EL GENOCIDIO APRISTA DE CAYARA

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EL GENOCIDIO APRISTA DE CAYARA
He aquí, el genocida José valdivia Dueñas:
La mano negra del Doc en Cayara (V)
Miércoles,
19/12/2007
Fujimori citó esa masacre en el tribunal olvidando que su asesor empantanó
las investigaciones
Sus vínculos con los narcotraficantes colombianos era apenas el primer peldaño en la
siniestra carrera de Vladimiro Montesinos quien en 1988 logra acercarse a los mandos
militares por la masacre de Cayara, como un abogado furtivo que pone en marcha su
siniestro estilo de desaparecer testigos incómodos, lo que sería rutina en el fujimorato.
Fiscal Carlos Escobar
El fiscal Carlos Escobar, que se encargó del caso los primeros días hasta que lo sacaron
por preguntar demasiado declararía años más tarde: no solo recomendó mi salida sino
que además pienso que los testigos del Caso Cayara fueron asesinados por socios de
Montesinos.
Esta es la historia del Doc y el caso Cayara.
Emboscada terrorista
En la noche del 13 de mayo de 1988, un convoy de dos camiones Unimog del Ejército
pasa por el apacible pueblo de Cayara y ,dos kilómetros después, en el paraje
denominado Erusco, una carga explosiva enterrada en el camino detona volando a uno
de los vehículos.
Los senderistas emboscados abren fuego desatando una infernal balacera. Los militares
logran rechazarlos pero las pérdidas son dolorosas. Cuatro muertos y 15 heridos. Los
terrucos cargan a sus heridos o muertos y, de acuerdo a su táctica, se hacen humo.
De acuerdo al testimonio de los comuneros de Cayara, en esos momentos se realizaba
una fiesta patronal pero al oír las detonaciones y la balacera, mucha gente huyó del
lugar hacia otros poblados o a la puna por temor a las represalias, tal como ya había
ocurrido en abril de 1986, cuando luego de un enfrentamiento se produjeron
violaciones, asesinatos e incendios.
Infierno en la puna
En la mañana del 14 de mayo, diez patrullas del Ejército procedentes de Ayacucho,
Pampa Cangallo y Huancapi llegan en helicópteros, camiones y caballos a Cayara.
Oficiales y subalternos enfurecidos querían cobrar venganza pero los senderistas había
huido.
Los pobladores
denuncian que los militares asesinaron al primer poblador que se cruzó en su camino.
Los oficiales lejos de calmarlos los azuzaban con gritos. Los uniformados ingresaron a
la Iglesia, donde mataron a 5 personas que se encontraban desarmando un tabladillo.
Luego reunieron a toda la población y asesinaron con armas blancas entre 28 y 31
hombres en presencia de las mujeres y niños, para luego enterrarlos en un lugar cercano.
El 18 de mayo de 1988 se instaló una base militar en Cayara y el general de brigada del
Ejército, José Valdivia Dueñas, jefe político militar de Ayacucho y jefe de la Subzona
de Seguridad del Centro del Ejército, leyó ante la población una lista de nombres de
pobladores de Cayara, acusándolos como supuestos subversivos.
Ese mismo día se detuvo a 7 personas, de las cuales 3 permanecieron detenidas: Jovita
García Suárez con siete meses de embarazo, Samuel García Palomino y Alejandro
Echaccaya (ó Ichihuaya). El 10 de agosto , como veremos más adelante, se encontró los
restos en el paraje de Pucutuccasa, a cuatro horas de Cayara.
Solo se pudo exhumar el cadáver de Jovita García. La autopsia revela ausencia de un
ojo y de la nariz, fractura a nivel del tabique, maxilar inferior fracturado, herida en el
pectoral izquierdo, fractura de las costillas izquierdas, brazo izquierdo con fracturas,
cabeza destrozada con ausencia del cráneo y masa encefálica y en el corazón la aurícula
y el ventrículo reventados.
Matanza de testigos
El 29 de junio una patrulla secuestró en Cayara a Guzmán Bautista, Gregorio Ipurre
Ramos, Humberto Ipurre, Benigna Palomino de Ipurre y Catalina Ramos Palomino.
Los dos primeros fueron testigos de la masacre del
14 de mayo y los tres últimos sus familiares. Los pobladores declaran haber visto como
fueron subidos a camiones militares y llevados con rumbo a Huancapi. Nunca más se
supo de ellos.
A las 5 de la tarde del 14 de diciembre de 1988, unos encapuchados detuvieron el
camión donde viajaban el alcalde Justiniano Tinco García y la secretaria de Cayara,
Fernandina Palomino Quispe.
Los asesinos ordenaron detener el vehículo y a los pasajeros a identificarse. Luego de
torturar a los dos pobladores, les cortaron el cuerpo y dispararon. También asesinaron al
chofer del vehículo atándolo a la parte baja del camión y estallando una granada. Los
demás pasajeros fueron obligados a irse a pie, bajo amenaza de muerte.
A las 3 de la madrugada del 8 de septiembre de 1989, fue asesinado uno de los últimos
testigos de la matanza de Cayara, la enfermera Martha Crisóstomo García. Ocho
hombres uniformados y encapuchados allanaron su domicilio en el Barrio San Juan
Bautista, en Ayacucho, a donde se había trasladado por temor a represalias, y la
acribillaron a balazos.
