Position Paper - Profesora Karina Doña

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SEMINARIO Nº 13: CONFLICTO ARMADO Y MUJER
POSITION PAPER
PROF. KARINA DOÑA1
Todo conflicto armado afecta siempre a la población civil; y los conflictos armados
contemporáneos no escapan a esa condición. Claro que las consecuencias que éstos
generan no impactan de la misma manera a los hombres y a las mujeres, ni en sus
condiciones de víctimas ni de victimarios; ni como ganadores ni perdedores de batallas
y enfrentamientos.
En realidad, la diferenciación sexual entre hombres y mujeres no ha tenido nunca igual
significado para ambos, ni a través de la historia ni en las distintas culturas. Desde los
hechos biológicos (como engendrar un hijo) hasta los hechos culturales (como el
acceso a la educación y al empleo), todos ellos han sido interpretados de manera
distinta para hombres y mujeres; porque no ha dado lo mismo, la diferencia sexual ha
sido valorada y significada de una manera distinta según el sexo de las personas.
Los roles de género, esto es, la construcción social, histórica y cultural de la identidad
sexual, que determina nuestra posición dentro de un contexto social determinado, si
bien pueden presentar algunas variaciones de una cultura a otra; éstos se han
traducido –sin excepción- en una relación jerárquica unilateral de los hombres hacia las
mujeres.
Así ha sido a lo largo de la historia y así se ha manifestado en todas las culturas. El
acceso desigual a los recursos de poder (dinero, tierras, riqueza, educación, cultura,
empleo, etc) ha sido la piedra angular en la comprensión de la relación entre hombres y
mujeres y fuente generadora de la relación jerárquica unilateral que ha existido, donde
ha prevalecido la dominación masculina, mientras que lo femenino ha quedado en un
segundo plano.
La incorporación de la perspectiva de género a la comprensión de la realidad social ha
permitido identificar este hecho particular, analizarlo, estudiarlo y comprenderlo, y al
mismo tiempo, elaborar propuestas y generar medidas apropiadas para corregir las
desigualdades por género.
En el caso de los conflictos armados, la incorporación de la perspectiva de género ha
permitido entender cómo hombres y mujeres viven y experimentan las situaciones de
conflicto en sus distintas posiciones: como víctimas, como participantes directos del
conflicto, o como decidores políticos de éste.
En los conflictos armados, la situación para los hombres y mujeres no se ha vivido de la
misma manera. En el caso de las mujeres, se ha constatado que éstas han adquirido
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Académica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile. Becaria CONICYT del Programa de
Capital Humano Avanzado. PhD © en Estudios Americanos, de la USACH, con Tesis sobre “Incorporación de
Mujeres en las Fuerzas Armadas Chilenas”
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en mayor medida la condición de víctima. Esta condición, a mi juicio, no es casual,
sino que ha sido concordante a su rol de género. Excluida mayormente de las
posiciones de poder y proceso de toma de decisiones (en la sociedad y en la familia) e
imposibilitada de participar en las fuerzas armadas, por años las mujeres vivieron los
conflictos armados en el único rol que les estaba previsto: el de víctimas. Esta
situación, que respecto a las de los hombres (quienes si detentaron posiciones de
poder y participaron en las fuerzas armadas) ha sido desigual, las ha confinado al
abandono, al maltrato y abuso, a la desprotección, al olvido, al desplazamiento, y a la
marginalidad.
La situación de víctima en un escenario de conflicto tiene al menos dos dimensiones:
se es víctima porque no se tiene participación directa en el conflicto (no toma
decisiones o no pertenece a los grupos armados que se enfrentan), o porque se es
objeto de sus consecuencias y efectos. Ambas dimensiones son representadas por las
miles de mujeres víctimas de la guerra, en cualquiera de sus formas.
Como integrantes de las fuerzas armadas, la situación no ha sido muy distinta. Otrora
organizaciones eminentemente masculinas (Segal y Hansen,1992; Nantais y Lee,
1999; Kuzovchikova; 2006), las fuerzas armadas han visto cómo lenta, pero
progresivamente, las mujeres se les han ido incorporando. Si bien es cierto, hay
antecedentes remotos respecto a la participación de mujeres en las instituciones
castrenses, el proceso de feminización propiamente tal, es de reciente fecha.
