ANALES DE LITERATURA CHILENA Año 10, Junio 2009, Número 11, 45-60 ISSN 0717-6058 MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE THIRD PERSON MONOLOGUES: GABRIELA MISTRAL AND THE PROSE FROM HER TRAVELS Marcelo Pellegrini University of Wisconsin-Madison [email protected] RESUMEN Este trabajo propone una lectura del concepto de viaje como una metáfora que articula cierta parte significativa de la prosa de Gabriela Mistral, haciéndola extensiva a su obra poética y al resto de su obra ensayística. El viaje cumple la labor de supra metáfora, o metáfora matriz, que da origen a otras metáforas, que reelaboran constantemente el concepto de desplazamiento. Ese desplazamiento es la forma en que el lenguaje de Mistral se constituye como obra; de esa forma, su estudio y descripción resulta ser una tarea de suma importancia para comprender a la que es quizás la más grande poeta chilena de todos los tiempos. PALABRAS CLAVES: Gabriela Mistral, prosa, poesía, viaje. ABSTRACT This paper puts forward a reading of the concept of travel as a metaphor that articulates a meaningful portion of Gabriela Mistral’s prose. It extends its analysis to her poetic output and to other types of prose she wrote. Travel is a supra metaphor, or master metaphor, that gives origin to other metaphors that constantly reelaborate the concept of movement. This movement is the form in which Mistral’s language constitutes itself as an oeuvre; thus, its study and description is a very important task if we are to understand a writer that us arguably one of the greatest Chilean female poets of all time. KEY WORDS: Gabriela Mistral, prose, poetry, travel. Recibido:10/03/2009 Aceptado:03/05/2009 46 MARCELO PELLEGRINI And the keys float lightly like rolls of green dust. From an airplane the water’s heavy sheet Of glass above a bas-relief: Clay-yellow coral and purple dulces And long, leaning, submerged green grass. Elizabeth Bishop, “Pleasure Seas”, The Complete Poems (1927-1979) Los trópicos no son tanto exóticos como pasados de moda. Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos Podemos afirmar, casi sin temor a equivocarnos, que el viaje es quizá la metáfora que más abunda en la obra de Gabriela Mistral.1 La podemos ver presente, de diversas maneras y adoptando distintas formas, desde Desolación (1922), su primer conjunto poético, con una persistencia que no puede ser casual; podemos rastrearla, por ejemplo, en “Los sonetos de la muerte” (textos dados a conocer en 1914 con ocasión de haber sido premiados en los Juegos Florales de Santiago, y luego incluidos en el libro del 22), cuyo poema inaugural dice en su primer terceto, luego de que la hablante le prometiera a su amado muerto que lo bajará “del nicho helado” donde los hombres lo pusieron a la “tierra humilde y soleada” que: Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. (1922, 118) Quizás sea este viaje cósmico, que adivinamos amargo y pesado, lo que lleva a la hablante a declarar el cansancio que le provoca ese desplazamiento, según vemos en el primer cuarteto del segundo soneto: 1 Sigo aquí la definición de metáfora desarrollada por Lakoff y Johnson, según la cual una metáfora nos hace entender una cosa en términos de otra (Lakoff y Johnson, 5 y ss). Cabe hacer notar que estos autores hablan siempre de “concepto metafórico”, un modo de conocimiento que afecta todos los aspectos del pensamiento, desde el lenguaje cotidiano al lenguaje poético. Podríamos decir que el viaje es nuestro concepto metafórico (o metáfora matriz) que, entendido y referido de diversas maneras, dará origen a múltiples textos mistralianos. Para una discusión in extenso sobre este tema desde el campo de la literatura, ver Lakoff y Turner (57 y ss). MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 47 Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir. (119) También la imposibilidad del viaje se encuentra presente aquí; ante la irreversible partida del amado, el reclamo de la hablante ante Dios (compañero de viaje de quien ha dejado este mundo) se hace más que evidente en el segundo cuarteto y en el primer terceto del último poema de la serie: Y yo dije al señor: “Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no sabe guiar! Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! ¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor”. (119-120) La fama que rodea a estos poemas ha hecho que se lean –o que se hagan ligeras referencias a ellos- sin el contexto estrictamente literario que le corresponde en el libro de 1922. Bien sabido es el trágico episodio que se dice originó estos poemas (el suicidio de Romelio Ureta, un joven que al parecer tuvo una relación amorosa con la autora cuando ambos eran adolescentes).2 Pero si leemos con detención “Interrogaciones”, el poema que viene inmediatamente después de “Los sonetos de 2 Para una perspetiva, digamos, revisionista de la figura de Ureta en la vida y la obra de Mistral, ver el libro Gabriela Mistral pública y secreta, de Volodia Teitelboim (1991, 39-46). Teitelboim adopta, a mi juicio correctamente, cierta distancia respecto de este episodio, dejando en la nebulosa la versión más aceptada de la presencia de Ureta en la vida de la autora: “Son los periodistas, los críticos, los lectores, la imaginación de la multitud, la novelería, la sensibilidad folletinesca, quienes hacen lo demás: convierten el episodio, con el detonante de ‘Los sonetos de la muerte’, en el hecho capital de su biografía y en el amor definitivo, único y fatal, tres palabras contundentes, que representan cierto espíritu sensacionalista y hablan de una ávida y morbosa afición por entrometerse en la vida privada de los personajes” (Id., 40). 48 MARCELO PELLEGRINI la muerte”, comprenderemos que la pregunta que lo inicia considera también el viaje como misterio y transfiguración (tema también muy recurrente en la obra posterior de la autora), alejando la dupla Ureta-Mistral de su condición amorosa casi legendaria y reenviándola adonde siempre debió estar: al contexto de la metáfora del viaje, que le pertenece con mayor propiedad: ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas? […] Y responde, Señor: cuando se fuga el alma, por la mojada puerta de las hondas heridas, ¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma o se oye un crepitar de alas enloquecidas? (121) En Ternura (1924) hay un poema titulado “La manca”, donde el viaje está presente, como en casi todos los poemas de ese libro, bajo la forma de una ronda o canción infantil que es juguetona y triste al mismo tiempo: Que mi dedito lo cogió una almeja, y que la almeja se cayó en la arena, y que la arena se la tragó el mar. Y que del mar la pescó un ballenero y el ballenero llegó a Gibraltar; y que en Gibraltar cantan pescadores: —“Novedad de tierra sacamos del mar, Novedad de un dedito de niña. ¡La que esté manca lo venga a buscar!” Que me den un barco para ir a traerlo, y para el barco me den capitán, para el capitán que me den soldada, y por soldada pide la ciudad: MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 49 Marsella con torres y plazas y barcos de todo el mundo la mejor ciudad, que no será hermosa con una niñita a la que robó su dedito el mar, y los balleneros en pregones cantan y están esperando sobre Gibraltar. (2007, 65-6) Tala (1938) es un libro que no sólo hace alusión al viaje, sino que lo transforma en su materia constitutiva. Comienza con el desplazamiento cósmico de la hija que va en busca de su madre muerta, y termina con un recado a Victoria Ocampo, en donde “…la costa a que me trajiste, / tiene dulces pastos y salobre el viento” (265). ¿No resuena “La fuga”, título del primer poema de este libro, con la “fuga del alma” que encontramos en el citado “Interrogaciones”, del primer poemario mistraliano? Si pensamos que en Tala la hija sale, cual Telémaco transfigurado en mujer, en busca de su madre ( un Ulises a su vez transformado en amorosa y terrible presencia materna) y lo que quiere asir es el alma de ella hecha paisaje, y si tomamos en cuenta que las preguntas sobre el destino de los suicidas son interrogantes sobre el alma que escapa “por la mojada puerta de las hondas heridas”, no podemos sino poner en relación el poema temprano con el que se incluye en una obra que a todas luces pertenece a la madurez de su autora. La presencia de la metáfora del viaje, como podemos observar, es persistente, y es lo que se transforma o transfigura en primerísimo lugar. Lagar (1954), por su parte, posee numerosos poemas que mencionan y cantan las flores de distintos países americanos, que la hablante va conociendo gracias a sus viajes; también hay ahí un poema sobre la madre, “pequeñita / como la menta o la hierba”, a quien recuerda como en un trance de tristeza y melancolía, para luego preguntar, casi sorprendida de su monólogo, ¿A quién se la estoy contando desde la Tierra extranjera? A las mañanas la digo para que se le parezcan: y en mi ruta interminable voy contándola a la Tierra. (353) Finalmente, Poema de Chile (1967) es un libro hecho de textos que giran en su totalidad en torno a la metáfora del viaje poético por la geografía nacional, desde las 50 MARCELO PELLEGRINI “tierras blancas de sed” en el norte, hasta la Patagonia, la “Madre Blanca” del frío y los bosques. Menciono cada uno de los conjuntos poéticos mistralianos para dar una idea lo más clara posible –aunque necesariamente incompleta- de la presencia de la metáfora del viaje, con sus respectivas variaciones, a lo largo de esta obra, y señalar cómo funciona como columna vertebral de su lenguaje. Esa presencia se extiende también, y de manera muy considerable, a la obra prosística de la autora, en la que desearía concentrarme en estas páginas. La prosa de Mistral es, tal como su poesía, un discurso que