de toque para
el visitante extranjero. Obliga a todos a
elegir y definir cuidadosamente su punto
de vista. En general, cuanto más
marginal, privado e inadecuado con
respecto a la experiencia rusa sea este
punto de vista, más se prestará a las
teorizaciones insustanciales. Cuando uno
se interna más profundamente en la
situación de Rusia, deja de sentirse
inmediatamente atraído hacia las
abstracciones que surgen sin demasiado
esfuerzo en la mente de los europeos.
Durante los últimos días de mi estancia
me pareció notar que los vendedores
mongoles, con sus coloridas mercancías
de papel, aparecían de nuevo con más
frecuencia. Vi a un hombre —aunque no
mongol, sino ruso— que, además de las
canastas, vendía pequeñas jaulas de
papel brillante con pequeños pájaros de
papel en su interior. Pero también
encontré casualmente un loro de verdad,
un Macaw blanco: estaba en la
Miasnitskaia, sobre un cesto de
lencerías que una mujer vendía a los
transeúntes.
En otro sitio vi una venta de
hamacas para niños en la calle. Moscú
se había librado prácticamente del
tañido de las campanas, ese sonido que
suele esparcir una inevitable tristeza
sobre las grandes ciudades. Esto
también es algo que sólo se reconoce y
aprecia al regresar. Asja estaba
esperándome cuando llegué a la estación
Yaroslavsky. Me retrasé porque tuve que
esperar el tranvía durante quince
minutos y no había colectivos el
domingo a la mañana. No quedó tiempo
para desayunar. El día, o al menos la
mañana, transcurrió entre ataques de
ansiedad. Sólo durante el viaje de
regreso del sanatorio pude disfrutar por
completo el magnífico paseo en trineo.
El clima era templado y nos daba el sol
en la espalda; cuando posé mi mano en
la espalda de Asja, incluso pude sentir
su calor. Nuestro izvoshchik era hijo del
conductor habitual de Reich. Esta vez
me enteré que las encantadoras casitas
en el camino no eran dachas, sino
hogares de los campesinos adinerados.
Asja se sintió muy feliz durante el
paseo, por eso el shock que sufrió al
llegar fue aún mayor. Daga no estaba
afuera con los otros chicos que jugaban
en la nieve, bajo la cálida luz del sol. La
llamaron dentro de la casa. Ella bajó
por las escaleras de piedra al lobby con
lágrimas en su cara, con sus medias y
zapatos rotos, casi descalza. Resulta que
nunca recibió el paquete con medias que
le enviaron y nadie se había ocupado de
ella en absoluto durante dos semanas.
Asja estaba tan alterada que apenas
podía hablar y fue incapaz de
descargarse con la doctora, tal como lo
hubiera deseado. Pasó prácticamente
todo el tiempo sentada junto a Daga en
un banco de madera cerca de la entrada,
cosiendo con desesperación los zapatos
y las medias.
Las zapatillas tenían un estado tan
deplorable que ya no podían mantener
sus pies abrigados. Pero Daga temía
porque ahora estaría obligada a
continuar usándolas en lugar de tener
permiso para correr con otros zapatos o
valenki.
Al
principio
habíamos
planeado tomar un paseo de cinco
minutos en trineo con Daga, pero esto
fue imposible. El resto de los visitantes
ya se había ido y Asja permanecía
sentada ahí, cosiendo, cuando llamaron
a Daga para cenar. Nos fuimos; Asja
estaba completamente desconsolada.
Llegamos a la estación unos pocos
minutos después de la salida de un tren,
así que tuvimos casi una hora de espera.
Primero jugamos a «¿dónde nos
sentamos?». Asja se había decidido por
un lugar en el que yo no quería sentarme
en absoluto. Pero cuando por fin cedió,
insistí obstinado en volver al primer
asiento que había elegido ella. Pedimos
jamón, huevos y té. Durante el viaje de
vuelta le conté sobre la dramática idea
que me había sugerido la obra de Illés:
la escena de una historia sobre un
transporte de mercancías durante la
Revolución (un envío de, digamos,
provisiones para los prisioneros).
Tomamos un trineo desde la estación de
tren para ver a Reich, que se había
mudado a un nuevo alojamiento. Asja se
mudaría también al día siguiente.
Pasamos bastante tiempo ahí, esperando
la comida. Reich me preguntó de nuevo
acerca del ensayo sobre humanismo y
argumenté que, en mi opinión, era
necesario prestar atención en particular
al hecho de que la distinción entre el
erudito y el hombre de letras —dos
figuras que en algún momento habían
sido idénticas (o al menos unificadas en
la categoría de erudito)— coincide con
la victoria esencial de la burguesía y el
declive en la posición del hombre de
letras. Durante el período preparatorio
para la Revolución, no significaba nada
que los hombres de letras más
influyentes fuesen menos eruditos que
poetas. Incluso es muy probable que
hubiese un predominio de eruditos.
Comencé a sentir uno de esos
dolores de espalda que se volvieron
recurrentes durante mis últimos días en
Moscú. Finalmente, una vecina nos trajo
la comida. Estaba muy rica. Luego Asja
y yo nos retiramos, cada uno por su
lado, para reencontrarnos más tarde en
el ballet. Pasamos cerca de un borracho
que estaba tendido en la calle, fumando
un cigarrillo. Acompañé a Asja hasta el
tranvía y después regresé al hotel a
buscar los tickets del teatro. Esa noche
había una función de Petrushka, de
Stravinsky; Les Sylphides[165] —el
ballet de un compositor poco importante
— y Capriccio Espagnol de RimskyKorsakov. Llegué temprano y, teniendo
en cuenta que era la última noche en
Moscú en la que podría hablar con Asja
en privado, la esperé en el hall de
entrada, deseando la oportunidad de
ingresar al teatro temprano para
sentarnos ahí por un largo rato, antes de
que levantaran las cortinas. Asja llegó
tarde, pero de todas formas pudimos
llegar hasta nuestros asientos justo a
tiempo. Atrás nuestro se sentaron unos
alemanes; en nuestra fila había una
pareja japonesa con sus dos hijas,
ambas de brillante cabello negro,
peinado al estilo japonés. Estábamos
sentados a siete filas del escenario. En
el segundo ballet aparecía la famosa
bailarina Gelzer[166], aunque ahora algo
mayor, que Asja había conocido en Orel.
Les Sylphides es un ballet ridículo en
varios aspectos, pero sirve para hacerse
una excelente idea del estilo que solía
tener este teatro. La pieza data, quizás,
de los días de Nicolás I. Provee ese tipo
de entretenimiento que uno puede
observar en los desfiles. Como gran
fina, la magnífica puesta en escena del
ballet
de
Rimsky-Korsakov,
interpretado con la energía y la
velocidad del viento. Hubo dos
intervalos. Durante el primero me aparté
de Asja y salí a buscar un programa en
el frente del teatro. Cuando regresé a mi
asiento ella estaba inclinada sobre la
pared, conversando con un hombre.
Luego Asja me explicó que se trataba de
Knorin y noté horrorizado que lo había
mirado en forma ofensiva. Él siempre se
empeña en tutearla, así que a ella no le
queda más remedio que responder de la
misma forma. Cuando le preguntó si
estaba en el teatro sola, ella dijo que no,
que estaba con un periodista de Berlín.
Ella le había contado antes sobre mí.
Esta noche Asja tenía puesto el vestido
nuevo, confeccionado con la tela que le
compré. En sus hombros llevaba el chal
amarillo que le había traído desde
Roma. Dado que su cara también tenía
un color amarillento, sin el menor
indicio de rojo —en parte por su
naturaleza, en parte por culpa de su
enfermedad y el cansancio de aquel día
—, su aspecto general consistía en una
escala de tres tonalidades cromáticas
similares. Después del teatro, sólo tuve
tiempo para hablar con ella sobre la
noche siguiente. Planeaba ausentarme
todo el día para realizar el viaje a
Troitse[167], por lo tanto disponía
únicamente de la noche para estar con
Asja. Pero ella quería quedarse en casa
porque en la mañana siguiente pensaba
visitar de nuevo a Daga. Entonces
quedamos en que yo iría a verla por la
noche, aunque llegamos a este acuerdo a
último momento. En medio de nuestra
discusión, Asja quiso saltar a un tranvía
pero después decidió no hacerlo. Nos
encontrábamos rodeados por la multitud
y el bullicio de la enorme plaza frente al
teatro. Los sentimientos de amor y odio
alternaban dentro de mí como ráfagas de
viento; por último nos dijimos adiós,
ella desde la plataforma del tranvía y yo
quedándome atrás, intentando decidir si
debía seguirla, saltar hacia el tranvía
con ella o no.
31 de enero
Mi viaje de regreso se había fijado
irrevocablemente para el 1 de febrero
(cuando reservé mi pasaje, el 30 de
enero). Pero todavía tenía que tramitar
mi equipaje en la aduana. Tal como lo
habíamos convenido, llegué a la casa de
Basseches a las ocho menos cuarto con
el objetivo de tener suficiente tiempo
para ir a la aduana y luego tomar el tren
de las diez. En realidad, el tren no salió
hasta las diez y media, aunque no
descubrimos esto a tiempo para hacer un
buen uso de la media hora extra. De
hecho, fue gracias a esta demora que
pudimos realizar nuestra excursión a
Troitse. Si el tren hubiese partido
efectivamente a las diez, sin duda lo
habríamos perdido. Los trámites en la
oficina de la aduana se prolongaron en
forma angustiosa y ni siquiera pudimos
dejar todos los asuntos listos ese día.
Por supuesto, tuve que volver a pagar un
taxi. Todo este esfuerzo resultó ser
innecesario porque no prestaron
atención a los juguetes y de seguro
pasaría lo mismo en la frontera. El
sirviente nos acompañó a buscar mi
pasaporte en la oficina de la aduana
para llevarlo inmediatamente al
consulado de Polonia y retirar mi visa.
Entonces: no sólo llegamos a tiempo al
tren, sino que esperamos en el vagón
durante veinte minutos antes de que
saliera. Me dije a mí mismo, algo
enojado, que podría haber resuelto los
trámites de la aduana en el interín. Pero
Basseches ya estaba de mal humor, así
que me reservé esos pensamientos. El
viaje fue monótono. Me había olvidado
de llevar algo para leer y dormí parte
del trayecto. Llegamos a nuestro destino
dos horas después. Aún no había
mencionado mi intención de comprar
algunos juguetes allá. Tenía miedo de
agotar su paciencia. Por casualidad
nuestros primeros pasos nos llevaron
hasta una juguetería, así que le conté lo
que tenía en mente. Sin embargo, evité
arrastrarlo dentro de la tienda de
inmediato. El gran complejo del
monasterio con apariencia de fortaleza
se encontraba delante de nosotros, en
una ligera elevación del terreno. El
paisaje fue mucho más espectacular de
lo que esperaba. Encerrado en sí mismo
como una ciudad fortificada, tal vez era
similar a Asís; pero curiosamente me
hizo acordar primero a Dachau[168]: su
colina, coronada con una iglesia, se alza
sobre la ciudad justo como en este caso
la iglesia emerge desde el centro de las
largas filas de edificios. Todo parecía
un poco muerto aquel día: las diversas
tiendas de sastres, relojeros, panaderos
y zapateros que se extienden al pie de la
colina del monasterio estaban cerradas.
Aquí también el clima invernal era
extremadamente agradable y cálido,
aunque el sol no brillara. El hallazgo de
la juguetería había incrementado mi
deseo de hacer algunas compras y, en
consecuencia, comencé a impacientarme
durante la visita a los tesoros del
monasterio. Me comporté exactamente
como esa clase de turistas que nadie
debe odiar más que yo. Nuestro guía, el
administrador del monasterio convertido
en museo, era demasiado amable, pero
mi ansiedad tenía además otras causas.
Hacía demasiado frío en la mayoría de
las habitaciones por las que pasamos,
precedidos por un empleado que
retiraba las fundas de las vitrinas con
tapices, artículos de oro y plata,
manuscritos y objetos religiosos de
valores incalculables. Y es probable que
durante esta visita guiada de una hora
haya comenzado el terrible resfrío con
el que regresé a Berlín. Por último, la
infinidad de objetos preciosos, cuyo
valor artístico real sólo puede ser
percibido en su mayoría por un
especialista o connoisseur, produce un
efecto de embotamiento, incluso logra
insensibilizar la mirada. Para colmo,
Basseches pretendía ver «todo» lo que
había para ver y hasta pidió que lo
condujeran a la cripta. Ahí se
encontraban los restos de San Sergio,
fundador del monasterio, expuestos en
una vitrina. Es imposible enumerar,
aunque sea en forma parcial, todo lo
había en ese lugar. Inclinado sobre la
pared estaba el famoso ícono de
Rubliov, que se había convertido en un
símbolo de este monasterio. Más tarde,
cuando pasábamos por la catedral,
vimos el espacio vacío en el iconostasio
donde había estado el cuadro antes de la
restauración. Los murales de la catedral
se encuentran seriamente amenazados.