La incorporación de mujeres, de manera institucional, legal, formal y sistemática no
tiene mucho tiempo; menos tiempo tiene el proceso de incorporación en igualdad de
condiciones con los hombres; y menos aun, el de acceso a las posiciones de decisión
al interior de las organizaciones militares.
Por tanto, ver a las mujeres como “participantes directas” en el conflicto armado es una
experiencia apenas reciente. Algunos estudios han registrado la participación de las
mujeres en la Guerra del Golfo Pérsico de comienzo de la década de los noventa, ya
sea en posiciones de apoyo al combate así como también frente las primeras
experiencias de POW (Prisioner of War); en la reciente Guerra contra Irak donde se
difundieron las imágenes de Abu Ghraib y más recientemente con la participación de
mujeres en las PKO.
Salvo estos antecedentes, abunda la literatura especializada referida a abusos
sexuales en los colegios de guerra, en el entrenamiento, sobre los efectos de las
mujeres en la cohesión de los equipos militares, las razones esgrimidas para excluirlas
del combate, y un largo etcétera que hace prevalecer la idea de las mujeres como un
caso de estudio distinto al de los militares, hecho que revela una situación de
desigualdad entre hombres y mujeres militares.
No obstante ello, las mujeres siguen incorporándose a las fuerzas armadas, impulsadas
por diversas razones (Segal y Hanse, 1992:296), algunas de las cuales van desde la
situación de defensa nacional específica de los Estados, la necesidad reclutamiento de
personal y disponibilidad de mano de obra, la promulgación de leyes que promueven y
abren puestos militares para ellas, la propia política militar de los gobiernos, el cambio en
las normas sociales y valores culturales de las sociedades hasta el comportamiento
individual de las mujeres que aspiran a ser parte de estas instituciones.
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En los puestos de decisión política, la situación tampoco es diferente. El escaso de
número de mujeres en puestos de decisión política ya sea como Jefas de Estado o en
Organismos Internacionales, pone de relieve la exclusión femenina en las decisiones
que llevan a los Estados a iniciar actividades de conflicto armado.
En síntesis, las mujeres en términos generales no participan del proceso de toma de
decisiones que mueve a los Estados a involucrarse en actividades de conflicto armado
ni tampoco son parte de los grupos militares que aquí se enfrentan; ya sea porque son
excluidas de las posiciones de combate directo o porque su presencia en las fuerzas
armadas es escasa.
La necesidad de seguir incorporando la perspectiva de género a las situaciones de
conflicto armado se traduce en la posibilidad de identificar las situaciones de
desigualdad que persisten entre hombres y mujeres, analizar sus causas y adoptar
medidas para corregirlas; lo que hace que este tema tenga plena vigencia.
El escenario que muestra el conflicto armado nos revela aun las grandes
desigualdades de género que allí persisten, puesto que la presencia de las mujeres se
sigue concentrando mayormente en la posición de víctima, con escasa participación en
las posiciones de poder político y en las fuerzas armadas; no es de extrañar entonces
que respecto a la resolución del conflicto, su situación sea de completa marginalidad.
Bajo este análisis es que quisiera responder las preguntas que se han planteado para
este seminario, algunas reagrupadas, de modo de ir asentando una posición respecto
al Tema CONFLICTO ARMADO Y MUJER.
¿Cuál es el impacto de los conflictos armados actuales en hombres y mujeres, considerando los
roles de género que ambos ocupan? y ¿cuál es la vinculación entre los conceptos de
masculinidad y femineidad imperantes y la evolución y posible resolución de un conflicto dado?
¿Cuál es el impacto que podría generar una mayor participación de mujeres en operaciones de
paz?
Tal como se mencionó anteriormente, el impacto de los conflictos armados se presenta
de distintas formas para los hombres y las mujeres. El que las mujeres no participen
en los procesos de toma de decisiones y no estén integradas en gran número a las
fuerzas armadas, hace que su real participación en los conflictos se limite a la posición
de víctima.
En esta posición, difícilmente puede participar de los procesos de resolución de
conflictos, de desarme, desmovilización y reintegración.
En casos en que las mujeres han tenido una participación importante en conflictos
internos, como el caso de Eritrea a comienzos de los noventa, ellas también han sido
parte de la solución (Campbell,Patricia; 2005).