utiliza, alude, menciona, modifica, extiende y rehace de manera constante la metáfora del viaje. Pocas veces se ha hecho suficiente hincapié sobre la íntima relación, digamos, estructural (sobre este adjetivo volveré más adelante) que poseen en ella esos géneros literarios, entre otras cosas porque casi siempre se ha visto su prosa como un producto aledaño a su poesía, considerada como su “verdadera” obra;3 esto último puede resultar al menos sorprendente para cualquiera que se aproxime, aunque sea de manera muy superficial, al corpus mistraliano, porque el lugar que le corresponde a la prosa es considerable. Pero bien sabemos que cantidad no es calidad; al mencionar explícitamente las muchas páginas que la poeta dedicó a ese género quiero señalar la insistencia con que ella lo cultivó, y la indudable importancia que le daba. ¿Qué pasaría, sin embargo, si nos tomáramos en serio esa recurrencia? ¿Qué conclusiones críticas podríamos sacar si leemos la prosa mistraliana no como un producto secundario de su obra, sino como porción constitutiva de ella? Como yo creo que la prosa de Mistral es mucho más atendible de lo que se ha pensado hasta ahora, y que se la debiera considerar con mayor atención, anoto aquí tres juicios adversos sobre ella, pertenecientes a tres de los más destacados críticos chilenos de las últimas décadas. Adelanto desde ya que los anoto para contradecirlos, lo que me permitirá entrar en materia. 3 Incluso escritores tan disímiles como Pablo Neruda y Guillermo de Torre dijeron algo sobre este tema, pero con juicios a contrapelo de la opinión más común. En un texto sobre Mistral incluido en su libro de memorias Confieso que he vivido, Neruda dice, refiriéndose a ciertos mistralianos “poemas del Hijo”, que fueron escritos “en limpia prosa, labrada y constelada, porque su prosa fue muchas veces su más penetrante poesía” (371). Guillermo de Torre, por su parte, en un breve prólogo a la conferencia de Mistral sobre Martí (que corresponde a la versión incompleta de un libro sobre éste que aquél le había encargado y que ella nunca llegó a terminar), dice que “…la prosa de Gabriela Mistral posee tan subidos o superiores quilates a los de su verso. Inclusive en ella se expresa de modo más vivo y directo su acento personal e inconfundible, su lengua propia, tan americana y teresiana a la vez” (Mistral 1993, 430). Como podemos ver, a la hora de querer leerla en serio, incluso los colegas más conspicuos de la autora se ven animados a elegir un género por sobre otro. MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 51 El primero se lo debemos a Jorge Guzmán, quien en su ensayo “Gabriela Mistral: ‘Por hambre de su carne’”, incluido en su libro Diferencias latinoamericanas, señala lo siguiente: …el estatuto de la prosa de Gabriela Mistral es completamente diferente del de los poemas. Las prosas tienen intención expositiva y a menudo toman a los poemas como su tema, y aun cuando no lo hacen, es decir, cuando no son textos críticos, de todos modos son reflexiones sobre objetos, es decir, son ficticios de otra fictividad que los poemas (14). El segundo es obra de Grínor Rojo, quien a pesar de que en la primera página de su extenso libro Dirán que está en la gloria…(Mistral) dice que los “paradigmas” mistralinos que a lo largo de su estudio ha perseguido los encontró “sobre todo en su poesía, aunque también haga referencia a su prosa en oportunidades diversas, casi siempre con el propósito de desmalezar el camino que debiera conducirme al terreno poético” (1997, 9) señala claramente en la tercera página que, luego de su lectura de toda la poesía de la autora y de “buena parte de su prosa”, salió de ese ejercicio “…lleno de una inmensa admiración por la poeta, cuya voz estoy ahora convencido de que debe contarse entre las más excelsas de la lengua, [y] sin una admiración comparable por la prosista, que en una proporción bastante más grande de lo que se suele conceder produce literatura de circunstancia o de encargo…”(11). El tercero pertenece a Susana Münnich, quien en su libro Gabriela Mistral: soberbiamente transgesora emitió un juicio que sorprende por su dureza: Se ha dicho repetidamente que Mistral se adelantó a su época. Estoy completamente de acuerdo en lo que dice relación a su poesía, pero no me parece que ese juicio convenga a su prosa, que es tímida, convencional, prejuiciosa, halagadora, exponente de los lugares comunes de las mujeres cultas de su época (14-5). Estoy en completo desacuerdo con estos tres autores. Primero, con Guzmán, porque pienso que la mejor prosa de Mistral posee el mismo estatuto que el de su poesía, que pertenece al mismo impulso imaginario (no retórico, claro está) de sus versos. Además, la “intención expositiva” que Guzmán le endilga traslada su manida vocación docente y pedagógica –y, por lo tanto, santificadora- a otro ámbito de su ejercicio literario, quedando intacta toda la ideología profesoril que se le atribuye y que ha servido ya por demasiado tiempo para leerla mal. Por otro lado, si su prosa es un conjunto de “reflexiones sobre objetos” y, por lo tanto, posee “otra fictividad” que la de los poemas, ¿qué decir de los que Mistral reunió bajo el título “Materias” en Tala? ¿No es el pan un objeto? ¿O la sal? ¿O el agua? ¿Cuál es la “otra” fictividad de género prosístico? 