¿QUIÉN SOY? ¿CUÁL ES EL SENTIDO DE LA VIDA?

Anuncio
¿QUIÉN SOY? ¿CUÁL ES EL SENTIDO DE LA VIDA?
Respuestas para orientarnos en un mundo en crisis.
Del cambio climático al cambio de civilización.
ÍNDICE:
I.- Presentación.
II.- Introducción y contexto histórico. Una alternativa para el siglo
XXI.
III.- Reflexión.
La existencia y su sentido en cuatro dimensiones: cósmica,
individual, social e histórica. El ego y los dos tipos de pertenencia. La
superación de esa ilusión.
IV.- Epílogo.
V.- Notas-anexos.
VI.- Bibliografía mínima.
VII.- Autorizaciones..
Fecha, firma y dirección correo.
I.-PRESENTACIÓN.
¿Cómo responder a las preguntas sobre “quién soy” y “¿cuál es el
sentido de la vida”?.
Quiero hacerlo contemplando cuatro dimensiones de nuestra
existencia: individual, social, histórica, cósmica.
Trataré con su debida extensión las dimensiones individual y
cósmica, mucho más de lo que pueda parecer por la Introducción. Pero no
será una reflexión al uso. Ni quiero ni puedo olvidarme de la sociedad,
limitándome al “yo”, susurrando engañosas palabras sobre la felicidad,
haciendo “filosofía de la vida” de andar por casa o mirarse al espejo del
tocador.
No fomentaré el interés narcisista por el “yo” sino la comprensión
de nuestra naturaleza cósmica y lo que nos identifica y une como especie.
No quiero caer en las limitaciones, espiritualidad de pacotilla,
boberías, consejos para “usar y tirar” la vida, digeridas papillas
orientalistas o de la “nueva era”, de tantos libros de “autoayuda”
“desarrollo espiritual” y revistillas para sensibles féminas (los varones ni
eso), aunque trataré de recuperar lo que de positivo hay en algunas
corrientes orientales.
No deseo contribuir a la ignorancia, superstición, inconsciencia,
evasión, conformismo y autocomplacencia.
Mi perspectiva quiere responder al instante presente, a la época
actual, a este siglo y tal vez los venideros. Pretendo estimular la reflexión
en el marco de la crítica y alternativa a esta civilización.
En estas páginas, volaremos entre galaxias, viajaremos en el tiempo
y la Historia, besaremos a los niños, conoceremos vivencias de
trascendencia del “yo”; pero también investigaremos la Máquina de
exprimir, drogar y triturar seres humanos; afrontaremos a la bestia,
mirándola a los ojos.
Leída la Introducción el lector/a sabrá si tiene estómago para este
caldo o sólo tolera refrescos con burbujas que cosquillean en su nariz.
Aquí olerá las fragancias de la consciencia inteligente y compasiva pero
también las pestilencias de nuestra especie. No hay otra manera, de lo
contrario no sabríamos diferenciar entre una esencia y el cloroformo.
Si el lector/a desea librarse del temor a la desintegración definitiva
de la muerte será por despreocuparse del “yo”, no porque el texto le deje
escapatoria.
Ofrezco al lector/a mi mano para acompañarme en esta reflexión. La
misma mano que, según lo exija el caso, acariciará, manipulará o dará un
puñetazo sobre la mesa. Al finalizar el lector/a seguirá por su cuenta,
asumiendo la responsabilidad como adulto de esta época y en el camino
nos encontraremos.
Es el momento para las mentes despiertas, de corazón apasionado y
valiente.
Si el lector/a no resiste lo más duro del texto, revelará su inmadurez
para los tiempos que se avecinan, pero si desiste de leer, habrá perdido
una gran oportunidad y tal vez no madure nunca. Atrévase. Puede que al
final, con la panorámica y el aire fresco de la cumbre, liberado de tanta
carga inútil, ría como saben los niños pero con mayor consciencia.
*****
II.- INTRODUCCIÓN Y CONTEXTO HISTÓRICO. Una
alternativa para el siglo XXI.
Tal como entiendo el tema de este ensayo, además de la habitual
introducción al por qué y contenido del mismo, debo situarlo en su
contexto histórico, en el momento actual y en el proyecto global del que
debiera formar parte, presentando brevemente aquello que, relacionado
íntimamente, no puede desarrollarse aquí sin excederme de su propósito.
Hay una necesidad ampliamente sentida por encontrar respuesta a
los problemas existenciales básicos. Es un síntoma la proliferación de
libros de “autoayuda” y revistas de divulgación de psicología, aunque en
la mayoría sus respuestas son de corto alcance, desorientan o desactivan
el potencial transformador de esa inquietud. También indicador, pero
políticamente más preocupante, es el crecimiento en diversas partes del
mundo de los fundamentalismos cristiano, islamista, hinduista...
Quienes ansiamos una vida y sociedad mejores, no tanto en cantidad
de objetos como en calidad humana, fraternidad, igualdad, libertad,
necesitamos responder a estas cuestiones si no queremos sabotear
nuestras mejores aspiraciones. Y en amplios sectores de la población,
más absorbidos por el día a día, se expresa también esa necesidad, aunque
tal vez de modo distorsionado. Es un terreno que no debe abandonarse a
quienes pretenden recuperarlo para perpetuar lo que está mal.
No podemos dejar de lado estas inquietudes como si fuesen
especulativas, irracionales, o de una trascendencia muy inferior a los
enfoques centrados en la economía, sociología, cultura, política... Si nos
va como nos va es en buena parte por ese abandono, sólo evitado, a su
manera y con sus limitaciones, por figuras como Wilhelm Reich, Erich
Fromm, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer.
Este ensayo pretende responder a la urgencia de abordar por el
descuidado lado individual lo que precisa de otros instrumentos por los
lados social y político. Somos una sola realidad de múltiples facetas que
necesita transformarse y sólo puede hacerse con una intervención global,
coherente, no fragmentaria ni contradictoria. Por ello, también la
investigación de cada parte debe tener en cuenta el conjunto.
Para responder a las cuestiones del título he escrito este texto con la
ayuda de la inspiración en los budismos, taoísmo “filosófico”, vedanta
advaita, Krishnamurti, Fromm, terapia racional emotiva de Albert Ellis,
análisis transaccional, la variada tradición democrática y de “izquierdas”,
la crítica antipatriarcal, los conocimientos de la ciencia, lecturas varias y
lo que pueda extraerse de cualquier fuente, desde la ciencia ficción a la
telebasura.
No podremos saber cual es nuestra identidad, qué sentido puede
tener nuestra vida, si no prestamos atención a la vida en sociedad, pues
ésta es el medio natural de la vida humana, aunque cada una de sus
modalidades sea una expresión cultural.
Cada generación ha tenido sus problemas. Pero los retos a las
actuales y siguientes superan todo lo conocido en nuestra evolución,
como la glaciación que se encontró el hombre de Cromagnon al llegar a
Europa, la gran erupción volcánica que más adelante mencionaré, las
grandes epidemias como la peste o las que asolaron la América
conquistada por los españoles, la “gripe española” de 1918, las tiranías,
incluso las guerras mundiales, los genocidios... Que sus efectos no sean
¡por ahora! demasiado dramáticos para nosotros no quiere decir que no
estén presentes o latentes (ya en marcha la más rápida y masiva extinción
de especies, tendencia a más y peores huracanes, más y peores guerras,
por recursos energéticos o agua potable, esterilidad masculina...). Los
nacidos en los países ricos después de la IIª Guerra Mundial, tenemos una
perspectiva distorsionada de lo que esta civilización viene significando
para la mayoría de los habitantes del planeta en los dos últimos siglos y
de las amenazas que supone en un futuro muy próximo y a largo plazo
para muchos países (africanos, próximo oriente...) y el conjunto del
planeta. Quienes no han pasado por una guerra o gran desgracia colectiva
(terremoto, etc) tienen dificultad para asumir que les pueda ocurrir
también a ellos, como el automovilista piensa primero en otro como la
potencial víctima de un grave accidente de tráfico. Incluso los judíos, aun
informados, no querían creer en los planes nazis de exterminio hasta que
ya era demasiado tarde. Los europeos que marcharon al comienzo de la Iª
Guerra Mundial pensando volver a casa por Navidad, no sospechaban el
infierno de cuatro años que les esperaba y que a pesar de sus deseos, no
sería “la última guerra”; tampoco los enormes cambios políticos y
sociales que provocaría. Quienes se lanzaron a la IIª Guerra Mundial
ignoraban su grado de barbarie -aun quedándose corta, la Iª debía darles
pistas suficientes- y cómo iniciaría la era nuclear que todavía nos
amenaza. ¿Acaso los yugoslavos atisbaron sólo unos años antes cómo
acabarían matándose en una guerra con “limpieza étnica” en medio de
una Europa en paz?. La guerra de EEUU en Irak, después de “ganarla” se
ha vuelto más encarnizada y caótica para la población civil.
No se evalúan bien las posibilidades y riesgos, los días de paz nos
deslumbran, el inicio de las guerras nos ciega. Hemos conocido las
bombas atómicas sobre Japón, el fallo del reactor nuclear de Chernóbil, el
“accidente” de la industria química en Bhopal (India, por la
estadounidense Down Chemical), el hundimiento del “Prestige”, los
efectos del huracán Katrina, pero aun así nos resistimos a creer de verdad
que esos y mayores desastres nos amenacen por causas, directa o en
última instancia, humanas.
No tenemos suficiente conciencia de especie, fraternidad universal,
nos falta la mirada cosmopolita (internacionalista) y cada uno vive los
problemas casi siempre según el efecto inmediato sobre él, perdiendo así
la perspectiva global y la conciencia de la amenaza insidiosa para todos.
El “divide y vencerás” se convierte aquí en “divididos y vencidos” como
especie. Debemos aprender a reaccionar como adultos maduros y
equilibrados asumiendo sus responsabilidades para consigo los demás,
los siguientes y el resto de los seres vivos, no sólo “yo y los míos”. “Lo
mío” es ya de los demás pues sus actuaciones me afectan directamente y
no existen barreras que nos aíslen e impidan que el “aleteo” allí de un
problema, se convierta aquí en una tormenta y viceversa.
Vivimos una época de emergencia en el doble sentido de que
emergen enormes problemas reclamando respuestas urgentes y deben
surgir grandes soluciones que, para serlo, han de llegar hasta la raíz. No
basta con repetirnos “¿por qué a mí? ¿por qué ahora?” deseando despertar
de la pesadilla, postergar o pasar a otro la “patata caliente”. No hay a
quién pasarla pues el mundo es muy pequeño. El tiempo no perdona sino
que aumenta los achaques. Debemos despertar sí, pero en otro sentido, y
para ello no iríamos descaminados si en serio nos preguntásemos “¿qué
hemos hecho para merecernos esto?, ¿quién soy yo para que me pase?,
¿qué sentido tiene una vida así?”. Si no respondemos será vano nuestro
interés por la felicidad en un mundo que se hunde; no estaríamos
cantando a la vida, sino haciendo gárgaras; una droga en nuestro cerebro,
impotente contra el sufrimiento.
La vida humana se mide en décadas, las grandes épocas de la
Humanidad en ciento o centenares de años, las fases del clima en miles y
las eras geológicas en millones. Para cada fenómeno hace falta la
perspectiva justa o no habrá manera de entenderlo bien.
Seamos serios. Aunque no deseemos reconocerlo pues podría
angustiarnos y exigir una gran responsabilidad, si lo analizamos con la
perspectiva necesaria, más allá del día a día y de la escala de nuestra
vida, comprenderemos que vivimos desde hace un siglo (Iª Guerra
Mundial) una época crucial para la Humanidad. Agudizándose a pesar de
los “descansos”, una auténtica crisis de modelo de civilización, como
nunca antes se ha conocido ni siquiera con la caída del Imperio Romano
pues ahora afecta a todo el planeta y a las mismas posibilidades de la
vida. Cuando la Humanidad estrena el siglo XX, logra las más altas cotas
de civilización, pero se inicia, gracias a los medios que ella provee, la
escalada que, durante todo el siglo, alcanza la más alta degradación jamás
conocida por la especie (guerras, Holocausto, hambrunas, riesgo
aniquilación nuclear...). Que a más civilización (organización social,
técnica, cultura) no corresponda más civilidad, sino más barbarie, es
signo inequívoco de una civilización ya en crisis, en decadencia, agotada.
A pesar del potencial productivo, científico y tecnológico y de la
conversión del mundo en una “aldea global”, nos amenazan las
hambrunas, el desastre medioambiental, la desorientación sobre los
valores, los fanatismos político religiosos, las guerras, el terrorismo, las
sectas seudoreligiosas terroristas, las mafias coaligadas o no al poder, los
conflictos étnicos, nacionales y estatales, el apocalipsis nuclear y otros
jinetes maléficos. Desde comienzos del siglo XX se desarrolla, con
efectos desiguales en el tiempo y en el espacio, una tendencia a la
degradación, con sus manifestaciones de barbarie (Holocausto, bombas
atómicas...). Su mayor amenaza es la desintegración social, privatización
de la existencia, aislamiento individual, al punto de hacerse imposible el
surgimiento de una fuerza social para la necesaria transformación. El
enorme retroceso padecido por el movimiento obrero ya es un signo de
debilidad del conjunto de la Humanidad, en favor de las dinámicas
sociales inconscientes (“leyes” del mercado, etc) que nos condicionan,
jugando con los intereses más importantes y a largo plazo, como un
vehículo incontrolable que nos lleva al precipicio.
Salvo “hacer dinero”, comprar más, acabar por hundir África y
agravar la crisis medioambiental, falta un proyecto de futuro claro capaz
de orientar a una Humanidad cada vez más unificada y que “gatea” en el
espacio exterior. Cuando mejor debería saber la Humanidad a dónde se
dirige, no tiene siquiera misiones parciales como en otra época
(cristianizar, islamizar, llevar la modernidad, alcanzar el socialismo...).
Las calamidades mencionadas penden como una guadaña aunque no
sepamos bien cuando caerá. Los días nos engañan pues en un soleado 18
de julio o 1 de septiembre puede estallar una guerra civil o mundial
mientras una pareja de enamorados se pasea por los canales de Venecia.
Podemos vivir como en la Belle Epoque confiada en el progreso aunque
se anunciaba la decadencia de la civilización capitalista imperialista con
la tormenta de acero de la Iª Guerra Mundial, o frenéticamente como en
los “felices 20” “años locos” previos a la crisis de 1929 impulsora de la
IIª Guerra Mundial. Pero evadirnos, hacernos los tontos, drogarnos con
ideologías complacientes, no nos librará de lo sembrado con tanto frenesí,
como no se escapa a la muerte. Sin resolver las causas de fondo, a lo
máximo obtendremos un movimiento pendular, de un extremo a otro, de
la evasión loca a la locura de la matanza.
No sirven las respuestas parciales y fragmentarias. Necesitamos
alternativas en lo económico, social, político, cultural, ideológico, en lo
referente al género, al ecosistema, la relación con nuestra descendencia...
Todo un Programa de Transformaciones para el comienzo de una nueva
civilización. Pero no tendrían la coherencia necesaria, corresponderían al
pensamiento fraccionario y conflictivo del egocentrismo, intereses y
enfoques particulares, si no estuviesen inspiradas en una respuesta más
básica y global. Ésta sólo puede surgir de una visión de la existencia, el
mundo, la Humanidad, de la comprensión de quiénes somos, el sentido de
la vida y cómo no echarlo todo a perder. La respuesta será también
“espiritual” en el sentido de ofrecer una alternativa a las religiones
cómplices o atrapadas en el viejo mundo en crisis y a superar.
La nueva alternativa global, la propuesta de civilización, deberá
contemplar explícitamente las cuestiones existenciales. Si no queremos
reproducir una vez más las miserias del egocentrismo, indiferencia y
violencia bajo nuevas formas sociales, políticas, culturales, deberemos
comprender qué conduce a ello y cómo evitarlo. Se han estudiado mucho
los factores económicos, políticos, de género, pero lo que podríamos
llamar “factor humano” básico, la naturaleza humana, se ha descuidado.
Las filosofías contrarias a la necesidad de esta alternativa global
debido al escepticismo y escarmiento por el resultado de otros “grandes
relatos”, arrojan arena a nuestros ojos. Necesitamos visión, confianza y
grandeza; nos sobra miopía, fatalismo y minimalismo. Una visión, no un
pensamiento sofisticado más para disputar o fanatizarse, sino expresión
de nuestro modo de ser y estar en armonía con la vida, canto de lo
realmente vivido, no sólo pensado. Un factor sobre todo de unidad, no de
división; pero unidad para salvarnos como animales conscientes y especie
responsable del planeta, no para condenarnos todos por cualquier
supuesta verdad, autoridad, “marco de convivencia” o “modo de vida”.
Unidad para vivir, no para morir.
Ha llegado la época de decidir entre la farsa o la épica. El escenario
ya está preparado para lo primero. A nosotros nos toca reventar la
representación e imponer nuestro programa o sufrir las consecuencias.
En las sociedades y civilizaciones en crisis o degradación que no
acaban de encontrar una salida a sus problemas, se va gestando la
ansiedad, la desesperanza, la búsqueda desorientada de salidas que
pueden adoptar la formas más irracionales, supersticiosas, agresivas y
autodestructivas. Se vuelve a creencias del pasado supuestamente
superadas en busca de respuestas para el futuro, consiguiendo sólo añadir
más problemas a los existentes. De esta situación es indicador el peso
cada vez mayor en muchos sectores sociales de las creencias religiosas
(fundamentalismo cristiano, islamismo, nacionalismo hindú...), o a la
inversa, el descreimiento nihilista, desesperanzado y cínico. Según
avance la degradación del sistema social y del planeta, esto sin duda se
agudizará al aumentar la angustia de las masas por su presente y porvenir.
El factor emocional puede jugar un gran papel en el terreno político.
Recordemos cómo la crisis de 1929 en Alemania, la sensación de
inseguridad y la ansiedad que creó, añadido a los desastres económicos
de la década (superinflación, reparaciones de guerra...) fue un factor
importante en el deseo de seguridad, etc y en el acercamiento al nazismo
que aparentemente lo ofrecía. Éste aportó un marco ideológico darwinista
social, racista, nacional, para dar un sentido de la vida, un refugio de
pertenencia, una prioridad a “los nuestros” para solucionar los
angustiosos problemas aunque fuese a costa del resto del mundo. Y supo
jugar bien con los impulsos religiosos de las masas, la necesidad de una
entidad suprema, los rituales, etc. Hoy el islamismo radical y el
nacionalismo hindú aportan algo semejante y son causa de grandes
conflictos, como también lo fue el nazismo y lo es el fundamentalismo
cristiano que tanto pesa en el gobierno de los EEUU. Basta recordar
cómo cerró filas tras su gobierno la población norteamericana tras los
atentados del 11-S (11 de septiembre de 2001), reforzándose el
patrioterismo como respuesta a la angustia, autodefensa, protección por la
comunidad, apoyando una política militarista de agresión exterior, el
recorte de las libertades internas y una corriente de “cruzada” en una
supuesta lucha entre la civilización cristiana y la musulmana. Un
acontecimiento y una reacción que me recuerdan por sus similitudes el
sospechoso incendio del Reichstag (parlamento) alemán que permitió a
Hitler, recién ascendido al gobierno, la ilegalización de la izquierda, el
reforzamiento de su dictadura, la justificación de su ideología y de ahí
todo lo que siguió. Siempre la angustia y la necesidad de seguridad que
conducen al final a más angustia e inseguridad a través de medidas
supuestamente protectoras, potenciación de identidades comunitarias
enfrentadas al “otro” e ideologías asesinas. Unas razones importantes
para afrontar con seriedad lo que me propongo iniciar con este texto,
ofreciéndolo a quienes están más preparados que yo para abordarlo con
atención, pues subestimarlo contribuirá una vez más al desastre.
Hay una razón todavía más poderosa. Si es cierto que el planeta no
puede soportar por mucho más tiempo el modelo de desarrollo capitalista
imperante en los países más “desarrollados”, menos aun que lo imiten los
demás países y lleguen a su nivel, ello nos plantea un gran problema
añadido a los del habitual funcionamiento del capitalismo. Con los
parámetros de los países ricos “no habrá para todos” en recursos
energéticos, materias primas, tierra cultivable, agua potable, etc.
Entonces deberemos optar entre dos grandes líneas de actuación:
a) Continuar los países ricos en la misma línea. Con estas reglas del
juego si unos ganan será porque otros pierdan, no es posible que todos
salgan, al final, ganando. Para asegurarse los países ya ricos ese
“progreso” deberían hacerlo a costa del retroceso o como mínimo
aumento de las desigualdades (*) con los países pobres y sobre todo entre
sectores de la población de cada país, en particular de los últimos.
Resultado, tal vez millones de personas “desechables” condenadas a la
extinción en la miseria. Semejante política no podría llevarse adelante sin
resistencias y conflictos, por lo que la violencia, represión, guerras,
terrorismos de unos y otros y hasta genocidios, estarían servidos.
* Una descripción muy ilustrativa, a escala (“desfile de liliputienses
y tocados por las nubes”), de las increíbles desigualdades, sólo en EEUU,
en “¿Son compatibles la libertad, la igualdad y la democracia?. Sí, pero
no bajo el capitalismo” de David Schweickart, en el libro “Razones para
el socialismo” Roberto Gargarella y Félix Ovejero (compiladores),
Paidós, 2001.
b) La Humanidad se replantea sus prioridades y civilización. Los
países ricos renuncian en lo que haga falta para permitir que los demás,
con otro modelo de civilización, superen al menos la miseria y se entre en
una dinámica no nacionalista ni de bloques, sino cosmopolita, planetaria,
asegurando las necesidades de todos y decidiendo globalmente de forma
democrática. Un mundo en paz sería posible.
Si entre los límites del crecimiento añadimos la altísima
probabilidad de una catástrofe medioambiental a escala planetaria
(calentamiento global), la opción a) sería sin duda mucho más dura y la
b) más necesaria si queremos sobrevivir como especie y con humanidad.
La opción a) no necesita cambiar la mentalidad actual, sólo agudizar
sus peores aspectos. Se logrará y justificará con las ideologías fascistas,
racistas, nacionalistas, imperialistas, etc que convengan. Seguro que no
faltará inventiva y capacidad para recuperar y remozar lo más rancio del
pensamiento humano. Sea cual sea, con argumentos seudohumanistas
deberá reducir la Humanidad merecedora de salvarse, a “nosotros” (los
más civilizados, etc), excluyendo a “ellos”. Pero como las consecuencias
para esos serán terribles habrá de evitar la reacciones contraproducentes,
de modo que combatirá la humanidad luchando contra la compasión por
la Humanidad en su totalidad, alentando la autocompasión y la cruel
indiferencia. Si continuamos funcionando con los criterios del PNB, PIB,
renta nacional, etc, acabaremos como brutos nacionalistas. Ya hoy,
cuando apartamos la mirada de los muertos por hambre en el mundo,
somos como el bulldozer que empujaba los cadáveres esqueléticos a la
zanja de la fosa común en el campo de concentración nazi liberado por
los aliados; o como los buenos ciudadanos alemanes que proclamaban su
ignorancia e inocencia al ser obligados a contemplar la obra de sus
líderes; nosotros no somos los culpables y no queremos que los muertos
nos incordien por sostener el sistema mundial que los asesina. ¿Tal vez
nos ducharemos con el agua sustraída a nuestros semejantes -véase lo que
hoy hace el Estado de Israel a los palestinos- y nos limpiaremos con el
jabón que -esta vez sí- habremos hecho de ellos?. Ya estamos
sacrificando el África negra. (NOTA 1)
Las élites dominantes definirán lo que merece preservarse de la
Humanidad y se arrogarán el rol de Salvadores asumiendo, cómo no, su
parte desagradable (controlar y eliminar la “chusma”), debiéndoles
agradecimiento por su sacrificio en aras del deber para con la
Humanidad, el Progreso... (ésta era también la racionalización SS)
La opción b) precisa de un enorme cambio de modo que se pueda
superar la codicia e impere el sentimiento de comunidad humana. Debe
darse un cambio de perspectiva tal sobre la identidad personal, sus
necesidades, los criterios de validación y realización, que toleren todo ese
cambio en el trabajo, consumo, estatus social, relaciones
internacionales... Para tener éxito debe ir hasta el fondo de la cuestión,
esto es, quiénes somos como especie y como individuos, cuál es el
sentido de nuestra existencia y por tanto qué debemos hacer con ella y
nuestra relación con el prójimo. Sólo así superaremos la estrechez de la
identidad nacional, clasista, etc, sus finalidades de vida y todos los
conflictos que provocan. Sin esto no existirá la base psicológica, la
motivación y la fuerza de voluntad para llevar adelante la opción b).
Teniendo en cuenta quién controla el mundo, quién dispone de más
medios para hacer posible un mundo mejor, la responsabilidad de los
habitantes de los países ricos es mayor que la del resto. Otro mundo será
posible sólo si es posible y hacemos real otra Humanidad, otro tipo de ser
humano liberado de la ilusión del “ego”. Si creemos poder evitar la
opción a) sólo a base de potenciar las luchas sociales, presentar
programas estratégicos y tácticos, crear alianzas, etc, estaremos
pedaleando con la cadena salida. Nos fallará el “factor humano”, nosotros
mismos nos convertiremos en el principal obstáculo, zancadilleando
nuestras metas proclamadas. En los grupos políticos el autosabotaje
tomará la forma de sectarismo, fraccionalismo, escisiones, perversión de
los principios y métodos etc. En los sectores sociales clave, en la forma
de desánimo, fatalismo, fanatismo, destructividad. Al final, el fracaso
garantizado.
Con la mentalidad necesaria para la vía a) no sólo romperemos la
Humanidad sacrificando amplios sectores de la misma, sino que la parte
dominante se hará también más vulnerable ante alguien más poderoso
que ella. Cabe que existan otros seres inteligentes en el Universo. Si
hemos llegado hasta la Luna, otros podrían llegar hasta nosotros. Si
justificamos disponer como nos parezca de nuestro medio, negar a las
demás especies su nicho ecológico, privar de sus tierras, agua, materias
primas, etc a los nativos u otros pueblos y desconsiderar -hasta la
extinción- a un sector de nuestra propia especie, no dispondremos de los
lazos emocionales, los argumentos, motivación moral, convicción
suficiente para enfrentarnos con todas nuestras energías al caso hipotético
pero no descartable de una especie alienígena más inteligentes desde el
punto de vista instrumental, o al menos disponiendo de una tecnología
militar muy superior, que nos viese como su despensa, cobayas, esclavos
o al planeta como su nuevo hábitat a nuestra costa. Si pensamos en
términos depredadores, ley del más fuerte, etc, nos someteremos más
fácilmente al hecho de que otros lo sean más que nosotros. El ser humano
nunca se ha enfrentado a una especie más poderosa capaz de someterle,
así que no tenemos ninguna experiencia que nos dé esperanzas sobre
nuestra capacidad de resistencia, teniendo en cuenta la debilidad contra la
opresión de nuestros semejantes. Así que el choque emocional será mayor
y más debilitante si partimos de esa mentalidad. Sabida es la importancia
de la motivación y las convicciones en una guerra. Divididos somos
fáciles de someter, más si astutamente se provoca el enfrentamiento entre
nosotros. Unidos por la obediencia o el carisma de un líder, podríamos
ser conducidos al abismo como hacíamos con las manadas de animales
aprovechando su gregarismo y seguidismo al ejemplar dominante. Sólo el
vínculo lúcido de la autonomía personal, de la empatía y la solidaridad
con toda la especie podrá ofrecernos una oportunidad de resistir con
éxito. En el caso de tratarse de una especie benévola, nuestra actitud
agresiva probablemente nos cerraría las puertas de una comunidad
cósmica y sus ventajas. La fascinación por el poder, de una forma u otra,
nos traerá la ruina.
La gravedad de esta prospectiva obliga a tomarse en serio la
cuestión planteada. La preocupación por la identidad personal y el
sentido de la vida no es un lujo narcisista para “realizarnos” aisladamente
pues está estrechamente relacionado con las cuestiones sociales
planetarias.
En esa línea va este ensayo. Para profundizar en los aspectos
sociales comentados, interesantes “Proceso abierto. El socialismo
después del socialismo” de Félix Ovejero Lucas, Tusquets 2005;
“Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?. Hitler como precursor” de Carl
Amery, Turner /Fondo de Cultura Económica 2002; sobre el asunto del
jabón nazi, información seria en el sitio de una organización de estudios
científicos contra el “revisionismo” negador del Holocausto:
www.nizkor.org.
Los humanos de distintas partes del planeta hemos conseguido un
diferente nivel de desarrollo económico, social y cultural, no debido
sobre todo a nuestras cualidades, talentos y voluntad, sino a la
desigualdad de oportunidades, empezando por las de la propia
Naturaleza, en concreto las posibilidades de domesticar plantas y
animales, muy distintas dependiendo del continente y la latitud. A partir
de ahí, los humanos de una parte del globo sacarían ventaja sobre los de
otras zonas que fue en aumento, permitiendo dominarlos con una
tecnología mejor (“Armas, gérmenes y acero” de Jared Diamond, Debate
2006). Ya es hora de reparar esto como lo haríamos en nuestra propia
familia, pues somos la misma especie, con el mismo origen, la misma
potencialidad en todos los grupos raciales. Sólo una visión de especie
planetaria y superadora de esta civilización, podrá orientar una política
que compense la suerte deparada por la Naturaleza y las injusticias
históricas (explotación colonial, imperialismo...).
¿Qué juicio nos merecerían nuestros antepasados si hubiesen
arruinado nuestras condiciones de existencia?. Con lo que ahora sabemos,
cuando más condicionamos el futuro con el calentamiento climático
¿vamos a tener en cuenta a las generaciones futuras menos que las
pasadas?, ¿queremos la supervivencia de la Humanidad, con las
modificaciones precisas, hasta el fin de los tiempos o su extinción a corto
plazo echando a perder lo bueno, civilizado y artístico logrado? ¿vamos a
extinguirnos precisamente cuando más conocimientos científicos y
técnicos tenemos para asegurar nuestra supervivencia? ¿qué sentido
tendría un futuro tan limitado para un logro tan extraordinario y costoso
de la materia, ahora cuando podemos aspirar a explorar el Universo,
permitiendo al cosmos conocerse a sí mismo a través de nuestra mirada?.
Si nos interesamos sólo por los hijos y nietos de cada uno, estaremos
proyectando la preocupación por nuestro ego y un sucedáneo de
“inmortalidad”. Deberíamos hacerlo por toda la Humanidad, nuestra
familia extensa con un mismo origen, para que se perpetúe no nuestra
“sangre”, ni el recuerdo de nuestra persona, ni nuestros particulares
logros públicos (artísticos, científicos, políticos...), sino los de la
Humanidad, tengamos o no descendencia. Siendo una sola especie y con
las mismas raíces psicológicas y culturales, tenemos una responsabilidad
con los hijos y nietos de todos, de todos los países y razas, no sólo de “los
míos” o “los nuestros” y con las generaciones que les sucedan aunque no
lleguemos a saber nada de ellas y ni siquiera imaginar cómo vivirán,
como inimaginable resultaba para el humano del Paleolítico nuestro
modo de vida, incluso el más próximo en el tiempo, del Neolítico. De
cómo asumamos esta responsabilidad dependerá la suerte de quienes nos
sigan y hasta dónde puedan llegar. Podrían honrar nuestra memoria o
maldecirla tengan o no (seguramente) otro planeta al cual escapar.
(importantes reflexiones en “Preguntas cruciales sobre el futuro” de Allen
Tough, Fondo de Cultura Económica, 2004; “Gente que no quiere viajar
a Marte. Ensayos sobre ecología, ética y autolimitación” de Jorge
Riechmann, Los Libros de la Catarata, 2004).
Aunque en nuestra vida ordinaria urbana no podamos constatarlo, el
impacto en el planeta de la actividad humana, sobre todo con esta
civilización, ya está provocando una Sexta Gran Extinción de las
especies, comparable a las pocas que ha conocido la Tierra (cinco en 550
millones de años de vida animal), antes del plazo al parecer natural (una
cada cerca de cien millones de años), pero sin que previamente se haya
dado un cambio climático, impacto de asteroide o cualquiera de las
condiciones necesarias en ocasiones anteriores. En el transcurso de los
próximos miles, cientos de miles, millones, cientos de millones, miles de
millones de años, el planeta experimentará cambios extraordinarios. En
plazos cortos se darán cambios climáticos. A mayor plazo, ciclos de
glaciaciones con su correspondiente cambio climático. En plazos aun
mayores, la tectónica de placas fragmentará, desplazará, separará, juntará,
emergerá y sumergirá tierras y aguas. Se modificarán los continentes,
océanos, mares, lagos, ríos, cordilleras y planicies. De varios, podremos
pasar a un sólo supercontinente, como en el pasado. Cambiarán las
corrientes marinas y vientos, el calor y la humedad. Se despertará la
actividad de las cadenas de volcanes. Las variaciones de la actividad
solar (manchas) influirán sobre la Tierra. Todos estos cambios, a mayor o
menor escala, alterarán la composición de la atmósfera y el clima. Cada
uno de ellos, en su cadena y en su conjunto, múltiples y combinados,
afectarán de un modo más o menos dramático a la evolución de las
especies, su diversidad y complejidad, pasando por ciclos de abundancia,
extinción y escasez. Casi toda la fauna y flora que hoy conocemos, un día
desaparecerá y será sustituida por otra, aunque quizás sobrevivan durante
más tiempo algunas especies de insectos, peces, reptiles, plantas... que lo
vienen logrando durante múltiples extinciones. Tal vez suframos el
impacto de algún gran asteroide, o combinación de varios impactos por
grandes fragmentos, que provoque enormes estragos, incluso una
extinción en masa como la causante del fin de la era de los dinosaurios.
El planeta será de tantos modos diferente, como en eras sucesivas lo fue
hasta nosotros; en muchos aspectos irreconocible, salvo por su tamaño,
color y la vida basada en el carbono. Nuestra especie se enfrentará a retos
enormes, hoy inimaginables. En muchos casos dispondrá de tiempo y
tecnología para adaptarse, pero en otros, podrán ser demasiado
perjudiciales o bruscos. No sabemos cómo nuestra especie evolucionará y
se diversificará, más con la ingeniería genética; hasta dónde podremos
llegar; si nos extinguiremos mucho antes de que la vida en la Tierra sea
imposible (en 1.000 millones de años) para seres como nosotros por el
aumento de la luz solar que convertirá nuestro planeta en algo parecido a
Venus, antes de la decadencia y transformación del Sol en una gigante
roja (en 5.500 millones de años) que convertirá la Tierra en cenizas. Pero
no tendremos esas preocupaciones si no somos capaces de superar el reto
actual, el segundo desde la aparición del homo sapiens sapiens. Lo
conseguiremos si anteponemos a los intereses minoritarios y particulares,
los del conjunto de la Humanidad; la capacidad creativa constituyente, al
sometimiento a una civilización caduca. Esta experiencia por primera vez
planetaria nos dará una gran lección, haciéndonos más fuertes y capaces
de superar en mejores condiciones posteriores retos para nuestra especie.
Los problemas a los que nos enfrentamos pueden ser nuevos para
nuestra corta experiencia vital, incluso nuevos para la Humanidad, pero
en cualquier caso son “más de lo mismo” o una nueva “vuelta de tuerca”
entre las múltiples variantes de la explotación, opresión, destrucción del
medio que la Historia ha conocido en expresiones cada vez más
“progresistas” de aniquilación. No tenemos que enfrentarnos a un/os
problema/s sean cuales sean, para seguir en la misma línea, sino decir
“basta ya, hasta aquí hemos llegado” y clausurar una Historia para hacer
posible otra con humanidad.
No hay conciencia de especie ni de humanidad (moral, social...) si
nos aislamos en el tiempo, si no nos apoyamos moralmente en el pasado
para romper la inercia de inhumanidad y proyectarnos en un futuro más
compasivo. Aislados en nuestro momento presente no encontraremos la
confianza en nuestras fuerzas, héroes que nos inspiren, ni la motivación
para el salto histórico que la situación nos exige. Las luchas, en el
pasado, de los oprimidos, aunque hubiesen sido al final derrotados por la
adversidad de las circunstancias, nos alentarán a confiar en nuestras
posibilidades. La larga cadena de opresión nos estimulará a romperla. La
visión del futuro más allá de nuestros nietos nos inspirará, pero al carecer
de nombre y rostro no tendrá la capacidad suficiente de arrastre.
Necesitamos que nos empuje la fuerza de la indignación por quienes
sucumbieron al luchar para sí y por quienes les sucedieran permitiendo la
inclusión de una Humanidad ampliada Lo mejor que somos y tenemos lo
es en gran parte gracias a ellos, su lucha y sacrificio y, al menos a su
memoria, algo debemos. Todo lo habremos dilapidado si dejamos que
nos hunda esta civilización. La mirada de los hijos y antepasados apela a
nuestra responsabilidad para con todos. Si nos salvamos, habremos hecho
justicia póstuma a los vencidos; a quienes tras ser exprimidos o rebelarse
fueron sepultados para el olvido o en el anonimato de fosas comunes,
mientras sus explotadores y verdugos yacían en mausoleos tal vez
rodeados de riquezas. A los primeros los honraremos en nuestra memoria
y con nuestros actos y de los segundos nos apiadaremos relegándolos a
los libros de Historia. Podemos dejar a Espartaco muerto -según la
película de Kubrick- en la cruz, condenado al olvido para mayor gloria de
todos los podridos Craso o resucitar su espíritu para siempre resonando
su nombre por el Universo como una enseña de lo mejor de la especie.
No se trata de acumular resentimientos y deseos de venganza, sino
del propósito de superar las condiciones históricas y psicológicas que
dieron lugar a injusticias y derrotas.
La necesidad imperiosa de afrontar los problemas actuales y más
novedosos históricamente, pero también trasladar como cuentas
pendientes con la Historia las opresiones y derrotas del pasado,
reconociendo incluso las injusticias cometidas por los oprimidos en su
lucha, nos infundirá una fuerza psicológica formidable, dándonos la
iniciativa, colocándonos a la ofensiva, mientras a los opresores sólo les
cabrá el espacio achicado del victimismo, la falsificación y la
justificación de lo humanamente indefendible.
Pero no hay ningún sector social, clase, predestinado a retomar todo
esto y reparar la Historia. Se trata de una apuesta por un futuro
indeterminado y para ganar utilizamos esos recursos pues nos harán más
fuertes al revelar el sentido de lo que está en juego y ponerlos de nuestro
lado frente a quienes pretenden eternizar esta historia. Si el pasado pudo
haber sido diferente, el futuro también podrá serlo de como lo programan
hoy los dominadores, su capitalismo como “fin de la Historia” o el “no
hay futuro” humano. La recuperación por los jóvenes de la conexión con
la lucha de las generaciones pasadas contra la explotación y opresión, en
su propio país o cualquier parte del mundo, es por tanto, imprescindible;
el aislamiento generacional no es una liberación de la autoridad y tutela
de los mayores, sino algo más triste y peligroso que la orfandad para un
niño y sólo alimenta un narcisismo impotente para cambiar el mundo.
(NOTA 2)
Para vivir felizmente no basta con una tecnología, medio ambiente,
instituciones. También se necesitan valores, creencias. Las tradiciones,
culturas, ideologías, religiones, pueden ser históricamente un medio para
progresar o un lastre que se arrastra. El sentido de la identidad, del lugar
que se ocupa en el cosmos y el sentido de la vida son claves en una
cultura. Que hoy no sepamos bien qué decir de todo esto no significa que
no nos afecte; al contrario, lo que tenemos es resultado también de ello.
No sirven las ideologías del pasado pero tampoco la ideología
tecnocrática. Nada que no esté presidido por un nuevo humanismo nos
servirá como Humanidad (especie) con humanidad (dignidad, respeto,
compasión). Si fuésemos capaces de dar el salto de mentalidad y
organización social que nuestro presente y próximo futuro nos están
exigiendo, el porvenir de la Humanidad será esperanzador, de lo
contrario no apuesto nada por un futuro que valga la pena como
humanidad. Un salto que implica por primera vez en la Historia el
cuestionamiento colectivo de la identidad del “yo”. Por eso, mayor que
los saltos del Paleolítico al Neolítico, del politeísmo al monoteísmo, del
mito a la ciencia, pero que puede y debe darse. Y para dar ese salto
necesitamos tomar impulso con las respuestas adecuadas a “¿quién soy?
¿cuál es el sentido de la vida?”.
Nos sentimos atrapados personal y socialmente en una dinámica que
nos arrastra cada día y no vemos la manera de pararla. No somos capaces
de entender bien lo que está ocurriendo y en lugar de reflexionar y luchar,
nos resulta menos agotador dejarnos llevar por la corriente, sumergirnos
en la rutina diaria, incluso buscar en nuestra vida privada un refugio y
evadirnos con el espectáculo que nos ofrecen los medios de
comunicación como si pudiese salvarnos de un gran desastre colectivo.
Pero eso es de tanta ayuda como la orquesta del Titanic mientras se
hundía. Liberarnos no será esta vez resultado de un proceso
semiconsciente ni de dinámicas sociales espontáneas e inevitables, ni
siquiera del condicionamiento de las masas por vanguardias ilustradas.
Los problemas, la inercia, la solución y el modo de vida alternativo,
exigen como nunca en otra fase de la Historia, poner por delante el factor
consciencia para comprenderlos y tratarlos no sólo en el plano político
sino en el psicológico (hasta la misma identidad como ser humano), en la
medida en que éste juega un papel fundamental en nuestra mentalidad,
actitudes y comportamiento social. Sin duda el proceso será desigual y en
determinados momentos jugarán el papel de dinamizadores o de
avanzadilla unos para ser relevados por otros. La salida no es inevitable,
pues el desastre total tiene muchísimas probabilidades y tampoco puede
excluirse una fuerza mayor, como un asteroide que nos destruya antes. Ni
siquiera hay un sujeto social (trabajadores asalariados, campesinado,
estudiantes, tecnocracia...) preferente predeterminado ni por su naturaleza
social obligado a intentarlo, aunque, dado el lugar en las relaciones
sociales, la participación de unos sea más estratégica y decisiva que la de
otros, unos más proclives, interesados, receptivos y otros más reacios o
negados al proceso.
La creencia en una clase social destinada a la revolución y a
dinamizar la nueva civilización da pie a que minorías que se consideran
su parte más consciente se crean autorizadas a controlar el poder en su
nombre, pues en la supuesta naturaleza revolucionaria de la clase estaría
el aval o garantía de que la gestión de la minoría -sea o no transitoria-, no
será una usurpación y menos un nuevo dominio sobre esa misma clase.
Esta es la raíz del llamado sustitutismo, tragedia del marxismo en
relación con la clase obrera, pues facilita la perversión de la revolución
que devora a sus hijos. Los mismos trabajadores se han encargado de
desmentirlo y no para aceptar o reivindicar el capitalismo. Precisamente
en octubre de 2006 ha sido el cincuenta aniversario de la revolución
húngara de 1956. Antes de ser aplastada por los tanques rusos, los
trabajadores organizados en Consejos se enfrentaron a la autoridad de
quienes les dominaban y explotaban en su nombre. (en el nº 132, octubre
2006, de “Le Monde diplomatique edición española” se incluye un
artículo informando brevemente de ello y los análisis que en su día hizo
la publicación “Socialismo o barbarie” fundada por Claude Lefort y
Cornelius Castoriadis -un libro suyo en la bibliografía mínima- :
“`Socialismo o barbarie´ y la revolución húngara de 1956” por Thomas
Feixa; un libro “La revolución húngara de 1956. El despertar democrático
en Europa del Este” de María Dolores Ferrero Blanco, Servicio de
publicaciones de la universidad de Huelva, 2002; un capítulo en
“Momentos insurreccionales, revueltas, algaradas y procesos
revolucionarios” VV.AA., editorial El Viejo Topo, 2006; en internet, una
reflexión a contracorriente en www.internationalism.org de la
organización CCI, publicación Revista Internacional nº 127, 4º trimestre,
artículo “Hungría 1956. Una insurrección proletaria contra el
estalinismo”) (NOTA 3).
Para realizar la tarea del héroe que tiene pendiente la Humanidad,
necesitamos con urgencia todo un “imaginario”, más allá de un programa
político de transformaciones. En esta encrucijada histórica vital para el
planeta, la cultura de masas está más huérfana que nunca de la conciencia
heroica tan necesaria. Los creadores culturales deben entender que para
fortalecer la nueva conciencia, esperanza y voluntad, necesitamos
recuperar todo lo que pueda aportarnos la creación humana, rechazando
cuanto nos debilite. Necesitamos historias de gente corriente que ante un
reto social, sin llegar a la proeza ni resolver problemas colectivos, es
capaz de responder con dignidad, valor y humanidad, invitándonos a
emularles. Necesitamos la concepción social, los héroes, la fuerza
colectiva y el sentimiento de “Espartaco”, no el problema personal, la
pelea individualista, de “Gladiator” (dir R. Scott, 2000); el equivalente a
“El acorazado Potemkin” (como indicación de lo que quiero decir, sirve
el símil incluido al final de la nota 3); ciencia ficción o género fantástico
que impulse a salvar a nuestra especie, el respeto por las demás y la
responsabilidad por los mundos, el heroísmo colectivo, expandiendo
nuestra consciencia cósmica; en la música, las composiciones dramáticas
y épicas que sólo encuentro ahora en algunas películas o la denuncia e
impulso a la movilización como la de algunos canta-autores de la
Transición, canciones e himnos para las masas en lucha. Imagino el
sonido de los largos instrumentos de viento de los aborígenes australianos
y los lamas tibetanos llamando a las fuerzas más ocultas de nuestra mente
para despertarlas y los tambores marcando el ritmo de nuestra marcha de
danza y combate. La mente capaz de cambiar el mundo deberá vivir, en
cuanto a la vida pública, en un espacio emotivo épico, no en uno como el
creado por la publicidad televisiva. En esto, lo pequeño es hermoso si
contiene grandeza. Artistas: iluminad las mentes, encended los corazones,
hacednos danzar flexibles y resistentes como el bambú (nada de paso de
la oca o legionario). Al cambio de civilización le precederá y acompañará
una revolución cultural que barrerá muchos modos hoy imperantes. Con
la urgencia que nos impondrá el cambio climático y sus gravísimas
consecuencias, los artistas deberán cambiar de chip y encauzar sus
energías creativas para contribuir a la gigantesca movilización de masas
necesaria a fin de impedir que nos arrastren al desastre condicionando
nuestras mentes cual flautistas de Hamelín. Hoy debe empezarse por la
crítica de los productos culturales de masas para desenmascarar y
neutralizar su manipulación de las conciencias (un ejemplo, el artículo
“El cine estadounidense y el 11-S. `Por qué combatimos´” de C. Gürel y
otros en “Le Monde diplomatique, edición española” octubre 2006 nº
132) (NOTA 4)
No es esta una civilización que por sí misma genere y guarde en sus
entrañas su alternativa, preñada con una clase revolucionaria, inscrita con
un programa de superación dialéctica, sólo necesitada de la violencia
como partera de la Historia. Esta civilización no guarda una doble
promesa de nueva civilización o barbarie, sino sólo una tendencia
creciente a la barbarie y el caos. No hay un proceso orgánico, una
maduración a falta del tirón para tomar el fruto, una dinámica, misión
revolucionaria intrínseca, que pueda salvarnos. Nada de puertas que den
acceso a un mejor escenario, sólo un laberinto sin salida, no dejando otra
opción que la demolición y obra nueva. Una cárcel de máxima seguridad
para condenados a cadena perpetua no crea las condiciones para alcanzar
la libertad, uno debe fugarse. Esta civilización nunca ha incluido la
posibilidad de construir una amplia avenida para el desfile triunfal de su
alternativa. Lo que se nos viene encima como resultado de nuestros actos
y omisiones es una avenida que puede ahogarnos. Nuestra salvación
depende de que la gran mayoría de los trabajadores asalariados asuman
las transformaciones que den a la naturaleza su espacio y creen una nueva
organización hidrográfica. Y para eso sólo contarían con su lucidez,
voluntad, organización y acción consciente comprendiendo que su
sometimiento desde hace un siglo sólo contribuye a la destrucción de las
condiciones de existencia de la Humanidad no a crear las condiciones
para una nueva. Una lucha a la que no están llamados por ninguna ley
histórica pero a la que los más conscientes (entre ellos o no) debieran
llamarles. Ni dios, ni patria, ni rey, ni Estado, ni partido, ni clase, ni
Historia; sólo nos salvarán personas librándose de la ilusión del ego y
uniéndose por un programa radical y revolucionario. No una lucha
banderiza más aunque sea a gran escala, sino la identificación con los
intereses de la humanidad (por tanto, de la Humanidad) contra una
civilización que a diario la escarnece y fustiga. Sólo en esto se halla la
semilla de la nueva civilización, no en la dinámica autosuperadora o
desarreglos de la vieja.
A diferencia de la existencia del capital en los márgenes de la
sociedad feudal, en la sociedad capitalista, dadas sus relaciones internas y
el dominio que ejerce sobre las demás (pre-capitalistas), no existe una
fuerza económico-social impersonal, una dinámica (como D-M-D´,
dinero-mercancía- dinero +), proceso dialéctico inevitable de las
contradicciones, un determinante social, de clase, un embrión de nuevas
relaciones de producción, que impulse una nueva civilización y obligue al
cambio. Más allá de la inercia del comportamiento condicionado por su
situación social, los seres humanos, haciendo un esfuerzo de consciencia,
apoyándose en algunos factores de su posición social (trabajo colectivo,
interdependencia, lazos planetarios...) pero sobre todo en su condición
humana (necesidades no sólo de supervivencia sino más elevadas,
inteligencia, integración, compasión, solidaridad), por su elección y
voluntad pueden optar por una dinámica que cuestione esta civilización y
los conduzca a otra. Pero será, insisto, un proceso elegido, consciente, un
ejercicio de voluntad incluso contra su propia condición social y la
dinámica espontánea a la que ella les empuja que es la continuidad, bajo
una forma u otra, de la explotación y opresión a pesar de luchar por sus
necesidades (salario, precios agrícolas...); no un proceso determinado,
obligado, forzado por ninguna condición social en este sistema.
No será inevitable la victoria, tampoco el proceso hasta “la lucha
final”. No hay una marcha triunfal “de derrota en derrota hasta la victoria
final”. Cada derrota es un paso atrás sin que entrañe en el futuro uno y,
menos, dos pasos adelante. Ni siquiera es inevitable un proceso orientado
a esa meta aunque sea interrumpido, llegando hasta batallas tácticas o
estratégicas que den lugar a derrotas debilitadoras, desmoralizantes para
las fuerzas progresistas y -a falta de otras buenas oportunidades-, cierren
la vía a la “lucha final” o porque tomen la delantera los procesos
destructivos
(degradación
social,
medioambiental,
guerra...).
Olvidémonos de una vez de la inevitabilidad de nada, de que se pondrá
algo en marcha por sí sólo y de cualquier determinación en el proceso de
liberación de esta civilización. Ni cuando se razonaron por primera vez
fueron ciertas esas ideas. Si en algún momento ese tipo de pensamientos como los religiosos milenaristas, salvando las distancias- inspiraron
confianza en las propias fuerzas y en la victoria de la causa, hoy -tras
tantas derrotas y monstruosidades en su nombre- en las condiciones
actuales de degradación de la civilización, no aportan nada más que
confusión en el razonamiento y una intervención equivocada. Son
perfectamente sustituibles por otros conceptos más sencillos y sin su
riesgo, como que la victoria no es imposible si luchamos debidamente.
Pensemos que lo condicionante, lo determinado, está en contra del
proceso de liberación, lleva a más de lo mismo (incluida la resistencia sin
la perspectiva adecuada para salir de esta civilización) y al desastre final.
Esta civilización puede estar condenada al hundimiento, pero no hay un
programa, una dinámica, una nueva civilización en sus entrañas, llamada
a sustituirla por ninguna ley o fuerza similar; como cuando le llega el
final a una estrella y, por su tamaño inicial (mediano, como el Sol), se
convierte en una vulgar enana blanca (del tamaño de la Tierra) (*), en
lugar de una supernova que contribuiría al surgimiento de una nueva
generación de estrellas y sistemas planetarios con más probabilidades de
engendrar vida. Una situación crítica puede empujarnos a decidirnos a
buscar una solución, pero necesariamente no nos la ofrezca, -al contrario,
nos ponga grandes obstáculos- y que sólo podamos recurrir a todo
nuestro ingenio inventivo. No hay una fuerza económica, relación social,
que nos impulse a salir de esta civilización (como las vías facilitan la
marcha del vagón en una dirección) y cree las bases de una nueva. Ni
siquiera la lucha de clases, pues sólo la perspectiva clara de abolir la
condición de clase (nada de apología del trabajo ni del trabajador, etc)
dará la potencia necesaria para escapar colectivamente de ésta y evitar
cualquier otra civilización de clases que pretenda sustituirla con su
inevitable cadena de explotación, opresión, violencia y amenaza de
destrucción planetaria. Pero las condiciones sociales no hacen que surja
espontáneamente esa conciencia de superación clasista y menos que se
convierta en dominante; al contrario, la ideología espontánea y
dominante sigue siendo la que fomenta las relaciones sociales imperantes
y la clase dominante, es decir, la tendencia a dar carta de naturaleza a
esas condiciones. No surge espontáneamente una solución clara y
correcta y menos con la fuerza necesaria para imponerla, aunque el
análisis crítico, consciente, esforzado, de lo existente nos inspire a ello.
Sólo cabe contar con algunos factores -necesarios pero insuficientes- que
crean algunas de las bases materiales para el cambio e incluso pueden
inspirarnos, pero no lo impulsan. Que en el territorio de una comunidad
haya carbón y hierro no quiere decir que puedan y vayan a impulsar una
revolución industrial y el capitalismo. Lo determinante juega en nuestra
contra pues es lo impuesto ahora y sin que entrañe una alternativa. No
determinan la conciencia liberada sino su condicionamiento. La
conciencia descondicionada sólo puede surgir de un esfuerzo consciente
contra el condicionamiento. La liberación va “a contrapelo”. Pero se
puede marchar contracorriente, aunque cueste más que la inercia, y llegar
a la meta.
* Un 90% de carbono y un 10% de oxígeno, lo que la convierte en
un diamante en el cielo. “Redes”, programa 416, 10-XII-2006, entrevista
al profesor Arthur Miller, TVE2.
La “fuerza de la gravedad” de lo socialmente existente no nos
condena a permanecer arrastrándonos en esta civilización, pues los
humanos contamos con nuestra consciencia inteligente, capacidad de
crítica, autodominio, compasión y creatividad. Ahora ha llegado la gran
ocasión para demostrar todo su poder de empuje, como hemos sabido
liberarnos de la atracción terrestre para llegar a la Luna aprovechando
para dar potencia al impulso las mismas fuerzas de la gravedad (terrestre
y lunar). Nuestra especie sólo ha logrado avances importantes yendo
contra la inercia, esforzándose por pensar, imaginar, explorar, superando
obstáculos naturales o sociales, asumiendo riesgos personales y
colectivos. Los humanos, en relativo poco tiempo, desde que salieron de
África (unos 150*) no pararon de desplazarse por tierras y mares
desconocidos, con medios de lo más rudimentarios, hasta cubrir el globo
incluso en los espacios más inhóspitos, adaptándose a ellos con su
ingenio, enfrentándose a animales temibles, extinguiéndolos. Aparte otras
valoraciones, recordad las carretas de colonos norteamericanos cruzando
praderas, desiertos y cordilleras. Más próximos, los emigrantes españoles
al resto de Europa sin saber nada del idioma ni poco más. Hoy, los
africanos arriesgando la vida -perdiéndola muchos- para llegar en frágiles
embarcaciones a las costas españolas. Cuando nos hicimos sedentarios
fuimos capaces de organizarnos extensamente para garantizar el riego de
las tierras (Egipto, China), o el poder administrativo, militar y expoliador
de imperios. La organización y audacia en incontables guerras,
muchísimas de ellas injustificables. Las revoluciones trastocaban los
valores y la organización social tradicional e iban inseparablemente
acompañadas de violencia con su consiguiente capacidad de
autosacrificio por el triunfo de la causa. La tranquilidad relativa, rutina
diaria y hasta caprichosa comodidad con la que se vive sedentariamente
sobre todo en los países ricos no deben confundirnos al respecto sobre lo
que ha sido la historia de nuestra especie. Si los humanos hemos llegado
hasta aquí, también podemos, si queremos, superar esta civilización. Pero
lo mejor no nos caerá del cielo (las bombas sí); como siempre ha sido,
tendremos que ganárnoslo a pulso.
* Entrevista al genetista Nicolas Wlade en “Redes” de TVE2
programa 419 de 18-I-2007, también en internet.
Como no existe ningún sector predestinado para liderar el cambio de
civilización, no podemos confiar en su inspiración por las leyes de la
Historia para guiarnos sabiamente. Nos es imprescindible la elaboración
de una estrategia, de un Programa de Transformaciones y en base a esto
poder establecer las fuerzas sociales, las alianzas, los pactos posibles,
saber con quién podemos contar, hasta dónde y con quién no. Nos
obligará a estar mucho más atentos, más conscientes de los procesos al no
poder confiar en dinámicas espontáneas ni en ningún Prometeo o Mesías.
Si no debemos confundirnos en la dinámica de la clase -menos de la
nación- el papel del individuo consciente se hace más relevante y por
tanto el de sus motivaciones, el sentido que ve en su vida y las finalidades
que se da.
Tal como somos, las cosas deberán empeorar para que nos
decidamos a actuar en serio, con planteamientos de largo alcance. Como
los procesos son en muchos aspectos imprevisibles, corremos el riesgo de
que, rápidamente, sea demasiado tarde, por agravación de los problemas
y degradación social, de modo que nos veamos incapaces de unir y
organizar las fuerzas necesarias para el cambio. Nos podemos ver
desbordados, precipitándose el desastre sobre nosotros, como una ola
gigante, incapaces de remontarla hasta su cresta. Según pase el tiempo se
irá agudizando -con diferentes ritmos y facetas según la parte del mundo-,
la tendencia a la degradación de esta civilización. El tejido social, la
sociedad civil, las relaciones respetuosas y humanitarias, se irán
desintegrando a favor de los poderes fácticos empresariales, los “señores
de la guerra”, las bandas criminales internacionales, los militaristas, el
aislamiento del individuo o su encuadramiento en estructuras de dominio,
Estados totalitarios; cualquier cosa menos bueno y bonito. La
degradación de los valores positivos y humanitarios, la atomización
social, la reducción de la pluralidad informativa por la concentración
capitalista, acompañadas de grandes avances tecnológicos, la difusión del
consumo de drogas para la evasión y “apaciguamiento”, o “armas de
sumisión masiva” como pagar el préstamo hipotecario de la vivienda,
aumentarán la capacidad de manipulación, espionaje, control, represión e
intimidación, haciendo más difícil la organización de las fuerzas capaces
de superar esta sociedad, tal vez al punto de que, de hecho, se haga
imposible. La corriente de esta civilización hacia al reforzamiento de los
poderes más reaccionarios progresa insidiosamente; casi sin darnos
cuenta nos ha comido “los dedos de los pies” y avanza como una
gangrena. Por eso hay que resistir en cada “palmo de terreno” en cada
“posición” pues cada pérdida dificultará nuestro avance y les hará a ellos
más fuertes. Se puede derrotar a un ejército que mantiene intacta su
combatividad, con un planteamiento superior capaz de controlar
rápidamente el territorio, cercar las tropas, introducir un “caballo de
Troya” y disponiendo de gran superioridad de fuego, quedándole sólo la
rendición. Para derrotar a la Humanidad no hacen falta grandes batallas,
ni la batalla final, basta con derrotas de las que ni nos percatamos y otras
más importantes a las que no damos la importancia ni la respuesta debida
pues no parecen decisivas. Todo ello nos debilitará como un ejército de
termitas acaba con un edificio. Entonces no habrá espacio para que el
viejo “topo” revolucionario emerja. Pero la lucha a la defensiva o sólo
para recuperar lo perdido, es una lucha a la larga condenada al fracaso,
dado el poder de la clase dominante y la tendencia a la degradación del
sistema; no se puede sobrevivir en un bloque de hielo en época de
deshielo y menos si el proceso se acelera con un calentamiento global.
Necesitamos un enfoque ofensivo, cuestionador de la civilización, no
sólo tratando de preservar o mejorar nuestra situación en ella, pues así no
sólo avanzaremos sino que defenderemos mucho mejor lo logrado hasta
hoy. Con la actual civilización, el “Estado de bienestar”, la democracia
real y las condiciones medioambientales están condenadas. Ni la vuelta al
pasado, ni la “huida hacia adelante” del neoliberalismo, nos salvará.
El proceso transformador sólo se dará si de forma consciente es
asumido por amplios sectores de la población; no el “estado mayor” que
dirige a la “tropa” semiconsciente de la guerra que está librando y su
objetivos. Sin este factor imprescindible sólo asistiremos a revoluciones
que devoran a sus hijos degenerando o alguna que otra explosión
espontánea de dudosa continuidad por muy extensa, grande, estimulante,
llena de lecciones e inspiradora que sea para unos pocos o muchos.
Poner la consciencia en el puesto de mando significa no seguir
dejando la suerte de la Humanidad a expensas de “reglas del juego”,
automatismos, procesos inconscientes, dinámicas económicas, sociales,
políticas, cualquiera sean éstas, hoy sobre todo el “libre mercado” (unas
pocas grandes empresas) y su “mano invisible” (unos cuantos consejos de
administración). El capitalismo nos condena cada vez más a la mayoría a
una actividad ciega y/o a la miseria, el acortamiento de la vida y la
muerte a buena parte de la población mundial. Nos agarra por la garganta
tratando de impedir un grito de lucha. Todo ello con la colaboración de
las manipulaciones, maquiavelismo y conspiración de la clase dominante
(desde la actuación ordinaria de empresas y Estado hasta el secretismo,
como la Logia masónica P2, y tal vez otras sociedades o clubs secretos).
Dicen “Dios aprieta pero no ahoga”. Del capitalismo no puede decirse lo
mismo vistos los resultados desde el siglo XX sobre todo. Al igual que no
podemos resignarnos al libre curso de las leyes de la evolución que están
conduciéndonos a la actual Gran Extinción (la 6ª) por nuestra
destructividad, tampoco podemos abandonarnos al optimismo del juego
capitalista como quien arriesga hasta la camisa en el casino sólo porque
en algún momento ha tenido una buena racha. Con nuestros
conocimientos, capacidad de organización, flujo y manejo de la
información (informática), tecnología, debe haber modos mucho mejores
de regular la sociedad.
La inconsciencia personal y social nos ha conducido a esta
situación. Sólo la consciencia puede servirnos para construir algo
satisfactorio como Humanidad y con humanidad. Si por algún sitio
podemos empezar es con seguridad el más próximo y accesible, uno
mismo, sin que esto quiera decir que se relegue la intervención social,
sino al contrario, se encuentre más motivada y clarificada. Una prueba de
ello es este ensayo, no por centrado en la identidad personal y el sentido
de la vida menos comprometido socialmente y con una trasformación
radical del mundo.
Al tratarse de una elección con implicaciones en la vida de las
personas tiene un carácter moral. No necesitamos más justificación que la
de su conveniencia para la Humanidad y el desarrollo del potencial de
humanidad de los individuos. Si el cambio está o no inscrito en las
actuales relaciones sociales, no es lo decisivo. Podría estar inscrito algo
malo para nosotros y no por eso nos deberíamos someter a ello, como la
voluntad de una fuerza “natural”, como no utilizamos el conocimiento de
la enfermedad para admirarla, rendirnos a ella y facilitarle la labor. La
primera explosión atómica (prueba en el desierto de Nuevo México EEUU- en el paraje de la Jornada del Muerto, cerca de Alamogordo, 16VII-1945) no estaba determinada ni por el Universo ni la Historia
humana, ni siquiera por la civilización capitalista aunque era un resultado
de todo eso. No había nada de inevitable en ella ni en que al poco se
arrojasen bombas sobre la población y sin embargo cambió la Historia
pues creó las condiciones para poner fin a la Historia. Ocurrió porque se
quiso, era factible socialmente, había medios y era posible en nuestro
Universo. Lo mismo podría decirse de la superación de esta civilización.
¿Destruiremos el mundo?. Cuando la principal amenaza percibida
era la nuclear se podía pensar que todo estaba listo para la destrucción
final a falta del conflicto, la voluntad y decisión que iniciase el proceso.
Cuando ahora sabemos que son tantos los factores, militares o no, que
nos conducen a la destrucción, sólo cabe decir que desde hace tiempo se
ha iniciado la cuenta atrás aunque desconocemos cuantos números faltan,
su ritmo exacto o si seremos capaces de detenerla, “cortar el cable del
color correcto”.
Ahora podemos dar un giro decisivo a la Historia y hacer esa
amenaza imposible socialmente.
Si unos miden el mundo según los dígitos del saldo de su cuenta
bancaria, los metros y la planta de su despacho o el número de personas
bajo su autoridad, otros tenemos una percepción -aunque limitadacósmica y sabemos mejor lo que realmente está en juego para la
Humanidad.
Cambiar el mundo es posible. El premio, la supervivencia como
Humanidad con humanidad. El modo, debilitar la ilusión del “yo”,
elaborar un programa de transformaciones suficientes para crear las bases
de una nueva civilización, organizarse masivamente para implantarla y
hacer frente a quienes se opongan. El costo, afrontar el terror que
intentarán imponernos quienes no deseen renunciar a sus privilegios y
visión del mundo.
He antepuesto “debilitar la ilusión del yo” pues no se trata de
fomentar una lucha más entre “nosotros/ellos” “buenos/malos” que, con
tal de alimentar nuestro sentimiento de valía y seguridad personal, sería
capaz de las mayores injusticias y monstruosidades, eso sí, en nombre de
la justicia, la Humanidad, la verdad, etc. La lucha pendiente es sobre todo
una campaña por la disolución de las falsas identidades en cada uno, en
nosotros, en ellos, que son las que sostienen la marcha de unas relaciones
sociales, “reglas del juego”, que no podrían existir si no satisfaciesen esa
adicción egoica. Descubrir la ilusión de la identidad de “ellos” debe
servir, no sólo para debilitarlos, desenmascararlos, desacreditarlos,
aislarlos políticamente, etc, sino para descubrir los mismos mecanismos
de fondo en la nuestra aunque las manifestaciones superficiales sean
diferentes. Y aquí entran de lleno, las preguntas clave de este ensayo. No
hace falta sólo un programa de metas políticas, sociales, etc; la misma
campaña es un programa de transformación.
Cuando ya había dado por casi terminada esta Introducción, el 30-X2006, el primer ministro británico Tony Blair salta al primer plano con un
informe de 700 páginas sobre las consecuencias del calentamiento
climático y una iniciativa internacional para hacerle frente. Los
científicos, por lo que parece, son unánimes en cuanto a la realidad del
problema del calentamiento global. Los “expertos” al servicio de algunas
empresas y gobiernos lo han venido poniendo en duda interesadamente,
sembrando entre la población la sensación de que no hay unanimidad en
la comunidad científica y que por tanto no es tan clara la necesidad de
medidas radicales y su urgencia (*). Si los expertos de Blair y su asesor,
el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, están en lo cierto en cuanto
a la gravedad del problema -y todo apunta a que así es- las consecuencias
serán dramáticas en lo económico, social, humano y por tanto -aunque no
lo digan- incluirían conflictos armados. Esto confirma las perspectivas
expuestas en esta Introducción y sería la primera vez que figuras muy
destacadas de la clase dominante reconocen el panorama aterrador que se
avecina.
* Datos sobre esta conspiración en el artículo “El negocio de la
negación” de George Monbiot en “FP, Foreign Policy, edición española”
nº 18 diciembre/enero 2007. ¿Se exigirán responsabilidades civiles y
penales por este atentado al derecho a la verdad, la seguridad, el bienestar
y la salud pública?.
Al Gore es, que sepa, el único político con una posición nacional e
internacional importante que se ha esforzado en hacer con su película
documental “Una verdad incómoda” (2006) una importantísima
contribución a la divulgación didáctica y crédito del conocimiento sobre
tan gravísimo problema. Esto debemos reconocerlo, sobre todo cuando
incluso en su país nada a contracorriente. Como ser humano le honra y
como político le coloca por encima de muchísimos, dejando en su lugar a
las grandes compañías, cadenas de televisión, etc que han sido incapaces
de producir algo comparable. Si en su privilegiada posición social ha
podido apoyarse Al Gore para disponer de los contactos y recursos para
esa campaña y película, en esa misma posición tiene la limitación su
planteamiento. Si la burguesía nos viene predicando la confianza en el
Progreso bajo su dirección, Al Gore nos predica la confianza en la
Salvación dentro del capitalismo con tal de hacer los cambios
imprescindibles entre los líderes políticos, desplazando a quienes niegan
el problema y no toman medidas adecuadas. Es cierto que han
conseguido que el problema del deterioro de la capa de ozono de la
atmósfera esté en vías de solución y resuelto hacia mediados de siglo
(revista “Ecologista” nº 50 noviembre 2006/2007, página 16). Aunque
grave, era un problema menor comparado con el del calentamiento. Pero
no podemos confiar en que será la política respetuosa con este sistema la
que salve de cocerse a la rana (nosotros) incapaz de reaccionar por reflejo
al fuego lento (símil de Al Gore). Hasta ahora, en vez de afrontarlo con
responsabilidad, la burguesía se ha dedicado a negarlo, desacreditar y
represaliar a científicos y cuando ha pactado el acuerdo de Kioto (Kyoto),
ha demostrado su incapacidad para aplicarlo. EEUU ni siquiera lo ha
firmado, tampoco China. España sigue sin cumplir los compromisos y
está muy lejos de poder hacerlo, según Greenpeace. Reconocen que el
Protocolo de Kioto, a pesar de sus logros, ha fracasado. La cuestión ahora
es si podemos confiar por enésima vez en que nos conduzcan a la salida
precisamente quienes nos han metido en esto. Si hasta hoy han dado estas
pruebas de irresponsabilidad e incompetencia y convertido sus
propósitos, incluso moderados como el de Kioto, en papel mojado ¿por
qué confiar en que a partir de ahora lo hagan “de verdad de la buena”
cuando las medidas serían mucho más exigentes?. Nos podemos esperar
un talante similar al de la nueva derecha que pretende salvarnos con
moralismos y cruzadas contra esto y lo otro, de los efectos de la
degradación social provocada por el mismo neoliberalismo, sobre todo,
que ella misma defiende. ¡Pirómanos bomberos!. Lo que está en juego y
debe ser modificado es infinitamente mayor que con el caso del ozono.
Las implicaciones sociales, humanas y los riesgos de conflicto armado
por los recursos (agua, tierras cultivables, nueva vida para millones de
personas desplazadas) entre Estados y al interior de los mismos, son
enormes e incomparables. Y es un problema que se añade y combina
explosivamente con los que ya tendríamos sin él, arrastramos y se vienen
agudizando con la decadencia, tendencia a la degradación y barbarie de
esta civilización desde comienzos del siglo XX. Pakistán e India
disponen de armamento nuclear y se ciegan fácilmente por el problema
de Cachemira. Israel sigue creando tensión, también tiene armas
nucleares y para colmo es el estado mimado, consentido, siempre
amparado y casi siempre excusado -haga lo que haga-, de los EEUU. La
explosión demográfica es ya una locura. Añádase a esto agravamientos
de la crisis como constantemente venimos sufriendo (Argentina, etc) y el
escenario puede convertirse en una auténtica espiral crítica para la
Humanidad. Sólo falta algo con lo que nadie haya contado, como una
nueva epidemia que tenga sus causas en todo este caldo de cultivo. Si la
burguesía y sus políticos fracasan definitivamente con el cambio
climático, tendremos una bomba estallando bajo nuestro culo. Sin
concurrir el problema climático, nos sobran razones para transformar
totalmente las instituciones económicas, políticas... y desplazarlos del
poder en todas las esferas; con él, se hace más necesario y urgente si
cabe, pues su fracaso, no será reparable como otros cuando cada pocos
años se cambia de gobierno. Ellos mismos -y los científicos- lo dicen: si
en los próximos diez años no se toman las medidas necesarias, ya será
tarde para detener y revertir el proceso. ¡Ni siquiera queda tiempo para
varios cambios de gobierno, salvo crisis y elecciones anticipadas!. A
quienes no les toque morir para mediados de siglo, les tocará sufrir las
consecuencias.
Blair y compañía comparan la gravedad del problema con la Iª o IIª
Guerra Mundial y la crisis de 1929: depresión económica, hambrunas...
Es comparable en importancia y en plazos. Entre la crisis de 1929 y la IIª
G.M. sólo pasaron diez años. Si tanto les preocupan la depresión, las
hambrunas ¿por qué han defendido por todo el mundo políticas
económicas -neoliberales o no- con todos sus “reajustes” y consiguiente
miseria y hambre?. Si quieren un trato justo entre países pobres y ricos
ante esta crisis ¿cómo es que desde mediados del siglo XX han servido de
tan poco tantas declaraciones, pactos, etc para superar la pobreza, las
desigualdades y el hambre en el mundo?. Si en la democracia burguesa
juega con ventaja quien más dinero tiene y la burguesía, en particular la
norteamericana (el Imperio), nunca ha tenido empacho en promocionar o
tolerar fascismos, dictaduras militares, guerras criminales (¿cuándo un
libro sobre los crímenes USA en la guerra de Corea?*), además de
genocidios (Camboya, Timor, Ruanda**..) ¿qué garantías tenemos de que
el proceso sea de verdad democrático?. Pretenden que reine la
colaboración y la paz entre los países pero ¿no fue el mismo Tony Blair
quien nos mintió sobre las armas de destrucción masiva en Irak en su
colaboración guerrera con los EEUU?. Al Gore se ha destacado a menudo
por su oportunismo y falta de firmeza. Si tanto les importa la gente ¿por
qué se lanzan tan alegremente a las guerras, las medidas que provocan la
muerte en masa de niños (Irak durante el embargo), persiguen y matan a
quienes protestan precisamente contra lo que Blair dice querer evitarnos?.
* En la serie documental “Corea: la guerra inacabada” emitida en
noviembre 2006 por el canal digital Docu (anteriormente en la TVE2)
reveladoras informaciones secretas desclasificadas: apoyo a la dictadura
terrorista del Sur, matanzas en las columnas de refugiados (desde tierra y
por aire) por miedo a la “infiltración comunista” y de soldados enemigos
rendidos o heridos, bombardeos con napalm sobre población civil en
ambas Coreas, planes de bombardeos nucleares que siguen
actualizándose, guerra bacteriológica contra la población civil de Corea
del Norte... El director Samuel Fuller reflejó el asesinato de soldados
norcoreanos prisioneros en su película “Cascos de acero” (1951) cuando
aún se desarrollaba la guerra, por lo que fue perseguido por
“procomunista” e investigado por el FBI (revista “Fotogramas.
Cuadernos de cine”, el titulado “Y Hollywood cogió el fusil. Un siglo de
cine bélico”, diciembre 2006).
** “La ministra de Defensa francesa, Michèle Alliot-Marie, se ha
visto obligada a desclasificar 105 documentos de los servicios secretos, a
raíz de una demanda donde seis supervivientes de (...) Ruanda acusan al
Ejército galo de “complicidad en el genocidio y crímenes contra la
humanidad”” (fuente y más detalles en el artículo en “De Verdad”
publicación de la organización política UCE, nº 22, segunda quincena de
noviembre 2006; pistas en página 177 y siguientes del libro “Queremos
informarle de que mañana seremos asesinados junto con nuestras
familias” de Philip Gourevitch, Destino 1999; otra pista en página 236 de
Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y
procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006).
Hay quien mantiene que los EEUU tienen la capacidad de alterar el
clima, provocar huracanes o sequías y que algunos de los fenómenos
extraordinarios que estamos conociendo en los últimos años pueden
deberse a eso y no al calentamiento global, real pero que le serviría de
tapadera (Michel Chossudovsky en el artículo “Los amos del clima” en
“Todo en venta”, VVAA, Nuovi Mondi Media, 2006). Si fuese cierto,
dispondrían de un arma a añadir a los efectos del cambio climático para
presionar a otros países o debilitarlos.
El capitalismo ha conocido antes varias situaciones críticas y la
clase dominante nunca ha dado una salida razonable y humanitaria, al
contrario: ante las contradicciones imperialistas de comienzos del siglo
pasado, se lanzó a la Iª Guerra Mundial y la sostuvo durante cuatro largos
años a pesar de su monstruosidad y las protestas -reprimidas- de
trabajadores y soldados; de manos de la socialdemocracia alemana que
apoyó la Iª Guerra Mundial, sirviéndose de los ex-combatientes (freikorps
o “cuerpos francos”) que luego engrosarían las filas de las huestes nazis,
se salvó el capitalismo y su democracia, aplastando el movimiento
espartaquista comunista, debilitando gravemente así a la única fuerza que
podría haber parado el nazismo y eliminado las causas de la IIª Guerra
Mundial; ante la crisis de 1929 y la competencia interimperialista, la
salida general fue el rearme, la II ª Guerra Mundial, la guerra de
exterminio en el Este y el Holocausto; y “para acabar con la gran
matanza” -dijeron-, abrieron de par en par las puertas a la era del
armamento nuclear y la escalada militar. El miedo a la atracción por el
bloque ruso y la agitación comunista de los trabajadores en una Europa
destrozada pendiente de reconstrucción, impulsó el plan Marshall, pero
sin un riesgo semejante, se deja padecer a la población hasta morir de
hambre. Continuaron los conflictos que suman más víctimas que las de la
última guerra mundial. Ante las luchas populares, provocaron dictaduras
militares terroristas y siempre que se ha apuntado hacia una nueva
civilización, en lugar de contribuir en esa dirección, se han opuesto a
sangre y fuego apoyando las orientaciones más reaccionarias y bárbaras.
EEUU y otros países lanzaron, escudándose en mentiras, una guerra
contra Irak por intereses geoestratégicos, de los EEUU para disciplinar
tras de sí a sus aliados occidentales (de la OTAN, etc) cada vez más
díscolos desde la desaparición del Pacto de Varsovia y por controlar
mejor el petróleo. En cambio, nadie movió un dedo para impedir el
genocidio en Ruanda cuando habría sido sencillísimo ante el elemental
armamento (machetes, garrotes...) de gran parte de los asesinos. África,
cuna de la Humanidad, se ha convertido en “el culo del mundo” gracias
sobre todo a la rapacidad colonialista y después a los intereses
imperialistas. La ONU ya está avisando que, a pesar de ser África el
continente que menos contribuye al calentamiento climático, a los
africanos les tocará de lo peor e igualmente a las especies animales y
vegetales del continente (El País, 8-XI-2006). Si con problemas mucho
menores no se ha ayudado realmente a los africanos (sí a sus dictadores
por permitir explotar el continente) ¿lo harán cuando problemas peores
acuciarán también a los países ricos?. Los africanos deberán huir del
continente condenado a la sequía, la hambruna y las guerras, para salvar
la vida, perdiéndola muchos en el intento de entrar en Europa, en
particular por España. El Sahara frenará la avalancha haciendo de
frontera natural. También detendrá a la mayoría la falta de recursos para
el viaje. Así, asistiremos sobre todo a grandes desplazamientos de
población al interior de los países y atravesando fronteras africanas, con
los conflictos que inevitablemente generará, solventados con las armas
que obtendrán de nosotros (haciendo de paso un buen negocio) y a falta
de ellas, con machetes, ante nuestra mirada hipócrita.
Si hasta hoy a los capitalistas no les ha importado hacerse más y más
ricos a costa del empobrecimiento y miseria de la población, ahora,
cuando las cosas se pueden poner realmente feas para todos ¿por qué se
iban a sacrificar por los demás tanto como lo van a necesitar?. ¿Por qué
ahora iba a ser diferente?. Por mucha buena voluntad que se le eche -y la
burguesía es rácana en esto- es esta misma sociedad la que, con sus reglas
de funcionamiento, nos mete -lo permitimos al aceptarlas- en gravísimos
problemas y, como un dios cruel, precisa sacrificios y matanzas. Al igual
que no puede hacerse una tortilla sin romper huevos, no puede funcionar
el capitalismo global -aparte situaciones concretas de privilegio o más
consideradas- sin la destrucción de vidas y el medio; no hay tigres
vegetarianos ni de papel, sino más o menos hambrientos y feroces. Ni la
clase dominante tendrá la lucidez y voluntad necesaria para intentar
darnos una buena salida, ni esta civilización reúne las condiciones para
permitirla, ni será capaz de cuestionar la civilización raíz de sus
privilegios; ni sabe, ni puede, ni le quiere. Por tanto, no se trata de quién
“gestiona la crisis”, sino de desmantelar una civilización cuya fecha de
caducidad venció a principios del siglo XX -antes de la Iª G.M.- y se ha
vuelto demasiado tóxica, mortal. No se resuelve la podredumbre
disimulando el sabor y olor. No es sólo cuestión de que no puede dejarse
el gallinero al cuidado del zorro, sino que debemos dejar de ser gallinas,
en todos los sentidos.
La película documental de Al Gore, “Una verdad incómoda”, nos
plantea que si en los próximos diez años no se toman medidas radicales,
no podremos impedir el calentamiento. Nos recomienda medidas que
cada uno puede tomar por su cuenta y nos pide que presionemos a los
gobiernos para los cambios necesarios. Al Gore está a la vanguardia del
movimiento ecologista burgués, es decir, sin cuestionar esta civilización,
el capitalismo ni su “democracia”. Lo que más caracteriza a esta corriente
y a políticos como Blair, no es estar a la cabeza en la prevención del
desastre medioambiental como, de hecho, a la vanguardia de la
prevención de un mal mayor para la burguesía que el cambio climático:
un movimiento de masas mundial que condenase su sociedad, dominio de
clase y liderazgo político. Al Gore y Tony Blair lo que están haciendo es
tomar la iniciativa diciendo “nosotros nos encargamos, apoyadnos, seguid
nuestra estela”. Es una política, más que de prevención de daños, de
control de los mismos, sobre todo en su faceta política. Lo que nos dice
Blair ya lo dijeron hace muchos años algunos científicos, pero fue la
burguesía la primera en no hacerles caso ni darles publicidad, al
contrario. Si EEUU ni siquiera ha firmado el protocolo de Kyoto (Kioto)
no es sólo problema de la “administración” Bush, es decir, de un
gobierno, sino de una democracia anémica, más formal que real,
totalmente condicionada por el poder del dinero, los ricos, la burguesía,
el capital, la civilización capitalista, destructiva a gran escala en su
productivismo mercantil al servicio del beneficio empresarial y los
intereses de una minoría social. Esto determina la “agenda” de debate
social, los términos en los que puede ser planteado y resuelto un asunto.
Dicen que “si no sale en televisión, no existe”. Podrían decir “si no
conviene al capital, carece de interés”, y sin interés no conviene al capital
financiero. Lo máximo que podremos plantearnos con el ecologismo a lo
“Al Gore” y compañía, serán cambios de gobierno (o de la dictadura a la
democracia burguesa) respetando el sistema y esto no nos garantiza
librarnos del calentamiento, ni de la crisis demográfica, la miseria, la
degradación de la vida social o las bombas atómicas.
El mensaje con el que más nos machacarán es que dejemos de lado
nuestras reivindicaciones “particulares”, sobre todo los trabajadores y
campesinos del mundo, poniendo por delante lo que ellos entienden como
“bien común” es decir, preservar ante todo sus privilegios. Nos dirán que
todos vamos en el mismo barco pero sin cuestionar el rumbo y quién es
su patrón y propietario. En suma, someternos a su dirección y sacrificar
nuestros intereses no a la mayor conveniencia de la Humanidad, sino del
sostenimiento de esta civilización en bancarrota. De la “unión sagrada” y
el sacrificio por la patria nos llevarán a la “unión sagrada” planetaria tras
la clase dominante y como siempre nosotros seremos los “paganos”. Si
empezamos por renunciar a nuestras reivindicaciones en el capitalismo,
no será por los criterios de otra civilización, sino porque ya nos
sometemos a la dirección política de la burguesía; de ahí nos llevarán a
tragar con las medidas para “salvar el planeta” a nuestra costa. No serán
como el capitán del barco dispuesto a hundirse con él después de
asegurar el salvamento del pasaje y la tripulación, sino como quien
procura situarse en el vértice de la pirámide humana mientras la cubre la
marea. Si nos sometemos en la cuestión de nuestros intereses
“particulares”, acabaremos renunciando a nuestra propia perspectiva en
cuanto al planteamiento global, donde predominará la capitalista como en
la globalización imperialista. Aceptar su “gestión de la crisis” económica
nos conduce a sacrificios; aceptar su “gestión de la crisis ecológica” nos
conducirá al riesgo de extinción pues con ellos, la agudización de los
conflictos incluso bélicos, está garantizada, como cuando han pretendido
“salir” de una gran crisis económica. Confiar en las personas de una clase
social que ha dado sobradas pruebas de egoísmo e inhumanidad, sería
suicida para la mayoría de nuestra especie y una hipoteca para el futuro
de los supervivientes. Pero ¡si ni siquiera estuvieron a la altura con
problemas mucho menores y previsibles como el huracán que sumergió
Nueva Orleans, el hundimiento del petrolero Prestige frente a las costas
de Galicia, o los riesgos de tsunami en el Índico y apenas se han adoptado
las medidas preventivas después del tsunami en Asia del 26-XII-2004
(“El País” 23-XII-2006)!. Y lo que les incapacita es su mente, con una
orientación egocéntrica, mezquina, pues conocimientos e inteligencia les
sobran para hacer daño y hacerse más ricos y poderosos.
