Juan Tomás Ávila Laurel: Avión de ricos, ladrón de cerdos (El Cobre

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Compte-rendu de lecture du roman « Avión de ricos, ladrón de cerdos » (El Cobre, 2008) de Juan Tomàs Avila Laurel. Article
non-publié, envoyé à l’Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana à University of Pittsburgh Revista
Iberoamericana – IILI 1312, Cathedral of Learning Pittsburgh (USA)
Juan Tomás Ávila Laurel: Avión de ricos, ladrón de cerdos (El Cobre, 2008)
Novela reseñada por Koné Ténon, Doctorando
Miembro del Grupo de Investigación y de Estudios sobre la-o-s Negro-a-s de América Latina
(GRENAL)
Universidad de Perpiñán Via Domitia (Francia)
Esta novela de doscientos sesenta y nueve (269) páginas se compone de unos
agradecimientos y de cuatro (4) capítulos. Avión de ricos, ladrón de cerdos, relata el robo
frustrado de unos cerdos (dos) que da pie al viaje forzado de dos protagonistas (según aparece
en la contraportada, dos adolescentes guineanos se ganan unas monedas en las inmediaciones
del aeropuerto de Bata ayudando a los pasajeros a acarrear sus pesados bultos) hacia Malabo,
capital del país, un lugar que nunca han visitado y adonde partirán sin que ningún miembro de
su familia sepa de su singular destino. Para su sorpresa, allí uno de ellos (el principal
protagonista) volverá a encontrar, en circunstancias harto complicadas, a la que fuera su
primer amor. Coincidimos con la atinada frase de quien afirma en la contraportada del libro
que: “[la] narración tan pronto provoca la carcajada hilarante como una punzada de tristeza”.
Tomás Ávila Laurel en esta obra no entiende sólo hacer un panorama de la tradición africana,
lo que reconoce un comentador externo cuando afirma que “rinde culto [desde luego] a la rica
tradición oral de los pueblos antiguos, enhebrando un sinnúmero de relatos cargados de
desparpajo y picaresca pero en los que además, bajo ese artificio de cajas chinas, vamos
descubriendo las intrincadas capas de la realidad guineana”.
UNO: Joing, Joing, cerdos en la turbulencia
Este capítulo relata el punto de partida del viaje que va a cambiar radicalmente la vida
del protagonista principal. Este viaje/calvario (al principio) que perturba en profundidad su
destino que vive a semejanza de la “turbulencia” de los cerdos que captura. Pues al igual que
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los cerdos “corrieron como condenados” (p.14). La dura vida social que el protagonista se ve
obligado a aguantar le lleva a combinar sus estudios con la lucha cotidiana para su propia
subsistencia y la de su familia de modo que no se dedica a sus clases plenamente. La
supervivencia queda pues el único motivo no sólo de estos adolescentes guineanos sino
también de un sinnúmero de personas en el África negra luchando diariamente. Aquí la
miseria del protagonista es total puesto que abarca a la vez el “hambre de comida, de ropa, de
dinero, de la mayoría de las cosas buenas de la vida” (p.14). En tal situación donde uno vive
al día poco importa la distancia a recorrer para alcanzar su meta. Tras su frustrado robo de
cerdos, en adelante, el protagonista ya no es el dueño de su destino sino que, una vez apresado
él, está en manos de “una persona con poder, con mucho poder” (p.16). La “libertad” en la
pobreza que conocía hasta entonces se la vio arrebatada con la intimación de subir al avión
por ese arrogante y ambicioso jefe. De donde su confesión de desesperación pensando que
“todo esto fue culpa del cerdo, un animal, sucio de depravadas y censurables costumbres
[…]” (p.24). Pero la “mierda de vida” (p.21) en la que se hallaba (antes como después de su
rapto) revela muy bien la diferencia retratada como abismal entre la minoría acaudalada de su
país (y del África negra) y la inmensa mayoría del pueblo que sufre y se muere, en una
indiferencia patética. El autor parece llamar la atención sobre las democracias que van
instalándose en África estas últimas décadas y que sólo aparecen como una manera, para los
dictadores y sus polacos, de mantener vivo aquel abismo entre los ricos y los pobres.