52 MARCELO PELLEGRINI En segundo lugar, estoy en desacuerdo con Rojo porque su aserto tiñe por reflejo casi toda la producción prosística de la poeta como “de encargo” y “de circunstancia”. Nada hay de malo en que Mistral haya escrito prosa de encargo; en sí misma, ésta no es estilísticamente inferior ni atenta contra el estilo ni contra la presunta “calidad” de un texto. Se trata, ni más ni menos, de una de las maneras que ella tenía de ganarse la vida. Esa actividad, además, tuvo mucho que ver con el mundo intelectual que la influenció, en especial si pensamos en la presencia de José Martí en su obra.4 ¿Y qué pasa con la circunstancia? ¿No es todo poema también, y en primerísimo término, de circunstancia? ¿No alude toda la literatura, a veces de manera oblicua y hasta contradictoria, a esas circunstancias primeras que son las condiciones metaliterarias, culturales, sociales, personales y hasta materiales en las que se origina? Por último, la inoportuna cantidad de adjetivos que Susana Münich le atribuye a la prosa de Mistral revela, por decir lo menos, una muy cuestionable lectura. Lo mejor de la prosa mistraliana no saluda al lugar común, ni es tímida ni convencional. Gabriela Mistral era una mujer culta que, precisamente por haber transgredido muchas normas sociales de su época, no escribió una prosa equivalente a ilustradas conversaciones de café. ¿Por qué disociar tanto un género del otro? ¿Por qué establecer una querella donde no la hay? Como diría Gonzalo Rojas, “prosa” y “versa” son las 4 Sabido es que Mistral consideraba al poeta cubano como “el escritor que es el maestro americano más ostensible de mi obra” (1993, 441), tal como lo señala en la conferencia sobre Martí de 1934. Si hacemos un seguimiento a esta afirmación, podríamos leer a Mistral de una forma a mi juicio más productiva y pensar su prosa como resultado de un aprendizaje que viene del Modernismo, movimiento que definitivamente influyó en ella. Susana Rotker, en su edición de las crónicas de Martí, puede darnos luces respecto de estos posibles cruces e influencias; luego de señalar que la crítica hasta hace poco había ignorado la producción ensayística de Martí y Darío, en particular la que ambos escribieron para periódicos y revistas que les pagaban por sus colaboraciones, Rotker dice que al hacerlo no sólo se ignora una parte importante de la obra de ambos autores, sino el terreno mismo donde se renovó la prosa del idioma. Esto tiene que ver con la idea de la “pureza” del arte poético que comenzó a adoptarse en Hispanoamérica a fines del siglo XIX, que separaba el ejercicio de las “bellas letras” con las de la escritura asalariada (Rotker 1993, 8-9). Se deja de reconocer así, en palabras de la estudiosa, que “… la crónica fue el laboratorio de ensayo del ‘estilo’ –como diría Darío- modernista, el lugar del nacimiento y transformación de la escritura, el espacio de difusión y contagio de una sensibilidad y de una forma de entender lo literario que tiene que ver con la belleza, con la selección consciente del lenguaje, con el trabajo con imágenes sensoriales y símbolos, con la mixtura de lo extranjero y lo propio, de los estilos, de los géneros, de las artes”(9). En Mistral la prosa cumple, con las variantes del caso, el mismo propósito: la construcción de una sensibilidad, de una forma de mirar los objetos y el mundo, un trabajo con el lenguaje –el “estilo”, precisamentedonde no sólo la crónica tiene lugar, sino también el ensayo en sus formas más tradicionales, y ese tipo de poema en prosa que es casi una marca registrada suya: el recado. MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 53 dos serpientes de la imaginación con las que se “escribe el mundo”; hay que dejar que “sibilen” juntas.5 Creo que los equívocos sobre los que estos juicios se basan tienen su origen en el olvido de un hecho fundamental: desde el primer Romanticismo, nacido en Europa a fines del siglo XVIII, la construcción del sujeto poético moderno se fundamenta en una constante interacción entre la poesía y la prosa ensayística; ante un mundo y una episteme en constante movimiento, el canto del poeta lírico necesita de la crítica para explicarse a sí mismo y reflexionar sobre su condición. Es por ello que es erróneo exigirle a la prosa de un poeta el mismo temple –tono o “estatuto”- que su poesía; la “prosa” del mundo requiere de mecanismos verbales distintos a los de la lírica. Ambas pueden convivir sin problema en la obra