Algunos ejemplos que pueden mencionarse (Heyser, Noelleen: 2003) para señalar el trato
“diferenciador” hacia las mujeres en los programas referidos a los procesos posconflicto
es que muchos de ellos han olvidado la situación de las niñas y mujeres que han sido
secuestradas y convertidas en esclavas sexuales y los consabidos problemas de salud
reproductiva, embarazo forzado y abortos realizados, o el de las mujeres que estando en
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puestos de servicios (como cocina y enfermería) no han sido consideradas en los
subsidios de reparación por no estar en posiciones de combate; o la construcción de los
campos de desmovilización que no son diseñados considerando las necesidades
específicas de ex combatientes femeninas y de mujeres que acompañan a los ex
combatientes, tal como proveer seguridad contra la violencia sexual, apoyo sanitario,
facilidades de baño, cuidado a la salud (incluida cuidado a la salud reproductiva), cuidado
infantil y apoyo sico-social con especial atención al desorden y stress postraumático.
Por tanto, una mayor participación de mujeres en posiciones de poder y en los grupos
militares que participan en actividades armadas (ya sea bélicas o de PKO), contribuye, a
mi juicio, a mejorar la situación de las mujeres en condiciones de víctima y sin lugar a
dudas, a la resolución del conflicto.
¿De qué forma afecta esto a la formación que requiere el personal de las Fuerzas Armadas?
El personal de las fuerzas armadas en Chile, así como los profesionales de otras áreas,
ha sido formado por mucho tiempo con una perspectiva androcéntrica, es decir,
considerando sólo la perspectiva de análisis masculina en el diseño de sus programas
y contenidos.
Así como en la Psicología, la Medicina, la Pedagogía, la Filosofía, la Administración
Pública, la Ciencia Política y probablemente en todas las disciplinas científicas, el
“conocimiento oficial” ha sido contado desde lo masculino, registrando y relatando la
hazaña de los padres de la disciplina, de sus descubridores, inventores, creadores,
expositores, teóricos, etc.
Recién en la década de los setenta, las universidades crearon los “estudios de la mujer”,
unidades académicas dedicadas a restituir la figura de las mujeres en la historia oficial,
olvidada y marginada por quienes elaboraron el relato histórico. Y esto ocurrió en todas
las disciplinas, todas las cuales hicieron un esfuerzo por situar a las mujeres en la historia
de cada una de ellas, recuperando su legado, y su real aporte a la generación del
conocimiento.
Una vez instaladas las mujeres en el mundo científico, se convirtieron en generadoras de
conocimiento, lo que permitió incluir la mirada femenina en cada disciplina.
Y las fuerzas armadas no son una excepción. El aprendizaje sobre gestas y figuras
militares masculinas, sobre valores como la hombría, que exacerban la masculinidad de
la profesión militar, forman parte de este aprendizaje en una cultura marcadamente
masculina.
La incorporación de mujeres a la organización militar viene a trastocar la formación
valórica tradicional y la manera cómo ha sido concebida la organización castrense.
Incorporar la perspectiva de género en la formación de las fuerzas armadas va más allá
de incorporar más mujeres a sus filas, de modificar estructuras para atender las
necesidades femeninas, de adecuar estándares de rendimientos en algunos procesos de
selección y reclutamiento.
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La incorporación de la perspectiva de género debiera dar señales de la formación de una
nueva cultura militar donde hombres y mujeres encuentren su espacio, con igual valor e
importancia para la institución militar; concordante a los cambios que ha experimentado la
propia sociedad donde se encuentran inmersas.
Algunos cambios que debieran darse en la formación del personal militar de las fuerzas
armadas debiera orientarse al menos en tres direcciones: primero, en lo histórico,
reconstruyendo el aporte de las mujeres en la historia militar de Chile, con el objeto de
recrear la figura de “militares” femeninas que hayan destacado por sus hazañas, de modo
de lograr la identificación de valores femeninos asociados a “lo militar” en el personal de
la institución; segundo, en la perspectiva de género, tendientes al análisis de la situación
de hombres y mujeres que siguen la carrera militar, su impacto en la familia, su
desempeño en los distintos puestos, su aporte a la institución, la configuración de los
planes de estudios con enfoque de género; y la eliminación de las discriminaciones en la
carrera militar por razones de sexo; y tercero; en la elaboración de propuestas y
generación de medidas que reduzcan la desigualdad de género.