Ante la miseria con su séquito de muertes, a veces a fuego lento, cabe decir que no
sólo la vive la gente que no tiene trabajo pero también los trabajadores que ni siquiera pueden
llevar una vida decente ni curarse cuando se enferman. Por eso el protagonista se ve obligado
a llevar a su tío-hermano militar enfermo de hemorroides (ya convertido en el hazmerreír de
todos) donde el doctor Eduardo Sales (“él llegó a Guinea como cooperante español y cuando
terminó su etapa de cooperante se marchó y volvió con una ONG para ayudar a los pobres del
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interior del país” (p.37)). En tales condiciones de vida miserable, la del propio protagonista no
albergando ninguna esperanza, le cayó bien la generosa proposición del doctor de hospedarse
en casa suya donde ya vivían “muchos chicos jóvenes sobre todo que no tenían muchos
medios para seguir estudiando. Ni siquiera muchos, sino ningún medio” (p.37). Ahí el
protagonista hubiera conocido un principio de felicidad si el doctor no le hubiera revelado su
verdadera identidad sexual, obligando el chico a abandonar su casa y a denunciarle por
morboso pederasta. Un choque para el imaginario de su entorno muy apegado a la tradicional
norma heterosexual. En realidad, el humanismo del doctor era ficticio e interesado. Lo mismo
ocurre con los gobernantes africanos quienes se interesan en su “pueblo” sea en período
electoral o cuando estalla una guerra civil. Así es como no vacilan en sostener discursos
patrioteros que no llegan a tapar la tremenda realidad que padece el “pueblo” que pretenden
proteger de un extranjerismo supuestamente dañino. La precaria vida que lleva pues el
protagonista desde su niñez jalonada por la malnutrición (sólo comía bananas verdes y sal) y
la escasez de todo bienestar hace que se descubrió, una vez llegado a Malabo, en el hogar de
su secuestrador. “El resto de la carga eran atados de yuca y racimos de plátanos. Al verlos
creímos que el jefe celebraba una fiesta en los próximos días” (p.22). Claro está, que nunca el
protagonista podía imaginarse que uno tuviera tantos productos comestibles en su casa sin que
hubiera un evento en dicho hogar. Y es en un tal lugar rebosante de opulencia que encuentra
su primer amor, lo que le lleva a soñar y hacerse ilusiones.
DOS: Me reclamaba la deuda
La breve estancia del protagonista en casa del doctor fue para él una experiencia
doblemente inolvidable. Primero, ahí se dio cuenta de que el paraíso puede existir también en
esa tierra porque empieza por la mera (pero cuán importante) comida. Y eso el protagonista lo
reconoció cuando dice que “teníamos qué comer, y si lo repito es porque no tener comida no
es cualquier cosa. […] y todavía me acuerdo de las siestas que me pegaba los sábados
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después de las jarras de cola-cao” (p.87). Pues lo más impresionante es que además de “comer
tres veces al día” (p.90), en adelante se da el lujo de unas siestas hasta ahora un privilegio de
los pudientes. Pero si esta saludable ocasión permitió, de una manera, al protagonista conocer
un éxito escolástico, le dejó un sabor amargo. En efecto, el doctor “había disfrutado con la
vida de aquellos muchachos, de ahí que pudiera burlarse de ellos” (pp.123-4). La
representación estereotipada, siempre viva en la mente de la mayoría de los occidentales, de
una África en vía de desaparición y a la que urge ayudar hace que algunos aprovechan para
dar libre curso, en el continente, a sus deseos reprimidos. Así se comprende el pavor del chico
de tener sexo con aquel doctor.
