BIOGRAFIA DE UN CRONISTA DEL EMPERADOR (SIGLO XVI) Y

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NOTICIA DE DOS LIBROS DE SANTIAGO MUÑOZ MACHADO
POR FRANCISCO GONZÁLEZ NAVARRO
BIOGRAFIA DE UN CRONISTA DEL EMPERADOR (SIGLO XVI) Y CRÓNICA
DE UNA BATALLA LEGAL QUE, A FINALES DEL SIGLO XX, HUBO QUE
LIBRAR DURANTE DIEZ AÑOS, PARA CORREGIR POR SENTENCIA FIRME
UNA INSTRUCCIÓN PENAL, SENTENCIA UTILÍSIMA COMO HERRAMIENTA
DIDÁCTICA PARA MOSTRAR LA DIFERENCIA ENTRE EL BUEN JUEZ Y EL
QUE NO LO ES
I.
PREFACIÓN PARA UNA NOTICIA SOBRE DOS LIBROS DE SANTIAGO MUÑOZ
MACHADO
«Solo quisiera dártela (esta historia) monda y desnuda, sin el ornamento de un prólogo
[…]. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve
por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para
escribirla, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y estando una en suspenso,
con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla,
pensando lo que diría …».
Miguel de Cervantes. De su Prólogo a la Primera Parte de El Ingenioso Hidalgo don
Quijote de la Mancha.
Primero. Tal vez no esté de más empezar diciendo que –habida cuenta que los
destinatarios inmediatos de esta noticia son mis colegas de la Asociación Española de
Profesores de Derecho Administrativo (AEPDA), a la que pertenezco- considero
innecesario contar aquí aquella entrañable historia, con que, el anterior Presidente de la
Asociación, Profesor Lorenzo Martín-Retortillo y Baquer nos deleitó en uno de sus
trabajos, acerca del cómo y por qué en un determinado municipio de España (si no de
pequeña de mediana población), hay una calle cuyo nombre es Calle del Buen Juez.
No obstante, y puesto que en el epígrafe con el que abro esta noticia implícitamente
declaro que la peripecia procesal que cuenta el profesor Muñoz Machado proporciona
claves para diferenciar al buen juez del que no lo es, adelantaré ya que –a mi modo de
ver- buen juez es aquel que, consciente de que le está vedado actuar como legislador,
antes de entrar en Sala cuelga en el perchero sus convicciones acerca de la vida, del
mundo y del hombre, así como sus simpatías o antipatías personales, sean ideológicas o
de cualquier otro tipo. Y tiene que ser así, porque si algo significa el Estado de derecho,
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es la sujeción de los jueces a la Ley … y también al derecho, que es la savia que vivifica a
la Ley. De no ser como digo, el Estado de derecho no es tal, convirtiéndose en el Estado
… del no hay derecho.
Segundo. Jubilado por razón de edad en 25 de agosto de 2005 (en que cumplí 75 años),
y retirado a partir de ese día de cualquier otro tipo de ejercicio profesional; culminada
también en este año 2012 la publicación de la 5ª edición de los Comentarios de la Ley de
Procedimiento Administrativo y Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común, que Jesús González Pérez y yo venimos
publicando, dedico mis ocios a ordenar conforme a un sistema coherente mi biblioteca,
incorporando a ella los libros que me siguen llegando, el penúltimo de los cuales (pues
luego he recibido los dos tomos del Liber Amicorum ofrecido a Tomás Ramón Fernández,
y en el que he colaborado), es uno de Santiago Muñoz Machado, publicado en Edhasa, 1ª
edición, 2012, y cuyo título es Sepúlveda, Cronista del Emperador.
Esto de ordenar conforme a un sistema conceptual los libros de una biblioteca, aunque
sea tan modesta como la mía, es tarea ardua pero enriquecedora, entre otras razones
porque obliga a remozar viejas lecturas y porque, no sólo obliga a leer con atención más
de un libro que, ajetreado en el cotidiano quehacer apenas he tenido tiempo de echarles
una ojeada para decidir sobre la marcha en qué sector del sistema podría encuadrarse
provisionalmente, sino que depara a veces inesperadas sorpresas que te alegran el
espíritu.
Es esto último lo que me ocurrió mientras se estaban celebrando todavía los juegos
olímpicos de Londres: tropecé en mi biblioteca con un libro cuya existencia misma había
olvidado por completo y que trataba de una olimpiada que tuvo lugar en nuestra Península
en el siglo X de la Era cristiana en tierras señoreadas por el rey moro de Purchena. El
libro, editado por el Ayuntamiento del municipio de ese nombre, que corresponde a la
provincia de Almería, se titula De Olimpia a Purchena y contiene información literaria y
grafica (dibujo de los deportes que allí se practicaron). Es de suponer, pero no me consta,
que algún medio de comunicación (prensa escrita, radiada, o televisiva) haya recordado
esta historia, no por lejana menos entrañable. El lector interesado puede, no obstante,
encontrarla en Internet.
Tercero. Del citado libro de Muñoz Machado, Sepúlveda, Cronista del Emperador, voy a
dar aquí somera noticia ajustándome en lo posible a la recomendación del actual
Presidente de la Asociación Española de Profesores de Derecho Administrativo, Profesor
Francisco López Menudo, de no sobrepasar las diez o quince páginas de texto en un
comentario destinado a ser circulado por correo electrónico a los restantes miembros de
la Asociación.
Habida cuenta de que quiénes son destinatarios inmediatos de esta noticia, y puesto que
el libro citado es eminentemente un libro de historia (y prescindiendo de mi convicción,
que he razonado en otras sedes, de que el Derecho Administrativo es el Derecho del
Poder para la Libertad, que me obligaría a explicar el significado de los significantes
Poder y Libertad), me importa destacar esta advertencia que hace Muñoz Machado sobre
la vigencia de algunos de los problemas de que se ocupó este cronista del siglo XVI:
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«Sepúlveda muestra también su pericia como jurista de derecho agrario, dando consejos
a amigos y familiares sobre si son o no reparables los daños que causan las palomas
cuando se alimentan de grano en fincas ajenas pero son criadas en régimen salvaje en la
propia. Se trata de un problema clásico del derecho de daños –los causados por los
animales- que sigue estando regulado en los códigos y reclamando la atención continua
de los tribunales, que responden en los términos en que el pozoalbense propuso»
Cuarto. Por último, debo decir, que leyendo detenidamente ese libro he recordado aquel
famoso proceso –verdaderamente kafkiano- que nos contó el mismo autor en otro libro de
desconcertante título: Riofrío. La justicia del señor Juez, publicado en la misma editorial
en 2010. Releyéndolo ahora, he descubierto –para mí ha sido eso: un verdadero
descubrimiento- que entre ambos libros hay una bisagra cuya articulación permite
alcanzar la comprensión total de los mismos: su visible paso por la geografía cordobesa
de Sierra Morena y, en cuanto a la trama, la omnipresente preocupación del autor por el
Estado, la Justicia y la defensa de los derechos.