Con el pretexto de la lucha contra el calentamiento pueden aplicar
medidas de austeridad sobre todo para los trabajadores, con aumento de
impuestos, precios, etc. Luego dirán que no han sabido tener la misma
eficacia en la puesta en práctica de todo el abanico de medidas y bla bla,
pero que le pondrán remedio con una nueva tanda de ataques si
renovamos la confianza en ellos; como cuando se despide a trabajadores
para no tener que despedir más y al año hay que despedir a más para
seguir despidiendo. Desengañémonos o nos espera precisamente aquello
de lo que dicen querer librarnos.
Como viene ocurriendo desde hace un siglo, con más y más
propósitos y promesas cara a la galería, en la agenda real de la burguesía
se contemplarán hambrunas y guerras pero ¿cambiar de civilización?
¡esas utopías ya pasaron a la Historia pues estamos en el “final de la
Historia”!. Sólo cabe ser consecuente con ésta, gestionarla “mejor” y
hacer algún “ajuste” de los que se llevan por delante miles de vidas
(sobre todo niños, como en Argentina) y acortan las del resto (como en
Rusia). Tony Blair y Al Gore al final nos darán motivos para lo de
siempre: temblar con el “gore” de verdad. El científico James Lovelock
es el autor de la hipótesis Gaia, entendiendo la Tierra como un organismo
autorregulado. Lovelock cree que debido al cambio climático a finales de
este siglo ¡habrá desaparecido el 80% de la población mundial! (El País,
31-X-2006, mencionado por el entrevistador de Al Gore). ¡Eso sí que se
parecerá al fin de la Historia!.
Los científicos ya nos han anunciado (11-XII-2006) que en el
hemisferio norte, al ritmo actual de emisiones a la atmósfera que
provocan el calentamiento global, debido sobre todo al aumento de la
temperatura del agua que circunda los hielos (éstos reflejan la luz del
sol), se producirá el deshielo a ritmo acelerado del Ártico, de modo que
para el verano del año 2040 (a la vuelta de la esquina), al menos con
respeto al Norte ya no quedará apenas hielo y no se podrá hablar de frío
polar. En cuanto a la fauna marina y de superficie tal vez les de tiempo a
despedirse de nosotros mordiendo algún turista, pero no a mutar y
adaptarse al nuevo medio, por lo que lo más seguro, asistiremos a una
extinción en masa. En el sur de España, nos comerán los mosquitos
transmisores del dengue y la malaria. Otras consecuencias para la
naturaleza, la geopolítica y las posibilidades de conflicto internacional,
son más o menos imprevisibles. Pero, aunque esta vez no lo han
mencionado, si no he entendido mal a Al Gore y otros, existe la
posibilidad de que debido a la alteración de las corrientes cálidas de agua
y la disminución en la salinidad (afluencia agua dulce por deshielo de
Groenlandia y la zona siberiana), se modifique el circuito (en superficie y
submarino) de las corrientes (el llamado Cinturón o Cinta
Transportador/a de Calor que recorre todo el planeta) en particular en el
Atlántico Norte y tengamos rápidamente un efecto paradójico, en Europa,
en la dirección de una glaciación al interrumpirse la corriente cálida del
golfo que llega a nuestras costas, no compensada por el calentamiento
solar. Según un estudio publicado en la revista “Science” (noviembre
2006) para 2.048 se podría producir un colapso en toda la fauna marina,
cayendo en picado las capturas en un 90% (*). En todo caso, el futuro es
muy incierto, con graves riegos y cambios que pueden ser mucho más
repentinos y radicales de lo que intuimos tratándose del clima de planeta,
poco comprendido. Si todo va mal, serán afortunados aquellos a quienes
les toque morir por ley de vida antes de que la existencia se haga
humánamente insoportable. (Artículos muy serios en el especial “Temas
45” de “Investigación y Ciencia, edición española de Scientific
American” tercer trimestre 2006; entrevista a Antonio Ruiz de Elvira por
Salvador López Arnal “El cambio climático no es una hipótesis” en “El
Viejo Topo” nº 228, enero 2007).
*dato recogido del artículo “El cambio climático ya está aquí” en
“De Verdad” publicación de la organización UCE nº 1/2007.
“No nos pongamos dramáticos, alguna ventaja tendrá” nos dirán.
Pues sí. Por ejemplo, como no es cosa de desperdiciar recursos naturales
y total, se van a morir, la industria peletera podría pedir permiso para una
gran cacería de crías de foca; incluso financiar una ong encargada de
alistar cazadores voluntarios con el eslogan “evítale sufrimientos, dale
fuerte”. Y podríamos rescatar a muchos osos y leones marinos para llenar
los zoos, trabajar en el circo y alegrar a los niños. ¡No hay mal que por
bien no venga!. Los EEUU facilitarán la tarea ya que el 27-XII-2006,
reconociendo la reducción del casquete de hielo ártico, quieren incluir al
oso polar en la lista de animales en peligro de extinción, aunque no se
tomen en realidad medidas para impedir la degradación de su medio que
ya les está afectando de muchas maneras.
Las medidas que deberían tomarse son muy urgentes. Como lo más
probable es su incumplimiento, si deseamos adoptar medidas extremas
para evitar un desastre mayúsculo a miles de millones de personas, lo más
apremiante es el cambio de civilización; cuanto más tiempo se deje pasar,
más difícil y limitado por el deterioro del tejido social y sus capacidades
creativas. Como sin duda ya vamos con mucho retraso, corremos el
riesgo de perder “el último tren”. Quienes lo sufrirían no serían “las
generaciones futuras” como algo lejano e impreciso, sino los ya nacidos,
nosotros mismos. Como el fenómeno se va haciendo notar (en España,
detalles recogidos en TVE2, Línea 900 “La huella del cambio climático”,
29-X-2006) pero por ahora no adopta características muy dramáticas -a
veces espectaculares, como los tornados- no terminamos de hacernos a la
idea y darnos la determinación necesaria como la rana que no salta si se
la cuece a fuego lento.
Una política independiente de la burguesía (aunque sea Al Gore) en
la dirección del cambio de civilización, es la mejor orientación para
obligarles a tomar medidas (perder ellos algo para no perderlo todo) y
reemplazarlos tanto si lo hacen como si no, pues no podemos seguir así,
acumulando problemas a cual más grave y pasando “de guatemala a
guatepeor”. La burguesía no puede resolverlos sin suicidarse, no como
individuos, sino en cuanto que clase, renunciando a todo su poder. Si la
rana quiere salvarse, no puede confiar en esos salvadores. La intención
debe ser reemplazar a la burguesía cuanto antes, no simplemente ponerse
más radicales para que hagan algo, como en un regateo, pues el riesgo de
que no quieran o fracasen por mucha presión que ejerzamos es enorme,
los límites de maniobra dentro del sistema son muy estrechos y el costo
para la Humanidad, apocalíptico.
Con la hecatombe de la Iª Guerra Mundial, el mundo, con demora,
pedía a gritos mucho más que el derrumbe de imperios, monarquías,
regímenes o modos de propiedad (de la privada a la intervención estatal).
La incapacidad para cambiar de civilización trajo las penurias de la
posguerra y la crisis económica de 1929; se pagó bien cara con los
fascismos, estalinismo, colonialismo, imperialismo “democrático”, la IIª
Guerra Mundial, la era del armamento nuclear y otras calamidades
evitables. Todo lo padecido no ha servido para una civilización
claramente mejor, sino para abundar en lo mismo y a mayor escala.
Ahora puede ser peor que lo sufrido con todas las guerras y epidemias.
Un cambio de civilización, por costoso que hubiese sido en vidas,
sufrimiento y trastornos económicos -a causa sobre todo de la resistencia
de los privilegiados- jamás habría alcanzado el precio -vidas, miserias,
degradación moral, destrucción, esfuerzo de reconstrucción- que venimos
pagando por preservar ésta y la factura que todavía nos puede pasar a
cuenta del calentamiento global y otros fenómenos propios de la
desintegración del sistema. Porque la opción no está entre continuar igual
o el trastorno del cambio, sino entre empeorar dramáticamente o dar una
oportunidad a la esperanza. La relación entre iniciativa a desplegar y
sufrimiento es indirectamente proporcional: por el cambio, mayor
iniciativa, menor sufrimiento que dejarse movilizar para la barbarie de
una civilización caduca. Pero siempre es más difícil tomar a tiempo la
iniciativa a contracorriente que dejarse arrastrar por ésta o luchar
desesperadamente cuando estamos a punto de irnos al fondo. Siempre
confiando en poder decir “mejor tarde que nunca”, hasta que se haga
demasiado tarde. Pero ya lo ha sido y es, a lo largo del siglo pasado y
actual, para millones de víctimas, con nombres y apellidos, que habrían
tenido más y mejor vida con otra civilización, aunque para la especie aún
haya alguna oportunidad de remediarlo.
Si los científicos no se equivocan, como lo más probable es que en
los próximos diez años no se tomen todas las medidas necesarias para
cambiar el rumbo al cambio climático, la civilización capitalista abocará
a una enorme crisis económica y social con sus consecuencias políticas,
militares, en los valores, la ética, el sentido de la vida en el planeta, la
vida social y la vida individual. La burguesía habrá demostrado su
incapacidad para evitar la llegada del desastre pero pretenderá seguir
dominando para gestionar una civilización obsoleta, distribuyendo las
cargas en su beneficio. Si durante los próximos diez años no podemos
impedir su dominio, debemos hacerlo en lo que reste del siglo. En plena
crisis global, es el único modo de organizar un mundo lo más solidario y
menos autodestructivo posible. Sólo podremos lograrlo si tenemos la
suficiente confianza en nosotros como fuerza social transformadora capaz
de imponer una alternativa a esta sociedad. Semejante confianza no
puede adquirirse sólo con la propaganda por objetivos estratégicos. Es
imprescindible la experiencia de la lucha por nuestras necesidades
básicas contra los requerimientos del capitalismo y afrontando los
problemas mundiales, crisis ecológicas, planes de guerra, etc . En estas
luchas, lo más amplios sectores populares aprenderán vívidamente cuáles
son sus fuerzas y debilidades, dónde tienen a los amigos verdaderos y
falsos, quiénes son los enemigos y qué objetivos deben marcarse. La
degradación social, la competencia en el “sálvese quien pueda”, el auge
de nihilismo, irracionalismo, fanatismos religiosos, etc, todos los
esfuerzos de la burguesía por dividir, domesticar, adormecer, harán que
sea cuestión de vida o muerte para el movimiento alternativo, afrontar
explícitamente las cuestiones morales y del sentido de la vida.
Se acabó el limbo “posmoderno”. Volvemos a tener una cita
ineludible con la Historia y esta vez nos lo jugamos todo. Para el siglo
XXI el capitalismo nos promete mayores cotas de barbarie por su
decadencia -ya demasiado prolongada hoy-, agravada hasta el paroxismo
por las consecuencias de todo tipo del cambio climático. Éste es la gota
que colma el vaso de lo sufrible en una civilización a no ser que estemos
dispuestos a vivir las peores pesadillas de la ciencia ficción
convirtiéndonos en los seres humanos con menos dignidad y coraje de la
Historia. El siglo XXI puede rematar lo iniciado a finales del XX en el
“avance” en las condiciones de explotación (horas reales de trabajo,
desigualdad) a niveles propios del siglo XIX, la 6ª extinción, retomar la
guerra nuclear y motivar una nota necrológica para nuestra especie en la
Enciclopedia Galáctica o una noticia en la sección de sucesos: “especie
humana, después de asesinar la vida en la Tierra, se suicida”. Tal vez a
alguien ahí fuera le importemos más que a nosotros mismos; no será
difícil visto cómo nos tratamos; puede que hagan una ceremonia fúnebre,
un ritual por nuestra especie, algo que no hemos logrado elaborar y tal
vez no alcancemos nunca aunque sobren los motivos. No podemos
permitirnos otros desastres comparables o mayores a los del siglo XX por
ser incapaces de tener a tiempo la alternativa, la unidad y la fuerza
necesarias para el cambio de civilización. El tiempo pasará muy rápido.
Hay que movilizarse y organizarse. La perspectiva del desastre climático
que hasta la misma burguesía ya está reconociendo, unida a todos los
demás problemas de esta civilización, nos ofrece la oportunidad para que
la mayoría de la población mundial se niegue a seguir viviendo de esta
manera cuando la burguesía tampoco es capaz de vivir del viejo modo,
pero para darle su propia alternativa de civilización, no de barbarie. Basta
ya; no a la administración capitalista del desastre; por una nueva
civilización contra la barbarie creciente de ésta.
Para hacer real este deseo hace falta un pensamiento fuerte en todos
los planos, del político al de la filosofía de la vida. La clase dominante,
según se agudicen los problemas, echará mano de todo su viejo arsenal e
inventará algo nuevo. Movilizará sus mejores talentos para cerrar las
perspectivas a un cambio de civilización y justificar ésta desde el
populismo demagógico a la barbarie descarnada en nombre de lo
civilizado. Según se le vayan desgastando unas mistificaciones, recurrirá
a otras. No le importará mucho que sean falaces con tal de que le
permitan aguantar la marea hasta la siguiente maniobra de relevo. No
debemos suponer por su crisis su impotencia. Sólo un pensamiento fuerte,
coherente, contemplando los más variados frentes, permitirá tomar la
ofensiva hasta el asalto triunfal. Pero no se limitarán a aguantar el asedio
y derrotarnos por desgaste. Sus elementos más audaces, ambiciosos de
sentido, apegados al poder y la codicia aunque no necesariamente
identificados con los modos imperantes, se lanzarán al ataque de los que
llamarán “bárbaros” con su propia alternativa de civilización que en
realidad sólo agudizará la barbarie de ésta aunque pretenda darle salida,
como en su momento lo hicieron las “revoluciones” nazi-fascistas o el
estalinismo que despreciaban al burgués cuyo horizonte se limitaba al
dinero y la “buena vida”. Para llevar adelante políticas implacables de
“sálvese el mejor” deberán fomentar el endurecimiento del corazón, la
pérdida de la compasión y en esa línea entra la revisión de la Historia en
el sentido de no condenar muchas políticas injustas y criminales e incluso
reivindicarlas. Si el llamado “pensamiento débil” sirvió para desacreditar
las “utopías” y “grandes relatos”, la burguesía se deshará de ese discurso
y abrazará otros fanáticos y “heroicos” cuando necesite cerrar filas,
acorazarse y aplastar “preventivamente” cualquier veleidad de
desmantelar su sistema. La agresividad de la nueva derecha anuncia su
talante para un futuro de crisis mundial como las estridencias iniciales del
fascismo su actuación durante el ascenso y control del poder. Esto no
quiere decir que sean invencibles sino que debe tomárseles muy en serio
para ser capaces de levantar una alternativa. La clase dominante será peor
que el perro del hortelano, pues no sólo no hará ni dejará hacer lo
necesario, sino que morderá a quien lo intente; parte del problema, no de
la solución. (sobre la “nueva derecha”, revista “Archipiélago. Cuadernos
de crítica de la cultura” nº 72, diciembre 2006 “Nueva Derecha: ideas y
medios para la contrarrevolución.- ¿Nuevos reaccionarios?”).
No se luchará por superar esta civilización si no se ve claro, al
menos en sus líneas maestras, la alternativa que, para echar raíces en
millones de personas, deberá traducirse en un Programa de
Transformaciones capaz de inspirar las luchas del momento, dotarlas de
un referente y perspectivas estratégicas. Y como no hay ley de la Historia
que nos lleve a superar esta sociedad, no será sólo la dinámica de las
luchas, sino la claridad programática, de los objetivos a largo plazo, la
que nos conducirá a la victoria. La receptividad a ese programa
dependerá de la posición social de cada uno y de sus expectativas de
éxito personal en esta civilización. En particular los sectores de la clase
media (pequeña burguesía) que vean posibilidades de medrar, adquirir
poder, se inclinarán a sacrificar las necesidades globales por su beneficio
particular, derrochando cinismo y hedonismo, secretando venenos
xenófobos y autoritarios, salvo que vean ante sí una fuerza social
formidable capaz de imponer otra sociedad y opten por apuntarse al
posible ganador.
Para facilitar el curso de esta alternativa, debemos eliminar los
obstáculos que atenazan la mente, no sólo en el plano ideológico político
sino en todo lo referente a lo que debe entenderse por una vida buena
frente a la “buena vida” para unos pocos, el sinsentido y la mala vida para
la mayoría, sembrada por los valores individualistas, hedonistas,
consumistas propios de una civilización destructiva para el planeta y
autodestructiva para los seres humanos que la sostienen. Esto será
importante para todos y de modo particular ayudará a orientarse a la
“clase media”, proclive por su modo de vida individualista a descarriarse
cuando se le ofrecen posibilidades de promoción social aunque sea con
modalidades fascistas. Dicho de otra manera, para que las fuerzas
sociales más interesadas en una nueva sociedad logren la hegemonía, el
liderazgo sobre otros sectores sociales, deberán atender también
explícitamente a la “filosofía de la vida” en términos científicos, laicos y
unificadores para la Humanidad, tanto más cuanto todo esto será puesto
en cuestión con la próxima crisis económica-medio ambiental. Esta es
una lección del auge del islamismo radical en otras partes del mundo,
pues da una respuesta no sólo económica y política, sino sobre todo
identitaria y trascendente para la vida, sin la cual sería imposible de
explicar el fenómeno de los “mártires” o terroristas suicidas.
La necesidad de unidad planetaria en plena colaboración solidaria
nos exige una mayor comprensión de todo aquello que nos divide como
seres humanos, nos separa de la totalidad de la cual somos parte y nos
enfrenta. Esto es, el ego. Es en base a la superación del ego, de la ilusión
de separación con respeto al prójimo, los demás seres vivos, el mundo y
el cosmos, como se podrá fundamentar una moral y ética sólidas, pues en
la separación está la principal raíz de los problemas y conflictos objeto de
la moral.
La superación de la última glaciación y el consiguiente cambio
climático fue determinante en el paso por la Humanidad del Paleolítico
(sociedades de cazadores recolectores) al Neolítico (sociedades
sedentarias agrícolas), acompañado, según algunas teorías, de un
profundo cambio en la mentalidad de los humanos, haciéndolos más
pacíficos, más capaces de colaborar en grandes grupos, bajo la misma
autoridad (*). Este nuevo cambio climático, termine por darse o no, debe
ser la ocasión para el mayor cambio de civilización y de mentalidad en la
especie desde el salto neolítico. En la Inglaterra del siglo XIV, a raíz de
la mortandad provocada por la peste negra, se produjeron una serie de
cambios que cuestionaron las reglas de la sociedad medieval. Ahora, el
cuestionamiento de lo existente debe ser hasta la raíz de nuestro modo de
vivir y ser.
* Entrevista a Nicolas Wede en “Redes”, TVE2, programa 419, 18I-2007.
No podemos permitirnos el lujo de caer en la trampa del conflicto
interimperialista y entre nacionalismos disfrazado como “choque de
civilizaciones”. Aunque entre tradiciones culturales hay conflictos siendo
unas mejores que otras (el laicismo del Estado frente al confesionalismo y
más si es tan injusto con la mitad de la población -las mujeres- como el
islamismo integrista), el problema de fondo es lo que de común tienen
todas ellas: la civilización mundial dominada por el capitalismo (privado,
estatal...).
Tampoco deben engañarnos en cuanto a la naturaleza del conflicto
entre civilización y barbarie. No estamos asistiendo al conflicto entre la
civilización (cristiana sobre todo) y la barbarie exterior (terrorismo
islámico), sino al resultado de la propia civilización (capitalista mundial)
que, envejecida, pare monstruos en su centro y en sus márgenes, como en
su día el nazismo centroeuropeo, o el islamismo radical promocionado en
su momento por los EEUU y Arabia Saudí, o el militarismo del Imperio
americano y otras manifestaciones a lo largo del siglo XX y las que
vendrán.
Ni la Historia ha llegado a su fin ni su continuidad pasa por el
choque de variantes culturales del, básicamente, mismo sistema social.
Pero el tiempo corre que vuela, los problemas crecen y hay que darles
una solución.
En unas pocas décadas los acontecimientos se pueden acelerar
mucho. Como una cinta para correr en gimnasio, irá aumentando la
velocidad. La cuestión es si conseguiremos mantener el ritmo e incluso
sobrepasarlo o terminaremos tropezando y cayendo. Por ahora vamos
muy mal y si no despertamos pronto, estaremos perdidos.
Si esto nos jugamos en el caso de un calentamiento climático ¿qué
no si ello acaba provocando, paradójicamente, una nueva glaciación?.
Sobre esta posibilidad nada lejana reflexiono en la nota 16.
Cuanto más relevante sea la crisis planetaria por el calentamiento
global, más se plantearán los problemas filosóficos sobre la naturaleza de
nuestra civilización, el carácter de nuestra cultura, nuestro lugar en el
planeta y el sentido de nuestra vida. Ante esta crisis, la burguesía nos
presentará sus ideales decadentes, impotentes y hasta bárbaros
(equivalentes al nazismo) pero sólo podremos descartarlos con seguridad
si abordamos conscientemente el problema y aportamos nuestra
alternativa a quienes no deseen sufrir por más tiempo esta civilización y
menos dejarla como herencia, estando dispuestos a apostar por otra. A
ello quiere contribuir y animar este ensayo.
Imaginemos que Lovelock tuviese razón y lo supiésemos ya. ¿No
deberíamos empezar hoy mismo a realizar asambleas allí donde nos
encontramos y podemos presionar -centros de trabajo, de estudio, calles y
barrios-, para debatir, plantearnos cómo resolver esto, reclamar medidas y
planear acciones?.
Las “reglas del juego” de esta sociedad crean un vehículo ya viejo,
incapaz de pasar la revisión, abriéndose paso agresivamente por el monte,
cuesta abajo, con curvas, conducido por un adicto a las emociones fuertes
con carné de conducir para vehículos menores, que no sabe a dónde se
dirige y que por ganar la competición comete todo tipo de actos
temerarios y agresivos contra otros vehículos. Entre los pasajeros
tenemos al mareado, al divertido, al ebrio y a quien desea bajarse.
El capitalismo es un sistema que confunde la finalidad
(competencia, beneficio, acumulación, éxito, “buena vida”) con el
sentido (cubrir necesidades, conocimiento, vida buena, felicidad). Como
civilización tiene una finalidad (meta) ambiciosa con un sentido (razón
de ser) muy pobre. Como confundir el placer ocasional del juego de azar
con vivir del juego o con la ludopatía. Una civilización buena no puede
depender de unas “reglas del juego” como las capitalistas, como la vida
buena, de la ludopatía. No se puede hacer de un sistema contable la regla
de medir los parámetros de la civilización, ni de una dinámica mercantil
(D-M-D´) un orden humano. No se puede crear comunidad fraterna local
y planetaria a base de fomentar la codicia, envidia, miedo. El resultado es
hoy una dinámica en nombre de la libertad del individuo (o sea,
propiedad) a reducir el peso del Estado a costa de las prestaciones
sociales para dejarlo en lo substancial, es decir, el consejo de
administración de la burguesía y su “brazo armado”; aumentar el poder
despótico de la burguesía sobre el trabajo y la vida de los trabajadores
(“flexibilidad y movilidad laboral”, “deslocalizaciones”, “competividad”
de los salarios...); atender a la demanda que puede pagarse, aunque haya
quien no cubra sus necesidades mientras otro satisface caprichos; que el
ejercicio de la democracia, más allá de depositar el voto, esté más
condicionado por la disposición de dinero; crear sociedades cautivas al
chantaje del capital (fuga de capitales si no se les complace). No puede
liberarse el género humano de los condicionantes que distorsionan su
conciencia, libertad y capacidad de compasión, con unas relaciones
sociales que tras el discurso de libertad e igualdad de las partes, esconde
una feroz dependencia, opresión, explotación, violencia. Por tanto,
debemos considerar este sistema al abordar la cuestión del sentido de la
vida pues vivimos con él la única existencia. Este sistema degradándose,
en barrena, va a condicionar las finalidades de nuestra vida y por ello el
sentido que podemos reconocer en ella. Debemos ser conscientes de
cómo lo hace y saber que una vida buena, con sentido, obligadamente
tiene como enemigo a este desorden organizado.
Impulsar y afrontar la lucha por un cambio de civilización exige no
sólo una transformación de mentalidad y psicológica, sino, para hacerlas
también posibles, una organización de las fuerzas favorables al cambio.
Ya que el proceso de toma de conciencia es inevitablemente desigual
entre las personas, sectores sociales, países y zonas del mundo, se darán
diferentes formas y dinámicas de organización, desde las asambleas
masivas de trabajadores y ciudadanos a los grupos más dedicados y
permanentes de dinamización y puente de la memoria y lecciones entre
un momento y otro de ascenso. Un instrumento imprescindible es la
organización internacional de quienes están más por la labor cuando la
inmensa mayoría de la gente no está concienciada y menos preparada.
Organizarse significa asociarse. Los partidos políticos están
desacreditados, pero no podemos esperar para luchar a que la situación se
agrave a tal extremo que surja un movimiento espontáneo asambleario.
Eso es irreal y en el mejor de los casos, no será capaz de llegar hasta el
final. El tipo de organización que ha proliferado con el voluntariado de
las ONG tampoco es el adecuado pues hace falta una militancia
permanente y participando activamente como un deber -no sólo derecho-
en todas las instancias de elaboración de criterios, programas, decisiones
de la organización, para evitar su conversión en un organismo de
profesionales burocráticos, con una masa de socios que se limitan a pagar
la cuota, suscribirse a una publicación o votar en un Congreso sin haber
formado parte con regularidad de uno de los organismos de la entidad con
su experiencia de intervención y organizativa, actividad práctica y de
elaboración de línea (teoría y práctica unidas en el mismo organismo,
aunque sea de base), convirtiéndose en masa de maniobra de los variados
líderes y camarillas que de verdad “están en el ajo”. Y menos si depende
financieramente de los subsidios del Estado encargado de defender con
uñas y dientes esta civilización. Hará falta también un esfuerzo sostenido,
propio de corredores de fondo, para lo que no servirá una mentalidad que
necesita alimentarse de los éxitos inmediatos y se limita a batallas
puntuales por objetivos parciales. Una organización que sea vivida como
un instrumento para una causa, por tanto, desechable llegado el caso, no
como una finalidad de la propia vida, lo que le da sentido, algo a lo que
se pertenece o pertenece a uno, el objeto con el que se identifica la
personalidad, pues esas son raíces del sectarismo y totalitarismo. Está
pendiente una importante reflexión que lleva demasiado retraso. (Como
no es este el lugar para profundizar en ello, sólo unos materiales: “Contra
el voluntariado” artículo de F. Velazquez en el nº 27 de
octubre/diciembre 2006 de la revista “The Ecologist para España y
Latinoamérica”; “Crítica de la izquierda autoritaria en Cataluña 19671974” de Antonio Sala y Eduardo Durán, Ruedo Ibérico, París, 1975;
para el caso italiano, Diego Giachetti “Italia más allá del 69. Antes,
durante y después del movimiento”, Virus editorial, 2006 y “La horda de
oro (1968-1977). La gran ola revolucionaria y creativa, política y
existencial” de Nanni Balestrini y Primo Moroni, Traficantes de Sueños,
2006).
Si avanzamos en el desarrollo de una nueva militancia, seremos al
final capaces de crear un código de conducta, moral, filosofía de la vida y
combate, que sea para nosotros, en cierto modo, el equivalente a lo que
en su época y país fue el código del samurai (bushido), pero
evidentemente sin su militarismo, lealtad feudal, culto a la muerte, etc,
etc. Si hago referencia a dicho código no es por deseo de imitar nada y
menos su violencia, sino por cierta relación con el budismo zen (más bien
degenerado) y para subrayar la importancia de crear toda una psique,
mentalidad, actitud ante la vida y la muerte que nos ayude a afrontar la
lucha por una nueva civilización y pueda ser transmitida a los demás no
sólo con el ejemplo, sino como discurso coherente y alternativo a otros
modos de vivir. Es tal la tarea, que intuyo no podrá ser llevada a buen fin
por los tipos humanos imperantes hoy entre las masas desorganizadas o
las diferentes minorías organizadas (partidos de variado espectro dentro
de la izquierda, sindicatos, otros, ongs...). En ningún caso se parecerán a
los psicópatas de los que echa mano la clase dominante para asegurar su
poder a costa de la más elemental humanidad, ni tampoco a los terroristas
que agitan banderas “revolucionarias”. Piénsese sólo en la determinación
y arrojo de la gente cuando salir en manifestación significaba que
seguramente alguien moriría y muchos serían heridos por el sable de la
caballería cosaca, los disparos de la guardia civil, o en los combatientes
norvietnamitas y del vietcong, o más próximo en el tiempo y a nuestras
condiciones, los iraníes masacrados en las oleadas de manifestaciones y
huelgas generales que derrocaron al Sah (Sha) de Irán en la revolución
islámica (1978-9), aunque las motivaciones de cada caso fuesen
diferentes y no inspiren por igual. Necesitamos mucha consciencia y
coraje. Teniendo en cuenta las motivaciones instintivas e inconscientes
que impulsan al altruismo del grupo de combate (al menos masculino), la
dedicación y sacrificio deberá estar claramente motivados por la
supervivencia de la especie y la mejora de sus condiciones, encuadradas
en una visión planetaria y cósmica para ser capaces de hacer frente a
quienes se aferren a esta civilización y la defiendan a muerte creyendo
cumplir así la voluntad de lo más grande y sagrado, su dios.
¿Será posible el cambio?. Cuando observo cómo somos la gente “de
a pie”, pienso que no daremos la talla; si veo a nuestros políticos, grandes
empresarios, militares, religiosos, pienso que con tal de no ceder poder,
hundirán el barco; si echo un vistazo a la Historia y me encuentro con la
revolución francesa y las rusas y alemana de 1917 y 1918, a pesar de sus
limitaciones, dan esperanza sobre todo porque las últimas sucedieron
cuando la Humanidad había descendido a los infiernos; miro lo que se
nos viene encima y me digo que no queda otra opción que dar el salto.
Desde luego no será posible si no creemos que lo es y dejamos que todo
dependa de quienes no lo desean; así todavía estaríamos en la Edad de
Piedra. Viendo la estupidez, mentiras, deshonestidad y criminalidad
reinantes, seguro que se alzará contra el cambio la alianza mortífera de
cínicos, mezquinos, fanáticos, “ciegos”, serviles, mercenarios y
psicópatas. Incluso la “buena gente” como esos cristianos, musulmanes,
etc de “buen corazón” pero fieles a la autoridad como perros, estarán
dispuestos a asumir con nosotros el papel de Abraham frente a Isaac, si
interpretan la orden de la autoridad como conservación de esta
civilización y no faltará quienes se revistan de ella para cuantas
“cruzadas” y “guerras santas” se tercien; el camino al infierno está
empedrado de “buenas” intenciones. Un discurso moral coherente
ayudaría a responder al suyo y desenmascararlos como representantes de
una moral propia de las sociedades de explotación y violencia, no lo que
el siglo XXI necesita para salvarnos integralmente.
Pero sólo podremos dar el salto si antes nos hemos fortalecido lo
suficiente. Así, cuando organicen una guerra, debemos negarnos a
colaborar y a sacrificarnos, no sólo con manifestaciones, sino con huelgas
generales que es donde les duele y donde nos organizamos desde la base
con la participación en las asambleas. Otro tanto, ante el calentamiento
global, para lo que, además, no vendrá mal a la atmósfera el parón en la
producción (como la interrupción de los vuelos tras el 11-S). Cada paso
que demos en la vía de la sumisión es un paso hacia el abismo y cada
negativa a seguirles, un freno a esa marcha y una posibilidad de cambio
de dirección que no siempre tendremos. Por eso debemos ver la
importancia de cada situación no en sí misma, aislada, sino dentro de este
proceso a la barbarie o hacia una nueva civilización.
El cambio climático nos trae nuevos paisajes y también un nuevo
“escenario” político. Ofrecerá condiciones para que pueda comprenderse
mejor por sectores amplísimos de la población, la limitaciones de esta
civilización. Oportunidad que no podremos dejar pasar por la cuenta que
nos traerá a todos. Sin cambio climático ya toca el cambio de
civilización; con él, más necesario y urgente.
El cambio climático será un factor fundamental para la
concienciación y movilización de la juventud estudiantil, a la que privará
de su futuro o en el mejor de los casos lo gravará añadiéndose a la
hipoteca de por vida con el trabajo precario y la vivienda.
Una izquierda que no desee ser cómplice de esta civilización y del
probable desastre total -la extinción si sube hasta 6 grados la temperatura
media global (tmg)- debe prepararse para lo que los científicos advierten
como la mayor crisis de la Humanidad, abordando todos los frentes,
desde los tradicionales al “filosófico espiritual” objeto de este ensayo. Se
acabaron las tonterías. Para millones de personas, si no para la especie, se
avecina una lucha a vida o muerte por la supervivencia, con todas las
consecuencias. Ante lo que se avecina, las políticas cortoplacistas, de
poca altura y los planteamientos localistas o nacionalistas, serán un
veneno y, en el mejor de los casos, una distracción y dispersión de
energías. Sólo habrá futuro si es global y nuestro.
No nos encontramos “sólo” ante la perspectiva de una crisis
económica mundial o de una guerra mundial o de una pandemia o una
gran sequía, etc. Estamos a las puertas de un cambio climático con una
civilización en decadencia que, como un cuerpo envejecido, agotado y
una mente chocheando, difícilmente podrá afrontar esta calamidad con un
sistema inmunitario debilitado y enloquecido; será fácil presa de los
problemas que tenderán a desatarse en cadena y combinados como los
jinetes del apocalipsis. La crisis interimperialista y los límites del reparto
colonialista llevaron a la Iª Guerra Mundial; la guerra facilitó la epidemia
de la “gripe española” que mató a millones de personas; la crisis de 1929
llovió sobre mojado y nos trajo la IIª Guerra Mundial, el Holocausto y las
bombas atómicas; la “guerra fría”, amén de conflictos “menores” (Corea,
Vietnam...) a punto estuvo de arrastrarnos a la guerra nuclear (Corea,
“crisis de los misiles” cubanos..). Las causas de la crisis y la guerra ya
tienen un colaborador más: el cambio climático producido por el mismo
sistema que las engendra a ellas. El efecto combinado de todo esto puede
ser aniquilador. Sólo por Cachemira, Pakistán e India se han sentido
tentados a la guerra incluso nuclear. Por lo que se avecina, pueden salir
líderes chiflados como hongos; el de Corea no sería una rareza.
Si hasta hoy los riesgos de destrucción mutua total han contribuido a
disuadir del recurso a la guerra mundial y más al uso de armas nucleares,
puede que falte la prudencia necesaria si el cambio climático provoca una
situación económica como la de 1929 y los años 30 (previsión del estudio
de Stern para el gobierno británico) y geopolítica (deshielos zona ártica,
desaparición de recursos agrícolas, pesqueros, agua potable, etc), que
aumente las presiones, los conflictos, hasta el paroxismo aflorando las
vetas más irracionales, temerarias, destructivas, que en una escalada de
codicia, apuesta, orgullo y “defensa” termine en lo que hasta hoy se ha
podido evitar, aunque sea in extremis. Las condiciones de la “guerra fría”
(reconstrucción tras la guerra, la “década prodigiosa” de los 60, depresión
de los 70, etc) pueden ser idílicas en comparación con los trastornos y
conflictos generados por el cambio climático, desconocido por el mundo
moderno, por lo que parafraseando las previsiones en Bolsa diríamos que
“corduras pasadas no garantizan futura sensatez”. Queridos hermanos
¿nos damos cuenta o es como si estuviésemos hablando del futuro de la
mosca tsé-tsé? Los efectos especiales de films como “La guerra de los
mundos” o “Terminator 2: el juicio final” (1991) con los niños
columpiándose reducidos a cenizas por la explosión atómica que arrasa la
ciudad, pueden hacerse realidad. Sabemos que todos moriremos pero no
nos imaginamos el momento, tal vez prematuro, inoportuno, ni nuestras
sensaciones ni sentimientos, lo que pensaremos de nuestra vida (debimos
pero no hicimos) y entonces nada podrá hacerse ya sino -en el mejor de
los casos- dejar ordenados algunos asuntos y asumir el hecho. Pero aquí
no está en juego el futuro de uno sino el de todos, ni nos enfrentamos a
una fatalidad; podemos evitarla si nos ponemos manos a la obra.
Ya se está preparando la atmósfera en la que todos jugarán sus
cartas. Desde ahora y en los próximos años, los planteamientos políticos
serios pivotarán todos sobre el calentamiento climático. Sobre él, como
callejón al que nos ha conducido esta civilización, y sus múltiples
consecuencias, deberá plantearse la alternativa radical y revolucionaria a
este sistema.
Meses después de escribir el párrafo anterior, cuando una vez más
ya daba por terminada esta Introducción, con deseos de disponer de algo
de tiempo para rematar el ensayo y difundirlo, como no podía ser menos
se suceden importantes noticias relativas al cambio climático que por su
incidencia confirman que 2006 y sobre todo 2007 marcan un gran cambio
de escenario. Los días 2 y 3 de febrero de 2007 todos nos enteramos de la
llamada de alarma del grupo de expertos de la ONU sobre las gravísimas
perspectivas del cambio climático.
Sin entrar en más detalles, se contempla la posibilidad de que se
derrita completamente la capa de hielo de Groenlandia a añadir al
deshielo del Ártico; se predice una reducción gradual en este siglo de las
corrientes oceánicas, y si la temperatura media global (tmg) aumentase en
6,4º ya superaríamos los 6 con los que con seguridad desaparecería el
90% de las especies, incluidos nosotros (dice Ruiz de Elvira). Así que,
sin más conocimientos, deduzco que en la peor situación ocurriría que el
calentamiento detuviese la corriente del golfo, llevase a la extinción y
provocase un nuevo período glacial. Los científicos también coinciden en
que a partir de un punto el clima podría hacerse totalmente imprevisible.
Quiero subrayar por su importancia y por si pasa pronto al olvido, la
noticia de que un grupo de presión estadounidense (lobby, think-tank),
American Enterprise Institute (AEI) fundado y financiado por una de las
mayores petroleras del mundo (Exxon Mobil) ha ofrecido a científicos y
economistas 10.000 dólares (unos 7.700 euros) y otros beneficios, por
minar el informe sobre el cambio climático de la ONU. Y ese grupo está
estrechamente relacionado con el presidente de los EEUU, George W.
Bush (El País 3-II-2007 y en su web del día anterior). Mientras cada día
son encarcelados por delitos menores muchos negros y latinos, y
tantísimos mueren por el petróleo de Irak, ¿no hay ninguna ley que
permita expropiar todos los bienes de estos “caballeros” wasp (blanco,
anglosajón y protestante) y meterlos en una celda a temperatura ambiente
en el desierto de Nevada (en las frías noches podrán negar el
calentamiento del día) con vistas a Las Vegas (podrán soñar en un golpe
de suerte para recuperar su fortuna)?. El problema se convertirá en el
punto primero de la agenda, aunque sólo sea para manipularlo.
Así que no tengo, no podemos tener, dudas de que estamos viviendo
un momento de extraordinaria trascendencia histórica para la Humanidad,
el mayor desde el Neolítico; pues debe implicar un cambio total de
civilización, desde la organización económica, social (tipo de propiedad,
relación de los productores con los medios de producción y los
productos, tipos de tecnología), política (quiénes y cómo toman las
decisiones, una auténtica democracia, no el poder del dinero) y los
valores (qué necesidades, prioridades, qué sentido, identidad,
pertenencia). Y esto implica un gran cambio en la visión, planes de
reflexión y acción de las organizaciones comprometidas con lo mejor de
la Humanidad y la transformación del mundo. Dicho coloquialmente
“debemos cambiar de chip, ponernos las pilas y dejarnos de chorradas”.
A diferencia de las crisis económicas y guerras mundiales, más
difíciles de predecir y que la clase dominante tiende a ocultar todo lo que
puede para evitar que se cuestione a tiempo el sistema, con el
calentamiento climático nos encontramos con un fenómeno catastrófico a
escala planetaria que es reconocido y advertido unánimemente por la
comunidad científica cualificada para ello e imposible de negar por los
Estados que también deben acabar por admitirlo. Esto supone una gran
ventaja pues a la hora de denunciar esta consecuencia de nuestra
decadente civilización y los demás efectos que causará (crisis,
degradación social, conflictos bélicos, enfermedades...) no cabe que nos
acusen con rigor de especular, catastrofismo. Basta ver documentales
científicos para tener conciencia de esos problemas. La discusión ya no
está en si ocurrirá o no, sino en qué respuesta darle: dentro del sistema o
con una alternativa de civilización. Según se compruebe la ineficacia de
las respuestas del sistema y los problemas que acarreará, tendrá más
credibilidad la alternativa de civilización, a lo cual apunta el ecologismo
más serio. Esto significa que deben multiplicarse exponencialmente los
esfuerzos de reflexión para elaborar un Programa de Transformaciones
capaz de ser una alternativa real y bandera de movilización para millones
de personas en todo el mundo, inspirándoles las metas y la orientación
para sus luchas inmediatas y parciales. En muchos aspectos será para la
especie y para quienes deseen ser consecuentes en su liberación y la
salvación del planeta, una lucha a vida o muerte, la más colosal a la que
nos hayamos enfrentado nunca. El costo de la lucha será más asumible
cuanto más evidentes las consecuencias catastróficas de mantener esta
civilización. La necesidad de planteamientos globales y estratégicos que
impliquen el cuestionamiento de la civilización serán cada vez más
aceptables pues incluso la burguesía deberá pensar con la perspectiva
planetaria y a un siglo, tal como lo plantean los científicos. Ya no bastará
con los programas electorales para cinco años y el tacticismo mostrará
toda su miseria. Lo que hoy se tacha de utópico podrá ser percibido cada
vez más como la salida audaz pero realista y el pragmatismo de hoy,
como la “prudencia” más engañosa y peligrosa. Vuelve la hora de la
política a lo grande y eso dará la oportunidad de cuestionar esta
civilización por amplias masas, aunque en condiciones mucho peores a
las deseables.
Como el problema y el reto ya están ahí, para movilizarnos
debidamente debemos ver su aspecto de gran oportunidad para hacer
comprender la necesidad -incluso sin el calentamiento- del cambio de
civilización.
¿Quienes harían el cambio?. En los países ricos se ha producido un
envejecimiento de la población. La masa juvenil se ha reducido
notablemente y por tanto la capacidad de empuje para un cambio (*).
Quienes tengan pocos años por delante no desearán “aventuras” de
cambio de civilización. Si las personas de cuarenta o cincuenta años han
participado, al menos en su juventud, en movimientos sociales de
importancia, tendrán el talante para estimular y acompañar a la juventud a
la que aportarán, si no el mismo entusiasmo, sí las lecciones de su
experiencia. Pero si se combina una juventud minoritaria y desorientada
con unos adultos conservadores que ni siquiera en su juventud fueron
rebeldes, mal lo tendremos salvo que los efectos del calentamiento
resulten bruscos y graves. Las generaciones de luchadores necesitan un
caldo de cultivo adecuado; las generaciones desmoralizadas o derrotadas
sólo aportan lastre. En España se vio con los vencidos en la guerra civil,
traumatizados por el terror franquista y la diferencia con una nueva
generación que, además de empujada para luchar por la necesidad, se
miraba en otros ejemplos del mundo europeo, latinoamericano o chino.
La ruptura de puentes organizativos entre viejos luchadores y a quienes
les toca levantarse, es muy grave y más si ni siquiera existen unos
mayores próximos que puedan servir de ejemplo. Las condiciones en
cada país serán diferentes. Afortunadamente, la mundialización de la vida
política, la difusión de información, facilitará que el ejemplo de aquellos
que por lo que sea han sido más afortunados y capaces de rebelarse, se
contagie a quienes se encuentran en una peor situación intergeneracional.
La existencia de organizaciones internacionales y la preparación de
movilizaciones mundiales en una localidad o, mucho mejor, en las
mismas fechas, por todo el mundo, ayudará a ello. Las enseñanzas de las
generaciones del pasado cuya lucha tenga alguna similitud con la nuestra,
también estarán con nosotros al formar parte de la misma corriente por la
liberación de la humanidad. Los trabajadores, en particular de la
industria, serán un sector social clave por su concentración, capacidad de
autoorganización e incidencia en la vida económica y social y, sobre
todo, por encontrarse en el corazón de las “reglas del juego” de esta
civilización que deben ser totalmente cuestionadas para superarlas: la
relación capital- trabajo asalariado. La degradación y desesperación
social que acompañaría al desastre climático ligada a una ruptura
intergeneracional podría provocar el surgimiento de movimientos
extremistas y destructivos apoyados en masas adolescentes y juveniles
enloquecidas como, en otras circunstancias, se conocieron en el
fanatismo de las juventudes nazis al final de la guerra, los guardias rojos
de la revolución cultural china, los jemeres rojos camboyanos, el peruano
Sendero Luminoso, por no hablar de expresiones aún mas salvajes como
los niños soldados en algunos países africanos en guerra.
* Sobre las problemáticas consecuencias del descenso en la tasa de
natalidad y el aumento de la expectativa de vida, “El seísmo
demográfico” de Paul Wallace, Siglo XXI, 2000.
En Europa (occidental sobre todo), Norteamérica, Australia y Japón,
desde la IIª Guerra Mundial vivimos, en líneas generales, una relativa
tranquilidad, sobre todo si la comparamos con la primera mitad del siglo
XX. Ni siquiera quienes ahora se jubilan (sólo los ancianos), han vivido
experiencias que preparen para lo que se nos viene encima. Esto supone
una desventaja a la hora de tomar la medida a los problemas, no sólo con
la razón, sino emocionalmente, creérnoslos de veras, ser previsores,
movilizarnos a tiempo y tener experiencia de luchas importantes. La Iª
Guerra Mundial imperialista embruteció las relaciones sociales,
desvalorizó la vida humana y con ello contaminó hasta los movimientos
sociales revolucionarios. Pero esa durísima experiencia preparó también a
los sectores oprimidos para afrontar unas luchas titánicas que habrían
sido mucho más difíciles remontar desde una situación de paz, aunque no
imposible, como nos muestra la respuesta obrera y popular el 18 de julio
de 1936 en España contra el alzamiento militar-fascista, aunque
previamente habían tenido lecciones como la del levantamiento obrero de
Asturias en 1934. Sin embargo, no podemos desear “cuanto peor mejor”
pues no es verdad y no es ético. En las condiciones actuales de retroceso
del movimiento de los trabajadores, desorientación ideológico-política,
“peor” se traduciría sobre todo en mayor degradación social y moral
haciendo más difícil una respuesta alternativa. Se suele decir que “el
tiempo lo cura todo” pero en esta cuestión más exacto sería decir que “el
tiempo lo pudre todo”. Así que nuestro único recurso es abundar en la vía
de solución: trabajar por la toma de conciencia de sectores cada vez más
amplios de población.
Aquí cada uno puede desplegar su iniciativa sin esperar a que otros
lo hagan o a organizarse con otros. Con los medios de los que muchos
disponen en su casa (ordenador, impresora-fotocopiadora-escaner), si
tienen algo que decir, pueden editar octavillas para dejar en su centro de
trabajo, estudio, buzonear a sus vecinos, pegar en las paredes, con la
invitación a reproducirla y hasta convocar reuniones de discusión y
asambleas. Durante el franquismo, para editar octavillas clandestinas, se
recurría hasta a un medio tan primitivo como la “imprenta” llamada
“vietnamita”. Cuando el dominio de la burguesía en los costosísimos
medios de comunicación de masas es mayor que en el siglo XIX y XX,
cuando tendremos tanto que decir, deberemos aprovechar todos los
medios a nuestro alcance, tanto industriales como domésticos o
personales. No subestimemos el impacto de la iniciativa de unos pocos si
se aplica del modo correcto en el momento oportuno, como los mensajes
en los teléfonos móviles para convocar concentraciones de protesta.
Si queremos producir un cambio de dimensiones históricas,
también necesitamos una concepción correcta de la Historia para
entender cómo se han dado la explotación, opresión, violencia,
esquilmación del planeta y el progreso material, social, moral y
ecológico, de modo que sepamos intervenir correctamente en los
procesos históricos.
Por sus pretensiones de instrumento para la liberación de la
Humanidad debemos tener en cuenta los planteamientos del
materialismo histórico (marxismo), que expongo a continuación sólo
desde la perspectiva de lo más pertinente a este ensayo.
Según esta corriente, la lucha de clases tiene el protagonismo en la
Historia representando la dinámica fluida o contradictoria entre las
fuerzas productivas (las capacidades productivas expresadas tanto en los
productores como en tecnología, etc ) y las relaciones de producción
(“reglas del juego” como la relación esclavista-esclavo productor o
capitalista-trabajador asalariado). El nivel alcanzado por las fuerzas
productivas (“fp”) determina las relaciones de producción (“rp”). El
conjunto dinámico “fp-rp” constituye el modo de producción
(esclavista, feudal, capitalista...). La historia del modo de producción
(“mp”) se divide en tres fases: 1ª) hay una correspondencia entre las
“fp” y las “rp”, 2ª) las “fp” se han desarrollado al punto que las “rp” ya
no se corresponden a ellas y suponen una traba a su desarrollo, las “rp”
ya han dado de sí todo lo que podían, han madurado las condiciones
para que se puedan implantar unas nuevas “rp” acordes con las “fp” y
favorables a su desarrollo, 3ª) se abre una época de revolución social
para la implantación de las nuevas “rp” con las demás consecuencias
políticas, ideológicas... que se corresponderán a esas “rp” y a la
conveniencia de la clase dominante en esas “rp” que es la más
interesada-- en la continuidad de ese “mp”. Así que los “mp” conocen,
respondiendo a la correspondencia o no de las “fp-rp”, tres épocas: a)
ascendencia y maduración, b) decadencia, c) subordinación y
superación por la revolución y el nuevo “mp”.
Mientras no se llegue a unas condiciones que permitan la
abundancia material para todos, viviremos en el reino de la necesidad,
no habrá excedente más que para una minoría, el conflicto de intereses,
salir uno de la escasez a costa de los demás, la resistencia a esto, la
lucha de clases. Las características concretas de estos conflictos vendrán
dadas por la naturaleza y relación entre las “fp” y las “rp”, el “mp”.
El desarrollo moral de la Humanidad se ha dado en el marco y con
los límites establecidos por la necesidad, la dinámica de las “fp” y “rp”,
la lucha de clases. La moral está condicionada por el mundo de la
necesidad y la lucha de clases. Según esto, tanto las clases dominantes
como las dominadas, condicionadas por la necesidad y el momento
histórico de las “fp-rp”, debieran compartir básicamente los mismos
valores, es decir, aquellos que reflejan los límites de la situación y
ayudan a reproducir el sistema social, si no se quiere retroceder o caer
en el caos, al menos mientras el “mp” está en su época a). El esclavismo
de la época clásica, a pesar de su brutalidad, no sólo sería inevitable,
sino necesario y justificado históricamente; así se lee en “Ética”
Biblioteca del estudiante, Editorial Progreso, Moscú 1986, pag 70.
Mientras la sociedad esclavista no hubiese caducado por el conflicto
entre las “fp” y las “rp”, la resistencia consiguiente de los esclavos y la
emergencia de nuevas clases, éstos debieran compartir lo fundamental
de sus valores y sólo quejarse por la mala suerte de ser ellos los
esclavizados en lugar de los esclavizadores, salvo que proviniesen de
poblaciones conquistadas en las cuales no existiese esa relación y por
tanto no la viesen legítima.
No parece que las cosas sean tan simples. No sólo entre las
víctimas, sino entre los representantes de la clase dominante y en la
moral presente en cada sociedad, en forma religiosa o política, se ha
apuntado muchas veces más allá de lo que parece cabría esperar y lo que
históricamente se ha alcanzado. En las mismas sociedades, conocemos
los extremos de una dominación blanda o extremadamente cruel. Estas
variaciones no cabe explicarlas sólo por la necesidad y la lucha de
clases o el encuentro entre diferentes culturas y civilizaciones
representativas de un momento diferente en la dinámica “fp-rp” y con
distintos valores. Estoy recordando a Bartolomé de Las Casas, sus
denuncias y reflexiones sobre el trato a los indios dado por los
conquistadores españoles. Engels ya reconocía que los factores
ideológicos, políticos, religiosos..., aunque determinados por las
condiciones materiales de existencia, podían modificarlas dentro de
ciertos límites y sobre todo darles determinadas forma.
Que el esclavismo sea funcional económicamente durante un
tiempo no quiere decir que se explique por una mera racionalidad
económica teniendo en cuenta el desarrollo de las “fp” y la capacidad de
organización del trabajo por el ser humano en una época histórica. La
crueldad y las resistencias demuestran que hay un “factor humano” más
allá de las condiciones productivas que podrían adoptar unos robots
muy parecidos en sus capacidades físicas, necesidad de suministros e
inteligencia instrumental a los humanos. Lógicamente ese factor está en
la naturaleza humana, dentro de sus posibilidades, pero no
necesariamente debería ser permanente o su realidad última.
El imperio mongol fundado por Gengis Khan se hizo apreciar con
el tiempo por ser funcional con las necesidades de estabilidad y
seguridad para el comercio a larga distancia de la época. Pero no fue
satisfacer a los comerciantes lo que motivó a Khan y sus hordas, sino el
saqueo de las poblaciones sedentarias más ricas, el deseo de poder sobre
otros de una fusión de tribus ganaderas nómadas con una organización
de combate; y caballería superiores, las pulsiones instintivas de la
fraternidad masculina de combate, no una racionalidad económica, ni
siquiera la expansión de una tecnología superior. La fusión tribal y la
excelente organización militar no parecen deberse a una fuerza
determinante que no sea la codicia, el talento y el liderazgo carismático
y férreo. Que lo lograsen no quiere decir necesariamente que “las
condiciones estaban maduras” pues eso implica un proceso hacia esa
meta, sino simplemente que era factible y gracias a la voluntad, se hizo.
Es más, las hordas de Khan convirtieron en pastizales para caballos
tierras costosamente ganadas para el cultivo (cuando no las
desertizaron), arrasando hasta sus cimientos ciudades laboriosamente
levantadas y matando -sin escatimar crueldad- tal vez a millones de
personas, incluidos mujeres y niños, por la violencia o las hambrunas
provocadas por su política de “matar la tierra”. Si la barbarie acabó
moderándose y dando paso a la civilización no por ello podemos juzgar
que ese “progreso” era inevitable y menos que llegase necesariamente
por medio de una fuerza como la mongola. En cualquier caso está claro
que no fue una fuerza político militar de los comerciantes a larga
distancia la que trajo ese progreso que bien podríamos definir como
lateral, no buscado.
La “solución final” de los nazis al “problema judío”, aunque
supuso ciertas ventajas para algunos, no tuvo una racionalidad
económica ni siquiera para el capitalismo, pues su motivación estaba
más ligada a la criminalidad psicopática y a la degeneración moral de
una civilización en decadencia, eso sí, debida a la crisis histórica de su
modo de producción característico, el capitalismo.
No es lo mismo decir: a) el esclavismo fue funcional en el
desarrollo de las “fp”; que b) en el nivel alcanzado por las “fp” sólo eran
posibles unas “rp” esclavistas para organizarlas, aprovechar el
excedente y permitir su desarrollo o el esclavismo era, de las pocas
disponibles, la opción óptima para todo ello.
Con la explicación a) podemos buscar las causas que llevaron a
adoptar esa opción de “rp” que estarían en la naturaleza humana ante la
organización del trabajo, la escasez y el reducido excedente, pero
también en otros factores, como circunstancias históricas, geopolíticas,
concepciones filosóficas, de la propia naturaleza humana, sentido de la
vida, etc.
Con la explicación b) estaríamos diciendo dos cosas: b1) con esas
“fp” la mejor solución desde el punto de vista técnico y de racionalidad
económica son unas “rp” esclavistas; o b2) con un desarrollo de las “fp”
como el de la Antigüedad clásica, su escasez-excedente y con sus
posibilidades para organizar la producción, la naturaleza humana “no da
más de sí” en cuanto a capacidad empática, cooperativa, apoyo mutuo,
solidaridad, compasión, renuncia por los demás, etc, que las “rp”
esclavistas con su brutalidad.
Con b2), salvando las distancias, nos pareceríamos a los lobos que
cazan en manada pero disputan y tienen sus jerarquías a la hora de
comer de la presa y reproducirse; lo determinaría todo la escasez y lo
reducido del excedente para mantener a no productores, ligado a los
particulares instintos humanos.
La explicación b1), aun teniendo en cuenta la capacidad
organizativa de la mente humana, me parece demasiado tecnocrática.
Dejaría de lado muchos factores instintivos y psicológicos que en la
vida real están presentes, como si no jugasen un papel cuando sí lo
hacen en la política, la guerra, la religión, la filosofía, las artes, la
familia, el lujo personal, etc que acompañan a esas condiciones en todas
las sociedades. Además entraría en contradicción con el resto del
planteamiento del materialismo histórico pues no explicaría por qué la
lucha de clases se superaría con el cese de la escasez para todos, no sólo
porque unas “fp” determinen unas “rp” sin luchas sociales, pues con
unas “rp” en el período de transición socialista aún conflictivas, una
preocupación sería la de lograr una alta productividad. Tampoco se
entendería bien por qué si el desarrollo de las “fp” exige nuevas “rp”,
habiendo condiciones para implantarlas se daría una resistencia por la
anterior clase dominante con la consiguiente revolución para vencerla,
en vez de imponerse el criterio de la racionalidad económica.
La explicación b2) al menos sí contempla esos factores. Pero de
ella se deduciría que por cada nivel de desarrollo de las “fp” las
opciones para establecer “rp” serían en el mejor de los casos
reducidísimas si no obligadas a una, no sólo por razones técnicas y de
racionalidad económica sino por la propia naturaleza humana, en
particular sus límites para la compasión. Y de aquí llegaríamos a pensar
que en el desarrollo de la Humanidad ha sido obligado el paso por
determinadas “rp” que combinadas con sus “fp” correspondientes da
lugar a los modos de producción. Lo que al final nos conduciría, si
confiamos en el socialismo, a decir como Engels que sin la esclavitud de
la Antigüedad no habría socialismo moderno (así le atribuye el
mencionado libro “Ética” sin citar la fuente). Seguro que Engels, tan
indignado por las miserables condiciones de vida del proletariado de su
tiempo (escribió ya en 1845 “La situación de la clase obrera en
Inglaterra”), encontraba justificación histórica al esclavismo más que
por contribuir al desarrollo de las “fp” de su época, porque con una
visión retrospectiva y atrapado por la ideología del Progreso tan propia
del siglo XIX, lo veía como parte de esa cadena de modos de
producción progresivos hasta llegar al comunismo. Un precio que la
especie se vería obligada a pagar para lograr su liberación, aunque fuese
sin duda terrible para cada una de sus millones de víctimas. De no ser
parte de esa marcha, seguro que no le habría atribuido esa justificación.
Y si además confiásemos -como sin duda Marx y Engels-, en la
inevitabilidad del paso del capitalismo al socialismo (sólo podríamos
frenarlo o facilitarlo), entonces podríamos pensar que ya en el comienzo
de nuestra especie, estaba inscrito en su naturaleza y en el inevitable
desarrollo de las “fp” por sus capacidades creativas, que al final se
llegaría al socialismo y comunismo cuando se hubiese alcanzado el
nivel en el cual, superado el mundo de la escasez y nadando todos en la
abundancia, dando cada uno a la sociedad según su capacidad podría
recibir según sus necesidades. Lo dicho tiene mucho de teleológico (*),
pues la Humanidad, de hecho, estaría destinada, antes o después, al
comunismo y el sentido último de cada paso, sería avanzar hacia esa
culminación y expresión de su naturaleza. Naturaleza curiosa, pues si en
el comunismo se podría desarrollar todo el aspecto positivo de la
humanidad, desechando su destructividad y egoísmo, estaríamos
diciendo que el ser humano es un ser muy frágil, que para florecer
plenamente necesita de la abundancia y mientras tanto vive en un
conflicto entre sus potenciales destructivos y humanitarios. También
nos dice que si el ser humano tuviese más tolerancia a la escasez y fuese
más compasivo, con un nivel determinado de las “fp” encontraría con
más facilidad unas “rp” adecuadas para desarrollarlas, menos brutales
que las conocidas, pues no creo que sólo quepa una solución de
organización social y del trabajo partiendo de unas “fp” dadas ni que
sea imposible de entrada la adecuación de las “fp” a otras “rp”
humánamente más deseables.
* No me parece que el dirigente bolchevique -asesinado por StalinNicolas I. Bujarin resuelva el problema de la teleología en el capítulo I.3
de “Teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología
marxista” Siglo XXI, 1974. A pesar del subtítulo no es un libro que
pueda entender cualquiera. La explicación causal determinante
enmascara una influencia del esquema mental judeo-cristiano sobre la
Historia y el plan divino de salvación (mesiánica) de la Humanidad en
la Historia o historia sagrada, nada ajeno al origen judío emancipado de
Marx.
Permítame el lector introducir como símil una experiencia
personal, un tanto ordinaria, pero sencilla y útil. Me pasaba hace
muchos años, cuando tenía poca tolerancia a la sensación de hambre. Si
me rugían las tripas me ponía de mal genio y bastaba una “provocación”
para que saltase enfadado. Era suficiente llegar a casa y que mi madre
me dijese “siéntate y come” para que con las primeras cucharadas
pudiese desplegar la mejor de mis sonrisas y hacer unas risas si me
señalaban el por qué de mi mal genio y cómo todo lo que podía haber
dicho en su momento para justificarlo en realidad eran exageraciones,
puras racionalizaciones para mi estado de ánimo y agresividad de
depredador hambriento; sí, era bastante “animal”. Los niños pequeños,
afortunadamente para su supervivencia, nos emiten señales parecidas
para que entendamos que tienen hambre o están muy cansados. Con la
misma mente, con hambre, inaguantable, pero saciado, agradable. Con
el tiempo aprendí a controlar mi genio y mi orgullo por lo que la misma
sensación de hambre o molestia de otros se hizo más tolerable; para ser
agradable ya no necesitaba comer antes o más; es decir, que la cosa no
era tan inevitable como parecía y la variable fue la mente; no cambiaron
las situaciones sino la mente con la cual las abordaba. Sin ese cambio y
con más soberbia por mis aciertos, habría bastado topar con alguien más
“toca narices” o más vulnerable que yo, para mostrarme más irascible.
Es cierto que los humanos en una situación de escasez extrema en
la que la supervivencia está en juego y no hay para todos, fácilmente
podemos mirar sólo para cada uno y luchar entre nosotros; pero también
somos capaces de someternos a una gran disciplina, al menos por un
tiempo, y racionar los recursos logrando mantener el mínimo vital de
todos. Los campos de concentración con su egoísmo y solidaridad, los
naufragios y el asedio por hambre a las ciudades, nos dan lecciones
sobradas de todo esto. Históricamente un mayor desarrollo de las “fp”,
disminución de la escasez, no ha significado una reducción de la
destructividad sino la posesión de medios más mortíferos capaces de
poner en riesgo nuestra misma existencia como especie; a más
civilización también mayor potencial de barbarie. Con la misma
destructividad en la psique, gracias a la tecnología, en la carrera de
armamento contra el enemigo, habríamos pasado de las manos al palo,
la piedra, la lanza, la flecha, la espada, la catapulta, el arma de fuego, la
bomba atómica. A la par que la complicidad para el mal, los humanos
hemos sido capaces de desplegar nuestro apoyo mutuo y solidaridad; en
las sociedades más crueles, nuestra compasión; en condiciones de bajo
desarrollo de las “fp” como la Roma clásica, la rebelión ejemplar de
Espartaco que hoy sigue inspirándonos; en medio de la matanza de la Iª
Guerra Mundial, la tregua espontánea y confraternización en las
trincheras de la Navidad de 1914 gracias al mito compartido de esa
festividad “sagrada” que les dio permiso -a pesar de las órdenes- a
desenvolver su humanidad y ofrecerla como un regalo al enemigo al que
una hora antes intentaban matar. ¿Será aquí también la mente, sus
creencias, un factor decisivo y no tanto la escasez, es decir, cambiar la
idea que tenemos de escasez y abundancia, el grado de tolerancia a la
frustración, la visión de nosotros mismos, nuestro orgullo?. Yo, con
unas cucharadas de lentejas cambiaba el ánimo pues creía que eso era lo
que necesitaba. Con la creencia de que una humanidad plena pasa por
un futuro de abundancia, como el planeta no la permitirá, deberemos
renunciar a esa plenitud. Renunciaríamos a nuestra “primogenitura”
humana por un “plato de lentejas” de jauja que jamás se nos entregará.
Si entonces me hubiesen dicho “deberás esperar un par de horas para
poder comer” o “no se sabe cuando podrás hacerlo”, habría pensado que
no podría soportar mi sensación de hambre ni evitar mi mal genio. Si los
habitantes de los países ricos comprendiésemos que podemos vivir
mejor de otra manera (con menos de unas cosas y más de otras) y que si
nos hacemos la vida imposible es por nuestra competitividad, envidia,
orgullo y las reglas del juego que las impulsan, podríamos cambiar el
mundo sin necesidad de esperar a que el cuerno de la abundancia se
derramase sobre nosotros.
Dependiendo de cuales sean las relaciones sociales y de la
comparación con otras sociedades, también así se valora la escasez y se
condiciona el grado de satisfacción. En unas condiciones igualitarias los
sujetos viven con menor descontento su situación que disfrutando de los
mismos o mayores recursos pero habiendo diferencias entre ellos; o
cuando los miembros de una sociedad pueden estar comparando su
situación con la de otra que por proximidad geográfica o información se
les hace muy presente. Es la comparación, el sentimiento de injusticia,
la envidia, la posición social en la que queda el “yo”, lo que juega un
papel fundamental en el grado de safisfacción y cómo se entiende la
escasez.
De ahí, la sobredimensión de la escasez, la importancia del “tener”
en el reconocimiento personal, que contribuye a reforzar la tendencia a
la sociedad de clases y sus injusticias. La invención del Otro
deshumanizado, como modo de promoción del propio “yo”, justifica
hasta el genocidio. En ambos casos no quedará apenas lugar para la
compasión.
La racionalidad económica tampoco es un valor claro. Los
antropólogos y economistas han observado comportamientos que con la
mentalidad occidental y capitalista pueden parecer absurdos, pero que
sus actores consideran ventajosos para su integración social y la
estabilidad de la comunidad, más valorados que el desarrollo de las
“fp”. Un modo de producción podría ser a corto plazo más “dinámico”
para el desarrollo de la “fp” pero a largo plazo acarrear mayores
conflictos y destructividad, por lo que el “progreso” no sería tan
evidente (*). La misma racionalidad económica del capitalismo era
dudosa desde su comienzo (las crisis analizadas por Marx) y hoy con su
balance de despilfarro, enriquecimiento bochornoso, hambrunas
evitables, guerras planetarias y amenaza de apocalipsis, sólo parece
claro para quienes están en la cumbre y sus economistas que no sufren
las consecuencias del sistema del que son técnicos y apologetas; el
materialismo histórico ya contempla esta situación como la fase de
inadecuación de unas “rp” a las “fp”, decadencia del modo de
producción.
* Sobre las ventajas e inconvenientes de las sociedades agrícolas
frente a las de cazadores-recolectores, “El tercer chimpancé” de Jared
Diamond, edición más reciente en Debate, 2007.
La misma escasez y abundancia material son bastante relativas.
Cierto que hay un mínimo de consumo sin el cual ningún ser humano
puede sobrevivir y también un límite a su capacidad de consumo de
bienes como los alimentos (no sólo de cantidad sino por un criterio de
salud). Lo que para una sociedad puede parecer normal, para otra sería
jauja e igualmente entre los individuos de una sociedad. Jauja tampoco
podría ser ilimitada pues aunque una sociedad pudiese lograr
determinadas metas, puede que no pudiesen estar al alcance de todos,
por ejemplo los viajes a la Luna, o la segunda vivienda para las
vacaciones o los fines de semana. Por eso la sociedad debería definir
cuales serían las necesidades racionales y sostenibles que podría
satisfacer a cambio de que el ciudadano aportase según su capacidad.
Cabría pensar que dadas las condiciones para una abundancia
posible para todos, los humanos se darían cuenta y decidirían pasar a
otras “rp” o modificar a ese fin las “fp”. Pero no es así. Unos pueden
nadar en un océano de abundancia mientras otros no tienen ni para
subsistir, pero los primeros se aferran a su posición, pues lo que más les
importa no es perder lo que les sobra, sino su posición por encima de los
demás, el predominio, la importancia del “yo” social, que forma parte ya
de su identidad personal, del ego. El cambio puede convertir en obsoleta
a una clase social, hacerla perder sus privilegios y esto provocar su
resistencia aunque generalmente siguen disponiendo de los suficientes
recursos como para reciclarse a unas condiciones alejadas de la miseria.
Por eso la revolución que plantea el materialismo histórico para pasar a
otro modo de producción no se refiere sólo a un cambio profundo y
rápido de las relaciones sociales, sino a la necesidad de vencer la
resistencia de la clase dominante.
¿Cabe atribuir todo esto a la inclinación al egoísmo y al mal de la
naturaleza humana?. Estamos dotados para la compasión con la
descendencia, pero también para el homicidio, incluso el genocidio,
como nuestros parientes genéticos más próximos, los chimpancés. Sin
embargo ni los individuos ni los colectivos tenemos por qué caer
necesariamente en el asesinato y la matanza y así transcurre la vida de la
mayoría de nosotros. Esas fuerzas terribles están siempre latentes y su
activación depende más que de la presión del instinto o de los estímulos,
de lo que nos digamos con la mente y de la capacidad empática (nula en
los psicópatas). Pero permanentemente actúa otra fuerza en la
institución de las sociedades de clase y violencia. Me refiero al ego.
¿Pero no será el ego sólo otra forma de llamarle a ese lado oscuro de la
mente humana?. Si y no. El ego no es propiamente la naturaleza última
del “yo”, sino una imagen distorsionada de sí mismo que tiene el “yo”,
provocando unas necesidades emocionales que juegan un papel de
primer orden en la Historia. “No sólo de pan vive el hombre” podríamos
decir también, pues tiene otro tipo de hambre no material, el hambre de
reconocimiento, validación de su “yo” separado, de la falsa identidad
personal que es el ego, con su “sed” insaciable sea lo que sea lo que
tome del mundo para satisfacerse. Es esta necesidad de la mente la que
condiciona cómo se entienden las necesidades materiales de alimento,
techo, descanso, reconocimiento social, etc y el modo de satisfacerlas
que puede no tener límite pues no se trata tanto de calmar el hambre de
comida, etc, sino de la validación del “yo”. Esta necesidad del “yo”
surge en parte de las condiciones de existencia, del proceso de crianza,
de las deficiencias en el desarrollo de la consciencia, autoconocimiento
y moralidad, expresándose, como veremos, en dos tipos de pertenencias:
“lo que me pertenece y a lo que pertenezco”.
Las religiones, códigos morales, filosofías, en sus aspectos más
avanzados y un tanto independientemente del momento histórico,
apuntan a ese problema. El desarrollo moral, aunque con muchas
dependencias de las condiciones sociales de existencia, tiene también su
curso propio. Por eso encontramos en el taoísmo filosófico inicial y en
el budismo indicaciones de humanidad que no parecen corresponderse
con las luchas de su tiempo o al menos no limitarse a él. Esto es porque
cada ser humano, en las mismas condiciones históricas, puede vivir un
desarrollo moral más o menos elevado según el caso.
Las clases dominantes no cambian las reglas del juego de modo
que los demás puedan salir de la miseria y aproximarse todos en el nivel
de riqueza; pero aunque ellos lo permitiesen hoy, el planeta ya no podría
con los parámetros de los países ricos. La esperanza de liberarnos del
mundo de la escasez y las luchas consiguientes, estaría cerrada si
dependiésemos de la abundancia material para todos capaz de satisfacer
una variedad enorme de deseos, el mundo ideal de jauja, incluso el nivel
de consumo actual de los EEUU o de los países más ricos de Europa.
Hay unos límites al crecimiento en los recursos disponibles y la
degradación del medio y una reacción de éste en forma de calentamiento
climático y otras rupturas de equilibrios (auge especies peligrosas para
nosotros, como insectos vectores de enfermedades, mientras
extinguimos otras beneficiosas...).
Una civilización que no se regule por la búsqueda del beneficio
mercantil sino por la satisfacción de las necesidades humanas, si no
puede ser jauja, deberá poner en el centro la cuestión del deseo y la
necesidad, la motivación para la existencia, qué se considera una vida
buena y por tanto el sentido de la vida y la identidad del sujeto.
Debemos pensar en una abundancia material relativa y más bien
austera según los parámetros del despilfarro actual en los sectores más
ricos. Sólo podremos tener un criterio objetivo sobre lo que de verdad
necesitamos si desaparece la necesidad más importante y determinante
de la sensación de escasez una vez superados los niveles
imprescindibles, es decir, la de validación del “yo”, que orienta la
existencia en la vía del “tener” frente a la del “ser” (Fromm)
distorsionando la percepción de nuestras verdaderas necesidades y
conduciéndonos por una senda de frustraciones, sufrimientos y
destructividad. Para la inmensa mayoría en los países ricos el problema
no es tanto de escasez como de seguridad en la regularidad de los
recursos, en la estabilidad de la vida social y del mundo, de integración
social, confianza en que la comunidad estará allí para ayudarle y sentido
de la vida. Y una de las causas es la dependencia de la voluntad del
capital que vive el trabajador asalariado. Lo que debemos ofrecer es otra
jerarquía de las necesidades, perder algo individual para ganar algo
colectivo de más valor, cambiar cantidad por calidad y las relaciones
sociales depredadoras por las fraternales. Y en esa vía, se abre la
perspectiva a la totalidad de la Humanidad en vez de centrarse en el
consumo personal que alienta la separación y el conflicto. Esto tendrá
también sus implicaciones en las demandas a presentar en la lucha
social ¿se trata de pedir sólo más salario o de orientar las
reivindicaciones en otra dirección más colectiva, sobre todo teniendo en
cuenta el cambio climático y las medidas urgentes que deben tomarse?.
A la hora de optar en esta otra dirección se necesitará cada vez más la
superación del egocentrismo, corporativismo, localismo, nacionalismo,
con la conciencia de especie y planetaria y el consiguiente desarrollo
moral, de los planteamientos éticos. Una guerra mundial se puede hacer
sin modificar nada de eso. La batalla que se nos presenta ahora no se
podrá ganar si no se produce a la vez un profundo cambio en nuestras
mentes y, lo que es si cabe más difícil, ¡rápido!. Esto significa, para
empezar, que aquellos que tienen más capacidad para influir en la
opinión de otros, de las masas y en particular quienes vienen aspirando
a un mundo diferente y más humano, sean conscientes de ello y trabajen
también consigo mismos para mejor impulsar el cambio en los demás.
La escasez y la abundancia son relativas pero ni jauja nos libraría
de luchas sociales si nuestra mente estuviese limitada por una
conciencia del “yo” como es el ego, necesitada de validación,
comparación, lucha para ponerse por encima de los demás, marginar a
algunos de la “manada” y, buscando apoyo, crear “tribus” para su
sentido de pertenencia, enfrentadas a otras, produciendo al final escasez
artificial y destrucción. Imaginemos que se descubriesen una fuente de
energía, materia prima y tecnología maravillosas que nos permitiesen, a
cambio de muy poco trabajo y de muy poca preparación profesional,
disponer de todo y en las cantidades que deseásemos; la causa de la
escasez desaparecería para la lucha de clases, ni saqueo, ni violencia, ni
explotación, a no ser que otros factores psicológicos siguiesen
produciendo un grave conflicto social y estos serían sin duda
provocados por el ego.
Si no habrá ni puede haber una abundancia capaz de eliminar de
raíz las causas de las luchas sociales y violentas y casi la envidia,
tendremos que recurrir a nuestra conciencia y voluntad. Como estamos
hablando de un comportamiento con grandes implicaciones morales,
serán razones éticas las que necesitemos. El progreso en los valores
morales es fundamental para la orientación de nuestra mente, pero más
importante que los códigos y mandatos (“no matarás”, etc) es por qué
los asumimos (miedo al castigo, autoridad divina, principios éticos
universales alcanzados por el razonamiento...), lo cual es indicador de
nuestro desarrollo moral (L. Kohlberg, volveremos sobre ello) que a su
vez depende del grado de egocentrismo del ego y sus tipos de
pertenencia. Más allá de esto, tendríamos las vivencias, más imprecisas
y misteriosas, del Despertar místico.
Entender las necesidades del ego y no sólo las necesidades
materiales siempre relativas, ayuda a comprender mejor el desarrollo
histórico y cuáles pueden ser las claves para superar las sociedades de
clases, su lucha, explotación, opresión, violencia, guerras, sin esperar a
unas imposibles condiciones de abundancia.
Entender las necesidades del ego nos ayudará también a
comprender mejor las cuestiones éticas, cómo se ha dado el progreso
ético y qué planteamientos éticos debemos tener para superar las
civilizaciones de explotación y lucha destructiva. Si no será la
abundancia material la que nos de la clave definitiva para liberarnos de
la lucha del hombre contra el hombre, lo será la ética correspondiente a
una visión del “yo” superadora de la ilusión del ego. La superación de la
vivencia de una escasez material permanente por mucho que aumenten
los bienes, sólo vendrá de la mano de la superación de la conciencia
mendiga del “yo”, de la escasez permanente en la que vive el ego. Si la
igualdad va a convertirse en la condición para que la escasez y el
cambio climático no acaben con nuestra humanidad, deberá
profundizarse en qué entendemos por ella y su relación con la
superación de las diferencias de clase y la lucha de clases. Otro tanto en
cuanto a cuáles son las necesidades que deberán satisfacerse.
Si ahora no dependiésemos de la abundancia para construir una
civilización fraterna pues pudiéramos recurrir a transformar la
mentalidad sobre la necesidades, querría decir también que la Historia
de la Humanidad podría haber sido bastante diferente dependiendo de la
influencia de corrientes de pensamiento capaces de modificar la mente,
en particular, la ilusión del ego. Si los inventores de tecnología tienen
una responsabilidad difundiéndola pues de otro modo puede retrasarse
siglos (así ocurrió por ejemplo con tecnologías chinas a Occidente),
también quienes tienen un mayor grado de desarrollo moral,
autoconsciencia, autocontrol, comprensión de nuestra identidad y
sentido de la vida, deben llevar su mensaje a los demás para ayudarse a
elevarse. ¿De hecho no ha sido así y sin esa presencia la Humanidad
habría sido más inhumana, proliferando aun más la barbarie, el reino de
los psicópatas?.
Hoy, con el conocimiento en Occidente del vedanta advaita, el
budismo, el taoísmo y el desarrollo de la psicología humanista como la
de Albert Ellis, junto a la mundialización de la existencia, la crisis del
calentamiento global, el cuestionamiento del consumismo al par de la
miseria letal, una conciencia cada vez más planetaria y el conocimiento
del cosmos, se están creando condiciones como nunca para superar la
ilusión del ego en muchas de sus facetas.
Esta clarificación sobre nuestra naturaleza, moral, etc, no es
esclava del desarrollo de las “fp”, aunque las condiciones de existencia
influyan en ello y sobre todo en su grado de difusión y asimilación. En
la mayoría de los animales todo lo determinan las condiciones de
existencia y su instinto. En el ser humano, se combinan las fuerzas de
sus condiciones de existencia, instintos, consciencia, inteligencia,
maduración psicológica, desarrollo moral. El resultado es una variedad
de comportamientos mucho mayor entre los miembros de nuestra
especie que entre los de una especie animal. En la medida en que el ego
domina la mente, en determinadas condiciones de existencia (“fp”) el
resultado son unas “rp” condicionantes también de una “fp” o fuerzas
destructivas (armamentos). El ego, con sus dos tipos de pertenencias, se
expresa también históricamente de diversas maneras. Lo que le
pertenece, depende del grado de desarrollo de las “fp” y de la posición
en las “rp”; a lo que cree pertenecer, de las relaciones sociales, de las
“rp”. Cuanto menos sea lo que le pertenece a uno, más peso tendrá en la
propia identidad a lo que uno cree pertenecer: la tribu, la pandilla, el
estamento de la sociedad feudal, la clase decidida por la propiedad en el
capitalismo, la nación... La expansión del medio en el que se desarrolla
la vida social, cambia la imagen que el “yo” tiene de sí mismo. Las
tribus aisladas se llaman a sí mismas “los humanos” y no tienen la
misma consideración por otras. El desarrollo del comercio a larga
distancia, compartir una misma religión, lengua y autoridad estatal sobre
un gran territorio y múltiples comunidades conforma también el ego.
Por todo lo dicho debemos ser prudentes a la hora de atribuir a
fenómenos históricos o fuerzas sociales liberadoras una inevitabilidad,
necesidad, carácter obligado, forzado, trazado irrevocablemente o
justificación en base a supuestas leyes de la Historia sin contemplar
debidamente el “factor humano” y cómo éste puede influir y modificar
el curso histórico. En este caso, querer explicar demasiado con una
breve fórmula muy general conduce a no poder explicar bien los
procesos reales. La ley histórica no es tal, sino anteojeras a nuestra
observación.
Las necesidades del ego cuestionan el mecanismo histórico que,
con un criterio de racionalidad económica, iría de la escasez a la
abundancia material y la consiguiente superación de las sociedades de
clases. También el conocimiento de los historiadores está encontrando
problemas en las supuestas determinaciones históricas, el paso de un
modo de producción a otro, en particular la transición del feudalismo al
capitalismo y por supuesto, del capitalismo al comunismo con el papel
mesiánico atribuido al proletariado, tal cual lo entendieron los
fundadores del materialismo histórico. Incluso Marx contradice sus
declaraciones generales cuando se aplica al análisis de la situación
concreta, como la relación entre la tecnología (sin modificar) y la
implantación de la primera manufactura capitalista, siendo las “rp”
capitalitas las que impulsan el desarrollo tecnológico que las
caracterizan. Con el determinismo del materialismo histórico, aunque se
insista en que “la Historia” no hace nada, no es como un personaje
particular, no tiene metas (fines) propios, sirviéndose de los hombres
para alcanzarlos, sino que son los hombres quienes persiguiendo sus
propios fines hacen la Historia en los límites de su momento histórico
determinado por las condiciones materiales de existencia (“fp” - “rp”)
(Marx y Engels “La Sagrada Familia” 1845), el resultado es que los
humanos acabamos pareciéndonos demasiado a los actores que
representan a unos personajes, pudiendo hacerlo mejor o peor,
improvisar algo, incluso sugerir modificaciones en la obra, pero al final,
siguiendo las pautas generales dictadas por un tándem de autores
anónimos que son las “fp” asociadas a las “rp”; si en un tiempo fue así,
ya no puede serlo. Pero esas “fp” y “rp” no son fenómenos naturales,
sino creación humana, así que la cuestión está en intentar distinguir
entre los imperativos (mínimo imprescindible para perpetuar la especie),
los límites (condiciones naturales, tecnología, capacidad organización),
los condicionantes (necesidades consideradas con un nivel de desarrollo
de las “fp”...) y las posibilidades, es decir, hasta qué punto se puede
decidir cuáles deben ser las “fp” y “rp”. Hay un riesgo de alienación en
esa concepción por muy materialista que sea, similar a decir que todo
depende de la voluntad inescrutable de un dios que sin embargo hemos
creado a imagen y semejanza. No es igual afirmar que hay un margen de
elección en qué “fp” y “rp” se crean, se sepa poco de sus consecuencias
y esas elecciones condicionen el futuro haciéndose algunas irreversibles
(imposibilitando ya tomar otra dirección que fue una opción), a afirmar
la existencia de un proceso dialéctico que como una cadena debe seguir
el curso de resolución de la contradicción determinada por el estadio
anterior y que a su vez determina cual es el siguiente (tesis- antítesissíntesis : tesis-...). Esa secuencia llega a ser vista a veces como análoga
a un proceso de historia natural (dice Marx en “El capital”). Hoy más
que nunca debemos liberar la mente de trampas de pensamiento y estar
abiertos a cualquier opción, desde inventar, parar, retroceder, etc, sin
dejarnos atrapar por “necesidades”, “imperativos”, “procesos
irreversibles”, tan propios de la ideología del Progreso. Todo puede
ponerse bajo los focos e interrogado, como la vida sedentaria del
campesino-ganadero neolítico cuestionaba los parámetros “naturales”
milenarios del cazador-recolector paleolítico creando un mundo
inimaginable para éste. El materialismo histórico, se ha demostrado
como una muy fértil teoría y lo que se construya debe ser superándola,
no dejándola al margen sino apoyándose en sus logros por muy críticos
que seamos con ellos o evidentes puedan parecernos siglo y medio
después cuando ya han calado en nuestra cultura y visión general del
mundo. (Aún desde esa perspectiva, importante el libro de Francisco
Herreros Vazquez “Hacia una reconstrucción del materialismo
histórico”, ed Istmo, 2005; sobre el marxismo, la cuestión de la
abundancia, la ética y el socialismo, Félix Ovejero Lucas “Proceso
abierto. El socialismo después del socialismo” Tusquets, 2005; sobre la
abundancia, la envidia, la felicidad y el “yo” en “Ansiedad por el
estatus” de Alain de Botton, Taurus 2004, también en bolsillo).