de un autor; esa convivencia resulta ser, además, una consecuencia de cómo se experimenta lo real: ante un mundo disociado, el sujeto poético también se divide. Muchos de los textos en prosa de Gabriela Mistral muestran precisamente eso, dándole a su obra la modernidad que tantos le han negado. Otra manera, mucho más sutil y hasta oblicua, pero igualmente significativa, en que la prosa mistraliana muestra la modernidad de su autora es señalada por el hecho de que ella deja de lado las actitudes mesiánicas de nuestros fundadores (incluyendo, desde luego, a José Martí), superando así la figura del demiurgo cultural, tan característica entre nosotros los latinoamericanos desde el inicio de la vida independiente de nuestros países.6 5 Cf. “De donde viene uno”, el discurso pronunciado por Rojas antes de una lectura de sus poemas en la Universidad Libre de Berlín en 1988 (1988, 7-17). Ver también su poema “Guardo en casa con llave”, donde “prorsa” y “versa” son “las dos serpientes” que el poeta usa “para escribir el Mundo”, dos ejes del imaginario verbal que constituye su obra (Id., 169-70). 6 Sigo aquí punto por punto la tesis de Miguel Gomes (2001) sobre algunos ensayistas hispanoamericanos del siglo XX, que puede hacerse extensiva sin problemas a la obra en prosa de Mistral. Dice Gomes que autores como Alfonso Reyes, Gabriel Zaid, Rosario Castellanos, José Bianco y Guillermo Cabrera Infante “…han optado por una presentación moderada y discreta de sí mismos” (443), abandonando así uno de los “fantasmas” de nuestra literatura, a saber, “…la del heroísmo intelectual, [que a veces roza] lo profético y lo francamente mesiánico” (442). La forma que tienen esos autores y autoras de ser modernos y de pertenecer a su tiempo –Octavio Paz los llamaría “hombres en su siglo”- no les es dada por el protagonismo público del estadista o del educador, sino por la exploración de zonas más ocultas de la convivencia cultural del continente, incluso, como dice Gomes, si éstas pertenecen “…a la esfera de lo nacional o lo político” (443). En el caso específico de Mistral, aunque varias veces tildada como la “maestra” americana por excelencia (con un tono más de elogio a algo que por lo general los hispanoamericanos asociamos con ese amplio espectro que puede llegar a ser para nosotros “lo femenino”, y a pesar de su labor diplomática que ejerció durante décadas, tenemos a una viajera que no alardea sobre sus desplazamientos, y que se permite, al hablar, por ejemplo, de Michoacán, mencionar los elementos que hacen de ese estado mexicano 54 MARCELO PELLEGRINI Las consideraciones sobre la “falta” de modernidad de la prosa mistraliana (sustrato, en mi opinión, de las críticas de Guzmán, Rojo y Münnich) me hacen pensar que exégetas como ellos echan de menos en ese género el rigor imaginativo que la autora muestra en su poesía. En otras palabras, la encuentran mala y aburrida. Si es efectivamente así, quiere decir que se han olvidado de las enseñanzas del viejo (aunque no rancio) estructuralismo. Si tuvieran en mente a Lévi-Strauss, en específico su ensayo “Religiones comparadas de los pueblos sin escritura” (2004, 62-8), estaríamos en un terreno distinto, discutiendo quizás sobre otras cosas. El antropólogo francés señala en ese texto que, para el estudio apropiado de los mitos, en vez de “emprender comparaciones apresuradas”, hay que regirse por un método muy estricto que se compone de tres reglas. Me interesa anotar la primera: “Un mito no debe ser jamás interpretado en un solo nivel. No existe explicación privilegiada, pues todo mito consiste en un establecimiento de relación entre varios niveles de explicación” (66, subrayado en el original). Si reemplazamos la palabra “mito” por “prosa”, tenemos una muy útil analogía: para estudiar apropiadamente la prosa de Mistral, conviene no emitir juicios apresurados, sino interpretarla a partir del establecimiento de relaciones entre los varios niveles de su amplia labor intelectual, partiendo, desde luego, por su poesía. Eso es, precisamente, lo que han olvidado hacer críticos como Guzmán, Rojo y Münnich. Sigamos con Lévi-Strauss y tomemos en serio las palabras extraídas de Tristes trópicos que utilizo al comienzo de este artículo a modo de epígrafe para elaborar una teoría respecto del despiste interpretativo que hemos venido notando cuando se trata de las relaciones entre poesía y prosa; reflexionemos acerca del “tropicalismo”, del “trópico” y de lo “tropical”, vocablos sobre los que la autora hizo una verdadera semiótica y que tienen directa relación con la metáfora del viaje. Pensemos, como el antropólogo francés, que los trópicos no son exóticos, sino pasados de moda. Mistral, que de haber leído a Lévi-Strauss hubiera captado muy bien la ironía que hay en ese aserto, tiene al parecer, de acuerdo a los estudiosos mencionados, su propio tropicalismo genológico: su prosa, el elemento