Y con esta llamada de atención que acabo de hacer, el hipotético lector de esta noticia
conjunta de dos libros del mismo autor entre cuya respectiva publicación median dos
años, comprobará que, en la Comunidad científica de les “gens de justice”, la fe en el
Derecho mueve montañas.
II.
UNA “CHARNELA” QUE ARTICULA ESTOS DOS LIBROS, APARENTEMENTE TAN
DISTINTOS, DE MUÑOZ MACHADO: EL PAISAJE DE SIERRA MORENA Y SU FÉ
EN EL DERECHO
Los párrafos que transcribo a continuación del Capítulo VII de Riofrío. La justicia del señor
juez, aparte de justificar la función que atribuyo a Sierra Morena, permitirán al lector
disfrutar con el limpio español que maneja y aprender de su profundo conocimiento de la
geografía, flora y fauna de Sierra Morena en la parte norte de lo que hoy es la provincia
de Córdoba.
Se había presentado ya la querella, de la que se hablará más adelante, contra «el señor
Juez». La Sala Segunda del Tribunal Supremo había dado traslado a la Fiscalía y la
noticia había empezado a difundirse en las cenas de julio. Así acabamos el mes de julio
de 2009. […] Me fui a Sierra Morena a pasar el mes de Agosto. […] Hace muchos años
que lo hago [convencido de mi nula vocación marinera]. Soy hombre de sierra. Me gusta
el contacto con la madre tierra […] nos levantamos, mi mujer y yo, a las seis y media, con
las primeras claras. Cuando empieza a venir el día, nos coge de paseo. No es difícil
toparse con algún jabalí que vuelve de su encarne, o algún venado que se desplaza
soberbio por cualquiera de las veredas que usa cada día, marcadas como surcos en la
tierra. Tronchando jaras y arrollando cantuesos a la búsqueda de una buena sombra entre
las carrascas, los madroños, las adelfas o los acebuches. A mediados de agosto está a
punto de comenzar la berrea. Entonces las madrugadas se llenan con las voces
imponentes de los machos en celo, acompañadas a cada poco de los tableteos de las
cuernas cuando chocan en las peleas entre competidores. A veces jugamos a acercarnos
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al máximo sin espantarlos. Hay que comprobar la dirección del viento, por débil que sea,
para evitar darles el aire. Es preferible entrarles desde lo alto de los cerros y bajar a sus
posiciones, aprovechar el mismo momento en que el macho berrea, que es cuando
menos oye y está más confiado, para avanzar unos pasos. Es preciso extremar el cuidado
con las hembras que, a la menor alarme, sueltan un ladrido ronco que avisa al grupo.
Hace falta la máxima atención al elegir el sitio donde pisas. Es ideal el pasto húmedo si ha
habido rocío. Te compensa devolviéndote el olor denso con una fragancia inconfundible.
Si lo haces bien y tienes paciencia, puedes triunfar y situarte a pocos pasos del grupo. De
pronto estás rodeado de otros venados poseídos por el mismo celo ruidoso. Nos pasamos
entre ellos un rato. Quietos como estacas clavadas en tierra. Sin pestañear.
Aprovechando, como escuetos burladeros, los troncos de las encinas. A veces una cierva
vuelve la cabeza y mira. Orienta bien hacia nosotros sus orejas. Entonces hay que resistir
sin hacer el menor movimiento. Nuestro éxito consiste en aguantar hasta que deje de
mirar y vuelva a hundir su cabeza en el pasto para seguir comiendo. Cuando decidimos
volver a casa, nos movemos sin cuidado y se produce la estampida. Sobrecoge. Es un
espectáculo realmente impresionante. […]. Bastarían estas tres horas vecinas del
amanecer para justificar Sierra Morena. Pero luego volvemos a casa, y no más tarde de
las once estoy leyendo y recuperando el tiempo perdido o el no encontrado a lo largo del
curso. (Págs. 190, 191, 192).
Pero ¿qué decir del calor de Sierra Morena?. Porque en un libro publicado en 1999, que
yo no he leído pero que el autor obviamente cita se dice que en esas tierras «El calor
llega a todas partes. No perdona lugar ni ocasión. Tiene las horas empapadas. Azota el
campo … El calor sigue posado, inmerso sobre la tierra …». El autor contesta: «Eran
otros tiempos. Las cosas han cambiado. Las casas están preparadas para sufrirlo, y basta
con no aparecer al aire libre hasta que el sol empieza a declinar». Y su alegato recobra
nuevamente el aura de la poesía:
[…] Contemplo a esas horas, desde mi patio, cómo salen de sus escondrijos los gabatos
con sus madres en busca del aguadero; oigo los silbatos de una banda de abejarucos en
su último paseo del día, el zureo de las tórtolas, me recreo en el imprevisible vuelo de las
golondrinas, aviones y vencejos por los alrededores de la casa. El sol cae con una
enorme pereza dejando una mancha entre violácea y rojiza en lo alto de los cerros, como
si le costara sangre abandonar la sierra. Y luego empiezan a oírse los silbos cadenciosos
de los mochuelos acompañados de las ladras intermitentes de los perros. (pág. 193).
Por lo que a mí respecta –lector atento de estos dos libros- me daría por satisfecho si con
esta noticia consigo transmitir a los destinatarios de la misma algo de las ricas
sensaciones que yo mismo he experimentado reflexionando sobre los hechos que narra el
autor. Por un lado compartir su indignación porque sea «posible, en España, después de
guerras civiles y decenas de dictaduras que un juez se atribuya el derecho de imponer su
arbitrio sobre el imperio de las leyes» (págs. 31-32). Por otro lado poder hacer pública mi
satisfacción por que la Sala Primera de lo Penal de la Audiencia Nacional (sentencia de
19 de abril de 2007, comentada por el autor en las páginas 240-242), aceptara totalmente,
y sin una sola matización, la versión de los acusados sobre lo acontecido, y luego el
Tribunal Supremo (sentencia de 23 de junio de 2008) ratificase en todos sus extremos
aquella sentencia, desestimando el recurso interpuesto por el Abogado del Estado.
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III.
JUAN GINÉS DE SEPULVEDA:TESTIGO E INTÉRPRETE DE LA EDAD MODERNA
Primero. Presentación del personaje. El libro que Santiago Muñoz Machado (miembro
de número de la Academia de Ciencias Morales y Políticas), ha titulado, con elogiable
brevedad, Sepúlveda, Cronista del Emperador, ha sido prologado por Francisco Rico
(miembro de número de la Real Academia Española). Consta de 892 páginas y lleva una
docta introducción del autor, a la que siguen IX capítulos (las notas a cada uno de los
cuales, ocupan las páginas 517-766), la Bibliografía (páginas 767 a 866) y el Índice
onomástico (páginas 867 al final).