Si no podemos afirmar que la Historia de la Humanidad sea la de la
barbarie por medios cada vez más sofisticados y criminales, que los
progresos sean efectos laterales como las aplicaciones civiles de la
industria de armamento, tampoco nos conviene levantar ningún altar a la
idea de Progreso, pues sabidos son los sacrificios que se ofrecen en ellos
y hablemos mejor de progresos relativos, con minúscula. Con una visión
lineal o en espiral, totalizadora, si al final terminásemos suicidándonos
como especie, se podría decir que el Progreso habría sido sobre todo la
marcha acelerada y con mayores medios, al abismo. Pero tal vez no sea ni
esto ni un Progreso interrumpido por un accidente catastrófico
(asteroide...). Si con esta sociedad llegase nuestro final o un retroceso de
siglos, no podríamos decir que la Historia fue de Progreso, sólo que lo
habríamos estropeado, pues de sobrevivir, haría un balance antes de
plazo. La idea del Progreso, aunque verdadera en algún sentido, es un
engaño cuando quiere ser totalizador. Responde sobre todo a la vanidad
humana y al deseo de encontrar un sentido, dirección a nuestra existencia
como especie para darnos seguridad, al igual que lo hacemos con nuestra
vida. Pensar en términos de inevitabilidad e irreversibilidad contribuye
según los casos al fatalismo, la pasividad, bajar la guardia y
probablemente esté muy equivocado desde el punto de vista científico.
Hoy no contamos con el tiempo eterno ni debemos nadar en la corriente
del Progreso, sino contra corriente y contra reloj de la degradación
acelerada del planeta, la desintegración de las relaciones sociales y la
brutalización de las relaciones humanas.
La medida más importante para decir si hay progreso o no, debiera
ser la humanidad (empatía, compasión, superación del ego). De lo
contrario tendremos el perfeccionamiento de las condiciones de barbarie
que puede terminar en nuestra extinción. Porque al final lo que
determinará si sobrevivimos, no será el desarrollo tecnológico del que se
puede hacer un uso letal, sino nuestro grado de humanidad. Sólo ésta
podrá poner en marcha los otros recursos a favor de nuestra
supervivencia. No nos salvará la confianza en el Progreso en general y en
quienes serían sus portadores (tecnocracia o proletariado...), ni en la
supuesta confluencia positiva de los egoísmos particulares (gracias al
mercado), sino nuestra capacidad por la indignación ante la injusticia,
empatizar y rebelarnos contra los opresores y demás obstaculizadores de
nuestra salvación, tomar plena conciencia de especie y planetaria; es
decir, el progreso ético y la superación de la ilusión del ego.
Si un sector de la derecha cristiana, en particular norteamericana, y
también en el islam, está llevando a cabo un “rearme moral”, igualmente
es necesario un rearme moral no menos militante desde la alternativa
revolucionaria a esta civilización a partir de la comprensión de la ilusión
del ego y del sentido de la vida.
No será la confianza en las soluciones tecnológicas la que permitirá
un futuro seguro a nuestra inmediata descendencia, sino arreglar las
cuentas con esta civilización por sus desastres pasados, presentes y
futuros y a partir de ahí permitir que puedan desplegarse las soluciones
tecnológicas sin el obstáculo de los intereses de clase y unas “reglas del
juego” sustentadoras del egoísmo más feroz.
Nuestra responsabilidad es mucho mayor que la de la generación
que no pudo impedir la IIª Guerra Mundial; las consecuencias para
nosotros y el planeta, incomparablemente peores. Si no queremos
movilizarnos a tontas y a locas, debemos aclararnos sobre la dirección a
tomar. Son tantas las necesidades de clarificación, desde las cuestiones
tecnológicas a las éticas que, a poco que seamos conscientes,
comprenderemos que nos encontramos en una situación de emergencia
para la Humanidad, en muchos sentidos comparable a la llegada de
asteroides que pueden destruirnos (catástrofe medioambiental), a la
invasión de unos extraterrestres genocidas (desintegración relaciones
sociales y brutalización) o al éxodo masivo para colonizar otro planeta
abandonando una Tierra inhóspita y una civilización hostil. Ya no es
tiempo para la rutinaria actividad de nadie. Ha llegado la hora de la
movilización aportando cada uno lo que mejor sabe hacer, sea ingeniero,
experto en ética, psicólogo, antropólogo, economista, sociólogo, artista o
trabajador sobre todo, cuestionando todos esta civilización... Lo mismo
que en la guerra total se movilizan todos los recursos de la nación en esa
dirección, ahora deben movilizarse los de la Humanidad en la dirección
de evitar el desastre y abandonar de una vez para siempre esta
civilización que sólo nos saca de uno para meternos en otro. La reflexión
de los expertos y la lucha de las masas conscientes deben ir orientadas en
esa dirección para clarificar en la teoría y en la práctica cómo debe ser la
nueva civilización y cómo llegar a ella. Como decía el difundo Julio
Anguita (o su muñeco de la tele, no lo sé), aunque de contenido diferente:
“Programa, Programa, Programa”. ¡Pero estamos tan lejos de ser
conscientes de esto y de organizarnos para ello!. Cuando ya sea
demasiado tarde nos preguntaremos “¿pero en qué hemos estado
pensando, cómo hemos podido perder el tiempo?”. Nos parecemos a los
habitantes de una casa que estén discutiendo los problemas y pleitos de
escalera y al público de una discoteca en la planta baja que baila
despreocupado, ajenos al peligro del vecino loco y armado preparando un
incendio que lo arrasará todo. No basta con gritar “¡fuego!”; si desemos
que nos crean debemos explicar los peligros, que el pirómano está dentro
y no bastará con los extintores corrientes; para evitar el pánico y
pisotearnos en la estampida deberemos organizarnos y tener listas las
salidas de emergencia, por donde escapar de esta civilización insalvable.
Si debemos acabar con el capitalismo no es porque otras “rp”
permitirían un mayor desarrollo de las “fp” y la abundancia para todos,
sino porque, visto con perspectiva, no nos conviene. Aunque el
dinamismo de este sistema social condujese a una mayor productividad
(más por el mismo trabajo), grandes innovaciones tecnológicas y
exploraciones planetarias, ya no compensaría su destructividad del medio
planetario, los seres humanos y la humanidad (guerras), mercantilizar
hasta las relaciones humanas, su incapacidad para superar las
inadmisibles desigualdades sociales que condenan a tantos a la miseria y
a morir de hambre en medio de la sobreproducción de alimentos que
acaban por ser destruidos o viendo limitada su producción por razones
mercantiles. Ya ha hecho demasiado daño, no necesitamos más a cambio
de un soborno. Si lo sustituimos por otra civilización será porque
necesitamos unas “rp” y “fp” que hagan un uso menos dañino de los
recursos del planeta preservando en lo posible lo fundamental de sus
condiciones previas a la 6ª gran extinción y al calentamiento global,
identificar y satisfacer mejor las verdaderas necesidades humanas,
superar las relaciones de dominio y violencia entre los humanos.
Aspiraciones compatibles con las del humanismo marxista pero no con su
determinismo. Pues no se trata de una necesidad causal, inevitable,
forzada, determinada por alguna ley histórica, independiente de nuestra
elección -aunque se diese a través de ella- que sólo sería su instrumento,
de algo posible de frenar pero no impedir a largo plazo. El siglo XX y
cómo hemos iniciado el XXI ya es un desmentido suficiente al supuesto
de la necesidad causal, inevitabilidad del movimiento en esa dirección
triunfante o no al final. No se debe recurrir a la indefinición de
“necesidad a largo plazo” pues de tan general, no es válida, bien porque
al final triunfe una civilización similar al socialismo pero no por
necesidad causal e inevitabilidad sino por voluntad y acierto o bien
porque reciba el mentís definitivo con el hundimiento de la civilización o
la imposición de una civilización nueva que no tenga nada que ver con el
socialismo, pero se atribuya a que el triunfo del socialismo no era
inevitable pero sí causal la necesidad sólo que expresada a ritmo lento.
Para confirmar el supuesto de la necesidad causal, dados los gravísimos
problemas de este sistema (desde inicios siglo XX) que delatarían una
fuerte falta de correspondencia entre las “fp” y las “rp”, de hecho, su
decadencia, debería observarse la maduración creciente de las
condiciones para un cambio de civilización (revolución). Sería persistente
contra los obstáculos. Por cada paso atrás se recuperaría rápido y daría
dos adelante, con una dinámica acumulativa en el plano de la crítica a
esta sociedad, la receptividad de grandes masas de la población a la
misma, la movilización, organización, participación y concienciación de
masas crecientes. Todo ello traducido en un poderoso movimiento obrero
y otros sociales anticapitalistas, expansión de los medios de
comunicación (prensa, editoriales), críticos al sistema, desarrollo teórico,
ético, artístico, respondiendo -si no impidiendo- a las monstruosidades de
la época con una mayor crítica y determinación. El balance del siglo XX
es decepcionante con este criterio, incluso comparado con el XIX
teniendo en cuenta las características de una y otra época (analfabetismo,
experiencia, ilusión del Progreso, etc).
No necesitamos la aprobación de ningún dios ni la autorización de
ninguna ley de la Historia para cuestionar esta sociedad y pronunciarnos
por otra aunque aún no esté bien perfilada. No vamos a esperar a que nos
den “luz verde” porque las condiciones ya estén maduras pues el sistema
“no puede desarrollar más las fuerzas productivas” (¿cómo se entiende y
prueba eso?). Haremos un balance de lo que esta civilización nos viene
ofreciendo, podemos prever nos deparará en el futuro próximo, las
posibilidades de sustituirla por otra mejor y decidiremos. Muchos
creemos que la Humanidad ya ha soportado demasiado, no nos
compensa, no nos conviene y para colmo no sólo no impedirá la
catástrofe final sino que va directa a ella aunque intente frenar.
No hay un cambio inevitable, ni la seguridad de que antes o después
se impondrá; si algo tiene más posibilidades de inevitabilidad es
continuar así e irnos al infierno y muy pronto. Si nos lo tomamos con
calma, se nos pasará el tiempo; nunca madurarán en su interior las
condiciones del cambio (preñada), sino que aumentarán las dificultades.
No deberemos hacer de “parteros” de una Historia ya “preñada” de
futuro, ni proceder a alguna “inseminación artificial”, ni pretender que
“adopte” a una criatura de fuera. Esta civilización no será “cuna” de la
nueva, sino material para recuperar con el reciclado. Por primera vez no
serán humanos condicionados quienes produzcan el cambio de
civilización, sino seres en lucha contra sus condicionamientos,
marginales a las condiciones del sistema aunque estén incorporados en su
engranaje (trabajadores asalariados y otros no explotadores), “yos” no
aspirando al ascenso social o simplemente a liberarse de sus cadenas, sino
de la ilusión de su ego y a la expansión de su humanidad. No será una
clase social que supuestamente sería y a la vez no, de esta sociedad (el
idealizado proletariado de Marx) y por tanto capaz de llevarnos a otra
civilización, sino el ser humano que comprende la ilusión del ego en la
que lleva viviendo desde hace milenios y sabe que su naturaleza raíz no
pertenece ni a esta ni a ninguna otra civilización pasada, sino a algo
nuevo por crear, donde la materia prima, la base, el pilar, sea la
humanidad y no la lucha fraticida por la prevalencia del “yo”, sean las
condiciones imperantes las de escasez absoluta, relativa, provocada o no.
No será una clase, estrato social, sino el ser humano despertando a su
verdadera identidad en el cosmos, capaz de desprenderse de los
“beneficios” del ego.
Necesitamos el cambio y con urgencia. No podemos esperar a que la
investigación descubra al fin las posibles leyes del desarrollo histórico
para confirmar la corrección de nuestra elección; podría ser demasiado
tarde o no llegar nunca. Si algo nos duele sabemos que hay un problema;
hasta las tribus más primitivas buscan una solución y aunque den una
explicación nada científíca del cuerpo humano y de por qué el remedio de
una planta cura, no dudan en aplicarla y salvarse. Debemos actuar con lo
que sabemos y tenemos, desplazando todo lo que nos entorpece para
salvarnos.
La Historia, si alguna vez fue así, ya no será más “sobre” y “a
través” de los humanos, sino “por” los humanos. Sólo así tomaremos sus
riendas, de modo consciente. A igual que debemos conquistar la libertad,
también el control de la Historia. No hay leyes de la Historia que nos
emancipen, ni desarrollo espontáneo que, con nuestro elemental cuidado
(como con un niño o adolescente), nos lleve hasta la mayoría de edad.
Parafraseando y contradiciendo el planteamiento de Marx y Engels
en “La Sagrada Familia” (1845) sobre el papel emancipador del
proletariado forzado por las leyes históricas, sostengo: Importa y mucho
lo que tal o cual persona, grupos, clase social (incluso el proletariado) o
todo el género humano, imagine de modo momentáneo o continuado
como la finalidad (meta) y el sentido (razón de ser) de su vida, pues así
obrará en el plano social e histórico. Importa lo que cree ser pues según la
identidad del ego con sus dos tipos de pertenencias (lo que le pertenece y
a lo que pertenece) así obrará en el plano social e histórico. Su verdadero
ser no le obligará a nada, sepultado bajo la identidad del ego; actuará
condicionado, semiconsciente e incapaz de salir de las condiciones de
lucha social que son su hábitat natural. Si el sentido de la vida está
trazado en las condiciones del cosmos, una finalidad acorde con ese
sentido y una acción histórica liberadoras de las sociedades del ego, no
están trazadas concreta ni irrevocablemente en las circunstancias de su
vida ni en la organización de la sociedad actual, burguesa. La Historia,
marcada hasta hoy por el ego, y la sociedad actual, no nos señalan ni
colocan en la dirección de salida, sino de su reproducción hasta la
aniquilación. Ninguna condición social (ni la proletaria) determina la
misión histórica liberadora que necesitamos, ni obliga a seguir ese
camino divergente de su dinámica e inercia espontánea, ni conduce a la
liberación de la ilusión del ego. La toma de conciencia no vendrá dada
por ningún condicionante sino por la superación de los
condicionamientos con un esfuerzo de lucidez apoyándose en la
inteligencia, la humanidad (empatía y compasión) de nuestro ser,
potenciándolas.
Tras cerca de 14.000 millones de años de evolución del Universo, en
el único lugar donde nos consta la materia haya alcanzado la vida,
azarosamente la inteligencia y sin duda donde hay presencia humana, se
desarrolla un drama de trascendencia cósmica. Si tuviesen razón los
biólogos (no astrónomos) al opinar que la vida, sobre todo la inteligente,
es altamente improbable (*) ¿no se estaría jugando en la Tierra el futuro
del Universo o al menos de buena parte del mismo?, ¿será la inteligencia
en la Tierra un ensayo fallido de la evolución de la vida en nuestro
sistema solar o más allá?. Si entre los cien mil millones de galaxias no
hubiese nadie capaz de conocer o lamentar algún día nuestra decadencia
y desaparición, eso haría más importante nuestra existencia como
fenómeno único o excepcional; y si a alguien pudiese importarle, eso
confirmaría nuestra relevancia. Nuestra consciencia del cosmos y nuestra
existencia son razones suficientes para hacer todo lo posible por
preservarla. Nuestra responsabilidad es ya con el cosmos y se decide en
la lucha por superar esta civilización. Es así como debemos vernos, no
como hombrecillos agobiados, sumisos, mirándose al ombligo y
confiando en que un golpe de suerte les salve.
* “El quinto milagro. En busca de los orígenes de la vida” Paul
Davies. Crítica, 2000.
De nosotros depende si nuestra principal contribución al Universo
será la inteligencia compasiva o destructiva. Cabe pensar que si hacemos
algún aporte duradero será en la primera dirección, pues de continuar
avanzando en la vía de la destructividad, lo más probable es que no
lleguemos muy lejos ni durante mucho más tiempo. Ésta es una razón
para pensar que la compasión, el cuidado, la responsabilidad por los
demás seres y el mundo, es un salto en la evolución del cosmos, una
necesidad para el progreso en él de la consciencia y por ello, la toma por
el Universo de consciencia de sí a través de algunos resultados de su
materia en evolución. Tenemos una perspectiva de conjunto muy superior
a la de los animales movidos por sus instintos y estrategias reproductivas
y por tanto podemos disponer de nuestros recursos genéticos, a la
violencia y la compasión, del modo más inteligente para el progreso de la
especie y de la vida en general, sin dejarnos llevar por impulsos
instintivos que en nuestro caso pueden tener resultados desastrosos.
Cuando estábamos organizados en tribus las guerras podían ofrecer
ventajas reproductivas sobre todo para los varones de la tribu vencedora
ocupando territorios, tomando a las mujeres del enemigo o simplemente
exterminando genes competidores de otra etnia (genocidio). Pero en la
“aldea global” cuando nuestros actos “ventajosos” acaban repercutiendo
negativamente sobre nosotros y el planeta, nuestras luchas equivalen a
una guerra civil dentro de una tribu o la destrucción de su propio hábitat
sin posibilidad de irse a otro. Si antes la estrategia reproductiva de un
varón podía llevarle a matar o dominar otros varones para controlar un
harén y tener una gran descendencia, hoy sabemos que podemos
disciplinarnos si hace falta para tener un sólo hijo controlando la
explosión demográfica y por tanto el requerimiento al planeta de recursos
y riquezas que no puede darnos, no sólo por interés de nuestra familia o
nuestro país sino de la Humanidad entera. En Suiza, casi en cada casa hay
un fusil de asalto y otras armas poderosas, pero no ocurre como en los
EEUU, pues la tradición cultural, la falta de miedo al prójimo, la decisión
de colaborar, en suma, la consciencia y la ley, les dice que no deben
abusar de ello. Nuevamente, no será una mentalidad predadora y guerrera
convencida de que la victoria del más fuerte es un designio de la
Naturaleza, la que apunte en la verdadera dirección y nos permita
progresar. La dirección del cosmos (fruto de la necesidad y el azar
combinados) debe orientar también el sentido básico de nuestra
existencia, esto es, la consciencia inteligente y compasiva.
Si no conseguimos implantar otra civilización, antes que asistir a
nuestra eliminación, lo mejor que nos podría pasar es que una
inteligencia extraterrestre convirtiera la Tierra en su protectorado y nos
tratase como a menores de edad o incapacitados temporales para dirigir
nuestra vida y decidir la suerte del planeta. Sólo el debido cambio de
civilización demostrará que, superada una alocada adolescencia, hemos
alcanzado la mayoría de edad como especie responsable de nosotros y de
las demás. Si nos suicidamos tal vez sea el modo como la evolución haga
su trabajo de extinción de especies o, prefiero pensarlo, hayamos
incurrido en un desastroso “intrusismo profesional” extralimitándonos en
aquello para lo que la naturaleza nos ha dotado bien.
La concepción de nuestra identidad, nuestra vida, su sentido y
finalidad deben ser acordes con esto si quieren estar a la altura de nuestro
ser y circunstancias. Una perspectiva cósmica, natural, histórica y no
egocéntrica nos permitirá superar nuestra actual impotencia; será más
lúcida y poderosa -salvando las distancias- que la fe de los primeros
cristianos o musulmanes.
Cuando más necesitados estamos de una perspectiva global, de un
programa de transformación de civilización, más desprovistos nos
encontramos. Cuando el espectro del calentamiento global recorre el
planeta sumido en la crisis de la civilización capitalista, falta por levantar
la alternativa.
Cada época histórica tiene su gran declaración, su manifiesto. El
tiempo vuela y todavía está por escribir el correspondiente a la nuestra,
capaz de movilizar con una visión clara a miles de millones de personas.
A la corriente necesaria para producirlo quiere contribuir este texto.
Quiere ser también una aportación para levantar una filosofía de la
vida, una “espiritualidad” naturalista (*) alternativa a todas las religiones
e ideologías que contribuyen a perpetuar situaciones de ignorancia,
alienación, explotación, opresión, guerras, levantando múltiples
obstáculos a la resolución de los problemas (control demográfico, etc).
Una “espiritualidad” que pueda ser compartida por encima de las
religiones, que contribuya a la unificación en un movimiento social y
político planetario. Que sirva de orientación para quienes son arrastrados
de modo más o menos inconsciente por la corriente de la existencia
viviéndola desde las limitaciones del ego y por activa o pasiva
contribuyendo a un modo de vida social destructivo. Y cuando hablo de
alternativa pienso claro está en sectores amplios de la población. En
suma, una “espiritualidad” que corresponda a las necesidades planetarias
del siglo XXI.
* Término tomado de “Espiritualidad para escépticos. Meditaciones
sobre el amor a la vida” de Robert C. Salomon, Paidós 2003.
Este documento ofrece algunos recursos para la transformación del
ser humano superando el egocentrismo. Sin duda son aún muy
rudimentarios pero imprescindibles a falta de otros. No podemos esperar
a disponer de mejores herramientas para intervenir como no lo ha hecho
la especie humana para cubrir sus necesidades o sobrevivir. Y eso es
precisamente lo que ahora está en juego. La experiencia de la práctica
con la participación de muchas personas será el mejor modo para mejorar
el programa de intervención. Eso estimulará a quienes tienen más
conocimientos a centrar ahí sus esfuerzos impulsando la investigación
científica.
Si me atrevo a abordar públicamente el tema a pesar de carecer de
credenciales académicas no es por presunción, sino por necesidad. Afecta
directamente a todos y cada uno. Sólo atreviéndonos podremos, a pesar
de los pasos en falso, encontrar la respuesta cuando no hay autoridad a la
que remitirse.
Este texto no puede ser definitivo ni siquiera para mí. Pero como
sería absurda la pretensión de que una sola persona resolviese la cuestión,
no quiero retenerlo más si puede servir de inspiración o al menos de
estímulo a otros, con el deseo de que lo superen con creces y contribuyan
con su aportación a la cadena. Dinamizar sería su principal mérito. Una
vez cumplida su misión, lo mejor que le puede pasar a este ensayo es ser
pronto olvidado porque otros mucho mejor preparados y más maduros
tomen el relevo.
Hago una llamada a quienes más conocimientos tienen para que
establezcan mejor sus prioridades y dediquen mayor atención a lo que
más necesita la Humanidad en lugar de perderse en eruditas cuestiones
menores e incluso falsos problemas. Aunque soy capaz de leer auténticos
“ladrillos” (otra cosa es entenderlos bien) me asombra cómo, demasiado a
menudo, autores y publicaciones de “izquierdas” y progresistas dedican
su capacidad intelectual a reflexiones que incluso para los académicos
deben resultar muy difíciles, pero de dudosa aplicación práctica ni directa
ni indirecta ni ahora ni en el futuro, dejando de lado tareas de
investigación y divulgación mucho más importantes, urgentes y con
implicaciones en la intervención para transformar el mundo. Me
recuerdan -salvando las distancias- a los maniáticos norteamericanos de
lo “políticamente correcto” que pretenden compensar con ello su
impotencia para intervenir y transformar la sociedad. Peor aun es cuando
autores famosos parecen oscurecer deliberamente el discurso para dar
impresión de profundidad, impresionar en círculos académicos y obtener
un aura de autoridad ante el pueblo. Que a estas alturas, por lo que yo
conozco al menos, no exista ni un sólo libro con esa orientación que
aborde en un sólo texto lo que pretendo -tórpemente, lo sé- con este
ensayo, es un síntoma muy preocupante y revelador de la crisis
ideológica y militante de quienes pretenden ser una alternativa a esta
sociedad. Si no somos capaces de dar respuesta a estas preguntas clave no
sólo con erudición académica y fraccionadamente por temas, sino con
términos sencillos y abordándolo en su totalidad, sirviendo de inspiración
a sectores muy amplios de la población, estamos condenados y los
condenaremos a ser víctimas de toda clase de ideologías a cual más
enferma, antisocial, indiferente a la suerte de la Humanidad y cruel. Más
que nunca precisa nuestra especie reflexionar sobre estas cuestiones para
encontrar su rumbo y no seguir marchando hacia el abismo. Millones de
personas tienen hoy un nivel de conocimientos inimaginable en tiempos
pasados. Pero a la vez, la especialización, la división social del trabajo
fruto de esta civilización basada en el beneficio económico y las metas de
nuestro ego hacen que esa capacidad de reflexión y sabiduría se
desaproveche para lo fundamental. Que los humanos del pasado,
ignorantes de sí mismos, cayesen en la brutalidad, puede entenderse, pero
que hoy no centremos nuestros esfuerzos, capacidad de conocimiento, en
superarla, no tiene excusa. No faltan conocimientos, sino la voluntad de
relacionarlos, dar respuesta a lo fundamental y difundirlo,
pedagógicamente, a los sectores más amplios de la población.
Necesitamos estudiosos y equipos multidisciplinares que pongan en
común su saber, lo relacionen y difundan con buenos propagandistas. Si
yo, sin preparación académica alguna para esta tarea, he sido capaz de
escribir este ensayo, ellos, vosotros, mil veces mejor. No es cuestión de
poder, sino de tenerlo claro, querer, trabajar con visión de equipo y deseo
de comunicarse con el gran público.
Este ensayo debería ser sólo un primer paso, inseguro, torpe, en el
desarrollo de una herramienta de importancia estratégica para la
transformación del mundo. Así, tan ambicioso como suena, invitando a
asumir el reto a quien pueda aportar.
El tema da para muchas reflexiones. A fin de ofrecer algo que en
pocas páginas dé una visión general, evitar detenerme demasiado en cada
cuestión y sus múltiples ramificaciones y entrelazamientos he organizado
las notas (casi como anexos). Las dedicadas a la Atención y el
pensamiento, el Holocausto con la psicología de los nazis y la psicopatía,
podrían ser capítulos de un libro. Incluso en alguna hay, digamos,
subnotas, marcadas con asterisco. Para no perder la fluidez de la lectura,
recomiendo leer primero la Reflexión y, para terminar, las notas. Para
localizar con facilidad dónde están en el texto las llamadas a las notas, las
he escrito en negrita. Las notas-anexos son parte muy importante de la
reflexión, imprescindibles para comprender las implicaciones del texto y
se entenderán mejor si se leen al final.
En cierto sentido, este ensayo es una guía para cada temática pues en
cada cuestión sólo puedo abrir una puerta que da paso a desarrollos más
amplios expuestos en las fuentes de referencia.
Pido disculpas si mi estilo os parece torpe. No escribo nada para ser
publicado, sólo para consumo personal o de próximos. Espero que
vuestra indulgencia y la importancia del tema dejen esos defectos en un
segundo plano. Tomadlo como llamada de atención, grito de alarma,
eximido de exigencias artísticas. Sobre todo he procurado exponer las
ideas con sencillez, pues lo importante así debe decirse, para
entendimiento de todos.
Si este texto te parece interesante, contribuye a la reflexión de otros,
pásalo, por internet, fotocopia, como quieras. Más vale tenerlo repetido a
que no le llegue. Escribe tú también. Ponerse a ello es la mejor forma de
dedicarse a pensar. Por algún sitio debemos empezar. ¡Quién sabe!, un
pequeño esfuerzo puede contribuir al efecto bola de nieve o a provocar
un huracán como la mariposa en la exagerada ilustración de la teoría del
caos. Aunque me conformaría con un alud que sepultase esta mala
sociedad a la vez que nos salvase como humanos. Ved al final las
autorizaciones.
Agradezco cualquier orientación sobre el tema, comentarios,
críticas, autores, libros, páginas web, direcciones de correo electrónico...
Mi especial gratitud a quienes difundan el ensayo en Latinoamérica, no
tanto por su valor en sí, sino para estimular la reflexión y crear una
corriente planetaria.
No caigas en el prejuicio típico del ego de pensar que si no lo firma
alguien conocido o con referencias, lo más probable es que carezca de
interés. Los autodidactas a veces acertamos, aunque sólo sea por suerte y
a juzgar por cómo nos va a todos, no parece que en estos temas haya
demasiados buenos maestros como para no escuchar a quien cree tiene
algo interesante que decir. La bibliografía recomendada al final y en el
desarrollo del texto te puede dar una pista de mi formación. No la
expongo por pedantería, sino en reconocimiento a mis fuentes -las musas
me inspiran la idea general, no todos los detalles- y para comprobación
de que lo expresado no es una mera ocurrencia personal aunque puedo
haber aprendido mal. Mi referencia son también los buenos documentales
de investigación de actualidad e histórica que demuestran las
posibilidades de la televisión si fuesen otros intereses los predominantes.
Si lees hasta terminarlo te llevarás una agradable sorpresa o un tremendo
enfado si te aferras a la ilusión del ego y a la ideología dominante.
¿No podría ser la obra de un autor con experiencia que, por
coherencia con el tema (crítica del “yo”), cansado de tantos
reconocimientos (Nobel de literatura, Oscar y Goya al mejor guión
original, pendiente el Príncipe de Asturias, mi nombre a una avenida ¡en
vida!), homenajes, adulaciones y a fin de comprobar la reacción del
público, prefiriese firmar como un perfecto desconocido, casi como autor
anónimo, incluso cometer apróstata herrores gramaticales, de redacción,
para despistar mejor?. Sí, sí, tú ríete; esto será más famoso que “El
código Da Vinci”. No, no es una alusión para identificar al autor, aunque
ni lo niego ni lo confirmo. Claro que esto también puede ser una
sofisticada trampa del ego buscando que su obra brille sin sufrir la
sombra del autor.
Si mis datos personales no tienen importancia, sí se la doy a escribir
Humanidad (género humano) así, con mayúscula. Sin entrar en
argumentos académicos irrelevantes para el fondo del asunto, creo que no
hay palabra que la merezca más. Disminuirla con la minúscula mientras
nuestros nombres, el de los estados, bancos, partidos políticos, equipos
deportivos y tantos otros se escriben con mayúscula, es un síntoma de
cómo anda la conciencia de la especie, cómo las proyecciones del ego, de
su fraccionalismo, tienen más peso que la Humanidad. Pero sobre todo
porque sin una poderosa conciencia de Humanidad por encima de
cualquier interés particular, será imposible encarar y menos resolver los
problemas planetarios que ya nos desbordan.
Adelante, lector. Prepárate para despegar en el viaje a las cuatro
dimensiones de la existencia.
****
III.- REFLEXIÓN.
La existencia y su sentido en cuatro dimensiones: cósmica,
individual, social e histórica. El ego y los dos tipos de pertenencia. La
superación de esa ilusión.
Si quiero tener una idea aproximada de quién soy no puedo
limitarme a los escuetos datos recogidos en mi documento nacional de
identidad, sino considerar los constituyentes, expresiones y genealogía de
mi ser.
Para ello podemos trazar el siguiente esquema sin más pretensiones
de rigor que ayudarnos a orientar y tomar consciencia en la perspectiva
de mi reflexión.
¿Quién se supone que soy?
En síntesis y con la debida perspectiva soy:
A) En el plano de la materia.
B) En el plano de la consciencia.
A) En el plano de la materia soy:
vía ascendente.- mi cuerpo, mis años.
- las plantas y animales de los que me alimento.
- mis parientes, descendencia y antepasados.
- mi “raza”, la Humanidad, la evolución de la especie.
- el parentesco con otros animales y la coevolución.
- nuestro origen entre los peces.
- el origen de la vida.
- la relación entre geología y vida.
- el movimiento del manto, la tectónica de placas, la transformación
de los continentes y mares y su influencia en la evolución de la vida.
- la Tierra y su ecología.
- el sistema solar.
- la galaxia, el reducido Grupo Local de galaxias, el “infinito”
Supercúmulo Local.
- el Universo.
- su minúsculo origen de energía superconcentrada
vía descendente.- mis órganos.
- mis tejidos corporales.
- mis células.
- mis genes.
- mis moléculas.
- mis átomos, partículas subatómicas, energía, el “vacío” atómico
del que surge todo.
- mi origen atómico en la explosión de las supernovas de un
Universo nacido de la “nada” de energía superconcentrada.
B) En el plano de la consciencia soy:
vía ascendente.-
- mi temperamento.
- las identificaciones, deseos.
- los mecanismos de defensa
- la dinámica de los estados del yo (Padre, Adulto, Niño)
- la imagen de mi yo.
- mis relaciones personales.
- mi biografía.
- mi lugar en las relaciones sociales y culturales locales e
internacionales.
- mi lugar en la Historia de la Humanidad.
vía descendente.- mis desidentificaciones.
- mis descondicionamientos.
- la consciencia básica, mente original o mente clara, despierta
(iluminada) o no-mente egoica, no condicionada, común a toda la
Humanidad, fruto de nuestro cerebro.
- el “vacío” de la mente del que surge todo lo mental y permite la
consciencia Despierta, con su inteligencia asociada a la compasión, la
manifestación más evolucionada de nuestro cerebro.
Como este ensayo no pretende ser un tratado de ciencias naturales ni
de psicología, sino entender cuál es nuestra identidad y el sentido de
nuestra existencia, adoptaremos el enfoque más adecuado. Continuemos.
A partir de nuestra realidad actual y genealogía, podemos decir que
nuestra existencia tiene cuatro dimensiones: tres en el espacio, cósmica,
individual y social, una en el tiempo, histórica.
Empecemos por centrarnos en nuestra dimensión cósmica aunque
resulte imposible separarla de las demás. Ha sido la más descuidada por
la tradición judeocristiana y la que más nos cuesta entender. Ahora, con
los conocimientos científicos podemos recuperar críticamente lo
avanzado en Oriente (taoísmo filosófico, budismos...).
Nuestra consciencia es fruto de la actividad del cerebro, resultado de
una forma altamente compleja, evolucionada, de la materia orgánica.
Si todos los seres vivos desapareciésemos, la Tierra y los restos de
las obras humanas seguirían existiendo, hubiese o no una consciencia
para percibirlos. Nos hacemos una idea del mundo “exterior” y de nuestro
cuerpo y mente. Su realidad no depende de lo fiable de la representación
por nuestros sentidos e inteligencia.
Se puede decir que para mí sólo existe aquello que mi mente registra
o elabora aunque lo que ocurra escape a mi influencia. Nuestra
comprensión del mundo es una traducción y elaboración sobre ello
diferente de la de otros seres. Mi cuerpo-mente es parte del Universo
aunque no todos sus integrantes tengan constancia, relación o influencia
sobre mí. Ya que me resulta imposible salir de mi mente para
observarme, no puedo tener la certeza absoluta (100%) de quién soy y
qué es el mundo, de que mi percepción, conocimiento, no son alguna
clase de ilusión. Ni siquiera saliendo de mi mente podría tener la certeza
absoluta de que desde esa posición no sigo viviendo algún autoengaño.
Sólo puedo decir con total seguridad que mi mundo es mi consciencia,
aquello de cuya constancia puedo responder por mi consciencia; que el
contenido de mi consciencia es mi mundo y no puedo separar el uno del
otro. Como la carga de la prueba correspondería a quien niegue lo que
parece la evidencia del mundo y me siento incapaz de probármelo (¡tal
vez me hayan incapacitado para ello!), siendo práctico y razonable,
acepto vivir sin la absoluta certeza de que el mundo y yo somos como
básicamente creo nos describe mi experiencia y la ciencia y procuro ser
congruente con ese conocimiento, olvidando elucubraciones a lo
“Matrix” que dejo despachadas cuanto antes.
Somos una de las múltiples formas que adopta la energía del
cosmos, como un árbol tiene sus raíces, tronco, ramas y hojas, con sus
diferentes ritmos de existencia. Somos como la hoja que ni siquiera
cuando al morir se separa del árbol sale del ciclo de la energía pues
fertiliza la tierra de la que el árbol se nutre y cuyo resultado serán más
hojas.
Somos tan inseparables del cosmos como las galaxias del Universo;
han tenido su comienzo y tendrán su final, mientras en su interior nacen y
mueren las estrellas.
Nuestro nacimiento sólo es posible por toda la evolución del
cosmos; es uno de sus efectos, parte y causa. Con la muerte desaparece
nuestra identidad y forma, pero de un modo u otro, nuestra energía,
transformada, seguirá interviniendo en el Universo. Mi existencia es una
particularidad muy aleatoria, dependiente e inseparable del Todo.
Incluso decir “inseparable” o “parte de” no puede expresar el grado
de integración y crea una sutil separación sólo por concebirla. La
separación sólo tiene algo de sentido psicológico en cuanto a lo aleatorio
del proceso -podía no haber ocurrido- y a que tiene fin cuando se
desintegra la forma convirtiéndose en algo distinto. Por lo demás, es una
ilusión, muy perjudicial, pues impide nuestra plena integración en la
existencia, convirtiendo la danza de aceptación y modificación, en una
lucha de enfrentamiento y protección, como seres extraños, hijos que
maltratasen a su madre.
Escribo en el ordenador de mi domicilio sito en una población de
uno de los continentes del planeta que rota en el vacío trazando la tercera
órbita del sistema estelar que cabalga en los márgenes del “carrusel” de
su galaxia, en el “infinito” “campo de juegos” del Universo, inaugurado
hace 14 o 15.000 millones de años, siendo su “primera piedra” una
singularidad de “nada” compacta.
Aquí nada existe por sí solo, es resultado de toda una cadena y red
interdependiente (vacuidad o ausencia de existencia aislada
autosustentada); gran parte de lo existente podría no haber llegado a ser o
bien pudiera haber sido buena parte de lo que no ha llegado a existir; todo
es impermanente, finito; la realidad tiene como norma el cambio. Lo
existente es el resultado del continuo tejer y destejer de la materia, con
desarrollos potenciales que se abren y otros que se cierran, ésta es la
clave del cambio. Esto sostiene nuestra existencia gracias o a pesar de los
cambios.
El big-bang expandió el Universo en constante transformación, sin
que nada sea permanente, sin estancarse en nada. La consciencia no
condicionada pasa su pasión sobre los objetos que crea o percibe, sin
identificarse con ninguno, sin aferrarse a nada, saboreando la vivencia del
aquí y ahora que nace y muere, abordando todo con cálida consideración.
No soy algo separado que mira lo que está fuera, los demás, el
paisaje, el cielo, el Universo. No estoy fuera, nada está del todo fuera de
mí, sino yo dentro del Todo, formando parte de la trama del tejido de la
materia, la energía, la vida, dependiendo mi existencia de las leyes que
rigen en todo el Universo.
Recordad las primeras escenas espaciales de la película “2001, una
odisea en el espacio” con la estación orbitando a ritmo de vals; el “viaje”
(sin salir de la esfera cayendo al mar en segundos) a través de un “agujero
de gusano” hasta una lejana galaxia, en una playa virtual con un
maravilloso firmamento, de la película “Contacto”; o esas fotografías del
telescopio Hubble donde en sólo un pequeñísimo arco del firmamento
nos muestran una enorme densidad de galaxias a cual más lejana y
antigua. Puestos ya un poco en situación, imaginemos.
Un escenario sin límites detectables en cualquier dirección,
repartidas en distancias “infinitas” miles de millones (bis) de inmensas
galaxias, cada una con similar número de estrellas, muchas, miles de
veces nuestro sol, con sistemas planetarios sumando una cantidad
semejante de enormes objetos separados entre sí por espacios abismales.
Si las dimensiones son inasumibles para nuestro sentido espontáneo de la
medida, contar sólo hasta mil imaginando un pequeño cuadrante del
firmamento “vacío”, pero en realidad repleto de galaxias distribuidas en
la inmensidad, con el fondo del canto de los grillos en la noche, nos
acercaría un poquito a la sensación de lo inabarcable, sobre todo para los
que viviendo en ciudades ni siquiera podemos disfrutar de la Vía Láctea.
Imaginemos. Desde lo más alejado del Universo, de donde apenas
detectan los telescopios rastro de luz, viaja una inteligencia extraterrestre
con una tecnología inimaginable. Conocedora de la variada vida
consciente de miles mundos, explora el cosmos. Si entre muchísimas
posibles direcciones escogiese aproximarse a nuestra zona carente de
particularidad alguna, dejando de lado otras no menos importantes,
llegaría primero al “infinito” Supercúmulo Local galáctico (de Virgo).
Podría localizar en él nuestro “minúsculo” Grupo Local de galaxias,
identificar la Vía Láctea y en ella, tras atravesar su densa zona central y
dirigirse a un brazo de la periferia, como una aguja en un inmenso pajar,
encontrar el Sol; en el enorme espacio de su sistema planetario, su
pequeño tercer planeta, acercándose desde el abismo, por el Polo Sur. En
su gigantesca superficie, hallaría esta reducida, improbable, casual,
entidad de carbono y agua, anclada a la tierra por la fuerza de la
gravedad, con una esperanza de existencia inferior a sólo cien ciclos
orbitales, dependiente a cada instante, para sobrevivir, del oxígeno
producido por otros seres “inferiores” a ella, de limitada inteligencia y
destructiva mente, despilfarradora de su vida y la de otros, con la risible
pretensión de ser algo separado, diferente, por encima de todo lo demás y
casi el centro del Universo, del cual, creyéndose tan lista, sólo tiene un
limitadísimo y reciente conocimiento. Una especie que está tratando a su
hábitat y a sus semejantes como unos balseros arrancando los tablones de
su nave para prender un fuego en medio del océano y peleándose por el
espacio en la balsa. Si ese viajero proviniese o conociese civilizaciones
que han abandonado su planeta por el envejecimiento de su estrella
convertida en una gigante roja u otro destino, se escandalizaría por cómo
tratamos al nuestro sin saber valorar que tenemos aquí nuestro mejor
refugio, tal vez el único posible.
Somos como aldeanos con mentalidad de campanario, vecinos
reñidos por los lindes de sus tierras y arrastrando viejas rencillas.
Imaginemos que abandonamos por primera vez nuestra localidad (la
Tierra) tomando la carretera que transcurre por el brazo de la espiral en el
cual nos encontramos (de Cisne-Orión). Muy pronto enmudecen los
sonidos de nuestra aldea y no percibimos sus luces ni las de su parroquia
(sol). Vamos en dirección a la metrópoli del abigarrado de estrellas centro
galáctico (bulbo). Según avanzamos aumenta exponencialmente la
densidad estelar. Allí nos encontraremos como ante la inmensidad de una
urbe de millones de habitantes, con rascacielos y adornos de luces
navideñas que iluminan como el día. Pero como ocurre con los centros
degradados de algunas ciudades, en el núcleo de nuestra galaxia tenemos
un gigantesco agujero negro donde se consumen estrellas como la
nuestra. Un viaje así cambiaría nuestra perspectiva de todo, dejaríamos de
ser unos paletos, y eso que nos quedarían otras “metrópolis” en otros
“universos-isla”.
La incapacidad para imaginar siquiera la escala de estos hipotéticos
viajes, nos impide darnos cuenta en lo intelectual y emocional de una
verdad incuestionable. Aún no integramos los conocimientos de la
ciencia para comprender nuestro lugar en el Universo, la existencia. Lo
dicho aquí sólo es un esfuerzo necesario pero inevitablemente torpe.
Acerquémonos con otro supuesto más próximo: científicos políglotas
conocedores de la última tecnología viajan en reactor a un país para
llegar en helicóptero al corazón de la espesura en una intrincada selva, al
encuentro de una pequeña tribu aislada sin casi ningún contacto con otras
y anclada en la edad de piedra; algo muy similar ya ha ocurrido. Nosotros
seríamos esa tribu ignorante del mundo y más allá, de su pertenencia a la
Humanidad y su Historia.
Los materiales pesados –en comparación con el hidrógeno y el helio
de las estrellas- como el hierro, son esenciales para mi existencia. Sólo se
producen por la explosión de estrellas (supernovas). Literalmente
estamos hechos de materia de estrellas explosionadas hace mucho
tiempo. Nuestra genealogía se remonta a su materia inerte. Igual ocurre
con el carbono, básico para nuestra vida. Cuando las miremos no
debemos ver en ellas algo extraño a nuestra naturaleza y existencia, sino
a nuestras “madres” primigenias. Y después vienen muchas más
“madres”, el sol, la luna, la tierra, las primeras y posteriores formas de
vida, la interacción de tantísimas especies vegetales y animales...
Nosotros modificamos el planeta, pero fueron las modestas primeras
plantas las que realizaron la gran revolución en la biosfera al transformar
radicalmente la atmósfera inyectándola oxígeno. Las plantas lograron la
proeza de convertir en materia viva la energía solar y la materia inerte, y
nosotros, directa o indirectamente, nos aprovechamos de su trabajo, como
alimento y como recurso (madera, etc) sin el cual la civilización humana
habría sido imposible como la conocemos. Es absurdo que miremos por
encima del hombro a toda esa materia. Sin ella no existiríamos; somos
sus afortunados herederos que podemos aprovechar los frutos del trabajo
evolutivo de miles de millones de años de la materia inerte y viva, de su
compleja interdependencia.
El agua de la que nos protegemos con el paraguas hace posible
nuestra existencia al ser el principal componente de nuestro cuerpo y del
conjunto de la vida.
Un pez no está fuera del agua, ni ésta de él; incluso dentro de sus
células la hay. Ni el río ni el mar están fuera de la tierra, dependen de la
geografía y su clima, también condicionándolos sobremanera y siendo
con ella el planeta. El pez no puede entenderse sin el agua, como el
animal terrestre o el ave, sin su medio. La cavidad del vaso es vacío pero
esa nada hace posible el vaso.
La célula de un organismo no tendría una perspectiva correcta si
pensase que las demás células son ajenas a ella y lo que consigue es
mérito suyo sin más. Debería contemplarse primero como organismo total
y luego entender cómo forma parte de él, su función.
Cada uno vive como espacio su entorno inmediato como máximo
hasta el horizonte y con algo de imaginación, otros espacios si
previamente tiene noticias de ellos. Ese es el mundo en el que sentimos
existir, siendo el límite ilusorio pues no hay una frontera, ni siquiera el
planeta. Si existimos es en el Todo. Sin embargo, en el resto del infinito
Universo no percibimos nuestra presencia. Es como si no existiésemos
más allá. Pero esta sensación engañosa nos puede ser útil por un
momento. Ampliemos un poco más esa no existencia hasta volver a
nosotros y comprobaremos que la probabilidad de no existir en parte
alguna es infinitamente mayor que la de existir. Ahora bien, una vez
existimos, nuestra presencia sólo es comprensible desde la perspectiva
del Universo, sus leyes y evolución, así que las condiciones que la hacen
posible están en el Universo entero. Y lo mismo ocurre en relación con el
tiempo. El de nuestra corta vida podría no existir y se da entre la
enormidad de los tiempos anterior y posterior a nuestra existencia.
Nuestro tiempo sólo puede entenderse por el pasado de la naturaleza y la
sociedad. Estamos dentro, en algún tiempo y lugar, como resultado de la
evolución del Todo.
Imaginemos que nuestros sentidos nos permitiesen captar lo que
nuestros más potentes y sofisticados telescopios. El entendimiento de
quienes somos sería diferente aunque por sí solo no impediría el ego,
como tampoco lo hace la existencia limitada a una aldea en una
intrincada selva. En un libro cuyo título no recuerdo leí una reflexión
sobre un mundo cuya atmósfera estuviese permanentemente cubierta,
impidiendo ver su sol, lunas y estrellas. Una especie inteligente sacaría la
conclusión de que el Universo se reduciría a su planeta. Sin llegar a tanta
limitación, nuestra experiencia también condiciona nuestra concepción
espontánea.
Al no poder salir ni viajar fácilmente desde nuestro planeta vivimos
espontáneamente desde la perspectiva de “aquí a fuera” y por eso no
partimos de una perspectiva global del Universo para luego fijarnos en
nuestro hogar. Un hogar invisible ya desde la frontera del sistema solar.
De ahí nuestra dificultad para integrar emocionalmente nuestro
conocimiento de su inmensidad y percatarnos de nuestra rareza en el
Universo, los únicos homo sapiens sapiens del cosmos, aun siendo
multitud y poderosos en este planeta. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta
si hay vida y vida inteligente en otras partes. De ahí nuestra importancia,
como se la damos a las especies en riesgo de extinción.
Cuando nuestra especie se extinga ¿qué balance quedará?
¿dejaremos una herencia positiva?. Si no debemos responder ante Dios,
tal vez sí ante la inmensidad del tiempo y del espacio, ante la evolución
del Universo que nos ha hecho posibles, ante el don por nuestra
existencia inteligente y un hogar para desplegar su potencial más elevado.
Conocemos un mundo enorme, lleno de vida; otros mundos de ahí
“fuera”, por nuestro desconocimiento, los imaginamos con una dimensión
inferior por lejanos y vacíos de contenidos. Así, el mundo y la vida tal la
conocemos impone su mapa del Universo. Somos afortunados al ser una
expresión vital e inteligente en un sistema planetario donde esto es la
excepción y no la regla. A la vez es improbable que seamos los únicos en
el cosmos, aunque quizás estemos condenados a vivir solos sin ningún
contacto.
No “venimos al mundo”, nacemos del mundo, como flores o
semillas de los árboles de la vida en el bosque del Universo. No nos
“metemos”, tomamos o añadimos el mundo a nosotros. Somos como crías
marsupiales antes de abandonar la bolsa, nacidos pero no separados ni
independientes de la madre. Cuando seamos capaces de vivir fuera de la
Tierra seremos como canguros emancipados, pero el Universo será
nuestra pradera imprescindible, el continente que nos dio y da la
existencia.
No somos visitantes desembarcando en un continente extraño. El
Universo se originó desde la “nada” en un big-bang y evolucionó en esta
zona del espacio hasta dar lugar a nuestra especie, como parte de un
proceso que en nosotros no terminará. Ha sido necesaria esta evolución
de la materia, del Universo, de la galaxia, de generaciones de estrellas,
para que, junto con el resto de la vida, seamos ahora posibles aunque no
inevitables. Somos fruto de este universo, como todos los demás seres
que han existido o existirán. Todos somos hijos de la misma “madre”
cósmica, humanos, peces, dinosaurios, plantas, extraterrestres. La
concepción empezó en el big-bang, luego vino la gestación y en
sucesivos partos hemos ido apareciendo sus diferentes hijos que nacemos
y nos extinguimos. La Tierra es nuestro hábitat, como otras especies
tienen su limitado nicho ecológico especializado fuera del cual no pueden
sobrevivir. Tal vez no podamos vivir fuera del nuestro, pero es también
parte de algo más grande, de todo el Universo. Depende del sol, de los
asteroides, de los agujeros negros, del efecto de las supernovas. Todos los
seres del Universo somos el resultado del reciclado de los restos de
estrellas muertas que estallaron (supernovas), de varias generaciones de
estrellas. El carbono y el hierro que encontramos en los seres vivos los
compartimos de la misma supernova que generó el material e hizo posible
nuestro sistema solar; descendemos de la misma estrella.
Somos el resultado de cerca de 14.000 millones de años, la edad del
Universo. En mis genes, en las características de mi cuerpo, cerebro
(“reptiliano”, etc) y mente están grabadas las huellas de la evolución de la
materia y de la vida. En mi desarrollo durante la gestación hasta el
nacimiento, paso por fases idénticas a las de los embriones de especies
inferiores y muy similares a la de los demás vertebrados, tanto más
cuanto más próximos evolutivamente; como embrión revivo un breve
resumen de la historia de la vida, así están presentes en una etapa las
aberturas branquiales por los peces de los que desciendo. Por eso, en
cierto sentido, tengo la edad del Universo.
Todos los seres de la Tierra somos parientes próximos o lejanos;
todos lo seres del cosmos compartimos el mismo o similar origen y
muchos, de algún modo directo o indirecto, nos relacionamos. Cada
persona y cada ser, del más complejo al más simple, lleva su propia vida,
es un mundo, ajeno a nuestro ego que se considera el centro de todo.
Inseparables del Todo pero, como los dedos de la mano, tienen
movimientos independientes, pueden diferenciarse, e incluso amputarse y
ser, como en el caso de algunos animales (salamandra) sustituido por otro
(reproducción no sexuada y partenogénesis).
Somos una sola especie que vive en el mismo planeta. Lo que
hacemos aquí, de un modo u otro, al cabo de un tiempo mayor o menor,
termina teniendo su repercusión económica, social, cultural, política en
los puntos más alejados del globo. Con el desarrollo del capitalismo y en
su actual etapa imperialista llamada “globalización”, se ha intensificado
enormemente esa interrelación y acelerado la repercusión de muchos
fenómenos, afectando al instante, en tiempo real. Por lo que llegamos a
descubrir para nuestro asombro, sospechamos que la interdependencia
entre fenómenos aparentemente ajenos es muchísimo mayor de lo que
solemos comprender. Un caso entre mil. En la isla caribeña de Trinidad,
desde hace muy pocos años, se viene registrando un extraordinario
aumento del asma en los niños. Lo que antes era excepcional, ahora es
muy frecuente; ya no sorprende salvo por su aumento. ¿A qué se debe?.
Los estudios de varios científicos, relacionados sus descubrimientos, nos
llevan a una conclusión sorprendente que aclara el misterio. El aumento
del efecto invernadero a causa de la actividad industrial, sobre todo de los
países ricos, ha provocado, en concreto, el calentamiento en la masa de
agua y aire del océano Índico. Esta zona, sobrecargada de energía,
produce un efecto de olas de energía que, como tsunamis, se extienden
hasta el norte de África, el Sahara, y la parte oriental del océano Atlántico
en el hemisferio norte. Aquí, hasta hace unos años, se producían unas
fluctuaciones impredecibles en las corrientes aéreas que ahora, debido a
la influencia del Índico, se han vuelto regulares con ritmo anual. Hay una
de Oeste a Este en la latitud de Gran Bretaña y otra de Este a Oeste en la
latitud próxima a las islas Canarias que llega hasta el Caribe. Estas
corrientes se han intensificado y regularizado de modo que ahora existe
una circulación mucho más continua y fuerte de aire que arrastra, desde
las capas altas de la atmósfera, la arena levantada del desierto sahariano
la cual termina cayendo en Trinidad. Encontrar arena del Sahara en
Trinidad no es nuevo. La novedad está en su cantidad y frecuencia.
Ahora causa el aumento alarmante de los casos de dificultades
respiratorias en los niños de un país con muy poca actividad industrial y
por tanto responsabilidad en el efecto invernadero. La actividad
económica de los adultos de otros países que sobre todo enriquece a
algunos de ellos, está afectando a la supervivencia de estos niños,
inocentes a todas luces. Una versión más del “efecto mariposa” en la
“aldea global” que no entiende de fronteras, “soberanías nacionales” ni
políticas económicas (información recogida del documental de National
Geographic “Días extraños en el planeta Tierra” emitido por la cadena de
tv pública vasca ETB2 el 4-XI-2006).
Cada generación e individuo es un puente entre la anterior y la
siguiente. El pasado ya no existe pero somos su producto. El futuro no
existe aún, pero en parte ya está escrito. Sabemos más o menos el tiempo
máximo de vida que nos queda, cuándo se extinguirá el Sol y a grandes
rasgos el futuro del Universo. Hay un futuro que es como si ya hubiese
sido. Así que podemos situarnos desde esa perspectiva que nos acerca
más que nunca a la que sería la visión de dios.
Esta perspectiva cósmica y planetaria es el modo correcto de
entenderlo, no hay nada especial en ello; es el otro, verse como separado,
de lo particular a lo general, el extraño. Tan equivocado como creer que
la Tierra es plana y el centro del cosmos o que las líneas del mapa
parcelan la atmósfera. Mi existencia depende de las leyes físicas de este
universo, de las demás criaturas, como las plantas que producen el
oxígeno necesario a cada momento, o de la actividad de los humanos en
el otro extremo del mundo. Si existen otros universos, incluso en el
supuesto de trasladarme a ellos, puede ser imposible mi existencia. El
Universo es por tanto mi naturaleza amplia, mi burbuja, mi concha, mi
cuerpo, no un simple medio donde me desenvuelvo como si pudiese
elegir irme a otro. Todo lo que existe en el Universo es análogo a mi
ciudad, con sus habitantes, humanos, vegetales y animales, territorio y
edificaciones; lo hay más próximo como lo de mi barrio o mi portal y de
mi especie y generación, pero su sentido depende de la totalidad. Mi
universo es una unidad, como un globo en expansión; mi planeta otra,
como esas esferas de cristal en cuyo interior “nieva” cuando se agitan; y
la comunidad humana, una aldea. La supervivencia de la especie depende
del Sol y la de cada ser humano, directa e indirectamente de la actuación
de quienes viven en sus antípodas. Imaginemos que pudiéramos asistir
como consciencia pura, no identificada con ningún “yo”, en muy breve
tiempo, a la evolución de todo el Universo y la vida desde el big-bang,
hasta llegar a nuestra entidad particular. Nos resultaría evidente nuestra
unidad, como los objetos de una pintura o la proyección de una película.
Si se fuese capaz de vivir esto con naturalidad, podría nacer el
sentimiento de comunión y compasión.
En el momento de escribir o leer esto, el Universo bulle en sucesos y
cambios. En algún lugar muy lejano ilumina el firmamento una
supernova, un “agujero negro” engulle estrellas, un asteroide impacta en
un satélite. En un planeta nace la vida y en otro se extingue. Ahora, en el
nuestro, una madre amamanta a su bebé, un niño muere de hambre, un
anciano agoniza, alguien juega, ríe, llora, canta, baila, o tiene contacto
sexual. Un hombre socorre al herido por un tercero, otros se matan en una
guerra, una mujer es asesinada impunemente. Uno trabaja, otro mendiga
y alguien se enriquece. En los bosques, prados, estepas, desiertos, selvas,
montañas, ríos, mares... plantas y animales, nacen, se reproducen,
mueren, son devorados. Aquí hay un tiempo meteorológico (sol, lluvia...)
y diferente pero relacionado en otros lugares. En las antípodas, parte de la
jornada (noche o día) y estación del año, son las opuestas. Todo forma
parte del mismo ciclo planetario dependiente a la vez de nuestra estrella y
satélite. Un escenario infinito donde se desarrollan a la vez innumerables
dramas vividos por multitud de personajes, sin un centro, en una “red”
tridimensional inabarcable. Tal vez los sucesos actuales lo veamos pronto
en un documental o informativo. Y para todos esos seres soy alguien
desconocido o periférico, como lo son para mí, ilusorio centro de la
existencia. Podrían seguir vivos muchos seres y yo haber muerto; no
haber nacido nosotros y existir otros ni siquiera concebidos; ser muy
diferente o no haberse dado la evolución de nuestra especie.
No soy el centro de la vida, sino un cruce en el entramado del tejido
de la existencia hecho y deshecho constantemente, observándose desde
multitud de puntos. En el parque, en primavera, un árbol. Sus hojas
jóvenes, agitadas por el aire, reciben la luz del Sol. En una rama se posa
un pájaro y mira. Debajo pasa un hombre, saluda a otro sentado en un
banco, con un libro, que le devuelve el gesto. Se aleja dirigiéndose a su
domicilio donde le aguarda su esposa. El ave se lanza al aire y toma tierra
frente al banco del lector. Levanto la vista de la fotografía de la galaxia y
encuentro ante mí, avanzando a saltitos, a un gorrión, mirándome,
ladeando su cabecita. Me sorprendo descubriendo tras esos ojitos otra
mente con su propio mundo e intereses para la cual yo soy un proveedor.
Marcha raudo al nido con la miga del pan que he empezado a atacar sin
esperar a llegar a casa. Aunque no está presente, hablo con mi madre
gracias al móvil, quedo para recoger a mi hija y parto. Al desplazar mi
sombra, unas hormigas en fila, reciben la luz del sol tamizada por el
árbol. Para los demás paseantes que apenas me molesto en distinguir,
cada uno centro de su vida diferenciada, yo y otros muchos somos unas
figuras más en su entorno sin apenas identificación. Si una de esas
personas leyese esto, aunque identificase lugar, día y hora, nunca sabría
que hablo de él, ni yo tampoco, y podría haber escrito sobre el mismo
tiempo y lugar una historia bien diferente en la cual yo no sería
reconocible. Soy sujeto único y objeto múltiple a la vez; a todos les
ocurre igual.
En el teatro de la vida consto para sus personajes como un figurante
y sólo algunos me reconocen un pequeño papel aunque yo me sienta el
centro de la obra. Cuando salga definitivamente del escenario muy pocos
se percatarán de mi ausencia. Un desconocido toma decisiones que
ignoro y de alguna manera me afectan. Es ley de vida, como la fuerza de
la gravedad. Si no fuese así, la existencia sería imposible de soportar,
colapsaríamos de tanta información. Sólo la mente cósmica de un
supuesto dios omnipresente, omnisapiente, todopoderoso, podría
asimilarlo, pero esto conduce a más problemas que no pienso abordar.
La realidad es como un relato con la voz de múltiples relatores para
el mismo conjunto de hechos, extendiéndose indefinidamente en sus
relaciones causales y casuales en la red tridimensional de los
acontecimientos y de la existencia, el espacio, el tiempo y los
pensamientos. Como si de un mismo hecho hiciésemos tomas con planos
diversos desde muy diferentes ángulos y protagonistas para varios
posibles montajes cinematográficos y a partir de ahí derivar en muchos
relatos hacia atrás y adelante, a su vez abriéndose y expandiéndose de la
misma forma.
Soy un conocido a medias para mí; conocido superficialmente por
los más próximos; un total desconocido y no identificado para todos los
demás seres del planeta por no decir del Universo, por mucho que yo me
sienta el centro del mismo. No puedo estar en la mente de los más
próximos para conocerlos mejor y lo ignoro todo sobre la casi totalidad
de los demás seres.
Desde la perspectiva del Universo, soy el Universo, parte, resultado
y actor del mismo. Desde la perspectiva de la consciencia puedo abrirme
a todo, al universo del que formo parte. Pero si tengo miedo a semejante
amplitud de ser, puedo meterme en casa, cerrar la puerta, levantar un
muro, no recibir información del exterior y reducir así mi horizonte
existencial. Seguramente no sea tan estrecho y retire los límites hasta “los
míos”, sea la familia, la nación, etc. No levantaré muros físicos, pero sí
conceptuales y limitaciones a la acción. Como en las fincas rústicas, el
terreno y sus pertenecidos, cercado. Desde la perspectiva del Universo
habremos puesto puertas al campo. Los límites estatales no existen ni
siquiera a vuelo de pájaro, ni para el movimiento de la atmósfera. Desde
la perspectiva de la consciencia nos habremos metido solitos en una
prisión con muros de pensamiento, por ilusorios, más difíciles de
atravesar que los de cemento.
Imaginemos que nos descubren los extraterrestres de la
confederación galáctica, como los “bárbaros” de la periferia recién
explorada de la Vía Láctea, y nos revelan la presencia de civilización en
otras galaxias y, para colmo, la existencia de otros cuantos universos
además de éste con cuyos seres se ha podido contactar. De golpe, la
existencia de extraterrestres en otros planetas de la galaxia nos hará caer
en la cuenta de que este planeta es nuestro y no de ellos; que ésta galaxia
es de los “lactosos” y no de los “andrómedos” que para eso tienen la
suya; que este Universo es de los “universales” y no de esos que no
funcionan con la química del carbono o tienen unas leyes físicas tan
caóticas que así les irá.
La presencia del otro, de lo otro, habrá accionado nuestro resorte a
la pertenencia (pertenecemos o nos pertenece). Si hay Otro, aparece el
“yo”, “tú”, “mío”, “tuyo”, sobre todo con nuestro egocentrismo. Si no
hay afuera otro como referente, tampoco existe nuestro centro. Y sin
centro nos sentimos inseguros, sin tener clara nuestra identidad por falta
de límites, de un cercado, que nos de una sensación de control, dominio,
así que en alguna parte debemos ponerlo por muy artificial que sea. En
lugar de sentirnos integrados, parte de un proceso anónimo, sin plan, sin
dueño, sin que nadie tampoco pueda apropiárselo, enseguida necesitamos
aclarar si somos amos o siervos, si pertenecemos a ese algo porque nos
domina (Dios, Estado...) o nos pertenece pues lo dominamos
(propiedades, hijos, etc). Es frente a lo otro cuando se moviliza la
autodefinición; nos definimos sobre todo por lo que no somos y lo
hacemos en términos de pertenencia.
Si no hay extraterrestres que puedan dominarnos o a quienes
dominar, si no sentimos que dominamos el Universo ni que algo tan
inabarcable y “alejado” nos domina o no hay otro universo por el que
sentirnos superiores o inferiores, seguros o amenazados, no sólo no hay
sentido de integración con todo el proceso de lo existente a pesar de su
realidad, sino que hasta la pertenencia en una u otra dirección se ve
debilitada. Ante una identidad tan amplia nos sentimos aislados,
perdidos, en el vacío, como abandonados en medio del océano o el mar
de arena del desierto. Pero si puedo llamarlo “mío” aunque nadie pueda
auxiliarme, parece otra cosa.
De no importarnos apenas nuestro planeta, galaxia, universo, pasaría
a ser motivo de preocupación ante la potencial amenaza del respectivo
otro y de ahí surgiría nuestro interés por saber a qué pertenecemos y
hacer inventario detallado de lo que creemos nos pertenece no sea que
intenten tomarlo. Mientras no sepamos que existen seres extrauniverso, el
Universo nos parecerá de nadie y como si nosotros fuésemos extraños a
él, salvo que se muestre amenazante con nosotros. Vivimos básicamente
en la dinámica del premio y del castigo en cuanto a la ética y en cuanto a
la integración con la existencia, también en términos egocéntricos
similares, pues sólo nos interesa de verdad aquello de lo que nos
podemos apropiar o es capaz de dominarnos.
¿Cuál será la raíz de esto?. Quizás alguna tenga relación con la
autoridad familiar. No es lo mismo “no ser nadie” o serlo sólo en cuanto
que propiedad de alguien (“hijo de”) a ser un regalo de la vida acogido
por su entorno responsable de su cuidado y en el que uno es parte de
pleno derecho. También tiene que ver, más a fondo, con todo lo que es el
ego según iremos viendo.
Para que haya algo a lo que pertenezcamos o nos pertenezca debe
haber otro algo que no. Nuestro Dios y Estado se definen sobre todo
frente a los dioses y estados de otros; nuestras propiedades, por distinción
de las ajenas. El ego, en su aislamiento, fragmenta la realidad; “yo” frente
a “tú”, “mío” frente a “tuyo”, “nuestro” frente a “vuestro”. No hay nada
en lo que no intervenga el fraccionamiento, pues el ego es ausencia de
integración, de unidad, interna y con el cosmos. ¿En algún momento de
su existencia la Humanidad entera ha compartido algo y sentido ser todos
parte de lo mismo?. Todas las vivencias llamadas místicas son referidas
en términos de Comunión, Unidad, Esto (sin lo Otro), No-dos (pues si
decimos “uno” parece indicar la posibilidad de que haya “otro”, dos).
Con ello nos están indicado, con mayor o menor acierto, algo importante
que, por la cuenta que nos trae, no cabe despachar presuntuosamente
como superstición o trastorno mental.
Sabemos que en el espacio exterior los objetos no se precipitan por
su peso en el abismo, sino que flotan. Así estamos nosotros en la
existencia, en el fluir de la corriente. Pero ignorantes de su naturaleza nos
sentimos fuera de nosotros y fuera de lugar. Para no ahogarnos
braceamos angustiados. Con un movimiento queremos agarrarnos a
“pertenezco a” y con el otro a “me pertenece”. Queremos entrar en una
órbita para ser “sostenidos” por un planeta o estrella, y a la vez,
acarreamos materiales para adquirir masa, solidez, consistencia, incluso
algún satélite y de paso jugar un mayor papel en el sistema orbital. Lo
ideal sería ser ligero de masa y poder desplazarse sin limitación por todo
el universo, hacer de todo él, la propia casa, la casa común, de la que
nosotros seríamos, por nuestra consciencia, descendientes predilectos,
importantes usuarios. Pero para ello hay que sentirse muy seguro y
comprender que uno está hecho de la materia del cosmos, en cierto
sentido tan antiguo como el Universo y validado por tan sólo existir.
Imagina que fueses un niño/a terrícola dentro de varios siglos, en
una buena sociedad, a quien preguntasen qué le gustaría ser de mayor y
respondiese “colono en el sistema...”(una lejana estrella). La perspectiva
de la vida, del Universo, de este niño se ajustaría más a la realidad que ya
es hoy, en parte, la nuestra. Adaptémonos a ella como si nos
preparásemos como astronautas de la NASA para explorar un astro. El
mismo cambio debemos dar en la comprensión de nuestra naturaleza y de
ahí, en la sociedad. Somos como las tripulaciones de muchos barcos
mercantes, marinos de varios países navegando juntos, sabiendo que no
son sólo de ese barco, sino de su país. Nosotros estamos en este planeta,
pero somos hijos del Universo. Tal vez llegue el día en el que vivamos en
diversos planetas conviviendo con seres de muchos mundos. Lo más
común a todos no sería ser de tal o cual o tener este u otro planeta de
origen, sino ser hijos del mismo universo, la consciencia alcanzada de sí
mismo, compartiendo probablemente el mismo final cósmico.
Quizás sea ésta una buena manera de prepararse para amortiguar el
choque cultural causado por el encuentro con una civilización
extraterrestre más avanzada, si no queremos sufrir consecuencias
desintegradoras similares a las de muchos pueblos cuando entró en
contacto con ellos, sorpresivamente, la civilización occidental.
Adquirir una perspectiva cósmica es cada vez más factible gracias a
la información disponible, a las extraordinarias y hermosísimas imágenes
captadas por los telescopios y las posibilidades de crear imágenes
animadas por ordenador para ilustrar lo que sabemos. En las actuales
circunstancias históricas, para ayudar a superar el egocentrismo y la
fragmentación de la Humanidad, es necesaria una educación con esta
orientación adaptada a cada edad, no sólo mera información científica
asumible con unos cuantos años, sino que afecte al sentido de identidad
desde la más tierna infancia, sustituyendo emocionalmente a los dioses.
Desde la perspectiva del Universo somos como un tonto peleando
por un lugar en el cosmos cuando ya lo tiene. Desde la perspectiva de la
consciencia somos un tonto que disponiendo de todo se queja porque no
puede cogerlo todo a la vez y debe dejar algo para tomar otro. La
obsesión por la pertenencia en vez de la integración como una ola del mar
o pasar de flor en flor como los colibríes, sin necesidad de llevarse nada
bajo el ala.
Todos los seres vivos tenemos un instinto de supervivencia, un
impulso de vivir lo mejor posible a pesar de los obstáculos y cumplir
aquello para lo que estamos programados. Debido a nuestro margen de
libertad más allá de la programación, a nuestra consciencia y al
conocimiento de nuestra mortalidad, los humanos expresamos el impulso
a vivir, como impulso a la plenitud de ser (humano) y de estar (en el
mundo). Aunque se trata de dos facetas de la misma existencia, no son
iguales. Puede haber plenitud de ser (consciencia inteligente y
compasiva, no ego), pero no de estar (impedido físico, sordomudo,
ciego...), aunque pueda haberla en términos relativos dadas las
condiciones (ciego con otros sentidos muy desarrollados). Cuando este
impulso a la plenitud no encuentra su natural modo de expresión, es
cuando empieza a dar problemas, nos encontramos con el ego y su
dinámica al “tener” (Fromm) con todas las secuelas de extrañamiento de
nuestra auténtica identidad y del resto de la existencia, egocentrismo,
codicia, luchas, etc. El ser no se entiende como algo separado pues la
consciencia depende totalmente de la existencia de un cuerpo y su estado.
Los seres humanos somos conscientes y por ello nos damos cuenta
de que no podemos bastarnos sólo con el dictado del instinto ni nuestros
limitadísimos recursos anatómicos (ni pelo, ni garras, colmillos, etc).
Debemos recurrir a nuestra inteligencia para dar respuestas adecuadas a
los retos de la existencia. Ello supone una flexibilidad y capacidad de
adaptación muy ventajosa en comparación con las reacciones limitadas
por la programación en los demás seres. Pero es también fuente de
incertidumbre pues no tenemos muy claro cuál es nuestro lugar en la
existencia, en el orden del Universo y qué se esperaría de nosotros en ese
cosmos. La inseguridad se multiplicará cuando haya problemas con la
aceptación de nuestra propia vida.
La aceptación del mundo empieza por la aceptación de uno mismo.
Cuando partimos de una falta de aceptación personal, debida a un amor
deficiente, condicional, por parte de las figuras parentales, el sentimiento
de extrañeza de uno mismo, lleva a no validar la propia vida y menos aún
el mundo que causa molestias y problemas. Resultado, una identidad
alienada de sí mismo por una vida no validada sin más y un sentimiento
de separación del conjunto de la existencia. De aquí inevitablemente se
genera un sentimiento de inseguridad, la necesidad de encontrar sentido,
validación a la propia existencia y una identidad. Esta búsqueda se sirve
de la herramienta de la comparación para manipular aquello necesario y
también para medirse con los demás a fin de definirse y competir por la
validación. Empieza a menudo compitiendo los hermanos por la atención,
reconocimiento, aceptación, de las figuras parentales y por lograr un
papel prominente entre ellos para sentirse más validado, seguro.
Así se va creando el ego que es una ilusoria identidad personal. El
ego es básicamente la creencia en un “yo” separado del resto de la
existencia y de los demás, buscando con qué identificarse para dotarse de
una identidad, sentirse validado como existencia y de algún modo encajar
en la totalidad. Para compensar su secreta ansiedad se aferra a dos tipos
de pertenencias: lo que le pertenece y a lo que cree pertenecer.
Lo que le pertenece empieza por el sentido del “yo” de la
continuidad biográfica, y las pautas psicológicas distintivas de los otros,
como su particular dinámica entre los diferentes estados del “yo” (Padre,
Adulto, Niño, del análisis transaccional), el “guión de vida” (análisis
transaccional). Lo que le pertenece y con lo que se identifica, es
básicamente el cuerpo, pero también otras posesiones, materiales o no,
empezando por los juguetes, el apego a las personas, la posesividad sobre
ellas, la acumulación de conocimientos, los recuerdos más apreciados, las
creencias religiosas, políticas, etc, propiedades, aquellos placeres o
aversiones de especial importancia para su sentido de identidad, “saber”
quién es, qué lo define.
Aquello a lo que pertenece, empieza por la familia, se extiende a
círculos cada vez más amplios, involuntarios (tribu, raza, clase, nación) o
voluntarios (pandilla, iglesia, partido, etc). Es lo que se llama “aptitud
inclusiva”. Considera que esa pertenencia le define como ser humano, le
da una identidad, le valida ante otros y por encima de otros, por lo cual
siente apego por ella, desea preservarla, defenderla. La necesidad del ego
de validación otorga a esas pertenencias una cualidad elevada al
compararlas con las de otros. Las invenciones, racionalizaciones y hacer
de la necesidad o de lo dado, virtud, dotarán de medios sobrados para ese
objetivo: mi tribu somos los verdaderos humanos, el resto no; mi pueblo,
el más meritorio por perseguido o, al contrario, por verdugo; Dios con mi
país, aunque sea el mismo dios y la misma iglesia que la del enemigo.
Con la “pertenencia a” se reduce la ansiedad por la ilusión de
separación del cosmos y también enmascarar los conflictos de integración
en las relaciones sociales (“armonía” de las clases en la nación,
sometimiento real a quienes dominan el país, etc). Con “lo que me
pertenece” conseguimos dar peso a nuestra individualidad y también
enmascarar los conflictos de integración en las relaciones sociales
(explotación...). La “pertenencia a” remite sobre todo a lo que está “por
encima” del sujeto y “lo que le pertenece” a la inversa.
Con “lo que le pertenece” su identidad gana “masa”, peso, solidez.
Con “a lo que pertenece”, la ilusión o sucedáneo de superación de la
separación del mundo y del prójimo, un ancla. Ambas contribuyen a la
validación de sí y del mundo, aunque sea condicional. Ayudan a elaborar
una respuesta sobre quién soy, cual es el sentido de mi vida y una
finalidad por la cual vivir para mayor gloria del “yo” aunque sea
sacrificando la personal real. Con estos dos tipos de pertenencia puede
etiquetarse a sí mismo “soy esto, no soy lo otro” y dotarse de una
identidad, definir el “yo”. La necesidad de estos dos tipos de pertenencia
para la validación, identidad, constituye la desviación hacia el “tener”
(Fromm) frente a la dinámica al “ser” apoyada en la aceptación
incondicional de uno mismo, sólo por ser humano.
La situación social personal (clase social, etc) condiciona las
características de las pertenencias del ego. El individuo se identifica,
valida y busca seguridad existencial con lo más a mano conforme a su
posición en la sociedad. El ego “se viste” con las particularidades,
perspectiva de la vida y de la sociedad y los intereses propios de esa
posición social. Las “reglas del juego” de una sociedad (relaciones
económico-sociales, políticas...) son resultado de la expresión del ego
dentro de las posibilidades históricas según el grado de desarrollo
alcanzado por las capacidades económicas de la sociedad. Esas “reglas
del juego” a su vez refuerzan y amplifican las diversas dinámicas del ego
al fomentar el egocentrismo, por medio de la competencia, la sumisión,
etc. La causa de nuestros problemas está en la interdependencia entre la
dinámica del ego y los condicionantes económico-sociales (NOTA 5).
El ego muestra la fragilidad de la naturaleza humana que con tanta
facilidad puede ser desviada de su verdadero camino a la plenitud cuando
en las fases cruciales de su desarrollo (bebés) no se la da lo necesario
para crecer en esa dirección. Pero no estamos condenados al ego,
podemos recuperar la orientación al “ser” y permitir que se desarrolle
nuestro mejor potencial.
Ese estado mental del ego (separación, inseguridad, necesidad de
validación, identidad, placer compensatorio, escala del orgullo) y la
tendencia a las identificaciones orienta hacia el “tener” y condiciona la
dinámica del deseo. Los objetos de deseo y las fuentes de placer, serán
objetos de apego, aferramiento, dependencia emocional, validación,
orgullo e identidad. Si en el deseo hay alguna huella de esto, es un
instrumento del ego, o está contaminado por él. Este deseo es el hambre
de alimento para el ego. Todo ego está hambriento; su propia naturaleza
es la avidez, por eso su estilo de vida sigue la senda del “tener”.
Esas identificaciones le dan una sensación de solidez y permanencia
como entidad, un reconocimiento del valor y sentido de su existencia,
pero también la hacen vulnerable por los riesgos de pérdida o merma de
esos objetos de pertenencia y validación. Será causa de frustraciones y
sufrimiento aquello que antes lo era de placer.
La desaparición de esos deseos por extinción, no represión o
desplazamiento (codicia espiritual de iluminación, etc), es señal de
disolución del ego. El remedio no es la renuncia, austeridad, etc, sino la
comprensión a través de la atención consciente sin otra finalidad, como
veremos más adelante. Partimos de un contentamiento básico sólo por
ser, existir, sin necesidad de “yo” o deseos. Con la Atención estaremos
presentes cuando surja el deseo y sabremos si darle o no luz verde.
En esa búsqueda de seguridad, de afirmación y validación como
existencia que se cree separada, el ego a lo sumo llega a aliarse con
quienes cree más semejantes para poder distinguirse y enfrentarse a otros,
sobreponerse a ellos y alcanzar la ansiada seguridad, aunque de hecho, lo
que más logra es conflicto e inseguridad. El tribalismo, etnocentrismo,
racismo, clasismo, nacionalismo etc, sólo son posibles como
manifestación del egocentrismo. La división entre “nosotros” y “ellos”,
eje de los conflictos, la violencia, las matanzas y genocidios, surge de la
misma creencia en el ego que en su búsqueda de seguridad crea las
situaciones de inseguridad (NOTA 6).
La codicia no se explica en sí misma ni por la necesidad. Forma
parte de la dinámica del “tener” frente al “ser”, y en particular de la
necesidad de validación del ego mediante el estatus social provocada por
el “juego social” generado por las estructuras sociales. Como parte de la
dinámica al “tener” busca una satisfacción sucedánea, compensatoria de
la que no obtiene por ser.
La codicia, como factor de validación, es parte de la “sed”
(budismo) producida por la vía equivocada (egoica) para conseguir la
plenitud de ser. Una “sed” que nunca podrá saciar la codicia, por eso no
termina. Un impulso a la plenitud que no podrá encontrar satisfacción en
la codicia que por eso no tendrá límite. No es lo mismo la satisfacción
por la plenitud (realización) que la complacencia por la saciedad
(consumo). Para la plenitud, tener es un recurso auxiliar y cumple una
función bien clara, pragmática. Para la saciedad tener es el único medio,
pero nunca suficiente pues pretende satisfacer con ello lo que precisa de
otros recursos. Es el equivalente a la “comida basura” frente a la
alimentación sana y equilibrada. Una expresión común de la codicia, de
“tener” para ser, es la búsqueda de estatus social real y aparentes (para no
extenderme más aconsejo “Ansiedad por el estatus” de Alain de Botton,
ed. Taurus, 2004, hay edición de bolsillo).
La codicia también nos revela la “sed” (ansia) producida por la vía
equivocada (egoica) para conseguir la plenitud de estar en el mundo.
Esto afecta a nuestra percepción de la realidad, a la relación con nuestros
sentidos. En la medida en que no vivimos en comunión con el mundo del
que formamos parte, sino que nos protegemos, evadimos o intentamos
explotarlo, tenderemos a desconectarnos de la percepción en tanto que no
sea novedosa y por ello portadora de información sobre algo peligroso o
de provecho. La curiosidad innata de la infancia se va haciendo cada vez
más selectiva o limitada. En la medida en que no vivamos plenamente
Atentos a cada instante y lo que los sentidos nos muestran, no saciaremos
la “sed” de estar en el mundo. Querremos experiencias nuevas, muy
estimulantes, no sólo por su interés en sí y por curiosidad, sino para llenar
un vacío existencial que la vida ordinaria sería incapaz de satisfacer. Así,
viajar, el turismo, puede ser estupendo, pero también tener un aspecto de
sucedáneo de la vida, compensatorio por lo que no sabemos vivir cada
día. En ese caso es muy probable que tampoco vivamos la experiencia
nueva completamente en el instante y, una vez más, a la vuelta,
querremos compensarlo viendo las imágenes que tomamos del viaje. Un
turista responsable y consciente sería ajeno a la avidez y depredación; se
parecería a una respetuosa exploración por el “cuerpo” de nuestra
“madre”, la Humanidad y la Tierra, la misma que nos “amamanta”
aunque demasiadas veces la mordamos.
Si prestásemos la debida Atención a cada momento, mucho de lo
que nos parece trivial, sin interés, pasa desapercibido, nos mostraría su
valor y en lo más modesto, simple, ordinario, podríamos encontrar la
belleza e intensidad que un artista sabría captar y transmitirnos. De lo
habituados que estamos no caemos en la cuenta de que tal vez no haya
nada igual en todo el Universo y para llegar a ello se ha necesitado 14 mil
millones de años y nuestra inteligencia, como con ¡el chocolate!.
También podríamos decir que ha hecho falta todo ese tiempo para que la
materia pueda captar la particular organización de la energía entendida
por ese sabor.
No se trata de perderse en lo banal que es una reducción y
empobrecimiento de las múltiples ofertas, dimensiones y posibilidades de
la existencia y lo experimentable, sino de saber apreciar también lo
importante y hermoso en lo pequeño y ordinario por su valor en sí. Es
como cuando se dice que lo importante de un viaje no es sólo llegar al
destino, sino saber disfrutar también del trayecto -aunque tenga poco que
ver con el destino pues a él se puede llegar de muchas maneras-, pero sin
bajarse del tren por no perderse detalle; con más razón si por lo que fuere
no pudiésemos llegar al final del trayecto. Ni inmediatismo ni vivir
pensando en el pasado o el futuro.
“Matar el tiempo” parece lo opuesto a la compulsión por
experiencias intensas, pero su raíz es la misma, la incapacidad para
sacarle chispas a la experiencia ordinaria y la impotencia para actividades
que aprovechen nuestro tiempo; parte de una falta de sentido, de un
sinsentido que se desea agotar. “El tiempo es oro” corresponde a la
actitud codiciosa, deseosa de convertir el tiempo en actividad que
produzca dinero como único modo de validarlo, darle sentido. La pereza
y la compulsión participan, en un extremo u otro, de la misma escala de
la acción egoica, en la que falta la validación automática para el mundo y
la vida, uno desde la desesperanza y el otro desde la compulsión por
validarlo.
Si la validación personal y la actitud de exterioridad al mundo, visto
como lugar del cual protegerse, evadirse o aprovecharse, no interviene en
la vivencia, podría haber plenitud de ser y de estar, comunión interna y
con el mundo. El contentamiento (no complacencia ni conformismo) con
quienes somos y donde estamos. Por eso, vivencias especiales de
comunión con lo existente, de integración interior, de plenitud, se dan
cuando, por lo sorpresivo, el “yo” no está presente o cuando nos
encontramos en un gran estado de relajación, sea en el descanso o en la
meditación, bajada la guardia ante el mundo y despreocupados de
nosotros mismos. Éstos son vislumbres de Despertar.