Dado que la calefacción central no se
utiliza, la temperatura de las paredes
aumenta abruptamente en primavera
causando grietas y fisuras por las que se
filtra la humedad. En un armario vi el
enorme
revestimiento
de
metal,
incrustado en su totalidad con piedras
preciosas, que estaba destinado al
cuadro de Rubliov. Las únicas partes del
cuerpo de los ángeles sin decoraciones
son aquellas que la ropa no cubre: los
rostros y las manos. Todo lo demás está
cubierto por una gruesa capa de oro y,
cuando la plantilla se coloca sobre los
cuellos y los brazos, comprimidos como
si fuesen cadenas de metal pesado, debe
otorgar a los ángeles la apariencia de
criminales
chinos
con grilletes,
expiando sus crímenes. El tour finalizó
en la habitación de nuestro guía. El
anciano había estado casado, pues nos
mostró los retratos en óleo de su esposa
e hija colgados en las paredes. Pero
ahora vive solo en esta amplia y
luminosa sala monacal, sin quedar
aislado por completo del mundo porque
varios extranjeros visitan el monasterio.
Sobre una mesa pequeña había un
paquete abierto con textos académicos
que habían sido enviados desde
Inglaterra. Aquí también firmamos el
libro de visitas. Aún entre la burguesía,
esta costumbre parece sobrevivir mucho
más en Rusia que en este país, al menos
teniendo en cuenta que Shick también me
presentó un álbum para firmar. Por otro
lado, la estructura del monasterio era
mucho
más
impresionante
que
cualquiera de los objetos que contenía.
Antes de dirigirnos al gran espacio
rodeado por los edificios amurallados,
nos detuvimos frente al portal. Había
dos placas de bronce, a la izquierda y a
la derecha, con inscripciones y datos
sobre lo que se conocía de la historia
del monasterio. Más hermosos y simples
que la iglesia rosa-amarillenta al estilo
rococó, elevada en el centro del patio y
rodeada por construcciones más
pequeñas y antiguas (entre ellas, el
mausoleo de Boris Godunov[169]), son
las extensas edificaciones agrícolas y
las viviendas que forman un rectángulo
alrededor de la enorme plaza abierta. El
edificio más bello de todos es el gran
refectorio de colores intensos. La vista
desde sus ventanas alcanza tanto la plaza
como las acequias, los pasajes entre
muros, un laberinto de fortificaciones de
piedra. También existió aquí un pasaje
subterráneo que dos monjes hicieron
estallar, al costo de sus propias vidas,
para salvar el monasterio durante una
invasión. Comimos en una stolovaya
ubicada en el patio, en diagonal a la
entrada. Zakuski, vodka, sopa y carne.
Había una gran cantidad de salas
grandes y repletas de gente, con varios
estereotipos de aldeanos rusos o, más
bien, habitantes de pequeñas ciudades
—puesto que Sergeyevo fue declarado
«pueblo» hace poco tiempo. Mientras
comíamos, un vendedor ambulante se
acercó pregonando unas estructuras de
alambre que al instante se podían
transformar en pantallas de lámpara,
platos o recipientes para frutas.
Besseches consideró que provenían de
Croacia. Al observar esos artefactos
más bien desagradables, sentí el
recuerdo de un pasado distante
revolviéndose en mi interior. Mi padre
debe haber comprado algo parecido
durante unas vacaciones de verano (¿en
Freudenstadt, tal vez?) cuando yo era
muy joven. Durante el almuerzo,
Basseches le pidió al mozo las
direcciones de las jugueterías locales y
entonces seguimos nuestro camino.
Apenas habíamos caminado unos diez
minutos cuando Basseches se detuvo a
pedir indicaciones que nos hicieron dar
la vuelta. Tomamos un trineo que
casualmente pasaba por ahí. La caminata
después de la comida había agotado mis
energías, así que ni siquiera quise
preguntar por qué habíamos cambiado
de dirección. Algo estaba claro: era más
probable encontrar lo que buscaba en
los comercios cercanos a la estación de
tren. Había dos locales, no muy lejos el
uno del otro. El primero tenía artículos
de madera. Encendieron las luces
cuando entramos porque ya se estaba
poniendo oscuro. Tal como esperaba, un
almacén de juguetes de madera no podía
ofrecerme
demasiadas
sorpresas.
Compré algunas piezas, más por
insistencia de Basseches que por
iniciativa propia, pero ahora estoy feliz
de haberlo hecho. Aquí también
perdimos tiempo, tuve que esperar una
eternidad para conseguir que nos
cambiaran un chervonetz en el barrio.
Me consumía la impaciencia por llegar a
la tienda de los juguetes de papel maché;
temía que ya estuviese cerrada. Pero no
fue así. Sin embargo, cuando por fin
llegamos,
el
lugar
ya
estaba
completamente oscuro en su interior y no
había iluminación en el depósito.
Tuvimos que tantear a lo largo de las
estanterías al azar. De vez en cuando
encendía un fósforo. Así llegaron a mis
manos ciertos artículos muy hermosos
que quizás no hubiera encontrado de
otro modo, porque obviamente no
fuimos capaces de explicarle al hombre
lo que estábamos buscando. Finalmente,
cuando regresamos al trineo, cada uno
de nosotros tenía dos grandes paquetes
(además, Basseches llevaba un montón
de folletos que había comprado en el
monasterio a fin de reunir material para
un artículo). Aliviamos la espera
prolongada en el sombrío restaurante de
la estación de tren con más té y zakuski.
Yo estaba cansado y comenzaba a
sentirme enfermo. Esto se debía, en
parte, a mi angustia por todas las cosas
que habían quedado pendientes en
Moscú. El viaje de vuelta fue
pintoresco. En nuestro vagón había un
farol encendido cuya vela de estearina
fue robada durante el trayecto. No lejos
de nuestros asientos había una estufa de
hierro. También había grandes leños
desparramados al azar debajo de los
bancos. De vez en cuando, alguno de los
empleados se dirigía a un asiento, lo
levantaba y retiraba más combustible de
esa especie de cofre abierto. Llegamos a
Moscú a las ocho. Esta fue mi última
noche. Basseches llamó un taxi. Le pedí
que espere frente a mi hotel mientras
bajaba los juguetes que había comprado
y, a toda prisa, busqué los manuscritos
que debía entregarle a Reich en una
hora. En la casa de Basseches, otorgué
detalladas instrucciones a su sirviente y
prometí que lo pasaría a buscar cerca de
las once y media. Después tomé un
tranvía y por suerte adiviné en qué
estación tenía que descender para
dirigirme al departamento de Reich, así
que llegué más temprano de lo que
esperaba. Con gusto hubiera tomado un
trineo, pero era imposible: no sabía el
nombre de la calle en la que vivía Reich
y tampoco era capaz de localizar el
nombre de la plaza aledaña en el mapa
de la ciudad. Asja ya se había acostado.
Dijo que me había esperado por un largo
tiempo, pero luego pensó que no
llegaría. Le habría gustado salir de
inmediato conmigo para mostrarme un
sórdido bar que descubrió por
casualidad en el barrio. También había
una casa de baños públicos en la zona.
Se había encontrado con todo esto
cuando se perdió y tuvo que encontrar su
camino de regreso entre patios y pasajes
laterales. Reich también estaba en la
habitación; se estaba dejando crecer la
barba. Yo estaba demasiado fatigado, a
tal punto que, exagerando mi profundo
cansancio, reaccioné con crueldad a una
de las usuales y angustiosas preguntas de
Asja (sobre su pequeña esponja, etc.).
Pero la conversación pasaba muy
rápido. Les conté lo mejor que pude
sobre mi excursión, en el corto tiempo
del que disponíamos. Luego me dieron
algunos mensajes que debía entregar en
Berlín: llamados telefónicos a una gran
variedad de conocidos. Más tarde,
Reich se fue de la habitación para
escuchar la transmisión radiofónica de
El
Revisor,
interpretada
por
Chekhov[170] en el Teatro Bolshoi. Me
quedé un rato a solas con Asja. Ella
planeaba visitar a Daga en la mañana
siguiente, por lo tanto yo debía tener en
cuenta que quizás no la volvería a ver
antes de mi partida. Cuando Reich
regresó, Asja fue al cuarto contiguo a
escuchar la radio. No me quedé mucho
más tiempo, pero antes de salir les
mostré las postales que había traído del
monasterio.
1 de febrero
Por la mañana fui una vez más a la
pastelería, pedí café y comí un pastelito.
Luego, al Museo del Juguete. Algunas de
las fotografías que había ordenado no
estaban listas. No me preocupé
demasiado porque significaba que me
devolverían 10 chevronetz, justo en el
momento en que más necesitaba el
dinero (había pagado las fotografías por
adelantado). Pasé brevemente por el
Museo del Juguete y luego corrí hasta el
Instituto Kameneva para despedirme del
Dr. Nieman. Desde ahí en trineo a la
casa de Basseches. Desde ahí, con su
sirviente, a la oficina de viajes y luego
en taxi hasta la aduana. Lo que tuve que
pasar por segunda vez en ese lugar es
indescriptible. Había una espera de
veinte minutos frente a una ventanilla en
la que estaban contando billetes de a
mil. Ninguna persona en el lugar estaba
dispuesta a cambiarme cinco rublos. Era
absolutamente necesario que mi valija,
en la que no sólo guardaba todos mis
hermosos juguetes, sino también todos
mis manuscritos, viajase en el mismo
tren que indicaba mi pasaje. Dado que
no pudo ser consignada sino hasta la
frontera, era esencial que yo estuviera
ahí para recibirla. Por fin logré disponer
este procedimiento. Pero, una vez más,
fui testigo de la permanencia del
servilismo que aún corre por la sangre
de la gente en este lugar; el sirviente
parecía totalmente indefenso frente a la
argucia y el letargo de los oficiales
aduaneros. Respiré más tranquilo
cuando al fin pude enviarlo de regreso
con un chervonetz. La agitación me
había vuelto a causar dolores de
espalda, pero me sentía feliz por
disponer de algunas horas tranquilas.
Me entretuve caminando por la hermosa
fila de puestos en la plaza, compré otro
paquete de tabaco de Crimea y almorcé
en el restaurante de la estación
Yaroslavsky. Aún tenía suficiente dinero
para telegrafiar a Dora y comprar un set
de dominó para Asja. Concentré toda mi
atención en estos últimos recados en la
ciudad, y me causó placer porque tuve la
oportunidad de dejarme llevar de un
modo que no había sido usual durante mi
estadía. Volví al hotel poco antes de las
tres. El suizo me dijo que una mujer
había ido a verme y que regresaría más
tarde. Fui a mi habitación y luego me
dirigí a la recepción para pagar mi
cuenta. Cuando estaba volviendo a mi
cuarto, descubrí la nota de Asja sobre la
mesa que antes había pasado por alto.
Decía que me había esperado por un
largo rato, sin haber comido, y que iría a
una stolovaya cercana. Debía buscarla
ahí. Me apresuré para salir a la calle y
la encontré caminando en mi dirección.
Ella sólo había comido un poco de carne
y todavía estaba hambrienta, así que,
antes de regresar con ella a mi
habitación, corrí hasta la plaza para
comprar
algunas
mandarinas
y
aperitivos. En medio del apuro, había
traído la llave del cuarto conmigo; Asja
me esperaba en el lobby. Le pregunté
«¿Por qué no entraste a la habitación?
La llave está en la puerta». Y me
sorprendió la inusual amabilidad de su
sonrisa cuando me dijo «no». Esta vez,
había encontrado a Daga en buen estado
y había entablado una discusión amarga
pero provechosa con la doctora. Ahora
estaba recostada sobre mi cama,
debilitada pero sintiéndose bien. Me
senté a su lado, luego me trasladé a la
mesa para escribir mi dirección en unos
sobres, después fui hasta mi valija y le
mostré los juguetes que había comprado
en los últimos días. Le gustaron mucho.
Pero, mientras tanto —y debido a mi
profundo agotamiento, entre otras cosas
— me costaba contener las lágrimas.
Hablamos de algunas cosas más, por
ejemplo sobre cómo debería escribirle y
qué cosas debería evitar. Le pedí que me
hiciera una bolsa para el tabaco. Que me
escribiera. Por último, cuando sólo nos
quedaban unos pocos minutos, mi voz
comenzó a quebrarse y Asja se dio
cuenta de que estaba llorando. Al final
me dijo: «no llores o voy a terminar
llorando también, y una vez que empiezo
no puedo detenerme tan fácilmente como
tú». Nos abrazamos fuerte. Luego
subimos a la recepción, donde no me
quedaba más por hacer (pero no quería
esperar al sovietdushi). Cuando
apareció la mucama, me aparté de su
camino sin dejarle propina y salí del
hotel junto a Asja, que me seguía con el
abrigo de Reich bajo el brazo. Le dije
que llamara a un trineo. Estaba a punto
de subir, después de despedirme de ella
nuevamente, pero le pedí que me
acompañara hasta la esquina de la
Tverskaya. Allí descendió y, cuando el
trineo comenzaba a ponerse en marcha,
en plena calle, besé sus manos una vez
más. Ella se quedó ahí un largo rato,
diciéndome adiós. La saludé desde el
trineo. Me pareció que se alejaba
caminando de espaldas, pero luego la
perdí de vista. Sosteniendo la enorme
valija sobre mis rodillas, transité por las
calles hacia la estación, al atardecer,
con lágrimas en mis ojos.
Apéndice
Juguetes rusos[171]
Los juguetes de todas las culturas
fueron, inicialmente, productos de la
industria artesanal. El stock de las
variedades primitivas usadas por los
grupos más bajos de la sociedad, los
campesinos y artesanos, proporcionaron
cimientos seguros para el desarrollo de
los juguetes infantiles hasta la
actualidad. No hay nada de excepcional
en esto. Para el niño, el espíritu del que
provienen estos productos —el proceso
entero de producción y no sólo el
resultado— está vivo en el juguete y,
por supuesto, el niño entiende mucho
mejor
un
objeto
producido
primitivamente que uno que deriva de un
proceso
industrial
complejo.