Desaparecieron los cadáveres
Entre el 17 y 19 de mayo de 1988 se presentaron las primeras denuncias al fiscal
superior comisionado, Carlos Escobar Pineda, sobre la muerte de unas 50 personas en
Cayara. La Fiscalía de la Nación, mediante télex, le ordenó que se encargue de la
investigación.
Escobar se apresuró en tomar la declaración de 40
pobladores. El 21 de mayo encabezó una inspección ocular en el pueblo constatando los
destrozos y saqueos en las viviendas.
Ordenó la exhumación de los cadáveres, lo que se realizó entre el 21 y 30 de mayo sin
hallar ningún cuerpo, pero sí fosas con huellas de sangre y olor fétido. Los restos habían
sido retirados para no dejar huellas.
El 10 de agosto se hallaron los cuerpos de Jovita García, Samuel García Palominoy de
Alejandro Echeccaya, identificados por los familiares. Debido a la falta de apoyo de los
efectivos militares sólo se retiró el cadáver de la primera, así como dos manos, la planta
de un pie y diversos objetos con huellas de sangre.
A los 9 días Escobar retornó para exhumar los otros cadáveres y se dio con la sorpresa
de que se los habían llevado. Se tomaron restos de cabellos humanos así como de un
pedazo de piel humana. Los exámenes demostraron que los restos hallados y la sangre
correspondían a seres humanos.
Acusa al general Valdivia
El 13 de octubre de 1988, el fiscal Carlos Escobar emitió su informe final por orden del
fiscal de la Nación, el cual concluyó que:
"... existen
elementos suficientes para poder formalizar una denuncia... por la comisión de los
delitos de: homicidio con gran crueldad..., en detrimento de Jovita García Suárez; de
homicidio, ...; contra la libertad individual, ..., en detrimento de todos y cada uno de los
que se indican como muertos en calidad de desaparecidos, incluyéndose los que se
indican como muertos en Cayara y Ccechua, hasta que aparezcan sus cadáveres y se
pueda ampliar la denuncia por delito de homicidio; de robo, ...; de daños, ...; contra la
administración de justicia, ..., y, presumiéndose la responsabilidad del jefe del
Comando Político Militar de la SZSNC-5 de Ayacucho, general E.P. José Valdivia
Dueñas, ellos al amparo de lo dispuesto por el artículo 100 del Código Penal, ..., toda
vez que los hechos dejan entrever la comisión de un delito continuado que se iniciaría
el día 14 de mayo de 1988 y concluiría entre el 20 y 21 del acotado mes y año con la
muerte de los tres
comuneros en
Pucutuccasa, delito en el cual han intervenido autores materiales que han ejecutado
una orden y autores intelectuales que intencionalmente han inducido a otros a
cometerlos; este Ministerio concluye además que existen elementos suficientes para
denunciar al acotado General como presunto responsable; general que en el curso de
la correspondiente instrucción a abrirse deberá sindicar e identificar a quienes
ejecutaron sus órdenes en la comisión de los delitos citados".
El "infaltable" Doc
Montesinos entra al caso
Las acusaciones de Escobar había terminado por desesperar al general Valdivia quien
terminó aceptando la ayuda que le ofrecía el expulsado ex capitán EP Vladimiro
Montesinos, quien estaba impedido de ingresar a cualquier establecimiento castrense.
Esta parte de la trama montada es revelada por el general EP, Jaime Salinas Sedó, el
mismo que tres años después (13 de noviembre de 1992) encabezaría el golpe
institucional contra Montesinos y Fujimori, por lo que fue torturado y encarcelado, en
otra historia larga que demuestra cómo el Doc retribuía los favores.
Salinas Sedó
Este es el testimonio de Salinas Sedó:
“Fue mi alumno. Lo recuerdo como un joven muy tranquilo, flaco, esmirriado. Lo vi
como uno más en la escuela. Sabía de los problemas que había tenido en el Ejército y
como estaba como jefe de la II Región Militar, mi segundo era el general José Valdivia,
a quien se le había involucrado en el caso Cayara. El me pidió que por favor recibiera
a Montesinos que era su abogado.
Yo le dije: “Tu sabes que Montesinos está prohibido de ingresar a los cuarteles. Pero
voy a hacer una excepción por ti y por la imagen del Ejército.
Valdivia no solo llegó con Montesinos. También vino con el fiscal Hugo Denegri. Ellos
explicaron su plan de defensa ante las acusaciones. La verdad que con los antecedentes
de Montesinos era consciente que se le iba a hacer mucho daño a las Fuerzas Armadas.
Y no me equivoqué".
La salida de Escobar
A los cuatro días de presentar su informe de la masacre de Cayara, responsabilizando al
general Valdivia, el fiscal Escobar fue blanco de la “estrategia “ demolición de
Montesinos que, apoyado por los altos mandos militares temerosos del escándalo, le
daban carta libre.
La primera medida fue cerrar la oficina para la investigación de
desaparecidos, a cargo de Escobar y prohibírsele regresar a Ayacucho por orden
expresa del Fiscal de la Nación, Hugo Denegri, el amiguísimo del Doc. Se informó a la
opinión pública que la medida se tomaba por “falta de recursos”.
Se ordenó una investigación ampliatoria a cargo del fiscal provincial Jesús Granda,
quien llamó a a declarar a los aterrados pobladores de Cayara en cuarteles militares y,
como era obvio, logró que se retractaran de sus denuncias.
El 24 de noviembre de 1988 Granda concluyó con una resolución que disponía archivar
provisionalmente la denuncia. Pero faltaba mucho pan por rebanar y el Doc alistaba sus
peores armas para el que se cruzara en su camino.
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