La necesidad de sentirse parte de algo mayor que uno, es la prueba
de que, contra natura, nos sentimos separados y ha sido desviado el
impulso a la plenitud de ser y estar. La pertenencia tiene un claro rasgo
de posesividad, bien sea en posición dominante o subalterna. Ello
demuestra que no se trata de una integración espontánea, fluida con la
existencia sino parte de la estrategia del “tener”. La raíz está en la falta de
aceptación incondicional de uno mismo, incondicional, es decir, no por
tales o cuales méritos (tener), sino simplemente por ser humano, nada
más (ser).
Esta aceptación básica es un sí inicial, claro, rotundo, a nuestra vida,
por extensión a los demás humanos y al mundo por otorgarnos la
existencia. Desde aquí es posible la integración natural e inteligente con
lo realmente superior a nosotros y favorecedor de esa vida, no la
dependencia de algún ídolo (religioso, cultural, político...) bajo el que
cobijarnos (pertenencia a) y en cuyo nombre imponernos a otros para
mayor gloria del mismo y a través de él, de nuestro “yo”, a costa de
sufrimiento. A falta de esa aceptación queda pendiente la validación de
uno y en la medida en que uno nunca llega a validarse con total y
definitiva seguridad, tampoco lo es la vida y el mundo del cual surge y
depende.
En lugar de la integración espontánea con la existencia, nos
encontramos con el sucedáneo compensatorio del ego que, de modo
artificial, debe buscar esa “integración” mediante el recurso de
“pertenencia a” que, al no partir de la aceptación incondicional por ser,
sino de la necesidad de validación, se convierte en un medio de
validación, por lo que la “pertenencia a” incluso bajo la forma de
sumisión masoquista es un modo descarado o encubierto de complacer al
“yo”. Uno realmente no se olvida del “yo” para ponerse al servicio de
algo más importante, sino que ese objeto, abiertamente o en secreto, está
al servicio de la validación y engrandecimiento del ego, aunque sea a
costa de sacrificar al ser humano real. Ejemplos: el Estado dispone de mi
vida enviándome a la guerra y yo estoy dispuesto a morir por la “gloria”
de mi país que será la mía, a costa de mis hermanos también identificados
con el Estado enemigo; los suicidas islamistas que creen ir al Paraíso
logran la más grande aspiración para su “yo” es decir, su identidad
ilusoria, a la vez que aniquilan su ser real.
Al no ser así posible la integración interna, ni con el prójimo ni con
el mundo, el conflicto interior se proyecta al exterior y el conflicto con la
existencia se traduce en conflicto entre modos de entender la existencia.
El conflicto se ha proyectado a una escala superior. La necesidad de
reconocimiento, el resentimiento con la vida, se transforma en el
conflicto entre los macro-egos que son las ideologías, religiones,
naciones, estados, imperios... El “estado de guerra” de uno contra la vida,
se convierte en guerra abierta con el prójimo y con otras especies. Si no
existiese este mecanismo del “factor humano” los requerimientos de unas
“reglas del juego” sociales no lograrían movilizar a los humanos a su
servicio y si lo hacen a pesar de los costos enormes es porque el “yo”
adquiere una “ganancia” aunque sea a costa del ser real.
La dinámica de la pertenencia crea lazos, pero también cadenas y
tensiones, ambivalencia por quién pertenece a qué, dominación y
sometimiento. Los egos siempre están en conflicto. El macro-ego tiene
dentro de sí muchas tensiones que conviene liberar no hacia dentro, sino
hacia fuera, “el otro”. Los otros macro-egos por una u otra razón, pero
siempre por la dinámica de pertenencia-apropiación subyacente, tienen
un aspecto de presa o amenaza. El conflicto está servido. También se
pueden crear macro-egos para reducir las tensiones entre macro-egos
inferiores, pero al final aquellas serán trasladadas a otro nivel. Así surgen
las luchas entre tribus, religiones, ciudades-estado, imperios, nacionesEstado, alianzas, “civilizaciones”. Si además las “reglas del juego” tienen
en sí algún imperativo que conduzca a la lucha, los egos “se suben al
carro” aunque sea a costa del ser real. (Más en la conferencia “Guerra en
Europa” de Cornelius Castoriadis, incluida en “Una sociedad a la deriva”,
Katz Editores, Buenos Aires, 2006).
Por tanto, el sentido de “pertenencia a” tan elogiado habitualmente
como superación del egocentrismo y modo de dar un sentido a la vida y
hasta de alcanzar la felicidad, es la salida perversa a la falta de
integración espontánea con la vida, el prójimo, el mundo y manifestación
de la inflación del “yo”, del egocentrismo enmascarado o egocentrismo
asociado a otros egos. Sólo así se entiende que las mayores calamidades
que se vienen abatiendo sobre la Humanidad vengan organizadas
precisamente por ese sentido de “pertenencia a” que a diferencia de “ser
parte de”, “estar integrado en” esconde la dinámica de la apropiación,
aunque sea como subalterno del poderoso, de la inclusión y exclusión, el
choque de modalidades de existencia y por tanto del conflicto con otro y
la infelicidad consiguiente.
Si de verdad se tratase de anteponer el bien general, importase el del
prójimo, no se admitiría que un interés particular, como el religioso,
clasista, nacional, fácilmente cuestionable, condujese a las matanzas de
las guerras contra otras naciones, incluida la población civil, o los
genocidios. Lo que importa ahí es la imagen inflada del “yo” que
representa, en ese caso, la nación y por eso es factible para ese interés
egocéntrico disfrazado, llegar a desear el sacrificio de millones de seres
humanos enemigos o propios para mayor gloria del “yo” bajo la forma de
ídolo patrio. Por eso el ego se refiere a sí mismo como “yo soy x” siendo
x la denominación nacional, religiosa, etc. Aunque más exacto sería decir
“X soy yo (proyectado)” como cualquier dios está hecho a imagen y
semejanza de los humanos y no a la inversa, como la ilusión religiosa se
presenta para poder cumplir la función que el ego le requiere. Si se diese
la vuelta, es decir, ponerla derecha, la ilusión quedaría en evidencia y
habría que buscarse otro recurso para complacer al ego. La Iª y IIª
Guerras Mundiales, tantísimas antes y después, habrían sido
inimaginables si ese no fuese el mecanismo secreto, además de dinámicas
estructurales al enfrentamiento, intereses económicos concretos, el poder
de la disciplina (feroz) y el adoctrinamiento, etc. Esto es lo que da tanta
fuerza en millones de personas a lo que, al menos al principio, sólo unas
pocas consciencias son capaces de ver como una pura mistificación. Sólo
cuando el “juego” resulta demasiado costoso y las ventajas muy pocas, la
mistificación se hace evidente para sectores más amplios. Empieza a
cuestionarse los términos de la identificación y el modo de complacer al
ego, habitualmente buscando alguna componenda en vez de ir hasta la
raíz para no volver a caer en ninguna experiencia semejante. Quienes más
ventajas sacaron, se encargarán, con la propaganda y la represión de los
más conscientes, de que la lección parcialmente aprendida se olvide
cuanto antes y los egos de las masas vuelvan a buscar la complacencia
del modo que a otros egos privilegiados les resulte más conveniente.
Establecida hasta aquí la “verdad absoluta” sobre el ego y sus
pertenencias, si no queremos tratar todos los planteamientos como si
fuesen iguales, indiferentes, por ejemplo en cuestiones políticas, debemos
tener en cuenta las verdades relativas. Como se verá en la nota 12, hay
grados de desarrollo ético. Aunque sólo el más elevado se parecería al de
una persona liberada de la ilusión del ego, en otros, con diferencias,
encontraremos cierta utilidad. En términos similares, podemos hacer
distinciones en los sentidos de “pertenencia a”. Así, el racismo nazi, por
su exclusivismo y exclusión asesina, no tiene nada útil en la dirección del
no-ego, la fraternidad universal y la compasión. En cambio, el
internacionalismo proletario (no el imperialismo ruso disfrazado de tal),
en la medida que logró la unión y solidaridad de los trabajadores en los
siglos XIX y XX y en particular enfrentarse a la I Guerra Mundial -a
pesar del apoyo de quienes se venían reclamando de la IIª Internacionaly su esfuerzo por finalizarla, se aproxima mucho al cosmopolitismo hoy
necesario. Fueron esos internacionalistas hoy aborrecidos por lo
“políticamente correcto” quienes hicieron posibles con su lucha los
grados de democracia para el pueblo que se han conseguido -muy
limitados- e hicieron frente a la carnicería mundial cuando los apologistas
de las democracias mandaban a millones de hombres a matarse sin
piedad. Al comunismo de aquellos hombres y mujeres (Rosa Luxemburg)
se le puede sacar los colores en muchos aspectos, pero de los nazis y
otros sólo se puede decir, como decía el Vaticano -aliado con todos los
belicistas- de los comunistas, que son “intrínsecamente perversos”. Si no
recuperamos la verdad histórica que pretenden enterrar catalogando (a
nivel institucional en la Unión Europea) al marxismo de ideología
perversa, totalitaria y asesina (como el nazismo), contribuiremos a
alimentar las mentiras que sostienen esta civilización y no podremos
avanzar en la crítica y lucha hasta el final por superarla. Quien desde las
alturas ponga a unos y otros al mismo nivel, convendría se metiese en la
máquina del tiempo y pasase una temporadita, en la guerra de trincheras y
veríamos que opinaba; pero hay gente irrecuperable para la cordura y la
humanidad, apologistas de la guerra como selectiva de “lo mejor” de la
especie. Aparte del himno “La Internacional” ¿existe algún otro con
vocación cosmopolita, planetaria, no imperialista?. Que al menos sea el
único relevante es una señal del estado de la conciencia de nuestra
especie. ¿No deberíamos tener un himno de la Humanidad, de mayor
rango que cualquier otro himno nacional o de club deportivo?. Que
hayamos llegado a la Luna y se plante allí la bandera de un Estado
(EEUU) -aparte de si se podía haber dejado otra o no o merecía la pena el
viaje-, muestra la incapacidad para abordar colectivamente las cuestiones
planetarias, como especie, pues era además parte de la carrera espacial
con la URSS en el contexto de la guerra fría, motivado todo por intereses
estatales y con importantes implicaciones militares (cohetes-misiles
atómicos, satélites espías..). El himno “La Internacional” fue compuesto
en 1888 en pleno auge de esta civilización y cuando ascendía el
movimiento obrero internacional contra los límites del sistema social.
Pero entra la civilización capitalista en decadencia y en todo el siglo XX
ha sido incapaz de superar ese himno. ¿Estaremos igual si se llega a
Marte?. Al menos el internacionalismo proletario atraviesa todos los
continentes, razas y castas, nada tiene que ver con la estrechez egoísta del
“internacionalismo” capitalista expresado en la misma UE y su
propensión a convertirse en otro bloque imperialista, continuando con su
explotación interna y de otros países y continentes extracomunitarios. De
ahí que la referida reaccionaria pretensión censora no sea una simple
manía ideológica de la derecha “popular”, sino una maniobra preventiva
de largo alcance de consecuencias en el plano de la libertad de
pensamiento, organización, expresión y programa político. Y por
proximidad también podría llegar el turno al anarquismo por sus pasadas
afinidades con el “terrorismo” y por extensión, al final a quien se atreva a
cuestionar la “vaca sagrada” capitalista y su misterio de la “santísima
trinidad” (libre mercado, democracia y buena vida para todos). Pero eso
sí, nuestros “populares” (PP), tan demócratas, antiterroristas, partidarios
de cruzadas contra dictadores árabes con -mire usted- armas de
destrucción masiva, escrupulosos ellos con la verdad histórica o histérica
y libertad de pensamiento, el 4-VII-2006, en el Parlamento Europeo,
junto con la extrema derecha europea, se niegan a condenar el
“alzamiento nacional” del 18 julio 1936, Franco, su “cruzada” usando
como fuerza de choque moros musulmanes y legionarios de moralidad
bastante dudosa siempre, terror exterminador sobre el movimiento obrero
y campesino y el republicanismo (matanzas “gore” como la de Badajoz Alberto Reig Tapia “La cruzada de 1936. Mito y memoria” Alianza
Editorial 2006-), la dictadura franquista, la represión feroz, vengativa y
asesina de la posguerra, la condena a trabajos forzados con alto riesgo de
muerte. Al resto de la derecha europea no le importa hacerlo pues apenas
les afecta, queda muy bien en plan demócratas y no pueden ocultar las
relaciones del franquismo, desde su origen, con el nazismo y fascismo de
los que tanto deben renegar aunque muchos demócratas de entonces
contribuyeron (política y económicamente) a auparlos contra el
movimiento obrero y a favor de la expansión imperialista. Al parecer,
todas las ideologías que acompañaron en su justificación al capitalismo,
incluido el nacionalismo, y en particular el neoliberalismo imperante, no
son culpables del colonialismo con sus millones de víctimas, la
desigualdad injusta y escandalosa entre países y clases sociales, las
guerras mundiales, la explosión de bombas atómicas sobre población
civil. La URSS estalinista era una amenaza por su tendencia a la
expansión imperialista, pero el hecho indiscutible es que los únicos que
han lanzado no una, sino dos bombas atómicas (sin justificación ni
siquiera para conseguir la rendición, dispuestos a arrojar más en otras
ciudades) (NOTA 7) y dado comienzo a la carrera armamentista nuclear,
han sido los muy liberales y capitalistas EEUU que de tan “democráticos”
una y otra vez han impulsado, apoyado, golpes de estado de derechas,
feroces dictaduras militares, por todo el mundo bajo su influencia (en
Europa los coroneles griegos de 1967 a 1975 ?), incluidos los regímenes
de Portugal y España hasta mediados los años 70. Pero la propaganda
sabe bien cómo presentar a uno como bueno y a la defensiva frente al
malo y agresivo, encubrir y embellecer la realidad siempre que el “hijo de
puta” (Somoza...) sea “uno de los nuestros” (como dicen los gángsters),
maximizar los crímenes reales o supuestos del oponente y minimizar y
hasta negar los propios. Se verá si más adelante la Humanidad
superviviente puede sacar el balance de que todas las ideologías
justificadoras del capitalismo eran asesinas dada su contumacia en
conducir a nuestra especie y al planeta al desastre a pesar de todas las
advertencias. Y no se exija antes de ponerse a estudiar el caso, claras y
acabadas soluciones alternativas, pues lo primero que impide encontrarlas
es cerrar la reflexión de todas las inteligencias aduciendo que no hace
falta buscar pues este sistema social es lo bastante bueno o lo mejor a lo
que podemos aspirar dadas las circunstancias o la “naturaleza” humana,
destinando todos los esfuerzos a “lavarle la cara” cuando no “lavarse las
manos” después de alguna “operación quirúrgica” contra quienes lo
cuestionan o algún otro “daño colateral” del sistema. No se puede pensar
y menos hallar una solución si se empieza negando la existencia del
problema. No se puede encontrar la llave si, como el borracho, buscamos
sólo donde ilumina la farola de lo “políticamente correcto” para el
sistema y caso de aventurarnos un poco más allá nos aporrea el gendarme
por “escándalo en la vía pública”.
Venimos viendo hasta aquí la importancia de lo Otro y de las
pertenencias para la forja de la identidad egoica. En estrecha relación con
todo ello tenemos todavía una modalidad o consecuencia. Me refiero al
otro al que ni pertenecemos ni nos pertenece pero que permite al menos
definirnos como lo no Otro, en negativo, con más facilidad que por lo que
supuestamente nos pertenece o a lo que pertenecemos, lo positivo. Un
Otro del cual disponer a pesar de no pertenecernos. Si el Otro es
necesario para nuestra identidad también puede ser una amenaza, al
menos imaginaria, de modo que la necesidad de protegernos aportará
cohesión social, sentido de unidad, y la capacidad para disponer de él nos
dará seguridad, fuerza.
En ese caso, ya no coexistimos pacíficamente ni en “guerra fría”, ni
lo unimos a nuestras pertenencias, sino que disponemos de él. Para
eliminar cualquier rastro de amenaza puede que el mejor medio sea
directamente eliminar al Otro. Éste fue el caso del judío racial inventado
por los nazis y otros nacionalistas. El ario era ante todo no judío. Podía
ser nacionalmente de varios estados, de una u otra clase social, rico o
pobre, con una u otra ideología, pero lo que supuestamente le distinguía y
debía unir, daba su identidad en negativo, era definirse frente al judío
inventado, no ser el Otro.
La dificultad para dotarse de una identidad nacional en positivo (lo
que se es) hace más necesario recurrir a una identidad en referencia a lo
negativo (lo que no se es). La existencia de una minoría en la comunidad
suele permitir esa jugada. Los alemanes, por las circunstancias de su
construcción nacional, unificación estatal, tenían esa dificultad. Por
fortuna para ellos, disponían de la tradicional minoría judía con la cual
estaban resentidos por sus mayores éxitos sociales, lo que les motivaba
para utilizarla como referente negativo de su identidad.
Los nazis y otros decían que el judío debilitaba a los arios, pero era
todo lo contrario. Sin ese judío fantasmal los nazis y otros no sabrían bien
quienes eran. El judío, el bolchevique (para ellos una versión del judío
conspirador, como ¡el capitalista liberal!, aunque el trato a unos y otros
fuera, como no, muy diferente, pues quien paga manda), les permitía
“sentirse alguien”, justificarse como la pobrecita víctima (lobos vestidos
de corderos) que se defiende y se convierte en el vengativo perseguidor;
reconocerse frente a los perseguidos, como la jauría depredadora
proclama su naturaleza al ver huir a una presa potencial y se lanza a su
captura para despedazarla. Derramar la sangre de las víctimas revitaliza al
verdugo, como si practicara una transfusión (observad su alegría en la
matanza de mujeres y niños); quien proclama su pureza de sangre es tan
dependiente en su identidad diferenciada de la existencia del “impuro”
que parece un vampiro (aunque se acuse a los judíos de tomar la sangre
de los niños cristianos). Así como del insultado cerdo se aprovecha todo,
los nazis y sus cómplices deshumanizaron a los judíos tratándolos peor
que al ganado, sirviéndose hasta del pelo cortado a sus víctimas antes o
después de enviarlas a la cámara de gas, a pesar de considerarlas
debilitantes y parasitarias como piojos (el gas utilizado para asesinarlas,
inicialmente estaba pensado para matar piojos).
Sangre, suelo, raza, pilares de la identidad nazi. Dada la esencial
unidad de nuestra especie, no existen suficientes méritos arios para
justificar la supuesta superioridad racial ni en Europa ni en el conjunto
del planeta (por ejemplo la civilización China). Para salir ganando en la
comparación, no había más remedio que, falsificando los hechos, rebajar
y degradar las características de los no arios, en particular de los judíos
que constituían una minoría en el Estado. Se creará toda una mitología al
respecto. No por alejada de la realidad, será menos efectiva si satisface la
necesidad emocional de identidad, pertenencia, reforzamiento del ego.
Este carácter mítico, irracional, histérico, es más evidente aun en la
insistencia en la sangre. Aunque la referencia a los factores hereditarios
es clara, la sangre es precisamente en lo que más nos asemejamos, salvo
por pequeñas diferencias de grupo y factor rh.
Si se quiere asegurar la superioridad social sobre otro grupo lo
suficientemente estable y endogámico como para identificarlo (étnico) de
forma que le sea imposible escapar a la descalificación gracias a un
“buen” comportamiento, integración en los modos de la mayoría, etc,
librarse sus miembros de la sospecha de falta de sinceridad en esa
integración, falta de lealtad y demás de la que están de entrada libres los
miembros del grupo que descalifica, lo mejor es atribuir su deficiencia a
su misma naturaleza humana de modo que no tenga forma de escapar a
ella. Y para tener identificada y controlada a esa gente, rastrear su estela,
nada mejor que el árbol genealógico, la continuidad de la “sangre”. Cupo
a la España del siglo XVI el “honor” de descubrir esta mancha
imborrable en los judíos conversos de modo que la sospecha jamás
pudiese disiparse ni con el bautismo ni el comportamiento más ejemplar,
buscándose por tanto por parte del grupo excluyente la “limpieza de
sangre” en los miembros de la sociedad en los que depositar cargos de
confianza, privilegio, influencia y poder y la persecución de la
Inquisición. La Alemania del XIX con la Emancipación legal de los
judíos -gracias a la revolución francesa y la invasión napoleónica- facilita
su autopromoción en las esferas económica, cultural, política por méritos
innegables; surge entonces la envidia, el problema de la verdadera
identidad alemana (¿también judía?) y se recupera este “problema”
paranoide de la sangre; con el nazismo se remata (nunca mejor dicho) con
la invención del judío racial y ya la verdadera “limpieza étnica”. (página
33 de “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor” de
Carl Amery, Turner /Fondo de Cultura Económica 2002; “Ni una gota de
sangre impura” de Christiane Stallaert, Galaxia Gutenberg /Círculo de
Lectores, 2006).
Nada de esto se puede entender cabalmente sin atender a las
necesidades del ego de validación comparativa y competidora. Con esta
finalidad el ego puede llegar con sus elucubraciones a las más altas
cumbres del desatino, delirio y jactarse de ello.
Entre los procesos (económicos, sociales, ideológicos, políticos,
burocráticos) y acontecimientos que intervienen y confluyen en el
exterminio de los judíos, está el factor del “yo”, la necesidad del ego por
encontrar una identidad y promocionarse. Desde el ego, hay que “ser
alguien” siempre, a poder ser por encima de cuantos más mejor y si el
nivel ético es muy bajo, del modo que sea. Para “sentirse alguien”,
saberse importante, no les basta con ser, y como muchos ni siquiera son
capaces de la excelencia en ningún campo, ponerse por delante de los
demás (no por encima) en igualdad de oportunidades, deben negárselas a
otros para sacarles ventaja con trampa (derechos, libertades, medios...).
Aunque mejore su estatus y lugar en la jerarquía, no aumenta su talla
humana un centímetro, sino al contrario.
Aquello de lo que dispongo y elimino me define tanto o más que las
pertenencias. Por eso, si eras un antisemita criminal ucraniano
colaboracionista, ya no eras un despreciable ucraniano, en el campo de
exterminio podías codearte con la élite de la raza aria, los guardias SS,
compartiendo el “honor” de llevar hasta el final la “alta misión histórica”,
manteniéndola en relativo secreto por la incomprensión de un mundo
engañado por los perversos judíos.
Aunque a uno le abrume el terror del Holocausto (me cuesta leer
exclusivamente un libro sobre el tema, debo compartir sus días con otros
menos dramáticos) y quiera desviar de él la mirada, debe prestarle
atención pues por muchas claves que dispongamos para entenderlo
todavía queda algo que se nos escapa, poderoso y terrible. Eludir hoy su
conocimiento en profundidad es mucho peor que la actitud de muchos
judíos que no podían creer -comprensible- que fuesen ciertos los rumores
sobre el exterminio y no tiene justificación. No desear saber equivale ya a
matar al mensajero (dos veces si es judío) por traernos la advertencia con
las malas noticias porque no nos gustan y atañen también a nuestra
condición humana. No podremos estar a salvo de nosotros mismos hasta
no sacarlo a la luz y controlarlo. Creo que el nazismo y en particular su
antijudaísmo racista genocida es la ideología política mejor adaptada a
los requerimientos de los psicópatas integrados socialmente que ha
existido, pero no sólo como un fenómeno perverso de psicología
colectiva, sino como resultado de una civilización en decadencia y al
servicio de los intereses de la clase dominante. Su conocimiento puede
ayudarnos a prevenir que dinámicas psico-sociales fruto de la misma
civilización adopten otras formas también destructivas (NOTA 8).
Esta negación y a la vez enorme dependencia del Otro demuestra en
negativo cómo a pesar de nuestro empeño por separarnos, los seres
humanos no podemos escapar los unos de los otros, nos necesitamos,
aunque sea para mal. Ya es hora de pasar de una dinámica fraccionadora
y destructiva a otra integradora en la que casi todos los Otros (pongo en
un aparte a los psicópatas) no se definan como “no yo” o “antiyo”, sino
“otro como yo”.
En las pandillas juveniles delictivas vemos que la falta de aprecio
por la vida se traduce en el gusto por la violencia, por lo que tiene de
destructivo y poder sobre la vida del otro y de autodestructivo sobre la
propia. La aniquilación por causas a cual más estúpida pesa menos que la
inflación del “yo” aunque sea como “héroe” póstumo; como quien menos
temor ha demostrado a morir aceptando un demencial reto a su
“hombría”; quien pone su orgullo por encima de todo pues sin él se
consideraría nada; el que menos valor le ha dado a seguir viviendo
anteponiendo el “honor” del “novio de la muerte”. El sentido de
pertenencia es una forma de inflación del “yo”, pues la pandilla debe
medirse con otras y en esa competencia encuentra su validación y por ella
sus miembros. Estas pandillas no sólo dan un sentido de pertenencia en el
pequeño grupo sino que pueden enlazar con uno más complejo de
comunidad, como es el caso del pandillismo “latinoamericano” en EEUU
y ahora en España, lo que no impide su carácter antisocial. Que la
pandilla tenga un carácter antisocial no significa una superación de los
valores dominantes y de la dinámica del ego, sino su peculiar expresión a
menor escala y con sus medios limitados, con un potencial destructivo
proporcional. Expresan un desarrollo moral en la escala de Kohlberg (en
nota 12) como máximo de nivel 3, manipulado por individuos del nivel 1.
Resulta difícil inhibir el comportamiento incívico, antisocial, en
jóvenes y adolescentes cuando la sociedad adulta carece para ellos del
suficiente ascendiente moral para reprenderles y guiarles, más si su
carácter tiene tendencias psicopáticas o un muy bajo desarrollo moral. Lo
comprueban constantemente en los medios de comunicación de masas
(políticos, guerras...), en el ocio que se les ofrece (trivialización de la
violencia, narcisismo a espuertas en la telebasura), los valores
dominantes (dinero, poder), cómo se paga el esfuerzo honrado (contratos
basura) y cómo a veces se consigue por nada (caprichos personales
costeados por los padres) (NOTA 9).
En octubre y noviembre de 2005 asistimos asombrados a la revuelta
de la juventud en los suburbios de las ciudades francesas, la destrucción
de vehículos de los vecinos (28.000), instalaciones escolares y bienes
públicos que sólo acaba perjudicando a los habitantes de esas localidades,
con algunos enfrentamientos con la policía e incluso ataques a los
bomberos que cumplían con su labor en evitación de males mayores... Sin
duda el problema de la marginación de esas barriadas con índices de
desempleo en la juventud entre el 30 y 50%, feos edificios de viviendas,
barrios diseñados no para la vida comunitaria, sino para el aislamiento y
dormir, etc, es fundamental entre las causas de ese estallido de rabia y
resentimiento. También influye un cierto racismo de la sociedad francesa
frente a negros y descendientes de norteafricanos y algunos problemas de
identidad cultural de estos jóvenes aunque hayan nacido en Francia. Pero
la denuncia del racismo ha servido también para ocultar los problemas
más de fondo relativos al capitalismo. El antirracismo es políticamente
correcto, pero no el cuestionamiento del capitalismo y del carácter
clasista burgués del Estado como las causas más profundas. Los padres
en paro o con un trabajo sin ningún atractivo social, han perdido
autoridad. Ni siquiera cuentan ya con la reputación de su experiencia en
las luchas sociales cuando se ha producido la ruptura generacional por la
falta de encuentro y renovación generacional en las empresas que han
cerrado o reducido drásticamente su plantilla. El culto consumista a la
juventud refuerza estos fenómenos. El hedonismo de las drogas conduce
al aislamiento en la adicción. La desvalorización del trabajo y el culto al
dinero, la búsqueda de la vía fácil para conseguirlo, a costa de lo que sea,
desemboca en la delincuencia. Esta sociedad proyecta de continuo el
espejismo de la superabundancia (valores, publicidad, concursos de tv,
placer en cualquier forma...). Se fomenta el deseo de vida fácil que no
puede satisfacerse pues ni siquiera se alcanza a un salario regular. Se
agita ante sus jóvenes espíritus una vida de aventuras, viajes, emociones
fuertes y diversión, pero sólo encuentran el consumo de drogas, las
gamberradas y por fin, las hogueras de los coches ardiendo, pues ni
siquiera se pueden tomar unas vacaciones lejos de su barrio y de Francia,
salvo que vuelvan en el verano con sus padres al pueblo norteafricano. La
sociedad carece de un proyecto de futuro capaz de absorber
constructivamente las ansias de protagonismo, asunción de retos y el
empuje de la juventud. Ni siquiera es capaz de integrarlos en la economía
regular, así que deben apañarse en la economía sumergida y a base de
“chapuzas” y los menos escrupulosos se aventuran en la economía de
pequeño comercio de drogas o los robos. Más incluso que las necesidades
económicas -las hay- lo que buscan es reconocimiento, respeto, no salir
perdiendo tan descaradamente en la comparación de estatus social,
sentido y finalidad en sus vidas. Pero están tan desorientados y
contaminados por los valores de esta sociedad que se expresan
colectivamente en términos muy egoístas, perjudicando en primer lugar a
sus propios vecinos. La cantidad de coches, etc, quemados no puede
ocultar el carácter restringido de la movilización. No han organizado ni
asambleas, ni manifestaciones, ni levantado reivindicaciones de ningún
tipo. Se han quedado a “años-luz” de lo que fue el movimiento de
protesta obrero y popular en Argentina en el año 2002 (aunque éste
también tenía muchas confusiones) con sus asambleas de barriada, etc. La
movilización es más propia de pandillas haciendo de las suyas que de
masas manifestándose y reivindicando. Como las pandillas apuntan a
otras y a sus vecinos en lugar de al sistema social, en este estallido el
objetivo han sido los bienes de los propios vecinos y ellos mismos
cuando atacaban los autobuses. Ni siquiera se han dirigido al centro a
apedrear las sedes de los bancos como acto simbólico. En la extensión de
los incendios hubo sin duda un componente de solidaridad, más bien de
complicidad, entre las pandillas de barrios de distintas ciudades
conociendo sus actos gracias a los medios de comunicación, pero también
de competición para ver en dónde se incendiaba más; un componente
festivo trasgresor propio del pandillismo juvenil y un modo de sentirse
juntos. Aunque las pandillas dan abrigo a sus miembros, se sitúan
habitualmente frente, contra otras y el medio, más si están implicadas por
poco que sea en la delincuencia. De grupos así no cabe esperar una
actividad propia del asociacionismo que quiere concienciar y movilizar al
resto. Su dinámica habitual es poco constructiva hacia el exterior y en
este caso han podido sus prácticas destructivas. Sólo rabia y una enorme
pataleta adolescente. Pero de adolescentes que apenas tienen confianza en
el porvenir; por eso no levantan ni una sola reivindicación y aun
contando con tanto rapero y demás, a diferencia de Mayo 68, no surgen
eslogans ingeniosos, mordaces y esperanzadores (al menos no me
consta). Muy poco que ver con un movimiento de parados, con las luchas
de los trabajadores. A pesar de su extracción de la clase obrera, el
estallido tiene características lumpen. La pobreza de sus objetivos
condiciona las características de sus métodos y a su vez éstos impiden un
proceso de maduración de aquellos sólo posible cuando la población
afectada se reúne en asambleas para debatir y decidir. Las pandillas no
han roto su dinámica de vida para convertirse en agitadores de masas
invitando a todos los vecinos a salir a la calle a protestar por unas
reivindicaciones, sino que han recurrido a la vía fácil y cómoda, los
medios que mejor conocen, los propios del gamberrismo sólo que a lo
grande y con una intencionalidad social. La prueba definitiva estará en la
actitud que algunos de ellos tuvieron con las manifestaciones de los
estudiantes en la primavera 2006 (marzo y abril) acompañadas de huelgas
de trabajadores, donde en lugar de darse una confluencia por iniciativa de
los parados de los barrios, protagonizaron agresiones a los manifestantes
y se empeñaron en un enfrentamiento estéril con la policía que sólo servía
para dar argumentos a la represión y descrédito del movimiento. Sólo la
conciencia de los estudiantes y trabajadores logró contrarrestar esto e
imponer la actitud de ir en su busca a los barrios para hacerles
comprender la naturaleza de la lucha. Pero que el estallido haya tenido
lugar es la prueba también de la debilidad del movimiento obrero, de los
trabajadores, contra este sistema social y civilización, pues de ser fuerte,
con sus objetivos y métodos de lucha, habrían inspirado una movilización
muy diferente en los suburbios, también de trabajadores. Es una prueba
indirecta de que la iniciativa social y política debe tomarse allí donde es
posible crear un asociacionismo social constructivo, participativo y
masivo, es decir, en los lugares de trabajo, mediante las asambleas de
trabajadores. Al pasar un año, a finales de octubre de 2006, se da un
rebrote de los incidentes en los barrios. La debilidad es aun más
manifiesta cuando se recurre a la quema de autobuses del transporte
público con un resultado trágico en Marsella (una joven negra quemada
en un 62% de su cuerpo, sin intención, debido en parte al material
altamente inflamable de su ropa). El resultado más evidente en 2005 y
2006 ha sido la reactivación de viejas leyes represivas (de la época de la
guerra en Argelia) y la elaboración de otras. El Estado se prepara para
cuando lleguen las luchas de verdad. Ante lo ocurrido en Marsella, la
respuesta es unilateral, sin dar soluciones a los problemas. Sin entrar en la
idoneidad o no de las medidas represivas, actos así son inadmisibles e
intolerables y ese mensaje debe quedar claro para que no vuelva a ocurrir,
aunque continuasen sin resolverse los problemas. Antes de que haya más
víctimas inocentes, debe castigarse ejemplarmente, pero teniendo en
cuenta las circunstancias. El fin no justifica cualquier medio. La quema
de autobuses es la muestra de la debilidad, la salida fácil y temeraria de
quienes son incapaces de dinamizar asambleas y manifestaciones en los
barrios, arrastrando la dinámica pandillera e inconsciencia adolescente;
no ayuda a superar esa debilidad sino que la agudiza pues los habitantes
más sensatos no desean verse implicados en un movimiento y acciones
con ese carácter. Ese modo de “luchar” tampoco favorece en nada la
implicación de los trabajadores en general con la población más afectada
por el problema y facilita enormemente la labor de aislamiento social y
represión por parte del Estado, más justificado moralmente y legitimado
socialmente en su papel represivo y perpetuador de las situaciones de
injusticia social. Estamos asistiendo al síndrome “cvt” o sea, “confundir
la velocidad con el tocino”, dicho en plan académico, “confundir la
violencia con la transformación”; unos porque no se aclaran y otros por ir
de listos. (Un artículo interesante para comprender mejor en comparación
con los guetos negros de los EEUU es el de la revista “FP. Foreign
Policy. Edición española” nº 71 octubre/noviembre 2006 “La `banlieue´
no es el Bronx” de Loic Wacquant. Un análisis con perspectiva histórica
y social en “¿Chusma?. A propósito de la quiebra del vínculo social, el
final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia” de
Alessi Dell´Umbria, Pepitas de calabaza ed. 2006).
La joven quemada antes mencionada no es la única víctima
femenina. Hubo otra quemada grave en un autobús el 2-XI-2005. Como
denunciaba el movimiento “Ni putas ni sumisas” (2002-3), constituido
por mujeres de los barrios, de ascendencia inmigrante sobre todo
norteafricana, la degradación social de los barrios obreros de los
cinturones industriales es el resultado del abandono por parte del Estado
burgués acompañando a la crisis económica. La falta de expectativas fue
provocando entre los jóvenes su desidentificación con los valores del
trabajo y de la ciudadanía republicana, aumentando el pandillismo
delincuente. La presencia del radicalismo islámico puso un poco de
“orden” al encuadrar a muchos jóvenes y ofrecerles un “ideal”. El Estado,
antes que reconocer a los militantes laicos republicanos y de izquierda
con más conciencia social que protestaban por unas mejores condiciones
en los barrios, prefirió promocionar a los conservadores islamistas como
interlocutores y representantes de esos barrios. El resultado fue
multiplicar la autoridad de los religiosos y no poner freno a la deriva
delictiva. Ahora las mujeres en general, se ven más marginadas que
nunca por los valores integristas o gangsteriles. Las mayores, faltas del
respeto debido como madres y por edad. Las más jóvenes, acosadas por
sus hermanos guardianes de su “virtud”, agredidas, incluso violadas por
no respetar sus normas morales (“eres una puta”) o por las bandas de
jóvenes pandilleros inflados de valores machistas y de la prepotencia
delincuente que recurre incluso a la violación colectiva como “rito
iniciático”. Como se venía dando tradicionalmente en el patriarcalismo
gitano, los hermanos, sobre todo los mayores, se encargan de cuidar,
vigilar, “la honra” de las hermanas y en general de todas las del barrio.
Devaluada la autoridad del padre, es el hermano mayor quien manda. Los
varones compensan sus frustraciones de tener un lugar reconocido en la
sociedad con hacerse un lugar en el barrio con el dominio sobre las
chicas. La vida sexual de los jóvenes se ha vuelto miserable e hipócrita,
siendo ellas quienes más lo sufren. Todos perdiendo por la división
sexista entre la población trabajadora de los barrios y el perjuicio en la
crianza de los niños. Y el Estado republicano, después de alimentar a la
bestia, abordando el problema sólo con la represión. ¿No son Bin Laden,
otros fanáticos islamistas, el mismo Sadam Hussein, criaturas de los
EEUU e Israel, como en su día Noriega y otros? (Fadela Amara “Ni putas
ni sumisas”, ediciones Cátedra- Universitat de Valencia, 2004).
Dicho esto, quiero comentar un problema que me parece real,
aunque no el factor más importante. No creo que se deba a haber
sobrepasado largamente la adolescencia la impresión que tengo de una
mayor frecuencia del comportamiento incívico, gamberro, sobre todo de
los adolescentes y muy jóvenes. Detecto en la calle, transportes públicos,
carretera, comportamientos que no veía en mi adolescencia y juventud y
lo que es peor, no sirve de nada llamarles la atención para que se corrijan
por muy correctamente que se haga, pues no se tiene el mismo respeto
por las reprimendas justificadas de las personas mayores, ni siquiera los
ancianos. Los profesores viven su profesión con tensión y no sólo por la
resistencia de los alumnos al adoctrinamiento, una disciplina que pueda
ser a veces excesiva, una educación competidora y con una difícil salida
laboral, etc, sino por algo peor, más básico, personal y destructivo. La
derecha puede que no esté descaminada cuando señala la falta de
autoridad en la familia como parte del problema, pero han sido sobre todo
las políticas neoliberales del capitalismo en crisis por ella (también la
socialdemocracia) defendidas, las que han obligado a ambos padres a
trabajar demasiadas horas y reducir su presencia en la vida de los hijos, y
su filosofía del éxito material y el consumismo incluso de los niños, la
que ha endiosado esos valores contra el respeto al prójimo. Si en la
familia el niño no aprende a respetar al prójimo, en particular los
ancianos (tal vez en parte debido a la estructura familiar cuando los
abuelos viven en otro lugar), cuando sale a la calle, no se encuentra en la
aldea donde todos los adultos controlan el comportamiento de los
adolescentes y ejercen la autoridad correctiva. En las urbes anónimas el
joven sabe que si un desconocido le llama la atención, tampoco conoce a
sus padres, no puede reportarles su mal comportamiento y además es muy
probable que no vuelva a encontrarse con él (más, en referencia al
llamado “capital social” en capítulo 18 “Barrios seguros y productivos”
de “Sólo en la bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad
norteamericana” por Robert D. Putnam, Galaxia Gutenberg /Círculo de
Lectores, 2000). En una sociedad capitalista fomentadora del
individualismo, la agresividad, lo único que faltaba es que en la
socialización de los niños por sus padres no hubiese la disciplina
necesaria para asumir el respeto y el civismo básicos y el medio
extrafamiliar no tuviese ya las relaciones de vecindad y fuerza moral para
completar esa educación. Combinándose estos tres factores con el
consumo cada vez más temprano de alcohol y drogas y, sobre todo, el
muy justificado descontento social por las condiciones de marginación,
podemos tener resultados como la explosión social juvenil en los
suburbios franceses. De entre esos mismos jóvenes han surgido algunos
grupos que han intervenido como reventadores (agredir y robar a los
participantes) de las manifestaciones de los estudiantes franceses en la
primavera de 2006 contra los planes de empleo precario. La falta de
respeto e incivismo creciente entre niños, adolescentes y jóvenes, será
una dificultad añadida en el proceso de forja de una Humanidad capaz de
enfrentarse constructivamente a sus enormes problemas. No digo con esto
que en general la juventud actual sea peor que las precedentes, sino que
los retos a la Humanidad son enormes, exigiéndoles más que a ninguna
otra generación; de no ser tan grandes los problemas, esas debilidades no
serían un lastre tan pesado para estar a la altura. El precio a pagar por no
“dar la talla” será muy superior al sufrido por la irresponsabilidad de
generaciones anteriores. Muchos de esos jóvenes con orientación a
comportamientos propios del lumpen son una pobre esperanza para una
alternativa transformadora hasta la raíz que no confunda la violencia
gratuita con la revolución. La violencia, dado su carácter, su enorme
potencial de descontrol y perversión, exige un alto grado de disciplina
personal y colectiva para cumplir, si es imprescindible, su papel de
auxiliar en una tarea con vocación eminentemente constructiva aunque
para ello deba desmantelar viejas estructuras, sanear, reciclar, y vencer
resistencias violentas de minorías. Es un asunto con trascendencia pues
de la juventud de hoy depende el futuro y no basta con “tirar a bulto” en
su actividad política transformadora para dar en la diana. Deberá afinar
mucho y controlar su violencia pues dados los problemas existentes y los
medios disponibles, los errores, excesos, desviaciones, pueden alcanzar
dimensiones apocalípticas. El alcohol y las drogas son un serio riesgo
cuando necesitamos consciencia, lucidez, pensamiento independiente,
autocontrol y no evasión, torpeza, dependencia e impulsividad. Con esta
situación de partida, si se diesen crisis sociales que aumentasen la anomia
(debilidad, desorientación y ausencia en valores sociales, normas, leyes)
escasearía el tipo humano con las cualidades imprescindibles para dirigir
el necesario proceso revolucionario. Por eso es también importante
subrayar el aspecto ético de la alternativa.
Es imprescindible que, además de otras medidas sociales mucho más
profundas, se dé a los adolescentes una educación en ética, no en las
religiones que dividen por ser, cada una, “la verdadera”. Tal vez también
deban instituirse algunos ritos de paso a la adolescencia y a la mayoría de
edad para que, de forma ritualizada y solemne durante un tiempo de
relativo aislamiento, los adultos hagan saber a los más jóvenes lo que la
sociedad espera de ellos -conforme a su edad-, en tanto que hombres y
mujeres, siempre con un amplio margen para su creatividad,
experimentación e incluso oposición, facilitando los medios para ello a la
vez que, con firmeza, se cierra el paso a comportamientos incívicos y
pandilleros violentos generadores de la dinámica de siempre del hombre
contra el hombre. Esto sólo será realmente factible en una sociedad
mucho más homogénea, no dividida por los intereses de clase y demás.
En la sociedad de masas, donde no cabe el control del individuo como en
la aldea de la tribu “primitiva”, puede que estos ritos de paso sean incluso
más necesarios para que la socialización no sea dejada a la influencia
difusa, informal e incluso contradictoria de muchos medios, debiendo
recurrir menos a otros de control como los represivos. También deben
articularse los medios para que se facilite el conocimiento y la
comunicación entre las distintas generaciones lo que se dará de modo
informal en la marcha normal de la vida, pero también de modo expreso
buscando ese entendimiento ante cuestiones concretas. Seguirán
habiendo diferencias y conflictos, pero se pondrán todos los medios para
propiciar al máximo el respeto y el acuerdo, desde la vida en barriada
hasta las instituciones superiores.
La muerte de otros, real o ficticia, puede ser (es) un entretenimiento
y hasta divertida. Lástima que los muertos no puedan atormentarnos
desde el más allá.
Es esperanzador que precisamente en las situaciones de mayor
destructividad y estupidez como las guerras, se exprese también el
altruismo en caso de legítima defensa contra una fuerza unilateralmente
asesina, pues otras actitudes tomadas por tal participan del juego de
aniquilación entre macro-egos o, cuando menos, la generosidad de unos
es explotada por la mezquindad de otros. Parece más fácil reclutar y
organizar voluntarios para una matanza que para una obra de apoyo y
solidaridad. Gracias a algunas personas siempre se manifiesta la bondad
en medio de la tormenta de malignidad, y eso nos salva como especie.
Es triste que la “camaradería del frente de combate”, aunque se trate
de una banda, sea motivo de nostalgia o elogiada casi como ideal de vida.
Demuestra que existe destructividad, búsqueda de emociones fuertes,
situaciones al límite, para sentirse vivo, pero también, de un modo
parcial, desviado, el deseo de una convivencia en la que no haya
distinción importante en el valor y destino de las personas por razón de
rango, estatus social, el apoyo mutuo y la capacidad de sacrificio por los
demás. Impulsos corrompidos por la orientación al “tener”, merecedores
de un cauce social productivo y de verdad compasivo, no a costa de otros
(enemigo). Quienes aprecian esos valores en una guerra, los supeditan a
lo fundamental, la matanza para mayor gloria del macro-ego de la patria,
etc. Son personas sin interés (oficiales de extracción burguesa o militar,
etc) o sin valor para cuestionar las relaciones sociales habituales donde
imperan la desigualdad, indiferencia, etc, pues siguen viviendo en el
mundo de la jerarquía: no hay mayor jerarquía que la establecida entre
matador y matado. Su adaptación a la vida civil y a una contribución
creativa resulta difícil pues viven en la mística del sacrificio, sufrimiento,
muerte. La colaboración sin establecer jerarquías de dominio, contradice
su necesidad de un Otro como oponente, enemigo, en conflictos
“resueltos” con violencia, donde sólo puede haber vencedor y vencido,
caído y superviviente. Les duele más la pérdida de la “camaradería del
frente” que la matanza a la que tal vez no cuestionen. Su odio no suele
dirigirse a quienes a punto estuvieron de sacrificarlos y los dejan
malparados después de la desmovilización sino a quienes, contrarios a la
guerra, no “reconocen” el valor de su sacrificio y cuestionan su sentido.
Si éstos son trabajadores contrarios a la guerra, no suelen ver en su lucha,
camaradería, solidaridad, sacrificio, un ejemplo, la alternativa a su
“camaradería del frente”, sino sólo la conspiración de los plebeyos
cobardes enemigos de los valores “sagrados” de la patria, etc por lo que
ellos han luchado. Que en la guerra algunos hallen “unidad” y
“fraternidad” no dice nada en favor de ella ni de su grandeza, sino de la
miseria moral, de la vida civil incapaz de apuntar a eso como algo real,
productivo, no como el cebo, la droga para movilizar y engancharse a la
aniquilación. Pero en lugar de reivindicar una vida civil completamente
nueva basada en la fraternidad universal que no recurriese a la guerra,
esos colgados, siervos de la Máquina y sus psicópatas al mando,
pretenden llevar a la vida civil los valores y modos de la guerra,
convirtiéndola a ser posible en otro campo de batalla (cuerpos
paramilitares...). El horno de la guerra han fundido su pequeño “yo”
dando lugar al “yo grandioso” patriótico y belicista del que se alimenta el
espíritu de cada uno; pero en esa fusión, se ha evaporado su humanidad y
verdadera fraternidad. Un disfraz del egoísmo. Por eso la “camaradería
del frente” es, tal cual, el “socialismo para la muerte” de la arrogante
casta militar.
Dar satisfacción a su deseo desviado e hipotecado es un lujo que la
sociedad no debe permitirse: muertos tal vez por millones, destrucción y
despilfarro del esfuerzo humano, destrucción del medio natural,
sufrimientos físicos y emocionales extendidos a la población civil,
huérfanos, etc. No hay “honor”, “gloria”, bandera ni sentimentalismo que
pueda justificar lo que los humanos, a diferencia de todas las demás
especies animales, se hacen los unos a los otros en esas guerras.
La comunidad nacional nos conduce al enfrentamiento, no al
sentimiento de unidad y fraternidad universal. Ésta sólo es posible con
una conciencia de especie, identidad como Humanidad por encima de
cualquier distinción. La Patria es el dios moderno al cual se sacrifican las
vidas nacionales y extranjeras. La “camaradería” del soldado es, como
máximo, la fraternidad tribal frente al otro. Si la pertenencia nacional es
clave de la identidad personal, el llamado interés nacional (incluida la
guerra) se convierte en interés personal, su defensa, la propia y su
hundimiento, el de uno mismo. Y a partir de ahí, en lo que se considera
una lucha por la propia supervivencia identitaria, se puede esperar lo
peor. La más peligrosa de las identificaciones y paranoias. El sentido de
pertenencia nacional sólo es tolerable intelectualmente si está totalmente
subordinado a la identidad de toda la especie humana, como en un
nacionalista el sentido de pertenencia al barrio, a la ciudad o la región lo
está a la nación. La pertenencia comunitaria, cuanto más se corresponda
con unos intereses sectoriales, más tendente a tergiversar la verdad sobre
sí misma (historia) para salvar su buena imagen a fin de legitimar la
actuación en su nombre. Cuanto más peso tenga en la identidad personal,
menos disposición para aceptar las críticas, asumir responsabilidades que
cuestionen su bondad. Por eso, cuanto menos se necesite ese tipo de
pertenencia, tanto mejor para la auténtica identidad humana, el respeto a
la verdad y una actuación atenta al bien común de toda la especie. Las
naciones, los “ámbitos territoriales”, las fronteras, las instituciones
políticas o militares internacionales de las cuales forma parte el Estado,
cambian, surgen o desaparecen (basta echar un vistazo a la Europa central
y oriental durante el siglo XX) y con ellas los sentidos de pertenencia e
identidad; sólo la especie humana permanece idéntica en lo substancial.
Supongo que la conciencia moral correspondiente y deseable en un
soldado profesional será la del “nivel convencional” de Kohlberg (en
nota 12). Para muchos individuos, en particular jóvenes, que se
encuentran en el “nivel preconvencional”, el ejército, en circunstancias
defensivas y poco sanguinarias, puede ayudar a su desarrollo moral,
aunque no sea ni de lejos el mejor medio. Hasta hace pocas décadas, para
los jóvenes de familias trabajadoras, entrar a formar parte del colectivo de
trabajadores, con sus luchas, camaradería, favorecía su desarrollo moral,
integración social, evitando su marginación en pandillas juveniles
antisociales. Dada la nula o escasa formación profesional previa a su
integración en el trabajo, apenas había transición de la niñez al modo de
vida adulto. No existía para ellos una educación prolongada hasta llegar a
la veintena dando pie a un estatus juvenil marcadamente diferente, con la
creación de una específica subcultura y con las contradicciones
ocasionadas al tener en muchos aspectos la capacidad de un adulto pero
no estar plenamente insertados en la vida de los adultos, en particular el
trabajo. Esos jóvenes trabajadores se integraban forzosamente en las
preocupaciones del mundo social, haciéndose copartícipes de la realidad
adulta. Los trabajadores más combativos y los militantes revolucionarios
se reclutaban sobre todo entre los jóvenes. En este sentido, los mineros
son especialmente interesantes para esta reflexión. Sus entonces
penosísimas condiciones de trabajo (galerías, posturas forzadas,
derrumbes, gas venenoso, explosiones de gas) y muchas veces de lucha
(encierros) la facilidad de identificación en un colectivo exclusivamente
masculino, recuerdan -hasta cierto punto, claro- a los soldados en las
trincheras. No es casual ni resultado de instigadores “rojos” el
protagonismo de los mineros asturianos en el intento revolucionario
armado de octubre de 1934 en España ni que los mineros hayan
destacado en todo el mundo por su combatividad y aportación al
movimiento obrero y por él a la conquista de mejoras sociales, mayor
libertad y democracia para las masas trabajadoras, dentro de lo que cabe
(poco) en este sistema social.
Si los jóvenes de familias trabajadoras veían interrumpida la
integración en el mundo adulto por el trabajo debido al alistamiento en
una guerra, su desarrollo moral podía torcerse sobre todo si se
enganchaba a los valores de los ex-combatientes. Sabido es el desastre
que se produce en la mente de los niños y adolescentes que son obligados
hoy en día a alistarse en los ejércitos o bandas irregulares, en particular
en África.
Si hoy la integración en la vida adulta, en los países desarrollados,
es cada vez más tardía debido a la prolongación de los estudios, al ser los
estudiantes personas con mayoría de edad, debe facilitarse su implicación
y responsabilización en la vida social, mediante la participación en tareas
de apoyo, asociacionismo, relaciones con los trabajadores del campo
profesional en el que se integrarán y un modo de financiación que facilite
su autonomía personal con respecto a la familia. Dadas las
contradicciones de nuestra civilización, esta integración en el mundo
adulto irá muchas veces de mano de la lucha social, como en el caso de
los estudiantes franceses que han tomado contacto con el mundo de los
trabajadores en el marco del enfrentamiento contra la legislación del
empleo precario en la primavera 2006 (marzo y abril).
Los cambios producidos en las últimas décadas en el sistema
capitalista con la flexibilidad, movilidad y globalización, con la
consiguiente precarización y reducción del nivel de vida de los
trabajadores, han alterado profundamente el proceso de socialización de
los hijos de la clase obrera y también de otros sectores sociales que se
convierten en asalariados totalmente dependientes del capital. Aquellos
que buscaban en su profesión un elemento de identidad lo tienen ahora
más difícil pues genera inseguridad, ansiedad, una identidad inestable. Se
da una dificultad mayor para establecer un “relato” coherente y
continuado de la propia vida a partir del trabajo, por tanto, para dar una
finalidad a la vida incluso cuando se ha logrado terminar una carrera
universitaria vocacional. Se hace más arriesgado y vulnerable buscar la
validación personal a través de la vida laboral. Es más improbable
construir una comunidad de trabajadores cuando la gente no permanece
en la empresa. Se fomenta individuos con un deficiente desarrollo de la
personalidad, pues a la vez que se alienta el narcisismo, el egocentrismo,
el individualismo, se pone obstáculos al despliegue de los potenciales
personales dando como resultado hijos que no terminan de emanciparse
(hay que echarlos de casa) con ansias consumistas pero sin medios para
satisfacerlas. Se dificulta la unión y el relevo generacional en los
trabajadores, debilitando la cultura de dos siglos de resistencia, luchas,
programas y esperanzas por un mundo más justo y humano,
entorpeciendo por tanto, la alternativa a esta sociedad y la salvación de
nuestra especie. En España existe una amplia franja de edad sobre todo
joven que se ha venido en llamar “los mileuristas” por ganar alrededor de
los mil euros al mes o bastante menos. En este sector se revela la
distancia entre las ilusiones de consumo y estatus social que despierta
esta sociedad, las expectativas hedonistas creadas desde la infancia, el
alto nivel de cualificación profesional (universitarios, familiarizados con
las últimas tecnologías informáticas...) y su realidad social a base de
precariedad laboral, dependencia de los padres... El resultado es un alto
grado de sumisión o impotencia ante la situación, lo que no es exclusiva
responsabilidad suya pues han entrado en el mundo del trabajo cuando el
movimiento obrero vive desde hace unas décadas un gran retroceso en su
composición -reestructuraciones con miles de despedidos, cambios en la
organización del trabajo que lo han debilitado- y confusión ideologico
política. (“Mileuristas. Retrato de la generación de los mil euros” de
Espido Freire. Ariel 2006).
A los múltiples males tradicionales del capitalismo, a su incapacidad
para integrar el trabajo en la vida como una actividad fundamental
controlada por los productores directos y dirigida -en su grandes líneasdemocráticamente por la población, asociada a la participación política
regular y masiva (no sólo el voto cada equis años), se le añaden ahora
estos factores desintegradores del sentido de esa actividad, agravando el
trabajo como maldición. Cuando nos fijamos en algunas tribus “salvajes”
sin clases ni estado y vemos lo integrado que está en su vida el modo de
ganársela, podemos comprender más fácilmente lo perverso, antinatural y
antihumano de este sistema que convierte aquello a lo que dedicamos la
mayor y mejor parte del tiempo de nuestra vida en vigilia, en un
problema, una incertidumbre, algo carente de un sentido claro, fuera de
nuestro control, generador de tensiones y conflictos interpersonales,
sociales y bélicos, cuando debido a nuestro gigantesco saber científico y
técnico debiera ser todo lo contrario. Esos “salvajes” podrían decirnos
aquello de “esos romanos están locos”. Los economistas, sociólogos y
políticos apologistas de este sistema se empeñan en vestir a la mona,
peor, hacernos creer que el rey no está desnudo. Si nos negamos a admitir
la muerte de soldados y civiles (ya la mayoría de las víctimas) en las
guerras como algo natural e inevitable y mandamos a ... (lo políticamente
correcto me deja sin la expresión más contundente) a sus apologistas, lo
mismo debiéramos hacer con el sistema social que es su caldo de cultivo.
Con el trabajo nos desorientan, aturden, encadenan y con la guerra nos
llevan al matadero. La vida humana reducida a la del caballo que primero
tiraba del coche del señor y luego del cañón para terminar despanzurrado.
Aunque no sean fenómenos equivalentes me pregunto ¿cómo es que la
construcción a finales del XIX de la Torre Eiffel de París no costó, en
accidente de trabajo, ni una sola vida y hoy los accidentes mortales
parecen una fatalidad inevitable en determinados sectores como la
construcción?. A quien desee profundizar le remito a “El informe Petras”
sobre dos generaciones de trabajadores españoles, publicado en el verano
de 1996, nº 3, especial, de la revista Ajoblanco, disponible como libro en
la editorial Hiru, colección Sediciones nº 13; “La corrosión del carácter.
Las consecuencias personales del trabajo en el capitalismo” de Richard
Sennett, Anagrama; “Una extraña dictadura” de Viviane Forrester,
Anagrama; “La economía como ideología. Mitos, fantasías y creencias de
la “ciencia” económica” de José María Cabo, editoral Hiru, 2004.
Afortunadamente la lucha de los estudiantes y jóvenes franceses en
la primavera de 2006 (marzo y abril) contra las leyes de precarización de
empleo, con la participación de los adultos huelguistas, son un rayo de
esperanza pues han contribuido a la unidad de la nueva generación con la
de sus mayores al comprender que comparten la misma suerte e intereses
en el capitalismo pues los estudiantes de hoy son, como ahora sus padres,
los
trabajadores
explotados
y
ciudadanos
oprimidos
(“democráticamente”) de mañana (información y análisis interesante,
comparando con Mayo 68, en “Tesis sobre el movimiento de los
estudiantes de la primavera de 2006” en el nº 125, 2º trimestre 2006, de la
“Revista Internacional” de la organización política CCI, en internet
www.internationalism.org).
El paso de los regímenes de Europa del Este y China al capitalismo
privado (en China bajo el control del PCCh) ha provocado un cambio en
la psicología de sus habitantes. Si antes predominaba el individuo
sometido con personalidad colectivista (ver nota 12, Wrigth), con la
privatización de la existencia, aumentan los rasgos de la personalidad
conformista. La privatización de la propiedad conduce rápidamente a un
individuo con vida privatizada dejando, aunque de otro modo, el control
de su vida social y política a una minoría de empresarios y políticos
profesionales. Las identificaciones del ego basculan de la “pertenencia a”
a “lo que le pertenece”, de la identidad de clase y estatal, a la identidad
de la posición social en la carrera individual por el estatus y según el
patrimonio conseguido. La decepción por la “pertenencia a” y el retiro de
hecho de la vida pública por la ausencia de una auténtica vida social y
política participativa, democrática, debido a la férula del capitalismo de
estado burocrático, ya había preparado el terreno para el paso a la
privatización de la existencia con el capitalismo privado. No asistimos como dicen los apologistas del capitalismo neoliberal- a la recuperación
de la verdadera naturaleza humana violada por el colectivismo totalitario,
sino a la continuidad en el ego, pasando a otro tipo de identificación y
pertenencia, sometidos ahora a la oligarquía liberal y su degradada
democracia de individuos aislados, dando continuidad a la privatización
efectiva durante esos regímenes. De las ilusiones fanáticas o fingidas
adhesiones al régimen, se ha pasado a una versión cutre del “sueño
americano” y al cinismo de “cada uno a lo suyo” (ya existente) sin
ningún pudor, como si no hubiese comunidad política humana ni bien
común. Y, no se puede calificar como el mejor de los casos, cuando
todavía hay “pertenencia a” es porque el colectivismo burocrático
(también nacionalista) se sustituye por nacionalismos rancios y
fundamentalismos religiosos a cual más irracional y asesino. Es más, los
individuos en una sociedad en desintegración, si no se encuentran desde
siempre en la marginalidad social, sino que ven degradada su situación y
desvanecidas las posibilidades de mejora, tienden a agarrarse al mito de
la unión nacional, tanto más desesperadamente cuanto más abandonados
a su suerte y aislados se sienten, menos respetada su autonomía como
creadores de la vida social, menos participación real en la dirección de la
sociedad, más sometidos a las leyes del Estado o supuestas leyes
“naturales” de la economía; si no pueden construir sociedad cuestionando
la tradición y lo existente, la abstracción de la nación y su poder les sirve
de asidero y proyecto, ilusión de comunidad; la ilusión nacionalista
permite además desviar la agresión provocada por la ansiedad y
frustraciones, al exterior (otra nación) o al “enemigo” interno de esa
unidad (alguna minoría étnica). Y si todo va mal, al menos tendremos el
fútbol. ¿Qué habría sido de la dictadura militar argentina de los 70 si el
mundial de fútbol -a su favor- y el desastre de la guerra de las Malvinas en su contra- no hubiesen sucedido, al menos uno de ellos, o con otro
resultado?. El individuo sigue sin conocer su autonomía e integración en
la comunidad humana mundial, empezando por el trabajo y respetando
todo su potencial humano. Sólo conoce la identidad de peón del tablero o
tornillo de la Máquina y su visión de la realidad es con anteojeras y gafas
inadecuadas. En China, donde se ha implantado una especie de híbrido
(control del Partido, capitalismo privado) el PCCH es muy consciente de
la degradación ideológica y moral que tanto está contribuyendo a crear y
se esfuerza en malabarismos pretendiendo mantener en juego todos los
elementos heterogéneos e incompatibles, como mezclar agua y aceite,
elaborando en sus laboratorios ideológicos y de propaganda, códigos
morales, “fórmulas magistrales”, cruces de confucionismo, marxismo,
nacionalismo y liberalismo capitalista, mulas para ir tirando del carro,
pero incapaces de reproducirse en el tiempo como una coherente
concepción del mundo y la vida. El Partido, de jefe de los burócratas
explotadores chinos, ha pasado también a convertirse en el principal
capataz del capitalismo extranjero que ha encontrado en China no tanto
un mercado gigantesco como una gigantesca fuente de mano de obra
barata, sin derechos y especialmente sumisa cuando se trata de mujeres
jóvenes provenientes del campo, obligándoles a trabajar por sueldos
irrisorios en jornadas interminables que le roban tiempo al sueño cuando
no trabajan las veinticuatro horas seguidas. La burguesía burocrática
china, tan renovadora y adicta al Progreso, ha inventado otra de sus
fórmulas mágicas. No puede innovar en tecnología pero sí en su
especialidad, las relaciones sociales. Resultado, ha mandado al “basurero
de la historia” el “socialismo” del siglo XX y aporta a las fábricas del
XXI su versión de las relaciones laborales ¡propias del XIX!. Es así como
el PCCh da su “toque de izquierda”, pasando de derecha a izquierda el
“I”. ¡Bravo!. A los contratistas occidentales no les importa que se
modifique el orden de los factores mientras no se altere el producto...
manufacturado. Y hace doble negocio: con las mercancías chinas y
presionando a la baja los sueldos de los trabajadores occidentales. La
civilización occidental envejecida, chocheando, importa el “progreso”
con el retroceso a los añorados modos de su juventud en el siglo XIX
cuando tenía a los trabajadores a sus pies. Los jóvenes campesinos chinos
han conocido la gran modernización de la feroz disciplina de fábrica
aprendiendo, como dice un empresario chino, la “ética del trabajo”
capitalista (fichar, máxima puntualidad, multas por nada, despido porque
sí, trabajar hasta dormirse en el puesto...) y la violación de las normas
internacionales del trabajo, cometiendo toda clase de atropellos -la
capacidad del capital para dejarnos con la boca abierta sigue sin tener
límites-, todo por “ser competitivos” sometiéndose a los dictados del
capital extranjero que les compensa los servicios. Y aun así, se quejan de
que no son lo suficientemente disciplinados y exigen demasiado. Han
debido pensar que son los autómatas de Toyota. La burguesía que hace
negocios con China ya no hace ascos al totalitarismo pues a la hora del
beneficio comparte con sus capataces que lo relevante no es el color del
gato sino que cace ratones y tampoco importa mucho cómo lo consiga. La
amenaza para los trabajadores del resto del mundo no proviene de los
trabajadores chinos sino de su burguesía y de la propia que impone allí
ese régimen mientras desmantela aquí las industrias o deja de invertir. Y
la solución no es la vuelta al proteccionismo nacional aliándose con
sectores de la propia burguesía, sino la alianza internacional de los
trabajadores por otra civilización mundial libre de las “reglas del juego”
capitalistas. Como tal vez les cueste creerme les cuento al final un detalle
contado por las propias trabajadoras en el documental que a continuación
menciono (rodado a pesar de las autoridades chinas): como se duermen
en el puesto, con unas pinzas de las de tender la ropa, se pinzan los
párpados para tener los ojos abiertos y seguir produciendo cuando lo
exija la urgencia de un pedido de prendas textiles. Os lo juro.
(Detalles interesantes, en el artículo de Julio Arias “Anomia moral
china” en la revista “FP. Foreign Policy. Edición española” nº 15 juniojulio 2006. El documental visionado en numerosos festivales “China
Blue”, 2005, dir Micha Peled, 88 minutos, (emitido en Documanía,
diciembre 2006 con el título “Fabricado en China”, también en “Mundo
Hoy” de ETB2 el 18-II-2007 con el título “Vaqueros y esclavitud”
reducido a 55 minutos respetando lo fundamental); por respeto al lector
no suelto el taco que me sale del fondo del alma cuando oigo al
empresario chino (ex-jefe de policía de la ciudad, además) expresar su
opinión sobre los trabajadores ¡qué egoístas son, no les basta con trabajar
sin apenas descanso, también quieren cobrar aunque sea una miseria, se
aprovechan de él, robarían por dinero!, me extraña que no reclame el
derecho de pernada; si las trabajadoras lo retuviesen en la empresa para
cobrar el sueldo, le atasen, condujesen a una sesión de crítica ante toda la
plantilla, obligasen a arrodillarse, colocasen sobre su cabeza un
cucurucho de papel diciendo lo que es, etc, y la prensa extranjera pudiese
fotografiarlo, sin duda sería presentado como una abominable violación
de los derechos humanos, de la libre empresa y el libre comercio
internacional, sobre todo cuando no es de los peores pues celebra el
sorteo de un televisor entre las trabajadoras con motivo del año nuevo;
con esto no estoy aprobando la llamada “Revolución Cultural” sino
destacando la diferencia entre la injusticia real, la violencia disfrazada y
la espectacularidad de los actos de protesta, como cuando vemos a unos
trabajadores prendiendo fuego a algo, pero no por todo lo que están
pasando hasta llegar a eso; la existencia de este estupendo documental y
que no se emita en todas las cadenas de televisión y en horas de buena
audiencia, demuestra que no se quiere difundir esa “verdad incómoda”
pues fomenta la solidaridad mundial entre los trabajadores/as y la crítica
al capitalismo global, pero llenarán horas y horas con programas de
interés aunque mucho menos incisivos, pero sobre todo, de evasión,
triviales emisiones desde exteriores en directo, propaganda encubierta o
descarada de valores burgueses y degenerados, telebasura; esos son los
resultados de la libertad burguesa en las comunicaciones, más cadenas de
tv, más recursos tecnológicos y financieros para ahogar en la
superabundancia de naderías las buenas y económicas ofertas e
idiotizarnos mejor).
Esta gran experiencia histórica en la modificación del tipo humano,
nos muestra que, como en la escala del orgullo (soberbia/ servilismo), nos
mantenemos en cuanto a la identidad, en la escala de la pertenencia.
Podemos ir de un extremo o tipo al otro, pero seguimos en los mismos
juegos del ego. Sin liberarnos de esa ilusión a escala personal y social,
sólo daremos bandazos, pasando de una versión a otra del sufrimiento y
el desperdicio de nuestra vida. El mal sabe disfrazarse de placer. Incluso
en los campos de concentración y exterminio nazis sabían amenizar con
música la marcha al trabajo forzado o a la cámara de gas. La crítica del
ego crea las condiciones para no ser atrapados por tipos de sociedad que
se apoyan en su necesidad de identificación y pertenencia, sea la
“pertenencia a” o “lo que le pertenece”; por eso la comprensión de cual
es nuestra identidad y la liberación de la ilusión del ego son liberadoras,
revolucionarias.
El capitalismo occidental ha visto favorecida su imagen mientras
existían los regímenes del Este. Con su implosión y hundimiento de la
gerontocracia estalinista, tras el triunfalismo inicial, la civilización
capitalista muestra su verdadero rostro de madame agotada, apenas
disimulado por un maquillaje que pretende imitar el cutis juvenil de las
mujeres símbolo de las Repúblicas ascendentes, una vitalidad que no es
más que glotonería, una creatividad a base de repetir con nuevas puestas
en escena e “ilusión” las viejas prácticas y nuevas perversiones,
explotando todo lo que puede a sus pupilas, exigiéndolas servicios cada
vez más arriesgados para su seguridad y salud.
Las condiciones sociales propias del capitalismo y de toda sociedad
de clases con explotación, opresión, violencia, ponen obstáculos, a la
expansión natural hacia la comunión con el prójimo propia de una
persona internamente validada incondicionalmente y con un sentimiento
de integración en la vida. Cuando las condiciones sociales condenan al
individuo al aislamiento, sometimiento, marginación, discriminación,
desprecio social, indiferencia, falta de perspectivas para su vida social e
incluso supervivencia, los problemas de validación, extrañeza de la
existencia, de la comunidad humana y la necesidad de dar un sentido a la
vida y la dificultar para lograrlo, no pueden sino agudizarse. La opción de
la “pertenencia a” y la estrategia del “tener” se complican y pueden
adoptar vías desesperadas o perversas incluso según los patrones
socialmente admitidos. Cuando el mundo en el que se desenvuelve la
persona es una sociedad hostil a la convivencia en armonía y se siente
devaluada o valorada por lo que tiene y puede intercambiar en el
mercado, difícilmente se podrá vivir en comunión con la existencia y el
prójimo pues ni siquiera podría sentir la integración en la Naturaleza si
pasa sus días en barriadas marginales con feos paisajes de cemento o
condiciones urbanas también deshumanizadas por mercantilizadas,
cosificadas, aunque de mayor estatus social y nivel estético.
En ausencia de una meta colectiva que logre la unanimidad como la
“unión sagrada” para la guerra, se pierde hasta algo tan básico como la
finalidad del esfuerzo diario en el trabajo, una tarea social hoy
evidentemente planetaria. ¿Sobrevivir cada uno? ¿el triunfo de la
“propia” compañía mercantil en el competitivo mercado mundial? ¿para
qué todo esto? ¿entregados, como adictos al juego, a la compulsión de las
reglas económicas?. Por no hablar del desinterés en la política. Nada más
alejado del ideal de la “polis”, del ciudadano, del poder desde la
Asamblea popular. Claro, esto es así en interés de la clase dominante que
rige con manos libres los recursos económicos y la administración de la
sociedad bajo fórmulas democráticas más aparentes que efectivas.
En un medio social con pocas oportunidades, si una persona -por sus
relaciones afectivas desde la infancia- vive en la aceptación incondicional
de sí, será menos vulnerable a las trampas de la validación. Podrá ver con
más perspectiva esas condiciones sociales, comprendiéndolas y evitando
que la condicionen tanto como ocurriría si necesitase de la estrategia al
“tener” y el sentimiento de “pertenencia a”. En este caso, desde el ego,
viviría en una constante frustración, salvo que se saltase las “reglas del
juego” desventajosas para él, por ejemplo, recurriendo a la pandilla de
delincuentes, conseguir dinero fácil con el tráfico de drogas, etc o se
convirtiese en consumidor compulsivo de ellas como modo de evadirse
de sí mismo y de la realidad del mundo. Las elecciones que haga
dependerán mucho de su desarrollo ético, pero la sociedad no estará
contribuyendo con su ejemplo y trato a que sea precisamente el más
elevado. Resulta asombroso como la sociedad de los acomodados sobre
todo, es capaz de vivir como si ni viera ni oyera aunque antes sus ojos y
al lado vivan desde hace décadas millones de personas en condiciones de
miseria, con una enorme degradación de los códigos morales, sumidos en
la violencia de la delincuencia para sobrevivir, sin infancia y con una
esperanza de vida reducidísima; su reacción es la represión asesina sin
respetar la justicia ni los derechos humanos y la histeria; el caso de
Brasil, sus enormes barriadas de favelas controladas por la delincuencia y
el narcotráfico de adolescentes y jóvenes armados y sumamente violentos
ha sido recogido en un documental que ha levantado ampollas (detalles
en “Brasil ante el espejo”, de Iñigo García, artículo de la revista “FP.
Foreign Policy. Edición española” nº 15 junio-julio 2006, “Bandas
globales” de Andrew Papachristos en el nº 8 de abril-mayo de 2005).
Si bien es cierto que en la adolescencia se producen grandes
cambios en el cuerpo y también en el funcionamiento del cerebro y en la
relación con los padres y la sociedad adulta, las raíces últimas del
comportamiento pandillero no son la expresión, en un proceso de
maduración del individuo que repetiría a grandes rasgos la evolución de
la Humanidad (similar a la ontogenia y filogenia en la gestación), de una
fase más primitiva de la sociedad, la del grupo de cazadores y guerreros,
aunque en algunos aspectos se parezca, sino la expresión del “yo” y sus
mecanismos de pertenencia a una edad pero sobre todo en unas
condiciones sociales dadas, lo que puede dar lugar desde el gangsterismo
juvenil al voluntariado más altruista y pacífico. La tetosterona crea
empuje, energía, no necesariamente en forma violenta, aunque la
violencia pueda ser su manifestación a falta de la debida dirección
psicológica y encauzamiento social.
Este tipo de adolescencia y juventud es básicamente el resultado de
una civilización en crisis, que se degrada, en la cual se dan casos como el
escándalo (2002) de la corporación Enron (gas y electricidad), en los
EEUU. Enron fue una de las empresas más importantes, prestigiosas y
mejor cotizadas en bolsa, con grandes apoyos en las más altas instancias
políticas (los Bush), asesora de la Casa Blanca en asuntos de energía.
Pero demostró ser una banda de estafadores y ladrones al por mayor,
jóvenes directivos y “operadores” codiciosos y sin ética en los negocios,
con mentalidad de piratas. Enron tenía una estructura jerárquica
darwinista promoviendo a los más egocéntricos, inmorales e incluso
psicópatas integrados, con una competencia feroz que primaba al más
carente de escrúpulos en la relación con los compañeros, eliminando a los
trabajadores que no se dejaban sobreexplotar o no aceptaban esas reglas
del juego. Enron extorsionó -a base de prolongados apagones
provocados- la economía del estado de California y de los particulares
imponiendo enormes aumentos del precio de la electricidad imposibles de
asumir por la gente más pobre, como madres solteras, jubilados y
perjudicando también a otras empresas. La contabilidad de Enron era un
gigantesco engaño de la “contabilidad creativa” (falseada) con la
complicidad entre otros de las empresas más respetadas del control
contable (auditoras como Arthur Andersen) y “analistas” económicos “de
confianza” que simplemente decían “sí” a las mentiras de Enron, sin más
examen. Enron enriquece durante un tiempo a sus accionistas y sobre
todo directivos y provoca la ruina sobre todo a miles de trabajadores
(20.000 despedidos) y pensionistas (2.000 millones de dólares perdidos
en fondos de pensiones en acciones de Enron). La “cultura de empresa”
de Enron, adoraba los valores masculinos guerreros, por no decir
pandilleros. Los directivos y personal destacado debían participar en
juegos deportivos de riesgo, para que ganase el más “valiente” y fuerte
aun a costa de serias lesiones. De ahí el desprecio que sentían para la
suerte de los más desamparados socialmente ante sus maniobras
gangsteriles de extorsión económica (apagones de electricidad para
provocar subidas enormes en los precios, burlar la legislación -lagunas
legales, etc- que les impedía sacar todos los beneficios deseados, trucos
para eludir impuestos, obligar a la gente que no podía pagar precios
imposibles a hacerlo si no querían que les cortasen la luz). Y por
supuesto, eran los máximos defensores y apologistas de la “libertad de
mercado”, “liberalización” “privatización”, con un discurso de moralidad
hipócrita (confianza, honradez, responsabilidad social, ecológica...), con
implicaciones en la violación de derechos humanos, en concreto, en
India, apoyando la represión policial y de matones privados contra los
oponentes a la instalación de una central por razones medioambientales y
de costos para la población. La relación de Enron con los gobiernos de
EEUU ha sido estrechísima. Enron hacía importantísimas contribuciones
económicas financiando, por las campañas electores y otros medios, a los
partidos republicano y demócrata. La escasez artificial creada por los
apagones en California sirvió de excusa al gobierno de George W. Bush
para tomar medidas a favor de la explotación del Ártico y los recortes en
la legislación de protección medioambiental, además de favorecer todo lo
que podía a Enron. Los negocios de Enron con la central eléctrica en la
India demostraron que todo su discurso sobre la “liberación de mercados”
no respondía a ningún principio económico serio, pues manipularon todo
lo que pudieron el mercado y de hecho renunciaron a él (apoyo del
gobierno, subvenciones...) cuando convenía a los intereses, no de los
consumidores, ni de “la economía”, sino de los beneficios de la empresa.
Fomentaron la corrupción en la India y se sirvieron de la presión directa
de los gobiernos de los EEUU para imponer condiciones abusivas y
tramposas, incluso contra los criterios del Banco Mundial que no destaca
precisamente por su sensibilidad social. Además de su responsabilidad en
la represión de las protestas. ¡Qué coincidencia!, el embajador de EEUU
en India, encargado de presionar personalmente a las autoridades indias,
pasó a integrar el consejo de administración de Enron. Y más casos de
“tráfico de influencias”. Enron, con otras empresas, estuvo en el origen
de maniobras especulativas de aumento del precio del petróleo en el
2000, aunque culparon a los países de la OPEP. Cuando George W. Bush
(el actual presidente) era gobernador de Texas, permitió a Enron violar
las leyes antipolución. Enron “asesoró” para que EEUU rechazase los
acuerdos de Kioto.
Enron no ha sido una excepción o aberración, sino una expresión de
los valores y modos capitalistas sólo que llevados al extremo, al punto de
acabar “pasándose de rosca” y resultar inaceptables para el conjunto del
sistema, por perjudicial. Pero no son “los malos” ni la “oveja negra” de la
familia capitalista. Esta corrupta empresa es hija de su madre, una
civilización capitalista que ya no puede ofrecer a la Humanidad un futuro
esperanzador, sino una creciente degradación material y moral. Por eso
gozó durante tanto tiempo del aplauso unánime y entusiasta de la
comunidad capitalista, los políticos e instancias del estado, aunque ya era
lo que luego se destapó a iniciativa, no de las instituciones y autoridades
que supuestamente debían controlar y castigar, sino, como es habitual, de
personas individuales, éticas y muy valientes a pesar de ser objeto de
ataques y persecución por parte de Enron y sus cómplices. Las
instituciones de control no hicieron nada, amparándose en las normas que
su gobierno había aprobado en la Organización Mundial de Comercio
(OMC) dando esas facilidades a las empresas en nombre de la “libertad
de mercado”. Enron era, a escala, una demostración de cómo funciona el
capitalismo: un mercado libre irreal, el beneficio empresarial por encima
de todo, el Estado a su servicio, responsabilidad en la represión,
promoción de personalidades psicopáticas y antisociales, hipocresía,
cinismo, mentiras... Su hundimiento equivale a poco más que la
eliminación de un matón problemático para una banda de gángsters que
en conjunto se rige por el mismo código inmoral. Como Enron entró en
crisis y cayó, así se encuentra en crisis esta civilización y podremos
derribarla como a un árbol viejo para dejar espacio a una nueva especie si
nos empeñamos en ello; pero si no controlamos su decadencia puede caer
sobre nosotros y aplastarnos.
Dada la naturaleza de Enron habrá, de una forma u otra, con todas
las variantes que se quieran, más “enrons”, se destapen o no. Y en
España, sólo por citar lo más reciente y destacado por los medios de
masas, tenemos el caso de Marbella, con todas sus probables
complicidades, o cuando menos falta de celo, políticas, judiciales, etc.
Una sociedad así no puede extrañarse ni impedir el pandillismo de los
jóvenes marginados. Pero la criminalización de sectores de la juventud
contrasta con la tolerancia y complicidad con los “peces gordos”, los
ladrones corporativos con guaridas en rascacielos acristalados y zonas
residenciales de lujo, financiadores de los políticos, protegidos por la ley
y compañías privadas de seguridad, con equipos de “relaciones públicas”
y “grupos de presión” (lobby) ante las instituciones “de todos”.
(La información sobre Enron: -de memoria, del documental de 105
minutos “Enron, los tipos que estafaron a América”, -“La corporación. La
búsqueda patológica de lucro y poder” Joel Bakan, ediciones Robinbook,
Volter, - capítulo 10 de “Los felices 90. La semilla de la destrucción” de
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, Taurus 2003,
reproducido en el nº 136, octubre 2003 de la revista “Claves de Razón
Práctica” con el título “El caso Enron”.
Relacionado con el tema “El capitalismo depredador. Los
escándalos corporativos del siglo XXI” Luis Pablo Slavin, editorial
Biblos; “Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del
imperialismo americano” John Perkins, ediciones Urano, Tendencias. “La
doble moral de las organizaciones. Los sistemas perversos y la
corrupción institucional” Jorge R. Etkin, editorial McGrax-Hill; “El
nuevo imperialismo” David Harvey, Akal. Reservas sobre el libro
“Confesiones...” en el capítulo 7 de “Censura. Las 25 noticias más
censuradas” de Peter Phillips y Projet Censored, Nuovi Mondi Media,
2006).
Relacionada con la pertenencia y la integración en el mundo, está la
cuestión del aislamiento social no deseado, involuntario, como los niños
y adolescentes que sufren del acoso escolar (bullyng). Es un problema
importante. Sus consecuencias son: del lado de la víctima, el sufrimiento
intenso y, en algunos casos, el suicidio; del otro lado, es un campo de
formación
y
entrenamiento
para
personalidades
opresoras,
manipuladoras, maquiavélicas, incluso en algunos casos -hay que decirlopsicópatas, criminales. Socialmente, un modo de aprendizaje de dinámica
de masas gregaria y con “chivo expiatorio”, de víctima aislada con
espectadores indiferentes o que sólo piensan en evitar convertirse a su
vez en víctimas por solidaridad. Debe tomarse muy en serio y atajarse
esas pautas desde la infancia. Hay métodos de intervención que salvan a
la víctima, no crean más tensiones, logran la modificación del
comportamiento de los victimarios, incluso el desarrollo de su capacidad
empática, y a la vez evitan la culpabilización y el castigo. Efectivos y
emocional y socialmente económicos. Estupendo. (Keith Sullivan y otros
“Bullyng en la enseñanza secundaria. El acoso escolar, cómo se presenta
y cómo afrontarlo”, Ediciones Ceac, 2005). Pero creo que cuando se
identifica a un acosador, debe ser llevado ante el director del centro que
le advertirá con toda su autoridad de la posibilidad de tomar graves
medidas contra él (incluida la expulsión) si no cesa de inmediato en su
comportamiento; como no son tontos se cuidarán de causar más daño y
estarán más predispuestos al cambio interior que -con ayuda- se les exija.
Habremos dado prioridad a los derechos de quien más lo merece, la
víctima, pues no debe soportar ni un día más de acoso sólo porque no se
sienta incomodado el acosador. Y cuando esto no es suficiente deben
tomarse medidas más duras. Puede que yo tenga una “vena” punitiva pero
para mí están ante todo los derechos de las víctimas y el bien general y no
la comodidad de los victimarios, por eso se me ocurre un castigo con
ciertas ventajas: reclusión del victimario en un austero cuarto de
aislamiento (no en una cárcel o similar) durante unos días, con un
cuaderno y lápiz para apuntar sus reflexiones o lo que quiera. Se le
estaría dando un mensaje claro: si pretendes aislar socialmente a alguien,
serás tú quien resulte aislado totalmente de la sociedad. Ese castigo no
dará lugar a que, perversamente, alimente su autoestima en un centro
donde se codea con otros como él y peores ante quienes alardear de
“malo” y aprender o correr el riesgo de caer víctima de otros; la soledad
le permitirá no evadirse de su situación y reflexionar. Es básicamente el
mismo principio, sólo que aplicado a faltas mayores, que el expuesto más
adelante en el tratamiento con niños pequeños (documental BBC
“Angelitos”). Si alguien debe salir del centro que sea el acosador, jamás
la víctima ¡menuda victoria se le regala! ¡qué modo de alentar la
reincidencia!. Y antes de que un niño sufra depresión o corra el riesgo de
suicidarse y sus padres queden marcados para siempre, la comunidad
trastornada y los acosadores hipotecado el resto de su vida, mano dura
con sus verdugos, pues se la han ganado a pulso. La responsabilidad debe
hacerse también extensiva a los padres, con toda contundencia, si se
valora que están educando mal al victimario o alentando, justificando o
quitando importancia a ese comportamiento. No se puede admitir que por
un lado la sociedad le diga que está mal y por parte de su familia, que
está bien o se ha cometido con él una injusticia, pues eso minaría el
efecto educativo de la represión. Al menos el chaval debe saber que la
autoridad social ha reprendido o sancionado a sus padres, por lo que su
criterio ha quedado socialmente descalificado. Que desde esa edad se
aprenda la lección de que la depredación no sale impune, paga todos los
costes y es un negocio ruinoso. Me temo que se ha pasado del extremo en
que el profesor te podía dar reglazos en la yema de los dedos y lanzarte el
borrador de la pizarra, al de que brille por su ausencia la disciplina e
incluso el respeto como ser humano al profesor. Eso no tiene nada que
ver con el progreso ni la democracia, sino con el peor reaccionarismo:
alentar la depredación social, los valores más crueles de esta civilización.