Casualmente, ésta es la base legítima de
la tendencia moderna de producir
juguetes «primitivos» para niños. Ojalá
los artesanos no se olvidaran con tanta
frecuencia, al llevar a cabo esta tarea,
que no es la forma constructiva y
esquemática la que el niño percibe como
primitiva sino la totalidad de la
construcción de su muñeca o su perro de
juguete, siempre y cuando pueda
imaginar cómo está hecho. Eso es lo
único que quiere saber; eso es lo
primero que establece su relación
vibrante con los juguetes. Quizás,
justamente por eso, uno podría decir que
sólo los alemanes y los rusos, de todos
los europeos, tienen verdadero ingenio
para fabricar juguetes.
La industria alemana de juguetes es
la más internacional. Todos conocemos
la muñeca pequeña y el reino animal, la
caja de fósforos con habitaciones de
casas de granja, el arca de Noé y la
lapicera con forma de oveja que se
hacen en las aldeas de Turingia y los
Montes Metálicos, así como en la región
de Nüremberg; se conocen no sólo en
Alemania sino también en el resto del
mundo. Por otro lado, los juguetes rusos
no son tan conocidos. Su producción
está muy poco industrializada y apenas
se difunde del otro lado de la frontera
rusa, a excepción de la figura
estereotipada de «Baba», esa pieza de
madera con forma de cono que tiene
varias capas de pintura y representa a
una campesina. De hecho, los juguetes
rusos son los más finos y diversificados
de todos. Los ciento cincuenta millones
de personas que habitan el país
pertenecen a diversas nacionalidades,
de las cuales, a su vez, todas poseen
habilidades artísticas más o menos
primitivas y más o menos desarrolladas.
Por eso, los juguetes se producen en
cientos de modismos estilísticos
diferentes y con los más diversos
materiales: madera, arcilla, hueso, telas,
papel,
papel
maché;
solos
o
combinados. La madera es el material
más importante. Existe un dominio
incomparable de la forma de trabajarla
—tallado, pintura y laqueado—
prácticamente en todos los rincones de
esta tierra de grandes bosques. Desde
simples marionetas de madera de sauce
blanca y suave; vacas, cerdos y ovejas
similares a los reales; cofres de joyas
laqueados, con pinturas artesanales de
colores brillantes que ilustran al
lugareño en su troica, a los campesinos
reunidos alrededor de un samovar, a las
mujeres cosechadoras y a los leñadores
en plena labor hasta grupos enormes de
monstruos esculpidos que interpretan
antiguas sagas y leyendas; los juguetes y
objetos de madera llenan un negocio tras
otro en las calles más elegantes de
Moscú, Leningrado, Kiev, Cracovia y
Odesa. El Museo del Juguete de Moscú
posee la colección más grande. Tres
gabinetes del museo están llenos de
juguetes de arcilla que provienen del
norte de Rusia. Lo vigoroso de la
expresión rural de estos muñecos del
distrito de Viatka contrasta con lo frágil
que son estos objetos. A pesar de eso,
sobrevivieron un largo viaje. Y menos
mal que encontraron un refugio seguro
en el Museo de Moscú, porque quién
sabe cuánto tiempo hubiera podido
resistir este tipo de arte folclórico al
progreso triunfante de la tecnología que
se extiende por toda Rusia. Se supone
que ya cesó la demanda de estos
objetos, al menos en las ciudades. Pero
en las granjas, todavía se amasa arcilla
al final del día, y luego se pinta con
colores brillantes y se quema;
seguramente, en su ciudad de origen,
estos juguetes todavía viven.
Juguete de madera pintado que representa a la
Tierra sostenida por tres ballenas. Motivo
derivado de una leyenda rusa.
Muebles de una casa de muñecas del siglo XIX
hecha por convictos siberianos.
Juguete tallado en madera, originario de la
provincia de Vladimir. 1860-1870.
Muñeca de paja, tradicionalmente asociada a la
cosecha estival.
Adorno navideño con la figura de un samovar y
tamborilero mecánico.
Cartas
Moscú, 10 de diciembre de
1926
Querido Gerhard [Scholem][172]:
Aprovecho media hora de la que no
esperaba disponer para, finalmente,
darte algunas noticias sobre mí. Por una
curiosa coincidencia, creo que tu
hermano también está aquí, en Moscú.
Según lo que averigüé ayer, lo invitaron
a la sesión extendida de la Komintern
como uno de los representantes de la
«oposición» alemana[173].
Quédate
tranquilo; déjame aclararte que no estoy
en ninguna misión oficial. Pero
naturalmente me entero de muchas cosas
útiles e interesantes. Mi principal fuente
de información es un amigo, el Dr.
Reich, que estuvo trabajando aquí
durante un año, mayormente como
crítico teatral para periódicos rusos.
Llegué el 6, después de un viaje de dos
días, y es tanto lo que veo y escucho a
diario que, a la noche, caigo en la cama
muerto de cansancio. Por supuesto, mi
desconocimiento del ruso, el frío y el
poder de las impresiones también tienen
mucho que ver. Todavía no estoy seguro
de cuánto tiempo estaré aquí. Como
finalmente Rowhlt publicará mi libro, no
puedo estar lejos de Berlín para
siempre. (Lo único que se publicará en
Navidad es un volumen de la traducción
de Proust, que te enviaré de inmediato).
Me alegró mucho que me hayas enviado
los artículos de tu esposa. Me gustaron
mucho la crítica encantadora y aguda de
la novela y la nota sobre Dorothea
Schlegel. Poco antes de que me fuera de
Berlín, hablé con Mirjam Hoflich[174].
Por el momento, no esperes que intente
describir mi estadía aquí. Todavía no
estuve el tiempo suficiente y hay muchas
otras cosas que demandan mi atención.
Realmente lo mejor sería que nos
viéramos en París el año próximo para
que podamos hablar sobre esto y otras
cosas[175]. Mientras tanto, mantenme al
tanto de tus asuntos y envíame lo que
estás publicando. En poco tiempo,
debería salir una nota breve mía, «Gruss
en Marsella»[176]. Por lo menos, te
llegan las cosas que escribo para el
Literarische Welt. Así que esto es Rusia,
nomás. Aquí el invierno es tan crudo y
tan difícil de soportar que uno siempre
está consciente de lo lejos de todo que
está esta metrópolis (de entre dos
millones y medio y tres millones de
habitantes). En lo político, este número
demográfico se traduce en un factor
dinámico extraordinariamente poderoso,
pero desde el punto de vista de la
civilización, se convierte en una fuerza
de la naturaleza que es difícil de
controlar. No se puede creer lo alto que
es el costo de vida aquí y, para mí, fue
una
sorpresa
verdaderamente
desagradable, en especial, porque no le
doy mucho crédito a los cuentos de
«viajeros»
o
«periodistas»
profesionales. Si uno sabe un poco de
ruso y dedica todo su tiempo al trabajo,
puede llevar una vida decente. Creo que
ya te conté que estoy haciendo algunos
trabajos para la Enciclopedia Soviética
oficial y, entre otras cosas, estoy
planeando escribir algunos artículos
para ellos. Por el momento, no voy a
publicar nada en los periódicos. Por lo
menos, Buber (¡!) me encargó una pieza
extensa sobre Moscú para el Die
Kreatur[177]. Surgió durante su último
viaje a Berlín. Me propuso publicar
algo y, después de pensarlo bastante,
accedí. Eso fue cerca de Jánuca. Espero
que tú lo hayas pasado bien. Dora y
Stefan estaban bien cuando me fui.
Seguramente ella misma te contará que
se fue de Ullstein y es la jefa de
redacción
del
Praktische
Berlinerin[178], que ahora pertenece a
otra empresa que lo compró. Antes de
ayer hablé con Alexander Granovsky, el
director del teatro judío. ¿Lo conoces?
Mañana me reuniré con Kameneva (la
hermana de Trotsky), que tiene contactos
extranjeros. Quieren que dé un discurso.
Creo que incluso tienen la idea de
entrevistarme por mis «impresiones de
Moscú». Todo gracias al frío, que
parece haber congelado el flujo de
intelectuales. (Me enteré de algunos
detalles interesantes sobre la estadía de
Toller
aquí,
que
terminó
tan
abruptamente). ¿Qué novedades tienen
ustedes dos? Por favor, respóndeme a la
dirección de Berlín. También dime qué
posibilidades hay de que vayas a París.
Creo que estaré allí alrededor de marzo.
Los más cálidos saludos para ti y para
Escha[179].
Tuyo, Walter.
Triumfalnaia
Moscú,
Sadovaia
26 de diciembre de 1926
Querida Jula [Radt][180]:
Espero que recibas esta carta. Si la
recibes, escríbeme una linda respuesta.
Si me estoy aventurando a escribirte, es
porque acabo de recibir noticias de
Alemania por primera vez desde que
llegué. Pensé que se estaban perdiendo
todas las cartas. Pero parece que el
correo es confiable. Ya te escribí una
postal. No te creas que informar es fácil
aquí. Tendré que poner mucha atención a
lo que veo y escucho si quiero que tome
forma. En el estado actual de las cosas,
el presente —a pesar de lo efímero— es
de un valor extraordinario. Todo se está
construyendo o reconstruyendo y todo el
tiempo surgen preguntas muy serias. Las
tensiones de la vida pública —en gran
parte de tipo teológico— son de tal
magnitud que bloquearon la vida
personal hasta un punto inimaginable. Si
estuvieras aquí, probablemente te
asombrarías más que yo. Recuerdo
algunas de las cosas que contaste sobre
Rusia en Agay durante el verano.
No puedo evaluar todo esto.
Básicamente, aquí la situación permite y
requiere que uno, desde adentro, adopte
una postura, incluso si se trata de una
postura escéptica en muchos aspectos;
desde afuera, lo único que se puede
hacer es observar. Es realmente
imposible predecir qué va a resultar de
todo esto en Rusia: tal vez una sociedad
realmente socialista; tal vez algo
completamente distinto. Está en curso la
batalla a partir de la cual se decidirá
eso. Es más productivo estar en contacto
con esta situación. Pero, pese a que
reflexiono bastante, me es imposible
involucrarme del todo. Falta determinar
hasta qué punto podré establecer
relaciones concretas que produzcan
resultados. Todo indica que es probable
que, de ahora en más, empiece a escribir
varios artículos para algunos periódicos
rusos y que haga un trabajo sustancial
para la Enciclopedia. Hay mucho por
hacer y una gran escasez de
colaboradores competentes en el área de
las humanidades. Más allá de eso,
todavía no estoy seguro de qué escribiré
sobre mi estadía aquí. Creo que ya te
mencioné que reuní una gran cantidad de
material en forma de diario. El
encantador zumbido de un samovar me
permitió olvidarme del terror que le
tengo a la víspera de Navidad. Hubo
muchas cosas hermosas: un paseo en
trineo por los bosques rusos cubiertos
de invierno para visitar una niña
hermosa en una clínica infantil de
primera línea. Fui con frecuencia al
teatro, sobre el que se tienen ideas
erróneas en el extranjero. A decir
verdad, de todas las obras que vi hasta
ahora, la única de gran importancia fue
la producción de Meyerhold. A pesar
del gélido frío (por debajo de los
veintiséis grados bajo cero), es muy
agradable caminar por la ciudad; eso es
si no estoy exhausto, que es lo que
sucede con frecuencia por mis
dificultades con el idioma y el rigor de
la vida cotidiana aquí. Pero una visita a
esta altura del año es muy buena para mi
salud y, al fin y al cabo, hacía mucho
tiempo que no me sentía tan bien. Pero
todo es muy caro, a un nivel
inimaginable. Parece que Moscú es el
lugar más caro del mundo. Te contaré
detalles más concretos sobre la vida
aquí cuando regrese. ¿Te llegó mi
cabeza fotografiada por Stone? ¿Cómo
estás tú? ¿Fue Ilse[181] a Berlín? ¿Cómo
está Fritz? Escríbeme una linda carta al
respecto y usa muchas hojas de tu papel
de piel de cebolla. Puedes dirigírmela
en cursivas, pero contéstame con mucho
cariño. Te deseo demonios placenteros
para el año nuevo.
Tuyo, Walter
Querido señor Kracauer[182]:
Podría ofrecerle muchas razones
para explicar mi extendido silencio, la
mejor de las cuales tal vez la haya
expresado en el final de su última carta:
«Pero ¿a quién le escribe uno? ¿Puede
responder eso?». De verdad, uno podría
pasar dos meses reflexionando sobre
esta pregunta sin que se le ocurriese una
respuesta. Pero el hecho es que estuve
dando vueltas aquí durante semanas —
congelándome por fuera pero con un
fuego interno— y espero que no haya
sido en vano. Sin embargo, apenas tengo
fuerzas suficientes para hacer mi trabajo
diario. Pronto regresaré. Por favor,
escríbame a Grunewald. De todas
formas, no habría podido brindarle un
informe sustancial de cómo están las
cosas aquí porque debo seguir
observando y reflexionando hasta último
momento para poder escribir un resumen
medianamente comunicable de mi
estadía; e incluso así es posible que
termine siendo poco más que una
pequeña foto de Moscú. A decir verdad,
uno no se cansa tan fácilmente de ver
esta ciudad. ¿Habló con Roth? Él le
habrá dado algunos artículos para mí y
le agradecería que me los enviara a
Grunewald. Espero ansioso leer su
último trabajo (Ornament der Masse) a
mi regreso.