¿Pueden establecerse límites a la participación de las mujeres en las FF.AA.? Si así fuese,
¿cuáles serían éstos? ¿Y sobre qué bases se fundamentarían?. ¿”Cuántas” mujeres son
necesarias en las Fuerzas Armadas, y en qué tipo de funciones? ¿Está preparado nuestro país
para tener mujeres desempeñando funciones en combate? ¿Es posible aplicar las experiencias
comparadas a nuestro caso? ¿Puede nuestro sistema de defensa seguir prescindiendo de la
mitad de la población para satisfacer las necesidades de personal militar, incluyendo personal
combatiente? ¿Están las FF.AA. preparadas para equiparar los roles de género en las funciones
específicas y comunes del combate moderno? Fundamentos.
Si bien es cierto, la literatura especializada advierte sobre los límites que se han
impuestos a las mujeres para acceder a algunos puestos militares, específicamente
aquellos vinculados al combate directo; sobre el impacto negativo que ellas tienen en la
cohesión de los equipos militares y en el rendimiento militar, lo cierto es que muchos de
estos estudios se han realizado en fuerzas armadas que tienen una amplia experiencia
en conflictos armados.
En el caso norteamericano (Segal y Hansen; 1992), por ejemplo, se ha visto un cambio
importante tanto en el rol que ha desempeñado las mujeres en las instituciones armadas
como también en el número de mujeres que se han incorporado a ellas. En los años
cuarenta, las mujeres ocupaban posiciones “típicamente femeninas” en las fuerzas
armadas (2% del personal en servicio activo), en los noventa (11%), habían asumido roles
militares (con la sola excepción de aquellos puestos prohibidos legalmente).
Segal y Hansen (1992) analizaron los principales argumentos que se esgrimieron en el
Congreso Norteamericano entre 1945 y 1985 respecto referido a la participación de las
mujeres en las fuerzas armadas. Los argumentos fueron analizados y clasificados a la luz
de dos categorías: argumentos basados en la efectividad militar de las mujeres y
argumentos basados en la igualdad de oportunidad de los géneros (Wilcox, 1992:311).
En el caso de la efectividad militar, los argumentos que apoyaban o no la participación de
las mujeres en las fuerzas armadas hacían alusión a si ellas, las militares, desempeñarían
su rol militar, cumpliendo las misiones encomendadas, logrando los objetivos militares y
contribuyendo a la defensa y seguridad nacional. En el segundo caso, los argumentos
basados en la igualdad de oportunidad entre los géneros, se analizaba esta problemática
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como uno de los derechos y deberes ciudadanos, en este caso, el derecho y el deber de
las mujeres de contribuir a la seguridad y defensa nacional.
Que en periodos determinados se argumente que la participación de las mujeres en las
fuerzas armadas deba analizarse considerando su real aporte a la efectividad militar, y en
otros periodos, por tratarse de un derecho y un deber ciudadano, obedece a la
experiencia que tiene Estados Unidos en escenarios de conflicto bélico.
La experiencia de Estados Unidos en el Golfo Pérsico, sin embargo, puso en evidencia
otra realidad, pues las mujeres participaron en gran cantidad en este conflicto bélico, y lo
hicieron en puestos militares; situación nueva para las fuerzas armadas norteamericanas.
La Guerra del Golfo (1991), puso en agenda la cuestión de las mujeres, ahora en roles
militares. El debate sobre la participación de las mujeres en la guerra pasó a ocupar un
lugar importante en el debate público norteamericano, puesto en agenda por los medios
de comunicación masiva (Segal y Hansen, 1992:297). El desempeño de las mujeres en
roles militares durante la Guerra del Golfo trajo consigo la experiencia de haber tenido a
las primeras POW (Prisioners of War). El caso de las primeras POW produjo un cambio
significativo en la percepción de género de los roles militares (Nantais y Lee; 1999:182),
pues las POW constituyeron un cambio significativo en la percepción social de las
competencias y utilidad de las mujeres militares en la guerra. El que hubiesen militares
capturadas y hechas prisioneras por los iraquíes fue un acontecimiento que los medios de
comunicación cubrieron, y llevó a enfrentar la opinión de expertos, civiles y militares,
ciudadanos y políticos, respecto al cual debía ser el rol de las mujeres militares en
escenarios de conflicto.
