CULTURA El monstruo de tres cabezas

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CULTURA
ENTREVISTA
El monstruo de tres cabezas
El trío formado por Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces protagoniza la vuelta a la comedia
de Pedro Almodóvar, ‘Los amantes pasajeros’
GREGORIO BELINCHÓN
Archivado en:
Madrid
26
7 MAR 2013 - 00:32 CET
Pedro Almodóvar
Javier Cámara
Raúl Arévalo
Carlos Areces
Comedia
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Se definen como un “monstruo de tres
cabezas”, y como tal se comportan,
aunque pertenezcan a generaciones
distintas y tengas procedencias
diferentes. Encerrados en un cuartito
en la productora El Deseo, epicentro
del reino Almodóvar, con un cortinaje
rojo que aporta un aire de teatralidad a
la charla, Javier Cámara (Albelda de
Iregua, 1967), Raúl Arévalo (Madrid,
1979) y Carlos Areces (Madrid, 1976)
comentan su experiencia en Los
amantes pasajeros, en la que
encarnan a los tres azafatos de la
clase business, el trío que reparte
Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces, de izquierda a derecha, en la productora El Deseo. / BERNA RDO
PÉREZ
juego en la vuelta a la comedia de
Almodóvar. Cámara ya había
trabajado con él en Hable con ella y en La mala educación; Arévalo y Areces debutan en su
mundo. Puede que por esa veteranía Cámara haya robado a su director una expresión
burlesca habitual en él –“Calla, calla”-, o bien porque Almodóvar siempre está en todos sus
personajes.
Javier Cámara. Pedro me empezó a contar la película durante Hable con ella, cuando aún no
teníamos confianza. Ahí me di cuenta que él va describiendo las historias y las películas
porque las va probando con los demás, encarnando a todos los personajes. Recuerda a lo que
hacía con sus cortos en súper-8, cuando ponía todas las voces. Supongo que ahora le tendría
cierto respeto a la comedia, pero ha visto que iba contando esta historia y a todos nos gustaba.
Santiago Segura hacía algo parecido: me iba dejando mensajes en el contestador contándome
frases de Torrente. Luego Pedro te dice que no le cuentes a nadie y él se lo larga a 400
personas. En esta ocasión nos ha dejado meter muchísimo de nosotros, añadir nuestra
personalidad a los papeles.
Raúl Arévalo. O que él ha pillado de nosotros para incorporarlo a su guion. He descubierto
durante los ensayos y el rodaje cómo él te va introduciendo en su mundo. Desde el primer día
que vine aquí a ensayar [se refiere a la productora] ves que todo es Almodóvar [señala los
cortinajes], las fotos, los carteles… Te introduce en su mundo lo conozcas más o menos –yo
me reconozco como muy fan- y una vez que empiezas el rodaje estás tan metido que es fácil
para él ir guiándote: sabes qué te va a pedir. Es exigente y tú quieres dar lo máximo. Y con
cada uno de nosotros se relaciona de manera distinta, desde luego, pero siempre dentro de su
mundo.
J. C. También hay que entender que nosotros somos un monstruo de tres cabezas, que los
efectos especiales de los personajes -la pluma, que formen parte de un equipo especial de
azafatos…- son comunes. Este monstruo tiene muchas cosas excesivas (su relación con las
bebidas y las drogas) que te inspiran como actor. Yo que puedo compararlo con otros rodajes,
y pienso en La mala educación, te digo que este rodaje fue una fiesta, porque si te pasabas
de tono tus propuestas eran aceptadas. Y además Pedro te propone montones de cambios al
día.
Carlos Areces. Es cierto que las cosas que son nuestras tampoco hemos decidido meterlas
nosotros, porque efectivamente Pedro es, de los directores con los que he trabajado, es el
que tiene todo más claro. No creo que le guste que llegues con propuestas al rodaje, porque él
ya ha hecho su composición. Efectivamente, Pedro, en los primeros ensayos, los hizo leyendo
todos los personajes y tú ibas tomando referencias. Y sí, tienen cosas nuestras porque, por
ejemplo, el personaje de Raúl era más ácido, cínico, malo, más de vuelta de todo, y el mío
más cándido, más mamá oso, y eso fue cambiando.
R. A. ¿Y por qué cambió? Cuéntalo todo.
C. A. Un día le pregunté a Pedro: “¿Te has dado cuenta que mi personaje empezó siendo más
bondadoso, más tierno, y ha acabado como el que mete más puyas de los tres, el más dolido?
Y con el de Raúl ha pasado lo contrario”. Y me respondió: “Eso es lo que has aportado tú al
personaje”.
J. C. Pedro no da puntadas sin hilo.
C. A. La próxima vez me meto la lengua en el…
J. C. Hemos pasado por muchas etapas, como cuando teníamos mogollón de pluma y Pedro
nos paró, asustándose del monstruo que estaba creando. Él buscaba una naturalidad dentro
de ese tono de comedia disparatada. Sí que es verdad que lo construimos poco a poco. En La
mala educación pasaba algo parecido: era un drama con varios personajes que se
disparaban. Yo le decía que le entendía porque era el veterano… aunque a veces le mentía
[risas]. Con Raúl empezó de una forma más estética para ir al fondo, y con Carlos… Bueno,
Carlos es su ojito derecho.
C. A. ¡Pero sí en el rodaje parecía que era Javier!
R. A. y J. C. ¡¡¡Vamos, anda!!! ¿Quién le pedía los primeros planos? [a coro].
C. A. Por pedir que no quede.
R. A. ¡Pero si a nosotros nos cortaba, y a ti no solo no te cortaba sino que recuperaba tus
descartes previos!