Saludos cordiales. Suyo, Walter
Benjamin. Gost. «Tyrol» Sadovaia
Triumfalnaia
[Enero de 1927]
Me estoy guardando su reseña de
Kafka así puedo leerla después de
haberme familiarizado con El Castillo.
Querido Sr. Kracauer[183]:
J’ai été un peu long à vous ecrire.
Pero cerca de regresar, me enteré de que
había muchas cosas de con las que tenía
que lidiar en mi pequeña oficina de
juguete de editor; entre ellas, con una
gripe. Hace varios días que estoy
examinando mi expediente de «Moscú».
Quizá te topes con algunas pequeñas
notas mías en el Literarische Welt. Una
colección encantadora de fotos (juguetes
de origen ruso) debería haberte llegado
a Frankfurt. Estoy ofreciéndolas a las
Illustriertes Blatt[184] y hubiera preferido
pedirte que hagas de intermediario (ya
que tendrás para entonces mi texto, que
acompaña las fotos que ves), de no ser
porque un amigo me llevó à l’improviste
a ver a [Karl] Otten, que ya las envió a
Frankfurt. Finalmente, estoy planeando
escribir algo «comprehensivo» sobre
Moscú. Pero, como es frecuente
conmigo, esto probablemente se va a
dividir en notas particularmente
pequeñas y disparatadas, y en gran parte
de ellas el lector se verá abandonado a
sus propios medios. Pero de cualquier
manera que resulte y sin importar lo
poco o mucho que pueda transmitir a mis
amigos, estos dos meses fueron una
experiencia
verdaderamente
incomparable para mí. Mi intención fue
volver más rico en percepciones vívidas
que en conceptos teóricos (y creo que
fue algo provechoso). Veo cómo de ese
modo me he acercado involuntariamente
a una de las características de sus
cuadernos parisinos, los cuales disfruté
inmensamente. Me atrevo a decir que
mis «observaciones»[185] de París
coinciden en esencia con las suyas. «El
brillo de los problemas», ésa es una
fórmula absolutamente extraordinaria de
qué es lo que provoca la belleza de las
cosas y de la vida en esta ciudad,
incluso bajo la iluminación más fuerte.
No sé si has estado siguiendo el diario
de Gide de su viaje a África en la
Nouvelle Revue Française[186]. Pero no
sorprende que el gobernador francés
fuera obligado a renunciar, teniendo en
cuenta las cosas que han sido reportadas
(y de una manera tan verídica) sobre las
atrocidades coloniales francesas allí.
Intente imaginar el equivalente alemán.
O mejor aún, fíjese en la experiencia y
muéstreme un solo caso desde la
elección de Hindenburg que haya
castigado el abuso infantil con más de
una fianza o dos semanas en la cárcel.
Espero que pronto podamos discutir este
y otros asuntos. Estaré en Frankfurt por
algunos días a mediados de marzo.
Espero poder reunirme contigo entonces,
así que no entraré en mayor detalle por
aquí. Para cerrar, déjeme especificarle
algunos de los libros listados en
Büchereinlauf que estaría interesado en
reseñar: Hamann, Die Überseele –
Grundzüge einer Morphologie der
deutschen Literaturgeschichte; Larissa
Reissner, Oktober (ambos listados en el
no. 6); el Doppelroman der berliner
Romantik, editado por Helmut Rogge
(en el n.º 7); y por último el Die
Sprache Ihr Begriff und ihre Deutung
im XVI und XVII. Jahrhundert de Paul
Hankamer[187], que está anunciado en el
n.º8 y debería salir en algunos días. Ya
que esto es muy cercano a mi área de
trabajo, es importante para mí y
apreciaría especialmente la oportunidad
de reseñarlo. Por favor hágame saber de
usted. Si llegara a ver a Ernst Bloch, por
favor, ¿podría informarle que me
devolvieron las dos cartas que le escribí
desde Moscú y que estoy ansioso por
tener su dirección y saber de él?
Saludos cordiales. Suyo, Walter
Benjamin. 23 de febrero de 1927.
Berlín-Grunewald. Delbrückstr. 23
(Carta de Lunacharsky a
los editores de la Gran
Enciclopedia Soviética)[188]
29 de marzo de 1929
Queridos camaradas:
Por favor discúlpenme por haber
reaccionado tan lentamente a su carta y
al material de Goethe que adjuntaron.
Recién ahora puedo transmitirles algún
tipo de opinión sobre este asunto.
Estoy completamente de acuerdo con
la evaluación del artículo de Benjamin
que contiene la carta al jefe editor. Este
artículo es inapropiado y no sólo en su
carácter no-enciclopédico. Demuestra
talento considerable y cuenta con
ocasionales pensamientos que son
sorprendentemente agudos, pero no lleva
a ninguna conclusión. Es más, no explica
el lugar de Goethe dentro de la historia
cultural europea, ni su lugar para
nosotros en —por decirlo de algún
modo— nuestro panteón cultural.
Adicionalmente, la contribución incluye
un número de tesis extremadamente
cuestionables.
No sé si ustedes quieren hacer uso
de este artículo, pero en cualquier
eventualidad, quisiera ofrecer algunas
observaciones personales. Los pasajes
entre paréntesis en las páginas tres y
cuatro, deberían ser omitidos. Uno no
puede dejar la declaración de la página
cinco: «Los revolucionarios alemanes
no son hombres del Iluminismo, los
hombres alemanes del Iluminismo no
eran revolucionarios». Esta afirmación
completamente falaz más tarde se
contradice por el mismo autor cuando
habla del sólido punto de vista clasista
de Lessing, que después de todo fue un
hombre del Iluminismo. En la misma
página, los puntos relativos a la
aversión de Goethe a cualquier forma de
agitación violenta, como así también al
estado, son muy confusos y no se
mencionan en absoluto las razones más
profundas de la hostilidad de Goethe
para con la visión materialista del
mundo de Holback. En la página seis
niega que la objeción de Goethe derive,
en gran parte, de su lúcida sensibilidad
a la vida natural, una sensibilidad que
está extraordinariamente cerca a la
concepción dialéctica. Las porciones de
la página ocho que están entre paréntesis
deberían ser omitidas; tengo varias
correcciones de ortografía y otros
errores. La idea expresada dentro de los
paréntesis en la página cincuenta y
nueve es poco clara. Uno apenas puede
coincidir con el autor en la página dos,
en la segunda parte de las
conversaciones
de
Goethe
con
Eckermann, que constituyen uno de los
trabajos literarios más finos del
siglo
XIX[189].
El
traductor,
aparentemente, obvió algo en la página
seis; este pasaje debería ser restituido.
En general, vuelvo a recomendar que
el artículo de Benjamín no sea impreso.
El artículo de Oskar Walzel es
incluso menos apropiado. Es, claro,
extraordinariamente difícil llegar a la
vida de Goethe, difícil y cambiante, de
una forma tal que se haga justicia a su
diversidad
e
incluso
a
sus
contradicciones al mismo tiempo que se
subraya la unidad profunda que informa
sobre la vida, los trabajos poéticos y
científicos, etc. de Goethe. A pesar del
hecho de que Walzel afirma que está
meramente trabajando, con algunas
correcciones, sobre el trabajo de
Gundolf[190], su artículo no es sólo
ideológicamente inaceptable para una
enciclopedia marxista, sino también
completamente incoherente en su
totalidad.
No es alentador.
No sirve como ayuda en absoluto. La
Enciclopedia de Literatura decidió
asignarme el artículo sobre Goethe y fui
lo suficientemente débil como para
aceptarlo. Pero mientras tanto, debo
darme cuenta de que dados todos mis
otros compromisos, sería simplemente
imposible de mi parte asumir una tarea
que requiera esta responsabilidad.
Fuera de eso, la bibliografía adjunta
al artículo de Walzel es indudablemente
de valor y ciertamente podría tener
alguna utilidad.
Comité del Pueblo de Instrucción
Pública.
[A. Lunacharsky]
Berlín, 23 de febrero de
1927
Mi estimado Herr Buber[191]:
Mi visita a Moscú duró un poco más
de lo que yo esperaba. Y cuando volví a
Berlín tuve que lidiar con una gripe. He
estado de vuelta en el trabajo desde
hace algunos días ya, pero no podré
enviarte el manuscrito antes del fin de
febrero. ¿Serías tan amable de hacerme
saber cuándo te vas a Alemania? Haré
lo posible por que tengas en tus manos
el manuscrito por lo menos ocho días
antes de tu partida. El trabajo de
Wittig[192] al que te referías es valioso e
iluminador. Hay algo que te puedo
asegurar con certeza. Es algo negativo:
mi presentación carecerá de toda teoría.
En esta moda espero triunfar dejando a
la «criatura» hablar por sí misma: en la
medida en la que haya triunfado en
aprovechar y traducir este idioma
nuevísimo y desorientador que hace
fuerte eco a través de la máscara
resonante de un ambiente que ha sido
completamente transformado. Quiero
escribir una descripción de Moscú en
este momento en el que «toda la
factualidad es teorizada» y que por lo
tanto se abstendrá de cualquier
abstracción deductiva, de cualquier
pronosticación e incluso, dentro de
ciertos límites, de cualquier juicio.
Todas éstas, estoy absolutamente
convencido, no pueden ser formuladas
basándose en información espiritual sino
en hechos económicos sobre los que
pocas personas, incluso en Rusia, tienen
un conocimiento lo suficientemente
amplio al respecto. La Moscú actual
revela un rango de posibilidades en
forma esquemática: sobre todo el rango
de posibilidades que implica el triunfo o
el fracaso de la Revolución. En
cualquier
caso,
resultará
algo
imprevisible y su imagen será muy
diferente
a
cualquier
boceto
programático que uno pueda dibujar del
futuro. Los resultados de ésto están
claramente visibles en el pueblo y en su
entorno.
Eso es todo por hoy. Te deseo lo
mejor, lo saluda Atte. Walter Benjamin
Prefacio a una serie
planeada para
Humanité[193]
Pertenezco a esa generación que
tiene ahora entre treinta y cuarenta años.
Los intelectuales de esta generación son,
por lejos, los últimos que han disfrutado
de una educación apolítica. La guerra
encontró a sus elementos de izquierda en
un momento más o menos de pacifismo
radical. La historia de la Alemania de
posguerra es en parte la historia de éste
ala
izquierda
original
de
los
intelectuales. Uno puede estar seguro al
afirmar que la Revolución de 1918, que
falló por su espíritu de advenedizo
pequeño-burgués, radicalizó más a su
generación que la misma guerra. En
Alemania es cada vez más frecuente —y
éste es el hecho más curioso e
importante sobre este proceso— que el
estado del escritor no afiliado es
cuestionado y uno gradualmente se da
cuenta de que el escritor (como el
intelectual, en el más amplio de los
sentidos) conciente o inconcientemente,
queriendo o sin querer, trabaja al
servicio de una clase y recibe su
mandato desde esa misma clase. Dado el
hecho de que para un intelectual es
incluso más difícil ganarse la vida, esta
comprensión
particular
ha
sido
acelerada en los últimos tiempos. La
contra-presión política de la clase
dominante que ha llevado en estos
últimos años a la censura y a juicios
literarios [tachado: que evoca los días
de «Santa Alianza»] forma parte del
mismo
proceso.
Dadas
las
circunstancias, la empatía de los
intelectuales alemanes por Rusia no es
meramente abstracta, sino que tiene que
ver con intereses concretos. Es curioso
descubrir: ¿Cuál es la tarifa de los
intelectuales en un país en el que el
proletariado es el empleador? ¿Cómo
define el proletariado las condiciones
esenciales para su existencia y qué tipo
de
ambiente
encontrarán
los
intelectuales? ¿Qué se puede esperar de
un gobierno proletario? Dado el sentido
de la evidente crisis que enfrenta el
destino de los intelectuales en la
sociedad burguesa, escritores como
Toller, Holitsher[194] y Leo Matthias[195],
pintores como Vogeler-Worpswede[196] y
directores de teatro como Bernhard
Reich han estudiado a Rusia y
consultado a sus colegas locales. Es en
el mismo sentido que me encontré en una
ciudad donde simplemente gracias a mi
capacidad como escritor pude disfrutar
de
privilegios
materiales
y
administrativos. (No sé de ninguna otra
ciudad, excepto Moscú, donde el estado
le pague una habitación a un escritor.
Después de todo, los hoteles son
administrados por el Soviet). Las
siguientes piezas han sido extraídas de
un
diario
que
mantuve
allí
incesantemente durante ocho semanas.
Intenté transmitir una imagen de la
Moscú proletaria que uno puede conocer
sólo cuando ha sido testigo de ella bajo
el hielo y la nieve, y sobre todo intenté
hacer que la fisonomía de su jornada
laboral y de su nuevo ritmo grafique
tanto la vida del trabajador como la del
intelectual.
París, 1 de mayo de 1927
(Extracto de una carta de
Benjamin)
Pardigon, 5 de junio de
1927
Mi más estimado
Hofmannsthal[197]:
Herr
von
Creo que ya pasó un año desde la
última vez que le escribí. Todo este
tiempo estuve en Rusia. Si no dejé que
filtrar nada durante mis meses en Moscú
fue porque dado el impacto de mis
primeras impresiones de esta intensa, y
extranjera, existencia, no estaba en
condiciones de informar nada. Tuve
esperanzas de poder incluir en mi
primera carta mi intento de describir
esta estadía. Pero a pesar de que las
galeras del ensayo han estado listas, no
ha sido publicado aún. En este ensayo he
intentado mostrar esas manifestaciones
concretas de la vida que me golpearon
en lo más profundo y mostrarlas tal cual
son y sin digresiones teóricas, incluso
privado de mi propio punto de vista.
