Ruta Crítica Una vida dedicada a la Bioquímica Jesús Rubén Garcilaso Pérez El académico del Departamento de Ciencias Químico Biológicas, Jesús Rubén Garcilaso Pérez, falleció el 12 de diciembre de 2006 en Hermosillo. Originario de Puebla, Garcilaso Pérez estudió la carrera de Biología y la maestría en Ciencias con especialidad en Bioquímica por la Marquette University de Milwaukee, Wisconsin, en Estados Unidos. Fue profesor investigador de la Universidad de Sonora durante 35 años en la carrera de Químico Biológicas; además, publicó varios libros de texto que son de gran utilidad para las carreras de Química, Biología y Medicina. En septiembre de 2004, la Editorial Unison publicó en la colección Antología de Lecturas Sonorenses, en su Serie Testimonios (Núm. 2), los Apuntes Autobiográficos del maestro, de los cuales reproducimos algunos fragmentos. M uy temprano en la vida tuve los primeros contactos con la muerte. Mi madre murió cuando yo tenía seis años. Son muy escasos los recuerdos que tengo de ella, a quien no alcancé realmente a conocer. Mis abuelos maternos vivían en México y en varias ocasiones, cuando mi madre iba a dar a luz, se iba allá con ellos para que la atendieran. La última vez que lo hizo ya no regresó: murió a los pocos días de nacer mi sexta hermana. Lo único que notamos fue que mi padre tuvo que viajar a México urgentemente y regresó solo, trayendo a la hermanita, pero no a mi madre. A ella la enterraron en México y nunca tuvimos oportunidad de visitar su tumba: no sabíamos dónde estaba. Poco después pude tener la experiencia de conocer lo que es un cadáver. Uno de mis hermanos, menor que yo, padecía de lo que actualmente se conoce como hemofilia. Yo era dos años mayor que él y lo que veía con frecuencia era que sangraba de las narices y era muy difícil detener la hemorragia. En una ocasión el sangrado fue extremadamente abundante. Varios médicos trataron de ayudarlo. Ya en la tarde se le había calmado. Por la noche los demás hermanos nos fuimos a acos- 40 tar como de costumbre y nos dormimos. Al despertar al día siguiente vimos a los parientes llorando alrededor de una mesa más o menos grande que teníamos, sobre la cual yacía el cuerpo inerte de mi hermanito. ¡Qué dolor! ¡Así que eso era la muerte! ¡De modo que así quedó también mi madre! Confieso que yo era tan pequeño que realmente no me daba cuenta de lo que significaba que el cuerpo se quedara exánime y sin movimiento. Lo único que viví fue que un hermano con quien jugaba, antes estaba y ahora ya no. ¿Por qué ya no podía jugar con mi hermanito?, ¿a dónde se iría?, ¿regresaría algún día? Bueno, por lo menos me pude quedar con sus carritos de juguete, que ya podría usar sin tener que pedirle permiso. De joven no fue fácil para mí hacer amigos, seguramente porque siempre fui debilucho y tímido de carácter. Por eso los dos o tres que hice entonces realmente los aprecié toda mi vida, porque no se fijaron en que yo no podía jugar todos los deportes que los demás practicaban, ni podía correr tan recio como ellos ni ser tan audaz como ellos, sino en el hecho de que congeniábamos para platicar a gusto, para ir al futbol REVISTA UNIVERSIDAD DE SONORA juntos, para estudiar juntos y preparar los exámenes en los que muchas veces sacaba yo mejor calificación que ellos. Hasta la fecha, esos amigos nos apreciamos de corazón. Puebla era mi ciudad y de ahí nunca salí hasta que una vez un tío que vivía en la capital arregló las cosas para que pudiéramos ir a México mi hermano mayor y yo y asistir a un partido de futbol en el que se enfrentaban dos de los equipos líderes de entonces: el España y el Asturias. Esto fue grandioso, pues había que hacer el viaje en autobús, lo cual ya era algo nuevo. Además, aunque la visita fuera rápida, parcialmente conoceríamos la capital, pero sobre todo esa ocasión no escucharíamos el partido por radio (no existía entonces la televisión), sino que veríamos en la cancha a los jugadores a los que les podríamos echar porras y corear los goles junto con todos los otros aficionados del estadio. La formación profesional Salí de preparatoria lleno de ilusiones y sueños de hacer una gran carrera. ¿Cuál? Ya no hubo que pensar mucho. Era obvio que o Química o Biología. Pero, ¿dónde y cómo iba