Juan Ginés de Sepúlveda, nació en 1490, en Pozoblanco, localidad situada en la Sierra
de Córdoba, al norte de lo que es hoy la provincia de ese nombre. A los 83 años, edad
inusual para un hombre del siglo XVI, falleció en esa localidad, en cuya iglesia de Santa
Catalina reposan sus restos. La lápida que cubre la sepultura contiene un epitafio que
investigaciones posteriores han permitido comprobar que fue redactado por el propio
cronista cuyos restos allí reposan.
Del polifacético y cultísimo personaje biografiado, aparte de subrayar su condición de
sacerdote, vida sacerdotal que –en una época de corrupción que alcanzó incluso a gente
tonsurada- vivió con integridad ejemplar- básteme con citar estas palabras del prologuista:
«Ciertamente, la imagen de Sepúlveda atractiva para el lector de hoy es la del testigo e
intérprete de un momento capital de la Edad Moderna. Los personajes se llaman Carlos V
y Clemente VI, Erasmo y Lutero, Enrique VIII y Catalina de Aragón, el padre Las Casas,
Baltasar Castiglione, Alfonso de Valdés. Los asuntos sobre la mesa son la reforma
protestante (y la católica), el saco de Roma, la colonización de América, los justos títulos
para la guerra y la conquista, la naturaleza de los indios …»
De tan amplio repertorio temático voy a limitarme a hablar de la evolución a través de la
historia del contenido conceptual de los significantes, crónica y cronista. Y aun esto, por
razones obvias, habré de hacerlo de forma casi telegráfica, al hilo de lo que nos cuenta el
autor en el capítulo VIII de su libro.
Segundo. Crónicas y cronistas: del modelo isidoriano al medieval. Isidoro de Sevilla
(560-636) escribió una Historia de regibus Gothorum Vandalorum Suevorum que contaba
las campañas y progresos de los visigodos en España, su conversión del arrianismo al
catolicismo, cómo supieron organizar las instituciones del reino de manera eficiente, y la
antigüedad de su origen que hacían derivar directamente de Jafet, hijo de Noé.
Con la invasión musulmana en 711, ese modelo isidoriano se vino abajo, pero en aquellos
territorios del norte de la Península Ibérica que siguieron dominados por los cristianos, se
mantuvo viva la historia isidoriana sobre los godos, historia que circulaba en copias que
nunca faltaban, conservando también el afecto y la admiración por aquel pasado de
grandeza, «la España perdida», cuya recuperación fue progresando «mediante las
acciones bélicas que con el tiempo se conocerían con el nombre de Reconquista»,
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recuperación que se inició en Covadonga en 722, cuando habían trascurrido poco más de
una década, por un ejército capitaneado por Pelayo, hijo del último rey visigodo.
El relato de ése y de otros avances y éxitos cristianos que se iban produciendo, fueron
recogidos en romances y en crónicas que iban dejando constancia de los hechos de cada
época o reinado. Así desde el siglo IX.
Colecciones de romances han circulado muchas. Pero la más interesante que conozco es
el Romancero de Amor. Colección de Romances castellanos de índole amorosa,
anteriores al siglo XVIII, recogidos y ordenados por E. Heras Hernández, Casa Editorial
Maucci, Barcelona, Calle de Mallorca, 166, sin fecha, pero que debe ser muy próxima a
1910 (lo que deduzco de ser el Gran Premio de Buenos Aires 1910, el ultimo que cita, de
los varios que se otorgaron a la citada empresa). Los romances reunidos en este librito de
210 páginas están ordenados así: Romances Moriscos (págs. 7 a 92), Romances
Caballerescos (págs. 93 a 170), Romances Referentes a la Historia de Grecia y Roma
(págs. 171 a 204), y Romances Referentes a la Historia de España (págs. 205 a 221).
Si puedo citar con esta precisión es porque este libro y otros, están en la mínima parte de
mi biblioteca que conservo aquí donde escribo esta noticia, en mi retiro veraniego, en una
novena planta cara al mar del Antiguo Reino de Valencia (como prefería llamarle Aurelio
Guaita, el cual –como Ortega- gustaba de hacer precisión y no literatura).
En tierras de Castilla, la más importante de esas crónicas fue la de Alfonso VII en el siglo
XII. Debiendo subrayarse así mismo que lo que buscaban los reyes con esta
incorporación de los hechos históricos a la crónica de su reinado era «legitimar su
supremacía sobre la nobleza».
Y hay que decir también que «los reyes asturleoneses asumieron como misión propia la
tarea de recuperar el reino que había descrito Isidoro y las crónicas reflejaban sus
progresos, aunque siempre contrastándolo con la lamentable pérdida de Hispania en
beneficio de los invasores musulmanes».
En cualquier caso, la crónica medieval más importante, no sólo por lo ambicioso del plan
inicial sino por su proyección en los siglos siguientes, fue la de Alfonso X.
Este rey creó un verdadero taller en el que puso a trabajar «a personas especializadas en
unir y conjugar textos antiguos, para dar continuidad a las narraciones, junto con
redactores, traductores, comentaristas y escritores de historias que, con la implicación
personal del monarca, habrían de elaborar dos grandes obras, la Estoria de Espanna y la
General Estoria. Se debió empezar a trabajar en estos proyectos a partir de 1270» y
Alfonso X, que participó más directamente incluso como redactor, murió en 1283.
Ambas historias «se escribieron en castellano frente a la práctica anterior, que siguieron
Ximénez de Rada y Lucas de Tuy».
Las Siete Partidas fue el complemento legislativo de esa labor historiográfica, y con una y
otra, y con las Crónicas, el monarca consiguió su fortalecimiento y legitimación «frente a
una nobleza resistente y díscola».
Luego fue extendiéndose la práctica de que cada reinado tuviera su crónica particular. Y
«como había que encomendar a alguien de confianza próximo al rey, la tarea de
escribirla, empezó poco a poco a decantarse la figura del cronista del rey como cargo
cortesano. […] El cronista ideal habría de ser personaje culto y destacado que sería
retribuido con unos emolumentos razonablemente elevados».
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El cambio lo simbolizará Nebrija (1444-1522), un personaje en la cumbre de su prestigio
intelectual como humanista […] al que en 1509, Fernando que era entonces el regente de
Castilla pidió que escribiera una crónica de su reinado en latín.
«Pero los monarcas fueron reduciendo la libertad creativa que reconocían a sus cronistas.