Dada mi ignorancia del lenguaje,
obviamente no pude tratar más que una
porción de vida bastante estrecha. Pero
me concentré menos en lo visual que en
la experiencia rítmica, una experiencia
en la que el arcaico ritmo ruso se integra
con los nuevos ritmos de la Revolución.
Una experiencia que, por los estándares
occidentales, descubrí que es mucho
más inconmensurable de lo que
esperaba. Había planeado emprender
(casi incidentalmente) un proyecto
literario durante mi estadía, pero
fracasó. Los editores de la Enciclopedia
Soviética intentaron dividir el trabajo en
cinco etapas, pero son pocos los
investigadores competentes que están
disponibles para el proyecto y no están
en posición de poder llevar a cabo su
gigantesca empresa. Yo mismo pude
observar cuán oportunamente vacilaron
entre su programa marxista de ciencia y
su deseo de ganar algún tipo de prestigio
europeo. Pero ni esta decepción privada
ni las dificultades y rigores de Moscú en
la profundidad del invierno fueron
suficientes para disminuir la poderosa
impresión que me causó esta ciudad en
la que los habitantes continúan
recuperándose de las peores batallas en
las que todos, de alguna manera u otra,
estuvieron involucrados. Concluí mi
estadía en Rusia con una visita a
Sergeiro-Lavra, el segundo monasterio
más viejo en el reino y lugar de
peregrinaje para todos los boyardos y
zares. Habitaciones llenas de estolas
enjoyadas, con una suma infinita de
evangelios iluminados y libros de
plegarias, con manuscritos que datan de
los monjes Athos, todos originarios del
siglo XVII, como así también íconos
incontables de todos los períodos,
bañados en oro, con las cabezas de las
vírgenes mirando por encima de los
marcos dorados como si estuvieran
atrapadas en grilletes chinos. Visité todo
esto por más de una hora con una
temperatura de veinte grados bajo cero.
Era como un refrigerador gigante en el
que se congelaba para su preservación a
la cultura antigua durante los días negros
de la Revolución. En Berlín, las
semanas que siguieron, me ocupé más
que nada de seleccionar aquellas cosas
que parecían comunicables desde el
detallado diario que mantuve en el
transcurso de mi viaje, el primer diario
de ese estilo que había escrito en quince
años. Cuando volví a Alemania, supe
que habían publicado el Proust [A la
sombra de las muchachas en flor] y
confirmé el hecho de que la editorial le
envió una copia en mi ausencia. Si tiene
oportunidad de echarle una ojeada,
espero
que
no
se
disponga
desfavorablemente hacia él. Fue bien
recibido por los críticos. Pero ¿qué
significa eso? Honestamente, creo que
cualquier traducción que haya sido
asumida por las razones más importantes
y urgentes (por ejemplo, la traducción
de la Biblia) o por el simple propósito
de un estudio filológico, tiene algo de
absurdo en ella. Estaría feliz si en este
caso no fuera también inoportunamente
evidente […].
WALTER BENJAMIN (Berlín, 15 de
julio de 1892 – Portbou, 27 de
septiembre de 1940) fue un filósofo,
crítico literario, crítico social, traductor,
locutor de radio y ensayista alemán. Su
pensamiento recoge elementos del
Idealismo alemán o el Romanticismo,
del materialismo histórico y del
misticismo judío que le permitirán hacer
contribuciones perdurables e influyentes
en la teoría estética y el Marxismo
occidental. Su pensamiento se asocia
con la Escuela de Frankfurt.
Con la llegada del nazismo a Alemania y
la posterior persecución de judíos y
marxistas, abandonó Berlín para
siempre y se trasladó a Ibiza, Niza, y
finalmente a París.
Walter Benjamin murió el 26 o 27 de
septiembre de 1940 en Portbou,
(España), tras ingerir una dosis letal de
morfina en un hotel de la localidad
fronteriza pirenaica, después de que el
grupo de refugiados judíos que integraba
fuera interceptado por la policía
española cuando intentaba salir de
Francia.
Notas
[1]
Bernhard Reich (1894-1972),
dramaturgo, director y crítico, fue el
compañero de vida de Asja Lacis. De
origen austríaco, se nacionalizó
soviético hacia mediados de los años
‘20. Escribió una monografía, Brecht, en
ruso (Moscú, 1960) y publicó sus
memorias bajo el título Im Wettlauf mit
der Zeit: Erinnerungen aus fünf
Jahrzehntm
deutscher
Theatergeschichte,
Berlín,
Henschelverlag, 1970; que fuera
reeditado en ruso bajo el título V’ena
Berlín
Moskva
Berlín,
Moscú,
Iskusstvo, 1972. <<
[2]
Asja Lacis (1891-1979), actriz
letona, directora de teatro, Benjamin la
conoció en Capri durante el verano de
1924. Lacis publicó selecciones de
Benjamin, Meyerhold y Brecht en
Revolutionär im Beruf, ed. H. Brenner,
Munich, Rogner y Bernhard, 1972.
Después de haber publicado un libro
sobre teatro revolucionario alemán
(Revolutsii teatr germani, Moscú,
Goslitizdat, 1935), fue internada por un
lapso de quince años, hasta la muerte de
Stalin. Su bibliografía se encuentra
anexa al libro Anna Lacis, de
M. Miglane y otros, Riga, Liesma, 1973,
páginas 250-255. <<
[3]
En septiembre de 1926, Lacis tuvo
una crisis nerviosa que la llevó a vivir
durante un tiempo en el Sanatorio Rott,
ubicado cerca de la calle Gorky. <<
[4]
Según la autobiografía de Lacis,
Benjamin y Brecht se conocieron en
Berlín antes del viaje de Benjamin a
Moscú. Sin embargo, la mayoría de los
académicos coincide en que su primer
encuentro, orquestado por Lacis, tuvo
lugar en 1929. Ver Dialektik im
Stillstand, de See Rolf Tiedemann,
Frankfurt, Suhrkamp, 1983, p. 45; y
Brecht Chronicle, de Klaus Volker, New
York, Continuum, 1975, p. 54. <<
[5]
Vsévolod Emílievich Meyerhold
(1874-1942), actor, realizador y director
teatral, le otorgaron en 1923 un teatro a
su disposición, al cual denominó Teatr
imeni Meyerholda (TIM). <<
[6]
Los ensayos para El revisor,
producción de Meyerhold basada en la
obra de Gogol, duraron un año y medio.
En contraste a la primera mitad de la
década de 1920, época en la que
produjo un sinfín de obras, incluso
simultáneas, en lapsos más bien cortos,
Meyerhold dedicó largo tiempo a
preparar
El
revisor
casi
en
exclusividad, y apenas interrumpió esta
tarea para supervisar la dirección de
Rychi Kitai! (Ver nota al pie n.º 91). <<
[7]
Instituto Kameneva era un nombre
alternativo para la VOKS, acrónimo de
Vsesoiuznoe Obshchestvo Kult’urnoi
Sviazi s zagranitse (Sociedad de la
URSS para las Relaciones Culturales
con los Países Extranjeros), entidad que
existió entre 1925 y 1958. Entre los
años 1925 y 1929, su directora fue Olga
Kameneva (1883-1941), hermana de
Trotsky. <<
[8]
La Casa Herzena, bautizada así en
honor a Alexandr Herzen (1812-1870),
era en este entonces sede habitual de las
reuniones de la VAPP (Asociación
Federal de escritores proletarios). <<
[9]
Acrónimo de Vserossiiskaya
assotsiastsiya proletarskikh pissatelei,
[Asociación Federal de escritores
proletarios], entidad fundada en 1920.
<<
[10]
Petr
Semenovich
Kogan
(1872-1932), historiador y crítico
literario,
profesor
de
Filología
Románica y Germánica en las
universidades de San Petersburgo y de
Moscú, presidente de la Academia de
artes desde su constitución, en 1921. <<
[11]
La obra en cuestión era Dni
Turbinych («Los días de los Turbin»),
puesta en escena por Konstantin
Stanislavsky (1863-1938) como una
adaptación de la novela La Guardia
Blanca (1924), de Mikhail Bulgakov
(1891-1940). <<
[12]
Mikhail V. Frunze (1885-1925),
destacado General y funcionario del
Partido, quien también fuera Comisario
del Pueblo para Asuntos Militares y
Navales. La novela en clave en cuestión
se trata de Povest nepogashennoy luny
(«El cuento de la Luna inextinguible»),
publicada en el quinto número de Novyi
Mir («Nuevo mundo»), en 1926. <<
[13]
Viktor A. Chestakov (1898-1957)
era el escenógrafo principal del Teatro
de la Revolución entre 1922 y 1927,
cuando pasó al Teatro Meyerhold hasta
su cierre, en el año 1937. <<
[14]
Zinaida Raikh (1894-1939) era
habitualmente la protagonista de las
obras producidas por su esposo.
Algunas de las críticas más feroces
hechas a las producciones de Meyerhold
tenían que ver con el lugar
supuestamente «exagerado» que ocupaba
su mujer en ellas. Véase, por caso, la
crítica de Viktor Shklovsky «Quince
partes de la mujer del alcalde» en la
Krasnaya gazeta del 22 de diciembre
de 1926. <<
[15]
Grigory Lelevich (1901-1945),
seudónimo de Labori Gilelevich
Kalmanson, poeta, crítico, y uno de los
editores de la revista Na postu («En
guardia»), que tuviera seis números
publicados entre 1923 y 1926. Fue
también cofundador de un grupo
homónimo en 1923, sobre el cual perdió
influencia hacia 1926 a causa de luchas
de poder en el seno del grupo.
Expulsado del Partido, murió en un
campo de concentración en 1945. <<
[16]
Se refiere a su libro Einbahnstrasse
(«Calle de sentido único»), de Walter
Benjamin, Berlín, Rowohlt, 1928. Partes
de este libro pueden leerse traducidas al
inglés por Edmund Jephcott en el libro
Reflections («Reflexiones»), de Peter
Demetz, ed., New York, Harcourt,
Brace, Jovanovich, 1978. La dedicatoria
de Benjamin a Lacis rezaba: «Esta calle
se llama Calle de Asja Lacis, en honor a
la ingeniera que trazó dicha calle en la
mente del autor». <<
[17]
Sascha Stone (1895-1940), fotográfo
publicitario y de moda nacido en Rusia
y de gran popularidad en Berlín durante
la década de 1920. Stone estudió dibujo
y escultura en París, luego abrió su
estudio de fotografía en Berlín; huyó a
Bélgica en 1933. Colaboró en el
fotomontaje que ilustra la tapa de la
primera edición de Einbahnstrasse;
también fotografió Cabeza de Benjamin
esculpida por Jula Radt. <<
[18]
Ernst Toller (1893-1939), partícipe
importante de la efímera República
Soviética de Baviera, en 1919. Sus
obras fueron a menudo representadas en
los escenarios soviéticos durante la
década de 1920. Estuvo en Moscú entre
marzo y mayo de 1926. Véase su ensayo
Quer durch, Berlín, G. Kiepenheur,
1930. <<
[19]
Paul
Werner
(1884-1953),
seudónimo de Paul Frölich. Publicó un
artículo en Pravda en el que agredía a
Toller, el 20 de marzo de 1926. Toller
respondió seis días más tarde mediante
una carta al editor. <<
[20]
Probablemente se refiere al
novelista danés Jens Peter Jacobsen
(1847-1885). <<
[21]
Alexandr Granovsky (1890-1935),
director de la Academia Judía de Teatro
de Moscú. Benjamin lo cita brevemente
en Gesammelte Schrifte («Textos
escogidos»), Rolf Tiedemann and
Hermann
Schweppenhauser,
eds.,
Frankfurt, Suhrkamp, 1972-1977, IV,
páginas 518-522. <<
[22]
Antes de dejar Moscú, a Benjamin lo
habían invitado (probablemente por
recomendación de Reich) a escribir un
artículo sobre Goethe para la Bolshaya
sovetskaya
entsiklopediya
(Gran
Enciclopedia Soviética). <<
[23]
Alexandr Ilich Bezymensky
(1898-1973), poeta y activista; hacia
1926 formaba parte de la misma facción
literaria de la VAPP que Lelevich. <<
[24]
Jakob Grommer (1879-1933), ruso,
estudió Matemáticas en Alemania y
trabajó durante diez años como asistente
de Albert Einstein, mucho más tiempo
que cualquier otro de los colaboradores
del físico. Su cara estaba totalmente
desfigurada a causa de una enfermedad
llamada Acromegalia. <<
[25]
León Trotsky (1879-1940), Grigory
Zinoniev (1883-1936) y Lev Kamenev
(1883-1936) eran en este entonces los
líderes de la oposición a Stalin. <<
[26]
Dicho pasaje dice: «El que ama, no
sólo siente apego por los “defectos” de
la amada, por las manías y las flaquezas
de una mujer, sino que las arrugas de su
rostro y los lunares, sus vestidos
gastados y su andar ladeado, la atan a
ella de una forma más duradera e
inexorable que toda su posible belleza.