Claro está, “a partir de ese hecho se podría saber que uno puede ser homosexual por
capricho o por necesidad” (p.121) ya que “todos aquellos chicos lo sabían y vivían tan
tranquilos” (p.89). A la sufrida complicidad de los demás chicos, el protagonista puso fin
denunciando el doctor a su tío-hermano militar lo que acarreó su expulsión del país. Resulta
comprensible que el protagonista no se alegre de aquella ruptura (como sus acólitos) porque
tenía que volver a su miserable vida de antes. Pero su loable negativa ante la proposición del
doctor parece indicar que prefiere la pobreza en la dignidad a la opulencia en la
“servidumbre” (sexual). Por otra parte, si la historia de los chicos con el doctor se parece
mucho a una violación tácita de ellos, la de la suegra del protagonista con un sacerdote no lo
es de ninguna manera. En efecto, aquella mujer a cuya hija cortejaba el protagonista nuestro
no le “quería ver ni en pintura” (p.97). Pero aquella infiel mujer cambió de actitud cuando
aquél llegó a evitarle un escándalo tras descubrir sus amores extra-conyugales con un cura. En
la actualidad, no sería tan atrevido decir que “ [unos curas] comen muchísima carne que los
casados, más que los polígamos incluso” (p.112). Se juntan así jocosamente dos infidelidades:
la del cura para con su voto doctrinal oficial y la de la mujer para con el lazo matrimonial.
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TRES: Era nuestra novia
En este capítulo, el autor quiere dar a conocer el lamentable funcionamiento de la
burocracia de su país que se caracteriza por la corrupción, el favoritismo, el patrimonialismo,
etc. Los medios masivos (la tele, etc.) funcionan a imagen y semejanza de la dictadura en una
total monotonía sin posibilidad de renovación alguna. El ejemplo de “la TVGE Bata, siempre
huérfana de contenidos” (p.147) queda evidente. El propio protagonista vivió aquella mala
gestión cuando inventó un “golpe” que, como dijo, estuvo a punto de costarle un ojo, para
sacar de una curandería a un pariente suyo (traumatizado). Traumatismo ocurrido como
sentimiento de culpabilidad de parte de aquel padre tras “su escaso celo cuidador” (p.142). La
desaparición de la menor de sus dos hijas, que llevó de paseo, al principio supuestamente
muerte tragada por la mar redundó al final en que fuera descubierta más tarde exhibida por la
tele. Pues, su “desaparición” era un rapto, un fenómeno al que se dedican, sobre todo los
conductores guineanos, para estafar a la gente, para sobrevivir. Ya se rumorea que, en otros
lugares comunes de África, en período electoral semejantes raptos acaban a veces con el
asesinato de niños. Dan pie, por otra parte, a todo tipo de decires donde las prácticas de
brujería se lo disputan a sacrificios humanos destinados a acarrear o fortalecer riquezas,
poderes. Por ser el protegido de “un pez gordo” (p.202), nuestro protagonista vio su multa de
trescientos mil anulada, meramente. Escena ésta de corrupción difundida en el país por lo
visto. Cabe decir que el peligroso teatro al que se dedicó el protagonista para sacar a su primo
de la curandería era más bien interesado. Pues, se había quedado embarazada la mujer de su
primo y quería que éste se acostara con ella en el más breve tiempo para que él (amante) no
quedara descubierto y castigado.