La bondad y la compasión bien entendidas empiezan por combatir todo
eso impidiendo se produzcan víctimas, no por tolerar que las haya y ser
“comprensivos” con los victimarios; eso no es amor, sino debilidad y
contemporizar con el mal. Muchos problemas son más fáciles de resolver
de lo que parece, basta claridad, decisión, rapidez, firmeza y que no
tiemble la mano desde el primer incidente. Es cuando nos mostramos
blandos y se dejan pasar, cuando se cronifican y se hacen más difíciles de
solucionar.
No seamos ingenuos con los agresores del “bullyng”, algunos
capaces de grabar con el móvil sus “cacerías” para terminar de humillar a
la víctima con su difusión, fomentando la crueldad ambiente. Sobre todo
si son adolescentes ya ven el mundo dividido en dominadores y
dominados y quieren ser de los primeros, recurriendo a la agresión, por lo
que se termina con victimarios y víctimas. Su capacidad para empatizar
suele ser baja y más aun la de autocrítica. Como su yo es lo primero y la
agresión su recurso, define la justicia en términos de venganza. Su
personalidad es autoritaria. Con todo esto, resulta lógico que se sienta
atraído por los prejuicios e ideologías legitimadoras de la agresión sobre
los demás, sobre todo los que son fáciles de excluir de un “nosotros”
cómodo para ampararse: otras razas, étnias, el otro sexo. En el agresor
tenemos así una de las versiones del ego más antisociales y en algunos
casos una alarmante proximidad con la psicopatía. Aunque cada agresor
debe ser estudiado en concreto para no colgarle una etiqueta, hay que huir
de cliché de que “son niños” o “cosas de la turbulenta adolescencia”.
Tenemos también el contexto familiar, si al agresor no se le han
establecido límites o también se le ha venido agrediendo o se pasa de un
extremo al otro.
Pero la responsabilidad principal está en una sociedad que cada día
trivializa la violencia, capaz de hacer dinero hasta con videojuegos muy
violentos con escenas de guerra hiperrealistas, que pretende así
insensibilizar a niños y adolescentes para que asuman las guerras como
algo natural e incluso una excitante aventura, no se opongan a las
agresiones de los amos del mundo y se alisten con entusiasmo. Que los
efectos destructivos no puedan observarse de inmediato en toda su
dimensión no quiere decir que no se esté sembrando algo que llegado el
momento -como el contexto del calentamiento global- se pueda cosechar
con unos resultados demoledores, desde la indiferencia a los genocidios
hasta la participación en ellos. Los jóvenes soldados norteamericanos, al
menos en los comienzos de la guerra contra Irak, cuando les iba bien,
disparaban contra lo que se moviese (supuestos enemigos) excitados por
la música marchosa que oían a través del sistema de comunicación bajo
su casco, como si estuviesen en un video juego. Cuando empiezan a
conocer lo que de verdad es eso, algunos reflexionan. Otros sólo lo hacen
cuando viven en sus carnes lo que causan, están a punto de perder la vida,
sufren grandes mutilaciones (tal vez en las cuatro extremidades) o quedan
horriblemente desfigurados por quemaduras y heridas que ni siquiera la
cirugía estética puede reparar del todo. Estos soldados profesionales de
origen social pobre son la carne de cañón que enriquece a otros que se
guardan mucho de que sus hijos vayan a la guerra y esconden su
naturaleza despiadada con un discurso ultracristiano. (documental
“Farenheit 9/11” 2003, dir Michael Moore). ¿Conspiración?. Cuando
algo es tan evidente, denunciado y no se le pone remedio (al contrario de
la celeridad y eficacia con que reaccionan a otros asuntos más
complicados), no cabe pensar más en inconsciencia o “ley del mercado” y
sólo queda una respuesta, SI, aunque entendida en un sentido de clase, no
como la trama de un grupo secreto. Son dinamiteros de la convivencia,
corruptores de la juventud, peor que los pederastas y su domicilio debiera
ser la cárcel en lugar de reírse del mundo desde sus despachos y fortunas.
Pero los valores están patas arriba, se denuncia a una cantante por
enseñar una teta, pero no a esos capitalistas por acostumbrar a los jóvenes
a la idea de acribillar a sus semejantes y así nos va. ¿Pagarán algún día
estos criminales?. Propongo expropiarles toda su fortuna, meterles en una
celda por una temporada para borrarles su sonrisa engreída y luego
destinarles por unos años a la desactivación de los miles de minas
antipersonal sembradas en los campos del mundo, por un pequeño
sueldo; que sean ellos quienes corran el riesgo y no como siempre los
pobres sin otros medios para subsistir. Sus sueños de estatus se harían
realidad al poder codearse allí con otros miembros de la alta sociedad, los
capitalistas dedicados a la industria de armamento, empezando por los
mismos que fabrican esas minas. Luego pasarían a trabajar en talleres
para la fabricación de prótesis para víctimas de las armas. Con su fortuna
se ayudaría a las víctimas y la población de las zonas depauperadas por
las guerras. Este programa reúne todas las condiciones para su
reeducación mediante el trabajo comunitario, ponerse en el lugar de la
víctima, comprender las consecuencias de sus crímenes, empatizar, etc y
reinserción social haciendo algo por el bien común. En cuanto a la
reparación, no podrían pagar toda la deuda ni con su vida. ¿O es que
debemos destinarles a un lugar agradable con la obligación de asistir a
alguna charla mientras otros cargan con las consecuencias más
desagradables de sus actos?. Y todo ¿por qué?, ¿porque son “señores”,
trajeados, ricos, probablemente blancos, a diferencia de la “chusma” de
los pobres desgraciados de siempre, probablemente negros o asiáticos?.
¿Es esto crueldad? ¿qué entendemos por justicia y compasión?. Pues
todavía podríamos implicarlos en todas esas muertes (inductores, etc) y
condenarlos hasta la cadena perpetua. ¿O es que las muertes siguen sin
importar y continuamos con “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”?. Los
muertos y mutilados de las guerras no son como los actores de reparto
que repiten en la próxima película perfectamente intactos. ¿Queremos un
cambio real de civilización o seguir con la misma basura humana de
siempre, el cuento en el que los buenos van a parar a la fosa y los malos
comen perdices?. Sólo se puede ser generoso si otros no pagan los costes.
Tenemos otro caso, el de quienes se creen tan por encima de los
demás y tan indiferentes a los derechos del prójimo que hasta ponen en
grave riesgo su vida con un comportamiento temerario. Estoy pensando
en concreto en las personas que realizan carreras de automóviles durante
muchos kilómetros no en circuitos para ello, sino en las carreteras
ordinarias, públicas, excediendo todos los límites de velocidad y normas
de circulación, poniendo en peligro la vida de otros automovilistas ajenos
a su competición, además de la suya. En los informativos de televisión
del día 5-X-2006 aparecen unas personas, extranjeras, que anualmente
hacen esas carreras por Cataluña. Son parados por la policía y, delante de
la cámara de tv, sancionados con fuertes multas que pagan al momento y
así continúan circulando, probablemente compitiendo. Cuando a uno de
ellos le pregunta el periodista qué piensa del hecho de que puede
provocar un accidente y causar muertes, contesta que él también corre el
riesgo de morir ¡y se queda tan ancho!. Parece la chulería e insensibilidad
de un psicópata. Espectador de esto, me enfado. Si quiere suicidarse es
sobre todo cosa suya, pero no si pone en riesgo la vida de otros. ¿A qué
estamos esperando?. ¿A que efectivamente mate a otros y si se salva lo
pague con unos -pocos- años de cárcel por homicidio -no asesinatocuando sabía perfectamente que podía ocurrir?. ¿Qué habrían pensado los
familiares de la víctima si hubiesen visto ese informativo y seguido
enterado de la muerte?. Habrían dicho “¿por qué no lo evitaron?” y
sacado la conclusión evidente: los “derechos” a la libertad, presunción de
inocencia, garantías y bla bla bla, valen más que la vida de sus posibles,
probables, efectivas víctimas. Si causa la muerte de alguien, a esa víctima
y quienes le lloren, no les solucionará nada que entonces sea castigado,
aunque signifique la mínima compensación. Y la protección de la
sociedad habrá llegado demasiado tarde para unos.
Voy a ser muy claro. Estoy porque las personas disfruten del
máximo de libertades de expresión, organización, etc, asegurando además
que puedan ejercer efectivamente esos derechos dotándoles la sociedad
de los medios para ello, no viéndose de hecho marginados por falta de
recursos económicos, etc. Estoy, como he expuesto antes, por reconocer y
superar los condicionantes sociales que empujan a los más desamparados
a una vida antisocial y criminal. Estoy por una drástica reducción de las
diferencias sociales, en particular los ingresos económicos, de modo que
ya no se pueda hablar de ricos y pobres. Estoy por todo tipo de medidas
preventivas, reeducativas, integradoras, etc, antes de recurrir al castigo.
Pero cuando nada de esto sirve o cuando nos hayamos ante un riesgo
próximo y serio, una emergencia, cuando nos encontramos con personas
como las del caso expuesto, mi postura es la del ejercicio de la autoridad
más decidida y contundente. A estos señores, estando claro su propósito,
en cuanto se les detiene en la carretera, los policías se comunican por
radio con un juez de guardia al que ponen al tanto y toma a su cargo el
asunto; nada de cobrarles una multa que pagan de inmediato con
arrogancia, sino directamente a prisión, sin fianza; que el dinero no pueda
librarles de nada. Si en el control del juez a las pocas horas de su ingreso
confirma la corrección de la medida, que pasen encerrados unos meses, el
primero en celda de aislamiento; expropiación del automóvil si es suyo o
de otras propiedades por su valor si no lo es, y en su defecto más tiempo
de prisión; prohibición de conducir vehículos y si es posible por su
nacionalidad, retirada del permiso de conducción por muchos años,
debiendo pasar todos los trámites nuevamente para conseguirlo; y más si
hace falta. Si tanto desprecio tienen por la vida, si no les importa que
pueda morir alguien, no les importará soportar toda una serie de grandes
incomodidades durante un tiempo. Medidas de verdad preventivas,
inmediatas, sobre la marcha; un mensaje contundente, intimidatorio, que
ablande el terreno para posibles medidas reeducativas si están dispuestos
a ello. Desde luego, lo último, lo impensable, permitirles circular para
lamentarnos más tarde de sus víctimas. La diferencia es clara.
Imaginemos que se les deja partir y matan a alguien; si se le encarcela, ya
no ocurre. Hasta es posible que salvemos la vida del irresponsable. Así de
simple. La misma intención de contundencia que la mayor aplicable a los
hombres que suponen un grave riesgo para la vida de sus compañeras; si
es preciso, que pasen años en la cárcel antes de que priven del resto de su
vida a otra persona. No soy jurista pero creo que vendría bien alguna
clase de ley de peligrosidad social en este sentido, sin el sesgo clasista contra los pobres y desafortunados- que habitualmente han tenido. Esta
sociedad en la que dominan muchos psicópatas en puestos de poder
económico, político, militar, etc es represiva con los verdaderos derechos
de la gente y permisiva con muchos elementos antisociales, peligrosos.
Por eso son tan frecuentes las prácticas corruptas en el poder y las
relaciones estrechas con el mundo del crimen organizado, cuando no el
crimen y terrorismo de Estado además de sus derechos “legítimos” como
las guerras y otras barbaridades. Yo estoy por la compasión bien
entendida, hacia las víctimas y la represión contra los victimarios que no
atienden a razones. El verdadero respeto y reconocimiento por el valor de
la vida es esto y no ponerla en riesgo por preservar los privilegios de
quienes atentan contra ella dándoles oportunidades para ello. Derechos,
medios, oportunidades para una vida de cooperación y convivencia sin
discriminación ni marginación; la mayor intimidación para el
comportamiento antisocial y criminal; ni una oportunidad a la psicopatía;
especial dureza para quienes abusan de sus cargos de responsabilidad por
defraudar la confianza depositada en ellos por la comunidad. El principio
debe ser la prevención, la disuasión, de modo que se corte hasta la
tentación de comenzar una carrera antisocial por la importancia del
castigo desde el inicio; no el castigo “proporcional” según el daño
causado de modo que es fácil empezar por pequeñas cosas, habituarse y
envalentonarse incluso si se castiga la reincidencia. Dar mayor peso al
elemento ejemplarizante para reducir el número y gravedad de los
infractores. Enviar el mensaje de que por las buenas existe la posibilidad
real de ganar mucho, pero que por las malas te vendrá encima lo que ni te
imaginas quitándote para siempre las ganas de repetirlo o ir un paso más
allá. Y esta lección debe aprenderse desde la infancia, lo que implica todo
un cambio social y cultural, educativo y punitivo; cuando digo desde la
infancia no me refiero a duros castigos a los niños sino que sepan, por los
medios de comunicación, las películas, etc que, en particular en los
adultos, el comportamiento antisocial es castigado muy duramente, es
decir, un cambio en la mentalidad social, la percepción del
comportamiento incívico, antisocial y criminal. Esta sociedad y los
dominadores han introducido en nuestro sistema nervioso el
comportamiento de víctimas y por eso nos cuesta tanto reaccionar con
eficacia contra los victimarios, como a la mujer maltratada, con nula
autoestima, confusa sobre lo que está bien y mal, incapaz de defenderse y
liberarse de su verdugo. En los corredores comentados no hay ningún
atenuante como la necesidad económica, ignorancia, etc; sólo hay
chulería, indiferencia por el prójimo, arrogancia por el dinero con el que
creen pueden comprarlo todo, incluso el derecho a arriesgar la vida de
otros; unas medidas feroces les quitarán las ganas incluso de intentarlo.
¿Cuándo seremos capaces de ver algo tan evidente y actuar en
consecuencia liberándonos de miedos y falsos respetos?. Antes
aceptaremos que nos alisten en el apoyo a una guerra criminal que tomar
medidas tan simples y básicas como las planteadas. Los comportamientos
incívicos, antisociales, criminales, hay que cortarlos de raíz (cada uno
con su método), pues de lo contrario se corre el peligro de que se hagan
muy difíciles de erradicar al haberse incrustado en las mentes,
instituciones, relaciones sociales e intereses, como ocurre con la
corrupción y el crimen organizado que acompañan a esta civilización
como una sombra. Ese debería ser el criterio para una nueva civilización
que recurriría a medidas de excepción si hiciese falta para impedir el
desarrollo de esos males, como hoy los Estados organizan las guerras,
leyes antiterroristas, supresión de derechos y libertades, etc, tantísimas
veces contra la verdadera justicia. Pero para ello hace falta otro tipo de
Estado en el que las armas no estén monopolizadas por el Estado ni
tampoco los “señores de la guerra” o ampliamente difundidas entre los
particulares y, por supuesto, el crimen, sino en manos de los organismos
democráticos representativos de los trabajadores, en cuerpos integrados
por los trabajadores mismos, de modo que bajo ninguna circunstancia
estén inermes ante el Estado y, en caso extremo, puedan ejercer la presión
de la violencia sobre las instancias estatales y sus miembros y por
supuesto, contra los elementos antisociales, en particular los organizados.
En esas condiciones, los organismos populares territoriales y barriales
tendrán su propio sistema de detección y vigilancia por lo que
difícilmente escaparán de su control los elementos antisociales. Claro que
un Estado así será imposible mientras domine el capital que, adorando el
beneficio, basándose en el trabajo, mejor dicho, en su explotación, es el
primero en no demostrar respeto por la vida ni de quienes trabajan para
él, como demuestra el elevado e inadmisible índice creciente de
siniestralidad laboral con abundancia de muertes; el primero en asociarse
de mil maneras al crimen organizado y fomentar la criminal del Estado.
(sobre este último aspecto destaco tres obras: “Cosas de la Cosa Nostra”
del asesinado juez Giovanni Falcone con Marcelle Padovani, Ediciones
Barataria 2006, editado anteriormente con el título “Mafia” por ediciones
B; “No es `la piovra´. Doce tesis sobre la mafia” de Luciano Violante,
Anaya & Mario Muchnik, 1997; “Atlas Akal de la criminalidad
financiera. Del narcotráfico al blanqueo del dinero” varios autores, Akal
2002; “JFK. Tras la pista de los asesinos” del juez Jim Garrison, sobre el
asesinato del presidente Kennedy, Ediciones B, 1992).
Como voy lanzado, diré más. En vez de destinar, como ocurre en
algunos países (EEUU), tantos recursos en la construcción de cárceles
bastante cómodas para los residentes, hay que destinar los recursos para
evitar que cometa el delito, facilitando la integración social de todos, por
la educación, la formación profesional, puestos de trabajo, etc. Una vez
en la cárcel, su incomodidad debe ser un factor disuasorio para la
reincidencia (Michael P. Ghiglieri “El lado oscuro del hombre. Los
orígenes de la violencia masculina” Tusquets, 2005). En lugar de destinar
recursos a cárceles cómodas deben destinarse a ayudar a los presos a la
reinserción social, ofreciéndoles la oportunidad de cambiar, mediante
ayuda psicológica, formación profesional, apoyo económico durante un
tiempo hasta que encuentren empleo, ventajas a las empresas que los
contraten, etc. Pero en los casos graves, como asesinos de niños o
mujeres, terroristas, criminales organizados... si no hay pruebas de haber
cambiado y se hallan indicios serios de disposición a reincidir cuando
salga de prisión, el cumplimiento de su tiempo de condena no le dará
derecho automático a la libertad. El tiempo de condena debe computarse
como aquél a partir del cual se considera pagada la deuda con la sociedad
y posible el reingreso a la misma a condición de no ser un grave peligro
social. De lo contrario, supongamos que sale de prisión, viola y mata a un
niño, se le captura y pasa otro montón de años en la cárcel. El resultado
habrá sido que, salvo un corto tiempo de libertad, sigue en la cárcel pero
ha causado otra víctima. Para eso, mejor que no hubiese salido y nos
habríamos ahorrado privar a otro ser inocente de su derecho preferente a
disfrutar de una buena y larga vida. Oportunidad para cambiar, si;
oportunidad para reincidir, no. Dependerá de él y conseguirá lo que se
haya buscado. Si la sociedad puede, según el caso, indultar a quien
habiendo cometido un delito hace tiempo, ahora está reinsertado
socialmente, siendo, en gran parte, ya otra persona distinta a la que fue
por lo que sería otra personalidad diferente al criminal quien sufriría el
castigo, igualmente puede condenar a permanecer en la cárcel a quien,
desaprovechando las oportunidades ofrecidas, sigue siendo el mismo o
peor peligro. Lo demás es permanecer en la mentalidad de víctima,
sometido, síndrome de Estocolmo, obediencia debida y todo eso que
contribuye a un mundo depredador. La condena con tiempo límite sólo
sirve para mantener la indefensión y alentar el crimen, perpetuando la
cadena de víctimas hasta el infinito en lugar de cortar por lo sano. Valen
más los derechos, sobre todo la vida, de unas víctimas potenciales (con
alto riesgo) que los de un criminal que ha echado a perder su vida. Saber
que a pesar de su tiempo de condena puede pasar el resto de su vida en la
cárcel, será un acicate más para que ponga verdadero interés en cambiar
aprovechando todas las oportunidades que se le ofrezcan y no sólo hacer
el paripé para conseguir alguna ventaja penitenciaria. Nada de un límite
máximo de treinta años de prisión y menos si para colmo puede ser
reducido por cuestiones que en realidad no demuestran ni arrepentimiento
ni capacidad verdadera de reinserción social. La condena puede ser de
mil años. Sólo saldrá en vida si está claro que ya no es un peligro social.
Incluso económicamente es mejor para la sociedad mantener a un recluso
que también puede trabajar, a que ese delincuente suprima a una o varias
personas con toda su capacidad productiva. Claro que esta propuesta
corre el riesgo de ser tergiversada si no empieza por aplicarse a quienes
tienen poder económico, político, policial, militar y han cometido graves
crímenes, así que su efectiva y justa aplicación dependerá de que se
produzca un cambio de civilización. Si no cambiamos nuestro modo de
ver esto, jamás atajaremos un mundo depredador y a los psicópatas, no
habremos terminado por entender cuál es el valor de la vida. Más vale
tener durante un tiempo una importante población carcelaria si así se
logra una sociedad con sensación de seguridad y educada en el respeto al
prójimo; el conocimiento detallado de la vida que llevan los presos
servirá para escarmentar en cabeza ajena; bastará el paso de alguna
generación para que la lección cale lo suficiente como para disuadir al
crimen y reducir a casi nada el número de reclusos. Será el efecto
combinado de prevención, recursos de integración y largas e incómodas
condenas lo que conseguirá el resultado, no sólo las condenas o una
ingenua política preventiva. La lucha contra el crimen resultará más fácil
si no se cuenta sólo con cuerpos especializados, sino con una sociedad
civil bien organizada, un tejido social que, para estos casos, se convierta
tanto en una red de protección y preventiva para los individuos como en
una red para pescar a los elementos antisociales. Una sociedad
desintegrada, con individuos que van “a lo suyo”, no podrá hacer frente a
la criminalidad más que con un coste enorme. Por eso, en última
instancia, la solución a problema de la criminalidad es la misma que a los
demás problemas sociales: la autoorganización de las masas en la
perspectiva de la creación de una nueva civilización superadora de las
clases sociales y todas sus consecuencias, transformando la psique
humana, superando el ego, empezando por el propio, es decir, asumiendo
cada uno todas sus responsabilidades, personales, sociales, planetarias.
En algunas zonas del mundo (incluido EEUU) el grado de violencia
alcanzado en poblaciones pobres abandonadas a su suerte es tal que
exigiría medidas de choque en el doble sentido de esfuerzo combinado de
medidas urgentes de justicia social, discriminación compensatoria,
oportunidades, educación en valores y -no seamos ingenuos- duras
medidas represivas para quienes no deseen abandonar su vida criminal,
movidos por su codicia, vagancia, parasitismo, deseo de mantener su
dominio gangsteril sobre su comunidad y crueldad. Una enorme mano
tendida o un puño de acero, a su elección. La última guerra será contra la
criminalidad pero antes buena parte de ella se habrá decantado por la
alianza con los poderes que buscan perpetuar esta civilización, pues sus
semejanzas son mayores que sus diferencias; por eso con mucha
frecuencia las mafias consiguen entenderse tan bien con el capital y el
Estado, colaborando en la corrupción política, blanqueo de dinero, tráfico
ilegal de armas, “guerras sucias”, terrorismo de Estado e incluso
magnicidios.
En Mayo de 1968, en Francia, difundieron el eslogan “prohibido
prohibir”. Se entiende la intención antiautoritaria y ojalá fuese todo tan
sencillo como para confiar en las buenas intenciones y hábitos no dañinos
para los demás. La realidad es que el desarrollo moral es muy desigual.
Muchos siguen desenvolviéndose en el nivel del premio/castigo y les
cuesta entender requerimientos morales superiores, así que la prohibición
y el castigo siguen siendo imprescindibles y no debe dudarse en recurrir a
ellos cuando fracasan medios menos agresivos. La última demostración la
tenemos en el caso de los accidentes de tráfico. Numerosas campañas de
sensibilización más o menos afortunadas (*), no han tenido el efecto de la
amenaza de perder el carné de conducir por retirada de puntos. Así que, a
la vez que nos educamos en la superación de la ilusión del ego, evitamos
daños e impulsamos también a superarla, dirigiéndonos a cada nivel de
desarrollo moral en el lenguaje con el que de verdad responde. El
conductor responsable no se verá perjudicado por el castigo pues actuará
como si no existiese, pero quien no lo es lo suficiente, cambiará de
actitud por no salir perdiendo él. El nuevo comportamiento puede acabar
por convertirse en hábito y ser atribuido más a su conciencia que al
temor. La amenaza deberá seguir ahí, aunque se apliquen menos castigos,
para no animar a volver a las andadas a quienes las tienen menos
interiorizadas con el consiguiente “efecto llamada” a la infracción que
podrían causar otros conductores medianamente responsables. Quienes
no alcanzan a entender que la libertad y los derechos del otro son
condición de los propios, deben saber al menos que su libertad termina
donde empiezan los derechos del otro y que la libertad no quiere decir
permiso para hacer lo que le plazca.
* En el programa de TVE2 “Línea 900” “A mí no me puede pasar”
(domingo 12-XI-2006) los accidentados en automóvil proponen, en base
a su experiencia, un anuncio de tv que se centra en las diversas
consecuencias que acarrea un accidente al superviviente y que nos
pueden llevar a pensar más que la espectacularidad y dramatismo del
mismo. Sencillo y seguramente más persuasivo que las campañas
habituales.
Tal vez el lector piense por tanta insistencia en la represión que soy
una víctima resentida y vengativa. Se equivocaría. Nunca he sido víctima
que merezca ese nombre -alguna riña infantil o padecer esta sociedad
como todos, no cuenta- ni victimario, pero me pongo en lugar de la
víctima y de quienes la aprecian y eso me basta. Tampoco tengo
inclinación a la violencia, aunque no la rechazo bajo cualquier
circunstancia -no sería un judío ofreciendo la otra mejilla a un nazi, sólo
le alentaría a matarme con desprecio- y la reclamo si no hay otra salida
para el bien y compensa por los padecimientos que causa; pero según
pasa el tiempo contemplo peor la violencia, aunque sea en una película
algo realista, no por haberme vuelto miedoso o blandengue -la
indignación por la injusticia encendería la llama necesaria para recurrir a
tanta violencia como fuese obligado-, sino por profunda pena, al entender
lo que, en nuestra locura, nos hacemos unos a otros los humanos,
confundidos sobre nuestro valor y grandeza.
Aún nos queda por aprender una lección básica. Sólo hay dos
“nosotros” correctos. El “Nosotros” de la Humanidad entera y el
“nosotros” de los que trabajan a su favor, no de una clase, nación, estado,
raza, etc, respetando la vida y derechos humanos (empezando por la
supervivencia, salud...) de cada persona concreta. A partir de aquí se
podrá tomar la medida a cada propuesta y actividad social por el grado de
proximidad o lejanía a este ideal. Así que puede haber un legítimo
“nosotros contra ellos” cuando ese “nosotros” lucha por el “Nosotros” y
“ellos” lo hacen a la contra.
Los humanos de las primeras sociedades tribales dependían en su
identidad de la pertenencia a la tribu. Fuera de ella podían sentirse
perdidos, extraños, abandonados. Hoy nuestras necesidades como especie
van en el sentido de cubrir dos direcciones a fin de asegurar la
integración en el mundo, reduciendo a la vez la necesidad de pertenencia
y su dependencia: a) asegurar mediante las relaciones familiares y toda
una red social en cada fase de la vida, la integración en la comunidad
humana, desde la más inmediata a la planetaria; b) tener una perspectiva
de la existencia cósmica y planetaria de modo que se disponga de un
sostén en el caso de fallar parte de la red de relaciones e integración
social y sirva para orientarse adecuadamente en ellas.
Para terminar esta sección dedicada a las pertenencias recojo una
frase (desconozco al autor), hermosa y sabia pues va en la dirección
correcta aunque no rompa con todas las pertenencias e identificaciones
del ego: “No midas tu riqueza por el dinero que tienes, mide tu riqueza
por lo que no cambiarías por dinero”.
Hemos visto diversas expresiones de los dos tipos de pertenencia.
Ambos están condicionados por la posesividad (pertenezco a; me
pertenece) de la orientación al “tener” como vía de validación, identidad
y engrandecimiento del ego como entidad ilusoria falsamente separada
del cosmos y que debe sobrevivir a su costa.
La integración es otra dinámica, con raíces espontáneas en nuestro
ser como entidad inseparable del cosmos, no necesitada de artificio,
logro, acumulación ninguna y que debería darse con la orientación al
“ser” cuya expresión más básica en la consciencia es la aceptación
incondicional sólo por ser humano. La grandeza no viene dada por la
separación y la lucha, sino por la asunción de la grandeza del cosmos del
que uno es fruto, la relación consciente y consecuente con la Humanidad
de la que se es parte y el respeto por el resto del universo.
La aceptación incondicional (sólo por ser humano) no puede crear
un mundo ideal, sin problemas, pero desde ella sería más fácil que se
agotasen todas las posibilidades de acuerdo, colaboración, solidaridad, en
lugar de tender a recurrir a la confrontación por ir cada uno a lo suyo y
buscar modos perversos de validarse. El sentido común nos dice que una
Humanidad sana, sin la presión del ego y con un modo de ganarse la
subsistencia subordinado a sus necesidades y no las necesidades a las
“reglas del juego” de un mecanismo, preferiría pactar sacrificios de unos
y otros por el bien común antes que, por negarse, llegar a sacrificios
infinitamente superiores en muerte, sufrimiento, destrucción material y su
consiguiente penuria. Renunciar todos para ganar todos, no es lo mismo
que sacrificarse para que el mecanismo de este sistema siga su marcha,
los más pudientes se mantengan igual e incluso acumulen más y al final,
habituados a ceder, el sistema nos pida el último sacrificio (guerra,
desastre medioambiental...); ni contemporizar, complacer al mal con la
ilusión de apaciguarlo, aunque en determinadas condiciones lo más
aconsejable sea retroceder preparándose para avanzar en cuanto sea
posible, sin engañarnos sobre la realidad propia y del contrario. Ahí está,
como evidencia, la historia del siglo XX, por no remontarnos más atrás.
El deseo siempre nos lleva fuera de nosotros, al futuro, más allá, ser
más, tener más. Pero la “sed” sólo se puede extinguir si cesamos el
esfuerzo que es como agua salada, pues la meta no está en un horizonte
siempre inalcanzable sino en ser sin más, en esto, aquí, ahora, con esto.
La clave para alcanzarlo es la consciencia sin más, abierta a lo que esto
es, como un bebé se entrega a su madre de la cual cree seguir siendo
parte, sin los pensamientos y engaños que llevan a separarnos del mundo,
trocearlo y esforzarnos por darle una validación, sentido y depredarlo.
Todo ese afanarse en el deseo mundano o espiritual es como el trabajo de
Sísifo, la roca vuelve abajo y jamás nos liberamos.
Si pudiésemos observar el Universo de un vistazo y en muy poco
tiempo asistir a su desarrollo, entenderíamos los sucesos integrados en
ese Todo, con el azar y la libertad jugando entre los márgenes puestos por
la necesidad. Pero la necesidad no es rígida. El azar crea necesidad
cuando provoca, por ejemplo, mutaciones genéticas que abren nuevos
caminos a la evolución, o de modo más ordinario, cuando con el sexo se
combina el aporte genético de dos individuos unidos por el azar,
permitiendo una mayor variedad en la descendencia y por tanto en la
capacidad de adaptarse al medio cambiante. Así, la necesidad favorece al
azar.
Recorrer los millones de galaxias y mundos extraños hasta localizar
la nuestra, el Sol y descender junto a mí caminando por la calle, sería
similar a explorar por primera vez todo un gran continente, fijarse en
alguna de sus múltiples selvas y descender hasta una hormiga de uno de
los millones de hormigueros. Un ser que forma parte de algo inmenso de
lo que depende de un modo u otro su existencia misma. La hormiga no
puede explicar el Universo desde su posición. Sólo desde la perspectiva
del Universo podemos entender el sentido de la hormiga.
Sin embargo, espontáneamente vemos el mundo y el Universo desde
nuestra perspectiva de especie y horizonte limitado. Así en nuestras
fantasías trasladamos al espacio exterior nuestros conflictos y guerras y
no entendemos lo absurdos que deben ser, a escala del cosmos, los
miserables problemas con los que nos hacemos la vida imposible y
desperdiciamos nuestro estatus de seres inteligentes quedándonos al nivel
de las hormigas legionarias soldado y sus expediciones por la selva, pero
con menos disculpa.
Nos vemos como sujetos, actores, creadores. Proyectamos al cosmos
nuestras inquietudes, fantasmas, pesadillas, sin comprender que en lo
substancial somos agentes, portadores, de fuerzas que nos sobrepasan, de
dinámicas que escapan a nuestro control y, en gran parte, comprensión,
como marionetas del juego azaroso de la evolución cósmica. No somos
mandatarios, sino más bien mandados y lo estropeamos todo, en parte
porque nos salimos de nuestro papel, nos llenamos de soberbia, nos
creemos los amos. Ni siquiera somos plenamente dueños ni de nuestro
cuerpo ni de nuestra mente; escapan a la interferencia de nuestra
consciencia, tienen su propio sistema de organización y nos acaban
imponiendo sus requisitos y el tiempo que vamos a vivir. Lo más básico,
la existencia, concepción, nacimiento, etc, es totalmente ajeno a la
intervención de nuestro “yo”.
Cuando actuamos es el Universo, la energía, la vida, la que actúa en,
con, por, a través de, nosotros. Formamos parte de un todo cósmico, que
sin tener el grado de integración interdependiente de un organismo, sería
comparable a la integración e interdependencia que se da en la Tierra
entre energía solar, geología, atmósfera, vida.
Nuestro cuerpo funciona en gran medida sin necesidad de nuestro
conocimiento y dirección. En muchos aspectos nuestra consciencia está a
su servicio, como cuando buscamos alimento. Con la mente ocurre algo
parecido pues el procesamiento de la mayoría de sus funciones escapa a
nuestra consciencia y control. Si nuestro cuerpo y mente son el resultado
apenas controlado por nosotros de 14.000 millones de años de evolución
del Universo, esto demuestra hasta qué punto es la existencia, la vida, lo
que se expresa a través nuestro cuestionando el protagonismo de nuestro
sobrevalorado “yo”.
Soy el Universo. Soy la evolución. Soy la Historia. Soy la sociedad.
Soy mi biografía. Pero mi “yo” apenas cuenta en todo esto, es poco más
que un delegado con un mandato a cumplir. Esto somos. Lo acepto.
Puedo no entender el sentido de muchas cosas, pueden no gustarme pero
tal vez tengan un sentido positivo visto desde una perspectiva que no
alcanzo a escala física y temporal. El asteroide que acabó con la era de
los dinosaurios fue un gran desastre planetario pero permitió la era de los
mamíferos y los humanos. Nuestros antepasados y parientes homo fueron
acosados por los predadores, como los grandes felinos y osos, tal vez
hasta empujarles al exterminio en algún caso, pero también estimulados,
ejerciendo una presión selectiva a favor de la cooperación y el ingenio
para la autodefensa. Hace 75.000 años, cuando ya existía en África el
moderno homo sapiens, en Asia, en Sumatra, el volcán Toba o Tova,
entró en erupción proyectando tal cantidad de materia en la atmósfera que
provocó seis años de invierno global en todo el planeta causando la
muerte de enormes cantidades de plantas y animales y casi la extinción de
nuestra vulnerable especie, seguida de una glaciación de mil años. Sólo
sobrevivieron no más de un millar de seres humanos de los que
descendemos todos, gracias a la colaboración, la comunicación y la
cultura. Si como creen algunos científicos (Fred Hoyle y otros) los
asteroides y cometas son mensajeros de la vida, portadores de materia
orgánica originaria de la vida en los planetas, no podemos verlos como
simples amenazas o factores del cambio evolutivo, sino como los
“espermatozoides” del cosmos. Existimos con permiso del Universo y de
sus manifestaciones más nimias, aleatorias e inconscientes. La existencia
de cada ser humano es resultado de la coincidencia, en un período de
tiempo limitadísimo, de un óvulo y espermatozoide únicos que viven en
un tiempo muy breve en dos individuos únicos. Es un hecho tan
improbable a escala ya de su generación, no digamos de nuestra especie,
por no hablar de la historia del planeta e inimaginable a escala del
Universo, que es mucho más que un premio gordo en la lotería de la
existencia, un “milagro”. Entre una cifra casi infinita de posibilidades de
no llegar a existir jamás, nos ha tocado la de existir. Siendo así, ya somos
una manifestación más del Universo, del árbol de la vida y la red de la
Humanidad. No teníamos por qué estar aquí, pero una vez existimos nos
creemos que sí, que era nuestro derecho o destino y que no hay en ello
nada extraordinario, maravilloso y a la vez no nos sentimos plenamente
integrados en la existencia, sino más bien frente a ella. Es decir, hemos
invertido los verdaderos términos del hecho: fruto aleatorio pero
inseparable del cosmos. (NOTA 10)
¿Es el Universo hostil a la vida?. Si salimos de nuestra atmósfera sin
más protección, moriremos. Incluso con nuestra actual tecnología no
tendríamos suficiente protección en el espacio exterior o sus
proximidades en caso de eyección de masa coronal durante una tormenta
solar de las que justo nos protege el campo magnético terrestre. El
Universo es para nosotros, fuera de las acogedoras condiciones de
nuestro planeta, muy duro sin los recursos de la más sofisticada
tecnología y lo seguirá siendo en el futuro. De modo que si lo vemos
desde nuestra perspectiva de humanos y terrícolas parece que el Universo
sí es hostil a la vida. Sin embargo no conocemos la suerte de la vida en el
conjunto del Universo, si abunda o no y hasta qué punto está
evolucionada. Visto desde la perspectiva de la totalidad del cosmos, sea
mucha o poca la vida que albergue, no creo que pueda considerársele
hostil a la vida, sino al contrario. A diferencia de otros posibles
universos, en las leyes más básicas de éste se otorga una gran
oportunidad al surgimiento de la vida gracias a la duración del Universo,
al tiempo de existencia de las estrellas y otras condiciones más complejas
en las que no voy a entrar y se pueden encontrar en los libros
recomendados en la bibliografía mínima del final. La rutina de la materia
inerte no es la creación de materia orgánica y vida, sino la prolongación
en diversas formas de materia inerte, predominando la más simple
(hidrógeno, helio). La actitud exigente y quejica es muy antropocéntrica,
humanamente caprichosa, de seres “consentidos” pues el Universo, a
pesar de su “hostilidad”, ha sido capaz de preparar, al menos en la Tierra,
un nido acogedor para la vida. No somos especiales en el sentido
antropocéntrico (finalidad del cosmos, cumbre de la creación divina,
destino del Universo, diseño inteligente, plan divino, Principio
Antrópico...), sino en el sentido de ser una creación involuntaria y
prodigiosa de la materia más humilde, un regalo del cosmos por el que
debemos sentirnos afortunados.
Simplificando, para entender lo fundamental, no es lo mismo decir
“PARA QUE la inteligencia sea posible en el Universo, en su comienzo
ha tenido que ocurrir X” que “X ha ocurrido PARA QUE haya vida
inteligente en el Universo”. El primer enunciado expresa una condición,
busca una causa y el segundo encuentra una finalidad, propósito.
Confundir el primero con el segundo es un error de pensamiento
teleológico (finalista), emparentado con el teológico de la creación o
diseño inteligente divino. La inteligencia es una posibilidad, no
necesidad, que se ha dado a partir del potencial comprendido en las
condiciones iniciales, pero -por lo que conocemos- tras un complicado y
aleatorio proceso evolutivo que después de alcanzar en algunas fases una
gran complejidad ha terminado con extinciones masivas para volver a
ascender en una variedad muy diferente e imprevisible de especies que
también han acabado extinguiéndose, hasta que, al fin, en una de esas
oportunidades ha llegado a producirnos fortuitamente. Que las
condiciones iniciales sean asombrosas por su ajuste fino e improbable al
menos según nuestra actual comprensión científica, no significa que haya
una intencionalidad en su diseño sino, lo más probable, un resultado de
los muchos, más o menos afortunados, en la variedad de evoluciones de
la energía-materia, uno de los tal vez múltiples universos existentes.
El surgimiento de la vida, según los biólogos, implica en sí tanta
complejidad en el funcionamiento de la materia que no se daría con
facilidad. De darse, lo más probable es que no sobrepase sus formas más
elementales (bacterias) que son las que dominan nuestro planeta. Una
mayor complejidad sería probable pero sólo marginal. En cuanto a la
inteligencia, puede no aparecer nunca, dada la sofisticación de la materia
implicada. La principal ventaja de la complejidad no es la mera
supervivencia, pues las bacterias se las arreglan muy bien para eso, sino
que da una oportunidad al conocimiento, la consciencia, la inteligencia y
de ahí la intervención compasiva y respetuosa con el resto de la vida y el
cosmos.
Si el surgimiento de la vida y de la inteligencia fuesen algo
inevitable en el Universo -como creen muchos astrónomos contra el
criterio de muchos biólogos-, este Universo sería sin duda amigable para
la vida. Si la vida y la inteligencia fuesen extraordinariamente
improbables y resultado de un proceso muy aleatorio, no por ello
concluiríamos que el Universo sea hostil, pues a pesar de la dificultad
para la materia de producir vida inteligente, lo ha conseguido, lo que nos
haría más afortunados por haber alcanzado esa condición excepcional.
¿Podemos confiar en el Universo?. Si aceptamos la convención de
arriba y abajo en el cosmos y nos acercamos a nuestro planeta desde el
polo Sur, lo veremos suspendido en un abismo sin fondo, en un Universo
inabarcable que escapa absolutamente a nuestro control, conocimiento y,
en gran parte, comprensión. Si los astrónomos están en lo cierto, el
Universo continuará su expansión hasta la extinción de las estrellas y con
ellas, de la vida. Si nos fijamos en la muerte, las enfermedades, los
sufrimientos, la explotación, la lucha por la supervivencia, la predación,
la “escalada permanente en la guerra armamentística” de los seres
vivientes, la competencia, lucha y evolución entre las especies, la
matanza universal como sostén de la vida animal o más primitiva (virus,
bacterias), colosales transformaciones geológicas, terremotos, tsunamis,
erupciones volcánicas, impacto de asteroides, dramáticos cambios
climáticos, ciclos de abundancia y escasez de vida, extinción en masa de
especies, estrellas gigantes rojas, supernovas, agujeros negros, etc
podemos concluir que el Universo merece poca confianza. Podemos
morir en cualquier etapa de nuestra vida (infancia, juventud, edad adulta,
vejez) víctimas de un ser incomparablemente menos complejo (virus,
bacteria) o del accidente más tonto. La enorme inversión en términos de
evolución del cosmos y de la cultura humana que supone la creación y
desarrollo de un ser humano hoy, puede perderse antes de que alcance su
madurez, se reproduzca o pueda transmitir el bagaje cultural de su
experiencia de la vida. Miles de personas buenas y capaces de contribuir
a la corriente de humanidad en nuestra especie pueden ser eliminadas por
un puñado de psicópatas y los egos que colaboran con ellos, incapaces de
aportar nada pero que están situados en posiciones de poder; por no
hablar del psicópata “por libre”, criminal y “asesino en serie”.
Pero, al menos en parte de esto, parece consistir precisamente el
juego de la vida y muchos fenómenos violentos la hacen posible y
también su evolución. Tan “milagrosa” como la existencia de cada ser
humano lo es la de todos los seres. El “milagro” es la esencia del juego
trágico de la vida. Ahí estaría su gracia, como el humor del absurdo.
Nuestra existencia no es más absurda que la del conjunto del Universo
condenado a la extinción pero que ha dado lugar al fenómeno de la
consciencia y la inteligencia. No es el mejor universo imaginable pero es
el que existe y ante la imposibilidad de cambiarlo, debemos aceptarlo,
reconociendo su lado positivo y que siempre es mejor que nada. La vida
no incumple ningún contrato o promesa. No es una estafa, sino más bien
un juego arriesgado, a veces una broma divertida, otras una broma
pesada. La matanza generalizada, la extinción, destrucción, catástrofes,
crean las condiciones para alguna ventaja evolutiva de la materia y la
vida.
La materia, dentro de sus limitaciones e inconsciencia, en el
desenvolvimiento de la dinámica creada por el juego entre el azar y la
necesidad, desde un desequilibrio relativo y la selección natural de los
procesos fisico-químicos más productivos o estables, acaba sacando de sí
el mayor partido productivo posible. Por esa vía tal vez exista ¡una
evolución de las leyes naturales! (Lee Smolin, en el programa 400 de
“Redes”, TVE2, 30-V-2006). ¡Nosotros somos la prueba de que no le sale
tan mal para no saber lo que hace!. La destrucción, la muerte, etc, parece
ser el peaje del viaje de la materia por la vida hasta la consciencia y la
inteligencia, también la compasión, al menos en nuestro planeta. El
Universo es un gigantesco campo de juegos cuyas reglas básicas son las
leyes de la materia y de la evolución de la vida. Como todo juego tiene su
principio y su final, piezas que entran en él y se sacrifican, jugadores
perdedores y ganadores. Un juego con reglas, pero sin un propósito, plan,
dirección, finalidad, flecha; sólo ponerlo en marcha y a lo que resulte,
aunque esté predestinado, al parecer, a terminar. La combinación de leyes
y azar han dado lugar, al menos en nuestro planeta, al surgimiento de la
consciencia, aunque no estaba predestinada, no era inevitable. Lo peor de
este juego es cuando algunos hacen trampa o pretenden manipular las
reglas a su favor sacando ventaja sobre los demás.
La evolución de la materia y la vida no obedece a los designios de
una inteligencia (Dios), no hay en ella un propósito. Si es el resultado de
un mecanismo ciego debemos estar infinitamente más sorprendidos y
agradecidos por la parte que nos toca que quejosos por los costos de su
desenvolvimiento.
El más tonto puede encender un televisor sin comprender nada de
los conocimientos que han sido necesarios hasta llegar a producir un
aparato tan sofisticado de un manejo tan sencillo. Un idiota, con igual
facilidad, puede destruirlo. Cuando provocamos la extinción de una
especie (aunque sea un insecto) nos estamos cargando una rama de la
evolución y sus posibles futuras derivaciones; para siempre, de modo
irreversible y en muy poco tiempo, cuando a la Naturaleza le ha costado
miles o millones de años producir lo irrepetible.
Una pareja humana, en sólo unos pocos minutos, puede poner en
marcha el proceso por el que, el cuerpo de la mujer, sin apenas
intervención de su “yo”, se encarga de producir una nueva criatura de
nuestra especie. Lo que a ella le cuesta nueve meses es el resultado final
del “trabajo” evolutivo de toda la historia del Universo hasta hoy. Cada
bebé, al nacer, sale de un “túnel del tiempo” de 14 mil millones de años.
Un viaje inevitable para todo nacido al que nadie está destinado. A través
de un acto tan simple somos partícipes ahora de lo que el Universo ha
necesitado una eternidad en producir; una nueva persona, consciente,
capaz de admirar y amar la vida, que está aquí sin tener por qué.
En el acto reproductivo sexuado entre las plantas encontramos una
evolución en el sentido de mayor exigencia de cooperación. En unas
especies, la fecundación se deja confiada al azar del viento, pero en otras
se precisa la participación de insectos o aves para la polinización. En las
especies animales encontramos una amplia escala, desde la simple
sincronización en la emisión de las células sexuales (corales en
determinada noche lunar), la proximidad (peces machos y hembras no se
unen, sólo depositan juntos sus células reproductivas, en el desove), a la
unión sexual por penetración. En la responsabilización entre machos y
hembras por la descendencia vemos también una gradación en la
relación, desde exclusivamente para el acto sexual, asegurarse la
concepción, protección durante la gestación y nacimiento, durante largo
tiempo asegurando la crianza de la nueva generación... lo que puede
llegar a formas sofisticadas de división de tareas y compromiso del
macho (caballito de mar, pingüino emperador).
El cuidado de la prole tanto por parte de la hembra como del macho,
está más extendido entre las especies de lo que tendemos a pensar,
incluso entre los invertebrados. Está presente en especies que no son
sociales. Esta relación es un gran salto evolutivo pues la vida ya no es
sólo luchar, protegerse entre los semejantes y el contacto ocasional para
el apareo, sino una relación estrecha, sostenida, que implica el desarrollo
de lazos emocionales, muchas veces entre los progenitores, pero casi
siempre entre la madre y la cría, de diferente gradación según las
especies, que supone interés no egoísta y cuidado por el otro.
Aunque en las mismas especies cuidadoras de su descendencia
encontramos casos de canibalismo, asesinato de los hijos de otro macho
para aparearse con su hembra, fratricidio entre las crías sobre todo
cuando escasean los recursos, en líneas generales, el cuidado de la
descendencia trae al mundo las bases para la empatía, la simpatía, la
compasión. Fundamental para la plena comprensión de la
interdependencia de todo, y de la existencia como tesoro y “milagro” y
sus implicaciones: el cuidado por lo que forma parte de la red de la
existencia que nos sostiene a todos, que no existirá siempre y es
irrepetible. Es así como la compasión y el amor acaban formando parte
del sentido de la vida, de su propia existencia, garantía de su
perpetuación y evolución. Esto es también un resultado del “frío” e
“indiferente” Universo; no podemos decir que la vida es “cálida”
mientras que las estrellas no lo son, pues la vida sólo se origina y existe
gracias a la materia estelar, su luz, calor y elementos pesados. La vida en
la Tierra no es ni una excepción ni contraria a las leyes del Universo; ni
nuestro hogar natural algo construido frente a la hostilidad de la
naturaleza cósmica, pues gracias a la larga duración de las estrellas se da
tiempo a la vida para evolucionar. Aunque fuera de la biosfera el
Universo pueda ser letal para nosotros sin la protección adecuada al no
ser nuestro hábitat ni medio natural para la evolución de la especie, es
gracias, no contra o a pesar del Universo que surge la compasión. La
compasión es un gran salto en la evolución. Seres como nosotros con una
capacidad de impacto enorme sobre el resto de la naturaleza, superior a la
de cualquier otra especie y comparable a los grandes fenómenos
geológicos o astronómicos, al no ser una fuerza ciega sino consciente,
debemos mirar más allá del azar y el derecho de la fuerza, valorando lo
más preciado del cosmos, la biodiversidad, la compasión, la consciencia,
para asegurarnos de su continuidad en lugar de echarla a perder tras un
esfuerzo natural de tantos millones de años. La compasión introduce la
moderación, la prudencia en la expansión de la vida que podría lanzarse
desbocada por los derroteros de la dominación, la fuerza, el atropello y la
aniquilación de otros. La compasión establece los límites de sentido (por
qué vivir) para una vida humana humanizada y por tanto, las finalidades
(cómo y para qué) a fijarse. No quiere decir que la compasión esté
predeterminada en la evolución de la materia, sino simplemente que aquí
así se ha dado y siendo nosotros parte de esto, debe considerarse en
nuestra concepción de sentido. Y creo que es una suerte que la
compasión, la consideración por otras existencias y de ahí al cuidado por
lo existente, otras formas de la materia, haya pasado a formar parte de la
evolución, para la que tiene sin duda una funcionalidad pues la favorece
preservando lo más complejo, costoso y frágil, que puede ser también lo
más capacitado para un mayor cuidado por mayor potencial de
evaluación del mundo; la compasión cuida de la compasión.
En algunas películas de ciencia-ficción se expone la existencia de
una especie depredadora desalmada, consumidora de mundos. Acaba con
los recursos del planeta, lo degrada, extermina las especies en su
provecho o por desconsideración y tiene que mudarse a otro, lo que no le
resulta difícil por su extraordinaria tecnología espacial. Que no utilicen la
tecnología para preservar su hábitat, se explica por su falta de compasión
con las demás especies; por eso también están dispuestos a acabar con
nosotros como si fuésemos cucarachas. En este supuesto se cumpliría la
regla evolutiva de que sobrevive quien se adapta al medio o es capaz de
buscarse otro medio y, más vulgarmente, la victoria del más fuerte. Pero
sin duda, se produciría un enorme empobrecimiento del cosmos, evitable
con la debida compasión o cuidado considerado. Así que una compasión
bien entendida dejaría más posibilidades abiertas a la evolución del
cosmos, en particular de la vida y por tanto al desarrollo de la conciencia,
por improbable que pueda ser.
Recuerdo haber visto en un documental emitido en la televisión a
una leona mutilada de una pata que sobrevivía porque los demás
miembros de la manada (parientes) permitían que comiese de lo que ellos
cazaban y la daban protección. En otro documental, un hombre joven que
tiene un zoo moderno, con amplios espacios al aire libre, ha criado desde
el biberón a varios leones machos y hembras y hienas. Esto y un trato
muy respetuoso, sin violencia, le ha permitido establecer con ellos una
relación asombrosa de cordialidad y confianza incluso con una leona con
cachorros recién nacidos. Los animales, aunque no tienen que cazar para
alimentarse, conservan muchos de sus instintos, como demuestra su
reacción cuando ven a los de otras especies. Pero en el trato con su
criador, casi parecen perros domésticos, pues lo ven como a una gran
madre, hermano mayor, con manifestaciones de alegría y afecto
indudables cuando entra en su territorio, totalmente vulnerable. Los
murciélagos vampiros regurgitan la sangre para alimentar al compañero
que sufre inanición, aunque no sea pariente. Se han encontrado restos
humanos del Paleolítico que demuestran el cuidado por la comunidad a
personas adultas que ya no podían valerse por sí mismas. Este
comportamiento compasivo no es exclusivo de la humanidad aunque sea
más raro entre los animales.
La relación de apego entre madre y cría, en los animales más
inteligentes y menos autosuficientes al nacer, será fundamental para la
supervivencia de la descendencia y el aprendizaje de su autonomía. En
nuestra especie es clave tanto para eso como para la constitución de una
personalidad sana (estudios a partir de John Bowlby) por lo que es
responsabilidad de la comunidad poner los medios para que la relación de
apego se desarrolle normalmente pues la empatía, la compasión, la
solidaridad, el amor, dependen en gran parte de ello. Es demasiado lo que
está en juego como para arriesgarlo con mezquinos criterios
economicistas tan propios del capitalismo, de dominio de género o de una
equivocada orientación en la igualdad social fruto de una sociedad tan
competitiva e individualista. Nuestra mejor inversión en el futuro es una
maternidad deseada, protegida y una infancia querida y feliz. Durante al
menos en el primer año de vida del bebé, la maternidad debe tener toda la
prioridad. Posteriormente a la madre se la apoyará para recuperar, si hace
falta, cualificación profesional o lo que fuere, con una discriminación a
su favor. Cualquier dificultad o inconveniencia hoy existente es superable
en una civilización que entienda bien cuales son las prioridades y aporte
los recursos económicos, sociales, asistenciales, relacionales, etc, para
ello, cuando no imperen los criterios monetarios, explotadores y
competitivos del capital sino los de los trabajadores/as asociados. Debe
hacerse mucho más de lo que hoy se hace, incluso en sociedades ricas
que paradójicamente son en este aspecto menos cuidadosas (EEUU) que
otras con menos recursos globales. ¡Menos dinero en armamento y en las
cuentas bancarias de la burguesía y más atención a la maternidad y la
infancia!. ¡Ni una mujer discriminada laboralmente por su género o
maternidad!. ¿Deberá generalizarse la esterilidad masculina para que
entendamos la descendencia -controlada- como una bendición y nunca
más una carga social?. Esto es respeto consecuente por la vida.
La capacidad de empatizar, simpatizar, tiene relación con la
capacidad de comprender y con la inteligencia llamada “inteligencia
emocional” clave para un buen uso de la inteligencia en general. Un
psicópata puede tener una gran inteligencia “instrumental” pero al carecer
de empatía, simpatía, su inteligencia es ciega y puede convertirse en una
seria amenaza para los demás, yendo a contracorriente de lo más
avanzado de la evolución y de los intereses de la Humanidad. En esta
línea parece abundar, con un interés más inmediato, el reciente libro de
Katherine Ellison “Inteligencia maternal” (editorial Destino 2006) que
aún no he leído.
¿Por qué la compasión sería un paso más en la evolución del
Universo?. Si aceptamos que lo es la corriente a la creciente complejidad
y organización de la materia, el logro de la vida, la consciencia e
inteligencia, también lo sería la compasión cuando en su versión más
primitiva ayuda a la procreación al proteger a la prole, pero más aun por
la contribución de la compasión a afinar y orientar debidamente la
inteligencia. Con una mayor complejidad e inteligencia hay una mayor
inversión por parte de la Naturaleza en una especie y de los progenitores
en su descendencia. Es tal el esfuerzo invertido que es normal haya un
cuidado especial para no perderla por accidente, ataque depredador o de
miembros de la misma especie. Esa tendencia llevará también a la
colaboración entre los miembros adultos de la especie para su particular
supervivencia y facilitar la de su descendencia. En su forma más elevada
nos encontramos con la compasión humana.
Si la ley del Universo fuese simplemente la ley del más fuerte,
astuto, adelante, prosigamos con la gran extinción de las especies,
condenemos a los más pobres y desamparados, lancémonos a la guerra
nuclear, química y bacteriológica y que gane “el mejor”. Imaginemos una
pandemia mundial causada por algunas bacterias o virus resistentes a
nuestra medicina y capaces de terminar con nuestra especie. Con ese
criterio, si una inteligencia extraterrestre fuese testigo y pudiese
intervenir a nuestro favor, no debiera hacerlo pues sería “ingerencia en
asuntos internos de la vida en otro planeta”, esperaría indiferente al
triunfo de lo que ni siquiera es una vida completa (virus) y aplaudiría su
poder si mutase y acabase por afectar a otras especies provocando una
gran extinción en masa mayor que todas las padecidas en la historia de la
Tierra. La compasión impediría este brutal retroceso de la evolución y
por tanto se mostraría del lado del progreso en el Universo. Pero creo que
harían bien en aprovechar para imponernos algunas condiciones que
trajesen más sensatez y responsabilidad a nuestro mundo. ¡No iban a
salvarnos para que nosotros terminásemos provocando una extinción en
masa a la vez que suicidarnos!. Si nos negásemos en redondo, más
valdría que una plaga acabase con otra antes de que se extendiese por el
Universo poniendo tal vez en peligro a quienes mostraron más compasión
que nosotros.
Incluso en el supuesto de que de dos especies inteligentes con sus
civilizaciones fuesen absolutamente incompatibles e inevitable el
exterminio de una u otra, esto no demostraría que la dinámica del
Universo es la del triunfo del más fuerte. ¿Qué especie merecería ganar?.
¿La más especiecéntrica, exclusivista, depredadora, violenta y cruel?. No.
Aquella que mejor permitiese un espacio para otras, para la
biodiversidad, dejando por tanto abiertas más posibilidades para la
evolución, luego para otras vías hasta la consciencia. Esto es, en suma,
consideración por la existencia ajena, interés, cuidado por la vida, la
traducción en términos evolutivos, de la compasión bien entendida. Si
ganase la especie menos considerada supondría un enorme perjuicio en
esa región del cosmos. Este criterio debería servir, llegado el caso, a otras
especies para decidir sus apoyos y alianzas.
La biodiversidad es importante pues no debemos conformarnos con
sólo una modalidad de consciencia y de inteligencia como la nuestra. Por
ejemplo, un ser extraterrestre de las profundidades submarinas o
subterráneo (cavernas) que viviese en la más completa oscuridad pero
hubiese llegado a un grado de inteligencia comparable a la nuestra con su
tecnología y ciencia, tendría una consciencia de sí, de su mundo y del
cosmos y un cuerpo de ciencias con unas preocupaciones, perspectivas y
recorridos muy diferentes a los nuestros, aunque tal vez tan eficientes o
más. Pues nuestras ciencias están más condicionadas de lo que creemos
por nuestras características biológicas (animal de superficie, sobre todo
visual, con una gravedad, presión y densidad atmosférica, velocidad de
los vientos, visibilidad, etc que hacen comportarse a los cuerpos y tomar
conciencia de ellos de un modo particular). De aquí la importancia del
respeto al extraño, al que tal vez seamos incapaces de comprender por las
enormes dificultades para traducir los términos de ambos conocimientos.
Una inteligencia así, a su modo, puede tener una comprensión del cosmos
tan válida como la nuestra o tal vez superior (una reflexión interesante
sobre la ciencia humana y la extraterrestre en “¿Es la ciencia universal?”
de Jean-Marc Lévy-Leblond en Le Monde Diplomatique edición
española, nº 129, julio 2006).
Antes de que nos instalemos fuera de nuestro planeta debemos
superar nuestras miserias o acabaremos exportando nuestros infiernos al
cosmos convirtiéndonos en una amenaza potencial para otros seres.
Nuevamente la compasión será un factor de progreso en el Universo.
Apelar al “egoísmo inteligente” no será motivación suficiente para
detener la máquina social de destrucción humana y planetaria que hemos
creado pues seguiría siendo parte de una mente egoica. Sólo la
superación de la identidad ilusoria separada del mundo, de los demás
seres, nos dará la capacidad para crear una dinámica compasiva
(simpatía, fraternidad, responsabilidad) que nos salve a todos.
No está claro que la complejidad de los seres vivos, a diferencia de
la materia inerte, responda a una tendencia y no a un proceso aleatorio
cuyo resultado, llamativo pero marginal, sea la complejidad. Puede que la
complejidad se deba sólo al azar, o a un grado de probabilidad pero no a
una tendencia como la de descender por un plano inclinado. En todo
caso, los pasos hacia una menor complejidad se han dado cuando resulta
más económica y mejor para asegurar la supervivencia o cuando una gran
extinción sencillamente ha eliminado la mayoría de los organismos en
particular los más complejos, siempre más vulnerables aunque sólo sea
por su dependencia de una cadena trófica más larga o de la interacción
entre especies también complejas o porque la cadena trófica se reduce
casi al mínimo entre lo simple y lo más complejo. Pensemos en qué
ocurriría con las ballenas, organismos muy complejos resultado de una
larguísima y complicada evolución (mamíferos terrestres vuelven al mar)
si por un pequeño cambio en el medio marino (elevación de la
temperatura) escasease o se extinguiese el krill, crustáceo del placton del
que se alimentan (una amenaza muy real por el calentamiento climático);
o las plantas con flores que dependen de pájaros para la polinización y
para transportar (comidas), las semillas a lugares donde tengan más
probabilidades de prosperar, si esa ave desapareciese, o si desapareciese
la planta, un ave que dependa mucho de ella.
Muchísimas especies extintas eran más sofisticadas que muchas de
las sobrevivientes. Un cambio brusco en las condiciones ambientales
puede conducir a la desaparición de animales o vegetales altamente
complejos para ser sustituidos por otros, adaptados sí, pero claramente
más simples o menos numerosos y variados. Las extinciones en masa han
supuesto a veces un retroceso en la evolución de la vida, perdiéndose la
variedad, complejidad y sofisticación acumulada. El progreso, la
complejidad y variedad son sólo una ligera tendencia, sobre todo algo
aleatorio, y tal vez venga de donde uno menos se lo espera. Antes he
dejado en mal lugar a los virus por su amenaza, pero tal vez debamos a
ellos los grandes saltos en la evolución si es verdad que no sólo infectan
problemas sino material genético recogido del individuo de una especie a
las células sexuales (gametos) de otra que transmitiría la variación
genética (mucho mayor de la habitual) a la siguiente generación. Quién
sabe si los virus no sólo nos pueden transmitir una enfermedad letal de
otra especie (gripe de las aves) conduciéndonos a la extinción, sino
información genética de otra especie provocando un cambio en
individuos de la nuestra dando lugar a un nuevo y mejor homínido. Si no
hay enemigo pequeño, tampoco debemos infravalorar a los minúsculos y
simples pues tal vez lleguen a ser nuestros mejores aliados. El enemigo
de ayer puede ser el amigo de mañana. Si extinciones masivas de especies
fueron provocadas por el impacto de asteroides del espacio exterior
quizás por similares mensajeros (meteoritos) llegase a nuestro planeta la
materia orgánica origen de la vida, incluso bacterias, atrayendo la Tierra con la fuerza de la gravedad (curvatura del espaciotiempo)- a los
asteroides, cual óvulo al espermatozoide para ser fecundado
(panspermia).
Si la complejidad es una potencialidad de la evolución, aunque muy
secundaria en comparación con la inercia a la simplicidad (casi todo lo
que existe son bacterias y seres unicelulares), la variedad depende mucho
más del medio ambiente. Cuanto más variado sea (llanos y montañas,
seco y húmedo) y haya ámbitos aislados (islas, continentes separados),
más variedad genética se producirá. Pero si la tendencia de los
continentes es nuevamente a juntarse, en un futuro lejano, si no nos
hemos cargado antes el planeta, la uniformidad del medio hará que se
reduzcan drásticamente la variedad de especies adaptadas al mismo. En
tanto, no debemos ser un factor de extinción superior a lo que sería la
dinámica de la naturaleza sin el impacto de nuestra tecnología más
agresiva, salvo en el caso de amenaza a nuestra supervivencia (bacterias,
virus...).
Decimos muchas veces que la vida es injusta cuando es resultado del
azar que nos perjudica o, más veces de lo que sabemos reconocer, de
nuestra propia estupidez o injusticia. Si nos va bien, no pensamos que la
vida es injusta, aunque tal vez el caso lo sea. Si nos quejamos de lo
injusta que es la vida tendremos que rastrear hasta la “injusticia” primera
y más radical: todos los potenciales seres que nunca han existido, ni
siquiera han sido concebidos, aunque tenían todo el potencial para ello,
pero no disfrutaron de una oportunidad, mientras que nosotros, los vivos
y muertos, sin mayor mérito para nacer que ellos, desaprovechamos más
o menos nuestra suerte. La queja llevada al extremo cuestiona las mismas
condiciones que hacen posible la vida, revelándonos su absurdidad,
ayudándonos a relativizar otras reclamaciones del mismo corte.
Esta comprensión nos ayudará a manejar la conciencia de nuestra
insignificancia ante las fuerzas de la naturaleza y el Universo, nuestra
tentación de no reconocer esta realidad, evadirnos a un mundo reducido y
controlado y las reticencias a enfrentarnos con lo que por su novedad no
estamos seguros de sobrellevar bien (NOTA 11). O como el dicho “a
caballo regalado, no le mires el diente”. Dicen los astrónomos que tal vez
existan otros muchos universos pero con leyes muy diferentes al nuestro
y que las condiciones para que se dé un cosmos en el que sea posible la
vida son extraordinariamente precisas, “milimétricas”, de ajuste finísimo,
casi imposibles, pero en el nuestro, pues en alguno acabarían por darse en
esa lotería, se han dado. Tal vez en este Universo existan modos de vida
más plácidos que los de nuestro planeta. Si nuestra perspectiva se amplía
y comprendemos el “milagro” de que de una singularidad de un tamaño
muy inferior al átomo surgió el Universo, luego la vida y la consciencia y
cada uno de nosotros, entenderemos que difícilmente puede haber una
“nada” más fértil y generosa. Somos el resultado “milagroso” de un
Universo “imposible” en el que la materia de las estrellas ha alcanzado la
proeza de comprenderse a sí misma a través de nuestra consciencia y la
de otros seres probablemente.
Teniendo en cuenta lo limitado de nuestros conocimientos y
comprensión, lo más prudente y favorable a nuestra vida es adoptar una
actitud positiva ante la existencia, “ver la botella medio llena” en lugar de
medio vacía.
Pero si tenemos la fea y estúpida costumbre de escupir al cielo, no
podemos culpar a la ley de la gravedad del resultado. Estamos creando,
con un tesón digno de mejor causa, las condiciones para una catástrofe
medioambiental de las que se toma nota en la historia geofísica de la
Tierra. No sólo el calentamiento global sino la posibilidad, cada vez más
seriamente considerada por la comunidad científica, de una glaciación
como resultado paradójico del calentamiento (revista “El Viejo Topo” nº
214-215 diciembre 2005). Gran parte del hemisferio norte, de enorme
concentración humana, sería cubierto por metros de hielo haciéndose del
todo inhabitable. No podríamos maldecir a la madre naturaleza pues el
escupitajo en nuestro rostro nos delataría. Si esto sucediese, basta
imaginar un poco las implicaciones sociales a escala planetaria para
entrever los conflictos provocados por los macro-egos en lucha por la
supervivencia cuando ya somos capaces de matarnos por falsos
problemas. La glaciación sería ¡la menor preocupación!. Si queremos
evitarlo, amén de otras medidas, debemos realizar un trabajo con toda la
dinámica que lleva a la creación de egos y macro-egos, para superarla.
Yo puedo creer que merezco esto o lo otro de la vida. Puede que en
parte sea verdad. Pero el Universo, aunque me concede la oportunidad,
no se siente obligado a nada. Salvo aquello que es mi derecho, nada ni
nadie tiene en concreto la responsabilidad. Por lo que, de aquello que
reciba, aunque sea incompleto, debo estar agradecido a su fuente, más
que andar quejándome por las limitaciones de lo que se me ha dado.
Cuando nos ocurre una desgracia nos quejamos clamando al destino
o al cielo “¿por qué a mí?”, pero no decimos lo mismo cuando somos
afortunados ni nos resistimos a recibir lo que nos ha llegado ni lo
devolvemos por inmerecido, es más, tendemos a atribuirlo a nuestros
méritos y esfuerzos. Si cambia nuestra vida para mal tendemos a ver la
causa en factores ajenos a nosotros, pero no solemos atribuir nuestra
buena racha a algo exterior a nuestro mérito.
Cuando estamos postrados por la enfermedad reconocemos el valor
de la salud a la que de ordinario no damos importancia debida. Y cuando
la recuperamos volvemos a desvalorizar la vida de mil formas pues la
consumimos desde el ego.
La relativa sensación de invulnerabilidad que nos acompaña durante
la juventud se termina cuando el organismo nos pone en nuestro lugar
con un toque serio por enfermedad o accidente graves. Entonces
reconocemos nuestra fragilidad y tal vez cómo con nuestra insensatez
contribuimos a poner en peligro o dejar pasar nuestra única existencia.
Nos quejamos de la impermanencia cuando afecta a lo bueno, pero
no nos quejamos de ella si afecta a lo malo, dándole fin.
No recuerdo dónde lo he leído ni todos los detalles de un cuento
bastante sabio, pero conociendo el espíritu y dinámica del relato, los
detalles son lo menos importante y podría -con un contenido más
comprometido- ser como sigue:
En una pequeña y pobre población vivían un viudo con su hijo
varón. En una ocasión al hijo le tocó, en un sorteo por televisión, un
estupendo automóvil. Los vecinos le dijeron al padre “qué buena suerte
tiene tu hijo” a lo que el padre contestó “bueno, ya veremos”. Al poco el
hijo tuvo un grave accidente con el vehículo que acabó en el desguace,
dejándole como secuela una acusada cojera. Los vecinos le dijeron al
padre “qué mala suerte tiene tu hijo” a lo que el padre contestó “bueno,
ya veremos”. No tardó en estallar una guerra y fueron alistados todos los
varones jóvenes menos el cojo. Los vecinos, entusiasmados por el ardor
patriótico, le dijeron al padre “qué mala suerte tiene tu hijo” a lo que el
padre contestó “bueno, ya veremos”. Pero la guerra fue muy mal y
murieron todos los jóvenes del pueblo movilizados. Los vecinos le
dijeron al padre “qué buena suerte tiene tu hijo” a lo que el padre
contestó “bueno, ya veremos”. No pasó mucho tiempo para que corriese
por el país la especie de que muchos de la retaguardia habían dado la
“puñalada por la espalda” a la patria en guerra, así que algunos
empezaron a sospechar del poco entusiasmo guerrero del padre y de que
el hijo tal vez había exagerado su lesión o sobornado al médico militar
para librarse mientras su propio hijo había muerto. Así que un mal día,
unos cuantos vecinos les dieron a padre e hijo una soberana paliza. El
hijo le dijo al padre “qué mala suerte tenemos” a lo que el padre contestó
“bueno, ya veremos”. A resultas de aquello decidieron emigrar a otro
país. Estalló otra guerra, cayeron unas cuantas bombas en el pueblo y en
su antigua casa, matando a los vecinos que les habían expulsado con su
trato. Cuando se enteró el hijo le dijo al padre “qué buena suerte
tenemos” a lo que el padre contestó...
¿No parece un chiste judío?. Sin caer en la creencia consoladora
pero falsa de que “no hay mal que por bien no venga” podemos mantener
una cierta reserva sobre lo bueno y lo malo que nos ocurre, procurando
sacar de todo el mejor partido posible y en particular aprender para
madurar y estar, pase lo que pase, incondicionalmente agradecidos a la
existencia, sin olvidar la reflexión sobre la intrincada relación de lo
personal y lo social.
El control que podemos ejercer sobre nuestra vida tiene muchas
limitaciones, una radical: la muerte. Por mucho que nos esforcemos por
controlar, no podemos evitarla.
Según nos hacemos conscientes de nuestra mortalidad, la
preocupación por una existencia con final más o menos previsible,
agudiza nuestra necesidad de sentido o los mecanismos de defensa y
compensación del ego. Aunque los demás seres tengan la misma suerte,
aumenta la sensación de sentirnos separados del Universo que, después
de tanto proceso para crearnos, nos expulsa a la nada, lo que reduce
nuestra valía y le quita sentido a nuestra existencia. Así que los recursos
de nuestro ego, además de para validarnos, asignarnos una pertenencia a
algo mayor, deben permitir proyectarnos en el futuro, a modo de
inmortalidad. Los medios pueden ser las creencias en una vida futura, la
continuidad por la descendencia, las creaciones artísticas, científicas, etc,
las propiedades, imperios, creaciones ideológicas, pertenencia a algún
movimiento social, nacional o religioso que se proyecta en el futuro; en el
plano psicológico se manifestará en el tipo caracterial, guión de vida, etc.
También se puede recurrir al deseo de protección y expansión mediante
la fusión romántica con una pareja.
Proyectar la inmortalidad es muy arriesgado pues el objeto en el que
depositamos esa ilusión puede tener un recorrido inferior al que
esperamos, fracasar, mostrarse equivocado, verse cortado por una fuerza
mayor... En cualquier caso, el límite está, muy probablemente, en la
existencia de la Humanidad que, como otras especies, puede extinguirse
por causas naturales o por autodestrucción directa (guerra atómica, etc) o
indirecta (degradación humana del medio ambiente) o una combinación.
Lo único seguro es reconocer el sentido de nuestra vida y vivirla de
modo consecuente en vez de darnos el sucedáneo y la ilusoria prórroga
de la proyección inmortalizadora o de la superación de nuestros límites a
través de otra persona (amante, líder carismático...). Podemos trazar tan
pocos planes efectivos de inmortalidad como hacer algo por uno mismo a
la hora o día de habernos muerto. El yo íntimo que desea ser querido, no
lo será y en todo caso, uno no estará allí para saberlo y disfrutarlo. Esto
es un hecho y lo demás fantasías autocomplacientes.
Tener presente la continuidad generacional, de los logros
alcanzados, es algo básico en la cultura, la civilización. Pero cuando sirve
para encubrir la no asunción de nuestra verdadera naturaleza, la
impermanencia, la muerte, nuestro término definitivo, lleva a la vez a
desvalorizar la existencia real que puede sacrificarse por aquello que
supuestamente nos proyecta a la inmortalidad. Y no sólo sacrificar
nuestra vida sino la de los demás sobre todo si su proyecto de
inmortalidad choca con el nuestro. Así ocurre con creencias religiosas, el
nacionalismo, etc. Si decidimos sacrificios por el futuro, no sea por un
proyecto supuestamente necesario para dar sentido a nuestra vida, pues
por sí ya la tiene, sino por remachar su coherencia en las condiciones
dadas y facilitar el porvenir. De lo contrario, seguiremos un criterio y
meta dirigido por el ego y por tanto muy poco fiable, candidato a causar
frustración y sufrimiento. El sacrificio por otros o el futuro nuestro y de
los demás, tampoco debe ser un pretexto para huir de la vida, no mirar
por la propia plenitud y devaluar la existencia.
No somos unos recién llegados de la nada que debieran proyectarse
lo más posible en el futuro para tener historia y ahogar la conciencia de
finitud. Cada uno de nosotros ha llegado aquí tras un viaje evolutivo de
14.000 millones de años. Somos muy antiguos desde el momento de ser
concebidos.
La conciencia de nuestra mortalidad, en ausencia de gratitud por la
existencia, puede generar resentimiento hacia la vida, capaz de
transformarse en destructividad hacia la ajena como modo de sentirse, a
pesar de todo, mejor, por ver a otros en peor situación, más vulnerables a
la muerte que uno mismo, desvalorizados, etc.; de ser uno mero objeto de
la muerte, pasar a creerse su controlador al darla a otros; la sensación de
poder al hacer pasar a un ser de la vitalidad al estado inerte; al ver al
mundo como hostil, dar la muerte nos libera de potenciales enemigos
causantes de la nuestra. En cualquier caso, el deseo de validarnos y lograr
de alguna manera inmortalizarnos, acabará por volverse contra otros. Se
lucha por conseguir las mismas escasas metas o porque las distintas
creencias que nos dan sentido e inmortalidad no pueden ser todas
verdaderas y alguna tiene que imponerse.
Estas tendencias se manifiestan a través de comportamientos
sociales como resultado de la pertenencia a clases sociales y Estados
fruto de dinámicas potenciadas desde estructuras sociales que tienen sus
reglas y exigencias de funcionamiento.
Las consecuencias negativas derivadas de la conciencia de
mortalidad se pueden cortar desde la comprensión de que no se nos quita
algo, sino que se nos regala una existencia y, al parecer, la viabilidad de
la vida en el planeta depende de su finitud. Podemos relajarnos pues no
está en nuestra mano un control absoluto de la vida. El sentido de un
regalo es ser un regalo y disfrutarlo como tal, en vez de complicarnos con
trucos compensatorios. En vez de arrastrarnos por la deriva destructiva,
podemos sacar el mejor partido posible a la vida desde una perspectiva no
egocéntrica, que tenga en cuenta a todos.
La vida no es una condena repetida (renacimientos) al sufrimiento,
de la que debamos salir liberándonos del deseo de existir o no existir que
nos encadenaría por apego o aversión a los renacimientos, como plantea
el budismo. El sufrimiento debe entenderse como parte de la
vulnerabilidad y los riesgos de la existencia, pero enmarcado en el
milagro, la gracia, de una única oportunidad de vivir.
Hay un sufrimiento objetivo inevitable, como el dolor físico. Un
sufrimiento subjetivo inevitable, como el de un niño que pierde a su
madre. Un sufrimiento subjetivo evitable, debido a la dependencia del
objeto perdido. Un sufrimiento subjetivo evitable, debido a la
intervención del ego con valoraciones como “esto no debiera pasarme a
mí”, etc. Un sufrimiento objetivo o subjetivo evitable debido a los
problemas que nos creamos los unos a los otros y cuya raíz está en el ego
y en las condiciones sociales asociadas a él. Un sufrimiento evitable si
creásemos las condiciones desde las relaciones materno filiales para
desarrollar la aceptación incondicional de nosotros mismos y de ahí la
confianza (no incauta) en el prójimo y la existencia, evitando por tanto el
desarrollo de la coraza caracterial defensiva y agresiva del ego que nos
aísla y crea la ilusión de una existencia separada.
No negar, ni escapar, ni trampear con la consciencia de la muerte.
Yo, quien escribo o leo esto, voy a morir probablemente en un plazo de x
años. Más o menos rápidamente todo el mundo me olvidará, no quedará
nadie que me recuerde o pueda hacerlo. Mi consciencia, sentimientos,
memoria, se esfumarán como si nunca hubiesen existido. Vine de la nada
y quedaré reducido a nada. La vida seguirá sin mí, sin echarme en falta,
como yo vengo haciendo con prácticamente todos los que han vivido.
¿Cuántas personas saben algo de sus ascendientes más allá de sus
abuelos?. Sólo son recordadas algunas personas entre los miles de
millones que han existido, pero poco más que su nombre, forma, obras y
proyección pública. En contados casos tienen muy pocas personas un
conocimiento más íntimo de aquellas, sin haberlas conocido en vida. Mi
cuerpo, que tanto costó desarrollar y cuidar será alimento de otros seres o
reducido a cenizas. La naturaleza no concede a mi condición animal más
privilegio que a otros seres. Pero por su gracia ha llegado a existir, vivir y
conocer.
Todo, el mismo Universo, camina a diferentes velocidades, a su
muerte o extinción. Tener un final no quita valor a lo que fue. Es
preferible la existencia del Universo, nuestra vida, a no haber llegado a
existir, a la nada. Que con sus juegos y risas los niños no ganen
aparentemente nada no resta valor a su efímera vivencia. Que los niños
disfruten y rían más cuanto menos implicado esté el orgullo y la
validación en sus juegos es una prueba adicional de que el ego es un
estorbo para la vida.
Muy pronto se olvida a los muertos, salvo tal vez los más allegados.
Los anónimos de los desastres naturales o provocados por el hombre,
también se olvidan enseguida. Hay algo de injusto en esto, pero también
necesario para que la vida siga con el ánimo alto sin la carga de quienes
se quedaron en el camino. Cuando muera, aquí me quedare mientras los
ancianos, los adultos, las mujeres que hacen volverme en la calle, mis
hijos y los niños que despiertan mi sonrisa, seguirán.
He confeccionado una lista con los nombres de las personas
fallecidas más o menos tratadas por mí. Me asombra su número y cómo
las tenía olvidadas. Seguro que faltan algunas. El día de difuntos dedicaré
unos minutos para recordarlos. Servirá para reconocer la importancia de
la vida de cada uno y lo efímero de nuestra existencia.
Con cada muerte se interrumpe una trayectoria de 14.000 millones
de años, pero con los restos o residuos continúa el proceso de la materia o
energía.
Las llamadas “Experiencias Cercanas a la Muerte” (luz en el túnel,
“película” de la vida, verse fuera del cuerpo...) van siendo explicadas por
la ciencia, sin necesidad de recurrir a una existencia posterior a la muerte.
Quienes pasan por estas “E.C.M.” dicen perder el miedo a la muerte y
cambiar su actitud ante la vida valorándola mejor. Bienvenido sea, pero
se engañan al creer que les anuncia una existencia futura. Hijos de la
Tierra seguimos formando parte de sus ciclos de energía desintegrada
nuestra entidad e identidad. Claro que me gustaría hubiese una existencia
futura mejor pero no hay ninguna evidencia científica de ello y el
resultado de esa creencia se ha demostrado histórica y personalmente
negativo. He madurado y no necesito para mí a los Reyes Magos. Es una
trampa más del deseo, de la vía del “tener”, sea para esta vida o en otra
existencia, ahora o en el futuro. En la presencia del Padre o rodeado de
vírgenes complacientes, late una semilla patriarcal. Más en la parte III del
libro “Morir es nada” de Pepe Rodriguez (Punto de Lectura nº 295).
Pero supongamos, es un suponer, que realmente haya, para al menos
un cierto remanente de nuestra identidad, otra forma de existencia tras la
muerte (cielo, infierno, renacimiento). Si en el cosmos hay lógica y de
algún modo justicia, el modo de plantearme la vida en este documento,
no será contraproducente para una existencia posterior o librarnos
definitivamente del existir si de eso se trata, es decir, el mejor de los
finales. Y si no es así, continuaremos peleando ¡por la revolución en el
cielo o infierno!. Ya tenemos algún indicio con la rebelión de los ángeles
caídos. Conociendo cómo las gasta Dios hasta con su Hijo ¡vete a saber
cuál es la verdad y cuanto se diferencia de la versión oficial!. Yo, me voy
preparando. Para una exposición sobre la cuestión con pretensiones
científicas heterodoxas, Stanislav Grof “El viaje definitivo. La
consciencia y el misterio de la muerte”, ed La Liebre de Marzo, 2006.
La muerte, a diferencia de cómo la considera el judaísmo y el
cristianismo, no debe entenderse como un castigo por un pecado propio
de la especie o un medio para redimirnos de él. (A quién le interese le
puedo enviar por correo electrónico un extenso ensayo inédito de análisis
antropológico del judeocristianismo, las raíces del mito del pecado
original y de la salvación de Cristo con su sacrificio).
¿Cómo podemos reducir el dolor por la pérdida de seres queridos?.
Las filosofías y religiones ofrecen diversas respuestas. Una es reducir el
apego recordando siempre la finitud de todo, estando preparados para la
desaparición del ser querido. Otra, como nos lo recuerdan los funerales
cristianos, es la esperanza en la resurrección si amamos a Dios y al
prójimo, además de como individuo, como criatura del mismo Dios,
hermanos con el mismo Padre.