extraño a su obra, no tanto exótica como pasada de moda (tímida, convencional, prejuiciosa, etc.). Prosa tropical: ejercicio de exotismo de día domingo (no por nada dice Lévi-Strauss al inicio del capítulo doce de Tristes trópicos que “…en São Paulo, los domingos podían dedicarse a la etnografía…”), mirada poco profunda sobre el tema tratado, o sobre la realidad que mira y retrata, textos “de encargo”, poco rigurosos, ficticios “de otra fictividad que los poemas”. ¿Cómo respondió a eso la autora, incluso antes de que esas críticas fueran formuladas? uno de sus sitios preferidos: la artesanía, el café, la ruralidad, etc. (1979, 169-72). Mistral no se priva de hablar ni de la ternura de los michoacanos ni de la fuerza de su imaginación. Ella observa los detalles aparentemente menores del lugar que refiere, superando de esa forma la pesada carga de los letrados, esos “demiurgos culturales”. MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 55 De manera muy elocuente, y precisamente en prosa. Lo hizo, por ejemplo, en un texto titulado “Palabras que hemos manchado: tropicalismo”, donde dice: Esta expresión tiene para los perezosos la ventaja de su brevedad; dicen tropicalismo y se evitan una larga crítica. Para los devotos de Taine, es cosa irrevocable: naturaleza exuberante y esplendorosa, verbo excesivo. […] ¿Qué es lo que llaman, pues, tropicalismo? No es una característica verbal de los climas ardientes, sino una expresión de barbarie artística, de literaturas en formación. Es tropical todo ensayista, de prosa o verso; todo escritor de cultura no cuajada todavía, y lo es, por fin, el hombre que tiene desorden mental, que no define ni ordena, y que escribe precipitadamente, sin honradez (1978, 167). Sorprenderá a más de alguno saber que estas palabras fueron escritas en 1922, mismo año, como hemos de recordar, de Desolación. Una joven Mistral estaba ya reflexionando sobre este tema, dando a conocer su temprana pasión americanista, que le lleva a mencionar en escasas dos páginas a los más diversos escritores del continente, todos ellos de las zonas tropicales, y que producían no una obra de tórrida abundancia, sino “…un verso y una prosa mesurados, reducidos como las cabezas próceres en las medallas pequeñas” (Ibid); para quedarnos sólo con los mexicanos, la poeta nombra a autores de la talla de Alfonso Reyes, Ramón López Velarde y José Juan Tablada. Su argumento se ve ratificado ocho años después, en un ensayo igualmente breve que se titula “Destino tropical de la América del Sur”, donde señala lo siguiente: El destino tropical de la América del Sur resulta demasiado visible a los grados que van del Cabo San Roque hasta la península de Tumbes, y que corresponden a la mayor anchura del Continente. Hacia la zona templada austral, nuestra tierra se adelgaza rotundamente; en la zona templada boreal no entra. Lo que actualmente consideramos zona templada del Sur es un hecho temporal; el definitivo es el geográfico: el trópico hace nuestra tónica; somos, por excelencia, la tierra caliente. Mayor dominación tropical no se ve sino en el Africa. Pero seguiremos muchos siglos todavía royendo y aprovechando únicamente el festón marítimo del Continente, viviendo, pobre, a la puerta del hogar de fuego de la Amazonia (Id., 166). Si el “hecho definitivo” es el geográfico, estamos entonces en presencia del viaje: para hablar de la geografía americana con propiedad, tal como lo hace la autora, es condición haberse desplazado por ella, así sólo sea con los ojos, como cuando alguien mira un mapa en detalle. Bien sabemos, sin embargo, que los viajes americanos (y americanistas) de la poeta comenzaron en 1922, cuando va por primera vez a México, invitada por el ministro Vasconcelos para colaborar 56 MARCELO PELLEGRINI en la reforma educacional de ese país. No volverá a pisar tierra chilena sino en dos ocasiones, primero en 1938 y luego en 1954, para luego morir, el año 1957, en Nueva York. Los viajes, así, marcarán su vida y su escritura. En 1934, dicta una conferencia en La Habana sobre José Martí, donde vuelve sobre el tema del tropicalismo: Hay una inquina especial de las tierras frías contra el Trópico que pudiese ser la del sietemesino contra el niño de nueve meses. Una de las manifestaciones de ella se nota en lo peyorativo de los vocablos “tropicalismo” y “tropical” cuando los usa la crítica literaria […]. No hay razón para que un autor tropical haya de ser necesariamente malo sin más razón que la del termómetro (1993, 436). Un largo texto llamado “Elogio de la isla de Puerto Rico” pone al Trópico no sólo como la morada de la luz, sino también del pensamiento. Al señalar las “catorce cosas” que ella ama de ese país, cosas que, si no vuelve más a la isla, quiere “que me cuenten y me recuenten”, menciona, en tercer lugar “la atmósfera”, que describe de la siguiente manera: “La atmósfera se dice la tercera. El