Las fuerzas armadas tienen un largo vínculo con la masculinidad. En tiempo de guerra y
en tiempos de paz, la función militar ha sido entendida como una función de protección a
cargo de los hombres. El protector protege a las protegidas, víctimas de una amenaza.
Los protectores son los hombres y las protegidas, las mujeres (y los niños y niñas,
ancianos, inválidos, etc….los no iguales). Que las mujeres se hubieren incorporado a las
fuerzas armadas y vistieran uniforme no significaba que estuviese al margen de esta
imagen de protegida. Que se las excluya, por ejemplo, de los puestos de combate se
explica por la persistencia de esta imagen. El riesgo creciente de que las mujeres
cayesen como POW o MIA (missing in action), parece seguir justificando su exclusión de
los puestos de combate (Nantais y Lee; 1999:188). Una mujer POW o una MIA son un
atentado a la labor protectora de los hombres, de los militares.
En el caso británico, las mujeres han jugado un rol importante en las fuerzas armadas.
Desde la Segunda Guerra Mundial ellas se desempeñaron en una amplia variedad de
roles y lo siguieron haciendo. A comienzo de los noventa, se abolieron los servicios
armados femeninos dando paso a la integración mixta del personal militar (Ministry of
Defence; 2002) y en 1998, se incorporaron a los barcos de guerra, naves de combate y
otros puestos otrora de dominio masculino.
No obstante, la doctrina militar británica concibe a las fuerzas armadas como instituciones
equipadas y estructuradas para el combate, y por tanto, existe un riesgo permanente de
involucrarse en escenarios de conflicto bélico; es esta razón, que excluye a las militares
británicas de aquellas posiciones militares que requieren deliberadamente estar cara a
cara y matar al enemigo (Ministry of Defence; 2002).
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Muchas de las unidades de las que las mujeres están excluidas, se debe a que al operar
en grupos pequeños –de cuatro personas- se enfrentan directamente al enemigo,
situación que impone a estos grupos un alto nivel de cohesión. Del nivel de cohesión del
grupo depende el éxito o el fracaso de las misiones militares y la sobrevivencia del grupo.
De acuerdo a lo que ha decidido el Ministerio de Defensa británico, la presencia de
mujeres en estas unidades podrían alterar la cohesión del equipo, ya sea por cuestiones
de efectividad militar, o por la preocupación que ellas provocarían en su contraparte
masculina (la relación protector – protegida).
De consulta frecuente, el caso norteamericano y el británico han servido de referente
para analizar la cuestión de los límites a la participación femenina en las fuerzas
armadas: límites de cantidad, límites en funciones, límites en armas, etc.
Desde mi perspectiva, la experiencia de aquello países es válida para aquellas fuerzas
armadas que tienen experiencia (mucha experiencia) en escenarios de conflicto
armado. Pero ¿qué ocurre en países donde sus fuerzas armadas no registran
enfrentamientos armados en muchas décadas?, ¿es posible aplicar el mismo modelo?
Pienso que no. Las fuerzas armadas que operan en escenarios de paz tienen la
oportunidad única de proponer un modelo de integración de hombres y mujeres
militares acorde a las necesidades de estos países, aprendiendo de la experiencia de
los otros, pero no repitiendo el modelo.
Los límites a la participación de las mujeres militares en los casos norteamericanos y
británicos pueden ser analizados en su contexto político y cultural; reproducir estas
limitantes en el caso chileno sólo perpetúa una situación de desigualdad sin
justificación.
Por último, respecto a si las fuerzas armadas están preparadas a equiparar los roles de
género en las funciones específicas y comunes del combate moderno, aquí la
experiencia es diversa. En el caso norteamericano y británico, no están dispuestos a
equiparar los roles de género, de hecho existen limitaciones legales para que las
mujeres accedan a puestos de combate directo. No así en el caso español, donde ya
no hay restricciones para que las mujeres accedan a todos los puestos militares
disponibles.
En el caso chileno, pienso que tampoco están preparadas, pero más bien por una
cuestión de tiempo, hasta que la integración de las mujeres a las fuerzas armadas se
de en plenitud.
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