J. C. En resumen, creo que con nosotros tres disfrutó muchísimo. Pero sí, conmigo tenía otra
confianza. Y ellos dos han sido un descubrimiento. Pedro me dijo un día: “¿No te das cuenta
que te están comiendo el terreno? Ven ya de una vez, que parece que no estés en el rodaje”.
C. A. Sí es cierto que a la tercera semana le vi más relajado con nosotros.
J. C. Es que previamente ensayamos mucho aquí en la productora.
El trío, en el filme.
C. A. Los personajes dramáticos no variaron mucho del guion al
rodaje, pero para los nuestros a Pedro se le ocurrían un montón de
ideas nuevas cada día. Disfrutaba mucho más con la comedia. De
hecho, pienso que a él le costaba comedirse. Y muchas frases se
han quedado fuera en montaje. A Pedro le dolía reducirse. Nos
picaba contra los otros dos, con frases como "Este plano se lo está
llevando Raúl", "Javi, como no defiendas mejor esta frase se la doy a
Carlos" [risas].
Pregunta. Es una película repleta de referencias a su obra.
J. C. Desde luego, él mismo en rodaje se disculpaba diciendo: “Perdón por autorreferirme”.
C. A. A mí me encanta poder haber dicho una frase mítica de Candela de Mujeres…, esa de:
“La muchacha tiene razón”.
J. C. Yo no era tan consciente, pero empezamos a repasar sus películas y descubrimos que
varias, por ejemplo, acaban en un avión, como Laberinto de pasiones, que se remata con una
secuencia que valdría para Los amantes pasajeros.
C. A. Una cosa de la que me he dado cuenta viendo todas las películas del tirón es que -salvo
La mala educación, que ya fue complicada desde el rodaje- todas tienen finales amables.
J. C. O un desenlace esperanzador. Hay también mucho de esos juegos de comunicación de
Pedro, que incluso son muy teatrales. Aquí insistía en las cortinas, en que los azafatos cada
vez que abrían esas cortinas estaban actuando. Incluso él mismo dice cosas muy especiales.
A Lola Dueñas, tras abrir ella su cortinilla, le dijo: “Te vas hacia clase turista imantada por tu
destino”. Y acabó soltándole: “¡No tan imantada, Lola!”. Otro ejemplo es que los monólogos de
la película siempre son escuchados por otros personajes. O la cabina, en la que en un
momento dado entran bastantes personajes y los muestra en un solo plano, sin cortes, muy
teatral.
C. A. Y qué divertido era eso.
J. C. Pedro es un gran conocedor artístico. Se notaba en las referencias que usaban él y
Carlos. Raúl y yo les mirábamos preguntándonos de quiénes hablaban. Por ejemplo, charlaban
sobre superhéroes de películas mexicanas de serie B de los años cincuenta. Él se lo ha visto
todo, lo ha leído todo, lo ha oído todo…
C. A. Encima Pedro es muy moderno en sus referencias. Yo en cambio no paso de los
ochenta.
J. C. Recuerdo que cuando fui a ensayar a su casa en la época de Hable con ella, tenía una
mesa con cajas sin abrir plagada de novedades de libros y música. Es voraz. Mira, nos hizo un
disco para la peli no con la música que se oye en ella, sino la que le inspiraba, las que oía para
escribir y trabajar, como por ejemplo temas lounge de Juan García Esquivel. Nunca para. Por
ejemplo, durante este rodaje nos contó que por las noches había escrito otro guion. ¡Otro
guion!
C. A. Estábamos rodando la película y pasábamos muchas horas muertas porque los
personajes podían aparecer en cualquier plano, teníamos que estar allí. Y Miguel Ángel
[Silvestre] rodó un corto con su iPhone, que duraba unos tres minutos. Se lo enseñó a Pedro y
a la semana Pedro trajo cuatro hojas escritas con ideas para una segunda parte del corto.
Después, la única noche en la que salimos en el rodaje, fuimos a tomar algo a una terraza, y allí
a Pedro se le empezó a ocurrir otra historia sobre el corto. Y desarrolló ante nuestros ojos,
durante una hora, un guion sobre el corto que daba para otra película. Se le estaba ocurriendo
allí mismo, abriendo y cerrando subtramas.
R. A. Tiene una necesidad brutal de contar historias. Tiene ganas.
J. C. Fíjate en las canciones que salen en la película. Él sí es moderno. Yo participé en todo el
proceso de casting para ir probando al resto de actores, y el reparto fue poco a poco
rejuveneciéndose ante mis ojos. Tiene una necesidad perentoria de juventud, de energía, de
efervescencia y de gente apasionada. Quería mucha energía para contrarrestar, por ejemplo,
que nos pasamos mucho tiempo en pantalla en asientos de avión atados con los cinturones.
R. A. Me da mucha rabia cuando como espectador veo una película hecha sin ganas.
C. A. Sí, películas filmadas desde la desidia, porque algunos directores ruedan por rodar.
J. C. Exacto, y eso a Pedro jamás le pasará, porque tiene esa necesidad. Es creativo, quiere a
su alrededor gente chispeante. En sus pruebas ves que busca, nervioso, actores que encajen
en sus personajes.
C. A. Transmite ilusión y ganas. Pedro es mucho más joven que muchos nuevos directores, y
más libérrimo que ellos. Es un gusto ver cómo se lanza a hacer nuevas cosas estando en el
puesto en el que está en el cine mundial.
© EDICIONES EL PAÍS, S.L.
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