La función de estos no era reflejar en un texto los hechos que conocían por haberlos
vivido, por las narraciones de otros o por documentos consultados, sino contribuir a crear
una imagen de los reyes como gobernantes encargados por Dios de unir España, derrotar
a los enemigos de la Iglesia y divulgar el mensaje cristiano por todo el mundo».
Tercero. El Emperador. Una combinación de muertes prematuras de parientes con
derechos preferentes, que no es del caso detallar en esta noticia, hizo que el que ha
pasado a la gran historia como Carlos I de España y V de Alemania, se convirtiera con
solo quince años «en un monarca con dominios extraordinarios en toda Europa y con
inimaginables posibilidades de expansión por el territorio descubierto al otro lado del
Atlántico».
Ese conjunto de circunstancias interdependientes, planteó «la necesidad de presentar
ante sus súbditos y las cortes europeas una imagen del personaje adecuada a la
magnificencia de sus grandes títulos. […] y que sus éxitos como gobernante fueran
conocidos en todo el orbe y quedase de ello memoria perdurable».
El desmesurado prognatismo del joven monarca, que desplazaba de modo exagerado el
maxilar inferior, su corta estatura, poco más de metro y medio, no daban una gran
imagen, si además se contrastaban con la apostura juvenil de su contemporáneo Enrique
VIII de Inglaterra. Ello obligó a que se cuidara al máximo el disimularlas tanto en las
representaciones graficas del Emperador en pinturas, tapices y esculturas, como cuando
éste aparecía en público. Ello no evitó que el Aretino se atreviera «a componer un poema
en que se llamaba, sin rodeos, enano al Emperador».
Sepúlveda nos ha dejado una descripción más caritativa del físico del Emperador: «Era
Carlos de altura mediana, pero de brazos y piernas gruesos y macizos y de fuerza
extraordinaria, correspondiendo el resto de sus miembros en proporción y buena simetría;
blanco de tez, con el cabello y la barba tirando a rubio; de noble semblante salvo que le
desfiguraba un poco el prominente mentón y los labios que apenas le encajaban …».
Dejando ya estas cuestiones (a las que el autor dedica las páginas 293 a 301), y que,
como es fácil suponer, no suelen tratarse en los manuales para uso de adolescentes, pero
que tanta importancia –incluso en nuestros días- pueden tener en el plano de las
relaciones entre los grandes señores de la tierra, y que un tratado como el aquí noticiado
no podía obviar, pasa a ocuparse de la Historia de las Crónicas del Emperador (páginas
301 a 311) y de la elaboración de la crónica sepulvedana (páginas 312 a 347).
De cuanto en las páginas citadas se contiene, únicamente voy a ocuparme de los
impedimentos que Sepúlveda tuvo para cumplir sus obligaciones como cronista y como
trataba de solventarlos.
Cuarto. De Ginés de Sepúlveda y de sus relaciones con otros cronistas del
Emperador. «Formaba parte de los deberes de un cronista acompañar al monarca en sus
andanzas para tomar nota en directo de las circunstancias que las rodeaban y los
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resultados de cada acción. Sepúlveda rompió con ese método de escribir crónicas
argumentando, no sin razón, que se pueden componer historias, y así se había hecho
siempre, sin necesidad de ser testigo de los hechos. Empezó a actuar en consecuencia, y
con pretextos variados, entre ellos el de su mala salud (que no le impidió vivir hasta los 83
años), para no acompañar al Emperador en sus viajes. Le tiraba el ancestro serrano y
tenía un respeto enorme al mar. […] Se habituó a solicitar permisos para viajar a Córdoba
o a la finca que más tarde adquiriría en Pozoblanco. Al menos seis meses al año se
recluía para escribir en su tierra. Tolerancia que el Emperador tuvo con éste, pues no era
el único de sus cronistas. […] La distancia que puso Sepúlveda respecto del escenario
donde ocurrían los hechos que habría de relatar hicieron surgir críticas sobre su
comportamiento y dudas sobre la verosimilitud de sus escritos […] Se defiende frente a
las maledicencias cortesanas […] y menciona en su apoyo a los más grandes
historiadores romanos, Salustio y Tito Livio. […] Por ello –decía- no debe consentirse a
quienes oigo que intentan restar credibilidad a mis escritos sobre los asuntos de Alemania
argumentando que no acompañé a Carlos en su viaje a Alemania […] y recuerda que sí
estuvo presente en la mayor parte de los acontecimientos que tuvieron lugar en España».
«Hacía 1560 su Historiarum rebús gesti, Caroli V (que como se ve estaba escrita en latín),
estaba prácticamente elaborada y, después de varias revisiones más, la dio por
definitivamente terminada», pese a lo cual, y siguiendo sugerencias de algunos amigos
decidió no publicarla.
De aquí resultó que la crónica oficialmente publicada sobre el Emperador Carlos no fue la
de Ginés de Sepulveda, sino la del fraile benedictino Prudencio de Sandoval (n. en
Valladolid en 1553; m. en Estella en 1620), que fue Obispo de Tuy (1608) y luego de
Pamplona (1612). Todo esto ocurre en tiempos de Felipe III (n. 1598; m. 1621), con el que
se inicia la época de los validos.
Con lo que se dio la paradoja de que, habiendo sido la de Ginés de Sepúlveda la primera
crónica terminada sobre el emperador, no se publicó hasta 1780, con sus obras
completas, por la Academia de la Historia , en cuatro tomos, edición que no poseo ni he
podido consultar. Por la relación bibliográfica que publica el autor, he podido saber
también que el Ayuntamiento de Pozoblanco, entre 1995 y 2012, ha publicado las obras
completas de Juan Ginés de Sepúlveda en 17 vols.
Quinto. Muñoz Machado tiene publicados, en Iustel, unos Comentarios a la Ley del Libro,
de la Lectura y de las Bibliotecas, que no puede faltar en el cuerpo primero de cualquiera
de éstas, por más modesta que sea.
Pero hay más. El profesor Muñoz Machado dirige desde octubre de 2008 una Revista, por
él creada, cuyo título es El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho.
La idea y propósito de su publicación se exponen en las páginas 6 a 15 de ese número
iniciático que, por lo mismo es el 0. Aquí no puedo hacer otra cosa que invitar al lector a
reflexionar sobre las ocho tesis que allí planteaba.
Pero debo añadir que aquellos Comentarios y la existencia de esta Revista, me han
sugerido esta breve referencia a las Crónicas y cronistas de nuestros días.
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a) El periódico (o si se prefiere: la prensa diaria, la radio y la televisión) hacen la crónica
del momento, y su hacedor es el periodista, y como adelantado de esta profesión el
corresponsal de guerra.