CUATRO: Nos quería vender
Es ahí donde el narrador nos revela el motivo real del rapto de los dos niños y hace
hincapié en la maldad, el egoísmo, el oscurantismo, verdaderas costumbres de los
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mandamases de su país, y de rebote, del África negra entera. El sadismo que caracteriza la
desenfrenada búsqueda de riqueza y del poder en los gobiernos africanos actuales no tiene
equivalente. En realidad, “aquel gran jefe tenía que poner los cimientos de un hotel que quería
construir y para ello debía poner la primera piedra. […] Y de ahí que, con el pretexto de cortar
unas ramas y troncos para hacer una caseta para la fiesta, y para ello había comprado los
cerdos, nos llevara a aquella húmeda zona en aquella infinita y peligrosa ascensión, donde
pensaba pagar al diablo que le había exigido la ofrenda” (p.223). Pero como se suele decir que
el hombre propone y Dios dispone, aquel sanguinario (y hechicero) jefe no llegó a inmolar a
los chicos como lo tenía pensado porque su buen destino se interpuso y les salvó de “aquella
muerte inmerecida” (225). Si las cosas no ocurrieron como quería aquel jefe, era porque el
destino no quería tampoco que el protagonista muriera sin conocer ni siquiera un poco de
felicidad en su vida. No era condenado a vivir en la miseria.
Cabe decir que el sistema de gobierno de la mayoría de los países africanos, harto
conocido y denunciado, hace que la juventud se quede sin porvenir. Los jóvenes pueden así
ser manipulados por intereses personales. Como siempre después de la tempestad viene la
calma, así es que en adelante la vida del protagonista va a cambiar radicalmente (pero
positivamente). En efecto, y para su sorpresa se le “dieron las llaves del almacén del hotel.
[…] Aquel almacén no era tal, sino un banco […] tapizado de los sacos de dinero que ganaba
aquel hombre” (pp.249-50). Claro está, por ocupar un puesto tan importante, el protagonista
recobra su verdadera forma física que le había arrebatado la maldad del poder dictatorial. Con
aquel trabajo, el chico descubrió que en Guinea Ecuatorial (como en África), se vacían fácil
las arcas públicas. Entonces como no es mentira decir que “el que roba a un ladrón tiene cien
años de perdón” (p.255), es normal que el protagonista piense en forjar cierta estabilidad en su
vida. Aquí es donde el segundo protagonista va a desempeñar un papel importante en la
realización de su proyecto de salir adelante. A diferencia del “cajero”, éste estaba “también a
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sueldo [pero] era el que compraba el combustible de las casas y hoteles del jefe, aparte de
otros servicios” (p.253). La astucia era que éste regresara pues a su pueblo para instalarse allí
con el fin de administrar un negocio común que tenían que realizar con cuidado, con mucho
cuidado. Muy sutilmente el autor urga entonces en la cadena (por lo visto perpetua) de la
corrupción en la sociedad de la novela.
PALABRAS FINALES
En esta obra, Ávila Laurel arremete burlonamente contra la realidad sociopolítica y las
desigualdades económicas de Guinea Ecuatorial. Estas preocupaciones del autor señalan su
profunda conciencia histórica frente al destino de las poblaciones de este pequeño país del
golfo de guinea en particular y al del África negra en general. Al igual que en varios países de
África, el pueblo guineano es víctima de la codicia de sus gobernantes, lo que redunda en el
mal gobierno de esos países y en la inútil búsqueda del prestigio y de los honores. Su novela
parece ser un llamado al pueblo africano para que tome conciencia de su destino y se libere
para cesar así de constituir el rehén de los dictadores en el continente. La novela interesa por
su perspectiva original y compleja. No cabe duda de que Ávila Laurel sea un autor
prometedor ya que se perfila como un valor serio de las letras africanas en lengua castellana.
Recomendamos pues esta novela a todos los aficionados y estudiosos de las letras guineanas y
africanas por su riqueza formal aunada a la preocupación constante por el diario vivir de las
masas populares negras africanas. Como muchos escritores, de su país pero también de otros
lares del mundo (América Latina, Caribe), Juan Tomás Ávila Laurel parece (re)afirmar que la
actividad literaria sin conciencia (política) no es válida. La novela que nos honra reseñar viene
a continuación de otro libro del mismo autor que ya planteaba lo que unos llamaran la
“insurgencia de la escritura”. Se trata de Cuentos crudos publicado en 2007.
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