ALCALÁ DE HENARES Y CERVANTES, HISTORIA DE UN DESTINO COMÚN Alcalá de Henares es una ciudad clara y de horizontes que pintan cielos como lo hacia Velázquez. Entramos por la Puerta de Madrid y se nos antoja una ciudad acogedora, de casas construidas a la medida del ser humano, segura y con colores que sólo la arquitectura de la vieja Castilla ha sabido modelar siglo tras siglo. Por la calle Cardenal Cisneros, llegamos a la plaza de los Santos Niños. Desde allí, sorteando los bellos soportales de la calle mayor, nos queda cerca el número dos de la calle de la Imagen. La curiosidad nos hace mirar por el ojo de la cerradura y nos muestra la estampa, real y sincera, de una casa y una familia de la Alcalá del siglo XVI: un patio, luces, risas, el trajín de lo cotidiano, niños correteando y gente subiendo y bajando por esa escalera del fondo que invita a querer saber dónde termina. En 1547, a finales de septiembre o principios de octubre, en una Alcalá de Henares llena de estudiantes y maestros, nace, en esa casa del número dos de la calle de la Imagen, Miguel de Cervantes. Quizá haya alguien al que tal cuestión, por repetida y casi tópica, le puede parecer falta de motivación como reclamo para singularizar nuestra ciudad. Por el contrario, soy de la opinión de que todavía no hemos conseguido del todo incorporar a Miguel de Cervantes al alma de Alcalá. Desde 1998, Alcalá de Henares es Patrimonio de la Humanidad; título que tiene que ver con la realidad de una ciudad ejemplo de la arquitectura y del urbanismo universitario de los siglos XVI y XVII, pero también es ejemplo de una forma de entender la cultura y de propagarla. Y es aquí donde Cervantes juega un papel fundamental. Gracias a él, Alcalá es la pieza final de un rompecabezas que dio forma y realidad al idioma de los españoles. Miguel de Cervantes tiene que ser recuperado por una ciudad que, como él, es patrimonio de todos. Ningún otro lugar puede mostrar la casa en la que nació, la pila en la que fue bautizado un 9 de octubre, la universidad que marcó el carácter de la ciudad y el suyo propio y las calles por las que paseó de la mano de su madre. Cervantes abandonó Alcalá con sólo cuatro años, pero la relación entre el escritor y la ciudad es fuerte y profunda. En aquel lugar que contribuyó a transformar la cultura europea del siglo XVI, con los primeros golpes y las primeras fantasías, se empezó a formar la personalidad del gran escritor. Cervantes y Alcalá, Alcalá y Cervantes, ambos fueron por separado sorteando las idas y venidas de la vida y engrandeciéndose y asombrando, cada uno por su cuenta, al mundo; pero también fueron capaces de mantener un vínculo interior que ha logrado crear esa sensación de que participaron de un proyecto vital común. La ciudad universitaria, la ciudad del saber, la de la utopía, la de la lengua, la de Cervantes. Razones no le faltan a Alcalá de Henares para sentirse orgullosa de su pasado y de su presente. Quizá por ello, nunca deberíamos olvidar que nuestra razón de ser como lugar con entidad cultural propia y singular depende en gran medida de valorar, con coherencia y justicia, ese pasado. El ser de Alcalá de Miguel de Cervantes está fuera de toda duda: su nacimiento, los vínculos con su ciudad y su forma de sentir y pensar la vida. El humanismo renacentista, reformista, transgresor y crítico de Alcalá se volcó con fuerza sobre un loco llamado don Quijote de la Mancha y esa herencia confirmó de manera clara el profundo vínculo de Cervantes con la vieja Complutum. Cada lugar, como los seres humanos, debe aprender a convivir con lo que el tiempo, la historia y quienes han estado a su lado han aportado a su forma de ser, otorgándole eso que llaman personalidad propia. En este sentido, Alcalá de Henares tuvo suerte en aquel año de 1547, y por ello, valorando los pros y los contras, cada vez parece más actual y esclarecedor aquel viejo y sabio reclamo turístico que nos anunciaba, en un bello cartel cuyo fondo es la fachada de la Universidad, aquello de “Alcalá de Henares, Cuna de Cervantes”. Enrique M. Pérez