La noticia periodística proporciona el pasto de que se nutre la gran historia, los libros
que analizan e interpretan una gesta, una época o el mundo. Y, en ocasiones, predicen
el futuro, entendiendo por tal ese tiempo venidero sobre el que se puede actuar (a
diferencia de lo futurible, que es aquel tiempo que estando también por llegar es hasta
más inasible que el pasado, pues no se puede actuar sobre él porque se sitúa a una
distancia en que las variables concurrentes pueden ser tantas o tan cambiantes que es
un futuro indisponible desde el concreto presente).
b) El archivo municipal, el archivero y las unidades archivonómicas. Como tengo dicho en
otra sede hay vocablos que evocan de inmediato su correlativo: el torno evoca al
tornero, el pan al panadero, la mina llama al minero, y el archivo reclama al archivero.
Semánticamente, cuando hablo de tornero, panadero, minero y archivero hablo de
profesionales –de la mano o del intelecto- que conocen su quehacer, que saben su
oficio, que incluso pueden llegar a «sentirse realizados» en su tarea, cuando están
haciendo aquello que han venido a hacer al mundo.
No es que no sea conveniente, y también necesario, que sea un profesional de la
técnica archivística el que deba encargarse del archivo. Es sencillamente, que las
cosas son como son, y la naturaleza de las cosas impide que ese desiderátum pueda
hacerse realidad.
Y por eso, sin perjuicio de que, allí donde sea posible, sea un archivero reclutado por
oposición el que se ocupe del archivo (en la Administración del Estado existe el Cuerpo
de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos), una pieza clave de la Administración de
los Municipios pequeños y medianos, podría ser (la propuesta la formuló un Secretario
de Ayuntamiento: Francisco Lliset Borrell) una oficina con los siguientes cuatro grandes
cometidos: Registro-información, control, archivo. No hay cometido que no deba ser
conocido por esta oficina clave, sea con carácter previo –registro de entrada-, sea con
carácter simultáneo –control-, sea con carácter posterior inmediato –registro de salida-,
sea con carácter posterior mediato –archivo-.
Se archivan documentos. Afirmación a primera vista clara, tanto que suena a obviedad.
Pero la verdad es que remite a un problema de no fácil solución: el que debemos
entender por documento.
A los efectos de la organización de los archivos hay que manejar otro concepto: el de
unidades archivonómicas, que pueden definirse como agrupaciones sucesivas de
documentos (entendido este significante en sentido amplio), producidos por la propia
organización o recibidos del exterior, y que, desde el punto de vista archivístico, son
considerados de manera unitaria. Suelen tenerse por unidades archivonómicas las
siguientes:
· Expedientes. El expediente es el reflejo documental del procedimiento, el
procedimiento hecho papel. El ROF aporta una definición de expediente. Un
problema al que no suele prestársele toda la atención que merece es el de la
presentación de los mismos, para lo cual deben ir ordenados por fechas y foliados,
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con un índice, etc. Pues bien, en las Corporaciones Locales el expediente es la
unidad archivonómica más usual.
Documentos sueltos, no incorporados a expediente. Aunque de uso menos
frecuente, esta otra unidad archivonómica se utiliza para ciertos documentos escrituras públicas de propiedad, cuestionarios estadísticos, etc.- que pueden tener,
por las circunstancias en ellos concurrentes, entidad suficiente como para hacer
conveniente su tratamiento archivístico separado.
Paquetes. Se utilizan para archivar documentos simples, que se reiteran cada
ejercicio –correspondencia de la Secretaria particular, por ejemplo- que importa
conservar pero cuyo tratamiento archivístico se simplifica ordenándolos en
paquetes.
Libros. Son de muy varias clases: libros de actas del Pleno, de las Comisiones
informativas, de la Comisión Permanente, etc.; ordenanzas y reglamentos
municipales (encuadernados); padrones de habitantes con sus cuadernos auxiliares;
libros registro de entradas y salida de documentos; boletines de información
municipal (encuadernados); circulares (encuadernadas); callejeros (libros o folletos),
etcétera.
Planos. Son también muy variados: planos de calles; de distritos; de la comarca; del
término municipal; planos de distribución en planta y de situación de puestos de
trabajo; planos de fincas urbanas, con datos para las contribuciones especiales;
Plan General de Ordenación Urbana; planes urbanísticos parciales; etcétera.
Grabados y clichés de programas de fiestas organizados por el Municipio, o de
folletos turísticos, etcétera.
IV.
UNA CURIOSA DESCRIPCIÓN DEL PERSONAL QUE SE MUEVE A DIARIO EN EL
«TRIÁNGULO DE ORO» DE LA JUSTICIA
Primero. Debo reconocerlo, no había reparado en que –como bien dice nuestro autor-:
«El Café Gijón tiene fama de ser el establecimiento de la capital más frecuentado para la
tertulia y para la escritura, pero la apreciación es completamente incorrecta y debió ser
hecha por gentes que no conocían la existencia de la Cafetería Riofrío, o antes que se
fundara».
Como tampoco se me había ocurrido pensar, habiéndola visitado tantas veces en mis
años de Magistrado del Tribunal Supremo que, como dice también el autor citado, el
privilegio máximo de esa cafetería: «radica en su emplazamiento. Ocupa justamente el
ángulo mayor del triangulo de oro de la justicia. En él se sitúa también, un centenar de
metros más allá, por un lado, el Consejo General del Poder Judicial, en Marqués de la
Ensenada, y el Tribunal Supremo, ya en las Salesas, y, por otro lado, volviendo a Génova,
la Audiencia Nacional».
El flujo de personal que genera cada uno de esos tan significados edificios es analizado y
clasificado luego por el autor. Abrevio su exposición, que es sumamente interesante y
completa, salpimentada con unas gotas de humor.
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El edificio del Consejo apenas si genera tráfico de personas, mientras que el Tribunal
Supremo y la Audiencia Nacional absorben y expelen cada mañana a grupos incontables
de ciudadanos que el autor reparte en dos grupos: habitantes estables (empleados
públicos que trabajan en uno u otro de ellos, bien sea como auxiliares de la justicia, o
como responsables de impartirla) y transeúntes (que participan en los debates ante los
tribunales: abogados, procuradores, peritos, testigos, imputados, procesados,
condenados, demandantes, demandados y, en fin, el público curioso que gasta su tiempo
siguiendo las sesiones de los juicios, acompañando a familiares o amigos implicados o
simplemente por rellenar espacios de ocio.
Con ese español que maneja con una limpieza que no superaría el más pulcro de los
miembros de la Academia de la Lengua (él es, ya lo he dicho, miembro de número de de
la de Ciencias Morales y Políticas), el autor nos cuenta cómo todos esos grupos se
cruzan, mezclan y conviven temporalmente conforme a otros criterios de ordenación, y su
descripción me ha traído a la mente unas veces a los personajes de las estampas de
Daumier, pero en traje de calle, y otras me han recordado aquel libro de Camilo José Cela
del que éste decía que estaba «escrito con acompañamiento de cachondeo y dolor de
corazón». Véanse dos ejemplos que tomo de las páginas 12 y 13 de este otro libro de S.