cielo tropical es absoluto, de un absoluto teológico, y de lo que he visto yo en este mundo nada convida como este cielo tropical a pensar, a querer y hacer las cosas en el orden de perfección, de este cielo que agota el azul posible” (1983, 115).7 Luego de estos múltiples ejemplos, no podemos más que concluir que para Mistral el Trópico es la medida de lo bello y fuente de rigor en el pensamiento; una especie de encarnación de su ideario intelectual: limpidez, claridad, expresión rotunda. El Trópico es, en sí mismo, una metáfora: el lugar adonde el viajero (o al menos donde esta particular viajera) siempre quiere ir, el lugar de los lugares. Todos los otros destinos se definirán por su cercanía o su lejanía con el Trópico. El Trópico es en la prosa de Mistral lo que el Valle de Elqui en su poesía: la matriz a la que siempre se retorna. El Trópico: morada itinerante de la viajera. A partir de ahí podemos pasar, naturalmente, al concepto mismo de viaje. 7 Recordemos lo que dice Juan Eduardo Cirlot respecto a la simbología de los números: el catorce es “…el número de la organización, también de la justicia y de la templanza” (331). Los catorce elementos que ella menciona respecto de la isla son, entonces, los que organizan justicieramente, a ojos de la escritora, el mundo imaginario ligado a ese párrafo del planeta. Tengamos en cuenta también que la atmósfera es el tercero de esos elementos; el número tres simboliza la “síntesis espiritual”, siendo así “…fórmula de cada uno de los mundos creados” (Id., 329). Si consideramos que el cielo tropical que crea esa atmósfera posee el hálito de la perfección, tenemos, acuñado para nuestro uso, un símbolo a todas luces productivo. MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 57 ¿Cuál es, para Mistral, la (po)ética del viajero? Sus reflexiones al respecto se encuentran repartidas en numerosos ensayos. Me detendré fundamentalmente en “Viajar”, texto donde aboga por un desplazamiento que constituya acontecimiento y no mero trámite: Antes el viaje constituía suceso, dividía la vida en dos partes, como el matrimonio; ahora va volviéndose ejercicio vulgar como el baño. Un Lunes (sic) se desayunará en Copenhague y el miércoles se estará mirando ese magnífico perfil de affiche de la Libertad en New York. La facilidad de los transportes mató lo heroico del viaje, el heroico a lo Godofredo de Bouillon, reduciéndolo a la gestión sin énfasis de American Express (1978, 17). Ese heroísmo del viaje se encuentra muy alejado de las grandes hazañas; tiene, más bien, una íntima relación con el ejercicio de la mirada: “Viajan algunos ya con displicencia; en el ojo sin avidez, en la llegada a Niza como al patio de su casa, se reconoce que ése tiene ya volteada la bolsa de maravillas del caminar y querrá ya otra cosa, por ejemplo, los circos sin vientos de la luna” (Ibid). La mirada, también, es atención y concentración, en un gesto de profundo respeto al paisaje que se visita: “Pero lástima sobre todo del desatento, de la humana maleta de viaje que no recibe sino los choques de las estaciones y la marca de los hoteles. ¿Por qué éstos no ceden el boleto y se quedan?” (Id., 18, subrayado en el original). El viaje es también ejercicio de amor y hasta de un erotismo que exalta todos los sentidos: “Marco dos períodos interesantes en el amor del viaje; el trimestre inicial del viaje primero y el paso del viaje-sport hacia el viaje-pasión. Aquél que tiene todavía el aliento ascendente de un poema comenzado con plenitud de los sentidos: éste es el corazón mismo del poema, grave de enjundia” (Ibid.). El aliento ascendente de un poema. Así como en “Pan”, uno de los poemas emblemáticos de Tala, el “vaho” del alimento, ese “niño de cinco años”, asciende y se reparte por toda la casa donde sucede la escena del reencuentro, el amor del viaje es análogo en su subida. En Mistral el desplazamiento parece obedecer constantemente a un impulso hacia arriba; las metáforas de ascenso, el “aupamiento” físico y metafísico, gobiernan su imaginario. No es casual, así, que al comienzo de “Elogio de la isla de Puerto Rico” la poeta diga que iba “mascullando en el aeroplano” las cosas que quería recordar de ese país, las que incluso desea recordar después de muerta, porque “…entre el cielo fino y la tierra gruesa, yo bajaré a verle a mi Puerto Rico, en ese vagabundeo arrastrado de niebla de las cinco de la mañana, que hacen los muertos” (1983, 111). La mirada desde la altura estimula el pensamiento amoroso, y es la que, como en el fragmento del poema de Elizabeth Bishop puesto aquí como 58 MARCELO PELLEGRINI epígrafe, da al viaje el carácter de una exploración de la forma, que es, precisamente, en lo que se “voltea” la geografía.8 Todo lo dicho en el párrafo anterior cobra un sentido mucho más complejo si leemos lo que Mistral dijo acerca del misticismo del viaje. Ya se sabe: el místico es