Es algo más que sabido. ¿Y por qué? Si
es cierta la teoría que dice que las
sensaciones no anidan en la cabeza, que
la impresión de una ventana, de una
nube, de un árbol, no se siente en el
cerebro, sino, más bien, en el lugar
donde la percibimos; en tal caso,
también en lo que se refiere a nuestra
visión de la amada nos encontramos
fuera de nosotros mismos. Si bien, en
este caso, dolorosamente atentos y
maravillados. La sensación revolotea
deslumbrada, como una bandada de
pájaros, en el resplandor de la mujer. Y
del mismo modo que los pájaros buscan
cobijo en los frondosos escondrijos del
árbol, también las sensaciones se
refugian en las sombrías arrugas, en los
gestos torpes y en los defectos
insignificantes del cuerpo amado, donde
encuentran un escondrijo seguro. Y
nadie, al pasar, podrá adivinar que es
justamente aquí, en lo imperfecto y
reprochable, donde anida la arrebatada
emoción amorosa del amante». <<
[27]
El estudio musical del Moskovskii
Khudozhestvennyi
Teatr
(Teatro
artístico de Moscú), conocido por su
acrónimo MKHAT, compartía ubicación
física en el Teatro Dmitrovsky con el
estudio estatal de ópera de Stanislavsky.
<<
[28]
Alfredo Casella (1883-1947),
compositor y músico italiano. <<
[29]
La novia del Zar fue estrenada el 28
de noviembre de 1926, y marcó un
cambió de rumbo en el interés de
Stanislavsky, que pasó a enfocarse en
las obras clásicas del teatro de ópera
ruso. <<
[30]
En rigor, Eugene Onegin, de
Tschaikovsky, ya había tenido estreno
previo en el Estudio Opera y fue la
primera ópera completa que produjo
Stanislavsky. <<
[31]
Stefan (1919-1972) era el hijo que
Benjamin tuvo con Dora Pollack
(1890-1964); Daga era la hija de Asja
Lacis. <<
[32]
Cement («El cemento»), novela
escrita
por
Fyodor
Gladkov
(1883-1958) en 1925. En junio de 1927,
Benjamin publicó una crítica de la
versión traducida al alemán. <<
[33]
Los isvostchick eran los encargados
de manejar los trineos. [Nota del T.]. <<
[34]
Miembros de la Unión Comunista de
la Juventud (Kommunisticheski Soyuz
Molodiozhi). <<
[35]
Un antiguo área de Moscú que
incluye la Plaza Roja y que limita con el
Kremlin. <<
[36]
Bela Illeés (1895-1974), escritor
húngaro que se mudó a la Unión
Soviética hacia 1923 y acabó siendo
secretario general de la Unión
Internacional
de
Escritores
Revolucionarios (1925-1933) y General
del Ejército Rojo durante la Segunda
Guerra Mundial. <<
[37]
V. S. Starukhin. <<
[38]
Barón Petr Wrangel (1878-1928),
general ruso que apoyó el intento de
golpe de Kornílov sobre el Sóviet de
Petrogrado. Luego de su derrota a manos
del Ejército Rojo en lo que fue la última
gran batalla de la guerra civil, huyó al
extranjero. <<
[39]
Por aquel entonces se completaba la
publicación de la totalidad de la obra de
G. V. Plekhanov, que constaba de
veinticuatro volúmenes, Sochinenija
(«Composiciones»), Moscú, 1923-1927.
<<
[40]
Puede estar refiriéndose a Jauna
Vienrba («Nueva unidad») o a Krievijas
Ctna
(«Noticias
rusas»),
dos
publicaciones con las que Asja colaboró
durante este período. <<
[41]
Banco estatal (Gos, abreviatura de
gosudarstvennyi). <<
[42]
Vilis
Knorin
(1890-1938),
importante funcionario del Partido y del
gobierno, director de la agitprop del
comité central del Partido entre 1926 y
1927. <<
[43]
Egon Erwin Kisch (1885-1938)
viajó por la Unión Soviética entre el
otoño de 1925 y la primavera de 1926.
Narró sus experiencias en Zaren, Papen,
Bolschewith, Berlín, E. Reiss, 1927 <<
[44]
Sofía Krylenko, hermana de Nikolai
Krylenko (1885-1938), Comisario de
Justicia por aquel entonces. Sofía
coincidió con Benjamin y Lacis durante
su estadía en Capri. <<
[45]
Karl Kindermann fue el principal
acusado en un juicio público contra tres
jóvenes alemanes acusados de conspirar
para asesinar a Lenin en octubre de
1924. Kindermann fue condenado a
muerte pero la sentencia no fue
ejecutada. <<
[46]
La postal nunca le llegó a Ernst
Bloch. Fue devuelta como «no
entregable», de acuerdo a la carta que
Benjamin le escribió a Siegfrid
Kracauer y que es reproducida en el
apéndice. <<
[47]
No es una alusión a la Nueva
Política Económica (NPE) de Lenin,
creada en 1921, sino a la rezhim
ekonomii («Régimen de austeridad»),
una campaña de ahorro y reducción de
costos en todas las áreas económicas
llevada a cabo en la segunda mitad de la
década de 1920. <<
[48]
Una muñeca tipo tentempié. <<
[49]
Bronenosets
Potemkin
(«El
acorazado Potemkin»), película de
Sergei Eisenstein (1898-1948) de 1925.
<<
[50]
Pozakonu, película de Lev Kuleshov
(1899-1948) de 1926, basada en una
historia de Jack London. Kuleshov, un
pionero en la teoría y la práctica del
montaje, produjo este film, hoy
considerado
un
clásico
postrevolucionario, una impiadosa condena
a las instituciones de la justicia
burguesa. <<
[51]
Joseph Roth (1894-1939) había sido
contratado por el Frankfurter Zeitung
para contar sus viajes por la Unión
Soviética entre los meses de agosto y
diciembre de 1926. Su informe, titulado
«Reise in Rußland», fue publicado en
18 capítulos entre septiembre de 1926 y
enero de 1927. <<
[52]
El artículo de Roth Die Schule und
die Jungen («La escuela y los chicos»)
apareció en el Frankfurter Zeitung el
18 de enero de 1927. <<
[53]
Un pueblo que queda a orillas del
río Yauza (dentro del distrito de
Moscú). <<
[54]
Emil Ludwig (1881-1948), prolífico
historiador y biógrafo alemán. Paul
Scheerbart (1863-1915), ensayista y
novelista alemán, autor de novelas
utópicas y de ciencia ficción. Benjamin
y Scholem eran admiradores de su libro
Glasarchitektur (1914). <<
[55]
Probablemente se tratara de Nina
Yermolaeva; ella hizo de Avdotiza en El
revisor de Meyerhold. <<
[56]
<<
En rigor, los episodios eran quince.
[57]
La escenografía fue diseñada en
conjunto por Meyerhold y Viktor
Kiselev (1896-1981), quienes diseñaron
tanto el vestuario como los elementos de
escena, con preferencia por los objetos
antiguos. Kiselev había colaborado
también con la segunda producción de
Meyerhold, Misteriya-Buff. <<
[58]
Término ruso, derivado del francés,
que significa «reparar»: una alusión a la
profusión de pequeños negocios de
reparación de artículos para el hogar y
tangencialmente a la escasez de bienes
de consumo. <<
[59]
Teatro fundado por Fyodor Korsh
(1852-1923); formó parte del círculo de
teatros estatales entre 1925 y 1926 y
cerró sus puertas en 1932. <<
[60]
Benjamin se encontraba traduciendo
El mundo de Guermantes, la tercera
entrega de la obra de Proust, En busca
del tiempo perdido. Fue publicado en
1930 por Piper Verlag en Munich, con
Franz Hessel como cotraductor.
Benjamin y Hessel habían colaborado
previamente en una traducción de la
segunda entrega, A la sombra de las
muchachas en flor, publicada en 1927
por Verlag die Schmiede en Berlín.
Aparentemente,
Benjamin
también
tradujo por su cuenta la cuarta entrega,
Sodoma y Gomorra, pero dicha
traducción se perdió. Benjamin y Hessel
tenían planeado traducir la totalidad de
la obra (incluso empezaron a traducir la
quinta parte, La prisionera), pero el
proyecto finalmente no se llevó a cabo.
<<
[61]
Assotsiatsia
Khudozhnikov
Revolutsionnoi Rossii (Asociación de
Artistas de la Revolucion Rusa),
1922-1932. La AKhR luchaba contra el
formalismo y promovía la pintura de
género realista-naturalista. <<
[62]
Nikolai Bukharin (1888-1938),
miembro del comité ejecutivo de la
Komintern entre 1926 y 1930, y editor
en jefe de Izvestia. Su Teoría del
Materialismo Histórico apareció en
1922. <<
[63]
Museo de artes y oficios. <<
[64]
El bosque, de Alexandr Ostrovsky
(1832-1886). El estreno de la versión de
Meyerhold tuvo lugar el 19 de enero de
1924. <<
[65]
Nikolaus Basseches (1895-1961),
periodista e ingeniero austríaco. Nacido
en Moscú, hijo de un cónsul austríaco,
escribía para diarios austríacos y
formaba parte de la delegación austríaca
en Moscú. Durante la década de 1940
vivió en Suiza y escribía sobre asuntos
rusos para el Weltwoche y el Neue
Zürcher Zeitung. Entre sus libros se
encuentran La cara económica de la
Unión Soviética, Viena, C. Gerolds
Sohn, 1925; El ejército desconocido:
Naturaleza e historia de las fuerzas
militares rusas, Nueva York, Viking,
1943 y Stalin, Nueva York, Dutton,
1952. <<
[66]
No existe tal «escena de la
armónica» en la versión original de la
obra. Tal escena ocurre sólo en la
versión de Meyerhold y corresponde
originalmente a la quinta escena del
cuarto acto. <<
[67]
El grupo de teatro de Alexandr
Tairov actuó en Berlín en 1923. <<
[68]
Nikolai D. Bartram (1873-1931). <<
[69]
Benjamin deseaba presentar su
Ursprung des deutschen Trauerqiels
(Berlín, Rowohlt, 1928; traducido como
El origen del drama barroco alemán,
London, New Left Books, 1977). <<
[70]
De acuerdo a Gershom Scholem en
Walter Benjamin: Historia de una
amistad, Filadelfia, Jewish Publication
Society of America, 1981, Benjamin
comenzó a frecuentar a la que luego
sería su esposa Dora (por entonces
todavía casada con Max Pollack) en el
pueblo donde ella vivía, Seeshaup —
lindante al lago Starnberg—, a
principios de 1916. <<
[71]
Benjamin conoció a Philipp Keller
durante sus días como estudiante en
Freiburgstudent (1913). Keller fue autor
de una novela, Gemischte Gefühle,
Leipzig, Kurt Wolff, 1913, también
publicada en revistas expresionistas. <<
[72]
Escrito en 1916, tuvo publicación
póstuma; se incluyó en Reflexiones,
páginas 314-332. <<
[73]
Ver «Nápoles» en Textos escogidos,
op. cit, IV, páginas 307-316, escrito en
conjunto con Lacis, y también los
últimos textos de Benjamin sobre
ciudades como Weimar, Marsella o San
Gimignano. <<
[74]
Incluido en Calle de sentido único
pero no en Reflexiones. <<
[75]
Construida entre 1112 y 1147. <<
[76]
Club de campesinos ubicado en la
plaza Trubnaya. <<
[77]
Shestaya chast mira, encargada por
el Gostorg, la Secretaría de Comercio
Soviético, dirigida por Dziga Vertov
(1896-1954), fue emitida por primera
vez en Moscú el 31 de diciembre de
1926. Ofrecía una vista panorámica de
la amplitud étnica de la URSS,
contrastando esta unión fraternal con la
explotación colonial generada por el
capitalismo occidental. <<
[78]
¡Venga, Europa!, obra teatral de de
M. Podgaetsky, basada en las novelas
Trust D. E, de Ilya Ehrenburg y Der
Tünnel, de B. Kellermann’s. Estrenada
en el Teatro Meyerhold el 15 de junio de
1924. <<
[79]
Sede de la Asociación Federal para
la Promoción del Conocimiento Político
y Científico; gran parte de los eventos
literarios de Mayakovsky tuvieron lugar
en dicho sitio. <<
[80]
Igor Vladimirovich Ilyinsky
(1901-1987), conocido especialmente
por su rol como comediante, trabajó con
Meyerhold entre 1920 y 1935. Ideó el
rol de Bruno de Le Cocu magnifique y
el rol protagónico de El profesor Bubus.
Una vez que abandonó el Teatro
Meyerhold, se unió al Teatro Maly. <<
[81]
Yuri Lebedinsky (1898-1959),
conocido sobre todo por sus novellas
Nedelia («Una semana», 1922) y
Kommisary («Los comisarios», 1925),
ambas con numerosas referencias a
aspectos internos del Partido Comunista.
Lideró varias asociaciones de escritores
proletarios, entre ellas la VAPP. <<
[82]
Oskar
Walzel
(1864-1959),
historiador literario. Miembro honorario
de la Academia Soviética al que le
ofrecieron redactar el artículo sobre
Goethe de la Enciclopedia Soviética una
vez que Benjamin lo rechazó. (Ver la
carta de Lunatcharsky reproducida en el
apéndice). <<
[83]
Arnolt Bronnen (1895-1959),
escritor, director y, más tarde, crítico
teatral. Se hizo conocido en 1922 con su
obra Vatermord («Parricida»), en la
cual Brecht colaboró con la producción.