Muñoz Machado que me ha parecido necesario noticiar también:
a) «Los magistrados de la Audiencia Nacional que más pululan por la cafetería son los
instructores. Se les suele ver acompañados de algunos fiscales o con amigos u
oficinistas. Cuando acuden acompañados de algunos fiscales, la imagen del grupo
resulta escalofriante y hace temblar a los procesados que se encuentran en Riofrío
departiendo con sus abogados y consumiendo apresuradamente su desayuno. Es
inevitable que les parezca que cuando el fiscal acusador y el juez instructor,
supuestamente garante de los derechos del imputado, se reúnen es para tramar
crueldades […]».
b) «[…] a veces hemos visto otras estampas más insólitas. Recuerdo el desparpajo con
que la magistrada que había decidido por la mañana, sin temblarle el pulso, un asunto
penal de enorme envergadura, se besaba aquella misma tarde de otoño con un
hombre maduro, en un rincón del salón norte, mientras algunas gotas de lluvia se
deslizaban suavemente por los cristales de la cafetería».
Un castizo diría que ella y él se ponían el mundo por montera. Pero, ya que antes he
mencionado a la Academia de la Lengua, anotaré que en la Málaga de mis años
mozos, cuando a una ella y a un él se les veía entretenidos en esos manejos, se decía
que los encontraron AGARRACHIMPINADOS. Un verbo éste, agarrachimpinar, que
probablemente la venerable Real Academia que limpia, fija y da esplendor a la Lengua
no incorporará a su Diccionario, pero que no tiene nada que envidiar a aquél
superfragilistico espiadiloso de la película de Mary Popins, pues lo que no se puede
negar es que el malacitano verbo tenía eficacia descriptiva, de la que el
norteamericano carece.
Y puesto que tanto se habla en estos días de modificar la Constitución, no está de más
recordar que la lengua de todos los españoles no es el castellano (como dice ahora su
artículo 3º, rechazando la enmienda que, en su día, formuló Camilo José Cela, que era
Senador Real en aquellas primeras Cortes), pues el castellano es la trama sobre la que
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se hizo esa lengua universal que es hoy el español. Menguado nombre es “castellano”
para tanta lengua.
V.
MUTATIS MUTANDI LA PERIPECIA PROCESAL QUE NARRA EL PROFESOR
MUÑOZ MACHADO EN SU LIBRO RIOFRÍO. LA JUSTICIA DEL SEÑOR JUEZ,
CONSTITUYE UNA VERSION MADE IN SPAIN DE LA QUE KAFKA IMAGINÓ EN SU
INQUIETANTE NOVELA EL PROCESO
Primero. El asunto que en septiembre de 2006 iba a empezar a examinarse por una
sección compuesta por tres magistrados de la Sala de lo penal de la Audiencia Nacional
había comenzado para los acusados el 21 de julio de 1997.
Ese día el juez que asumió la competencia para instruir la causa acordó una aparatosa
acción simultánea de registro de las oficinas de tres o cuatro empresas, dos o tres
despachos de abogados y el de un notario. El autor da cuenta abreviada –pero de enorme
viveza- de estos hechos en las páginas 17 a 21, a las que me remito, del libro citado en el
epígrafe de este apartado V.
Los primeros imputados en el auto del juez de 21 de julio de 1997 fueron treinta y ocho.
Muñoz Machado tuvo encomendada la defensa de ocho personas, de las cuales dos eran
italianos –uno de ellos era Berlusconi- y dos eran ciegos. Berlusconi nunca asistió al juicio
aportando justificantes diversos para no hacerlo.
Adelantando acontecimientos –pues obviamente en esta noticia solo debo dejar
constancia de los datos más relevantes- diré que en las páginas 95 a 119
(correspondientes al capítulo IV de su libro, da cuenta el autor, entre otras cuestiones, de
un interesante viaje suyo a Milán donde sostuvo una larga entrevista con Berlusconi, y allí
nos dice (pág. 95) que pocas semanas antes de esa visita «había aparecido por allí el
juez [instructor], con su corte [se refiere a sus auxiliares, cuya naturaleza, cometidos y
realizaciones cuenta el autor en páginas anteriores], para interrogar a Berlusconi. Pero
éste no se presentó a la cita. Sus asesores le aconsejaron que no fuera. El juez carecía
de cualquier competencia en aquella jurisdicción y, además, no le había comunicado de
qué se le acusaba ni cual era la razón del interrogatorio. De manera que bastó con que
invocara sus derechos fundamentales para que el instructor se acallara sin protestar. Se
volvió a España después de una estancia fugaz en Italia a costa del presupuesto que
pagan los españoles».
Berlusconi explicó al autor en esa entrevista que «El de España era uno, y no el más
importante, de los muchos procesos penales que la fiscalía milanesa había promovido
contra él». Y añadió este dato en relación con el problema de los fondos ocultos en
paraísos fiscales: «según la documentación que maneja la fiscalía italiana, y por tanto la
española, todos los fondos utilizados tienen una referencia u origen último en una
sociedad que en efecto controla mi grupo […]: ¿Sabes cómo se llama? Silvio Berlusconi
Finanziaria […] ¿Tú crees que si alguien en el grupo, o yo mismo, quisiera mantener
oculta la titularidad de una empresa mía la llamaría Silvio Berlusconi Finanziaria?».
Adelantaré también que, como Berlusconi volvió a ser Presidente del gobierno en 2001 y
como tal inmune, el señor Juez instructor que, pese a su frustrado intento de interrogarlo
en Milán, seguía teniéndolo muy presente, dividió las diligencias en dos partes, y lo
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separó con algunos italianos, Kirch y algunos de sus colaboradores y un par de
españoles.
Segundo. Es el momento de explicar qué pintaba en este asunto Berlusconi. El autor
trata de ello varias veces en Riofrío. La justicia del señor juez. Pero me basta con lo que
dice en las páginas 55-71, que resumo a continuación. La causa eficiente del interés del
instructor por el político italiano la identifica nuestro autor con estas palabras:
«ese juicio, sin Berlusconi, no era un juicio que mereciera la pena ni estaba a la altura de
un juez que, para entonces, ya había alcanzado el estrellato. Sería una birria y una
vergüenza de juicio. Así se explica que el juez se resistiera a su celebración sin el gran
protagonista. Pero éste no se dejaba fácilmente».
De forma más clara y contundente no puede hacerse esa identificación.