Si no creemos en nada más allá de la muerte, ni pensamos que sea
muy viable recordarnos de continuo la finitud e impermanencia de lo
existente, ni deseamos privarnos de la pasión por cultivar el desapego y
no correr el riesgo del dolor por la pérdida, ni limitarnos al afecto tibio,
no veo otra salida que la reducción del factor que realmente importa y
mejor podemos manejar, esto es, la dependencia. Cuando lloramos por la
muerte de alguien lo hacemos porque ya no podrá disfrutar de la vida y
nosotros de él. En el primer dolor hay un cariño altruista tanto más
comprensible si el fallecimiento es prematuro; en el segundo, además de
la pena por perder una relación gratificante, puede haber un interés más
egoísta. Comprender la impermanencia e inseguridad de las cosas y que
la vida es un milagro gratuito nos ayudará a reducir la pena por él. En
cuanto a nuestra pérdida, se trataría de reducir el dolor por la
dependencia. El modo más seguro no es sólo diversificar nuestras fuentes
de gratificación en la vida, sino, lo más radical, hacernos lo menos
vulnerables posibles a esa fuente de gratificación y sentido en dos facetas
básicas: la validación personal y la confusión entre las finalidades (para
qué) de nuestra vida y su sentido (por qué).
El modo de lograrlo es el amor por nosotros mismos que para no ser
narcisista ni inestable por nuestros logros (incluida la relación perdida)
debe ser incondicional, sólo por ser, existir, sin entrar en la aprobación o
no de facetas de nuestra vida, ni en la comparación con otros; y la
gratitud por lo que nos fue dado. Esto es la AISSA que más adelante
desarrollo. En cuanto al sentido, si no queremos que nuestra vida lo
pierda, debemos procurar tener una visión amplia y profunda del sentido
de la vida no confundiendo las finalidades que podemos darla,
transitorias y revisables, con el marco general en la que se comprenden.
Si la pérdida le priva de finalidad a nuestra vida, no así del sentido, capaz
de orientarnos para marcarnos otra finalidad en esta nueva etapa.
¿Qué decir a los niños sobre la muerte?. Dependerá de su edad,
capacidad de asimilar la realidad y del dolor de la pérdida. La muerte de
alguien querido ya es una lección muy dura sobre la vida así que el
objetivo será aliviar la pena. No me importa hacerle creer que los malos
simplemente desaparecen (nada de traer los terrores del infierno) sin
posibilidad de hacernos daño, pero que los buenos suben al cielo (un
lugar hermoso y fácil de contemplar) y desde ahí velan por nosotros y
siguen mandándonos su cariño, como el sol su luz y calor. Tiempo tendrá
para superar falsas creencias como para comprender aspectos peores de la
existencia que procuramos ignoren mientras no perjudique su
maduración. Ahora lo principal es protegerles, darles seguridad, que el
dolor les cause el menor daño posible y se recuperen cuanto antes
confiando en la vida. El “desencantamiento del mundo” no debe llegar
cuando la mente no está lista para ello o el coste es demasiado alto.
Pero por mucho que se sigan estos u otros criterios, los lazos
afectivos pueden ser muy fuertes incluso de modo altruista. No creo que
por muy sabios que sean unos padres puedan evitar el desgarro interior
por la muerte de un hijo aún niño pequeño.
¿Qué hay del sentido de la vida y la respuesta al sufrimiento en
condiciones extremas como las de un campo de concentración?. Menos
que en cualquier otra faceta pretendo dar aquí lecciones, sino sólo ideas.
Para mantener en esas condiciones el sentido, debe preservarse en lo
posible la vida humanizada, esto es, la consciencia y la compasión.
Comprender lo que ocurre y evitar convertirse en un monstruo para el
prójimo. Así evitará la degradación objetiva a la que desean conducirlo.
En cuanto a la subjetiva, se encontrará en mejores condiciones para
resistir a su devaluación total como humano, si parte de la aceptación
incondicional de sí mismo sólo por ser (AISSA). Si sólo por el hecho de
existir como judío o lo que fuere, se le condena a uno a la negación total
del valor de su vida, la única respuesta consistente es la validación
incondicional sólo por existir, sin comparación (AISSA). A eso deberá
aferrarse pues de poco le servirá recurrir a los dos tipos de pertenencia
que habrán sufrido una enorme merma. Las creencias religiosas o
políticas pueden ser una fuente de fortaleza siempre que no lo fíen todo a
ello ante el riesgo de perder la fe o ver totalmente derrotada la causa
defendida. También puede aprender a ser más agradecido a la vida con lo
poco de bueno que le depare el día y por tanto evitar la desesperación. En
cuanto a lo malo, su comprensión le ayudará a situarlo en la vida. Pero
todo esto puede ser aun y todo de poca ayuda para soportar lo peor y no
decidirse por el suicidio. Además del por qué vivir puede necesitar una
finalidad (para qué). Puede ser el deseo de sobrevivir para hacer saber la
verdad o para encontrarse con los seres queridos o lo que fuere. Aunque
la finalidad puede ser una fantasía (no lo contará pues no querrán creerle,
no tiene posibilidades de sobrevivir, todos sus parientes muertos...)
mientras no atente contra la consciencia y la compasión y ayude a seguir
luchando, será positiva.
La muerte es un acontecimiento tan personal que nadie puede
sustituirnos. Pero la muerte puede ser también consecuencia de factores
eminentemente sociales, que van desde la pobreza por explotación a la
guerra por intereses del ego, como carne de cañón en beneficio de otros.
Si nuestra vida como humano es resultado de una vida social, también, en
parte lo es la muerte.
Para comprender nuestra vida y muerte no basta con observarnos
como individuos, sino que debemos entender nuestro lugar como seres
sociales.
Soy un ser eminentemente social. No podría haberme desarrollado
como ser humano sin vivir en un medio humano. Criado entre animales,
en el caso más afortunado me habría convertido en un “niño lobo”,
perdido para una humanidad completa. Puedo estar agradecido a mis
padres por darme la vida y criarme.
Mi vida tal vez se hubiese truncado desde la gestación, el
nacimiento o la infancia, de no ser por los logros en materia de salud e
higiene resultado de la acumulación de conocimientos y bienestar
material, gracias al esfuerzo de tantos.
Mi equilibrio mental estaría seriamente afectado si no hubiese
contado con un básico cariño materno y paterno, el respeto y
consideración de los adultos próximos y extraños.
Mi vida social lo debe casi todo al nivel técnico, científico, cultural,
fruto del trabajo explotado de generaciones y al actual de millones de
personas en todo el mundo. Igualmente a las conquistas sociales y
políticas resultado de la lucha valerosa de tantísimas personas a lo largo
de la Historia y en la actualidad. En particular lo debo a las luchas de los
trabajadores desde el siglo XIX por humanizar y democratizar la
existencia contra la rapacidad de las “reglas del juego” capitalistas,
incluso las establecidas en su nombre (“comunistas”). Todo es resultado
de la interdependencia de los fenómenos en el tiempo y en el espacio.
En vez de andar fijándome tanto en mi propio esfuerzo y mérito,
debo comprender agradecido esta inmensa aportación de la Humanidad y
las ventajas de vivir en esta época y zona del mundo. Pues ¿qué habría
sido de mi vida, de mis logros, de haber nacido en otro momento
histórico desfavorable, en un lugar del mundo más desafortunado y
menos desarrollado, en una familia de muy baja posición social o siendo
huérfano, malas circunstancias y suerte?.
Si tengo algún don especial, para la música, las matemáticas, una
gran memoria, etc, no es mérito mío, no he hecho nada por ganármelo, es
la suerte de los genes. Es algo que la naturaleza me ha regalado y yo, de
alguna manera, debo aprovecharlo y devolver el favor al conjunto de la
existencia que es la que me ha dotado con ese don al ser resultado de toda
la evolución natural e histórica y no sólo mirando por mi beneficio. Es
seguro que en ese largo camino, mi ventaja haya podido salir adelante
porque alguien ha sido injustamente sacrificado o se ha sacrificado
voluntariamente para que ese don siga el curso de la vida y no se extinga.
Los desafortunados no tienen ninguna culpa y puede que sean mucho más
meritorios que yo por esforzarse en aprovechar al máximo sus
posibilidades.
Si por la mala suerte se abate sobre nosotros la desgracia de una
grave enfermedad, incapacitación, etc también debemos atribuir a la
fortuna de los genes o las circunstancias muchas de las ventajas de las
que disfrutamos. Quien por estas se cree superior a otros, debe
contemplar que nada impide pueda quedar en un estado de inferioridad
física y mental, lo que deja en su lugar la relevancia de su “yo”, su
presunción.
Así mismo debo estar agradecido por la ocasión que ahora se nos
ofrece para unificar el mundo y darle una dirección consciente que lo
libere de tantísimas lacras como viene arrastrando de explotación,
opresión, destrucción del ecosistema y que también pueden precipitarlo a
la barbarie y la aniquilación en esta época crucial de grandes desafíos,
oportunidades y amenazas para la Humanidad.
Un tiempo en el cual, gracias a la recuperación crítica de antiguas
sabidurías (budismo, taoísmo) y los conocimientos de la ciencia, la
Humanidad puede dar un salto cualitativo en el control de su mente,
esencial para tomar las sabias decisiones necesarias por la enorme
repercusión, trascendencia, que para su vida y el planeta han alcanzado
las consecuencias de su incontrolada y conflictiva vida social.
Abordar nuestro lugar como seres sociales no es suficiente para
superar las limitaciones del enfoque individual de la existencia. Puede
conducir a ideologías que pretenden dar un sentido a la vida pero siguen
esclavas de las limitaciones del individuo, de su ego. Al final de este
texto, una vez comprendidos sus planteamientos, volveremos a esta
cuestión en la nota 17. Para entender correctamente nuestro lugar en la
existencia social debemos remitirnos una vez más a la dimensión
cósmica.
Nuestra existencia la damos como algo hecho, por supuesto. No sólo
un derecho adquirido desde que somos concebidos sino como si
estuviésemos predestinados a existir. La creencia en los renacimientos es
la mayor expresión de esto, pero aunque no la compartamos, en el fondo,
emocionalmente, sí en cuanto a dar por supuesta nuestra vida. La
comparamos con otras, tendiendo muchas veces a pensar que “al otro
lado la hierba es más verde”, lo que suele provocar envidia. Comparamos
el momento presente con otros anteriores o fantaseando con el futuro.
Incluso pensamos en qué será de la vida y del mundo después de nuestra
muerte o en otra forma de existencia para nosotros (renacimiento,
cielo...). Pero no solemos comparar nuestra existencia con no haber
existido nunca, que es donde está la verdadera diferencia a la hora de
valorar la vida.
Sólo por vivir como humanos nos ha tocado el premio gordo de la
materia, pero no sabemos qué hacer con ello y reclamamos la pedrea (el
premio más pequeño). No conocemos mayor logro en el Universo que la
vida consciente e inteligente. Como no sabemos apreciarla y fluir en
armonía con ella, interferimos creando problemas, sufrimientos. Así, de
paso, como pirómanos bomberos, nos damos un pretexto para actuar por
arreglar los desaguisados que provocamos y al arrogarnos el mérito por
hacer, concedernos la validación que no reconocemos con el simple vivir
y ser. Y esos problemas causan infelicidad y crean condiciones para que
la vida sea más difícil de aceptar. Y esto ocurre porque nos consideramos
algo separado que tiene que dejar su huella como el gamberro que sólo se
siente orgulloso si pinta una mamarrachada en la fachada de un gran
edificio en vez de admirarlo y disfrutar de él considerándolo un logro de
la cultura de la que él es también partícipe. Pero todos somos coautores
de esa dinámica del ego. Por eso no hay una contracorriente poderosa que
la contrarreste. Por eso, siendo la única especie que prácticamente desde
el Neolítico no debe temer a otras depredadoras salvo muy
ocasionalmente (excepto virus y bacterias), nos hemos convertido en el
terror del prójimo, provocando tal vez más muertes y sufrimientos que los
causados por un probable depredador. Si en ese sentido no teníamos
problema, el ego se ha encargado de crearlo y bien grande. Nos quejamos
de la enfermedad, la muerte y el peligro de otros seres, pero somos
nosotros la principal fuente de nuestra calamidad, tanto en la “paz” como
en la guerra, empezando por los poderosos. Con el paso del tiempo,
mayor civilización ha traído algo de más humanización pero sobre todo
sofisticación en nuestras malas artes y capacidad para ser mortíferos con
el prójimo y otras especies. Que una tribu de la selva corte cabezas nos
parece salvaje, pero si cosas peores como las que somos capaces con
nuestras armas y forma de organización social (provocar o dejar que se
den las hambrunas, condenar a la miseria...) se codifican en leyes escritas,
reglamentos, instituciones, entonces le llamamos civilización y hasta
pueden gozar de nuestro entusiasta apoyo. Por no reconocer a la vida su
sentido, su valor por sí misma, hemos acabado por convertirla en un
sinsentido, un absurdo, una locura, un infierno donde nosotros somos los
demonios que, en los ratos de descanso entre martirio y martirio de sus
víctimas, se entretienen con el espectáculo del tormento, desde los circos
romanos a los videojuegos bélicos.
Que a estas alturas, después de guerras mundiales, estar más de una
vez al borde del apocalipsis (por elección o error), no sea el punto
primero en el orden del día de las agendas de todas las gentes,
asociaciones y gobiernos, el desarme, al menos nuclear, es una muestra
de nuestro sometimiento a las “reglas del juego” sociales, sus dinámicas
autodestructivas, el imperio del ego en nuestras mentes y el eficaz
“lavado de cerebro” para que nos olvidemos de la cuestión, por parte de
quienes se creen más beneficiados y protegidos. Pasa por normalidad lo
que merecería conducirnos a todos al manicomio. Estamos jugando a la
“ruleta rusa” con un arma cargada apuntando a nuestra sien, mientras se
magnifican riesgos mucho menos importantes a la seguridad o
directamente se inventan para justificar el recorte de las libertades, el
aumento de las desigualdades, desviar la atención u ocupar un país para
mejor saquearlo. Puede que más que temer a unos hipotéticos
extraterrestres invasores, fuesen los alienígenas quienes se horrorizasen
de nosotros, aunque sólo fuera porque nuestra estupidez nos haría
imprevisibles hasta como esclavos.
La comprensión del marco social planetario de la existencia y de
cuánto puede condicionarnos hace evidente lo engañoso de la pretensión
de buscar la felicidad como si sólo dependiese de uno mismo y siempre
que se entienda la felicidad como algo más que la complacencia
egocéntrica traicionando nuestra verdadera naturaleza, nuestro potencial
de humanidad y por tanto de fraternidad universal.
Nuestro verdadero reto no es dominar, conquistar, dejar huella en la
vida, sino entender que somos parte de ella y no contra ella al punto de
ponerla en peligro como hacemos hoy, por nuestro egocentrismo y
especiecentrismo.
Los problemas artificiales, no naturales, pero sí reales creados por el
ego, no pueden resolverse desde la perspectiva y los métodos del ego y
sus identificaciones (nación, religión, etc), sino desde el ser humano
Despierto que reconoce su lugar en el Universo, la vida y la Humanidad.
Nuestra naturaleza humana está totalmente integrada en el Universo,
el planeta, la vida. Vernos como separados cuando no es esa nuestra
verdadera condición, inevitablemente nos desubica, crea inseguridad,
sinsentido, desvalorización. Nuestro verdadero yo hunde sus raíces hasta
el big-bang, extiende sus ramas hasta la vida entera y se apoya en la
consciencia clara; no es el “yo” que imaginamos.
Para descubrir nuestra verdadera naturaleza, la identidad última,
debemos liberarnos de todas las etiquetas que nos definen
superficialmente.
Empecemos por aquello a lo que creemos pertenecer y con lo que
nos venimos identificando para dotarnos de una identidad, como es la
nacionalidad, el estatus social, profesión, la pertenencia a tal o cual club,
partido, religión, etc. Todo esto depende demasiado del lugar, situación y
tiempo en el que hayamos nacido o se haya desarrollado nuestra vida
social y puede experimentar enormes cambios que echarían abajo nuestra
supuesta identidad de pretenderla fija y, por lo tanto no pueden definir
aquello que nos da permanencia y sobre lo que se asientan esas
identificaciones.
Lo que nos queda entonces es un “yo” más íntimo, constituido por lo
que nos pertenece. Tenemos los apegos afectivos, el amor a los padres,
los hijos, la familia, amigos, las parejas... Las creencias sobre lo que es
nuestra personalidad, temperamento, gustos, etc. Lo que creemos nuestra
biografía (memoria selectiva e interpretación). La imagen de nuestro
cuerpo. Todo esto experimenta muchos cambios por ganancia, pérdida,
evolución. Así pasa con los sentimientos. Nuestra personalidad puede
modificarse con la edad y el trabajo con ella. El temperamento se moldea.
La imagen de nuestra vida varía según cómo la miremos e interpretemos
(guiones de vida...). Nuestro cuerpo experimenta grandes cambios
(desarrollo desde bebés a ancianos, renovación celular, engordar,
adelgazar, cirugía contra un mal o por gusto estético). Nuestro nombre y
apellido podría haber sido otro.
Según vamos eliminando las capas de identificación, nos
quedaremos al final con un núcleo que consiste en una consciencia
surgida de un cuerpo-mente humano que sólo puede existir como tal
como resultado de toda la cadena y red del Universo y en medio de la
sociedad humana con sus relaciones y su historia. Una consciencia y unos
genes en un marco social humano.
Dicen que para desenvolverse como viajero por cualquier país, el
mejor idioma es el inglés. Esa es tu mejor tarjeta de presentación -con la
tarjeta “VISA”- y no tu color, nacionalidad, sexo. Imagina que pudieses
viajar por el Universo. Lo que mejor permitiría relacionarte con otros
seres, no es tu naturaleza animal, terrícola, ni tal nacionalidad, sino la
consciencia inteligente y el respeto y amabilidad en el trato con todos.
Para vivir con sabiduría y evitar aquellos sufrimientos ocasionados
en última instancia por la ignorancia o la confusión, debemos saber
reconocer y aceptar la realidad tal cual es, las cosas tal como son. Esto es,
que toda existencia, incluida la vida, es impermanente y que por tanto no
debemos aferrarnos a nada, ni depender de nada, ni sentir aversión por lo
que es humanamente (no social, política, temporalmente) insuperable.
Cuanto existe, lo es como parte de una cadena y una red. Nada existe por
sí mismo y por tanto, su naturaleza última, méritos y deméritos, remite al
Todo y a la cualidad de la materia subatómica. En la vida hay
sufrimientos inevitables y mientras no seamos más sabios también los
habrá evitables. A pesar de todo, la vida es un milagro, un regalo. Nuestra
verdadera identidad no es la imagen del “yo”, ni el ego, sino la mente
clara de la consciencia.
Pero no debemos confundir “las cosas tal como son” con “las cosas
tal como están” como resultado del ego, de nuestra confusión, etc. Es
decir, no debemos aceptar la injusticia, la explotación, la discriminación,
la violencia, las guerras, etc. Todo esto no es humanamente inevitable a
pesar de su abundancia, no forma parte de la intrínseca naturaleza
humana, de toda comunidad humana, ni de la materia; es algo
impermanente y superable. Aunque algunas cosas no pueden estar más
que como están pues eso corresponde a lo que es, otras pueden cambiar.
La comprensión de “las cosas tal como son” debe ayudarnos a
comprender y modificar en lo posible “las cosas tal como están”.
El ego forma parte de “las cosas tal como están” pues no se
corresponde a mi identidad “tal como es”.
Si reconocemos la naturaleza del ego, consecuentemente esto nos
debe llevar a superarlo. Lo mismo ocurre con muchas otras cosas tal
como están. Todo aquello que nos da falsas promesas de felicidad y
realización como ser humano; todo aquello que es fuente de
frustraciones, sufrimientos, que nos podríamos evitar; desde nuestras
pretensiones narcisistas hasta las condiciones sociales que creamos, con
sus reglas del juego inconvenientes para nuestra naturaleza última pero
tolerables para el ego y sus juegos.
Si nos remitimos sólo a las cosas “tal como están” las estaremos
observando desde el ego, y no encontraremos sentido a la vida, le
atribuiremos uno equivocado o nos empeñaremos en dárselo al modo “las
cosas tal como están” es decir, desde el ego. Si nos remitimos a las cosas
“tal como son” ellas mismas nos dirán su sentido, se lo reconoceremos
aunque no lo comprendamos del todo.
En lugar de la nada, existimos como un “milagro”; en lugar de una
sopa informe de energía, la materia, constituida por algo más simple y
minúsculo de lo que podemos imaginar, desde una singularidad
microscópica avanza en complejidad, consciencia, autoconocimiento. ¿Y
nos atrevemos a pedirle cuentas y por qués a esta maravilla para que nos
demuestre que no es un absurdo?. En comparación nosotros somos unos
chapuceros y peligrosos aprendices de brujo que convertimos en un
sinsentido nuestra existencia al echar a perder su potencial. Si las
condiciones del planeta o del Universo nos llevasen a la extinción no
podríamos quejarnos cuando hemos sido nosotros quienes hemos
desperdiciado nuestra oportunidad y exterminado con nuestra codicia e
irresponsabilidad a tantísimas especies. Se nos dará un tiempo para existir
como especie y dada nuestra posición en la Naturaleza debemos
contribuir todo lo que podamos a que la evolución siga progresando en
complejidad, consciencia, inteligencia, compasión. Ese es nuestro lugar,
destino, misión como especie en la cadena y red del Universo, recoger el
testigo y pasarlo bien, como en el caso de cada vida individual. El
Universo inconsciente da de sí todo lo que puede y hace surgir lo
totalmente imprevisible. Lo correcto es aceptar sin más exigencias la
existencia que permite la nuestra, con su capacidad de modificar
parcialmente lo existente; aceptar incluso lo que no entendamos,
humildemente, como un misterio, con la esperanza de desvelarlo algún
día.
Nuestra vida depende de una cadena y trama que nos remonta al Sol
y todo el Universo e igualmente el sentido de todo ello. Nuestra vida no
tendrá sentido si no se lo reconocemos (no dar) a la existencia de la que
surge y depende. No puede haber sentido como resultado del sinsentido.
Si el Universo, la vida, no tienen sentido, tampoco puede tenerlo la
nuestra. Si tenemos que darle (no sólo reconocer) un sentido al mundo
éste no tendrá capacidad para dárselo automáticamente a nuestra vida y
por tanto también tendremos que dársela a ella. Así que el sentido
dependerá de nuestra inteligencia para dárselo y tal vez no acertemos con
el consiguiente perjuicio para todos.
Si nos vemos extraños a la existencia, no podemos encontrarnos
sentido, pues el sentido de nuestra vida sólo puede dárselo el mundo pues
no tenemos existencia independiente del mundo. Si necesitamos darle
sentido a nuestra vida, justificarla, validarla, es porque al vernos extraños
al mundo no podemos reconocer que la existencia, el Todo, ya se lo está
dando.
Al no reconocer el sentido a lo que tiene más nivel
comparativamente (en complejidad y consciencia) como nuestra
existencia, no podemos reconocerlo en lo que es más elemental y extraño
a nosotros. Y lo más elevado no podrá tener sentido por sí sólo pues su
existencia depende totalmente de lo más elemental, de lo que está
constituido y de lo que evoluciona; así que habrá de reconocer el sentido
a esto.
El mundo no depende del sentido que nosotros le demos o
reconozcamos, pues el Todo no puede depender de la parte, de lo
causado, de su criterio. Si no queremos reducirlo todo al absurdo o a
nuestra capacidad para acertar con el sentido atribuido, debemos
reconocer al mundo su sentido, su justificación, en su misma existencia y
lo que no comprendamos atribuirlo a nuestra limitación. Es demasiada
presunción que una criatura pretenda darle o negarle sentido a lo que la
supera y de la que surge. Sólo cabe la reverencia, prudencia y confianza
en que todo no es un disparate loco y sádico. Como con los misterios
divinos pero sin la pretensión de ser “pueblo elegido” (también para el
Holocausto), hijos a imagen y semejanza del Padre, objetos de especial
atención y cuidado, razón de ser de la Creación, etc. El Universo
desconoce el sentido que pueda tener y no atribuye ninguno a nuestra
existencia ni la preserva de la extinción antes del fin de los tiempos, pero
nosotros sí podemos pensar que la consciencia inteligente y compasiva es
su mayor logro, posibilidad para conocerse a sí mismo de muchos modos
diferentes. La existencia del Universo ya lo justifica pues ni siquiera
sabemos cuál habría sido la alternativa ¿la nada, un universo sin
capacidad de evolución hacia la vida, la consciencia?. La justificación del
Universo no puede depender de una criatura muy probablemente
condenada a la extinción, como supuestamente todas las especies. ¿Acaso
después de nosotros no tendrá sentido el Universo?. Lo más probable es
que sea otra especie o varias las que elaboren la enciclopedia del cosmos
en la que nosotros tendremos tal vez una entrada como especie
problemática extinta hace mucho tiempo que dejó una triste herencia en
su planeta y alguno más. Nuestro deseo de sentido debe verse
suficientemente complacido al entender que el Universo evoluciona hacia
la complejidad, la vida, la consciencia, probablemente la compasión y la
autocomprensión. ¿Llegará a existir alguna inteligencia hasta el límite en
que sea posible en un Universo agonizante y hasta a conocer la historia
del Universo y comprenderla?. Entonces aquello que surgió de una
singularidad habrá alcanzado a conocerse a sí mismo por medio de una de
sus partes, como el cerebro lo es de nuestra identidad. Esto superaría toda
nuestra capacidad de introspección.
Supongamos que una inteligencia exterior a este universo se hubiese
asomado para echar un vistazo. Si fuese un tanto ignorante, podría
precipitarse en el juicio sobre su sentido de no haber surgido aún la vida;
igualmente en un estadio bajísimo de su complejidad (células procariotas,
como las bacterias); incluso sólo con predadores y presas sin inteligencia.
Ahora el momento es mejor pero tal vez sea aún demasiado pronto para la
historia del Universo y su conocimiento.
Imaginemos un universo en el cual sólo fuese posible la materia
inerte y no surgiese de él ningún universo más avanzado. Aun así tendría
sentido como resultado de un proceso para dar lugar a un universo más
prometedor, como los números de la ruleta recorridos hasta el premiado o
los desechos de un ciclo complejo. Se ha imaginado nuestro universo
como el sumidero de otro mucho mejor o “pedo cósmico”. Tal vez
seamos parte del “reciclado” de este universo residual o resultado de un
experimento, fallido o no, alienígena con algo así como aceleradores de
partículas recreando las condiciones del big-bang, provocando el
surgimiento de un universo. Si se descubriese algo así, sería un golpe más
para la vanidad de nuestra especie; nos pareceríamos a las cucarachas
más de lo que nos gusta creer. De hecho hay especulaciones sobre el
origen de nuestro universo a partir de un “agujero negro” en otro.
Si reconocemos un cierto sentido al Universo y la vida, es en buena
parte por el conocimiento científico. Las “revelaciones” religiosas
también pretenden que no dan, atribuyen, un sentido, sino que Dios nos
permite reconocerlo. Pero si la “verdad” religiosa no tiene validez
racional y científica, tampoco podemos adjudicarla el sentido
supuestamente revelado del Universo y la vida. Las leyes que parecen
regir la Historia de la Humanidad pueden contribuir a encontrar un
sentido en particular a nuestra especie, pero de ninguna manera es
aceptable convertirlas en una religiosidad enmascarada, sustitutiva del
Padre protector por una Historia como equivalente del Plan de Salvación
de Dios conducente al Paraíso en la Tierra, bajo cualquier fórmula
utópica o “científica”. Las evidencias apuntan en todo caso a las mayores
probabilidades para el Infierno en la Tierra.
Quien se siente separado del mundo y con necesidad de validar la
existencia y su vida dándole un sentido, es la identidad del ego pues el
“verdadero yo” (el Ser o consciencia inteligente no egocéntrica) sabe
intuitivamente que es parte del Todo y que la existencia de por sí es un
bien. La genealogía del sentido comienza en el niño. Si vive la aceptación
incondicional, justificada, validada su existencia sin más requisito, la
hará extensiva al mundo, de lo contrario empieza la incomodidad en sí
mismo y más aún, con más motivo, la extrañeza con el mundo exterior,
ajeno, tal vez amenazante.
Si damos una respuesta, explícita o implícita, equivocada sobre
quienes somos y cuál es el sentido de la vida, afectará a nuestra
orientación para lograr la plenitud de ser y estar, abortándola incluso
cuando la situación y condiciones pudieran ser favorables. Si la
respuesta es correcta, el impulso a esa plenitud sólo deberá buscar los
medios prácticos para realizarse en las condiciones dadas. Es aquí donde
realmente cabe nuestra intervención pues en cuanto al sentido de la vida
es una presunción total reducirla al absurdo o sinsentido y sólo podemos
aspirar a reconocer en los hechos una respuesta provisional por nuestra
capacidad para interpretarlos. La plenitud de nuestra vida será posible
teniendo en cuenta las condiciones en que vivimos y las propias, como
son el temperamento, talentos, cualidades, inclinaciones, gustos... Con
esto disponemos de los elementos para, desde un sentido de la existencia,
trazar un plan de vida con sus objetivos, finalidad y así darla plenitud.
Esto se puede concretar de muchas maneras, como la vocación
profesional, artística, científica, tener hijos, etc. Pero si erramos en la
comprensión de quiénes somos y cuál es el sentido de la vida, esto
hipotecará la finalidad que le demos a nuestra existencia.
Volveremos sobre algunas implicaciones de esto en la nota 17
después de atender a cuestiones previas.
Hemos visto que ningún proyecto de inmortalidad atenúa nuestra
total extinción personal. En lugar de buscar una evasión de esa realidad
plantémonos en nuestra impermanencia y en vivir plenamente el tiempo
del que disponemos, aquí, ahora. Hemos visto que la identidad que
desarrolla el ego por muy universal que se pretenda, no es capaz de
superar la desconexión con nuestra identidad básica, ser consciente sin
más, validarnos automáticamente, sin problemas y lograr la comunión
con la existencia de la que dependemos totalmente, que en nuestro cuerpo
y mente ya escapa en gran parte al control de nuestro yo y de la que
somos criatura y parte inseparable.
En lugar de perseguir una “realización” personal -no asentada en
nuestra validación ya de entrada simplemente por ser-, un ideal, un
“llegar a ser” de determinada manera que nos justificaría, hemos de girar,
volver hacia adentro, a nuestra raíz, a la aceptación de lo que básicamente
somos. No es ningún “más allá”, temporal o personal, lo que nos
justificará, validará, sino el ahora y esto básico que somos.
En este “viaje a ninguna parte”, sino al “ahora y esto”, el camino no
va hacia el futuro partiendo de una idea preconcebida sobre el mismo,
buscando imponernos un ideal, ser otra cosa, etc. El camino no tiene
dirección, “el camino se hace al andar”, es lo que hacemos a cada
instante, sin tener nada por detrás ni por delante. El camino es el paso que
a cada instante damos con la Atención del Testigo que se limita a “darse
cuenta” plenamente sin entrar en principio a juzgar con el riesgo de caer
en prejuicios, actitudes condicionadas etc (ver más adelante). El camino
no se hace fuera desde el ego, sino interviniendo en el exterior en
ausencia del ego. No se trata de lograr un “enriquecimiento” psicológico
para así hacernos más atractivos a nuestros ojos y los del prójimo y ser
más competitivos en el mercado de la personalidad. No se trata de
perseguir una gran recompensa (Iluminación, virtud, etc) porque tal como
somos seríamos poca y mala cosa y renunciando a deseos “mundanos”
codiciaríamos deseos “espirituales”. Se trata de salir de toda esa dinámica
y juegos. Se trata de darnos cuenta y aceptar lo que ya somos, como
individuos y como parte de la existencia toda. Las metas de validación
basadas en logros, la inmortalidad y la identidad del ego, son un engaño.
No se trata de perseguir un futuro ideal y en otro lugar mientras
descuidamos y desvalorizamos lo que se nos da aquí y ahora.
El Camino no se inicia en un punto en el que nos diríamos “yo estoy
mal” (pecador, poca cosa, etc) para llegar a otro en el que nos podríamos
decir que ya estamos bien. El Camino empieza por decir que, al margen
de cómo nos encontremos ahora, ya estamos en cuanto naturaleza
humana bien y que sólo nos queda darnos cuenta plenamente de ello en
lugar de complicar y estropear la existencia buscando un sucedáneo de lo
que ya somos y tenemos.
El Camino no es una desviación de la vida (renuncia) que esconde
un rechazo a las manifestaciones básicas de la vida, como la sexualidad.
Tampoco es un atajo para otra existencia. Ni un sistema de trueque para
conseguir la codiciada “iluminación” o vida celestial a cambio del
sometimiento, mortificación, etc. El Camino es una inmersión consciente
en la existencia, para encontrar en ella todo lo que podremos recibir, a
cambio de no traicionarla.
El Camino del Medio (inspiración budista) no es un camino de
renuncia, mortificación, sino reconocer la riqueza que ya somos y
tenemos de modo que parte de lo que perseguimos se vuelva superfluo o
reconozcamos su carácter perjudicial o sea un mero complemento y
ayuda, dejando así de mendigar o depredar de la vida; reconocer que
nuestras pertenencias son muchas veces ilusorias y por tanto no cabe
renunciar a ellas sino a la posesividad e identificación. Desaparecerán los
deseos originados desde la “sed” de tomar, codiciar, controlar, dominar,
reconocimiento... y surgirán deseos con una orientación de expansión,
expresión, aportación, compartir, dar, liberando los afectos reprimidos
por una vida acorazada. Una dinámica que no será la del “mendigo” sino
de quien se siente rico por dentro y florece. Y cuando uno necesite sobre
todo recibir, especialmente de niño y de anciano, lo pueda expresar con la
confianza de que habrá quien se lo aporte sin chantaje emocional o
condición “mercantil” alguna.
El Camino del Medio nos lleva a vivir más conscientemente pero no
a tomarnos la vida demasiado en serio, aunque no falten los dramas. No
debe hacerse con el fruto, en gran parte, del azar, pues no obedece a
ningún propósito. Es un juego difícil, arriesgado, cuya finalidad no es
atormentarnos, aunque a veces ocurra, ni tampoco hacernos felices,
aunque a veces seamos capaces de no estropearlo. Sobre todo, es un
regalo y como tal debe aceptarse con agradecimiento. Otra cuestión es
cómo lo administremos. Demasiada sofisticación, demasiado pensar sin
permitirse disfrutar del placer de las pequeñas cosas, es enemigo de la
naturalidad, sencillez y espontaneidad de la existencia impidiendo
reconocer su valor. Si uno no admite este carácter de la vida y busca algo
coherente, justo y con una dirección segura de avance, en casos extremos,
no hallarlo puede conducir al suicidio. En este caso es un pecado de
soberbia creer que el juicio negativo de uno invalidando el sentido de la
existencia nada menos y probablemente del cosmos, es tan seguro como
para quitarse la vida; decisión irreversible, irreparable por un probable
juicio futuro mucho más equilibrado que diese continuidad a una vida
mejor. La vida puede entenderse como un juego, pero como los mejores
juegos y cuentos infantiles, cuya finalidad (meta) es pasarlo bien, pero su
sentido (razón de ser) va más allá, como desarrollar el cuerpo y la
coordinacíón motora, aprender a convivir con otros respetando unas
reglas, organizar las emociones, conocer tradiciones... La finalidad y los
medios para llegar a ella deben estar determinados por el sentido. Con la
embriaguez moderada uno también puede pasarlo bien pero su valor para
la sociedad es dudoso, negativo para organizar la mente e incluso
peligroso para la vida si a la vez se realizan actividades con riesgo, como
conducir un coche. La alegría por la vida, como la que sienten los niños
cuando exploran y juegan de modo informal o reglado, expresa mejor la
coherencia de una finalidad con sentido.
Nuestro Camino del Medio no es un trayecto de un “aquí” a un
“allí” como ser un “miserable pecador” para convertirnos en un “santo”,
sino saber situarnos con la Atención del Testigo en la línea continua que
separa los dos carriles, el que lleva los pensamientos al pasado y el que
los lleva al futuro, el que conduce a la soberbia o el que lo hace a la
humillación en la “carretera” escala del orgullo, o la aversión y el apego
condicionados (no instintivos). El Camino del Medio no es tanto un
criterio impreciso sobre evitar los extremos, lograr la moderación, ser “de
centro” (¡horror!), como liberarse de los dos carriles, los dos extremos,
situándose por encima de ellos. No os desaniméis. El Camino del Medio
es más fácil que “el viaje al centro” del PP. Tampoco es la indiferencia,
insensibilidad, desinterés, apatía, renuncia al placer, etc. Si pensamos en
el pasado o en el futuro, si aprobamos o rechazamos algo, si cedemos a
un deseo o no, si debemos hacer que se nos respete o mostrar a otros el
debido respeto, todo ello, no se producirá porque nos veamos arrastrados
por el “tráfico” de la mente en una u otra dirección, empujados por los
impulsos y atrapados en los condicionamientos personales o sociales,
sino porque la Atención nos orienta en una u otra dirección, sobre su
línea entre carriles, no en el carril. La clave del Camino del Medio es la
Atención del Testigo pues es consciencia y a partir de ahí vendrá la
decisión correcta sobre qué dirección tomar. Cuando pierdes la Atención
te sales de la línea del Camino del Medio y eres arrastrado por el tráfico
de la mente en una u otra dirección. No hay que estar haciendo inventario
de cuantas veces nos equivocamos, dejamos arrastrar por los
pensamientos, deseos condicionados, escala del orgullo, etc, sino volver a
la Atención y como cada dos por tres la perderemos, simplemente volver
una y otra vez. Como lograr una Atención permanente es muy difícil, el
Camino del Medio al menos se mantendrá como una línea discontinua
entre los dos carriles que van en direcciones opuestas.
La Atención implica una actitud de apertura, reconocimiento,
aceptación. Si nuestra vida es un milagro, “de bien nacido es ser
agradecido”.
Del reconocimiento y aceptación agradecida por lo que es, por lo
que soy, se deriva:
- la Aceptación de la Existencia con respecto al mundo material
inerte y la vida;
- la Aceptación Incondicional por Ser humano Sin más Atributos,
con respeto a mí y los demás (AISSA).
Aceptación de lo que es y aceptación incondicional por ser (no de la
personalidad o sus actos).
La AISSA es la aceptación incondicional simplemente por vivir, por
existir, por ser, no un inventario de los dos tipos de pertenencias, ni un
balance de lo positivo y negativo en uno, o una selección de los mismos.
Las pertenencias son impermanentes y no definen nuestra identidad
profunda. El juicio sobre lo positivo y negativo puede estar equivocado
por el condicionamiento inconsciente, cultural, social y los criterios del
ego hambriento de validación y seguridad compensatoria. La AISSA no
entra en la aprobación o condena de los pensamientos y actos, que es otro
nivel, la escala de la excelencia (suspenso, aprobado, notable,
sobresaliente). El juicio sabio sólo se puede alcanzar desde una mente no
condicionada en la que brille la comprensión de la propia naturaleza e
integración en el mundo, la inteligencia asociada a la compasión. Con la
AISSA ya no hay que perseguir la validación personal, que implica la
necesidad de justificar la propia existencia, encontrarle sentido, etc,
según los parámetros sociales.
Con la AISSA es más fácil liberarse de la preocupación por el “yo”
que caracteriza al ego.
Con la AISSA ya no se parte a la carrera por el mérito como modo
de validarse. La AISSA es dar un “suficiente” con tan solo ser, no
aprobación por lo que hagamos y cómo seamos (personalidad, etc), por el
balance de nuestras buenas o malas obras, éxitos o fracasos, pertenencias
o carencias. La aceptación incondicional en cuanto ser, no aprobación en
cuanto a hacer o tener, la aceptación incondicional por tan sólo ser
humano no atribuye a nuestro “yo” mérito alguno pues nada ha hecho por
nacer ni por ser humano. Todo lo debe al Universo, a sus padres y
cuidadores. La AISSA no implica que tenga que haber un constructo
mental e identitario llamado “yo”, sino sólo un ser al que llamamos
humano, entendido en sus constituyentes básicos, universales o impuestos
por la naturaleza, no culturales (salvo de la cultura que implica la
existencia en todos los humanos de un lenguaje, capacidad instrumental,
etc).
La comprensión de nuestra dimensión cósmica nos facilitará dar un
asidero a la aceptación incondicional sólo por ser humano. Ser no es estar
vacío de todo contenido, ni rechazar aquello que nos hace más
particulares en cuanto que animales-humanos como nuestros rasgos
físicos, étnicos y sexo. La aceptación incondicional no es “a pesar de”
ellos (a pesar de ser negro, mujer...). No se debe hacer abstracción,
ignorar, rasgos raciales o el sexo pues son características inseparables de
nuestra naturaleza humana y podría hacer el juego a quienes los
desprecian, contribuyendo a desvalorizarlos por nuestra “indiferencia”.
Pero la aceptación incondicional deja de lado o está por encima de otras
características personales como el carácter, posición social, cultura,
nacionalidad, relaciones, logros, historia personal, tanto en lo
considerado positivo como en lo negativo, no quedándose con lo positivo
ignorando o minimizando lo negativo o a la inversa, que también ocurre.
Estas características secundarias no pueden aceptarse, aprobarse,
incondicionalmente. Efectivamente pueden ser de poco valor o negativas
incluso. Salvo por las faltas más graves (asesinato...), a pesar de ellas nos
validaríamos sin más condición que nuestra pertenencia a la especie
humana. Tampoco las utilizaremos para darnos más valor, derechos,
privilegios, que otros. Aunque, si son acertadas, pueden distinguirnos de
otros en el camino a la excelencia pero partiendo todos de la nota de
“suficiente” sólo por ser humanos. Así queda fuera de lugar cualquier
criterio biológico, racial, cultural, clasista, ideológico, etc que pretenda
negar la igualdad con nosotros de los demás como seres humanos y
menos aun su eliminación.
Con la AISSA es posible establecer, como punto de partida, un
carácter autónomo altruista (Derek Wright) (NOTA 12).
Para validarnos no debemos buscar ser especiales en ningún sentido
(mundano, psicológico, espiritual..). Visto desde la perspectiva correcta,
cósmica, en lo ordinario de nuestra naturaleza ya está lo extraordinario,
como seres vivos, terrícolas, humanos, seres conscientes e inteligentes,
por nuestra comprensión del Universo y capacidad de compasión por
todo lo existente. ¡Únicos en la inmensidad del cosmos y de todos los
universos posibles!. Con esta pertenencia basta. No hay que probar ni
aprobar nada más. El don de la existencia nos avala. Cuando para
validarnos vamos más lejos, nos perdemos, nos liamos y empiezan los
problemas para todos. El Universo no ha necesitado más requisitos para
darnos el visto bueno a la hora de crearnos así que no seamos nosotros
quienes busquemos “peros” y “tres pies al gato”.
Los latidos de tu corazón son el pulso del cosmos; el silencio de tu
mente, el del vacío interestelar; tu consciencia, la luz que lo ilumina todo;
tu inteligencia, la capacidad del cosmos para explorarse a sí mismo; tu
compasión, el cuidado por sí del Universo vivo.
Si estuvieses perdido en el cosmos, podrías recorrerlo hasta el fin de
los tiempos, descubriendo lugares maravillosos o terribles, que no
encontrarías alguien igual a ese niño o adulto que amas.
Quién sabe, tal vez ya estemos siendo estudiados con respeto por
una inteligencia extraterrestre, nos encuentre fascinantes, sea capaz de
valorarnos con más objetividad que nuestro narcisismo y nos considere, a
nuestra manera, grandiosos, como en cierto modo nos ocurre a nosotros
cuando estudiamos a seres como los elefantes, delfines..., aunque ellos lo
ignoren.
Cuando estamos en un país muy diferente al nuestro y con
dificultades de comunicación con los nativos, celebramos toparnos con
un paisano. Imaginemos que ese lugar es un lejano punto del Universo.
Entonces apreciaríamos mucho más a un terrícola aunque nos hubiese
sido indiferente de cruzarnos con él en nuestra ciudad, y sin embargo, su
realidad y valor es el mismo que en nuestro encuentro espacial.
En todo el Universo no encontrarás otros seres que tanto se te
asemejen y por los que instintiva y sensualmente te sientas atraído;
seguramente no habrá otro planeta en el que tu cuerpo, desnudo, se sienta
tan adaptado, cómodo, ni tu mente ancestral de simio tan reconfortada
por sus colores (verde, azul), olores y sabores (dulce). Visto con esta
perspectiva, destaca nuestra asombrosa estupidez al tratarnos con tanta
desconsideración y poner en peligro nuestro único hogar. No tenemos
ningún otro sitio a donde ir ni un astronauta lo tiene a donde volver.
Lo más terrible de los campos de exterminio nazis no eran las
vejaciones en las que, a pesar de todo, te puedes seguir reconociendo
como humano, ni siquiera la muerte, sino el odio aliado con la
indiferencia (no como el otro lado de la pasión amorosa posesiva).
Descubrir que te habías convertido en cosa anónima desechable, a la que
no interesaba ni explotar por el trabajo, ni siquiera numerar si iba
directamente del tren a la cámara de gas y de la que sólo quedarán
residuos. No tenían el estatuto de condenado por un tribunal (aunque se
tratase de un juicio farsa nazi) ni el de prisionero de guerra (de poco les
servía a los rusos). Como decían algunos nazis (Rudolf Höess,
comandante de Auschwitz), eran un mundo aparte, con otras reglas, el
universo KZ/SK (siglas para los tipos de campos), el infierno regido por
los psicópatas. Por eso los judíos devotos decían que el Creador allí se
ausentó. Imperaba la destrucción, no la construcción por mucho que
alegasen construir así una Humanidad superior liberada de la plaga judía.
Los campos no son el resultado de la ausencia de validación humana,
sino precisamente de la búsqueda de validación comparativa, a costa de
los demás. La máxima expresión del lío y del terror, la desvalorización
absoluta del prójimo y degradación moral propia, a la que puede
conducirnos la vía de la autoestima (ser la mejor raza, la de los “señores”,
etc) cuando además la dirigen los psicópatas; la consecuencia de la
ausencia del criterio de la AISSA.
Los nazis exterminadores negaban a los judíos el derecho a la vida
sólo por existir. Era lo opuesto de la AISSA, la no aceptación sólo por
ser.
La infelicidad propiciada por la falta de AISSA nos condujo al
“agujero negro” de Auschwitz y nos llevará a otros horrores si no
aprendemos la lección. Ésta no consiste en sólo el antirracismo,
antitotalitarismo, humanitarismo, universalidad en los valores, sino la
validación incondicional de todo ser humano sólo por ser. Esta
universalidad que nos remite hasta el Universo, es parte del antídoto para
cualquier holocausto.
La AISSA es un criterio adaptado de la aceptación incondicional de
Albert Ellis y su Terapia Racional Emotiva. Una alternativa, vía
diferente, en parte opuesta, a la de la Autoestima. Ésta sigue
promoviendo, con mayor o menor sutileza, la dependencia respecto a los
criterios de los demás, de la sociedad, de sus valores, creencias, etc y se
juega en lo que uno consiga, en sus méritos socialmente aceptables
aunque no obligatoriamente los del círculo donde uno se desenvuelva
ocasionalmente. La Autoestima es el criterio para el desarrollo del ego,
aunque sea para fortalecer un ego con mala imagen de sí mismo y
vapuleado por los demás egos. Por mucho que se fortalezca, siempre
permanecerá vulnerable ante las vicisitudes de la existencia; ese es el
talón de Aquiles del ego, la limitación de la Autoestima. La AISSA no
depende de ninguna conquista personal, de ningún criterio ni
reconocimiento social y es invulnerable a los cambios de fortuna.
Buscando la Autoestima se caerá en la comparación con los criterios
de los egos y de la sociedad. Por tanto, la mente y el comportamiento se
verán condicionados, coaccionados por la sociedad con todas sus lacras y
exigencias muchas veces inhumanas y degradantes para nuestros más
altos potenciales. Ya se empieza en la infancia, con el criterio de los más
próximos (padres) cuya aprobación se busca a falta de su aceptación
incondicional. Al carecer ellos mismos de AISSA, son incapaces de darla
a su descendencia. Con la AISSA es más fácil independizarse de los
condicionamientos del ego y de la sociedad. Quien se siente ya validado
por el cosmos sólo por existir (aplicando al prójimo el mismo criterio)
depende menos de la aprobación de los humanos y por tanto corre menos
riesgo de servilismo y degradación por seguir a otros en el mal.
La Autoestima es por naturaleza variable, mayor o menor y como
depende del hacer, tener, pensar y de una medida de validación, no
escapa a la escala del orgullo (soberbia / humillación). La AISSA puede
estar más o menos asimilada, pero en sí no es un criterio variable, no
necesita de ninguna acción y no depende para nada de la escala del
orgullo a la que permite evitar. La Autoestima depende del hacer, tener,
pensar y por tanto, conduce inevitablemente a la comparación, la
competencia, con sus secuelas de codicia, envidia, odio... Necesita por
tanto de las pertenencias, lo que tiene y a lo que pertenece (le da los
criterios y valida socialmente). De aquí son inevitables los mecanismos
de defensa psicológicos de negación, represión, proyección, “yo ideal”,
etc. Con toda esa “ensalada” mental forjará la identidad del ego. La
AISSA no precisa para nada de lo que hace, tiene o piensa y por tanto se
evita el resto de la cadena.
La Autoestima, al acabar dependiendo de lo que le pertenece o a lo
que cree pertenecer, conduce a la aversión contra lo que amenace a eso y
toda la secuela de luchas, conflictos, guerras. Y lo que se tiene o a lo que
se cree pertenecer se puede perder y por tanto tambalear la propia
seguridad y estima. La AISSA no depende más que del hecho de vivir y
el morir no implica el rechazo de nuestra condición.
La Autoestima contamina su hacer, tener, pensar, con la necesidad
de validación y su relación con el mundo es interesada en el sentido de
buscar confirmación de la identidad del ego, por ello separadora y
manipuladora, por lo cual dificulta la actitud meditativa, el olvido del
“yo” en la acción y en la observación. La AISSA permite evitar todo esto.
La Autoestima, al introducir en el hacer, tener, pensar, la escala del
orgullo, impide la valoración objetiva, ecuánime, no contaminada por la
necesidad de validación personal. Hace imposible una humildad
espontánea, verdadera, que no sea la autodenigración humillante o
autocomplaciente (la “humildad” orgullosa de sí). En la AISSA es lo
contrario.
La Autoestima se afirma ignorando o comparándose con otros. Uno
puede tener su gran autoestima desestimando a los demás. La Autoestima
no es extensiva al prójimo. La AISSA por su propia naturaleza o es
extensiva al prójimo o no es tal.
La Autoestima tiende, por lo dicho, a separar a los seres humanos.
La AISSA nos iguala a todos y permite la aceptación de todos -aunque tal
vez tengamos que ejercer la legítima defensa-, pues no establece criterios
particulares (ideológicos, religiosos, étnicos, etc) de aceptación como en
los que fácilmente puede caer la Autoestima. Si nos aplicamos la AISSA,
dado su criterio, en consecuencia hacemos extensivo su beneficio a todos
los seres humanos pues todos tienen tantos méritos para merecerla como
uno mismo. No puede haber AISSA para uno mismo y negarla a otros,
sería un contrasentido total. Por eso, la AISSA, a diferencia de otros
criterios, no necesita el complemento del deber moral de reconocer la
humanidad de otro, pues está explicitado en el mismo criterio. En la
AISSA no cabe establecer comparaciones entre los seres humanos, es el
humanismo universal más radical, fraternal e igualitario. La AISSA no
sirve ni para dividir ni para inflar el “yo”; no diferencia, compara,
discrimina, privilegia, jerarquiza.
La Autoestima condiciona la percepción de uno mismo, los demás y
el mundo, pendiente de la necesidad de evaluación, comparación, control,
manipulación, defensa, expansión, interés, propósito ulterior, “agenda
secreta”. La AISSA va en la dinámica de la aceptación de la existencia y
de la comunión con ella.
La Autoestima, al ser por tanto parte de la mente egoica, aunque
pretenda abrir el camino a la felicidad, es el camino a la montaña rusa de
complacencias y sufrimientos autoinfligidos y causados a los demás. La
AISSA está en la vía de la evitación del sufrimiento innecesario, infligido
a uno mismo y al prójimo, lo que ya sería de sobra maravilloso sin
necesidad de esperar “la felicidad”.
La Autoestima es compatible con la psicopatía. El “yo” inflado del
psicópata refleja una autoestima desorbitada combinada con la
desconsideración extrema hacia el prójimo. La AISSA es incompatible
con la psicopatía.
A una persona tan atrapada por los criterios de la validación egoica
como para no asimilar lo que es la AISSA, puede ser correcto darle
herramientas para fortalecer su autoestima en evitación de males
mayores, pero en cuanto esté lo suficientemente fuerte y capacitada para
asimilarlo, hay que ofrecerle la herramienta de la AISSA que además sí
va en la dirección del Despertar.
(Para una crítica de la autoestima: “Falacias de la psicología” de
Rolf Degens, Ediciones Robinbook, 2001, página 199 y siguientes)
La AISSA, se la identifique o no así, es necesaria creo para avanzar
hacia el Despertar, evitando caer en las trampas del ego “espiritual” y su
“materialismo espiritual” o codicia por “enriquecer” el “yo” con
experiencias maravillosas, ser más virtuoso, etc que los demás, ascender
en la jerarquía de la secta “espiritual”, evadirse de uno mismo y del
mundo hacia la “extinción del yo”, someterse a un gurú (ego humillado,
pero ego dentro de la escala del orgullo, ego en plena transferencia
psicológica, en regresión a su papel en la infancia), etc. La AISSA es la
principal defensa ante las sectas orientalistas destructivas. Y como dice
Krishnamurti, no nos hace falta ninguna secta ni autoridad para
Despertar, es más, son la vía más segura para no hacerlo. La AISSA nos
permite salir de la dinámica del ego y a la vez enraizarnos en nuestra
naturaleza como animales conscientes parte del Todo y de ahí con una
responsabilidad y compromiso social que no sea medio para complacer al
ego.
La AISSA es necesaria para Despertar pero no suficiente, pues lo
fundamental es la Atención del Testigo y un trabajo de la mente que no
depende de nosotros, sino de procesos que, como la mayoría de los de
nuestro cuerpo y cerebro, escapan a nuestro control e incluso
comprensión. De modo similar a como despertamos del sueño a la vigilia
cuando es nuestro cerebro y cuerpo el que despierta y no nuestro “yo”
quien lo ordena, así es el Despertar. Si en la vigilia se pone en marcha el
“yo” y se disuelve la falsa identidad personal que ha vivido los sueños, en
el Despertar se pone en marcha lo que no es “yo” sino nuestro ser
consciente, inteligencia completa, por tanto compasiva, en comunión con
el Todo y se disuelve la falsa identidad separada y extrañada de sí que es
el ego.
La AISSA, expresada con el contacto corporal, la palabra, los actos,
es una cuestión clave en la crianza de nuestra descendencia, desde bebés,
para favorecer que en el proceso de maduración, aunque tal vez sea
inevitable un cierto desarrollo del ego (no está madura la consciencia, la
inteligencia para Despertar), el ego no se convierta en una estrategia
permanente, sea una fase transitoria hacia su superación. Para esta
cuestión capital, ya que ni puedo ni debo extenderme en todo, remito a la
obra de Casilda Rodrigañez y a su página en internet relacionadas en la
“bibliografía mínima” (NOTA 13).
La AISSA es resultado de un lazo estrechísimo y cálido con la
madre. El mundo del bebé es básicamente la madre. La aceptación por la
madre es la aceptación del mundo, la unión con la madre es la unión con
el mundo. De esa relación dependerá la cualidad de la relación con el
mundo, estar separado o no. Más allá de las metáforas existe una analogía
profunda para nuestra validación y de la existencia: considerar a la Tierra
y el Universo como nuestra madre. Si de alguna forma lográramos verla
así, nuestra relación con ella y el entendimiento de nuestra vida serían
muy diferentes. Ya no viviríamos como unos “desterrados hijos de Eva”,
huérfanos, hijos de padres desconocidos, o de un dios padre al que
somos, de hecho, indiferentes. La visión de Lovelock sobre Gaia, de ser
correcta, nos ayudaría en esta dirección. Pero una madre que puede
hacernos la vida imposible y arrojarnos de su casa si pretendemos
destrozarla y maltratar a sus otros hijos.
No quiero dejar pasar lo aprendido en una serie de documentales de
la BBC emitidos por Localia Televisión el 21-IX-2006 con el título de
“Angelitos”. Nos muestra a niños entre tres y cinco años con mal
comportamiento (pataletas, agresividad, tiranizando a los padres...). Con
el asesoramiento de una psicóloga clínica, los padres aprenden a cambiar
su relación con los niños de modo que se modifique su comportamiento.
Las reglas básicas son: a) demostraciones de cariño hacia el niño sin una
razón en particular; b) intensificar las señales de cariño, aprobación,
admiración, etc, cuando el niño hace algo de modo correcto y se porta
bien; c) no prestarle atención directa (mirar a la cara, hablarle) cuando se
porta mal, tiene pataletas, etc; d) para que deje de hacer algo, primero
pedírselo amablemente una sola vez, si no hace caso, dar la orden una
vez, si tampoco sirve, hacer que se cumpla sin agredir al niño; e) como
último extremo, sin entrar en discusiones, retirar al niño a un cuarto
donde no corra peligros, carezca de atractivo (que no sea el suyo con los
juguetes) y de donde no pueda salir (desde fuera el padre cerrando la
puerta) durante un minuto por cada año de su edad; f) cuando se ha
calmado aprovechar la menor ocasión para dar muestras de afecto por su
buen estado de ánimo y disposición a hacer las cosas bien; g) en un
cartelón llevar un registro de las horas del día en que el niño se porta bien
o mal con una estrellita o el dibujo elemental de una cara triste, haciendo
que el niño participe en la anotación. La lección es que los niños no son
malos, sino que se portan mal porque se les ha enseñado que es así como
lograrán más atención de sus padres, aunque sea negativa. Si se les presta
atención positiva cuando no se portan mal, retirándole la atención cuando
tienen mal comportamiento, los niños aprenden que si quieren atención
no deben portarse mal pues no la obtendrán y como reciben lo que en el
fondo más desean (atención cariñosa, palabras amables, elogios, abrazos,
besos) nos muestran su naturaleza bondadosa y encantadora. Con estas
medidas, los padres no necesitan de la agresividad y menos de la
violencia psicológica, física, ni el chantaje emocional de retirar el cariño
si no se portan como uno quiere, sólo la atención. Un niño que se revelará
tras la modificación del comportamiento de los padres como encantador,
es un quebradero de cabeza si los padres lo tratan como si fuese un
problema todo lo que hace aunque sea propio de su edad, limitándole en
su espontaneidad, ganas de explorar, etc. Ese niño aprende que si ofrece
cariño a sus padres, no responden pues están siempre en plan
disciplinario y etiquetándolo como problemático conduciéndole a la
dinámica de la profecía autocumplida al crear en el niño una imagen de sí
mismo, impulsándole a confirmarla para poder tener con sus padres la
interacción en los términos que éstos han establecido; con otros niños, su
descontento se tornará en agresividad.
Estos documentales de la BBC, al margen de lo acertados que
puedan ser sus consejos, son una muestra de lo que podría hacer una
sociedad por los padres a la hora de aconsejarlos sobre el mejor modo de
asumir su responsabilidad y de difundir unos valores sobre la paternidad
y el trato con los niños. ¿Cuántos documentales así se pueden ver en
comparación no sólo con otro tipo de documentales sino del resto de
programas de televisión?. Que sean más excepcionales que un eclipse es
una demostración palmaria de la incomprensión social de la importancia
de la educación infantil en el desarrollo de seres humanos responsables
en la construcción de una sociedad con humanidad que descarte las
relaciones de explotación y opresión. El recurso del que depende todo no
es el petróleo, el agua, etc, sino el ser humano; éste es nuestro recurso
determinante y el más precioso.
Si para adoptar un niño, el solicitante debe reunir una serie de
condiciones materiales, relaciones sociales, psicológicas ¿por qué no se
exige otro tanto a la hora de la reproducción?.
Para ser consecuentes con esa responsabilidad tenemos dos vías:
a) aumentar el control social sobre la reproducción, no sólo por el
número de hijos (fundamental dados los límites del planeta para
sostenernos), sino en cuanto a la idoneidad (psicológica sobre todo) de
los padres.
b) hacer de la reproducción, la relación con los niños, el modo de
educación por los padres sobre todo, una cuestión social tan importante
como cualquier otra, de modo que la sociedad tenga muy claro cómo
proceder y por tanto disponer de unos criterios para el control informal
por toda la comunidad de la paternidad.
Estas dos vías no son excluyentes, pero si queremos contribuir sobre
todo a crear unos valores omnipresentes, una mentalidad parte del sentido
de la vida y la sociedad, en lugar de una burocracia de inspección
psicológica y riesgos de interferencia en la vida privada, debemos poner
el peso en la vía b) apoyándonos secundariamente en la a). Los niños
crecerían haciéndose cada vez más conscientes de la importancia de la
infancia en la especie, no de su narcisismo, y el comportamiento de unos
niños con otros sería mejor, despejando con más facilidad las relaciones
de abuso y persecución. Los niños serían también más conscientes de sus
derechos y capaces de defenderse contra unos adultos -o niños y
adolescentes- abusivos al saber que tienen a toda la comunidad para
ampararlos (vecinos, teléfonos, instituciones del barrio...). Los niños
podrían ir y jugar tranquilamente por las calles, pues toda la comunidad
se sentiría responsable de ellos, no sólo sus padres. Así, cuando llegasen
a la adolescencia, en lugar de centrarnos tanto en su sexualidad, sería más
fácil imbuir a ambos sexos de responsabilidad para evitar embarazos no
deseados ni deseables. Con un urbanismo pensado sobre todo para
facilitar la convivencia humana y no el funcionalismo económico
(centros de trabajo, grandes superficies comerciales, barrios dormitorio...)
se creará en los barrios una verdadera vida comunitaria en la que estará
integrada la sociabilidad de adolescentes y jóvenes facilitándoles los
medios (locales, etc) de modo que no se produzca un permanente
conflicto entre generaciones. Con esta dinámica social se reduciría
enormemente el comportamiento incívico de los adolescentes al crecer
desde su más tierna infancia en una sentida comunidad, en un ambiente
de respeto hacia ellos y hacia los mayores; así no debería recurrirse tanto
a medidas punitivas como la responsabilidad civil y penal de los padres
por el comportamiento de sus hijos. La creación de organismos de poder
popular en los barrios (escala de muy pocos miles de habitantes), con su
propia capacidad de control, vigilancia y castigo, a añadir a una vida
asociativa rica (clubs culturales, recreativos, de apoyo mutuo, etc),
contribuiría a una vida comunitaria participativa, de la que todos se
sentirían parte con sus derechos y responsabilidades y aportaría la
seguridad que tanto se demanda en las grandes ciudades con su
anonimato, atomización social e individualismo que no permite hacer
frente con eficacia al comportamiento incívico y antisocial. Siendo
conscientes del problema y facilitando las iniciativas y poder desde la
base -en lugar de estar siempre dependientes de la graciosa intervención
de “arriba” que monopoliza los medios y la fuerza-, serían enormes las
posibilidades para afrontar y resolver situaciones básicas que hoy parecen
imposibles, facilitando además su tratamiento persuasivo sin aumentar la
tensión y la violencia o, en el peor de los casos, con una capacidad de
represión y desaprobación social no igualable para cuerpos
especializados extraños a la comunidad. La existencia de una fuerte red
de apoyo e integración social mediante clubs, asociaciones, servicios
comunitarios, etc, acogerá a los muchachos con problemas en la familia
de modo que la alternativa no sea “la calle” y el pandillismo.
Es en esta dirección por donde debemos dirigirnos y no en la de
elegir el color de los ojos de nuestra descendencia pues eso sigue en la
vía del ego como el deseo de tener hijos para de algún modo
inmortalizarnos o hereden nuestras propiedades o satisfagan otros deseos
egocéntricos incluso perversos (violencia, etc).
Los niños son los mejores embajadores de la común humanidad de
la especie. Cuando vemos a los niños de otra etnia o raza, con una cultura
muy diferente, jugar, llamar a su madre en su idioma, reir, llorar,
reconocemos en ellos a nuestros niños y vemos con claridad que por
encima de esas diferencias, de las culturas, de la adulteración de los
adultos, uniformes y banderas, compartimos lo mismo, más cuando el
niño es adoptado en nuestra comunidad y comparte nuestra lengua y
modos.
A partir del reconocimiento de la importancia de la AISSA será más
fructífero el proceso terapéutico que lleve cada uno para eliminar de su
vida los traumas, bloqueos, dinámicas que provocan destructividad hacia
uno y los demás, le roban sentido a su vida e impiden su plenitud. Es una
labor necesaria para despejar el Camino al Despertar. Me fue de gran
ayuda lo que aprendí de mí con el análisis transaccional y la terapia
racional emotiva, además de autores sin una escuela en particular.
Partiendo de esta Aceptación de todo lo que Soy, Atiendo a mi
mente y al mundo, sin comentarios, sin dar nombres, sin clasificar, sin
juicios, reforzando la Aceptación. Los conceptos interrumpen el contacto
directo con lo real interponiendo el mundo de las ideas, generalidades,
abstracciones. Todo eso está muy bien cuando se trata de lograr un
conocimiento empírico o científico, pero no para la necesidad de
integración del “yo” en el mundo. Esta es la Atención del Testigo; es
aceptación básica, la vía del no apego y de la no aversión. Comprendo la
interdependencia e impermanencia de todo. No me evado del sufrimiento
existente y evito producirlo no cayendo en la vía de la autoestima y la
cadena de la coproducción condicionada con identificaciones y deseos
con su secuela de sufrimiento. Cuestiono mi “yo”. ¿Quién soy? ¿quién
atiende y siente? (NOTA 14).
En términos relativos soy todo lo que siento, pienso, hago. No vale
decir “soy yo” cuando estoy ante lo bueno, bonito, agradable de mí y “no
soy yo” cuando estoy ante lo contrario. Si no soy lo uno tampoco soy lo
otro, pero esto atenta a la realidad, a lo que de hecho soy aquí y ahora.
Así que soy tanto lo uno como lo otro. No es el Observador del ego con
su necesidad de autoestima y la escala de orgullo quien debe discriminar,
aprobar o rechazar. Todo eso soy yo, mi “pequeña mente” funcionando
desde el ego, pues hasta lo bueno suele tener una motivación egocéntrica.
Sólo si lo acepto desde la Atención, si reconozco este hecho, podrá
aflorar la verdad absoluta de mi naturaleza básica, la gran mente de la
consciencia (NOTA 15).
La pequeña mente egoica utiliza las herramientas de la
discriminación, búsqueda de logro, meta, validación personal. El
resultado son las identificaciones, fijaciones, estrechamientos de la
conciencia. La Atención del Testigo desactiva esas herramientas. El
reconocimiento de todo lo que soy aquí y ahora, aunque no sea mi
realidad última, el cuestionamiento de quién soy si no puedo
identificarme con el ego con todo lo bueno y lo malo, son condiciones
que facilitan la emergencia o despeje de la gran mente, la mente de la
existencia, de la realidad en sí, de las cosas “tal como son”, al evitar las
identificaciones etc de la pequeña mente egoica.
La AISSA y el Testigo permiten que la aceptación de la existencia
eche raíces y extienda sus ramas hasta una verdadera comunión con la
existencia. Que pase de ser algo intelectual y emocional a una realidad
existencial, uña y carne con el propio ser.
La clave no está en la comprensión filosófica, -puede ayudar- sino
en la confianza en nuestra naturaleza original que no debemos lograr -ya
está ahí- pues no hay “yo” que lo haga ni aproveche. Quedándose en el
Testigo, evitando la fijación en el pensamiento discriminador o la
búsqueda de algún provecho por “espiritual” que sea -siempre la codicia
para reafirmarse el ego-, relajadamente, en confianza, abandonarse, dejar
que se manifieste la mente silenciosa, nuestra naturaleza original, la
consciencia de la mente clara, despejada, Despierta.
La Atención del Testigo, sobre todo si se asienta en la AISSA,
acabará por evitar la presencia de pensamientos y esto, al permitir la
emergencia de la gran mente, puede tener varias consecuencias:
- no interfieren los pensamientos que nos arrastran al pasado, al
futuro o a ensoñaciones y por tanto nos alejan del instante actual. Es
posible la presencia real en el Aquí y Ahora, el momento presente y con
ello la emergencia de la sensación de no separación entre quien observa y
lo observado. Se da así la comunión entre observador y observado.
- su mundo es la “realidad virtual” que se forja de la percepción del
mundo exterior. Éste no tiene en sí las características que le atribuye su
percepción pues otro ser tendrá otra de la misma realidad exterior
(colores, receptores químicos y térmicos, tiempo subjetivo, tiempo de
reacción, etc). Lo que está fuera de la mente está, por la “realidad virtual”
de la percepción, dentro de ella. El mundo exterior habita en su mente y
uno habita y se mueve en el mundo de su mente a la vez que en el mundo
exterior. Habita en su “realidad virtual” a la vez que en el mundo real.
Vive en el mundo real por mediación de su “realidad virtual”. Desaparece
el “yo”, la mente que se asoma al exterior para manipularlo y sólo queda
la realidad en la mente. Se da así la fusión con el mundo, en la
percepción. Otro modo de vivirlo es cuando se olvida el “yo” separado y
sólo existe la realidad total y uno en ella, como la figura de un cuadro es
inseparable de él.
- gracias a la AISSA la aceptación se hace extensiva al mundo y al
no necesitar manipularlo para validarse es posible la apertura y
superación de distancias facilitando la emergencia de la comunión con el
Todo.
- al no interferir los pensamientos del ego con sus actitudes
manipuladoras, evasivas, defensivas y agresivas ante el mundo y sus
seres, con la consiguiente actividad discriminadora, diferenciadora,
emerge la sensación de la realidad última, que es la unidad con todo lo
existente, que pertenecemos al Todo y pasa a primer plano lo que nos
hace semejantes a toda la materia. Se da así la fusión emocional que
conduce a la responsabilidad y compasión.
Olvidado el “yo”, esta emergencia de la gran mente produce la
sensación de que todo es parte de la misma mente o consciencia debido al
efecto de la “realidad virtual” y a que la Naturaleza ya no es como un
objeto exterior al que manipular, sino uno que nos “habla” como nuestra
madre y familia; la comprensión de que compartimos lo esencial con
todos los seres que, por tanto, son merecedores de nuestra compasión. La
gran mente permite así la comunión con la existencia.
El Testigo es el máximo provecho a perseguir. Más allá, el anhelo
de “iluminarse”, lograr la calma, la felicidad, virtud, etc es crear más
obstáculos, aunque al principio es difícil una motivación tan pura. Todo
eso nos aleja del aquí y ahora. No se trata de alcanzar o imitar un estado
ideal por el esfuerzo y la práctica, sino de ser un Testigo sostenido. La
mente clara no es un estado especial o alterado de conciencia, sino su
naturaleza básica, original, como un cielo escampado o un espejo sin
suciedad; por tanto no debe producirse, ya está ahí, sólo dejemos que
emerja.
La mente clara capta la realidad tal cual es, sin proyecciones. Es la
mente que entiende sin egocentrismo nuestro lugar en el Universo,
objetiva, abierta a todo lo existente sin privilegio y apta para la
compasión.
Si el ego, la pequeña mente de la pequeña existencia, se disuelve, se
hace presente la gran mente que vive en comunión con la existencia y el
Universo. Como al disolverse las nubes vemos el sol y las estrellas o el
espejo limpio lo refleja todo. Desde la Atención del Testigo se permite
emerja la gran mente o mente clara, Despierta. El ego se revela como
identidad ilusoria y se disuelve, como la del sueño al despertar.
Si desaparece la preocupación por lo secundario que tanto enreda al
ego, se manifestará lo importante de verdad y todo ocupará su
correspondiente lugar.
La mente clara, original, es inteligencia compasiva o compasión
inteligente. La inteligencia y la compasión asociadas son componentes
básicos de nuestra naturaleza cuando no ha sufrido alteraciones como un
bajo coeficiente de inteligencia o la nula compasión en los psicópatas. La
compasión da a la inteligencia toda su profundidad inspirándola a una
actuación con amplias miras, en vez del egocentrismo. La inteligencia da
a la compasión lucidez para evitar sentimentalismos, parasitismos,
dependencias o comportamientos paternalistas propios del guión de
Salvador (NOTA 16).
La comprensión de nuestro lugar en el Universo y en la Historia de
la Humanidad, inspira a la compasión y nuestra intervención. La
compasión inspira la dirección de la investigación de la inteligencia, los
problemas que debe resolver y su prioridad.
Otra característica inseparable de la mente clara, de la comprensión
de nuestro lugar en el cosmos, la comunión con la existencia y la
compasión, es la verdadera humildad. La verdadera humildad es señal de
haberse liberado del ego y su inevitable escala del orgullo.
La verdadera humildad, a diferencia de la humildad humillada o de
la autocomplaciente (farisea), no es lo opuesto de la soberbia, etc, pues
está al margen de la escala del orgullo de la que los anteriores son sus
extremos.
La verdadera humildad no nos hace sumisos, frágiles, ante los
demás, sino al contrario.
La persona de verdad humilde se hace “invulnerable”, no puede
sentir herido su orgullo pues no está necesitada de validarse, compararse,
ser reconocida, alcanzar logros para confirmar su valor. Su humildad se
apoya en la aceptación incondicional de sí misma simplemente por ser
(AISSA), en el sentimiento básico de gratitud por la vida, no de
exigencia, resentimiento, envidia, búsqueda de compensación por la
sensación de carencia. Se ha librado de la necesidad de autoestima y ya
no es esclavo de la escala del orgullo (soberbia / humildad humillante o
autocomplaciente). Sabe que como individuo es poca cosa, pero como
Ser su escala real es sencillamente cósmica; sus raíces se hunden en el
big-bang. Es como si no tuviese nada y a la vez lo fuese todo. No precisa
de pertenencias o de pertenecer a algo para validarse, pues sabe que ya
pertenece al Todo; en él se encierra el mayor milagro (la vida) y la mayor
posesión del Universo (la consciencia inteligente y compasiva).
La identidad de la persona humilde no se basa en la identificación
con lo que le pertenece (imagen del yo, imagen social, estatus social,
relaciones personales posesivas -celos-, creencias, saberes..) o a lo que
cree pertenecer (familia, clan, tribu, clase, nación, club de fútbol, iglesia,
corriente política...) y en las que apoyaría su valía y su “línea de
defensa”.
Si de esas identificaciones dependiese su identidad, su valía
personal, sería fácilmente manipulable por los demás, apelando a su
“honor”, orgullo, etc, como ocurre en el caso del nacionalismo, la lealtad
dentro de las bandas juveniles, el consumo para aparentar un determinado
estatus social. Otros egos podrán manejarlo a su antojo, incluso a costa de
su vida. El verdadero humilde no sería esa víctima de otros egos y por
tanto tendría mejor garantizada su seguridad personal. Pero es capaz de
asumir grandes riesgos por su propio criterio y voluntad oponiéndose a
los criterios establecidos.
Si de las identificaciones dependiese su dignidad, fuese su “línea de
defensa” periférica o una fortaleza, siempre sería vulnerable, pues todo
puede mermar o perderse. Pretender hundir al humilde atacando su
orgullo es como dar puñetazos al aire o golpear el océano con un palo.
No tiene “línea de defensa” pues su identidad es “nada” y a la vez Todo.
No se ampara en engañosas creencias que están en lucha con otras y sus
portadores. El soberbio se apoya en lo que tiene y si lo pierde se hunde su
identidad y seguridad; puede que sólo encuentre una “escapatoria” a ese
derrumbe, en el suicidio.
El humilde, sin depender de las pertenencias, se siente rico, pues es
parte del Todo, tiene la mayor riqueza que es la vida consciente y disfruta
de la mayor fortuna, el milagro de una vida improbable. En eso está su
seguridad. Por eso se siente agradecido. Pero el que está atado a la
necesidad de validación, a la escala del orgullo, vive, en el fondo, como
un mendigo. Nunca podrá sentirse seguro pues todo puede perderlo o al
menos su posición de cabeza y nunca queda saciado pues eso no es
verdadero alimento para su Ser; puede incluso odiar la vida, ser cínico,
cruel y destructivo, al sentirse, en el fondo, aislado de la existencia,
aunque se crea el centro de ella. Por eso también el verdadero humilde
puede ser más generoso y el falso humilde, codicioso, aunque sea de
reconocimiento de “santidad”.
El humilde tiene un infinito respeto por sí mismo como parte
consciente de la existencia, no en cuanto “yo” (mí, mío). Al comprender
las raíces de su naturaleza, hace automáticamente extensivo este respeto a
los demás, pues las comparte. Se sabe parte del Todo y que, a la vez, no
es mayor que cualquier otro ser humano. No necesita compararse ni
competir para validarse. Su humildad no puede confundirse con la farisea
ni con la bajeza de la humillación, pues ambas viven de la comparación.
Ha escapado de la trampa de la validación y su escala del orgullo, que va
desde la soberbia a la abyección. El orgullo siempre depende de algo más
que simplemente ser, existir, y de alguien más, comparándose. En la
escala del orgullo, una misma persona puede caer de lo más alto
(soberbia) a lo más bajo (abyección).
El humilde, en su dignidad, respeto por sí y defensa impersonal de
lo que cree y considera justo puede parecer a otros hasta soberbio, pero
no hay tal pues su “yo” no está implicado.
El humilde se olvida de su “yo”, pero no “renuncia a favor de otro”,
es decir, no se somete a otro ego disfrazando esa sumisión como “olvido
del yo”, pues el ego sometido busca su promoción (inflación) a través del
ego al que se somete.
La humildad no es expresión del rechazo a la vida, el resentimiento,
la secreta envidia, sino de la aceptación y el agradecimiento y se
manifiesta en la generosidad.
El humilde no necesita engañarse ni engañar a los demás para
proteger la imagen de sí mismo y distorsionar la del prójimo. No necesita
alimentar la mentira. Es aliado de la verdad, pues en ella descansa su
identidad, su pertenencia al Todo. El reconocimiento de sus faltas es más
fácil pues nunca puede cuestionar su respeto y valor básicos
incondicionales. No necesita ir por la vida a la defensiva protegiéndose o
atacando y rebajando a los demás para dar seguridad a su identidad
separada y hambrienta de validación, sometida a la constante amenaza de
la comparación.
La verdadera humildad no se cultiva por oposición y en lucha contra
la soberbia, sino que surge de la comprensión de la trampa de la
autoestima y la escala del orgullo, de la comprensión de nuestro lugar en
el cosmos, la AISSA y la ausencia del “yo” en la Atención del Testigo.
¿Y qué hay del amor romántico, de pareja?, se estará preguntando
probablemente, sobre todo alguna lectora. No me extenderé mucho pues
los interesados ya saben lo suyo por experiencia y seguro que han leído
ya unos cuantos libros sobre el particular pues se trata de una faceta de
nuestra vida que moviliza muchos recursos, incluso en la Historia (se le
atribuye la guerra de Troya, aunque sea ficticio) y, quién lo iba a suponer,
en el transporte (“tiran más dos tetas que dos carretas”). Yo debería
escuchar más que hablar sobre la cuestión, pero tampoco estoy tan
desamparado. Lo dicho hasta aquí es también una preparación básica para
un amor sano y maduro. Un ingrediente sería dosis sin límite de AISSA,
es decir, quererse uno mismo incondicionalmente, sin narcisismo, para
ser capaz de querer al otro de verdad, sin egocentrismo (dominio,
dependencia, evitación). Es necesario eliminar también otros obstáculos
como los guiones de vida (análisis transaccional). En el amor sexual se
hace evidente el condicionamiento instintivo, nuestra condición animal
(no vegetal, mineral, gaseosa, líquida...), la misma que nos ha permitido
llegar tan lejos. Somos el vehículo de fuerzas de la Naturaleza que
desbordan nuestro “yo”, hundiendo sus raíces en los inicios de la vida
cuando surgió la reproducción sexuada. El amor “a primera vista” es la
manifestación más clara de lo dicho, al escapar a la decisión y voluntad
de quienes lo viven. El amor que podamos sentir por la Humanidad será
una variante de esa misma energía que conduce a la aproximación, el
conocimiento, cuidado y apego. Si pudiésemos analizar el cuerpo-mente
de una persona Despierta seguramente encontraríamos los mismos
factores (neurotransmisores, etc) que actúan en los procesos, si no
pasionales, sí de afecto y apego. La represión de la sexualidad sólo puede
conducir a lo que hemos visto, desamor, resentimiento, odio. Pero la
desrepresión no es suficiente para conseguir un mundo amable y
amoroso, pues queda atrapada en la dinámica del ego.
Si el amor romántico es una adquisición más o un refugio, estaremos
ante un proyecto egocéntrico. El amor romántico, para no ser eso debe
formar parte de una vida abierta al compromiso con la Humanidad, una
expresión directa, a escala individual, del amor por la vida y nuestra
especie. Una dinamo para impulsar el amor a todo empezando por lo más
próximo. El vínculo del placer puede ayudar a despertar el interés,
respeto y cuidado por el otro, madurando la capacidad para hacer esto
extensivo a un prójimo mucho más amplio.
En la medida en que gracias a la AISSA y la Atención pongamos la
consciencia y la inteligencia compasiva en el puesto de mando de nuestra
mente y comportamiento, conseguiremos encauzar las pautas instintivas
que puedan resultarnos inconvenientes, dar autenticidad a las relaciones
más próximas y aprovechar el impulso afectivo, también para objetos lo
más amplios posibles.
Pero el llamado amor romántico, habitualmente es poco más que un
mecanismo del cuerpo-mente resultado del proceso de selección de la
evolución, por sus logros en el apareamiento y emparejamiento
prolongado para asegurar la supervivencia de la descendencia. Hay un
componente básico y prioritario de atracción sexual, poderoso sobre todo
en los inicios. También una proyección de los anhelos afectivos que se
arrastran desde la infancia. Compartir proyectos y finalidades para la vida
(profesión, hijos, etc). Las necesidades del ego de controlar, rescatar o ser
rescatado, someterse, parasitar, intercambiar, instrumentalizar al otro.
Intereses económicos. El hábito y hasta la comodidad de tener a mano un
objeto sexual. De aquí puede salir hasta un cóctel explosivo y de lo más
perjudicial incluso para la supervivencia, como muestra sobre todo el
asesinato de mujeres por sus parejas masculinas, donde el recurso a la
pertenencia alcanza su paroxismo (“la maté porque era mía”). En pocas
ocasiones llega a convertirse en un combinado duradero de atracción
sexual, respeto, aceptación, confianza mutua, fiabilidad, apertura y
entrega emocional a fondo, compromiso en el tiempo, apoyo mutuo para
lo bueno y lo malo (“vacas gordas o flacas”), amistad más allá de la
pasión, camaradería, complicidad, compartir metas y finalidades o
permitir que sean compatibles sin subordinación por género. Las
dificultades para el amor son más evidentes con la posibilidad del
divorcio. Amor “suflé”, hinchado, algo hueco, con fuego de pocas
calorías aunque llamativo, fácil de apagar. En el otro extremo, el amor
“napalm”, imposible de apagar, destructivo, a base de dependencia y
posesividad. Las relaciones de pareja suelen vivir cuatro tiempos,
consecutivos o intercalándose: ilusión y felicidad, rutina, aburrimiento,
sufrimiento. Los amores más superficiales responden sobre todo a la
atracción sexual y a la adicción amorosa (como una droga para las
necesidades afectivas del ego).
En las relaciones amorosas sigue actuando la pertenencia del ego,
básicamente de dos formas, “le pertenezco” y “me pertenece”.
Reaccionamos de modo parecido a otras pertenencias: control,
dependencia, miedo a ser excluido o perderla, agresividad... Como
estamos tratando con otra persona, la relación no depende sólo de lo que
uno desee o haga, sino de los dos. De ahí que se multipliquen las
posibilidades de conflicto de expectativas, intereses y más cuando
tratándose de relaciones heterosexuales, difieren las consecuencias para
cada una de las partes y no coinciden plenamente las estrategias
reproductivas de uno y otro sexo.
La necesidad de asegurar la supervivencia de una descendencia que
tarda mucho en ser capaz de desenvolverse sola y más de valerse por sí
misma y reproducirse, unida a la imposibilidad para la madre de
sobrevivir sola con esa responsabilidad y la dificultad para hacerlo
incluso entre un grupo de mujeres y madres, condicionó la relación entre
hombres y mujeres, el desarrollo del cortejo y el apego de la pareja. Fue
por tanto un modo de compasión -no del todo desinteresada- por la
indefensa descendencia la que condicionó el amor tanto por la misma
como entre sus ascendientes y de ahí también mucho aspectos de la
cultura humana, aunque las estrategias para resolver el problema puedan
ser muy variadas.
El amor ordinario es sobre todo “querer” (desear, obtener,
controlar). Cuando se dice “nadie te querrá tanto como yo”, al margen de
que ocurra o no, habla el ego convencido de ser más grande que cualquier
otro amante, de la autenticidad de su amor. Es el corazón despechado que
oculta su deseo vengativo hacia quien nos abandona para que no vuelva a
ser tan querido. Oculta la manipulación de nuestro querer, incluso el
fingimiento de amor para conseguir el objeto deseado. Cuando decimos
“no puedo vivir sin ti, sin ti me moriría” no expresamos sólo la
dependencia amorosa, sino que hacemos chantaje emocional en una
situación de ruptura.
El grado de desarrollo moral (en nota 12) de cada miembro de la
relación es un factor muy importante en sus características y evolución.