Bronnen se volcó rápidamente a la
derecha hacia 1925; después de la
Segunda Guerra Mundial, fue un alcalde
comunista y crítico de teatro. <<
[84]
El menosprecio de Benjamin para
con el trabajo de Ilynsky sugiere que no
estaba al tanto de la importancia del
lugar del actor en la renovación de la
práctica teatral llevada a cabo por
Meyerhold. <<
[85]
La obra de O’Neill, protagonizada
por Tairov, se estrenó en noviembre de
1926 en el Teatro Kamerny. <<
[86]
Alicia Koonen (1889-1974), nacida
en Bélgica, antiguo miembro del
MKHAT y esposa de Tairov. <<
[87]
Importante tienda departamental de
gran Berlín. <<
[88]
Franz Hessel (1880-1941). Hessel
fue jefe editor en Rowohlt, editorial que
publicó los libros de Benjamin Calle de
sentido único y El origen del drama
barroco alemán. Benjamin conoció a
Hessel en 1922 y publicó parte de sus
traducciones de Baudelaire en la revista
de Hessel Vers und Prosa. Benjamin
rinde
tributo
a
Nachfeier
(«Celebración»), de Hessel al principio
de su «Crónica de Berlín», en
Reflexiones, pp. 7-9; en numerosas
ocasiones reseñó otros cuatro libros de
Hessel. Véase la nota al pie n.º 60
acerca de la colaboración entre Hessel y
Benjamin sobre las traducciones de
Proust. <<
[89]
Los escenarios y las vestimentas de
la producción de Meyerhold de la obra
de Fernand Crommelynck, Le cocu
magnifique, fueron diseños del artista
constructivista Liubov S. Popova
(1889-1924). <<
[90]
Los escenarios de la obra de A.
Faikos, El profesor Bubus, fueron
diseñados en conjunto por E. Shlepanov
y por Meyerhold. La obra se estrenó el
29 de enero de 1925. <<
[91]
Rychi Kitai!, de Sergei Tretiakov,
cuyos escenarios fueron diseños de
Sergei Efimenko, dirigida por el alumno
de Meyerhold, V. Fedrov. Fue estrenada
el 23 de noviembre de 1926 y poco
después Meyerhold pasó a ser el
director. <<
[92]
Kupite revolver, dirigida por B.
D. Koroleva, con escenarios diseñados
por S. Efimenko. Estrenada el 30 de
diciembre de 1926. <<
[93]
Sergei M. Gorodetsky (1884-1967),
poeta y libretista. En sus comienzos fue
un poeta simbolista y contribuyó a la
fundación del Acmeísmo, del cual formó
parte entre 1912 y 1921. Escribió para
Izvestia hasta 1932. <<
[94]
Evgeny Gnedin (1898-1983),
diplomático soviético, presunto hijo de
Alexandr Gelfand (Parvus). Sus
memorias, Katastrophe und zweite
Geburt,
fueron
publicadas
en
Amsterdam en 1977. <<
[95]
Anatoly Lunacharsky (1875-1922),
escritor y crítico literario, Comisario
del Pueblo para la Educación Pública.
Léase su crítica «El revisor, de GogolMeyerhold» 7 de octubre, Winter, 1978,
pp. 57-70. Robert Pelche (1880-1955),
periodista comunista y crítico de arte.
Valerian
Pletnyov
(1886-1942),
presidente del comité central del
Concejo Federal de Cultura Proletaria,
devenido en 1921 director del Comité
General de Políticas Educativas (GlavPolit-Prosvet). Vladimir Mayakovsky
(1893-1930); su discurso en el debate
de Meyerhold está incluido en la
antología de sus trabajos. Andrei Bely,
seudónimo de Boris Nikolaievich
Bugaev (1880-1934), poeta, novelista y
crítico; dio un curso de «El mundo
literario» en el seno del taller de
Meyerhold.
Mikhail
Levidov
(1891-1941), escritor y periodista. Entre
los presentes también se encontraban
S. Tretiakov, J. Grossman-Rashchin, A.
Slonimsky, I. Aksyonov y N. Volkonsky.
Pravda cubrió el debate en su edición
del 9 de enero de 1927. Benjamin dio su
versión de este evento en «Disputation
bei Meyerhold», Textos escogidos, IV,
pp. 481-483. <<
[96]
El arsenal del Kremlin, construido
entre 1844 y 1851. <<
[97]
Sobor Spasa na boru, capilla
construida en 1330. <<
[98]
Andrei Kirillovich Razumovsky
(1752-1836). <<
[99]
«Día y Noche», protagonizada por
Tairov en el Teatro Kamerny. <<
[100]
Shtorm («Tormenta»), una obra de
Vladimir
Bill-Belotserkovsky
(1884-1970), protagonizada por E.
Liubimov-Lanskoi en 1925. <<
[101]
Esta palabra refiere a un término
utilizado en la década de 1840 con el
que se denominaba a un pequeño círculo
de jóvenes intelectuales reunidos para
hablar de asuntos políticos y filosóficos.
<<
[102]
El inicio del párrafo aparece
borroso en el original, la traducción es
una conjetura. <<
[103]
Publicada en la edición del 11 de
febrero de 1927 de la revista
Literarische Welt bajo el título de «Der
Regisseur Meyerhold — in Moskau
erledigt?». También aparece en los
Textos escogidos, IV, pp. 481-483. <<
[104]
Mikhail Larionov (1881-1964) y
Natalia
Goncharova
(1881-1962),
pintores vanguardistas (representantes
del rayonismo y del orfismo, entre otros)
que colaboraron con las escenografías
de los ballets de Diaghilev en Francia
entre 1915 y 1929. <<
[105]
Pequeño
Nacional <<
Teatro
Académico
[106]
Tanto el Savoy como el Bolshaya
Moskovskaya eran hoteles famosos de
Moscú. <<
[107]
Periódico alemán de la Liga
Espartaquista que luego se convirtió en
órgano central del Partido Comunista de
Alemania. <<
[108]
Ver el ensayo de Benjamin,
Juguetes rusos, en el apéndice del libro.
<<
[109]
Unión de Empresas Moscovitas
para la Transformación de Productos
Agrícolas. La poesía publicitaria de
Mayakovsky y de Rodchenko contribuyó
considerablemente a la fama de la
Mosselprom. <<
[110]
Ernst Bloch (1885-1977) vivió con
su esposa Else von Stritzky (1882-1921)
en Interlaken, Suiza entre 1917 y 1919.
<<
[111]
Silvestr Shchedrin (1791-1830),
paisajista ruso. <<
[112]
Vassily Vereshchagin (1842-1904),
pintor ruso reconocido por sus cuadros
con escenas de batallas. <<
[113]
Alexandre Charles
(1832-1918). Ver nota 99. <<
Lecocq
[114]
«Casa de la prensa», un club de
periodistas. <<
[115]
Karl
Radek
(1885-1939),
importante funcionario del Partido,
miembro del Presidium en 1920,
desterrado por trotskista en 1927. <<
[116]
Término utilizado para referirse al
portero de un hotel. [Nota del E.] <<
[117]
Se supone que se trata del médico
de Asja. <<
[118]
Véase Historia y conciencia de
clase, de György Lukács, publicado en
Alemania en 1923. Una breve reseña del
libro puede encontrarse en los Textos
escogidos, III, p. 171. <<
[119]
Probablemente se refiere a la
estación Kazan. <<
[120]
El Wandkalender («Calendario de
pared») de Benjamin apareció en el
número de 12 de diciembre de 1926 del
Literarische Welt; sus versos estaban
ilustrados por Rudolph Grossmann. Ese
mismo número incluía la reseña de
Benjamin de la correspondencia entre
Lenin y Máximo Gorky entre 1908 y
1913. <<
[121]
Sergei Ivanovich Shchukin
(1854-1936), coleccionista, llegó a
adquirir 54 pinturas de Picasso entre
1908 y 1914. <<
[122]
No es la denominación que suele
recibir dicho período, Benjamin hace
obvia referencia a los cuadros
pertenecientes al Cubismo sintético,
ubicable entre los años 1911 y 1914. <<
[123]
Thankmar von Münchhausen
(1892-1972) «descubrió» a Marie
Laurencin gracias al historiador de arte
Wilhelm Uhde. La correspondencia de
Münchhausen con Benjamin permanece
inédita. Amigo de Hoffmansthal y de
Rilke, Münchhausen acordó con
Benjamin para que este tradujera la
Anábasis de Saint-John Perse. Benjamin
recibió los créditos de la traducción en
conjunto con Bernard Groethuysen. La
obra fue publicada en fecha posterior al
fallecimiento de Benjamin, en Das Lot,
IV (octubre de 1950), pp. 60-74. <<
[124]
Luego de una ardua búsqueda en
bibliotecas de Europa Occidental y de
Estados Unidos, el editor no logró
encontrar una copia del número de la
Vechernaia Moskva que incluía la
entrevista de Benjamin. La biblioteca de
Lenin en Moscú ha rechazado en varias
ocasiones la solicitud de una copia de la
entrevista. <<
[125]
En el manuscrito original, en esta
parte hay dos carillas en blanco. <<
[126]
Abreviatura de Proletarskaia
Kultura, una organización que promovía
las «fuerzas creativas ocultas» del
proletariado. Creada en octubre de
1917, perdió su independencia política
en 1921, cuando fue anexada al
Narkompros. Fue finalmentwe disuelta
en 1932. <<
[127]
Ilya Semyonovich Ostrukhov
(1858-1929), pintor ruso, curador de la
Galería Tretiakov entre 1905 y 1913. <<
[128]
Compañera de habitación de Asja.
[Nota del E.] <<
[129]
Maximilien Schick (1884-1968),
poeta y traductor al alemán de Briusov,
Gorky y otros. Vivió en Alemania de
1892 a 1907 y fue colaborador de la
revista
simbolista
rusa
Vesy
(«Balanza»). <<
[130]
Narodnyi
Komissariat
Prozveshcheniya (Comisariado del
Pueblo para la Educación Pública). <<
[131]
<<
Esta región hoy día se llama Kirov.
[132]
Alexei Rykov (1881-1938) sucedió
a Lenin como presidente del Consejo de
Ministros de la URSS de 1924 a 1930.
<<
[133]
Abreviatura de la Obshchestvo
sodeistva aviatsionno-khimicheskomu
stroitelstvu USSR (Sociedad para la
creación de una Industria Aeronáutica y
Química en la URSS). <<
[134]
Probablemente se refiera al viaje en
barco que Benjamin hizo en 1925 desde
Hamburgo a Italia, con escala en
Barcelona. <<
[135]
Este libro de Reich finalmente no
fue publicado. <<
[136]
Hans Poelzig (1869-1936),
influyente arquitecto y profesor en la
Technische
Hochschule
de
Charlottenberg.
Entre
otras
construcciones
teatrales,
Poelzig
supervisó en 1919 la transformación del
circo Schumann a favor del Grosses
Schauspielhaus de Max Reinhardt, en
Berlín. <<
[137]
La escena que involucra a
Mademoiselle de Vinteuil y su amante
femenina en Por el camino de Swann.
<<
[138]
Willy Wiegand (1884-1961) fue
cofundador de Bremer Press, que
publicó Neue Deutsche Beiträge, en el
cual aparece el ensayo de Benjamin
sobre Las afinidades electivas de
Goethe, en 1924-1925. Arthur MiillerLehning (1899-2000) publicó el
periódico i 10, Internationale Revue
(Amsterdam), en el cual aparecen una
versión temprana de Calle de sentido
único y, también de Benjamin, un ensayo
titulado «Nueva Poesía rusa». Else
Heinle, esposa de Wolf Heinle
(1899-1923). Benjamin fue un ferviente
admirador de la poesía de Wolf Heinle y
de su hermano Friedrich (1892-1914).
Tuvo la intención de publicar sus obras.
<<
[139]
Dora
Sophie
Benjamin
(1890-1964), esposa de Benjamin entre
1917 y 1930. <<
[140]
Véase Por el camino de Swann,
París, Gallimard (Pléjade), 1954,
volumen I, pp. 80-82. <<
[141]
Pese a que el artículo finalmente no
fue escrito, véase el ensayo de Benjamin
Die Waffen von Morgen («Las armas del
mañana»), Textos escogidos, IV,
pp. 473-476. Kurt Tucholsky y Carl von
Ossietzky pasaron a ser editores del
Weltbühne en 1926 y le imprimieron un
giro a la izquierda; los Nazis lo cerraron
en 1933. Ossietzky murió en un campo
de concentración y Tucholsky se suicidó
en Suecia en 1934. <<
[142]
Evgeny Vakhtangov (1883-1922). El
teatro que lleva su nombre fue creado a
partir del tercer estudio del MAKHT
(fundado en 1921). Durante un tiempo
Vakhtangov también dirigió el Habimah
(Teatro Hebreo). <<
[143]
Chrezvychainaia komissia, Policía
Secreta del Estado. <<
[144]
Ver nota n.º 81 en página 87. <<
[145]
Periódico político de Berlín
fundado en 1892 por Maximilien
Harden. Entre sus colaboradores se
encontraban Fontane, Holz, Nietzsche,
Mann, Rilke y Hofmannsthal. <<
[146]
Valerii Briusov
novelista ruso. <<
(1873-1924),
[147]
Director de la división de libros
infantiles de la Casa de Publicación
Estatal. <<
[148]
Esto es más probable que se refiera
a la traducción de Proust en la que
Benjamin estaba enfrascada que al
ensayo sobre Proust sobre el que había
estado pensando largamente. Escribe en
una carta fechada el 18 de septiembre:
«No sé por cuánto tiempo me ha
rondado la cabeza la idea de escribir un
ensayo llamado “Acerca de traducir a
Proust” y hace poco, en Marseilles, los
editores de los Cahiers du Sud
aceptaron tomarlo. La idea es que trate
más de Proust que de la traducción». El
ensayo fue completado recién en 1929.