el que vuela “tan alto, tan alto” (San Juan de la Cruz dixit) al encuentro con ese otro que ya vive en él; ir hacia arriba es su destino preciado. Dice Mistral: ¿Existe un místico del viaje? Para mí el místico es el que a cada hora saborea el cielo como de nuevo. Santa Teresa va de un éxtasis al otro como un sembrador por diversas calidades de suelo fértil. No se fatiga porque sigue hincándose en la experiencia como en un fruto que tuviese capa a capa sabores diferentes. El místico del viaje ha tomado la tierra por cielo. Entiende de calidades del aire, hace jerarquías de paisajes con la tierra de llanura, la de montaña y la de colinas; ha aprendido a atisbar semblantes y tiene no sé qué goce de bibliófilo, con la diferencia sobrenatural de la cara de los hombres (Id., 19). De la mística volvemos a la ética. El viajero debe amar el detalle, preferir las ciudades pequeñas a las grandes metrópolis,9 y cultivar la modestia y la depuración de sí mismo: Escuela de humildades es el viaje. Desembarcar sin abrazos, ser en el hotel una cifra como en el presidio; transformarse en dato de pasaporte para una alcaldía y no tener nostalgias de individualizaciones ni de privilegio local, resulta a la larga más útil para perder la vanidad que una lectura de Marco Aurelio. […] Pero el viaje debería ser, mejor, la entrega al azar, una religiosa dación al destino de dorso vuelto. Que, como las islas de Ulises, salta de pronto ante nuestros ojos 8 Incidentemente, el poema “Pleasure Seas” de Bishop hace referencia a Key West, en la parte de la península de la Florida que da al mar Caribe, donde la poeta estadounidense vivió por algunos periodos de su vida. Para explorar con más detalle la reflexión de Mistral sobre los desplazamientos aéreos, ver su texto “Un vuelo sobre las Antillas”, donde relata el viaje de despedida de la isla de Puerto Rico desde la perspectiva del avión en el que es una pasajera. Dice Mistral: “Ahora es el Caribe absoluto, el mar con nombre salvaje de indio salvaje y que en torno de Puerto Rico apenas tiene oleajes, abrumado de calor como la gente antillana, perezoso para levantar marejada, pero bello siempre de azul legítimo” (1978, 29). 9 Cf. el texto en prosa “Elogio de los países pequeños”, donde Mistral dice lo siguiente: “Pequeños países que tienen la modestia como aire natural y no son cogidos por la injuria fea y fácil de la dominación. A dominar a otro prefieren depurarse a sí mismos” (1978, 283). MONÓLOGOS EN TERCERA PERSONA: GABRIELA MISTRAL Y SU PROSA DE VIAJE 59 el objeto providencial del viaje, que no sospechábamos, y que lo adoptemos, sea eso, para el inmigrante, lote en Entre Ríos o, para el joven, pasión de la Victoria de Samotracia en el Louvre (Id., 19-20). Entrega a lo desconocido, “dación al destino”, despojo, desasimiento. El viajero ha de mirar los detalles y no ha de jugar a ser el héroe de su propia gesta. Pero Mistral no se queda ahí, porque todo esto también involucra un aprendizaje; y una de las cosas que el viajero debe aprender primero es el idioma de los países que visita y ve, tal y como lo dice en “La aventura de la lengua”, conferencia dictada en la Universidad de California (Los Angeles) el año 1947: “El aprendizaje de un idioma fue siempre una aventura fascinante, el mejor de todos los viajes y el llamado más leve y más penetrante que hacemos a las puertas ajenas en busca, no de mesa ni lecho, sino de coloquio, de diálogo entrañable” (1992, 111, subrayado mío). Si aprender una lengua –otra metáfora del viaje- es llamar a las puertas ajenas y buscar diálogo entrañable, viajar es, entonces, el ejercicio solidario por excelencia. “Estemos juntos los reencontrados” dice la poeta en “Pan”, y su prosa confirma, por medio de la metáfora del viaje, ese lema que es también un deseo. Viajar es un aprendizaje de países y personas, de idiomas y costumbres. Pero si nuestra autora hace suyos los elementos de los nuevos ambientes que habita, digamos que en ese proceso ella reaprende y reaprehende sus antiguos saberes, renovándolos en el proceso. Tal como en Desolación ella recupera la imagen de los suicidas amorosos, en Ternura la musicalidad de las rondas infantiles, la figura de su madre en Tala, su identidad decididamente americana en Lagar, y su pertenencia a la geografía de su país en Poema de Chile, en su prosa Mistral se apodera nuevamente la fibra íntima del diálogo con los demás con tal de construir un entrañable espacio solidario. Porque en sus reflexiones sobre el otro y los otros, la poeta elabora un monólogo que siempre habla de “él” y “ellos”. Un monólogo dialógico, podríamos decir (valga la paradoja) que tiene una inquebrantable voluntad de presencia. BIBLIOGRAFÍA Bishop, Elizabeth. The complete poems,1927-1979. New York: Farrar, Straus and Giroux, 1979. Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. 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