Si comprendemos cómo se implican nuestros egos en una relación,
el juego de imágenes del “yo”, lo que deseo mostrar, lo que deseo
encontrar en el otro y proyecto en él, nuestra dependencia de los deseos,
nuestra búsqueda de validación bajo el nombre de amor, lo tendremos
más fácil para desengancharnos de una relación fracasada. Querer salir
ganador, preocuparse por quién deja a quién, el culpable, etc, -salvo en
casos de atentado contra la dignidad e integridad física-, es permanecer
en un juego de poder, orgullo, validación, no acabar de entender que en
esa clase de juego todos, de un modo u otro, incluso “ganando”,
perdemos; si el otro/a merece un suspenso, uno mismo también, sea
mayor o menor la nota, pues nos habremos movido en el terreno
delimitado por nuestros egos. La relación que no deja tras sí un rescoldo
inextinguible de afecto, no es sólo una relación fracasada, sino que puede
mostrar la superficialidad de ese amor a pesar de la intensidad de sus
fuegos de artificio, de la impresión en su momento de permanecer para
siempre, incluso tras la ruptura.
Cuando la historia de amor romántico parece terminar o ir bien es
muchas veces porque no nos cuentan cómo sigue o por ignorancia de los
protagonistas. ¿Recuerdan el final de la película “Casablanca” (1942,
dirigida por Michael Curtiz)?. Escenario, Casablanca, ciudad del
Marruecos controlado por el gobierno de Vichy (mariscal Pétain), la
Francia colaboracionista con los nazis. Al final de la película, por la
noche en el aeropuerto, el personaje interpretado por Humphrey Bogart,
un aventurero, se despide de su amante, Ingrid Bermang, conocida en
París, renunciando a su amor, persuadiéndola para que se vaya con su
actual pareja, un patriota checo con aspiraciones a héroe (interpretado por
Paul Henreid). ¿Se han preguntado que ocurrió después?. Yo lo he
investigado y como primicia mundial lo revelo a ustedes. Paul e Ingrid
llegaron a Checoslovaquia al poco de ser liberada (1945) de los nazis, por
los rusos. En 1948 los estalinistas tomaron el poder (el llamado en
occidente “golpe de Praga”). A resultas de ello Paul fue condenado por
“agente y espía del imperialismo” e Ingrid por encubridora. Paul no tardó
en morir enfermo en la cárcel. Ingrid -ya se sabe, la mayor resistencia
femenina- se benefició de la Primavera de Praga (1968) para salir de
prisión, pero a los pocos meses de su aplastamiento por los tanques del
Pacto de Varsovia, fue de nuevo encarcelada. Logró la libertad definitiva
gracias a la caída del Muro de Berlín, la implosión de los regímenes del
Este y la “revolución de terciopelo”. Humphrey, sin saber nada de ella, la
recordó sobre todo en 1945, 1948, 1968 y 1989. Se la imaginaba como
una matrona, pero dada su agitada vida junto a Paul y los años de prisión,
no llegó a tener hijos; en cuanto a su figura, gracias al régimen de la
cárcel siguió casi tan esbelta como en su juventud, aunque consumida su
belleza. Ingrid no olvidó nunca cómo Bogart había renunciado
graciosamente a su amor convenciéndola para unir su destino al de Paul,
así que, a pesar de sus setenta años, fue a buscarlo, primero en Marbella,
digo Marsella y luego en París. Allí se enteró de que sólo unos meses
antes, tras cumplir ochenta años, Humphrey había fallecido por cirrosis,
cáncer de pulmón y las secuelas insidiosas de una enfermedad venérea
mal curada. Ingrid, perdido el sentido de su vida y agotada tras años de
padecimientos, no tardó en morir de un ataque al corazón, precisamente
donde latió con más fuerza por la pasión, en París. Quienes allí la
conocieron me contaron cómo al saber de la muerte de Humphrey,
decepcionada por llegar tarde, se acercó al río Sena. Aquí los relatos
varían. Uno dice que lloró amargamente por la muerte de su amante; sus
lágrimas se mezclaron con la corriente y ahora están en el mar, las nubes
y la lluvia, en un eterno ciclo de homenaje a su amor. Otro, que tiró al
agua lo que había traído para Humphrey: un disco de vinilo con la
canción de su amor, la que tocaba al piano el negro Sam. Un tercero
discrepa, asegurando que lo lanzado al Sena fue una cinta de video con la
historia de su amor hasta 1942. Por último, que lo arrojado al río fue la
pistola con la cual pensaba matarlo por arruinar su vida. Esta terrible
versión es de la última compañera de Bogart, una “mujer de mala vida”,
así que la atribuyo a los celos. Las diferentes versiones muestran varias
maneras de encarar la pérdida del objeto amoroso: la sentimental,
autocompasiva y enaltecedora del ego; el apego a objetos o imágenes
asociadas con la relación; la historia idealizada que montamos de la
relación; el resentimiento incluso violento.
¿Qué habría ocurrido de negarse Ingrid a partir y quedarse con
Humphrey?. Cuando le planteé el caso a una vidente de los multiuniveros
me dijo que Ingrid puso a Humphrey en un aprieto por su “miedo al
compromiso”, estuvieron una temporada juntos (dieciocho meses) hasta
aburrirse y serle Bogart infiel. En cuanto a Paul, el abandono de Ingrid le
destrozó el corazón y como su vocación de héroe se debía en parte al
deseo por gustar a Ingrid, salió de Checoslovaquia cuando la situación se
volvió peligrosa, salvando su vida y rehaciéndola en EEUU, donde
montó una cadena de ferreterías, se caso, tuvo hijos y volvió a casarse.
Pero con esta historia no tendríamos “Casablanca” y tal como ocurrió
podemos tener ¡dos “Casablanca”! y además con “final abierto” para la
televisión interactiva. Como no quiero comerciar con esta tragedia, cedo
mi investigación y renuncio a mis derechos por si alguien quiere producir
“Casablanca II”; como ya he pagado a la vidente, cedo el caso a Iker
Jimenez para su programa dedicado a lo paranormal, “Cuarto milenio”.
Morirse de amor o por amor romántico es generalmente una gran
tontería aunque existan unas causas evolutivas. Basta un poco de
paciencia para preguntarse cómo en algún momento pudo pensar algo así
o comprobar que la persona por quien estaba dispuesto a morir le ha
dejado plantado por otra después de decirle que no había nadie más y
sólo quería vivir sin pareja un tiempo para encontrarse a sí mismo/a.
Claro que si desea ser recordado de tarde en tarde, puede ser un buen
recurso, aunque un pelín caro.
La ciencia nos aporta cada vez más conocimientos sobre el amor
romántico. Hay dos campos de investigación especialmente interesantes:
el conocimiento científico de los sentimientos románticos (actividad
cerebral, etc) y el de la psicología y comportamiento amoroso desde el
punto de vista evolutivo como especie. En ambas direcciones son muy
orientativos los siguientes libros: Elen Fisher “Por qué amamos”, Punto
de Lectura nº 248; David M. Buss “La evolución del deseo. Estrategias
de emparejamiento humano”, Alianza bolsillo, cs 3613, 2004; David
Barash y otros “El mito de la monogamia: la fidelidad e infidelidad en los
animales y en las personas”, Siglo XXI, 2003. Desde una orientación
psicológica más tradicional, a destacar: “El triángulo del amor. Intimidad,
pasión, compromiso” de Robert J. Sternberg, Paidos 1988; “Es amor o es
adicción” de Brenda Schaeffer, Ediciones apóstrofe 1987; “La nueva
pareja” de Lluis Casado, Kairós 1991. Un comentario crítico a la
psicología evolucionista, de Stephen Jay Gould en la pag 47 de
“Evolución. Sociedad, ciencia y universo” Tusquets 2001.
El llamado “culto al cuerpo”, es esa atención desmedida por el
cuerpo, más allá de lo razonable para una alimentación sana, algo de
ejercicio para evitar los inconvenientes del sedentarismo y que convierte
la belleza física en el principal valor, en detrimento de otros objetos y
valores más importantes. Este apego al cuerpo es señal de una
identificación del “yo” con el cuerpo, separado marcadamente del resto
de la realidad, de la Humanidad y la vida. El resultado es el extremado
egocentrismo, muchas veces narcisismo, la superficialidad y la estrechez
en la visión de la vida. Desde ahí las relaciones con los demás no pueden
ser de verdadero interés, apoyo, ayuda mutua, viéndose uno en relación
con lo seres del pasado y del futuro, sino de manipulación o en el mejor
de los casos, de intercambio, mercantiles y centradas en el presente
aislado. Se ofrece la propia belleza a cambio de la de otros o de diferentes
bienes. Se compra la belleza de otros o mediante la cirugía estética. Es la
dinámica del “tener” y la “pertenencia” centrada en el cuerpo. Este apego
al cuerpo, dada su fragilidad y la inevitabilidad de la muerte, acaba
causando frustración y sufrimiento. La vejez, la enfermedad, la muerte, se
convierten en enemigos con los cuales es imposible coexistir y menos
aceptar en lo que tienen de inevitables. Se vive en la trampa de la
autoestima, baja o demasiado alta, en todo caso, la falta de aceptación
incondicional. Se vive en un mundo donde todo depende de la
comparación con respeto a unos estándares de salud, fortaleza y belleza,
entrando los individuos en competencia como modo de ser reconocidos y
validados socialmente. Esta competencia genera envidias, celos y un
centrarse cada vez más en el cuerpo para salir airosos en la competición.
No basta con estar fuerte, ser bello; hay que ser de los más fuertes y los
más bellos. Esta cultura cree cada vez menos en una existencia más allá y
es incapaz de encontrar a la vida un pleno sentido integrada en el
conjunto de la existencia y del Universo y favorecer finalidades acordes
con ello. Si se devalúan los valores, la finalidad de la consciencia y de la
inteligencia, la comunidad, nos queda el cuerpo. El mayor valor será el
“yo” y su expresión más elemental, el cuerpo. De ahí la necesidad de
cerrar los ojos a su final definitivo o de retrasarlo lo más posible, aunque
sea en apariencia. La extensión de la vida a costa de su vaciedad. La
negación de la muerte se expresa en este “culto al cuerpo”. El cuerpo, de
medio para disfrutar de la vida, se convierte en finalidad. En vez de ser
motivo de contentamiento y agradecimiento por la vida lo es de
descontento y exigencia narcisista. En lugar de centrar la atención en lo
que de verdad importa y en la autenticidad, lo hace en la frivolidad, el
fingimiento y la apariencia.
Esta es la razón por la cual esta sociedad lleva hasta el paroxismo
una tendencia natural que relaciona la simetría, proporciones, etc con la
belleza, ésta con la salud y a su vez, con la capacidad de reproducción y
descendencia con alta posibilidad de sobrevivir, lo que conduce al
atractivo sexual instintivo. Esto ocurre no sólo por la relativa dominación
masculina sobre la capacidad reproductiva de las mujeres, sino por el
vacío existencial. Se sostiene porque sus “víctimas” más favorecidas
obtienen ventajas importantes, aunque sea a un nivel superficial y muy
materialista, como es su alta competitividad en el mundo de las relaciones
mercantilizadas, pues “la belleza vende”, sea o no la contraprestación
directamente crematística.
En una cadena de televisión italiana emiten un concurso de
telebasura titulado algo así como “La tía buena y el empollón”. En él
compiten una señoritas físicamente muy atractivas obsesionadas con el
culto al cuerpo y la fama, pero de una ignorancia asombrosa en
cuestiones básicas de cultura general. Esto revela su desinterés por algo
más que ellas, su superficialidad. Por eso desconocen lo que atañe a la
sociedad, la Historia, la especie. Nada hace pensar que su ignorancia se
compense algo por una religión o filosofía que contemple la fraternidad
universal y la integración en el cosmos. (Más información en la noticia
“La bella y la bestia en versión despiadada” por Irene Hernandez Velasco
en el diario “El Mundo” de 15-X-2006).
Más importante que la inestabilidad de las relaciones amorosas, la
“tableta de chocolate” abdominal o el pircing en el ombligo, es la
relación con nuestras criaturas, desde la gestación y el nacimiento. Aquí,
vuelvo a remitir encarecidamente al lector/a a la obra de Casilda
Rodrigañez y Ana Cachafeiro “La represión del deseo materno y la
génesis del estado de sumisión inconsciente” (Virus editorial, Barcelona
2005). Como a veces soy un poco cabroncete no se lo voy a poner fácil al
lector/a haciendo una amplia reseña del libro para que así se ahorre el
esfuerzo de comprarlo (uno de los mejores gastos de su vida), sino que
quiero precisamente lo contrario. En este libro se profundiza en los
condicionantes sociales, culturales, psicológicos, del problema que a
continuación planteo, extendiéndose además en la relación materno-filial,
el problema de la opresión de los niños (encubierta en el liberalismo
actual) y las raíces de la sumisión de las personas a las condiciones de
este sistema social. Por eso lo he puesto el primero en la lista de la
bibliografía mínima recomendada y para mí es como el gran Anexo a este
ensayo. Quienes deseen formar parte de mi club de fans deberán
demostrar que lo han leído. Ojito, no se me quejen por mi insistencia
pues cuando me da el ramalazo autoritario suelo gritar “¡lo lean, coño!”.
El domingo 30-X-2006, en TVE2, en el programa Documentos TV,
emitieron un estupendo documental titulado “De parto”. Hace tiempo,
también en TVE2 en “Línea 900” emitieron un reportaje sobre el mismo
tema. En ambos se defendía un parto más natural, sin tanta intrusión
médica, mucho menos agresivo, más respetuoso y satisfactorio para la
madre, el bebé y la relación entre ambos desde el primer momento. En
España se contravienen muchas recomendaciones de la OMS
(Organización Mundial de la Salud) con resultados peores tanto para la
madre como para el bebé que en algunos países como Holanda donde la
mayoría de los partos -salvo los de riesgo- se dan en el domicilio de la
madre o en centros mucho menos medicalizados (pero con medios de
urgencia), más acogedores y de mano sobre todo de matronas. Una
manifestación evidente de lo poco integrados que estamos con la vida, es
la intervención tan intrusiva y con resultados tan deficientes en lo más
natural y primario de la existencia, como es el parto y el nacimiento, en
vez de fluir con ella y echarle una mano cuando la misma Naturaleza lo
reclama. El parto no es un error de la naturaleza -aunque en la hembra
humana puede tener más complicaciones- que nosotros, sobre todo los
varones, debamos arreglar, como el grifo de la fregadera (lo confieso, yo
llamo al fontanero), compensándonos así por no poder parir. Pero si
pariésemos no querríamos que nos tratasen como a la mujeres intimidadas
con la “ciencia” médica. Las mujeres no son unas hembras inútiles o sin
recursos naturales a quienes deba socorrerse sin ser llamados y violentar
en lo que, si lo dejamos, sus cuerpos saben más y mejor que nosotros. No
se entiende cómo hemos venido al mundo cuando no contábamos con el
actual sistema médico. Mi madre nos parió en casa sin mayor
complicación con la ayuda de una comadrona y con el excelente
resultado que pueden comprobar por este ensayo (además de no tener yo
abuela). ¿Se han convertido de repente las mujeres españolas en unas
hembras incompetentes, si no para el sexo, sí para el parto?. Los avances
médicos deben servir para garantizar la seguridad de la madre y el bebé,
no para entrometerse cuando la naturaleza no les llama en su auxilio,
provocando problemas que luego pretende resolver con resultados
traumáticos. Los viejos taoístas verían en esto el paradigma del
“entendimiento” de la vida por el ego. Ya va siendo hora de que la
mayoría de las mujeres y en particular las feministas, se preocupen menos
por las posibilidades de ascenso en el escalafón militar o cuántas
opciones tienen para ser grandes explotadoras ocupando los despachos
directivos y recuperen lo más básico de su condición defendiendo a la
vez los derechos del fruto de su vientre y la salud emocional de nuestra
descendencia de la que depende el mundo. Esta sumisión a las reglas
intrusivas médicas va en la línea de la sumisión a las “reglas del juego”
del sistema, pues las dos atentan contra el fluir no agresivo de la vida,
sometiendo a la Naturaleza y a los seres humanos a condiciones
contrarias a sus mejores posibilidades naturales. La verdadera liberación
de la mujer no debería significar la igualdad con los varones que
promocionan esta sociedad capitalista, sino su liberación y la de sus hijos
contra esos venenos. La sumisión de la mujer a esta violentación médica
demuestra hasta qué punto sigue sometida, pues algunos de los valores
que cree la han liberado forman parte de esa misma sumisión, la cual es
medio excelente para prolongar la sumisión en la criatura al romper el
lazo corporal y afectivo que de otro modo se habría establecido entre
madre y bebé. El respeto a los derechos de la mujer y el amor a la vida
empiezan por lo que es más suyo, exclusivo e imposible de transferir: el
parto y la relación con el bebé. En esta revolución pendiente las
principales responsables y protagonistas son las mujeres. A los varones
nos toca dejar de ser el obstáculo que tantas veces somos y ponernos
decididamente de su lado que es el nuestro, pues de mujer nacemos (*) y
de mujer viene la descendencia de todos. Así que los libros que a
continuación recomiendo no son “lecturas para mujeres” o embarazadas,
sino también para los varones, por nuestra ignorancia y falta de interés:
“La revolución del nacimiento. Partos respetados. Nacimientos más
seguros” de Isabel Fernández del Castillo, con prólogo de Michel Odent,
Granica 2006; Michel Odent “El bebé es un mamífero” Mandala
ediciones 1990; “Por un nacimiento sin violencia” de Frederik Leboyer,
Daimon 1983.
* Claro que, como en todo, hay excepciones. En la película “GAL”
(dir Miguel Courtois, 2006), el personaje que representa al policía José
Amedo -mando intermedio en la trama del Estado de “guerra sucia”
contra ETA en los años 80- dice que no ha nacido del vientre de su
madre, sino de los cojones de su padre (entrevista al actor Jordi Mollà en
“Magazine” del domingo 5-XI-2006 de “El Mundo”)
El capitalismo ya está dando, en los países ricos, una respuesta a los
niños sobre el sentido de la vida, o al menos de su finalidad: consumir
desde la más tierna infancia siguiendo las indicaciones de los
comerciantes, aprender a ser consumidores compulsivos (“Nacidos para
comprar. Los nuevos consumidores infantiles” por Juliet B. Schor,
Paidos, 2006).
A los niños pobres de los países más pobres, desde muy temprano, el
capitalismo mundial les enseña que su futuro es el duro trabajo infantil o
que no tendrán otro que mendigar por las calles, drogarse con pegamento
y morir pronto o intentar sobrevivir integrándose en la “familia” de la
pandilla delincuente.
En ambos casos, el capital se encarga de que “el tener” polarice la
vida de ambos, por exceso o por defecto. Vivir para tener o tener para
mal vivir. A unos no les deja ser niños espontáneos pues los manipula
para convertirlos en ávidos consumidores y a los otros les arrebata la
alegría de la infancia explotándolos como a adultos sin derechos o
desechándolos.
Las maquinitas electrónicas, los videojuegos, la televisión, hacen el
papel de niñeras de muchos niños que pueden estar solos al regresar a
casa. El deseo de consumo es el sucedáneo del deseo libidinal y las
marcas comerciales el del reconocimiento afectivo.
Todos están hambrientos de ser aceptados sólo por ser y del interés
genuino. En su lugar se les cubre de cosas porque no se sabe llenarles de
afecto o se les arrebata sus energías en el trabajo o deja que las destruyan
(adicción al pegamento, etc) al no valorar el milagro de su existencia y su
risa. A los ricos se les deja en los brazos de plástico de la mercancía; a los
más pobres, abandonados a las garras de las furias de la calle; a los
explotados, entregados a la madrastra de la patronal.
Muchos niños de familias de clase media y alta son un medio para
que sus padres se sientan exitosos a través de ellos. Esos niños no tienen
una vida emocional auténtica, sino supeditada a la apariencia, la
comparación. El éxito no se mide en relación al esfuerzo, sino a la
imagen. Sus padres les evitan las frustraciones normales, la asunción de
responsabilidades por sus actos y sus consecuencias, satisfacen sus
caprichos y les consienten de todo. La contraprestación es “no manches
mi imagen de persona exitosa”. El precio que pagan los niños y
adolescentes es una infelicidad profunda, alto nivel de estrés, alto
consumo de alcohol y drogas, eso sí, todo bien disfrazado con una sonrisa
de triunfador y con la idea de que sin prendas de marca no eres nadie.
Pero aunque la mona se vista de marca, mona se queda. (de los
comentarios al libro no publicado en España de Madeline Levine “El
precio del privilegio” en la revista suplemento de prensa “Mujer hoy” nº
397, 18 al 24-XI-2006, artículo “A mi hijo que no le falte nada “ de
Marisol Guisasola).
Padres que no quieren mucho a sus hijos o no saben expresarlo, les
dan cosas volviéndolos muy exigentes pues entienden que sólo obtendrán
ese sucedáneo de cariño con el que nunca podrán satisfacerse por lo que
se hacen insaciables y los padres acaban hartándose pues tampoco
consiguen cariño sino manipulación como proveedores. Padres que
suplen con la tarjeta de crédito e “ir de colegas” del hijo su papel de
acompañamiento en el crecimiento emocional y liderazgo moral, lo que
puede dar un padre, pero no un amigo. Padres que en ocasión de los
regalos de las Navidades, satisfacen todos los deseos de los niños sin
entender que es bueno frustrar algunos y recibir bienes necesarios (ropa,
calzado...) y no sólo caprichos, pues deben aprender a confiar en la
generosidad de la existencia en reciprocidad a su buen comportamiento
pero que no lograrán todo lo que deseen, que la importancia de las cosas
es diferente y no por necesarias debemos mostrarnos menos agradecidos
a la vida por poder obtenerlas. Sabido es que la superabundancia de
juguetes conduce a no valorarlos y a impedir que el niño, gracias a su
imaginación, construya con muy pocos elementos un mundo. De mi
infancia recuerdo que mis juguetes más valiosos cabían en un bote
pequeño de Colacao y el más importante durante mucho tiempo fue un
cochecito minúsculo, básico, sin ruedas siquiera ¡qué le vería!, que los
castillos medievales y fuertes del Oeste más imponentes surgían de una
caja de cartón recortada y llevaba a mi amigos de viaje en un coche
imaginario convirtiendo la rueda delantera de la bicicleta volcada en el
volante.
Salvando las distancias, nos encontramos con el problema que,
como una línea continua, encuentra su máxima expresión en el
hospitalismo analizado por René Spitz cuando descubrió cómo niños
menores de 18 meses de los orfanatos, por muy bien atendidos
materialmente que estuviesen, enfermaban, perdían peso, se retrasaban y
empobrecían en su desarrollo y hasta morían. Les faltaba un alimento
fundamental: el cariño, la atención emocional. Y esto sigue siendo
fundamental durante muchos años. ¿Cual es la frase más repetida por un
niño?: “mamá, mira”. La cuestión no puede reducirse a una necesidad de
estimulación sensorial, pues el tipo de estímulos que necesitan los niños
no son sólo luces, sonidos, movimientos, tacto... y la atención adecuada a
sus requerimientos (llamadas, llanto...) y respuestas (sonrisas...), sino los
propios de la interacción humana completa, con toda su carga emocional,
implicación, empatía, como desde el comienzo de nuestra especie son
capaces de aportar las madres y que permiten a la criatura crecer con la
sensación de que su vida está bien, puede sentirse seguro, hay un ser con
quien puede contar plenamente, la vida es buena y no hay motivo para
condenarse al miedo, la desesperación, la tristeza. Entre los momentos
más hermosos que puede vivir un adulto están aquellos en los que un
niño pequeño nos abraza y pega su carita a nuestra mejilla. La
explicación no puede estar en la mera sensación táctil, sino en que
remueve una programación animal (de mamífero) en nuestra especie,
predisponiéndonos al cuidado de las criaturas, incluso a riesgo de nuestra
vida.
En esta sociedad las instituciones que debieran ser más responsables
son incapaces de asegurar el debido respeto a los niños en aquello que
parece más básico y objeto, de boquilla, de pleno acuerdo. Dos muestras.
Una y otra vez nos enteramos de que las cadenas de televisión, tanto
públicas como privadas, convierten en papel mojado sus compromisos de
cuidar la programación en el horario en que, de vuelta del colegio,
pueden verla los niños, para que no les afecte un contenido de violencia,
sexualidad inapropiada para su edad (¡hasta escena de violación en
emisión repetida!), consumo de drogas legales o no, lenguaje inadecuado,
etc. La lucha por las audiencias, el apoyo de los anunciantes, el dinero en
suma, manda.
Jesús dijo “Dejad que los niños vengan a mí” y algunos sacerdotes
católicos lo han venido interpretando, al parecer, como una licencia para
la pederastia, gozando -además de ellos- del encubrimiento y obstrucción
a la justicia, de las autoridades eclesiásticas, en particular del Vaticano.
Es así gracias a la directriz de 1962 “Crimen solicitationis”, siendo el
encargado de hacerla cumplir el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa
Benedicto XVI, continuada con otro documento de 2001, del mismo
Ratzinger, que ampara el secretismo y la impunidad con la amenaza de
excomunión a quienes lo desobedezcan. Persuadir a los potenciales
denunciantes le está costando mucho dinero al Vaticano, pero menos que
las probables condenas. Sin embargo, lo que más le importa a la Iglesia,
incapaz de reformarse, es su prestigio, su autoridad, la imagen, el poder,
aunque su actitud se vuelva al final en su contra, sobre todo cuando saben
utilizarla otras fuerzas para presionarla en la dirección conservadora
(¡más!) que les interesa. Ya vemos cómo el Vaticano se aplica los
mandamientos referentes a la mentira, la sexualidad y su especialidad, la
confesión de los pecados, el arrepentimiento y la enmienda. Si a lo largo
de su historia no le ha hecho ascos a las mayores vulneraciones, aliada a
los poderosos, ahora tampoco le detiene la protección de quienes por
Jesús dijo “A quien escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen
en mí, más les valdría que le colgaran al cuello una rueda de molino de
las que mueven los asnos y lo arrojasen al mar” (evangelio de Marcos, 9,
42). (Información, del serio documental “Crímenes sexuales y el
Vaticano” emitido en “Mundo Hoy” de la cadena pública vasca ETB2 el
domingo 26-XI-2006).
Si esta es la obra de algunos hombres consagrados a Dios, el diablo
también debe hacer de las suyas a juzgar por el infierno al que llaman “la
montaña que come hombres vivos”, con más precisión, a más de
ochocientos niños que trabajan (entre 5000 indios en cooperativas), en
condiciones indeseables incluso para los adultos, en las casi agotadas
minas de plata del Cerro Rico, en la parte más alta de Potosí (Bolivia).
Para no morir en las explosiones de dinamita (para aflorar las vetas) y
lograr algo de plata, ya que Dios no entra en la mina (no se puede atribuir
al bien lo que allí ocurre), hacen ofrendas al diablo (el “Tío” con sus
propias figuras para los ritos) que demuestra ser el más poderoso. Si
sobreviven se hacen candidatos a enfermar de silicosis (por inhalación
del polvo de sílice) para morir a los treinta y cinco o cuarenta años. A
falta del debido descanso y alimentos mastican hoja de coca como
estimulante. Estas minas han sido explotadas durante cuatrocientos
cincuenta años, desde el colonialismo español y se estima que han
costado la vida a unos ocho millones de personas (bis). Sin duda debe ser
el diablo quien tiene en sus garras a estos niños pues todos los poderes de
este mundo (¡y mira que Bush y Putin y... son poderosos!) no pueden
rescatarlos aunque la cantidad que los libraría de la mina sean unos pocos
dólares al año. Por buena voluntad seguro que no es, como demostró
Bush padre cuando se lanzó a liberar Kuwait gastando miles de millones
de dólares (+ o -) porque, entre otras cosas, los soldados de Sadam
Hussein había matado en un hospital a los niños de las incubadoras para
llevárselas a su país, aunque luego se demostró que esa acusación era una
mentira, sin duda piadosa, para movilizarnos por causa tan justa ya que
en la tierra del petróleo manda Alá y allá es posible intervenir pero no en
el Cerro Rico donde los niños no se encomiendan ni al padre ni al hijo (ni
dios ni Bush), sino al diablo. Tal vez por eso no merezcan la atención de
los “cristianos renacidos”. Esperemos que al Vaticano no se le ocurra
evangelizarlos enviándoles a uno de sus sacerdotes pederastas. Tanta
cruzada contra el “imperio del mal” de cada momento y no pueden
derrotar al mal ni en las montañas de Afganistán ni en Cerro Rico. Toda
su fuerza, el poder y la gloria son incapaces de rescatar a esos niños pues
les falta compasión y sin ella daría lo mismo que sirviesen directamente
al diablo. Y esa falta de compasión acabará trayendo, tarde o temprano, la
desgracia o la degradación a todos. A este ritmo acelerado de progreso
lograremos establecer una colonia en la Luna mientras bajan a la mina
más niños que atribuirán su suerte al poder del diablo en las entrañas de
Tierra y al de Dios en los cielos. (información del documental
largometraje “La mina del diablo” de Richard Ladkani y Kief Davindson,
2005, emitido por TVE2 el 8-XII-2006 en “Documenta 2”).
Si un niño no se siente debidamente querido de modo incondicional,
respetado, protegido, mal empieza su vida para sentirse parte integrante
de un universo del que es hijo y no levantar un “ego” para sobrevivir
psicológicamente en un mundo hostil o indiferente.
La comprensión de nuestro lugar en el Universo, la aceptación de lo
que existe, la aceptación de la vida, el reconocimiento debido a nuestra
naturaleza social, la AISSA y, sobre todo, la Atención del Testigo, la
comprensión de la verdadera humildad, crean las condiciones para
superar el “yo”. ¿Cómo?.
Superar el “yo” que se cree una entidad más o menos separada del
resto del Universo, la vida, la Historia de la Humanidad, el prójimo.
Superar el “yo” al comprender las consecuencias de esa creencia de
separación, que son el aislamiento, la inseguridad, la necesidad de
validación. Estas sensaciones, para mitigarse y compensarse, precisan de
identificaciones, creencias y del choque con el prójimo. En lugar de la
seguridad de la aceptación por uno mismo se busca la validación por la
vía de la autoestima, en la “carrera” biográfica. La vida y el mundo se
dividen en “yo/ellos”, “nosotros/vosotros”. Las identificaciones y
creencias están al servicio de esto, sea las posesiones personales, las
relaciones posesivas, la biografía personal, prestigio social, la banda
callejera, la tribu, la clase, la codicia empresarial, la nación, la raza, la
historia nacional, la religión, la ideología política, el poder político. El
“yo” crea una identidad ilusoria apoyándose en la biografía, las
identificaciones, las pertenencias.
Superar el “yo” pues gracias a la Atención del Testigo, es posible
captar esos procesos de identificación y choques con el prójimo,
comprendiendo que en realidad no los necesitamos pues podemos vivir
desde la identidad y seguridad que vislumbramos desde el Testigo, la
mente original descondicionada que está en comunión con la vida, el
prójimo, el Universo.
El ego se revela así como una ilusión, una estrategia equivocada
para la identidad personal.
El ego es una ilusión problemática que no tiene solución planteada
en sus propios términos. Y los problemas que ocasiona el ego no pueden
resolverse desde el ego, pues generaría otros nuevos. La única solución es
disolver esa ilusión y los problemas que acarrea. Entonces cesará la
producción de imágenes ilusorias (congeladas, distorsionadas..) sobre
uno mismo, el prójimo, la vida, ateniéndose a la realidad tal cual es aquí
y ahora, el único momento en el que puede existir la dicha.
Ya con la AISSA se reduce la producción de imágenes sobre uno
mismo (quién soy o debo ser) y el prójimo (comparación, competencia,
modelos, congelación en el pasado, estereotipos, prejuicios...).
Estas imágenes no responden a la realidad y por ello son causa de
frustraciones, desengaños, conflictos, sufrimientos. En particular la
protección y promoción de la propia imagen ante uno mismo y los demás.
Con la comprensión de nuestro lugar en el Universo, con la gratitud
por la existencia, la evitación con la AISSA de la vía de la autoestima con
su escala del orgullo y la compasión por el prójimo, se reduce la
generación de deseos compensatorios del aislamiento, inseguridad,
necesidad de validación del ego, con sus apegos, miedo a la pérdida,
atesoramiento de heridas, resentimientos, aversiones, que causan
decepción y sufrimiento (cadena de la coproducción condicionada). No
se trata de renunciar a esos deseos por el sacrificio, mortificación,
ascetismo, sino porque ya no se tienen, no se echan en falta.
La Atención del Testigo a nuestros procesos mentales y
comportamiento, desvelará y detendrá la producción de imágenes y la
cadena de la coproducción condicionada, desde sus primeros
movimientos.
Afrontar las imágenes y los deseos sin partir de la AISSA y la
Atención del Testigo es la vía segura a la represión, el conflicto interno,
contrarios al fluir con la vida, generando la típica espiritualidad religiosa
contraria al cuerpo, la vida, constructora de autoridades externas e
internas, opresivas, condicionamientos y sufrimiento, todo lo contrario
del Despertar.
Con la AISSA y la Atención del Testigo, la relación con lo real es
más auténtica pues no se ve interferida por imágenes, deseos, la
preocupación constante por seguridad psicológica y validación, propios
del ego.
Sin la comprensión de nuestro lugar en el Universo y, en particular,
la AISSA, la Atención en la meditación puede degenerar en un modo
sutil de reforzar el egocentrismo “espiritual” y en buscar la relajación o la
identificación con objetos meditativos hipnóticos, pura autosugestión.
No somos independientes, pero tenemos lo que podríamos llamar
una cierta autonomía dentro de la totalidad de los componentes del
Universo. Porque la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma,
existimos por un tiempo como algo autónomo dentro del Todo. Somos
una consciencia individual que interactúa con el resto del Universo.
Tenemos un grado innegable de libertad y responsabilidad. Ante cada
situación hay un margen para elegir una u otra actuación lo que depende,
entre otros factores, de darnos un tiempo de reflexión. No basta con partir
de una motivación no malévola con respecto a los demás. Debemos
interesarnos por las consecuencias últimas de nuestros actos, sobre todo
si son parte de una red o cadena que no controlamos, con resultados
finales que escapan a nuestra intervención directa. Por ejemplo, toda la
trama que hizo posible la “solución final” nazi contra los judíos.
No escudarse en el líder, la causa, la organización, etc para
descargarse de la responsabilidad con la ventaja de la sensación de
amparo, poder, control y sentido, aunque sea a través de otro.
Los fenómenos sociales opresores, explotadores, divisores,
destructivos, hunden su raíz en el egocentrismo, la psicopatía socialmente
integrada, la malignidad y las dinámicas estructurales y normativas;
pueden tener su propia inercia y tendencia a la perpetuación y extensión.
Por sí mismos no se detienen. Bajar la guardia los alienta; la pasividad les
abre el camino. La resistencia es el único medio para frenarlos, hacerlos
retroceder y neutralizarlos. La resistencia es un ejercicio de
responsabilidad. Puede exigir gran valentía por su alto costo personal
pero es necesaria para evitar males mayores.
Los humanos compartimos la misma naturaleza física y los rasgos
mayores de nuestra mente. La sociedad humana es el resultado de esa
mente cuyas características comparto. No es algo exterior a mí, yo soy la
sociedad y por acción u omisión la sociedad es el resultado de mi mente y
de mentes como la mía. De ahí mi responsabilidad directa e indirecta por
lo que la sociedad es. De la responsabilidad unida a la empatía resulta la
compasión.
Las reglas del juego de una sociedad (su estructura económica, etc)
pueden fomentar la inconsciencia, indiferencia moral, egocentrismo,
lucha de todos contra todos, sometimiento, obediencia ciega, el “sálvese
quien pueda”, irracionalidad, fatalismo, etc. Aun así siempre nos queda
un margen para la conciencia, la libertad, la responsabilidad que pueden
llevar a cuestionarlo todo. Esas condiciones son su prueba de fuego pues
en una situación fácil podrían ser casi triviales y automáticas.
Pero frecuentemente no queremos cargar con el peso y
consecuencias de asumir nuestras responsabilidades y preferimos cerrar
los ojos y excusarnos. Por eso y por la necesidad de tener que hacer
elecciones difíciles, tememos la libertad y preferimos renunciar a ella en
favor de otro o de un marco de referencia donde hallar las directrices
(religión, ideología, etc.)
Nuestro entendimiento y margen de decisión también están
mermados por los condicionamientos de nuestra propia biografía,
empezando por la infancia, los propios de la sociedad y de la posición
social.
Estas limitaciones son una de las razones por las que todos somos
Historia y Sociedad, portadores de fuerzas impersonales, aunque en
nuestra actuación siga habiendo un margen muy importante de libertad
que puede acrecentarse si recordamos que nuestros actos tienen
consecuencias, nos corresponde una responsabilidad por ello y
comprendemos cuál es nuestra naturaleza última, no el “yo” personal y
social que pensamos. La consciencia agudizada gracias a la Atención del
Testigo nos ayuda a descubrir los condicionamientos, a no reaccionar
desde ellos y desarrollar nuestros propios criterios conforme a la realidad
observada sin velos. El aumento de nuestra consciencia amplía nuestro
grado de libertad.
La libertad nos da sensación de control relativo sobre nuestra
existencia, aumenta nuestra seguridad relativa, confianza y satisfacción.
Pero no debe llevar al error de creer que somos nosotros
independientemente los que logramos eso. Son las leyes, fuerzas y
relativa versatilidad del Universo, del Planeta, de la vida, de la sociedad
humana, las que se expresan a través de nuestra libertad.
Alcanzar mayores cotas de libertad significa avanzar en la
superación de las coerciones sociales opresivas, la falta de medios
económicos, organizativos, institucionales que impiden hacer efectivas
para todos esas libertades y los condicionamientos mentales. Ello implica
una tarea en dos direcciones interdependientes: la esfera económica
social política y el interior de la mente de cada uno. Ambas deberían
desembocar en la comunión con la existencia, la vida y la comunidad
humana.
La comunión con la Humanidad se apoya en compartir la misma
naturaleza, el agradecimiento por disfrutar de la fortuna de la existencia,
el cuidado por la vida y la compasión por nuestros padecimientos,
compartidos o no.
Es desde esta comunión, o al menos, de nuestra comprensión
filosófica del lugar en la existencia, la AISSA y la fraternidad universal,
desde donde deberíamos actuar, y no porque el ego persiga un ideal que
le ayudará a sentirse más seguro y validado, complacido en la imagen de
sí (virtuosa, solidaria, etc) comparándose con los demás, incluso
compitiendo en “humildad”. La verdadera virtud y humildad vienen de la
comunión por la disolución del ego. Ya no hay conflicto interior, ya no
hay competencia, ya no hay necesidad de validación alguna.
Aspirar a esta comunión interior, con la existencia, con los demás
seres humanos, sacar provecho de las cualidades y dones de los que
estemos dotados, crear un mundo mejor y disfrutar de la vida, es todo un
ejercicio de responsabilidad para con nosotros mismos y el modo de
demostrar con los hechos nuestra gratitud por la existencia, pues de lo
contrario, estaríamos desperdiciando nuestra fortuna por vivir como seres
inteligentes y sociales.
Pero esta aspiración a la plenitud y la realización personal debe ser
bien entendida. Querer cultivar un ideal, la virtud, la humildad, el
carácter, no sale de los ámbitos del ego y de sus distorsiones, trampas. No
hay que partir del ego ni de su deseo de “pertenencia a”, sino aprender a
situarse en la existencia (del Universo a la Sociedad), aceptarnos
incondicionalmente y de ahí sabremos dar a cada asunto su lugar e
importancia y lo que de otro modo sería forzado, voluntarista,
desenfocado, surgirá de modo espontáneo y equilibrado. Pretender
resolver los problemas que crea el ego, desde dentro del ego, desde su
estrecha perspectiva, es como echar aceite al fuego, crear un conflicto
que da al ego la tarea de permanecer con la excusa de superarse.
La comunión con la existencia del Despierto, su intervención
compasiva en el mundo, es la superación de las estrategias del ego para
afrontar la ansiedad por una existencia vivida como extraña y hostil:
yendo contra la gente (depredadora), yendo hacia la gente (dependiente)
o alejándose de ella (aislamiento) (ved la estimulante obra de Karen
Horney psicoanalista hoy injustamente relegada).
El ser humano es un animal social por naturaleza. Por su fragilidad
física e instintiva, necesidad de recibir y transmitir cultura, precisa del
grupo para sobrevivir como ser humano. Los requerimientos de esta
dependencia social son satisfechos porque la necesidad es mutua y
gracias al impulso a la compasión (asentada en la relación con las crías y
la colaboración para la crianza entre las hembras y de los machos con
ellas) y, más compleja, la capacidad de empatía (ponernos en el lugar del
otro) que nos mueve a atender a quienes dependen de nosotros (niños,
enfermos, ancianos) y especialmente con quienes se han establecido lazos
afectivos. En la necesidad de apoyo mutuo y la capacidad de empatía está
la raíz de la solidaridad. La necesidad de cooperación para las tareas de
supervivencia y funcionamiento de la sociedad, crean un tejido de
relaciones sociales de mutua dependencia aunque pueda ser jerárquica y
explotadora. Éstas son las fuerzas que permiten la existencia de la
sociedad humana y su cambio dependiendo sobre todo del grado de
desarrollo tecnológico y control del medio ambiente alcanzados.
Las relaciones sociales características de cada civilización, en una
medida u otra, desde la actividad para la subsistencia, deben apoyarse en
la capacidad de cooperación y en parte al menos, de empatía, compasión
y solidaridad. Cuando se produce la violentación de esos principios
básicos o se demuestran inadecuados en su aplicación generando
conflictos no sólo entre “nosotros” y “ellos”, sino al interior de la propia
comunidad organizada y acaba siendo insostenible la situación, deben
resolverse de algún modo, aparece el sentido de la injusticia, la
indignación moral, surgiendo una perspectiva de futuro nueva, los
propósitos de reforma o revolución que nos han hecho avanzar tanto en la
organización de la sociedad como en el terreno moral.
El resultado se puede comparar a un frondoso árbol con ramas como
la ética, la religión, la política... El tronco serían las relaciones sociales, y
su desarrollo, el de las diferentes civilizaciones a lo largo de la Historia.
Habrían unas raíces permanentes, consistentes en la compasión
apoyándose en nuestra condición animal, la empatía y la solidaridad
propias de nuestra especie. En la medida en que no circulan bien los
nutrientes de la compasión, empatía y solidaridad, en el individuo, el
tronco social y las ramas de su cultura, tendríamos como resultado el
psicópata y la guerra de agresión, explotación, terror, barbarie. Cuando se
diese una confluencia perfecta entre los individuos psicópatas (aunque
socialmente integrados) y una civilización en decadencia, tendríamos
fenómenos como los campos de concentración, la guerra de exterminio,
los genocidios... En todas las sociedades tribales y de clase, la
compasión, cooperación, ayuda mutua, solidaridad, han estado
mediatizadas por el ego, una visión errónea de nuestro lugar en el cosmos
y el sentido de la vida. Las formas concretas adoptadas por el ego
(pertenencias) le han sido imbuidas por las condiciones sociales de
existencia, las “reglas del juego” de cada civilización.
Sólo si con una mayor consciencia despejamos el camino para que
fluya en nosotros y en el cuerpo social la compasión, empatía y
solidaridad, liberados de la distorsión egoica, expresado en un gran
avance moral y ético, podrá la Humanidad manifestar toda su humanidad
constructiva y superar esta civilización cada vez más abocada a la
destrucción planetaria y la autodestrucción de nuestra especie.
Nos salvará nuestra naturaleza animal en su faceta compasiva al
estar iluminada por una consciencia Atenta capaz de liberarse del
condicionamiento, comprensiva de su verdadera identidad, sentido de la
existencia en el cosmos y validez incondicional.
Para la tarea con la sociedad, nos ayudaría a reclamar las
condiciones sociales favorables a la realización de nuestro potencial
humano tener bien presente que:
- casi toda la materia del Universo es inerte y sin consciencia.
- la vida de cada uno, que tan fácilmente damos por hecha, es el
precioso logro de una larguísima evolución de la materia (supernovas,
estrellas de segunda generación, la Tierra, el papel de la Luna, etc) y un
milagro del azar (esa fecundación, esa pareja, ese árbol genealógico
imprevisibles y así retrocediendo más y más).
- sólo existiremos una vez, y hay infinitas razones para que nunca
hubiésemos nacido; tu vida es un regalo, una oportunidad irrepetible.
- la consciencia y la compasión, -no los condicionantes históricos,
“manos invisibles” del mercado, religión, etc-, son los principales
recursos de nuestra especie para constituir una Humanidad planetaria con
humanidad.
- con nuestro potencial la vida podría ser muy diferente.
- desperdiciar ese potencial es un insulto a la trabajosa evolución del
Universo y a la suerte del azar.
Así viviremos siendo coherentes con la consciencia de quiénes
somos realmente, no la falsa identidad egoica.
Así daremos también una respuesta correcta a la cuestión del sentido
de la vida y del modo mejor de comprometernos con ella (NOTA 17).
Pero nos arriesgamos a perderlo todo si seguimos desviando
nuestra atención en nimiedades y mezquindades. Hemos padecido sólo
en el siglo XX, dos guerras mundiales, un Holocausto, la explosión de
bombas atómicas, más guerras y calamidades menores que sumadas
hacen una de las grandes. Sabemos lo que se nos viene encima, pero aun
así no aprendemos, no reaccionamos. Nos enredamos en los pequeños
problemas, riñas, matanzas, mientras socavamos las condiciones de
nuestra existencia como especie. Perdemos enormes recursos, energías y
vidas cuando tenemos encima gigantescos problemas locales y
mundiales que sólo se podrán abordar con justicia con una visión global
como Humanidad. La división y perspectiva desde los estados y los
intereses de clase a los que responde, son un obstáculo, un anacronismo,
un lujo que como especie ya no podemos permitirnos. Nuestra
perspectiva correcta es ya la que tenemos de nuestro mundo desde el
espacio exterior, una unidad indivisible y totalmente interdependiente
que se comporta casi como si fuese un único organismo vivo. Y esto
debe traducirse conscientemente en el plano social, político, existencial.
Si arruinamos nuestro futuro, nos lo habremos ganado a pulso y el
Universo tal vez nos recuerde como los idiotas del “sistema solar”.
En una perspectiva a medio y largo plazo, no está en juego sólo la
suerte de la Humanidad. En la vida de cada uno nos jugamos que tenga
un pleno sentido humano o que la devaluemos desde el ego y los
condicionamientos sociales. Este viaje único e irrepetible que es la vida
personal, milagro de existir entre infinitas probabilidades de no haber
sido, tristemente suele llegar a su fin sin haber pasado de ser, en la
mayoría, un personaje movido por los impulsos del ego y los roles de
las reglas del juego social.
Millones de personas mueren en la mediocridad de la miseria o de la
abundancia, después de haber contribuido a dar su impulso a la Gran
Máquina que muy probablemente acabará destrozando el planeta y
nuestro futuro como especie. Cada uno tenemos sólo una breve
oportunidad para vivir humanamente y al agotarla de esa manera, es
como si en gran parte la hubiésemos desperdiciado. Un breve espacio de
tiempo para ser o medio ser entre dos infinitas nadas. Pero como no
podemos conocer la situación de no existencia, previa al nacimiento y
posterior a la muerte, no sabemos valorar debidamente lo que echamos a
perder. Otros animales viven más o menos tiempo, pero sin duda no
desperdician su potencial como nosotros. Por ello, en términos relativos,
el homo sapiens sapiens es la especie más estúpida del planeta.
La equivocada estrategia de “tener” es además inviable para todos
en términos de consumo de bienes pues ya estamos en los límites
soportables por el planeta en nuestra extracción de recursos y producción
de desechos.
Las alarmas vienen sonando desde hace mucho tiempo. Ya es sabido
de todos los que quieran saber que, de seguir así, si no damos un giro
radical, la Humanidad se deslizará al abismo, en forma de desastre
medioambiental, miseria y hambre (empezando por África), delincuencia
asesina, guerras y terrorismo, o lo más probable, la combinación de todo
ello pues lo uno conduce a lo otro. Metidos en dinámicas, inercias,
espirales y escaladas se puede subir hasta lo más alto para caer lo más
bajo. Recordemos la “crisis de los misiles” en Cuba cuando faltó poco
para que entre unos y otros puestos a apostar nos trajesen el infierno
nuclear.
Llamar la atención sobre estos hechos y amenazas irrita a los que
quieren hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles y
que si confiamos en su “liderazgo” sortearemos todos los problemas que
nos acechan. Los miembros más conscientes del sector dominante hacen
sus previsiones y, discretamente, planifican su “alternativa” con la meta
de perpetuar su “modo de vida” en todo lo posible y, siempre, su posición
en la escala social. En tanto no se cuestionen hasta la raíz las causas -el
ego y su sistema social, las “reglas del juego”- resulta aceptable,
“políticamente correcto”, el “alarmismo”. Los sectores dominantes,
disfrutando de los privilegios de su situación, en su egoísmo y deseando
engañarse, en el fondo piensan que, en el peor de los casos, “después de
mí el diluvio”. Los sectores sociales subordinados, aprovechan lo que
pueden y les dejan. Cuando su actitud ante las “reglas del juego” y el
sector dominante no es de complicidad y apoyo, predomina en ellos la
mentalidad de no complicarse la vida corriendo riesgos por resistirse y
lanzar una ofensiva contra lo que hace funcionar esta civilización
autodestructiva, ni cuestionarse su ego y posición social salvo para
envidiar el de otros más “exitosos” y escalar en la jerarquía. Por eso, ni
siquiera aprovechan bien las posibilidades de conocimiento y actuación.
La evasión y la ignorancia pueden preferirse a la responsabilidad y
compromiso que el conocimiento puede implicar. Contribuyen así a los
esfuerzos que hacen los sectores dominantes por mantenerlos divididos,
desorientados y desmoralizados. Tienden a la sumisión, el fatalismo de
“este mundo no tiene remedio, búscate la vida como puedas y aspira sólo
a poner algún parche”. Los sectores dominantes no harán ni dejarán
hacer; ni liderarán ni dejarán por las buenas que se les lidere. La
inmediatez del día a día, ir tirando, a ver si los problemas fundamentales
se arreglan solos o los arreglan otros o “los de arriba”, el “pan para hoy,
hambre para mañana”, lleva a tontear de hecho con el suicidio colectivo.
Se contempla más fácilmente el apocalipsis que “¡la subversión!”. Es
como si dijesen: “antes muertos -empezando por los subversivos y los
“otros”- que liberados” de las cadenas del ego y su sociedad. O,
parafraseando la canción, “antes muertos que sencillos” (NOTA 18).
En el cuento del rey que estaba desnudo cuando todos sus súbditos
debían creer que estaba maravillosamente vestido, un niño, en su
inocencia, grita la verdad, rompiendo con la unanimidad y hundiendo la
farsa. Pero en la vida real el final puede no ser tan feliz y aquellos que se
atreven a contradecir la locura colectiva pueden ser tratados como
dementes, como en el caso del piloto que lanzó la bomba sobre
Hiroshima, Claude R. Eatherly, o en la extinta URSS el trato dispensado
a muchos disidentes.
Si no tomamos cartas en el asunto podríamos llegar a una situación
tal que la pretensión de Hitler de arrastrar en su hundimiento a todos los
alemanes con la estrategia de “tierra quemada” sería una travesura.
Para los socialmente dominantes, más importante que las ventajas
materiales es la imagen del “yo”, la sensación de estar por encima de los
demás, tener prestigio, poder, ser reconocido, respetado, temido, haber
alcanzado las metas socialmente más deseables. En particular los sectores
dominantes, por preservar sus privilegios y posición en la pirámide social
que tan gratificante resulta para su ego, serán incapaces de dar una salida
a la Humanidad pues ello cuestionaría el sistema sobre el que se asienta
su identidad personal. Es probable que hagan todos los esfuerzos y sean
capaces de cerrar el paso a la alternativa que pueda salvarnos a todos y a
ellos mismos como seres humanos. Incluso eliminando por los medios
más brutales a quienes la propugnen, arrastrando así, con ellos, a toda la
Humanidad al abismo. Como la fábula del escorpión que pidió a un
animal grande le pasase a la otra orilla del río, pero a mitad del trayecto le
clavó su aguijón matándolo, hundiéndose los dos, dando como
explicación que “está en mi naturaleza”; sólo que entre los humanos el
“escorpión” puede que no pida nada y trate de impedir que otros crucen y
le salven una vez comprendido que ser “escorpión” no está en su
naturaleza sino en su condicionamiento y elección. Semejante final
trágico habría privado de sentido, al menos sentido común, a la historia
de nuestra especie, precisamente cuando puede estar a las puertas de la
unificación planetaria y el salto al espacio exterior para habitarlo.
A contracorriente de este escándalo para el Universo se sitúa esta
reflexión.
¡Nada de apocamiento o pequeñas ambiciones del “yo”! ¡Aspiración
de consciencia! ¡Grandeza en la sencillez!¡Perspectiva planetaria, visión
de futuro y cósmica! ¡Stop a la degradación de la vida y la sociedad
humana! ¡Plenitud de una vida con sentido para todos! ¡Movilización de
nuestra fuerza interior y colectiva en la necesaria transformación!.
****
IV.- EPÍLOGO.
La respuesta a los interrogantes existenciales “¿quién soy?, ¿cuál es
el sentido de la vida?” no puede abstraerse de las condiciones y
conocimientos de cada época, por lo que no será idéntica en todos los
tiempos. Pero si a pesar de su versatilidad podemos entrever una misma
naturaleza humana anclada en nuestro carácter de “mono parlante” es
lógico que encontremos importantes rasgos comunes, desde que tenemos
constancia -por la escritura-, en las respuestas dadas, en las más sabias
por conscientes y universales, capaces de ir más allá de los
particularismos de tiempo, lugar y sector social, sin representar los
intereses del dominante y sus instituciones interesados más en justificar
su poder que en descubrir la verdad. De ahí que no la hallemos en el
Egipto faraónico, pero si en China (taoísmo) e India (budismo)
aproximadamente por la misma época, siglo arriba o abajo. En mi
reflexión no podía ignorar presuntuosamente esas aportaciones que, tras
un análisis crítico y en la medida que soy capaz de entenderlas, me
inspiran.
En última instancia somos el Universo y la consciencia original. Sin
el Universo y la consciencia de la mente clara, no podríamos existir como
humanos.
En el plano de la materia no soy un ser separado, de existencia
independiente. Sólo existo porque existe el Todo. En el plano de la
consciencia soy potencialmente abarcante de todo lo existente.
En el plano de la materia, mi realidad básica es el “vacío” del pulso
energético. En el plano de la consciencia, el “vacío” (como cielo
despejado) de la mente original, no condicionada, con su calidez y
capacidad de autodirección.
La identificación con el “yo” biográfico, social, repleta la mente de
pensamientos, reduce la perspectiva de lo existente y nos separa del
Todo; ésta es la pequeña mente, de la pequeña existencia, pilar del
egocentrismo. La instalación en la consciencia original, la abre,
ampliando la perspectiva de lo existente, impulsando la comunión y la
compasión; ésta es la gran mente, de la gran existencia, del Despierto.
Si soy el Universo y la Historia, mi consciencia no debe
identificarse con las pequeñeces propias del “yo”. La mente clara,
Despierta, es la mente de la gran existencia, no de la pequeña existencia.
Sin necesidad de conceptos, pensamiento, por la consciencia atenta a la
vivencia aquí y ahora, olvidado el “yo”, se siente parte del Todo a través
de los pequeños detalles de la vida biológica y social.
Soy básicamente la mente clara, mi consciencia puede abrirse y
abrazar con la inteligencia y compasión todo lo existente.
La disolución de la ilusión del ego no es perder la identidad, sino
encontrar la verdadera identidad en toda su amplitud (Universo,
Humanidad) y profundidad (la mente original no condicionada). No es la
nada sino como el “vacío” sin carencia del cielo despejado, el “vacío” del
Universo “infinito”.
Debemos superar las identidades y pertenencias que nos exigen
hasta el sacrificio de la vida y de otros, pero son incapaces de responder
de verdad a las preguntas clave “¿quién soy, cuál es el sentido último de
mi existencia?”. Lo piden todo a cambio de “bisutería”. Debemos pensar
más en todos y menos en uno, exigir menos, apreciar lo que la vida nos
ofrece a cada instante y agradecer más.
La vida es un logro inmenso de la materia en la evolución del
Universo. La vida es un regalo para quien la contempla y un “milagro”
para quien la disfruta. Lo opuesto de la vida no es la muerte, sino no
haber llegado a existir.
La vida termina con la muerte. La salud, el amor, la belleza, todo es
impermanente. También lo es nuestra especie y el mismo Universo.
Somos parte de la corriente de la consciencia y el camino emprendido
hace mucho tiempo por la compasión, empezando por la propia
descendencia. Debemos ir contracorriente de muchas cosas (explotación,
marginación, discriminación...) pero no de la corriente principal que
expresa nuestra más profunda naturaleza, la dirección de nuestra
existencia y su sentido en el cosmos. Que la luz de la consciencia y el
calor de la compasión iluminen y abriguen la existencia, hasta que las
últimas estrellas se apaguen.
Si como individuo, para no convertir nuestra vida en un sinsentido,
debemos aprovechar el potencial de nuestra existencia en sus
manifestaciones más elevadas (consciencia, inteligencia, compasión), en
cuanto que especie debemos contribuir todo lo que podamos a que la
evolución siga progresando en complejidad, consciencia, inteligencia,
compasión. Las “reglas del juego” de la sociedad no deberán ser un
obstáculo a este propósito, sino el cauce para llevarlo a buen fin, por lo
que si no lo son, habrá que cambiarlas y para ello, transformarnos
nosotros en la medida posible y necesaria.
Cada uno de nosotros tiene tras de sí, como hijo del Universo,
14.000 millones de años; mi historia es la del tronco del Universo y una
de sus ramas hasta mí. Puedo contribuir a que esa rama se desarrolle
hacia donde apunta y la única vía por la que puede llegar a florecer en
todo su explendor: consciencia inteligente y compasiva. Aquí y ahora
deberé hallar los medios para que en este momento histórico y en mi fase
vital, eso sea posible. Por delante se puede extender un futuro inmenso en
el que tal vez tengamos la oportunidad de hacer nuestra aportación como
especie a un cosmos de vida e inteligencia donde nuestros logros
tecnológicos y capacidad de destrucción pueden ser risibles, pero nos
hagamos dignos de respeto por nuestra capacidad de respetarnos y hacer
otro tanto con los mundos y sus seres. Esta capacidad de compasión, para
ejercerse sabiamente deberá estar guiada por el conocimiento, tanto más
necesario cuanto más extraños sean los mundos y los seres que nos
encontremos. La compasión y el respeto nos llevarán a atender con
paciencia hasta entender. El respeto, a falta de la compasión, puede dejar
paso al miedo o al desprecio. Que éstas puedan ser nuestras respuestas
básicas a las preguntas “¿quiénes sois?” “¿cual es vuestro mérito?”.
Entonces, se podrá escribir otro libro del Génesis, donde los humanos
tomaron del fruto del “árbol de la ciencia del bien y del mal”,
aprendiendo a asumir su responsabilidad en el paraíso.
El camino para:
- responder a las preguntas clave como ¿quién soy? ¿cuál es el
sentido de la vida?
- afrontar los problemas de la Humanidad con la necesaria sabiduría
- satisfacer nuestra plenitud de ser y estar en nuestras cuatro
dimensiones (cósmica, individual, social, histórica)
Empieza no en lo complejo, sofisticado y conceptual sino en lo más
sencillo de ser y estar, es decir, conectar con uno mismo “desnudo” y con
la vivencia tal cual. Esto es, la aceptación incondicional simplemente por
ser humano y vivir con Atención.
La reflexión, el pensamiento, puede ayudarnos a tomar este camino,
pero sin este camino, el pensamiento, la autoestima, la realización
personal, etc, no será sino la vía tramposa y autodestructiva del ego.
Liberarnos de esa pesadilla es Despertar.
Nuestra salvación no vendrá de ningún dios, semidios, héroe,
caudillo, creencia, tecnología, crecimiento o decrecimiento económico,
ingeniería social o biológica, sino de la capacidad de grandeza que se
encierra en cada uno de nosotros y que, de vez en cuando, somos capaces
de expresar.
Está pendiente una transformación humana mucho más ambiciosa
que la soñada por la ingeniería genética y a la vez respetuosa con nuestra
naturaleza: la superación de la ilusión del ego.
No se trata de dar o recibir directrices para el comportamiento (haz
o no hagas), de condicionar para una nueva conducta, sino
descondicionar la mente, haciendo la consciencia más despierta. Ésta, con
su inteligencia y compasión, sabrá lo que debe o no hacer, tanto en lo
privado como en lo público.
No hay trucos, recetas mágicas o misteriosas. La clave es muy
sencilla, la llave está en nuestra mano, se llama Atención del Testigo,
agudizar la consciencia no condicionada para que brille la inteligencia y
la compasión, sin interferencia de la ilusión del ego con todos sus
problemas.
La finalidad del camino no es conducirnos al repliegue intimista y al
minimalismo en la vivencias abandonando la “plaza pública” a los
“mercaderes”, sino a su recuperación, reclamándola para la consciencia,
la expresión de los deseos favorables a la vida y una vida plena no
sacrificada al ego y sus requerimientos sociales. Así como Jesús expulsó
a los mercaderes del Templo de Jerusalén, tendremos que desplazar “el
mercado” a los márgenes de la vida a la que ahoga como una higuera
trepadora.
Ha quedado tan chula esta metáfora con resonancias zen,
evangélicas y de documental de “la 2” (sobraría tanta literatura si lo
tuviésemos claro), que aprovecho para dar aquí por terminada esta larga
reflexión con un cinematográfico FIN.
**
V.- NOTAS-ANEXOS
(NOTA 1) Ya estamos haciendo algo parecido. Los europeos nos
comemos fileteada la gigantesca perca del Nilo pescada en el lago
Victoria (Tanzania, África) ofrecida como “mero”. Esta perca fue
introducida clandestinamente en el lago, tal vez como un experimento
comercial. Es una extraordinaria depredadora que está acabando con la
fauna local, alterando el equilibrio del lago por lo que hay zonas en las
que ahora proliferan las algas y no es posible la vida de los peces. Los
habitantes de la zona ya no disponen de su fuente ordinaria de pescado.
La perca se exporta a Europa. Hay algunas fábricas para filetearla con
unos pocos puestos de trabajo y sueldos miserables. Los habitantes,
hambrientos, degradadas sus condiciones de vida a la miseria, comen las
cabezas del pescado medio putrefactas vendidas con su raspa. Los
aviones que traen a Europa la carga de pescado llegan vacíos al lago
Victoria después de haber descargado armas en otros países africanos
para que se maten facilitándonos diamantes, petróleo... Esto nos los
cuenta el documental “La pesadilla de Darwin” de Hubert Sauper,
premiado internacionalmente, emitido por TVE2 el 22-09-2006; reseña
en “Agua. El desafío del siglo XXI”, Dossier nº 21 octubre/diciembre
2006 de “Vanguardia” del mismo periódico.
(NOTA 2) Sólo mencionaré un hecho ya histórico pero reciente que
nos toca de cerca y afecta especialmente: la matanza de trabajadores por
la Policía Armada - “los grises”- (después Policía Nacional) en la ciudad
de Vitoria-Gasteiz (provincia de Alava, País Vasco), el 3-III-1976, como
respuesta patronal y gubernamental a una lucha obrera y popular
ejemplar. Dos meses en huelga, unidas varias empresas, 10.000
trabajadores en lucha, unificando sus reivindicaciones, participando las
mujeres de los huelguistas, con una gran organización asamblearia ilegal- rechazando el corsé fascista del Sindicato Vertical y con dos
huelgas generales locales (no plenas) ante la negativa a negociar de una
patronal prepotente, que responde con más de cien despedidos y recurre
a la policía al menor problema. El miércoles día 3, la tercera huelga
general se había impuesto en Vitoria con pleno apoyo popular, un éxito
total, tanto más valioso por su ilegalidad y el peso de la represión
policial y patronal. Ya durante la mañana la policía provoca heridos de
bala. A las cinco de la tarde ya estaban reunidas en asamblea, entre
trabajadores y familiares, cuatro mil personas dentro de la iglesia de San
Francisco de Asís, en el barrio obrero de Zaramaga y otras tantas fuera
porque no cabían dentro y la Policía Armada, rodeando la iglesia, les
impedía el acceso. La policía se dispuso a impedir la asamblea
desalojando la iglesia por todos los medios, consciente de que, por la
tarea y las circunstancias, no bastaría, ni mucho menos, con las porras.
Rompen las ventanas para disparar dentro los botes de humo. Los
encerrados viven escenas de pánico; agobiados por los gases, rompen
otras ventanas para escapar. La multitud de fuera, indignada por la
brutalidad del gaseo y tiroteo a los concentrados en la iglesia, para
protegerlos atacó con piedras a los policías que dispararon a discreción
sus pistolas y metralletas contra los que escapaban de la iglesia y los del
exterior. A pesar de las balas, los trabajadores, impulsados por el horror
y la indignación, demostraron un gran valor continuando su
enfrentamiento con la policía y manteniendo su presencia en la calle.
Desde ahí, el balance final será de 5 muertos (Bienvenido Pereda,
Francisco Aznar, Romualdo Barroso, Pedro María Martinez Ocio, José
Castillo), cien heridos, la mayoría de bala. A las tres horas, alguien lanza
contra la comisaría central de policía una granada militar -se dice- con el
resultado, para un policía, de la pérdida de un ojo. Esto les da pretexto
para seguir maltratando a la gente en la calle, vengándose brutalmente
con los detenidos. Llegan a lanzar gases contra las personas
concentradas a la puerta del servicio de urgencias del hospital general
Santiago Apóstol. Puro ensañamiento y nulo arrepentimiento por su
anterior actuación criminal. Al día siguiente se producen más
enfrentamientos y más heridos. El viernes dia 5, en la catedral de María
Inmaculada, se celebra el funeral, con las calles próximas repletas de
gente (más de 80.000 personas) y con una manifestación gigantesca, la
mayor conocida hasta entonces en el franquismo y más relevante para
aquellos tiempos en los que era ilegal y después de una represión tan
bestial, honrando a los mártires a la voz de “¡Gloria a los muertos del
mundo del trabajo” “¡Gloria!”; un acto impresionante, histórico, de los
que ponen la piel de gallina y marcan a quienes lo vivieron. Las
imágenes filmadas no pudieron verse en su día; de haberlas emitido la
televisión, la convocatoria de huelga general en solidaridad habría
sacudido a toda España y el proceso de reforma del Régimen tal vez se
les habría ido de las manos. Los policías armadas y guardias civiles que
vigilan el funeral y la manifestación, están muy tensos. Algunos,
incluidos mandos -pobrecitos- se queja a sus jefes por tener que soportar
los insultos (¿?) de “asesinos” de la multitud (“chusma” supongo
pensarían) subversiva en vez de “cargar con todo lo necesario” para
imponer su “orden”. El presidente de gobierno, Carlos Arias Navarro
casi lloró ante la cámara de tve -la única- al darnos la triste noticia de la
muerte del “generalísimo” Franco el 30-XI-1975. Con ese puchero
debieron agotársele las glándulas lacrimales pues el 3 de marzo, al
enterarse de lo sucedido en Vitoria, no se entristece por los trabajadores
sino que se enfurece contra ellos. Su primera reacción es querer imponer
el “estado de excepción” pero a pesar de sus serios esfuerzos, no lo
consigue por el inteligente criterio de su gobierno consciente de lo que
puede perder el régimen. El “estado de excepción” habría suprimido los
mínimos derechos elementales reconocidos a los “súbditos” (no éramos
de verdad ciudadanos) facilitando ¡aun más! la represión, pero echando
más leña al fuego de la protesta (diciembre de 1970, la enorme respuesta
obrera y popular contra el “proceso de Burgos”, juicio militar a
miembros de ETA, se recordaba bien), dando una imagen de nula
capacidad de rectificación del curso represivo por el gobierno, perdiendo
el control del proceso de “democratización” y dejando la iniciativa “a la
calle”. El gobierno frena también a los militares que desean entrar en
acción contra la población contando con los numerosos soldados
acuartelados en la ciudad. El gobierno sabe que no le conviene intervenir
ahora criminalmente con la policía y menos con el ejército, ni provocar
una masacre pues podría terminar muy mal para el régimen; los
acontecimientos han atraído a Vitoria a periodistas extranjeros con sus
cámaras de cine, ya se ha convocado huelga general de solidaridad y con
el “estado de excepción” y otra matanza podría extenderse a todo el país
-sobre todo el industrializado y las ciudades- y hasta abrir un proceso de
ruptura radical con todas las instituciones del régimen (depuración o
disolución de la policía, del ejército, monarquía, juicios, etc) algo muy
diferente a lo que fue la Transición. Al menos la policía se desfogará
apaleando a los rezagados en retirarse a su domicilio. El lunes 8 el País
Vasco y Navarra (para muchos, todo ello la parte Sur de Euskadi) están
en huelga general, con unos quinientos mil trabajadores participando.
Nuevamente, los cuerpos represivos reinciden en su comportamiento
criminal. La represión se cobra la vida de un obrero de 18 años en
Basauri (Vizcaya) por bala de la Guardia Civil en una asamblea de
solidaridad y otro en Tarragona al caerse de un tejado, perseguido por la
policía. Tiempos en los que la vida del trabajador insumiso valía bien
poco, menos que la de sumiso con alto riesgo de accidente laboral, y la
mínima protesta era respondida con la violencia. El máximo jefe
entonces de la policía era el Ministro de la Gobernación (del Interior),
Manuel Fraga Iribarne, luego fundador del partido de los más
identificados con el franquismo, Alianza Popular, Presidente durante
años de la democracia, de la Xunta de Galicia y hoy presidente de honor
del Partido Popular (sucesor de AP). Fraga, a raíz de la matanza, hizo las
consabidas declaraciones sobre la responsabilidad en los hechos de las
víctimas y los subversivos, lección que debía servir para todos en los
tiempos que se avecinaban. Mucho más recientemente, anciano como
Pinochet, rememorando ha declarado “No puede decirse que la actuación
fuera excesiva en aquellos momentos” y que fue necesaria para asegurar
el tipo de Transición que deseaban los franquistas (documental
“Víctimas de la Transición”, Documanía, diciembre 2006). Rodolfo
Martín Villa era el Ministro de Relaciones Sindicales con un talante que
le convirtió en el mejor candidato al parecer para el Ministerio del
Interior. Por supuesto, jamás se les exigirá responsabilidades y será
impensable que se les juzgue por nada aunque no sea la última vez que
bajo su mandato ocurran crímenes como éstos. La anterior referencia a
Pinochet viene a cuento de que el señor Fraga, a raíz de la muerte de
Pinochet el 10-XII-2006, ha declarado al programa de la cadena de tv
Cuatro, “Noche Hache” que Pinochet “podía haber cometido algunos
excesos, pero, en principio, dejaba un país mejor de lo que había
encontrado” (12-XII-2006). Siempre el mismo mantra: “los nuestros
cometen excesos, no crímenes”.
Hasta aquí brevemente expuesta la verdad, salvo algún error menor
en las cifras. Pero 30 años después está pendiente no sólo de justicia sino
de rectificación la mentirosa versión oficial. Esto da la medida de lo que
fue la llamada Transición del franquismo a la democracia y la naturaleza
clasista de esta democracia incapaz hasta hoy hacer justicia al caso.
Están grabadas las conversaciones por radio de la policía durante la
matanza. Su contenido es sobrecogedor. Nos muestra a unos hombres de
almas grises como sus uniformes, violentos como nobles guerreros de la
Reconquista imponiendo la sumisión a los siervos levantiscos e infieles
aunque tal vez se pareciesen más a mercenarios sin conciencia. Además
de a la ideología franquista fascistoide y cuartelera y en buena parte la
propia de toda policía burguesa, esta mentalidad responde a
personalidades autoritarias, tal vez algunas incluso psicopáticas, pues se
jactan de la matanza, como si, valerosos, hubiesen hecho una hazaña
guerrera contra un enemigo poderoso y bien armado, aunque no contase
más que con las pocas piedras que pudiesen conseguir en el lugar, como
los niños palestinos, pero improvisando. De hecho no hubo ningún
policía muerto ni herido -salvo el de la comisaría- de consideración. Era
típico de la policía alegar heridas cuando sólo había sufrido alguna ligera
erosión o contusión mientras del otro lado corría la sangre; o un
desafortunado tropiezo que había provocado el certero disparo en la
cabeza. La Justicia militar -siempre tan justa-, encargada del caso pudo
haber identificado perfectamente a los autores pero no lo hizo porque no
quiso; su lealtad era para con el ejército y el gobierno, el régimen. Esos
policías siguieron en servicio, cobrando su sueldo y aunque alguno era
identificado, no sufrieron sanción, salvando los demás el anonimato.
Pero ¡si ni siquiera se juzgó a los responsables de las dos muertes por la
Policía Armada durante los Sanfermines de 1978 en Pamplona y en las
protestas que siguieron en San Sebastián, ya en democracia, a pesar de
todas las pruebas existentes (grabación comunicaciones policiales,
fotografías, cine, testigos...) aunque cada año se recuerde y exija en
Pamplona! (“Sanfermines 78” de TVE 2006). Y muchos más casos. Pero
como dijo el inolvidable Ministro del Interior, Martín Villa, en rueda de
prensa ante las cámaras de tve comentando lo de Pamplona y expresando
el mantra básico de los de su condición: “Al fin y al cabo lo nuestro
serán errores, lo otro son crímenes” (“Sanfermines 78”).
Se dice que las comparaciones son odiosas. Un tratamiento muy
diferente ha tenido, como víctima del terrorismo, Melitón Manzanas,
inspector de policía, jefe en Guipuzcoa de la brigada social (policía
política franquista), asesinado por ETA el 2-VIII-1968. El señor
Manzanas cumplía su deber con mucho celo persiguiendo a los
desobedientes políticos al régimen. Tal vez por eso tenía fama de
torturador, según lo manifestado, incluso en reportajes de tv, por sus
detenidos; claro que jamás pudo ser llevado a los tribunales con esa
acusación en aquél régimen por lo que no ha podido ser probado así que,
por si acaso se tratase de la consabida campaña de calumnias orquestada
por el terrorismo y la conspiración judeo-masónica-comunistaseparatista, le reconoceremos la presunción de inocencia, algo que,
presuntamente, él no concedía a sus víctimas. Se le privó, además de la
vida (inmerecido e innecesario), de la oportunidad -llegado el caso- de
pedir perdón públicamente como lo han hecho todos los policías que se
dedicaron a torturar ¿o me estoy confundiendo de historia?. ¿Habrá que
esperar a que ya no quede nadie vivo de los que padecieron -u
ordenaron- la matanza de Vitoria para que se haga algo de justicia?. Nos
hicieron esperar hasta 1995 para que tve emitiese una serie documental
como “La Transición” y se editase un libro como el de Victoria Prego,
que vino a ser -al menos hasta ahora- la versión democrática, canónica,
de la Transición. Muchas otras cosas, como el reconocimiento a los
brigadistas internacionales, la localización y exhumación de las fosas
comunes de las víctimas del franquismo, el conocimiento del sistema
concentracionario y de trabajados forzados del franquismo, etc, han
tenido que esperar demasiado tiempo, hasta la desaparición de casi todos
los supervivientes. Y para colmo, aguantamos la acusación de
“revanchismo” por los neoconservadores demócratas de la constelación
PP, de los herederos políticos del franquismo (Alianza Popular, Fraga...),
pues se siguen negando -en las más altas instituciones españolas y
europeas- a condenar la rebelión militar del 18 de julio de 1936, a
aquellos sublevados llenos de odio sanguinario que asolaron campos y
ciudades como territorio colonial -inspirando a sus aliados nazis para lo
que harían en el Este- y entendían por justicia la aplicación del castigo
por “rebelión militar” a los republicanos. Substancialmente, la misma
actitud de los policías enfurecidos el 5 de marzo porque la gente les
llamaba lo que eran, asesinos, aunque siguiesen impunes. Siempre los
victimarios se han quejado de que la víctima se les resista, dé su versión
de los hechos e insulte, en lugar de aceptar la sabia decisión de su
matarife y dejar que la historia la escriban los vencedores. Los
neoconservadores se identifican con los vencedores, no quieren que se
cuestione ni la guerra ni el poder de clase que ejercieron. Por eso los
neoconservadores quieren asegurarse de que acaba imperando su versión
de la Historia, para mejor perpetuar esta civilización y sus privilegios.
No se trata sólo de ganar el pasado, sino de controlar las conciencias en
el presente y preparar el terreno para la criminalidad del futuro en la
defensa del “orden”. La resistencia de la derecha española a renunciar a
las mistificaciones del pasado nos da una idea de cuanta será la
resistencia de la burguesía a perder el poder en el futuro. Se entiende,
pues si se analiza la Historia a fondo, se arriesga a cuestionar las bases
de su dominio en el pasado y minar su legitimidad en el futuro. Esto es
lo que de verdad nos jugamos en la batalla por la memoria histórica.
(“Cómo se ha escrito la guerra civil española” de Carlos José Marquez,
Ediciones lengua de trapo, 2006; contra la tergiversación
neoconservadora de la historia de la II República y la guerra civil, “AntiMoa” de Alberto Reig Tapia, Ediciones B, 2006; para un planteamiento
del problema de la memoria histórica en el contexto europeo y en
particular sobre los judíos, el artículo de Tony Judt “Desde la casa de los
muertos. Un ensayo sobre la memoria europea contemporánea” en
“Claves de Razón Práctica” octubre 2006, nº 166, que es una versión
abreviada del Epílogo del libro “Postguerra: una historia de Europa
desde 1945” Taurus, 2006; una extensa reflexión sobre la legislación
española relativa a la memoria histórica en el informe “Víctimas del
franquismo y de la guerra civil” en el nº 175, noviembre 2006, de
“Página Abierta”).
Me ha venido el caso por la emisión el domingo 1-X-2006 en TVE2
en el excelente programa de reportajes de casi media hora, Línea 900,
del titulado “Vitoria, 30 años sin respuestas” con entrevistas a los
protagonistas y la grabación de la conversación policial; periodismo
ejemplar. Más información en: el artículo de la revista “Cuadernos para
el diálogo” nº 14, octubre/noviembre 2006; las páginas 405 y siguientes
de “Así se hizo la Transición” de Victoria Prego, Plaza & Janés editores
1995; “Tiempo de incertidumbre. Carlos Arias Navarro, entre el
franquismo y la Transición (1973-1976)” de Javier Tusell y G. G.
Queipo de Llano, Crítica 2003; y sobre todo “Gasteiz - Vitoria: de la
huelga a la matanza” Ruedo Ibérico, París, 1976. De éste último
trascribo lo más revelador de la comunicación policial; el paréntesis con
puntos indica alguna parte de la conversación que me salto sin que altere
el sentido del resto:
“-Vamos a ver, mando por aquí un Charly. Entonces el Charly que
está allá y J.2 y J.3 desalojen la iglesia como sea. Cambio.
- No se puede desalojar porque está repleta de tíos. Entonces por las
afueras estamos rodeados de personal, va a haber que emplear las armas.
Cambio.
- Gasear la iglesia. Cambio.
- De acuerdo.
(...)
- Aquí están sacándolos a todos fuera en estos momentos.
- Pero, vamos a ver ¿estás cargando o qué?. Cambio.
- ¡A tope! ¡a tope!.
- De acuerdo, de acuerdo. Cambio.
- Comunica a V.O. que esto es una batalla campal para que lo sepa
él. Cambio. (se oyen disparos de metralleta, gritos y bocinas de coches)
- Que manden fuerza aquí, que hemos tirado más de 2000 tiros.
(...)
- ¿Estás en el ajo?. Aquí hay tiros y hay de todo. Cambio. (...)
- Esto es la guerra en pleno, se nos está terminando la munición, las
granadas, y nos están liando a piedras; es imposible defenderse, estamos
aquí en la iglesia de San Francisco.
(...)
- Se puede figurar, después de tirar 1000 tiros y romper toda la
iglesia de San Francisco, pues ya me contará como está toda la calle y
todo. Cambio. (...)
- ¡Muchas gracias! eh ¡buen servicio!.
- Dile a Salinas que hemos contribuido a la paliza más grande de la
historia. Cambio.
(...)
- Tengo dos secciones y media paralizadas, la otra media tiene
todavía unos poquitos (se refiere a munición) o sea que aquí ha habido
una masacre. Cambio. (...)
- Muy bien... pero de verdad, una masacre. (...)
- Ya tenemos dos camiones de municiones, etc... o sea que actuar a
mansalva, y a limpiar, nosotros que tenemos las armas, a mansalva y sin
duelo de ninguna clase.”
En el libro, en una nota, se identifica al mando de J.1.
La comunicación se recoge íntegra también en el artículo de
“Cuadernos para el diálogo” mencionado.
Última hora: El 23-II-2007 el Parlamento Vasco aprueba la
creación de una comisión especial parlamentaria para aclarar las
responsabilidades del caso y exigir indemnizaciones. Aunque el debate
fue llevado al Parlamento por la iniciativa del PSE-EE (PSOE) éste no
está de acuerdo con la creación de la comisión pues no aportará nada
nuevo al dictamen histórico del Instituto Universitario Valentín de
Foronda. No es ninguna sorpresa que el PP se oponga en redondo con el
argumento de que no se debe suplantar a los tribunales ni revisar la
Transición.
(NOTA 3) El cambio de civilización no puede hacerse sin contar
con la participación de los trabajadores asalariados o subordinándolos a
la dirección de la clase media (pequeña burguesía) y menos de la
burguesía o la tecno-burocracia. Al contrario, los trabajadores asalariados
están en el corazón de las “reglas del juego” de esta sociedad,
sosteniéndolas, pero no tienen el interés de la burguesía en conservarlas
aunque si ellos no lo deciden conscientemente no las desmontarán, y
tampoco podrá hacerlo nadie en su lugar. El problema es que no están
predestinados, forzados, obligados o de cualquier otra manera fuerte o
débil que quiera expresarse. No podemos decir que “deberán” hacer tal
cosa pues parece como si hubiese una fuerza que de algún modo les
obligase o pudiese obligarles o condujese inexorablemente en esa
dirección; sólo podemos decir que “deberían” o “queremos” porque nos
conviene a todos. Para ellos se trata de una cuestión de comprensión no
espontánea y de una apuesta que pueden o no hacer, para colmo, sin
ninguna garantía de éxito. La tarea que todos necesitamos asuman no es
una “misión histórica” programada por la Historia, por leyes históricas, ni
inscrita en la naturaleza de la clase, como su destino o cosa semejante.
No corresponde a una dinámica estructural o inconsciente de esa relación
social; las características de la clase no están preñadas de esa misión
transformadora, no portan ni en embrión las relaciones sociales de la
nueva civilización, sino simplemente de su permanencia como tales
asalariados regateando por mejores condiciones dentro del sistema, nada
más.
No se trata de que los trabajadores asalariados deban aspirar a su
realización como proletarios o liberarse como proletariado, sino a su
extinción como proletariado como condición para poder realizarse
plenamente como ser humano en lo social.
La burguesía, clase en posición dominante, para realizarse como
clase, se emancipó como clase de las trabas feudales con las revoluciones
burguesas. La clase obrera, por su propia condición, sólo puede
sostenerse como una clase subordinada. Por tanto no puede aspirar a
realizarse como clase fuera de este sistema social, como la burguesía
contra el feudalismo. Su realización como clase ya se efectúa dentro de
este sistema social. La clase proletaria no es una clase para otra sociedad
con su propio modo de producción diferente al que la somete y da carta
de naturaleza. En cuanto que clase no puede emanciparse, como los
esclavos no se emancipaban en cuanto esclavos, sino de la esclavitud; no
se liberan creando una sociedad de esclavos sin esclavistas (¿?) u
oprimiéndolos (“dar la vuelta a la tortilla”). Los trabajadores proletarios
no se emanciparán como clase social, ni como “clase en sí” (para el
capital), ni como “clase para sí” (contra el capital), sino de su clase, en
cuanto que seres humanos en busca de su plenitud. El potencial
emancipador no proviene de la condición de clase, sino de los seres
humanos que sufren esa condición y se plantean otra civilización de la
cual su clase ni es “portadora”, ni siquiera compatible. Potencial quiere
decir que hay un poder latente que podrá o no ser actualizado, en parte o
hasta el final. No una dinámica, ley, destino, etc que se desarrolle hasta
su culminación. Que realicen o no ese potencial sólo puede ser resultado
de su conciencia y voluntad, en suma, libertad. Por eso, como sólo tiene
fuerza en cuanto que ser humano, debe hacer acopio de todo lo que la
ayude, tanto de su naturaleza humana, como de su condición social, como
de la Historia, como del futuro.