Pasa luego revista nuestro autor a una parte de la biografía de ese personaje del que
tanto llegaría a hablarse en Italia y en el mundo entero, y tal como lo cuenta lo cuento,
siquiera –por razones obvias- haya de transformarlo en “cuento corto”, como dicen en
Chile.
[…] Cuando comenzó la instrucción, en 1997, Berlusconi era un importantísimo
empresario italiano dueño, entre otras muchas cosas, de las tres cadenas privadas
italianas de televisión de ámbito estatal, y accionista de referencia de la cadena privada
española Telecinco.
[…] A poco de iniciarse la instrucción, en 1997, Berlusconi fue elegido diputado del
Parlamento italiano. Los diputados no tienen en Italia ningún fuero especial, de modo que
esta primera incidencia no afectó a la instrucción. Pero poco tiempo después fue
nombrado representante de Italia en la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, y
algo más tarde, obtuvo acta de eurodiputado. Esta circunstancia le revestía de la
inmunidad que las normas comunitarias europeas establecen, con lo que acababa de
aparecer el primer obstáculo a que el juicio, ya inminente, pudiera abrazar también a
Berlusconi.
A propuesta del Fiscal, y sin poner una coma de su cosecha, el juez dictó un suplicatorio
que se cursó al Parlamento Europeo por conducto del Tribunal Supremo. Nicole Fontaine,
que presidia en ese tiempo el Parlamento Europeo, a la vista de que la fundamentación
del suplicatorio era imprecisa lo devolvió solicitando aclaraciones. El juez nunca las dio y
desistió de volver sobre ello. Le faltaba fe en que el Parlamento pudiera hacerle el menor
caso.
[…] poco después […] Berlusconi se presentó a las elecciones italianas, obtuvo acta de
diputado, y fue elegido por la Cámara Primer Ministro. Un Decreto del Presidente de la
República, de 10 de junio de 2001, hizo el nombramiento.
Tercero. Recordando el precedente de la vieja Ley Orgánica del Poder Judicial de 1870
(art. 334), y con apoyo en el artículo 21 de la vigente Ley Orgánica del Poder Judicial,
Muñoz Machado concibió la idea de aplicar al caso de sus clientes la doctrina sobre
inmunidad de jurisdicción vigente en el Derecho internacional y en el Derecho español,
13
según la cual, en casos como ése, se extendían las consecuencias de la inmunidad del
imputado principal a todos los que habían colaborado con él. Y de la aplicación en España
de esta doctrina el autor cita las sentencias de 25 de abril de 1991 de la Sala de lo Penal
de la Audiencia de Nacional (asunto Coprincipe de Andorra y Obispo de la Seo de Urgel);
autos del Juzgado de Instrucción número cinco de la misma Audiencia, de 23 de
diciembre de 1998 (asuntos presidente de la Guinea Ecuatorial y Rey de Marruecos) y
auto del Pleno de la Sala de lo Penal de la misma Audiencia, de 4 de marzo de 1999
(asunto Fidel Castro. Un asunto éste en el que la Audiencia literalmente añadía que
también debían ser excluidos los demás querellados porque la inmunidad «del Exmo.
Señor don Fidel, que declaramos no solo ha de ser directa, sino además indirecta, esto
es, evitando la repercusión que para aquél tendría el enjuiciamiento de los demás
querellados en proceso aparte»).
Asómbrese el lector: todo este esfuerzo argumental, pese a estar debidamente
documentado, no sirvió para nada. Remito a las páginas 58 a 66 del libro del autor que
estoy utilizando.
Cuarto. Nadie que lea el epígrafe que recubre este apartado V, que estoy desarrollando,
puede dudar que estoy atribuyendo al instructor de que se trata un comportamiento
kafkiano.
Lo que yo no sabía –y me sorprendió comprobarlo- es que solo el María Moliner (Círculo
de Lectores-Gredos 2007) incluye dicho significante: «I. Del escritor checo Kafka [18831924]; 2. Se aplica a algo absurdo e inquietante que recuerda la atmósfera de las novelas
de Kafka». En ninguno de los grandes Diccionarios que poseo –el de la Real Academia de
la Lengua Española (22 ed. 2001), el Covarrubias (Castalia 1994), el Corominas-Pascual
(Gredos, 1980), el Diccionario Hispánico Manual (Horta y Cía. S.L., Barcelona, s.f. en
cinco idiomas)- figura dicho significante.
Durante las décadas de los cuarenta a los sesenta se leyó mucho en España la obra de
Kafka, en traducciones al español, publicadas en Argentina. De la obra de Kafka he leído
solo El Proceso, El Castillo, La Metamorfosis y La Carta al padre. Era a finales de la
década de los sesenta. La atmósfera inquietante de que habla doña María Moliner
deprime incluso a los jóvenes, y yo lo era entonces. Y con esto quiero decir que estoy en
condiciones de entender el calvario que pasaron los imputados durante los casi diez años
transcurridos desde que «el Señor Juez» se hizo cargo de la instrucción.
¿Y qué de particular había en el modo de actuar de este personaje –cuyo nombre, vuelvo
a decirlo, no se menciona en ningún momento- que hace tan reprochable su conducta? A
los efectos de esta noticia basta con reproducir estas dos afirmaciones que figuran en la
sentencia de 19 de abril de 2007, de la Sala 1ª de lo Penal de la Audiencia Nacional, que
el autor reproduce en las páginas 241 y 242 de Riofrío. La justicia del señor Juez:
«Primero, que es de todo punto inaceptable en Derecho que pueda actuar como perito
judicial, y menos como director de los demás peritos, el autor del informe en que se
basó la denuncia penal; es decir, el denunciante mismo. Por la sencilla razón de que
acomodará la pericia a su manifiesto interés.
Y segundo, que la pericial es una de las pruebas de que pueden valerse la acusación
y las defensas, y que los hechos probados tienen que establecerse ponderando o
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conjugando todas las pruebas practicadas y no sólo aquélla. Dicha tarea corresponde
al tribunal, no a los peritos»
VI.
CODA
«La quinta esencia del pensar está en el nombrar»
Eugenio D’ORS, El secreto de la filosofía,
Editorial Iberia, Barcelona 1947, pág. 179
Primero. Es el momento de vestir con un nombre la conducta de hostigamiento al
justiciable aquí analizada.
a)
En 2002, Editorial Civitas, que ha patrocinado la revisión del léxico jurídico del
Diccionario de la Real Academia Española, publicó, en la Serie Cuadernos, un libro mío
de 181 páginas, en ese cómodo formato propio del llamado “libro del bolsillo”, cuyo título
es Acoso psíquico en el trabajo (el alma bien jurídico a proteger), y cuya causa eficiente
se halla en la sentencia de 23 de julio de 2001, dictada por la sección 6ª, de la Sala 3ª (de
lo contencioso-administrativo) del Tribunal Supremo, en el recurso de casación
3715/1997.