a ser esto posible? Bueno, cuando de verdad se quiere algo se encuentran los medios para obtenerlo. Hubo que trabajar un tiempo relativamente largo para hacer ahorros. “La Tarjeta”, la librería y papelería más famosa de Puebla, fue el lugar donde trabajé como dependiente, atendiendo clientes, limpiando el establecimiento, y de rato en rato metiéndome al cuarto de la guillotina para descansar y porque me gustaba mucho ver cómo la manejaban para cortar los cuadernos, que venían de la imprenta en paquetes muy grandes y ahí los cortaban hasta dejarlos del tamaño normal. Por fin llegó el momento de partir a la capital a estudiar. ¿Cuál fue la decisión? Biología, porque además en esa carrera también se estudiaba química, en cambio en la de Química no se estudiaba biología. Comenzó así la etapa de mi formación profesional. La UNAM, que por entonces estrenaba edificios en el Pedregal de San Ángel, lo que ahora se conoce como Ciudad Universitaria, hizo una gran impresión en mí, principalmente por su ambiente académico. Era inmensa y bonita, pero sobre todo lo que se veía eran maestros, alumnos, investigadores, yendo de un lado para otro, subiendo y bajando, a ratos trabajando en el laboratorio y a ratos en el salón de clase, todo lo que representa el ambiente académico, y eso me llegó muy hondo, como para desear dedicar mi vida a ese trabajo. Deseo y sueño que he visto realizado en todos estos años. En la carrera de Biología se estudiaba bioquímica. Pero también en la facultad de Medicina. En ese entonces, en esa facultad trabajaba un investigador joven, doctorado en Bioquímica en el extranjero, que planeaba organizar un curso de esta materia que él llamó “piloto”, en el que se iba a estudiar de verdad bioquímica y se iba a integrar con fisiología. Para abrir ese grupo solicitaba alumnos de Medicina o de cualquier otra carrera afín que se comprometieran al trabajo serio y constante y con muchas ganas de aprender. Era el famosísimo doctor José Laguna, pilar de la bioquímica en México, quien junto con el Dr. Massieu Helguera, el Dr. Jesús García y el Dr. Soberón, todos ellos doctores en Bioquímica, formaron generación tras generación de bioquímicos jóvenes. Vi la convocatoria y me decidí a solicitar que se me permitiera llevar la bioquímica con el Dr. Laguna en Medicina y que se me revalidara en la carrera de Biología. Se me aprobó la solicitud y creo que fue una de las mejores decisiones de mi carrera, pues ese fue el punto crucial de mi formación profesional. Ese curso de Bioquímica con el Dr. Laguna ya no fue solamente una ventanita que se abría en mi alma hacia la ciencia, sino una puerta inmensa por donde pasaba una luz brillante que entraba y poseía mi alma. ¡La bioquímica...! En esa materia confluían mis dos aficiones: la química y la biología. ¡Qué emoción! Estudios en el extranjero Si algún maestro influyó en mi formación profesional ése fue indudablemente el Dr. Laguna. Con él surgió en mí el sueño de ser bioquímico y en particular de ser maestro de bioquímica. Tendría que llegar a aprender mucha bioquímica, y tendría que llegar a obtener una cátedra dónde comunicar a otros el gusto por ella. Ese mi sueño no ha cambiado desde entonces. Todas las demás materias de mi carrera quedaron subordinadas a la bioquímica. Tanto me entregué a ella que el Dr. Laguna vio la posibilidad de que me fuera al extranjero a estudiarla. Después de varios años e infinidad de puertas que se tocaron, un día me avisan que se me concede una beca de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para llevar a cabo mi proyecto. ¡Qué feli- cidad! Ahora ya no iba a ser un autobús el que me trasladara de Puebla a México para ver un partido de futbol, sino un avión que me llevaría a otro país, a otro ambiente, con compañeros completamente distintos, pero con la misma dinámica de la academicidad. Y si el ambiente de Ciudad Universitaria en México me parecía fascinante, la impresión fue todavía más satisfactoria al verme instalado en Marquette University de la ciudad de Milwaukee, en el estado de Wisconsin. La llegada a Sonora No soy muy dado a leer todos los anuncios que aparecen en el pizarrón de avisos, pero un día, trabajando en México, apareció un anuncio que sí leí. El coordinador de la escuela