Véase «La imagen de Proust», en
Iluminaciones, editado y prologado por
Hannah Arendt, New York, Harcourt,
Brace, and World, 1968. <<
[149]
La respuesta de Benjamin a Blei no
fue publicada durante su vida. Puede
encontrarse en Textos escogidos, IV,
pp. 453-454; la obra de Blei «Zu Rainer
Maria Rilke» puede ser visualizada en
las pp. 1025-1027. <<
[150]
Franz Hoffmann (1814— 1882),
Newr deutscher Jugendfreund zur
Unterhaltung und Belehrung der
Jugend, un clásico infantil de la mitad
del siglo XIX. <<
[151]
Nombre en alemán de LeatherStocking Tales, de James Fenimore
Cooper’s. <<
[152]
Gustav Schwab, Die schonsten
Sagen des klassischen Alterturn (1838).
<<
[153]
Karl May (1842-1912), autor de
historias
inmensamente
populares,
ambientadas en el Oeste norteamericano.
<<
[154]
Kampf um Rom, de Felix Dahn.
Sophie Worishoffer (1838-1890), autora
de novelas de aventuras en altamar. <<
[155]
Friedrich Gerstacker (1816-1872),
autor de cuentos de aventuras exóticas.
<<
[156]
De acuerdo a Gershom Scholem, de
1908 a 1914 Benjamin y su grupo de
amigos —Herbert Belmore, Alfred
Steinfeld, Franz Sachs y Willi Wolfradt
— se juntaban una noche por semana a
leer y a hablar sobre autores como
Shakespeare, Hebbel, Strindberg, Ibsen
y Wedekind. <<
[157]
Clásico de la literatura infantil de
mediados del siglo XIX escrito por
Heinrich Hoffmann (1809-1894). <<
[158]
Aparentemente Benjamin nunca
llevó cabo este proyecto, aunque la
fantasía infantil es un tema central en su
Crónica de Berlín (1932). <<
[159]
Mat’,
una
adaptación
cinematográfica de la novela de Corky
de 1906, realizada por Vsevolod I.
Pudovkin en 1926. Protsëss o treh
millionah, una comedia de detectives
dirigida por Yakov Protazanov en 1926.
<<
[160]
El General del Ejército Rojo antes
mencionado. <<
[161]
Publicada como «Eine Diskussion
uber
russische
Filmkunst
und
kollektivistische Kunst uberhaupt» en
el Literarische Welt del 11 de marzo de
1927 (véase Textos escogidos, II,
pp. 751-755). Hay un borrador de este
artículo al final del manuscrito de estos
Diarios de Moscú. Después de
ridiculizar a Schmitz como un intelectual
pequeño burgués, Benjamin pasa a
refutar las críticas que éste le había
hecho a Potemkin: «Objetivamente, uno
puede analizar Potemkin tanto desde un
punto de vista político como desde el
cinematográfico. Pero Schmitz no lo
hace desde ninguno de estos dos. Sólo
habla de sus recientes lecturas. Pero las
novelas sociales de Wassermann (por
nombrar alguno) tiene tanto que ver con
el contenido social de Potemkin como la
Marina de Stower (por nombrar alguno)
con las maniobras de este acorazado en
el Mar Negro. Esa comparación no
prueba absolutamente nada. La objeción
contra
el
Tendenzkunst
(arte
tendencioso) es aún más evidente. Para
decirlo bien claro: ¿No es tiempo ya de
librarse del cuco burgués de una vez por
todas? ¿Por qué lamentarse del
desflorecer político del arte después de
haber descubierto dos mil años de
sublimaciones creativas, complejos de
Edipo, remanentes libidinosos y
regresiones infantiles? Pero esa es la
teoría burguesa en un período
decadente: no importa que el arte
conozca los peores callejones mientras
siga siendo una buena niña in politicis y
no se le pase por la imaginación la lucha
de clases. Pero será en vano, ya que el
arte siempre soñó con esta. Lo único
importante es que, con el despertar de
nuevas regiones de la conciencia, la
llamada “tendencia” dejó de ser un
elemento muy escondido del arte para
convertirse en uno completamente
evidente. Y eso es lo que nos trae a la
película». (Aquí se termina el
manuscrito). <<
[162]
Película de Fritz Lang (1890-1976)
de 1926. <<
[163]
Véanse los comentarios de
Benjamin acerca de la Zona Roja en su
ensayo de 1928, «Marsella», en
Reflexiones, p. 131. <<
[164]
Abreviatura
de
Narodnyi
komissariat inostrannykh (Comisariado
del Pueblo de Asuntos Exteriores). <<
[165]
Les Sylphides, música de Chopin
con arreglos de A. Glasunov (quien ha
de ser el «compositor poco importante»
que menciona Benjamin). <<
[166]
Ekaterina Gelzer (1876-1952),
notable bailarina que fue parte del
Teatro Bolshoi de Moscú de 1898 a
1934; en 1925 fue designada la primera
«artista popular de la RSFS». Asja
Lacis la conoció cuando hacía teatro
experimental infantil en Orel, en
1918-1919. <<
[167]
El monasterio de la Trinidad y San
Sergio, en Sérguiev-Posad. <<
[168]
Benjamin pasó varios meses en
Dachau en 1917, donde recibió un
tratamiento para la ciática. <<
[169]
Boris Godunov
legendario zar ruso. <<
(1552-1605),
[170]
Mikhail Alexandrovich Chekhov
(1891-1955), actor y director, huyó al
exilio en 1928. <<
[171]
Este ensayo fue publicado
originalmente
como
«Russische
Spielsachen» en el Südwestdeutsche
Runfunkzeitung; fue reimpreso en
Textos escogidos, III, pp. 623-625. En la
copia sobre la que se basa esta
publicación, hay una nota de Benjamin
que dice: «Texto resumido. Ver
manuscrito». Sin embargo, el manuscrito
original al que hace referencia no se
encontró entre sus papeles. Todo lo que
se sabe es que Benjamin envió once
fotografías al Runfunkzeitung, de las
cuales solamente seis fueron publicadas
(Textos escogidos, III, pp. 1051-1052).
<<
[172]
Carta provista por el Departamento
de Manuscritos de la Biblioteca
Nacional Judía, Universidad Hebrea de
Jerusalén. <<
[173]
Werner Scholem (1895-1940) fue
un diputado comunista del parlamento
alemán. Ayudó a conformar un grupo
opositor de izquierda que se escindió
del KPD [Partido Comunista de
Alemania, fundado en 1918 y dirigido en
sus comienzos por Rosa Luxemburgo y
Karl Liebknecht] (junto a Ruth Fischer,
Arkady Maslow y otros). En 1927 fue
expulsado del KPD en medio del
proceso de Stalinización de dicho
partido. Pese a esto, mantuvo su banca
en el Parlamento. Murió en Buchenwald.
<<
[174]
Mirjam Ben-Gavriel (1898-1980),
actriz de origen austríaco que emigró a
Palestina en 1925 y que en aquel
momento se encontraba de visita en
Berlín. <<
[175]
Benjamin y Scholem se encontraron
en París a finales de abril de 1927,
mientras Scholem se encontraba de
camino a Londres. Fue su primer
encuentro en cuatro años y sólo se
produjeron dos encuentros más antes de
la muerte de Benjamin en 1940. La
correspondencia entre ambos es
inmensa;
véase
Briefwechsel
1933-1940, de Walter Benjamin y
Gershom Scholem, Frankfurt, Suhrkamp,
1980. <<
[176]
«Les cahiers du Sud» aparecieron
en el Literarische Welt del 18 de marzo
de 1927; véase Textos escogidos, IV,
pp. 483-485. <<
[177]
Die Kreatur, revista literaria de
publicación trimestral, era editada por
Buber (Joseph Wittig) y Viktor von
Weizsacker. El viaje de Benjamin a
Moscú fue en parte financiado por
adelantado por Buber. El artículo escrito
para Die Kreatur, «Moscú» fue
reproducido en Reflexiones, pp. 97-136.
Véase más adelante la reproducción de
una carta que Benjamin escribe a Buber.
<<
[178]
Poco se sabe de las actividades de
Dora Benjamin en Ullstein Verlag, dado
que el archivo de la casa editora fue
destruido durante la guerra. El
Praktische Berlinerin pasó a llamarse
Moden welt después de 1927. <<
[179]
Escha Burchardt Scholem fue
esposa de Gershom Scholem entre 1923
y 1936. <<
[180]
Jula Radt fue durante años,
especialmente entre 1912 y 1915 y entre
1921 y 1933, muy cercana a Walter
Benjamin. Era una escultora que entre
1916 y 1922 estuvo conectada al círculo
de Stefan George. Luego de este
período, regresó a Berlín. Se casó con
Fritz Radt en 1925, luego se exilió en
Holanda. Esta carta forma parte de
Cartas, pp. 439-441. <<
[181]
Ilse Hermann era un amigo de Jula
Cohn-Radt, que tenía su atelier en la
casa de los padres de Hermann. <<
[182]
Siegfried Kracauer (1889-1966),
novelista,
crítico
y
teórico
cinematográfico a quien Benjamin
conoció a través de Ernst Bloch.
Kracauer era un amigo cercano de
Joseph Roth y de Theodor Adorno.
De 1920 a 1933 fue editor de asuntos
extranjeros en el Frankfurter Zeitung.
Fue gracias a él que Benjamin pudo
publicar varias reseñas en ese diario. Se
escribieron con mucha frecuencia
aproximadamente
hasta
1936.
«Ornament der Massen» apareció en
dos partes en las ediciones del 9 y del
10 de Julio de 1927 del Frankfurter
Zeitung. Fue rápidamente reimpreso
como capítulo de un libro homónimo
(Frankfurt, Suhrkamp, 1963, pp. 50-63).
Este libro incluía una de las dos reseñas
que Kracauer había hecho sobre la obra
de Benjamin. «Zu den Schriften Walter
Benjamins» reseñaba dos libros de
Benjamin: Calle de sentido único y El
origen del drama barroco alemán. Esta
postal pertenece a la colección del
Deutsches Literaturarchiv, Schiller
Nationalmuseum, Marbach/Neckar. <<
[183]
Carta provista por el Deutsches
Literaturarchiv,
Schiller
Nationalmuseum, Marbach/Neckar. <<
[184]
Las fotografías finalmente no fueron
publicadas en el Illustriertes Blatt del
Frankfurter Zeitung sino en el
Südwestdeutsche
Rundfunkzeitung
(Volumen 2, n.º 6, p. 4). <<
[185]
«Pariser Beobachtungen», de
Kracauer, apareció en el Frankfurter
Zeitung del 13 de febrero de 1927. <<
[186]
El diario fue finalmente publicado
como Voyage au Congo, París,
Gallimard (Editions de la Nouvelle
Revue Française), 1927. <<
[187]
Benjamin reseñó el último libro de
esta lista, el de Paul Hankamer (Bonn, F.
Cohen, 1927), el 15 de julio de 1927.
<<
[188]
Carta publicada en Literaturnoe
nasledstuo, Moscú, 1970, vol. 82,
pp. 534-535. Hay un extraordinario
estudio sobre las complejas relaciones
de Lunacharsky con los escritores
alemanes y su literatura, escrito por
Dora
Angres,
Die
Beriehungen
Lunacarskijs rur deutschen Literatur,
Berlín, Akademie, 1970. <<
[189]
Véase Gespräche mit Goethe in
den letrten Jahren seines Lebens, de
Johann Peter Eckermann, Wiesbaden,
Insel, 1963. <<
[190]
Goethe, de Friedrich Gundolf,
Berlín, George Bondi, 1916. <<
[191]
La carta pertenece a la colección de
Martin Buber, Biblioteca Nacional
Judía, Universidad Hebrea de Jerusalén.
Publicada originalmente en Cartas,
Theodor Adorno y Gershom Scholem
editores, Frankfurt, Suhrkamp, 1966,
pp. 442-443. <<
[192]
Joseph Wittig (1879-1949) fue
editor de Die Kreatur de 1926 a 1928.
<<
[193]
Del aparato editorial de los Textos
escogidos de Benjamin, vol. VI, Rolf
Tiedemann
y
Hermann
Schweppenhauser, editores, Frankfurt,
Suhrkamp, 1985, pp. 781-782. <<
[194]
Arthur Holitscher (1869-1941),
novelista y ensayista. Benjamin acababa
de leer una obra suya, Der Fall
Ravachol (1925), de acuerdo a una lista
inédita suya que enumera los libros por
él leídos. En 1929 Benjamin reseñó
Esgeschah
in
Moskau,
Berlín,
S. Fischer, 1929 (Textos escogidos, III,
p. 166). Entre los escritos de Holitscher
se encuentran Drei Monate in SowjetRussland (1921) y Das Theater im
revolutionären Russland (1924). <<
[195]
Leo Matthias (1893-1970),
traductor y escritor. Benjamin acababa
de leer su libro Genie und Wahnsinn in
Russland (1921). Otros de sus trabajos
son Die Paritur der Welt (1921) y
Ausflug nach Moskau (1925). <<
[196]
Heinrich Vogeler-Worpswede
(1872-1942) publicó Reise durch
Russland en 1925. <<
[197]
Hofmannsthal
(1874-1929)
reconoció la singularidad de Benjamin
con mucha anticipación y le publicó su
ensayo «Las afinidades electivas de
Goethe» en el rápidamente extinto Neue
Deutsche Beiträge, en abril de 1924 y
enero de 1925. Parte de El origen del
drama barroco alemán de Benjamin
apareció en la misma publicación en
agosto de 1927. La presente forma parte
de Cartas, pp. 443-446. <<
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