En ese libro aventuré una hipótesis: la forma de hostigamiento que estudiaba trata de
domeñar o, subsidiariamente, de destruir el alma del acosado.
Se trataba de una reclamación por responsabilidad extracontractual del Ayuntamiento de
Coria (Cáceres) por daños causados a un funcionario de dicha Corporación local por
actuaciones municipales que –según se puede leer en la citada sentencia del Tribunal
Supremo- «constituyen una forma de acoso moral sistemáticamente dirigido contra el
funcionario público» [reclamante en la instancia, pues en el recurso de casación el
funcionario víctima del daño antijurídico compareció y actuó como recurrido, ya que el
Tribunal de Justicia de Extremadura había estimado su pretensión].
Basta con abrir, por la voz «alma», el Diccionario de Filosofía, de José Ferrater Mora,
para convencerse de que el problema del alma dispara sobre el investigador una
bibliografía oceánica traída de hontanares lejanos por muy diversos cauces disciplinares.
En ese Diccionario el famoso filósofo barcelonés (1912-1991), decía, por ejemplo, esto:
«Hoy en día las palabras “alma” y “anímico” son usadas en contextos religiosos y
Teológicos. En otros contextos se usan otras palabras (por ejemplo, “psique” y “psíquico”,
y recientemente “mente” y “mental”). Ello ocurre especialmente en psicología filosófica,
con las cuestiones de la distinción entre “psíquico” y “físico”, o “mental” y “físico”».
b)
En su libro Temas de Derecho Civil, Madrid 1972, págs. 7 a 34, don Federico de
Castro y Bravo estudiaba los que llamaba «bienes de la personalidad», entre los que
incluía el derecho a la salud pública.
15
Aunque en su construcción este derecho ocupa un lugar en cierto modo secundario, allí
está planteado, con casi veinte años de anticipación, el reconocimiento nominatim que del
mismo hizo la Ley General de Sanidad.
Y en ese trabajo se comentaba también una ya lejana sentencia de la Sala 1ª (de lo civil)
del Tribunal Supremo, de 6 de diciembre de 1912, en la que, por primera vez, se
reconocía el derecho a la indemnización por daño moral.
Segundo. Instinto persecutorio y narcisismo son los sentimientos que movían al
instructor penal para actuar como lo hizo en el caso aquí noticiado.
a)
Instinto persecutorio. A primeros de octubre de 2001, el señor Juez instructor dictó
un auto en el que se preguntaba a Berlusconi si renunciaba a su prorrogativa y permitía
ser juzgado en España.
Al proceder así, el señor Juez instructor hacía suyo el parecer del Fiscal, que
fundamentaba tan sorpresiva propuesta argumentando así: 1. No son lo mismo los delitos
de un Jefe de Gobierno cometidos durante su mandato que antes de comenzarlo; 2. A
Berlusconi se le imputaban hechos criminales anteriores a ser tan alto mandatario; 3. La
inmunidad debe considerarse renunciable. (Cfr. págs. 62-66 de Riofrío).
Berlusconi impugnó ese auto y a sus recursos se adhirieron los querellados, por una
razón bien sencilla, escribe Muñoz Machado «Que Berlusconi renunciara a su inmunidad
para quedar en manos de un juez que había dado muestras de arbitrariedad e instinto
persecutorio era, sin paliativo, una manifestación estúpida».
Y, adobando su argumentación con un punto de ironía, añadía: «La idea de que fuera
juzgado en Italia por hechos investigados en España, supuestamente infractores de las
leyes españolas, era una novedad procesal desconocida antes en el mundo. Y la idea,
aparentemente más discutible, de que la inmunidad solo abarca los delitos cometidos
durante el mandato y no los anteriores, estaba ya descartada por la teoría y la práctica.
Pero, si alguna duda pudiera haber todavía sobre lo errado que andaba el Fiscal (y por
consiguiente también el instructor) al sostener dicha tesis, vino a destrozarla del todo, solo
unas semanas después, una sentencia de la Corte Internacional de Justicia de 14 de
febrero de 2002 (Congo contra Bélgica, conocido como asunto Yoldi) en la que se decía
que no se podía distinguir entre actos realizados antes y durante el mandato, ni entre
actos oficiales y privados».
b)
El ingrediente de narcisismo también concurrió en el caso estudiado. Casos típicos
de personalidad narcisista fueron Hitler y Stalin. En el libro que Alan Bullok escribió sobre
ellos se dice, entre otras cosas de interés, esto que puede bastar a los efectos puramente
informativos que pretendo aquí con esta noticia:
«Las personalidades narcisistas están convencidas de poseer cualidades especiales y
de ser superiores a los demás, y cualquier amenaza a la imagen que se hayan
formado de sí mismos –como el hecho de verse criticados, desenmascarados o
derrotados- provoca una reacción violenta y, con frecuencia, deseos de venganza».
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La lectura de las páginas que Muñoz Machado dedica a examinar el comportamiento del
instructor, y la lectura de la sentencia de 19 de abril de 2007, Sala 1ª de lo Penal de la
Audiencia Nacional (en particular las razones que la fundamentan y que he trascrito
anteriormente) son tan verdaderamente demoledoras que solo se atrevió a recurrirla el
Abogado del Estado, y debemos presumir que lo tuvo que hacer aun estando convencido
del revolcón que iba a propinarle –como así sucedió- el Tribunal Supremo en la Sentencia
de 23 de junio de 2008, dictada por la Sala 2ª (de lo Penal) del Tribunal Supremo.
Tercero. Acoso a la salud psíquica del justiciable es el nombre adecuado para
designar la lamentable conducta de un instructor de lo penal, historiada por Muñoz
Machado.
Aquí ha habido una verdadera relación jurídica de acoso, entendiendo por tal la relación
de conflicto nacida del ejercicio ilegítimo de una posición de poder sobre una o varias
personas con el propósito de humillarlas hasta el punto de hacerles imposible tener paz,
amargándoles así la vida.
Como un nombre inadecuado dice mal lo que debe decir cuando de hacer ciencia se trata,
y, como tengo razonado en otras sedes, que expresiones tales como “Mobing”, “Acoso
moral”, y “Acoso psicológico” son denominaciones inadecuadas, y propondría designar la
relación aquí estudiada como acoso psíquico.
Por evitar enzarzarme en discusiones teológicas, propongo utilizar para designar el bien
jurídico lesionado por el acoso, en vez del comprometido significante alma, el de salud
psíquica.
En consecuencia, entiendo que, desde el punto de vista en que lo he analizado en esta
coda, la instrucción que llevó a cabo el señor Juez estaba viciada también porque se
trasformó en una inaceptable hostigamiento a la salud psíquica de los imputados.
Pienso que así es …, si así os parece.
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