de Química de la Universidad de Sonora solicitaba maestros de diferentes materias que quisieran hacer un año de servicio en Sonora. Me llamó la atención y me entró curiosidad, pues entre las materias mencionadas estaba la bioquímica. Platiqué con mis compañeros maestros, quienes unánimemente me aconsejaron que aceptara. Así que tomé el teléfono y directamente marqué al Ing. Fernando Orozco, director entonces de la escuela de Ciencias Químicas. Todo fue decirle que yo estaba interesado en irme a Sonora un año, que él contestarme que me esperaba a más tardar en ocho días. De la República Mexicana conocía hasta Guadalajara. Empaqué mis cosas y los libros más necesarios y enfilé hacia Guadalajara. “Qué bueno que ya voy a llegar”, pensaba yo: me di cuenta de lo equivocado que estaba cuando después de Guadalajara recorría kilómetros y kilómetros y no llegaba a Hermosillo. Por fin llegué de noche y lloviendo el 25 de agosto de 1970. El Ing. Orozco me dio la bienvenida al día siguiente y me señaló cuál sería mi programa de trabajo. Y comencé mi vida académica en la Universidad de Sonora. Y en verdad que comencé muy a gusto. Sentí que, mucho más que antes, mi trabajo fructificaba. Y tenía que hacerlo bien y rápido puesto que sólo iba a estar un año. ¿Un año...?: faltan 10 meses para que cumpla ya los 30 años de antigüedad en la Universidad de Sonora. La familia Mi esposa, Eva Irma Véjar Rivera, acababa de terminar su carrera de Químico-Farmacéutico-Biólogo cuando yo llegué a la Universidad y estaba haciendo su tesis sobre un tema de 41 Ruta Crítica microbiología con un director que no le prestaba mucha atención. Me ofrecí a ayudarla en lo que necesitara. Eso nos dio oportunidad de irnos conociendo y, a pesar de la diferencia de edad (yo soy 19 años mayor que ella), nos entendimos y comprendimos al grado de que el día de su examen profesional (yo era uno de los sinodales) le di el anillo de compromiso y ella lo aceptó. Así que celebramos su titulación y nuestro compromiso. Comenzó ella como maestra de prácticas de laboratorio ese mismo año, por lo que los dos tenemos la misma antigüedad en la Universidad. Una de las cosas más importantes y significativas de nuestra vida como pareja es que compartimos el mismo gusto por la bioquímica, el mismo deseo de actualización y el mismo trabajo por preparar temas de actualidad de la bioquímicamédica. Esta es una satisfacción intelectual que, creo, pocas parejas tienen. Gozamos dando conferencias. Nuestra mayor ilusión, como padres de dos mozalbetes, era poder dirigirlos hacia la consecución de una formación integral dentro de la profesión que ellos eligieran. Y así fueron nuestros hijos pasando por las etapas de la primaria, secundaria, preparatoria y universidad. Todo lo que era necesario se conseguía con tal de que en cada etapa rindieran lo máximo. El grande se tituló de Ingeniero Industrial en Sistemas y el menor está a punto de titularse de Ingeniero Químico. Hemos logrado nuestra ilusión y estamos satisfechos. El paso de los años ¿Qué espero para el futuro? Espero ver a mis hijos trabajando honradamente, con dedicación y esfuerzo para establecer sus propias familias, y ver a mis nietos hasta donde Dios me lo permita. En cuanto a mi esposa y a mí, seguiremos trabajando en la Universidad, donde espero que el entusiasmo que hasta ahora hemos mostrado no disminuya por la vejez y los dolores y afecciones que le son característicos. Creo que el trabajo se irá haciendo difícil, porque ya las fuerzas a los setenta años no son las mismas que a los treinta o cuarenta: entonces no había dolencias, ahora las hay. Entonces no era necesario tomar medicina para la presión ni vigilar los niveles de glucosa, colesterol y triglicéridos, ahora sí es necesario. Entonces no era necesario checar cada tres meses el antígeno prostático, ahora sí lo es. Las fuerzas entonces van disminuyendo pero espero proseguir con el mismo entusiasmo mi trabajo académico en la Universidad. ¿Qué será de nosotros dentro de veinte años? Creo que de los humanos nadie lo puede decir, o predecir. Dentro de veinte años, si Dios me concede vida, tendré noventa de edad, y espero estar todavía dando clases de bioquímica y haciendo los mismos esfuerzos por mantenerme actualizado. 42