Los hombres hacen la Historia; los trabajadores asalariados podrían
cambiar la Historia pero no -como creían Marx y Engels (“La Sagrada
Familia” 1845)- porque su condición social en algún sentido les obligue,
fuerce a ello, porque les corresponda una misión histórica trazada
irrevocablemente en las condiciones de su vida y la organización de la
sociedad burguesa, sino por su situación social, pero contra la inercia del
funcionamiento de esa misma posición social, gracias a su naturaleza
humana que les permite sobreponerse a los condicionamientos, a
contracorriente de su dinámica de clase. Si no son Prometeo, el Mesías,
ni la antítesis y síntesis de la dialéctica, ni el factor estructural, sí son las
personas de quienes dependemos al final todos, no por ser héroes por
herencia de los dioses, ni por vocación, ni por estar llamados a ello, ni
siquiera a la fuerza, sino por tratarse del anti héroe a quien, por estar en el
lugar indicado y en el peor momento, le ha “tocado la china”, le ha “caído
el marrón” de salvarse a sí mismo y contribuir así a salvar el mundo, o
dejar que la situación abrumadora pueda con ellos permitiendo que todo
se hunda en una pesadilla social y biológica pues no puede pasar la
“patata caliente” a ningún otro o esperar que venga un salvador. Tendrá
que elegir entre lo que “le pide el cuerpo”, osea, patalear algo pero
amilanarse ante la tarea propia de un titán, o echarle el resto como si
fuese cuestión de vida o muerte escalar el Everest cuando sólo se conoce
el llano.
No contamos con nada mejor, no hay ningún otro sector social
convenientemente situado ni más proclive a la necesaria toma de
conciencia, ni todos valen lo mismo. Pero podemos confiar en que los
trabajadores asalariados lo logren pues dentro de lo que hay, es el sector
social que a lo largo de su existencia ha sido capaz de mayores muestras
de cuestionamiento de esta civilización en una línea de humanización. En
un mundo de ciegos y tullidos el tuerto es el rey. Claro que tampoco es
tan “sencillo” pues aunque los trabajadores de hoy compartan lo básico
de su condición social (dependencia para vivir del contrato de su
capacidad de trabajo por el capital) con los trabajadores de las primeras
décadas del siglo XX o de los años 60-70, ya no son las mismas personas,
no tienen las mismas vivencias sociales, el mismo “imaginario” social
(visión del mundo, deseos, esperanzas, modelos, héroes...), las mismas
experiencias de lucha (hoy muchísimo más pobre) y se enfrentan a un
oponente que dispone de medios para dar mayor continuidad a las
lecciones de su experiencia, mejor organizado fuera o dentro del Estado,
con una capacidad de control social casi totalitaria tras los formalismos
democráticos y armado hasta las pestañas. Sobre todo en los países más
ricos, tienen una ventaja sobre las anteriores generaciones, su mayor
formación cultural (no analfabetismo) y capacidad para adquirir
información y conocimientos que bien aprovechada les puede ayudar a
saber y organizarse. Estas personas deberían rebelarse contra su
condición social -no sólo aspirar a más consumo, tiempo libre..-, pero no
para desclasarse -como el afortunado con el premio gordo de la lotería
deja plantado a su patrono- sino para superarla cambiando de
civilización, pues esta civilización se mantiene básicamente por la
existencia del capital (privado o estatal), sobre las “reglas del juego”
establecidas en la relación capital-trabajo asalariado. No porque en su
condición esté la solución, pues de lo que se trata es de superarla. No
tienen la ventaja de ofrecer en sí mismos la nueva organización social, la
matriz de la nueva civilización, sino de ser las personas que se encuentran
en el lugar adecuado del entramado social para paralizar, “sabotear” y
desmantelar en su núcleo el sistema, negándose colectivamente a
continuar siendo un engranaje del mismo. También deberían comprender
que su tarea sólo puede ser colectiva, no cuestión de héroes individuales
al estilo de Hollywood, por lo que la superación de las pautas
egocéntricas e individualistas forma parte del proceso de avance hacia la
asunción consciente de la tarea.
Puede que gente de otros sectores (profesionales cualificados,
intelectuales, estudiantes universitarios...) sepa más. Además de
participar a su manera en la lucha, si no quieren reproducir -bajo el
pretexto de tutela o por sustitutismo- otra modalidad de relaciones de
dominio y básicamente la misma civilización, deberán limitarse, como el
anciano de los buenos cuentos, a darle consejo e información y confiar en
que sepa guiarse con sabiduría y valor en su camino de maduración,
descubrimiento de sí mismo y la naturaleza de la tarea.
Voy a desarrollar un símil, casi el argumento de un relato, con todas
sus ventajas y limitaciones para expresar lo que quiero comunicar:
Somos una gran caravana de carretas con pasajeros, conductores,
cocineros, personal de mantenimiento, etc, propiedad de quienes la
dirigen y sus lugartenientes. No saben bien por donde nos llevan pues los
mapas de la zona en que nos encontramos son imprecisos o están
confundidos. El ataque de unos nativos con quienes no se supo negociar
ha causado muertes de personal de la caravana y pasajeros y nos ha
obligado a desviarnos para eludir más enfrentamientos. La inundación de
un gran río también ha modificado nuestro trayecto. De hecho estamos
perdidos, pero los guías son incapaces de reconocerlo pues creen que
podrán resolverlo y no desean ver cuestionada su autoridad ni provocar
el pánico. Desorientados, nos han introducido en un terreno cada vez
más inhóspito donde será difícil la supervivencia. Pero nos dicen que
todo es pasajero y que nos espera una marcha estupenda hasta asentarnos
muy pronto. Las provisiones de agua potable y alimentos han menguado
mucho sin ríos, caza o frutos silvestres de los que abastecernos, pero los
dirigentes no piensan racionarlos pues eso indicaría que las cosas van
muy mal y minaría su autoridad. Creo que para llegar a nuestro destino
este modo de viajar es inadecuado; debería irse por mar, cerca de la
costa; aunque dicen que es más lento, sería más seguro y sin estos
inconvenientes, más rápido. Delante, al oeste, tenemos una enorme
extensión de agua salada y no podemos retroceder. Los dirigentes y
propietarios nos dicen que recorramos la costa pero sabemos que eso no
es realista pues en tierra sólo se avistan nubes de polvo y tormentas secas
en todas direcciones; antes de llegar a alguna fuente de agua, se nos
habrían agotado las reservas y tenemos muchos niños entre los pasajeros.
Unos cuantos, cada vez más, creemos que sólo nos queda atravesar el
mar hasta la tierra montañosa y arbolada que se avista cerca y que sólo
puede ser el continente que indican los mapas. El mar lleva días en
calma. Para cruzarlo deberíamos aprovechar en la construcción de
grandes balsas las maderas de las carretas y los tablones que
transportamos para la capilla y sus bancos. Uno de los carreteros guiaba
antes una balsa para cruzar un río y otro fue pescador cerca de la costa,
así que pueden aportarnos su experiencia. Los dirigentes y propietarios
dicen que las carretas son suyas, siempre han sido su negocio y no las
piensan perder; si ya se les está cuestionando no saben que ocurrirá con
su autoridad al llegar a aquel nuevo territorio; además nunca han
navegado. Amenazan al personal indisciplinado de la caravana con no
pagarles su sueldo y otras sanciones cuando lleguemos a destino. Entre
los dirigentes empiezan a surgir algunas desavenencias pero se limitan a
si marchar costa arriba o costa abajo pero tienen el riesgo de provocar
una división en el personal y los pasajeros generando tensiones que no
aportarían nada e incluso podrían suponer una amenaza a la
supervivencia de todos. La supervivencia como personas, la sensatez, la
falta de apego a la propiedad y al objeto de las carretas y modos de la
caravana, nos permitiría lanzarnos a la aventura, sin saber si llegaremos
todos sanos y salvos a aquella tierra, ni siquiera si lograremos
imponernos a las armas de los jefes y sus ayudantes que amenazan con
restaurar su autoridad a toda costa contra los rebeldes. La gente también
está confusa. Bastantes dicen que debemos limitarnos a cumplir lo que
nos indican pues “ellos saben mejor” y que quienes les llevamos la
contraria somos unos catastrofistas, alarmistas e incapaces de respetar el
orden de la caravana y obedecer a la autoridad legítima. Otros, que todos
deberíamos votar si ir en dirección norte o sur, cumplir con mayor celo
nuestro cometido, organizar mejor los recursos, mantener alta la moral,
etc. Alguno, que debemos ir más lejos, quitar la autoridad de los
dirigentes y propietarios que han demostrado su incompetencia, dársela
al personal que es quien realmente lleva la caravana y decidir por
mayoría si dirigirnos al norte o al sur. Los más conscientes de la
situación, los que creemos que la única esperanza realista está en pasar al
continente, deberíamos convencer al resto, para organizarnos y vencer la
resistencia de los propietarios y dirigentes de la caravana que no quieran
atender a razones. Sin el personal de la caravana, dada su situación
estratégica en esta comunidad en marcha, no conseguiríamos nada; si se
someten a los dirigentes y propietarios no habrá nada que hacer;
tampoco nos salvaría un cambio de propietarios o dirigentes si es para ir
al norte o sur; precisamos de su colaboración, sus conocimientos y
habilidades. Algunos de ellos también empiezan a comprender que su
supervivencia está en juego. Les importa más salvar su vida que un
empleo que los conduce a la muerte, un salario que nunca cobrarán. Si
desean sobrevivir deberían cuestionar su condición de trabajadores
subordinados y replantearse la naturaleza de su mismo trabajo, pues
ahora muchos deberían hacer otro tipo de tareas o de distinta manera,
organizarse y ponerse bajo la dirección, no de los propietarios, sino con
los criterios que ellos mismos elaboren con el asesoramiento de los
trabajadores más experimentados para los nuevos objetivos. Necesitamos
a todos para contribuir al desmantelamiento de las carretas, su
transformación en balsas, organizar y asegurar la travesía. Cuando
lleguemos a tierra firme, las balsas tampoco nos servirán, así que, con su
madera y los materiales que allí podamos encontrar deberíamos
organizarnos de nuevo, asentarnos o seguir viajando. Debemos romper
con las rutinas mentales y plantearnos lo que hace poco parecía
impensable, absurdo o imposible. Las carretas ya no sirven para asegurar
nuestra supervivencia y no estaban llamadas a cumplir su misión de
transportarnos convirtiéndose en balsas. Ni los conductores de carretas
ni los pasajeros ni el resto del personal estábamos llamados a esto, pues
no tiene nada que ver con nuestra condición, ni tarea ordinaria, ni
siquiera con nuestro destino original, y menos con los intereses de los
propietarios apegados a su caravana de carretas y permanecer en esta
tierra. Nuestra vida no será como habíamos imaginado, pero el cambio es
el único modo de asegurarla.
Aparte de lo verosímil o no de transformar carretas en algo que
pueda transportar gente por el agua y otros detalles o licencias, creo que
el pequeño relato sirve para indicar la cuestión de fondo y sobre todo
romper con el esquema mental determinista y teleológico del cambio
social que necesitamos, que basta con mejorar la gestión o con cambiar
de sistema de propiedad o que no debemos modificar las características
de nuestra tecnología y modos de trabajo, ni renunciar al mito del
progreso lineal.
(NOTA 4) Nos sobran superhéroes con superpoderes, como
Superman y otros propios del cómic, matones militaristas o salvadores
del mundo que se sacrifican mientras permanecemos como meros
espectadores. Nos faltan héroes cortados por un patrón como
“Espartaco”, personas ordinarias que presionadas por la situación crítica
son capaces de desplegar su potencial de grandeza y lo comparten con
los demás ayudándoles a movilizar lo mejor de sí mismos en una tarea de
todos por el bien común. Debemos percatarnos de cómo nos debilita esta
cultura y la urgencia en ponerle remedio.
En el héroe debemos reconocer lo mejor de cada uno que nos invita
a emularle, no alguien extraordinario fuera de nuestro alcance, a quien
estorbaríamos o sobraríamos de ponernos de su lado y sólo nos cabe
admirar. Los individuos nos miramos en el héroe y como parte de un
colectivo, en el grupo en el cual está integrado el héroe. ¿Por qué el
héroe y no sólo el colectivo?. Porque la Historia la hacen las personas,
los colectivos los componen personas, viviendo como individuos es en el
retrato personal donde podemos encontrar las afinidades y llamadas. Un
colectivo depende de individuos al ser un proceso desigual de toma de
conciencia y combatividad de sus miembros el que le da consistencia,
unidad y dirección. Hace falta que algunos ayuden a desbloquear,
dinamizar y éstos son los héroes. Además siempre nos resulta más difícil
identificarnos con un colectivo de seres anónimos que con una persona.
El espíritu democrático, constituyente, transformador, no corta las
alas del héroe, sino que lo integra en sus intereses, reconociendo en él a
quien mejor representa sus valores y la decisión por acometer la tarea de
todos. Una característica del héroe que necesitamos es la superación de
la ilusión de su ego. Un indicio claro de ello será su humildad.
Personas corrientes que hoy morirán en el más total anonimato para
la Historia, de haberse dado en su tiempo otras circunstancias colectivas,
podrían haberse revelado como héroes, genios, líderes.
En julio de 1972 la revista “Cuadernos para el diálogo” publicó su
Extra XXI, dedicado a “TVE” en el que se dedicaban unas páginas a la
crítica de la programación, informativos, concursos, telefilmes, spots
publicitarios, desentrañando su trama y desenmascarando la ideología
subyacente. Que desde entonces no se haya vuelto a publicar algo
comparable, demuestra la debilidad de la crítica a la cultura de masas.
Ya hay muchas versiones del cuento de “Caperucita roja”. La
última, la película de animación “La increíble ¡pero cierta! historia de
Caperucita Roja”, 2005. ¿Para cuando “Caperucita la roja”?. Una idea
brillante para un artista con talento: el lobo representa al capitalismo
globalizado que quiere reducir las prestaciones sociales para la tercera
edad representada por la abuela y condenar a los niños al trabajo infantil
y a los jóvenes que entran en el mundo laboral, a los contratos basura; el
leñador con escopeta serían los trabajadores con más experiencia de todo
el mundo que liberan a sus mayores y menores arreglando las cuentas
con el capitalismo. De nada. Aunque tal vez debiéramos renunciar por
no seguir acosando al pobre lobo. (Un recorrido por la historia, variantes
y derivaciones del cuento, en “Caperucita al desnudo” de Catherine
Orenstein, Ares y Mares de editorial Crítica, 2003).
(NOTA 5) La vida social no es resultado de la simple suma,
agregado de individuos, sino un modo de relación entre ellos con unas
“reglas del juego” que condicionan su vida, su consciencia, su
inteligencia, libertad, compasión, alegría y sufrimiento. Esas “reglas del
juego” estimulan resortes que hay en nuestra naturaleza -compartidas
con los animales, exclusivas del humano- que mal orientados provocan
el miedo, la sumisión, la ira, la agresión, la envidia, la codicia, el
aislamiento, el uso destructivo del conocimiento, etc. Esos resortes
existen en nosotros y nos impulsan, si no los dirige la consciencia, a
crear reglas sociales negativas. A su vez, esas reglas, producen un efecto
de retroalimentación y amplificación gigantescos, dándoles un
predominio que inicialmente no tienen en nosotros. A la vez que se
explota negativamente el potencial de unos resortes se reduce la
importancia de otros -animales o exclusivamente humanos- mejores
(apego afectivo, empatía, simpatía...) que también existen y que con
otras reglas podrían haber sido estimulados. Que la inmensa mayoría de
la población logre sobreponerse permanentemente a ese
condicionamiento y dinámica de actuación es muy difícil. La liberación
sólo será definitiva si se desmantela la producción social del
condicionamiento, si las relaciones sociales se hacen más transparentes y
no se educa a los niños en la conformidad sino en la interrogación.
No necesitamos de esas reglas destructivas. Podemos pasar sin
ellas, no son inevitables por nuestra naturaleza. No basta con
desenmascararlas; debemos abolirlas y crear otras que fomenten lo que
realmente necesitamos, empezando por la consciencia y la aceptación de
todos.
A todo esto no se le puede dar una respuesta total y definitiva sólo a
nivel individual, persona a persona, sino a la vez como entidad colectiva
con sus “reglas del juego” y modo de existencia. No se puede esperar a
que haya una masa crítica de personas Despiertas que produzcan los
cambios necesarios, sino impulsar también cambios que favorezcan la
aparición de la masa crítica de Despiertos aliviando en tanto el
sufrimiento y la inconsciencia general. Tanto más cuando los problemas
de la Humanidad y el planeta pueden acabar con nosotros si no se les
dan respuestas profundas sin esperar a Despertar todos. Existe una
interrelación muy compleja entre individuos y sociedad, Despertar
individual y colectivo, consciencia y condicionamiento social, que no
podemos entender plenamente, pero no debemos esperar a ello si
sabemos que necesitamos abordar a la vez lo personal y lo social de
modo que permita un avance en la dirección de la consciencia, la
inteligencia, la compasión y la liberación -en lo posible- del sufrimiento
físico y mental como individuos y especie que vive en sociedad.
Una Humanidad consciente ordenará sus “reglas del juego” de
modo que contribuyan al bienestar físico y mental, disminuyendo el
sufrimiento, aumentando la consciencia y el conocimiento. La Atención
hoy es también fundamental para comprender las condiciones sociales
que generan sufrimiento, comportamiento condicionado, inconsciencia,
de modo que a uno mismo le dañen menos -aunque sólo sea por
entenderlos- y pueda contribuir a su erradicación.
El ego no puede lograr una transformación radical de la sociedad
pues siempre tenderá a crear condiciones que le permitan sobrevivir (vía
de la autoestima y el logro con su inevitable escala del orgullo -soberbia
/ humillación-). Por eso no puede comprender plenamente cuál es la
realidad pues genera pensamiento fragmentario -empezando por el
fragmento de pensamiento “yo” y su autoridad- y atenerse a ese
pensamiento al final siempre será causa de problemas, conflictos,
sufrimiento.
No basta con que el ego se identifique con la Humanidad pues eso
será un modo de expandir el ego. Según como se entienda esa
Humanidad y las “reglas del juego” que se establezcan, puede
convertirse en un esclavo de lo colectivo, sólo que unos lo serán menos
que otros en la jerarquía que se establezca, dada la necesidad del ego de
validación en base al “llegar a ser” con la consiguiente comparación y
por tanto la diferencia. Debe ser un individuo sin ego, es decir, en
comunión con todo pero sin dependencia de nada para sentirse validado,
reconocido, aceptado, ni de compensación en la escala del poder. Por
tanto, espontáneamente pondrá por delante el bien común, pero no se
podrá hacer de ello un modo para mermar su consciencia, libertad,
inteligencia y compasión.
Las “reglas del juego” de una sociedad pueden precisar de la guerra
para su buena marcha o para superar sus crisis.
Ello es posible al someterse el ser humano a las necesidades de la
lógica de las reglas del juego y aceptar los sacrificios que reclama sobre
sus bienes y vidas.
Y esto puede ocurrir porque los seres humanos tenemos estos
potenciales:
a) Identificación con las fuerzas económicas por la codicia, pero
también por el marco nacional, estatal, en las que se desenvuelven
primeramente y que contribuye a darlas una entidad que las asocia con
la identidad etnocultural. Esto es el nacionalismo, el patriotismo. Se
apoya básicamente en el mismo sentimiento de la “tribu” a la que se
pertenece, cuyo destino se comparte y cuyos intereses se protegen.
Entiende que está defendiendo el “modo de vida” y los intereses
económicos, políticos, etnoculturales de su comunidad. Es el “nosotros”
contra “ellos”, expansión del “yo” ante “los otros” propio del ego y su
sentido de “pertenencia”.
b) Agresividad asesina que se apoya en la identidad etnocultural,
patriótica, que a su vez es una proyección inflada del ego, que aspira a
protegerse, expandirse, sobreponerse a los demás y busca chivos
expiatorios para su resentimiento, deseo de venganza e impulso para
continuar la cadena generacional de agresión y violencia (más en Alice
Miller “Por tu propio bien” Tusquets).
c) Obediencia inmoral a una autoridad, código, irracional o asesino,
como resultado del condicionamiento autoritario en la infancia,
aprovechando la necesidad del niño de confiar en la guía del adulto,
prolongado a la edad en que debería pensar por sí mismo críticamente.
Los sectores sociales (clases) económicamente dominantes, sus
representantes políticos, el personal superior de sus cuerpos armados
(policía, ejército, servicios secretos, etc) y de la administración
permanente (altos burócratas, servicio diplomático, etc), auxiliados por
grupos religiosos, medios de comunicación, se encargan de que el Estado
-con su estructura jerárquica y de hecho escapando al auténtico control
democrático de la población- garantice las reglas del juego de esa
sociedad. Son partícipes de los tres potenciales mencionados. Pero dada
su posición privilegiada en información, control de las riendas de la
sociedad, encontrarse en la parte elevada de la pirámide social y su
jerarquía, su responsabilidad es mayor que la de cualquier otro sector
social. Entre sus tareas están las de controlar y desviar hacia “otros” la
hostilidad social que su posición dominante y la gestión de su poder
provocan en los dominados. También directamente planifican medidas
de agresión contra “otros”.
Aunque todos compartimos la misma naturaleza humana, las
exigencias de funcionamiento del sistema social, los métodos de
selección del personal, la disposición a adaptarse a determinadas tareas,
hacen que entre ellos nos encontremos con personas que muchas veces
sólo cabe caracterizar de psicópatas socialmente integrados, no de los
que van asesinando por su cuenta, por ejemplo, a niños o mujeres
indefensas (los “asesinos en serie” de la crónica negra), pero que sí
planifican asesinatos en masa bajo el pretexto político que sea con el
objeto de proteger y hacer prosperar sus intereses egoístas. Una persona
debe estar muy polarizada por la ambición, la codicia y acorazada con
mucha indiferencia por la verdad y por el prójimo (sobre todo el más
alejado a su gama de pertenencia) para participar en la carrera por el
poder, lograr pasar por el proceso de selección, eliminación mutua, a
base de tragaderas y juego sucio y justificar todo ello con burdas o
sofisticadas racionalizaciones ajenas a la verdad.
Se parece a esos concursos de la tv sobre supervivencia. No
premian al grupo que logre, a juicio de un jurado y según unos criterios
objetivos, salir de la prueba en las mejores condiciones individuales
(peso, tensión arterial, etc) y colectivas (cohesión, colaboración,
satisfacción en las relaciones...) con mención especial para alguno
independientemente del grupo. El premio es para un individuo y durante
todo el trayecto se fomenta la competencia, diplomacia, astucia,
camarillismo, intrigas, juego sucio... Al punto de que, como sucede en la
vida política, resultado de toda esa “política”, el ganador puede ser un
mediocre apoyado por un grupete empeñado en cerrar el paso al jugador
con mejores cualidades y posibilidades.
A escala social, este fomento de la competencia individualista en
lugar de la emulación (ejemplo a superar) nos trae también la
mediocridad y los éxitos farsa de todo tipo en lugar de la verdadera
excelencia supuestamente buscada. Imaginemos que se establece un
juego de único ganador donde valga incluso una violencia limitada (como
en el boxeo). Cada participante luchará aislado o a lo sumo con alianzas
puntuales. Tendrá más probabilidades de ganar el más hábil en engañar y
con menos escrúpulos. Puede que el ganador sea un psicópata. La
Humanidad sólo ha sobrevivido a los psicópatas en la medida en que ha
impuesto normas de control colectivas, democráticas, no el
individualismo y aislamiento, aunque sea en medio de la multitud en
formación, pues son el terreno ideal para que los depredadores campen a
sus anchas. Y esa comunidad sólo es posible si hay ganancia para todos,
un bien común y capacidad - con las penalizaciones- para desanimar a los
tramposos.
Dicen que el poder corrompe. Hay tipos de poder con unas reglas
del juego ya corruptas desde la perspectiva de una consciencia
inteligente, honesta, compasiva. Este tipo de poder atrae a personas con
una mente ya corrompida, al menos en germen. Esa mente, en esas
condiciones, termina por germinar. Esa misma mente, en condiciones de
poder sin opresión ni explotación, puede estar tentada a alterar las reglas
del juego para aprovecharse de ellas y pervertirlas. La cuestión última
está en el ego por tolerar o sentirse atraído por relaciones de poder
corruptas o por corromperlas si accede a ello.
El ego mismo, por su modo de situarse ante la existencia, la vida, su
identidad y el prójimo, es un juego de poder, de ver quién domina. En su
interior, la falta de integración psicológica, se expresa en los conflictos
internos, la pelea entre los diferentes “estados del yo” (Padre, Adulto,
Niño no ok del análisis transaccional).
Cuando de los ámbitos de poder económico, político, militar, se
conocen sus documentos de circulación restringida, secretos, se descubre
muchas veces las peores pautas del ego, incluida la psicopatía integrada,
pues rezuman insensibilidad, hipocresía, la mayor deshonestidad
intelectual, la mentira como norma, el más descarado cinismo, la
conspiración y el maquiavelismo más retorcido, mentalidad propia de
gángsters y de asesinos de masas, egoísmo al por mayor. Las pocas
veces que les entrevistan sin concesiones, queda desenmascarado el tipo
humano que son y su negativa a rectificar, sin rastro de arrepentimiento.
Dentro de algunas décadas -si es que sobrevive hasta entonces la
Humanidad- se sabrá (si lo permiten) la verdad de crímenes,
conspiraciones, que se están cometiendo hoy con discreción o total
secreto (**). Incluso se nos logra ocultar en parte aquello de lo que se
nos informa. Las actuales prácticas informativas provocan una avalancha
tal de datos que ahogan lo importante en lo banal, entorpecen la
profundización y reflexión al no establecer la debida continuidad,
relaciones ni causas de fondo, logrando el olvido al ir de una noticia a
otra, a cual más espectacular, llamativa y desconexa, incluso trivial,
pasando por encima de lo importante pero insidioso, lo que necesita de
un seguimiento prolongado y con la debida perspectiva, tapando tras el
impacto de la imagen (como si de una ficción se tratase) la tragedia
humana con nombre y apellido, además de tender a ampliarlo,
minimizarlo y enfocarlo todo, según los intereses y la ideología de la
clase dominante, que para algo son los dueños de los medios y los amos
de esta sociedad ¡no iban a tirar piedras contra su propio tejado!. Dicen
que en la guerra, la primera víctima es la verdad; otro tanto ocurre en la
“guerra” de clases.
El “lavado de cerebro” al que normalmente nos someten a diario los
medios de comunicación de masas nos hace olvidar la realidad
semioculta de este mundo revelada en acontecimientos de actualidad o
de hace unos años que nos asaltan de vez en cuando mediante
informaciones comprometidas con la verdad y no con el encubrimiento,
desinformación, intoxicación. Muchas veces llegamos a conocer la
verdad sólo por el interés que tienen las distintas facciones dominantes o
los que aspiran a serlo, en desacreditarse los unos a los otros en sus
luchas, sacando a relucir los “trapos sucios” del oponente pero
manteniendo a resguardo los propios o por otro tipo de “agenda oculta”
como, mediante comparaciones con otros tiempos o lugares, llevarnos a
la conclusión de “qué bien vivimos ahora y aquí” y no comparemos con
cómo podría ser con otra orientación. Para no ser injusto con esta
apreciación general de los media, como representación de todas las
honrosas excepciones y minorías, quiero mencionar por su importante
labor a los programa de emisión dominical “Mundo Hoy”(cadena
autonómica vasca ETB2) y “Línea 900” (TVE2) y por supuesto a todos
los periodistas represaliados y asesinados por su compromiso con la
información veraz, una de las últimas, Anna Politkovskaya (7-X-2006)
que valientemente denunciaba al gobierno ruso de Putin, la guerra
imperialista contra Chechenia, los crímenes de guerra y el terrorismo de
Estado. (sobre los medios de comunicación de masas, “¡Ojo con los
media!” de Michel Collon, editorial Hiru, 1995; monográfico nº 3 de Le
Monde Diplomatique edición española “Medios de comunicación en
crisis”, septiembre 2005; la ilustrativa situación en Francia “El control
de la palabra. Después de `La edición sin editores´” de André Schiffrin,
Anagrama 2006).
Sólo dos pequeños botones de muestra entre mil aprovechando que
en abril de 2006 se recuperó la memoria por el veinte aniversario: la
actitud irresponsable y secretista de las autoridades soviéticas frente a la
catástrofe de Chernóbil hasta que en Suecia se dio la voz de alarma y la
ya olvidada utilización repetida de soldados como cobayas en las
explosiones nucleares de EEUU en los años 50 (en particular 1956,
1957), en el desierto de Nevada. Consistían en lo siguiente: se trataba de
comprobar el comportamiento (estrés, decisión, obediencia...) de la tropa
en una situación de combate con ataque nuclear. Los soldados,
simplemente con su uniforme, casco y fusil, ni siquiera con una máscara
antigás ni gafas de protección, usando colillas de cigarros para proteger
los oídos, se metían en una trinchera de escasa profundidad para salir
fácilmente, por lo que debían agacharse. Mucho antes de la línea del
horizonte, estallaba la bomba atómica que, dado el objeto del
experimento, podía ser de relativa escasa intensidad (no como otras
ensayadas para avanzar en el armamento). El viento de la explosión
pasaba sobre la trinchera y se introducía en ella parcialmente, aunque no
siempre estaban los soldados lo bastante agachados y mirando en
dirección contraria sino de pie, sobresaliendo de la trinchera, en
dirección a la explosión y expuestos a la potente onda de viento y polvo.
Cuando cesaba el viento, los soldados se incorporaban e iniciaban la
marcha hacia la zona cero de la explosión (donde se había producido)
mientras ante ellos se elevaba imponente el hongo atómico. Las
imágenes en color son sobrecogedoras. Se supone que si se registraba un
nivel de radiación considerado superior al tolerable se les advertía y
hacía volver a zona más segura, pero no está claro que eso se hiciese
siempre, cuando además no era fácil controlar la situación por la
variación en el movimiento del aire sobre todo con el desbarajuste
atmosférico causado por una explosión atómica, por lo que incluso el
campamento de la tropa, supuestamente en zona segura, podía verse
afectado tras la explosión. Antes de la prueba se les “explicaba” y
tranquilizaba sobre el peligro. Después de la prueba, supuestamente se
les “limpiaba” de radioactividad con una escoba y se duchaban, pero sin
advertir del peligro por inhalar partículas radioactivas al respirar. Antes
y después se les hacía una encuesta para conocer sus conocimientos y
opiniones sobre el particular y la guerra atómica en general. Al menos el
21-VIII-1956 los soldados fueron dejados en una zona como quien dice a
tiro de piedra del punto de la explosión (una torre a unos metros del
suelo). Los soldados buscaron las trincheras pero como no las
encontraban y estaban evidentemente más cerca que nunca de la torre
supusieron que había un error, pero les confirmaron por radio la
corrección de sus coordenadas y sólo tuvieron tiempo para echarse al
suelo hasta ser violentamente arrastrados por el viento de la explosión.
Muchos soldados de estas pruebas enfermarían con el tiempo a causa de
la radiación.
(Varias explosiones, al menos en 1957 como indica el documental
largometraje “Trinity and beyond (la película de la -historia- bomba
atómica)” de 1995, dir. Peter Kuran, emitido por Documanía en
diciembre 2006; un documental en la Noche Temática de la cadena
europea Arte en TVE2, cuya fecha de emisión y título no recuerdo; la
película “Avance hacia la zona cero” 1990, dir. Peter Markle, int. Martin
Sheen, sobre la experiencia de un joven encuestador (doctor), emitida
hace tiempo por Localia y que en nota final nos informa que entre 1945
y 1962, más de 235.000 miembros (hombres y mujeres) del ejército
americano fueron expuestos -a mayor o menor distancia- a las
explosiones atómicas en superficie; en el documental “Trinity...” se ve a
soldados subiendo a helicópteros de transporte de tropas que en grandes
formaciones se deduce vuelan a cierta distancia rodeando la zona de una
potentísima explosión de 1957; un artículo, sin localizar, en “Mundo
científico. La Recherche”, excelente revista de divulgación científica
desaparecida pues por lo visto en España no había mercado para dos, la
edición española de la francesa La Recherche y la de la americana
Scientific American -Investigación y Ciencia-, menos divulgativa y
políticamente más “aséptica” y “americana”).
La República Popular China, parece que tampoco se privó de
experiencias semejantes a juzgar por el espectacular y sorprendente final
del documental “Trinity...” tomado de una película china de propaganda;
pero los soldados a pie o a caballo y sus monturas llevan máscaras
antigás y, algunos, uniformes más sofisticados que los utilizados por los
norteamericanos y no hay una imagen en la que claramente se vea a la
tropa y el hongo por delante, aunque sí a la caballería cabalgando en
dirección a un hongo en avanzada disolución. Tuvo lugar en 1964, un
año después de que la mayoría de los países firmasen el tratado de
prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera. En la revista
“Ecologista” nº 50, invierno 2006/2007, en el artículo “Proliferación
nuclear: última ratio regis” de Francisco Castejón leo, lo siguiente: “Un
estudio encargado por el Congreso norteamericano en 1998 muestra el
precio humano que los propios americanos han tenido que pagar por las
pruebas nucleares. Se trata de 33.000 casos de cáncer, 11.000 de ellos
mortales que, según el Center for Disease Control and Prevention
(CDC), se produjeron en EEUU como consecuencia de 11 años de
pruebas nucleares, entre 1951 y 1962. 19 de las pruebas nucleares
americanas lanzaron cada una de ellas a la atmósfera niveles de
radiación de una escala comparable al accidente registrado en 1986 en la
central nuclear ucraniana de Chernóbil”. Informe accesible en
www.cdc.gov/nceh/radiation/fallout/. En una nota se advierte que las
pruebas continuaron más allá de 1962. Agradezco a la revista que
autorice la difusión de sus contenidos. Las fotografías de explosiones
que ilustran ese artículo me recuerdan las imágenes de la película
“Trinity and beyond...”. Una banda musical inquietante acompaña a la
belleza siniestra de las explosiones que, sobre todo en el caso de las
bombas de hidrógeno, parecen fenómenos de otro mundo capaces de
consumir el nuestro. Que viendo los responsables esas explosiones no se
les revelase como algo evidente que ningún grupo humano y menos toda
la especie puede ser sometida a la posibilidad de semejante
destructividad, más después de conocer los efectos de las bombas sobre
Japón y las simulaciones de las pruebas (edificios, maniquíes, animales
cobayas...) y por tanto la imperiosa necesidad de eliminarlas, demuestra
la fascinación ejercida por las bombas y el grado de embrutecimiento
emocional y moral alcanzado, del que vuelven a dar muestra las
autoridades de Corea del Norte e Irán si planean disponer de un arsenal
nuclear.
Lo dicho vale también para aquellos que en una posición
subordinada o desplazada del poder ambicionan convertirse en los
“amos” recurriendo a métodos de manipulación, terrorismo, etc.
Las virtudes civilizadoras del capitalismo de nuestra época se han
mostrado una vez más, con la complacencia de Occidente, en Rusia.
Prácticamente los mismos que explotaban y oprimían a través de la
propiedad estatal, el partido y los aparatos de Estado, más algunos que
se han promocionado después, lo hacen ahora con la mayor
desvergüenza gracias al capitalismo sin limitaciones, mafioso, que
recuerda la acumulación originaria del capital, su piratería y los
métodos gangsteriles del capitalismo norteamericano hasta ya avanzado
el siglo XX, aunque en Rusia tiene comportamiento mafioso hasta el
Estado.
Hoy las reglas del juego de la sociedad de la “globalización” de la
“economía de mercado” (capitalismo) tienen unas exigencias que
acabarían con el sacrificio de la Humanidad si se respetasen
consecuentemente a fin de garantizar el funcionamiento del sistema.
Pero son los humanos quienes tienen la última palabra, no las fuerzas
impersonales de la economía. El capitalismo no obliga a nada, aunque
lo requiera para funcionar normalmente. Son los humanos quienes
aceptan o no las consecuencias que para ellos tiene respetar o no sus
requerimientos. En un momento pueden aceptarlos y en otro
rechazarlos. El sistema social, aunque empuja, no obliga a la violencia y
no podría hacerlo a una especie que no tuviese esa capacidad; es la
violencia del humano la que sirve para mantenerlo en marcha. El
humano decide poner o no al servicio del capitalismo su potencial de
identificación, agresividad y obediencia; acabar o no con esa sociedad y
reconocer las implicaciones de su ego, para superarlo. Las “reglas
sociales” no son leyes naturales inviolables.
Si bien es cierto que el capitalismo tiene una lógica con sus propios
requerimientos para funcionar, inalterables en lo fundamental, no es
correcto decir que el capitalismo se sirve de los humanos y de su
potencial de violencia, pues esto oculta el hecho fundamental de que el
capitalismo es unas relaciones sociales creadas por los humanos, no algo
con existencia propia que se nos imponga. Los humanos creamos ese
“juego” y nos sometemos voluntariamente a sus reglas; no es el “juego”
el que surge por sí mismo, se desarrolla plenamente y nos somete al
margen de nuestra voluntad. Ocurre lo mismo que con el dinero y las
mercancías, que parecen tener existencia propia, independiente, pero no
son más que el resultado o formas de relación social, como que el trabajo
se convierta en una mercancía vendida a cambio de un salario. Esto es
así si bien es cierto que sólo en determinadas condiciones de desarrollo
es posible crear ese “juego”, que surja casi involuntaria e
inconscientemente de las relaciones sociales y que la propia dinámica
social favorezca que se adopte. Son los humanos quienes vistos los
resultados de unas nuevas relaciones sociales admiten o no practicarlas,
desarrollarlas, sopesando sus ventajas e inconveniencias, que no son las
mismas para todos. Por eso la explicación última de la existencia del
capitalismo a pesar de los enormes problemas que ocasiona -desde sus
comienzos criticados- y de las guerras que lo mantienen en marcha, es
que complace los requerimientos del ego, es decir, de la identidad
personal egocéntrica, marcadamente tendente al egoísmo, la codicia, el
orgullo, la envida, la violencia. De lo contrario, los humanos, vistos sus
efectos, ya se habrían esforzado desde el comienzo en ponerle fin y
sustituirlo por otro sistema social. Pero no lo ha hecho por el ego y
porque las reglas del juego del capitalismo permiten repartir sus ventajas
e inconvenientes de un modo muy desigual y así el sector social que
lleva las riendas de su funcionamiento es también el más favorecido. Las
mismas masas trabajadoras han visto cómo, en algunos períodos más o
menos largos, ha mejorado su situación -aun corriendo grandes riegos de
acabar perdiéndolo todo (guerras...) o parte (crisis, ofensiva de la
burguesía, neoliberalismo)-, lo que las ha desmotivado para el cambio
necesario, añadiéndose a la desmoralización por las derrotas o la
desunión provocada por las tácticas empresariales (despidos,
precarización del empleo, contratos temporales, subcontratas,
deslocalización...).
Los humanos tenemos desde nuestros orígenes un innegable
potencial para el asesinato y el genocidio, que nos asemeja más al
chimpancé (genéticamente nuestro pariente más próximo) que al
bonobo (chimpancé pigmeo), al gorila y al orangután, y que venimos
ejercitando en mayor o menor medida, dependiendo del nivel de
desarrollo técnico, desde el Paleolítico. Si en los humanos no existiese
ese potencial, los condicionamientos, las leyes y dinámicas sociales, no
podrían empujarle a ello, como nos resultaría imposible volar moviendo
las orejas por mucho que pudiese ser una gran ventaja económica. Es la
propia naturaleza humana la que hace eso posible y además con mucho
entusiasmo y empeño, dedicándole grandes recursos económicos,
psicológicos y enorme disposición al sacrificio por la causa del
momento. Si no hubiese esa aptitud no sería viable un sistema social
que la precise. Si es cierto que las relaciones sociales activan o no ese
potencial, también es verdad que existiendo éste puede crear las
condiciones o explotar la menor oportunidad para expresarse.
La organización social humana ha aumentado muchísimo en
dimensiones y complejidad. Pero nuestro cerebro se encuentra en el
mismo nivel evolutivo que en el Paleolítico o Neolítico. El límite de
humanos con los que somos capaces de tener una relación personal es
de 150 (*). Una organización social ideal no debiera exceder ese
tamaño, pero ya no es posible. Cuando se supera debemos adquirir
nuevos recursos. Si la mente está orientada por el ego hacia el “tener” la
organización que creará, dentro de las posibilidades materiales
existentes, tendrá ese sello, seguirá una evolución en la que se
desaprovechará los potenciales de cooperación fraternal. A falta de un
fuerte lazo espontáneo en la compasión y ayuda mutua, con la mente
ordinaria se recurre mucho más a las muletas abstractas e impersonales
de la ideología, religión, jerarquía, las cadenas de la dependencia o del
mercado, instituciones, leyes. Pero la situación se complica, puede
superarnos, hacerse incontrolable.
* revista “Mente y Cerebro” -asociada a “Investigación y Ciencia”nº 20 de septiembre/octubre 2006, artículo “Neurología de la relación
social”.
Vista la Historia de la Humanidad podemos decir que de modo
discontinuo y desigual en todo el planeta, se observa una tendencia al
progreso moral. En todas las épocas ha habido personas y sectores
sociales con unos valores morales superiores a los imperantes, pero su
influencia tenía muchas fuerzas materiales y mentales en su contra,
empezando por el ego generalizado. La tendencia al progreso ético tiene
su mayor aliado en unas relaciones sociales cada vez más extensas que
necesitan de la colaboración (aunque bajo explotación) de masas de
seres humanos cada vez mayores, sean de la raza, religión, etc que sean,
superando el marco tribal y local, propiciando cada vez más las
condiciones que ayudarán al desenmascaramiento (nunca automático ni
social) del ego como ilusión (separado, centro, diferente...). Las nuevas
relaciones sociales condicionadas por el nivel técnico, convierten en
anticuadas formas anteriores y con ellas sus valores, como el esclavismo
o feudalismo frente al capitalismo, el dominio y dependencia personal
frente al impersonal de las relaciones económicas, un tipo de
pertenencia por otras, unos criterios sobre lo bueno y lo malo por otros.
La lucha de clases y diferentes sectores sociales contra condiciones de
opresión, explotación, discriminación, son un motor para su desarrollo.
Así hoy nos parecen inadmisibles comportamientos del pasado entonces
aceptados, al menos por quienes se beneficiaban de ellos, como la
esclavitud. Pero con el progreso técnico y científico, la mayor
complejidad de la organización y jerarquías sociales, las fuerzas del
egocentrismo, indiferencia, odio y violencia, alimentadas por unas
“reglas del juego” conforme al ego, también se han hecho más
poderosas. Sus justificaciones no han logrado avanzar y sofisticarse
tanto como la ética que ha clarificado mucho sus criterios y valores,
capaces de abrazar a toda la Humanidad en condiciones de igualdad y
propiciar la compasión a gran escala. Pero estos valores superiores son
logros sobre todo de la mente, del pensamiento, pues su aplicación
consecuente deja mucho que desear. El ego lo sabotea, reforzado por los
condicionantes sociales que amplifican las tendencias egoístas,
destructivas, contrarias a la aplicación del progreso ético. En esas
condiciones el ego puede preferir las ideas y prácticas más irracionales y
criminales a las más sensatas y humanitarias. Por eso en el siglo XX
tenemos a la vez la proclamación de los valores más elevados y los
antivalores y prácticas más malvadas de la Historia de la Humanidad.
La maldad pierde terreno en el campo de la justificación ética, pero
avanza como gato con botas de siete leguas en cuanto a sus medios de
ejecución. Ahora podemos alcanzar los principios morales más
hermosos, universales, cósmicos, pero si se mantienen las actuales
condiciones sociales y hay un puñado de personas (con algunos
psicópatas entre ellas) con capacidad para destruir el planeta pulsando
unos botones, desencadenando un conflicto nuclear o de otro tipo
aniquilador (guerra química, biológica) con una escalada de ataquesrepresalias imparables, la maldad tiene unas enormes probabilidades de
vencer a la bondad y ¡para siempre!. No estaremos seguros mientras las
relaciones de opresión de un tipo u otro y por tanto, la dinámica de
promocionar a quienes mejor pueden hacer el “trabajo sucio”
(psicópatas) continúen. Y continuarán mientras no haya una verdadera
transformación, no sólo del pensamiento, las ideas, sino de la psique en
la superación del ego. Si la ilusión del ego sigue dominando la mente,
nuestros actos acabarán desmintiendo las mejores declaraciones éticas.
El pensamiento ético no vencerá si no hay un corazón espontáneamente
compasivo que soporte hasta las condiciones más duras que invitan a
poner por delante la faceta más egoísta y criminal del ser humano.
(artículo interesante el de Augusto Klappenbach “¿Existe un progreso
moral en la Historia?” en Claves de Razón Práctica nº 96 de octubre
1999).
En la sociedad primitiva, los lazos de parentesco (más allá de los
seres humanos) aseguraban la integración entre su miembros y con una
Naturaleza llena de fuerzas espirituales manifestadas en los fenómenos
naturales. En sociedades más avanzadas como la del Egipto faraónico,
esos lazos se combinaban con la subordinación a la autoridad suprema
divinizada de la que todos dependían para sobrevivir por sus tareas en la
producción (regulación del riego). En la sociedad feudal eran las
relaciones de dominio-protección cuya cúspide era Dios.
La estrategia de identificaciones que sostenían el “yo” hasta ahora,
bien han sido superadas, son inviables, han entrado en crisis, son
inseguras o suponen un grave peligro para la Humanidad y el individuo
mismo. Es esta una cuestión de gran calado para el individuo y la
sociedad, a la que a los especialistas en conocimientos parcelados, como
psicólogos, sociólogos, antropólogos sociales y políticos deben prestar
más atención.
En la actual sociedad mundial de masas la integración del
individuo en la comunidad no puede hacerse sólo en base a las
relaciones directas. Si no quiere vivir como la pieza de un engranaje o,
al contrario, fragmentado entre múltiples identificaciones en conflicto, o
identificaciones que vienen y van como las modas sometidas a la tiranía
del consumo y los cambios políticos, en un mundo en el que
rápidamente se pueden dar grandes cambios en el modo de vida (los
individuos de los países del Este, Yugoslavia...), el individuo necesita
como mínimo una concepción de la propia identidad en la cual su
dimensión planetaria juegue el papel de centro de gravedad para darle la
suficiente permanencia y estabilidad. Ésta no puede partir del individuo
para extenderse a los demás pues su radio natural de expansión es muy
limitado como para cubrir el conjunto de relaciones sociales que hoy
intervienen y deben ser comprendidas en su visión; también porque
según amplia su radio, los “círculos” que alcanza pueden cambiar
enormemente por las inestabilidades económicas, políticas... generando
confusión, incertidumbre y no llegando hasta el “círculo” planetario.
Por lo tanto deberá partir de la visión de la Humanidad y de ahí
descender hasta el individuo que la integra, como -salvando las
distancias- hace el nacionalismo con los nacionales. Esto -acompañado
de otros factores- dificultará que surja el sentimiento de aislamiento,
insignificancia e impotencia, que da lugar a compensaciones en la
orientación al “tener”, relaciones de dominio y subordinación a fuerzas
más poderosas que acaban por ser destructivas. La identificación con la
Humanidad, la confianza en su potencial de creatividad y compasión, a
diferencia de otras identificaciones (nacional, estatal, líder...) no
conduce a la servidumbre, renuncia de la libertad, sino precisamente, a
lo contrario, reivindicarla y asumir la responsabilidad, no como
individuo aislado o de un fracción, sino como miembro consciente de la
Humanidad. El riesgo de sumisión es inexistente pues ni siquiera hay
una autoridad política mundial. Tampoco fomenta la identificación
autoritaria, dogmática e intolerante pues si algo caracteriza a la
Humanidad es su variedad racial, cultural. El humanismo de raíces
burguesas desplazó a Dios y puso al individuo en el centro. Así lo
fortaleció, pero lo hizo dependiente de su validación social (lograr el
éxito...) y al dejarlo desamparado ante las relaciones sociales
impersonales, lo hizo también sentirse aislado e impotente sobre todo
cuando la civilización se degrada con la entrada del siglo XX. Ahora
necesitamos un humanismo que ponga en el centro, de verdad, a la
Humanidad y unas relaciones sociales que permitan la integración
personal por el modo que es posible en la sociedad de masas moderna:
la participación democrática en todas las instancias decidiendo sobre las
cuestiones fundamentales con conocimiento de causa (no sólo votando
cada x años). Para ser viable esta concepción debe beneficiarse de las
relaciones sociales favorables y el capitalismo no las reúne.
En cuanto a la violencia existen unos relativos inhibidores
naturales relacionados con el contacto estrecho entre los sujetos del
conflicto, el conocimiento personal, la empatía. Las dimensiones y
complejidad de la sociedad pueden contribuir sobremanera a anular esos
inhibidores, tanto más si se ha construido con la orientación del ego al
“tener” (*). Con la mente ordinaria nuevamente necesitamos recursos
adicionales. Pero lo que sirve para estructurar la sociedad puede no
servir para inhibir la violencia sino al contrario, para alentarla. La
organización, con su reparto de las tareas, pérdida de la visión de
conjunto, fragmentación de la responsabilidad, relativo anonimato, la
jerarquía apoyándose en el condicionamiento a la obediencia de la
infancia, puede ser el medio perfecto para que un ser humano incapaz
de matar a un conocido mate a millones sólo con pulsar un botón desde
la distancia, justificándose por la ideología, el respeto a la ley, etc.
El ser humano, con ese potencial de violencia, auxiliado por la
organización social y con las enormes posibilidades destructivas de la
tecnología actual, inutiliza los inhibidores naturales de la violencia y
multiplica por miles los efectos que tendría su agresividad con las
manos desnudas. Así se ha convertido como nunca en una amenaza para
la supervivencia de la propia especie y la habitabilidad del planeta.
* Stanley Milgram “Obediencia a la autoridad: un punto de vista
experimental” (Descleé de Brouwer, Bilbao, 1998). Una obra
extraordinaria. Milgram merece un monumento en vez de tanto criminal
ecuestre.
No podemos limitarnos a enfocar este problema desde el punto de
vista económico, social, político. La destructividad humana es de tal
dimensión que debe ser abordada específicamente desde el punto de
vista antropológico y psicológico. El problema no es sólo “las
estructuras y relaciones sociales”, sino la misma psique humana. No
desactivaremos esa bomba sólo con medidas de ingeniería social. No lo
lograremos si a la vez que se abordan las tareas más estrictamente
políticas y sociales no se trabaja expresamente en la transformación de
la psique humana. No basta con los cambios psíquicos resultado del
proceso de transformación social y de la influencia del medio ya
modificado. No basta con la experiencia. Los millones de muertos de la
Iª Guerra Mundial no sirvieron para evitar lo que previsiblemente sería
peor con una IIª. Todas las monstruosidades cometidas sólo en el siglo
XX no han servido para escarmentar del todo pues seguimos guerreando
y dando culto al espectáculo de la violencia. Nada es capaz de
detenernos. Nos dicen que las armas termonucleares, las bombas de
hidrógeno, el armamento químico y biológico son tan terribles que nos
disuadirán de usarlas si no por consideración al otro sí al menos por el
riesgo de mutua aniquilación. Pero el hecho de que sigan fabricándose,
almacenándose, preparando programas para su utilización, quiere decir
que aunque creyésemos todos (hay muchas excepciones) que son
demasiado terribles para usarlas, no creemos que son lo demasiado
terribles como para no usarlas, o sea, como para renunciar totalmente a
la posibilidad de hacerlo eliminando su existencia. Que no nos
entusiasmen no significa que nos disgusten lo bastante. Quien juega con
fuego, acabará quemándose. Somos capaces de convivir con eso
mientras nos ponemos como un basilisco por cualquier contrariedad
personal y nos volcamos en nimiedades. Lanzamos campañas contra el
consumo de tabaco o lo que sea pero no nos movilizamos contra lo que
amenaza a la Humanidad. No es sólo que posponemos abordar un
problema hasta que se nos viene encima, que no escarmentamos en
cabeza ajena, sino que volvemos a tropezar en la misma piedra varias
veces, qué digo, nos colocamos debajo de donde están cayendo.
Quienes lucharon en la Iª G.M., lo hicieron a los veinte años en la IIª
G.M., los veteranos de ésta, al poco en la de Corea y los de ésta, en la
de Vietnam. Y siempre nos decimos que será la última. Ninguna otra
especie es capaz de arriesgar tan estúpidamente su existencia como la
nuestra. Hace siglos podíamos permitirnos el lujo de guerrear, pero hace
demasiado que la guerra perdió cualquier parecido con un torneo entre
caballeros y salvo una guerra para asegurar el futuro de la Humanidad,
su supervivencia, los posibles beneficios ya no son comparables a sus
inconvenientes y -salvo la urgencia de la legítima defensa- debe
buscarse a toda costa otra alternativa, la cual será difícil de encontrar si
no hacemos un esfuerzo por cambiar nuestra mentalidad. Si pudiesemos
viajar en el tiempo y, por ejemplo, en vísperas de la Iª G.M. advertir a
quienes iban a morir en ella, seguro que muchos de los supervivientes y
tal vez bastantes de los condenados a morir, insistirían en el “deber” de
ir a la guerra por el “honor de la patria”, etc y que todo precio que se
pagase por ello merecería la pena y bla bla bla. Cuando acaba una
guerra raramente nos arrepentimos, no si somos del bando ganador. El
recuerdo de las guerras pasadas no es nunca suficiente disuasorio para
las siguientes.
Nuestra mente es incapaz de superar su agitación, al ir de aquí para
allá, buscando validación, éxito, gloria, revancha, etc, como un mono
saltando de rama en rama, hasta que se da el estacazo. No puede hallar
la paz pues vive inquieta, siempre buscando algo material o “espiritual”,
incapaz de valorar debidamente lo que ya tiene (la vida) y lo que ya es
(consciencia, inteligencia, capacidad de compasión); y en ese frenesí
acabamos por arruinarnos la vida y el ser, de cada uno y entre todos. Las
ideologías y religiones no sirven apenas para tranquilizar nuestra mente
ayudándola a encontrar el verdadero sentido y finalidad a la existencia,
sino para justificar y racionalizar esa dinámica del ego, incluidas las
mayores barbaridades.
El problema antropológico y psicológico es ya un problema
político de primer orden. El problema no es sólo “las estructuras” el
tipo de relaciones sociales, sino el mismo ser humano. Él no es sólo la
solución al problema de “las estructuras”, sino también parte del
problema. A la psique ordinaria le viene grande la sociedad que supera
los 150 individuos, la ciencia y tecnología actual, volviéndose tan
peligrosa en sus manos como una pistola en las de un niño. La creciente
presencia de violencia gratuita ejercida por (no ya sólo contra) menores
de edad, niños incluso, es un síntoma alarmante de una civilización y
tipo humano en crisis. Abordar el cambio de civilización en términos
civilizados nos exige una clarificación mucho mayor de todos estos
problemas, en particular el de la violencia.
La división entre “nosotros” y “ellos”, eje de los conflictos, la
violencia, las matanzas y genocidios, surge de la misma existencia del
ego, que es básicamente la creencia en un “yo” separado de los demás y
a lo sumo, aliado con los que se cree más semejantes para poder
distinguirse y enfrentarse a otros. El fin es reforzarse como tal identidad
separada que para validarse necesita compararse, competir con los
demás e intentar sobreponerse a ellos. El tribalismo, etnocentrismo,
clasismo, nacionalismo etc, sólo son posibles como manifestación del
egocentrismo.
Una especie más inteligente pero sobre todo más compasiva,
enfrentada a los mismos problemas de supervivencia y desarrollo que la
nuestra, sin duda habría dado respuestas diferentes, desechando
dinámicas de explotación, violencia, rechazando determinadas “reglas
del juego” sociales, esforzándose por establecer, con el criterio de la
fraternidad, solidaridad, las mejores dentro de lo posible en las
circunstancias dadas. Si nosotros en una determinada situación podemos
dar respuestas muy diferentes sobre todo viniendo de tal o cual sector
social, una especie más consciente y compasiva sin duda podría hacerlo
mucho más fácilmente llegando a compromisos entre intereses
contradictorios favoreciendo a la parte más débil, lo que a nosotros, por
egoísmo, nos cuesta mucho alcanzar. Las condiciones materiales de
existencia no condicionan por igual la mente como si ésta fuese algo
pasivo y no dependiese del ser que la ostenta, del conjunto de sus
características intelectivas, emocionales, éticas...
Sin necesidad de imaginar una especie “angelical” “sabia”
pensemos que la evolución hubiese favorecido a una rama que se
pareciese más a los bonobos (chimpancés pigmeos) que a los
chimpancés en el modo de afrontar los conflictos de intereses, las
tensiones en la especie. Los bonobos tienen una estructura social en la
que predominan las hembras colectivamente y recurren a diferentes
modalidades de contacto sexual con prácticamente cualquier miembro
de su especie de modo que se alivian las tensiones y se evita que lleguen
a los extremos de agresividad y asesinato que conocemos entre los
chimpancés. Aunque tal vez acaben por darnos también una sorpresa
desagradable. En la sociedad chimpancé, al contrario que la bonobo, el
predominio es de los machos, que están emparentados, viniendo las
hembras de fuera del grupo, que constituye así una banda con lazos tan
fuertes como para desarrollar la mentalidad de grupo de combate. Una
especie que tuviese un ascendiente directo como el bonobo, podría
disponer de grandes recursos emocionales, de comportamiento, para
lograr una evolución de su sociedad que evitase lo que nosotros
venimos prodigando. Es probable que más de una vez haya surgido
algún homínido prometedor en ese sentido pero sin descendientes
(muerte en la infancia por enfermedad, ataque depredador o de otro
miembro de la especie) o que su linaje, tempranamente, de pocos
miembros, poco afortunado, se haya extinguido. No es verdad que los
supervivientes sean necesariamente los mejores. En las luchas sociales y
políticas, en las guerras, tienen más probabilidades de morir
precisamente lo más conscientes, valientes; los “emboscados” en la
retaguardia -en el sentido literal o metafórico- tienen más opciones para
sobrevivir y disfrutar de lo que otros han hecho posible con su
sacrificio.(Investigaciones y reflexiones sobre el comportamiento
humano y sus semejanzas con el de los animales, por un biólogo, en “El
lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina” de
Michael P. Ghiglieri, Tusquets, 2005)
Debido a nuestra posición erecta, bípeda, se reduce el tamaño de la
pelvis y se estrecha el canal del parto. No es posible que pase por él un
cráneo mayor, por lo que el bebé no puede permanecer más de nueve
meses en gestación. El resultado es que nacemos “prematuros”,
demasiado inmaduros y por tanto extremadamente frágiles en todos los
aspectos y en particular en lo que afecta a la mente.
También estaría en ventaja una especie que a diferencia de la
nuestra no naciese tan temprano, cuando la criatura es todavía
demasiado dependiente, vulnerable, frágil, manteniéndose así durante
meses y años, de modo que una relación, intervención descuidada,
puede causarle graves daños en su maduración, en concreto, desviar su
potencial de plenitud hacia la orientación al “tener” por negar la
aceptación incondicional, el estrechísimo lazo físico y afectivo que debe
haber entre la madre y la criatura.
Pero si bien nuestra especie tiene ciertas desventajas y fragilidades
que la hacen proclive a la serie de males que conocemos de sobra, no
está condenada a permanecer en esa dinámica. La razón no es que se
pueda alcanzar un nivel de desarrollo económico tal que permita que
desaparezca el egocentrismo pues podríamos nadar todos en la
abundancia. Ella misma es difícil de delimitar pues depende de las
posibilidades del momento y de lo que se considere deseable en
términos de alimentación, vestido, techo, salud, longevidad, tiempo de
no-trabajo, conocimientos, relaciones sociales, equilibrio mental. Como
el tener no puede saciar nuestra necesidad de validación incondicional e
integración en la existencia, la codicia no tiene límites y el ego
(separado) es insaciable. Por mucho que pudiera repartirse la
abundancia, los egos se encargarán de que no sea así si ello conviene a
su necesidad de validarse pues precisan de tener más que otros para
ganar en la comparación. La creación de una situación así puede ser
condición conveniente, supongamos que hasta necesaria, pero en todo
caso, será insuficiente. Si no se supera la dinámica del ego, a la larga, no
hay nada que hacer pues el ego se encargará de sabotear hasta la mejor
situación si con ello se complace en su necesidad comparativa, en su
falta de reconocimiento del valor y sentido de la vida, en su
resentimiento y destructividad.
El ego es como el agua que mueve el molino de la máquina social
que aplasta y despedaza a los seres en su labor de transformar la faz de
la tierra a imagen y semejanza: insensibilidad, despilfarro de la vida.
Mientras exista el ego, será como una corriente de agua en busca de su
curso y por tanto, tenderá a generar las condiciones sociales que le
permitan expresarse con su secuela de egocentrismo, indiferencia,
violencia...
No habrá manera de alcanzar la satisfacción material aunque
tengamos de todo, si vivimos en la dinámica insaciable del “tener” y no
del “ser”. Sólo liberándonos de la dinámica del “tener” y de su origen en
el ego, podremos considerar con objetividad lo que realmente
necesitamos, disponer de un criterio correcto para definir la abundancia
y la escasez y de la conformidad con aquello que, en condiciones
sociales de justicia e igualdad, sea planetariamente posible.
Los trabajadores de los países ricos aceptarían sacrificarse si
estuviese cerrada la posibilidad de que otros se aprovechasen para
enriquecerse, como habitualmente ocurre. Comprobar cómo incluso con
pequeños esfuerzos los resultados son notables, mejorando
ostensiblemente la situación de los beneficiados, estimulará a continuar
con la colaboración. Documentales como “La pesadilla de Darwin”
(premiado internacionalmente, emitido por TVE2 el viernes 22-IX2006) sobre la situación de miseria de los habitantes que rodean el lago
Vitoria mientras otros se aprovechan de su explotación vendiendo su
producto -la perca del Nilo- a los países ricos, nos demuestra cómo es
posible comunicar a las gentes de ambos lados, más si -en lugar del
monopolio de los mass media por los países ricos- pudiesen hacer oír su
voz y necesidades los países pobres, no sólo para hablarnos de
estadísticas, sino presentándonos el drama humano de adultos y niños
que sienten y sufren como nosotros aunque su color, idioma y
tradiciones puedan ser diferentes. Pero no. En horas de gran audiencia
hay cadenas de televisión que nos presentan la vida e irrelevantes
miserias emocionales de personajillos que no debieran importar
públicamente. Luego dirán que no disponen de espacio, medios y
recursos económicos para lo de verdad importante. Un despilfarro que, a
su manera, también es criminal como el militar.
La eliminación del gigantesco despilfarro planetario en armamento
ahorrará y liberará enormes recursos para un mejor destino. Pero cuanto
más se ensanchen las desigualdades entre los países más dificultades
habrá para salvarlas y más remisas pueden ser las poblaciones de los
países ricos a renunciar a ventajas y comodidades a las que han tomado
gran apego. De ahí la necesidad de que cambie la actitud a partir de otro
sentido de la propia importancia (no el estatus social) y de la vida. La
motivación para el esfuerzo y la superación profesional ya no podrá ser
sólo el beneficio personal, sino el de la Humanidad. ¿Reducirá esto la
creatividad y productividad general?. No lo creo. Pienso que
muchísimas personas se sienten hoy defraudadas porque sus esfuerzos,
su vocación profesional, no les rinden personalmente y tampoco ven un
resultado social gratificante, no se enmarca en algo que les de pleno
sentido pues se ve deformado por las metas mezquinas del capitalismo.
Muchos otros se sienten antes desmotivados para dar todo de sí pues
significa hacerlo para unas relaciones sociales explotadoras y una
civilización sin alicientes por su perversidad y destructividad.
Comparativamente ¡más realizado puede sentirse un buey trabajando en
el campo!. Por eso, personas que la clase dominante puede considerar
socialmente “mediocres” o “fracasados” en realidad no lo son; es sólo
que las metas individualistas apenas les motivan y sin embargo durante
años son capaces de desplegar una gran actividad y esfuerzo por
objetivos generales, sociales. ¿Son unos fracasados, por ejemplo, los
médicos que renuncian a una “exitosa” carrera en la medicina privada
para dedicarse a salvar a los abandonados por el sistema social en
cualquier parte del mundo?. El sentimiento patriótico puede sacar de
nosotros una capacidad de entrega y sacrificio extraordinarios como
demuestra la guerra, aunque esté al servicio del ego. Si se supera buena
parte de la ilusión del “yo” identificándonos con toda la Humanidad y se
penaliza claramente a los elementos egocéntricos antisociales (se dejaría
de trabajar para la colectividad si el esfuerzo de uno fuese parasitado
por otros) lo que implica un verdadero ejercicio popular del poder (un
tupido tejido que no permita parásitos ni decisiones que escapen al
control de la gente) no sabemos todo lo que podrá salir de las personas.
Hasta ahora no se ha intentado pero todo apunta a lo mejor pues las
personas se sentirán integradas y protegidas sabiendo que se les
garantizará la supervivencia y que dando lo hará por los suyos, su
propia especie y la vida en su planeta. Son muy esperanzadores los
conocimientos de la psicología social sobre el altruismo, el apoyo
mutuo, desmintiendo muchas de las “verdades” incuestionables de la
motivación humana que sostienen y justifican el capitalismo. Explorar y
aprovechar todo este saber será una tarea básica de la nueva
civilización.
Con la teoría de la necesidad de la abundancia para la desaparición
del egocentrismo y las luchas sociales, se está diciendo que la
fraternidad no sería sobre todo el resultado de un mayor desarrollo
moral de cada individuo, sino de la satisfacción de las apetencias que,
frustradas, conducen en la mayoría al egoísmo. Es decir, “a buenas”,
saciados, todos seríamos “buenos”, generosos -aunque no habría
necesidad de ello con la abundancia asegurada para todos-, saldría lo
mejor de cada uno, nuestro lado más amable y seríamos más avanzados
moralmente. Como con los niños pequeños, evitaríamos la envidia y las
riñas, no mediante recursos morales, sino dando a todos el objeto del
conflicto, con lo que del berrinche se pasaría a la risa. Así que bajo esa
capa de fraternidad, el ser humano sería el mismo. A nada que se
produjese un retroceso serio en la civilización a causa de algún desastre
medioambiental o agotamiento de algún recurso de materias primas,
energía, en seguida volveríamos a lo de siempre, pues no resultaría
establecer a la larga unas relaciones cooperativas y bastante igualitarias
voluntaristas.
Entonces deberíamos preguntarnos por qué algunas personas
consiguen un mayor nivel moral que otras partiendo de las mismas o
peores condiciones sociales; por qué pueden alcanzar un grado de
fraternidad muy alto en la escasez y otros sólo podrían en la mayor
abundancia; y si el “secreto” de los altruistas no puede hacerse
extensivo a los egoístas.
En realidad, en la dirección de la fraternidad, más que la
abundancia relativa alcanzada, pesarán condiciones como:
- las debidas relaciones de crianza de la descendencia consideradas
como una tarea social de primer orden no algo secundario con respecto
a las relaciones económicas.
- las relaciones cooperativas (no explotadoras, participativas) tanto
en las relaciones de producción (quiénes son los productores, ¿son
dueños de su capacidad de trabajo?, quiénes son los propietarios de los
medios de producción y distribución, ¿los mismos, distintos, en este
caso, cómo se establece la relación?), como orientando las fuerzas
productivas (división del trabajo, tecnología, formación profesional...)
en esa dirección en vez de favorecer la fragmentación y el poder de una
minoría sobre el resto.
- reducir las diferencias de retribución individual al mínimo
necesario para estimular que cada uno entregue de sí a la comunidad
según sus capacidades, asegurando socialmente las necesidades básicas
y dejando para lo accesorio la satisfacción de deseos más personalizados
a satisfacer por una contribución extra, especial o de mayor
responsabilidad (con su preocupación y entrega) a la comunidad.
- dar mayor peso como gratificación al reconocimiento social
(premios, medallas, etc) que a las recompensas económicas.
- facilitar la expresión de la individualidad en campos que no
alteren las condiciones sociales básicas, como el arte, el deporte...
- un interés volcado no en el éxito social y el enriquecimiento, sino
en la maduración como ser humano, en darse una finalidad (metas) a la
vida que se corresponda con su sentido (razón de ser) más profundo
(consciencia inteligente y compasiva), la contribución a la comunidad y
la especie.
No será el soborno de la abundancia el que desmantele la identidad
del ego, sino el reconocimiento auténtico de cada persona, demostrando
que cuenta para la comunidad en condiciones de igualdad, mediante
reglas del juego que impulsen la cooperación, el apoyo mutuo, la
participación democrática, la justicia. Por tanto, si la abundancia es un
factor facilitador, es insuficiente sin las relaciones de producción
adecuadas. Ante la imposibilidad de una sociedad de consumo
hedonista, tendríamos una sociedad con un consumo suficiente, racional
y sostenible, con unas fuerzas productivas que faciliten unas relaciones
de producción cooperativas, democráticas, igualitarias y justas, que
disuadan a los tramposos e individualistas egoístas con penalizaciones y
propicien la superación del ego, junto la disciplina mental, filosofía y
éticas correspondientes.
Conscientemente deberá hacerse una revolución en la escala de
valores para el desarrollo de la personalidad y la moral, la consciencia
inteligente y compasiva, la correcta identidad del yo y el sentido de la
vida, desplazando a la preocupación por el consumo y el estatus social.
La razón ya no será la salvación del alma, sino el logro de una sociedad
humanizada que dé más opciones a la felicidad de todos y el futuro de la
especie. El panorama diario ya experimentará una transformación
reduciendo al mínimo la información objetiva sobre productos de
consumo (distinta de la publicidad), eliminando la violencia como juego
y espectáculo, lanzando orientaciones, etc, que contribuyan al
perfeccionamiento moral y social, no a engrosar la Máquina del
enriquecimiento, la explotación, la marginación y la guerra,
manipulando la necesidad de validación del ego.
Si no se produce este cambio de mentalidad bien asentado en un
cambio psíquico referente a la identidad del “yo” y el sentido de la vida,
habrá que recurrir a demasiadas medidas coercitivas, cayendo en un
régimen autoritario con el consiguiente riesgo, primero de corrupción,
luego de establecimiento de privilegios para una capa social y por
último, desigualdades clasistas y vuelta a lo de siempre.
Nuestra esperanza estriba en la posibilidad de transformarnos en
“otra” especie, no mediante la ingeniería genética, etc, sino
aprovechando nuestro potencial de consciencia, inteligencia, compasión
e interviniendo preventivamente en la fase en la que somos más frágiles,
es decir, la relación madre-bebés. Así podríamos abordar de un modo
diferente las condiciones materiales de nuestra existencia, evitando que
nos condicionen como lo hacen ahora cuando estamos dispuestos a
doblegarnos a las “reglas del juego” de lo que hemos creado aunque eso
suponga nuestra eliminación mientras complazca a nuestro ego. Esta
transformación como seres humanos es la que pretende la vía del
Despertar recuperando el potencial de desarrollo de la consciencia,
inteligencia y compasión que hay en nosotros y que se ha visto inhibido
dando lugar al ego como estrategia de supervivencia psicológica.
En los adultos, el antídoto para esta falsa creencia de separación y
centro del ego es una integración transversal, que nos una en cuanto
que humanos (puede ser indeseable en lo político) a aquellos que
aparentemente son muy distintos y están muy distantes de uno, en el
plano social, racial, nacional, etc (ved nota 6). Se puede concebir una
entidad psíquica personal que supere la identidad engañosa del ego y
que se exprese como la consciencia inteligente y fraternal. Un tipo
humano incapaz de participar en matanzas y genocidios por criterios
raciales, religiosos, políticos, nacionales, clasistas, pero que tampoco se
dejará matar por ellos, no renuncia a los medios legítimos de defensa
proporcionados a cada situación. Resistencia para sobrevivir y frenar el
avance de la destructividad y psicopatía.
La psicología social conoce cada vez mejor las condiciones que
favorecen las relaciones altruistas. Estos conocimientos y más que se
adquieran deben ser muy bien aprovechados en lugar de como ahora se
hace para provocar ansiedad en las masas a fin de someterlas a la
autoridad y empujarlas al consumo compulsivo. El esfuerzo que hoy se
dedica a la industria de armamento se destinará, en parte, al
conocimiento de las relaciones sociales y de la mente humana a fin de
hacernos más conscientes de los procesos inconscientes y aprovechar las
dinámicas para un funcionamiento armonioso de la sociedad. (Más en la
revista “Mente y Cerebro” -asociada a “Investigación y Ciencia”- nº 20
de septiembre/octubre 2006, artículo “Las claves del altruismo” de
Nicolas Guéguen)
Al enfrentarnos a cuestiones sociales es importante tener en cuenta
las siguientes consideraciones:
- La evolución de la vida y de las especies es en gran parte una
carrera de armamentos (agresión, defensa, huída) entre ellas pero
también un muestrario complejo de simbiosis dentro de cada organismo
incluso a nivel celular (célula eucariota), de colaboración entre especies
(insectos en las flores), dentro de una especie de colaboración y lucha,
estrecha relación entre miembros de distintos sexo (parejas de por vida)
y cálida atención a la descendencia. El surgimiento de la célula
simbiótica (eucariota) supuso una enorme revolución en la vida, una
muestra trascendental de la tendencia también a la cooperación y un
acelerador extraordinario de la evolución en las especies a diferencia de
la célula simple procariota.(un libro escrito hace un siglo pero que
conserva su interés es “El apoyo mutuo. Un factor de la evolución” del
príncipe anarquista ruso Pedro Kropotkin).
- El ser humano, gracias a su naturaleza omnívora y adaptable,
consciencia, inteligencia, tecnología, tiene el poder para establecer con
otras especies unas relaciones que reduzcan la depredación de seres
sintientes y más con cierta capacidad de aprendizaje y autoconsciencia, y
de eliminar la explotación y opresión con los miembros de la propia
especie.
- El ego crea la ilusión de separación con el prójimo. Ello genera
aislamiento y desencuentro, y unas “reglas del juego” social cuyas
características dependen del nivel de desarrollo material, técnico y
científico alcanzado. La sociedad amplifica el aislamiento y
desencuentro entre las personas al enfrentar sus intereses. Entonces el
“yo” se siente en conflicto con la sociedad. Vivimos en conflicto por
nuestra ilusión de separación y por las “reglas del juego”, tanto con las
personas como con la sociedad en sus instituciones, leyes, etc. Esta
dinámica sólo se puede romper atacando la ilusión de la separación
(objetivo de la vía al Despertar) y las “reglas del juego” que provocan el
aislamiento y el conflicto.
- Acordarse de la Aceptación Incondicional por Ser Sin más
Atributos (AISSA) que los de un ser humano (cuerpo-mente inteligencia
y consciencia) y entender que mi mente es como la del resto de la gente
que con todo su apego, orgullo, codicia, ira, etc, por activa o pasiva,
contribuyen a lo que el mundo es. Uno es el mundo.
- Nuestra mente está condicionada por la historia de la especie, la
tradición, las costumbres, la nacionalidad, nuestro modo de ganarnos la
vida, la posición social, la ideología dominante, la conflictividad social.
El mundo es cada uno de nosotros.
- Siendo cada uno el mundo y estando el mundo en cada uno, el
individuo es la Humanidad y ésta se presenta en cada individuo.
- Al juzgar lo malo e injusto de los demás, no caer en la actitud
farisea (qué bueno soy yo y qué malos son ellos) y de buena conciencia,
sino entender que esos impulsos y dinámicas también están en mí y que
en su situación y condicionamientos podría actuar como ellos y peor. No
para justificarlos ni negar la acción reparadora, sino para entender que el
problema también está en mí y que no es suficiente cambiar unos por
otros, ni incluso algunas condiciones. Acordarse de la incidencia de la
personalidad tras y por encima de las racionalizaciones ideológicas.
- Mi modo de “ganarme la vida” ¿contribuye en mí y el mundo al
impulso de la consciencia, inteligencia, libertad y compasión o a lo
contrario y el sufrimiento?.
- La actitud y el comportamiento propio responden a pautas
¿explotadoras, parasitarias, dependientes, mercantiles, evasivas...?. ¿Te
mueves desde el papel de Víctima, Salvador, Perseguidor -análisis
transaccional-?. Tras la voluntad de “servicio público”, “ayudar a los
demás”, “hacer justicia”... ¿se esconde el deseo de validación personal,
de promoción del ego, de la imagen del yo ante uno mismo, los demás,
contra los otros?.
La referencia a los intereses de la Humanidad o más particulares,
locales ¿son un modo de disfrazar los intereses del ego y darle la
seguridad de una identidad mayor en la que confundirse y
promocionarse, en vez de disolverse?.
- ¿Qué factores sociales destacan en el condicionamiento que
enturbia la consciencia?. ¿Qué “reglas del juego” o dinámicas sociales
hacen difícil la liberación individual y colectiva del sufrimiento?.
- La generosidad de dar nos resulta difícil. Cuando somos capaces,
no es pura, pues la generosidad está al servicio en última instancia, del
ego. Generalmente primero agrandamos el ego, adquiriendo,
acumulando, haciéndonos “ganadores”, personas de éxito económico,
social, mundano. Cuando vemos que tenemos de sobra, viene el segundo
movimiento, el de soltar, que también alimenta nuestro ego; a la vez,
continúa el primer movimiento. El segundo movimiento sirve para
justificar el primero y anestesiar la conciencia. La pobreza es necesaria
para lograr ambos movimientos. El objetivo último del tomar y dar no
son los objetos ni los otros, sino fortalecer nuestro “yo”, la propia
imagen ante nosotros y, muchas veces incluso en el dar, ante los demás.
La generosidad de corazón está en la ausencia de ese movimiento del
ego, empezando por no acumular. Esto significa de entrada, estar por la
igualdad y justicia social y a nivel personal, acabar con la codicia
(tomar, acumular) y no sólo con la avaricia (acaparar, conservar...).
- No excusarse en un futuro lejano para posponer las
transformaciones que son posibles ya en el plano personal si vemos lo
que está mal.
- Conocer y cambiar el mundo empieza muy cerca, por uno mismo y
en la vida diaria, aunque también necesite de “ingeniería social”.
En la Historia contemporánea, repasando sólo la más reciente (siglo
XX), hemos conocido acontecimientos monstruosos que destacan sobre
un más extenso baño de sangre, como -me vienen a la memoria- el
exterminio negro en el Congo a cargo de los belgas (rey Leopoldo II),
genocidio del pueblo herero (nativos de Namibia) por los alemanes,
exterminio de los armenios a manos de los turcos, Gulag soviético,
bombardeo de Guernica, experimentos japoneses en la Manchuria
ocupada, bombardeo aliado de Dresde, los comunistas indonesios
exterminados (250.000 a 500.000 incluidas familias) con el
derrocamiento de Sukarno por el general Suharto (1965-6) con el apoyo
de los EEUU y Gran Bretaña (*), la guerra de EEUU contra Vietnam, el
genocidio de la población urbana camboyana a manos de los jemeres
rojos, los desaparecidos por los militares argentinos y otros del cono sur
apoyados por los EEUU, el genocidio indígena en Guatemala por la
guerra “contrainsurgente” apoyada por los EEUU, el genocidio de la
población de Timor Oriental por los indonesios, el genocidio de los tutsis
a manos de los hutus en Ruanda, millones de muertos en hambrunas
evitables, provocadas o no, por no hablar de toda la secuencia en la Iª y II
Guerras Mundiales y otros. (“Los campos de la muerte. Cien años de
deportación y exterminio” de Joël Kotek y Pierre Rigoulot, Salvat 2000;
“El estado criminal. Los genocidios en el siglo XX” de Yves Ternon,
Península 1995; Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios.
Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.”
Alianza Editorial, 2006).
* Más datos y el doble en las cifras en “¡Basta de mentiras!. El
periodismo de investigación que ha cambiado el mundo” edición de John
Pilger, RBA 2007, página 406 y siguientes. Informe de Amnistía
Internacional “Homicidios políticos perpetrados por Gobiernos” 1983,
Ed. Fundamentos.
Más que cualquiera, el exterminio de los judíos, organizado como
una industria y en el corazón de Europa, a manos de la élite del país
europeo más desarrollado y los -innecesarios para la paz- bombardeos
atómicos en Japón por los EEUU, ponen sin remisión en tela de juicio
nuestra civilización, globalmente, desde la economía al entretenimiento
que “engrasa” a las piezas del sistema, la jerarquía social, los mecanismos
de obediencia, la domesticación del individuo desde la cuna, el tipo
humano regido por el ego que sostiene todo esto, su sentido de
pertenencia y de posesión. Proclama a gritos la necesidad de una nueva
Humanidad, consciente, inteligente y moralmente responsable que
permita una vida con sentido y no el imperio de la muerte irrumpiendo a
destiempo en la vida, acudiendo a nuestro conjuro.
Lo que hizo posible el régimen nazi u otro similar sigue presente,
véase la guerra con “limpieza étnica” en Yugoslavia; el régimen de los
EEUU es el mismo y no hay ninguna autocrítica ni enmienda, sino
promoción del armamento nuclear.
Aunque las condiciones son diferentes a las del mundo desarrollado,
dado que sin embargo son similares a las de otros países, supongo que
también es importante conocer a fondo cómo pudo ocurrir el genocidio
de los tutsis (800.000 asesinados en cien días) en Ruanda en 1994 para
descubrir qué nos dice sobre nuestra condición y cómo podemos prevenir
monstruosidades semejantes que no han requerido siquiera la
intervención de un poderoso aparato de Estado burocrático y militar para
ejecutarse, sino la participación directa de buena parte de la población
hutu contra sus vecinos de toda la vida y con los medios que tuviesen a su
alcance a falta de armas de fuego. Pero es una tarea que abordaré en otra
ocasión cuando me encuentre con más fuerzas para un plato tan
perturbador.
Tenemos días en el calendario dedicados a conmemorar cuestiones
importantes para nuestra sociedad, como los derechos de los trabajadores
en el 1º de Mayo, el día de la mujer trabajadora, el día de la madre (sobre
todo comercial)... pero nos falta un día dedicado a la paz en el mundo. El
día de Navidad se suele identificar en los países cristianos, con la paz.
Pero nunca ha sido esto más auténtico que durante la Navidad de 1914,
en la primera de la Iª Guerra Mundial. En aquella ocasión no fueron los
gobiernos ni los estados mayores quienes acordaron un alto el fuego, sino
que nació del corazón de muchos soldados de las trincheras del frente
occidental que espontáneamente dieron el paso de cruzar la tierra de
nadie para confraternizar con el enemigo, intercambiar algún presente,
amagar un partido de fútbol con cualquier cosa que se moviese a patadas,
recuperar a sus muertos dándoles sepultura juntos e incluso sacarse
alguna fotografía como si formasen parte del mismo ejército de la
fraternidad. La fuerza de la iniciativa alcanzó incluso a los oficiales de la
línea de fuego aunque disgustó a instancias más elevadas. Esa
experiencia ocasional tuvo apenas seguimiento en las posteriores
navidades que llegaron con un embrutecimiento e insensibilización
mayor de la tropa debido al aumento espectacular del número de víctimas
de la guerra, hasta que, de otro modo, al llegar al límite de lo soportable,
fue retomada por los procesos revolucionarios ruso y alemán cuando los
soldados se negaron a seguir siendo carne de cañón en el conflicto
interimperialista porque ni siquiera se les podía dispensar el opio de la
victoria. (sobre la tregua de Navidad de 1914: documental de la BBC
“Una tregua en la Gran Guerra”, emitido por Documanía, diciembre
2006; el largometraje “Feliz Navidad” -Joyeaux Nöel- Francia, 2005, dir.
Christian Carion).
Esto y no el último modelo de coche o lo que se llevará en la
próxima temporada de la moda, es lo que debiera ocupar, con frecuencia,
la mente de todos los adultos de nuestra especie si de verdad deseamos
prosperar, disfrutar de la existencia y que lo haga nuestra descendencia.
** Hablando de conspiraciones, una bastante reciente, la del 11-S
(11 de septiembre de 2001) pero no desde los acusados oficialmente, sino
desde los acusadores. Importantes datos en los siguientes: -Thierry
Meyssan “La Gran Impostura. Ningún avión se estrelló en el Pentágono”
(2002, ed La esfera de los libros; también en edición de bolsillo). - Pilar
Urbano, periodista de confianza de los servicios secretos y nada
antinorteamericana, en su libro “Jefe Atta. El secreto de la Casa Blanca”
(Plaza Janés 2003) tampoco se cree parte de la versión oficial. - de todo
en el voluminoso libro de Bruno Cardeñosa “11-S. Historia de una
infamia. Las mentiras de la “versión oficial” (Ediciones Corona Borealis,
2003). - “La CIA y el 11 de Septiembre. El terrorismo internacional y el
papel de los servicios secretos” de Andreas von Bülow, ex-ministro de la
RFA (Ellago ediciones, 2006) - el texto de Lluis Botines i Montell “Pero
¿qué ocurrió en realidad el 11-S?” en la revista seria de izquierda El
Viejo Topo nº 183 de septiembre 2003 - capítulo 3 y página 250 del libro
“Censura. Las 25 noticias más censuradas” de Peter Phillips y Projet
Censored, (Nuovi Mondi Media, 2006).
A estas alturas, más de cinco años después, el Estado
norteamericano, Gobierno y todas las instituciones (tribunales, Congreso,
Senado, servicios secretos, militares, policía, partidos republicano y
demócrata, las burocracias sindicales colaboracionistas...), grupos
mundiales de la comunicación (tv, prensa, libros, cine...) favorables a su
Gobierno y por supuesto a los intereses del Estado, unos y otros con su
descomunal capacidad mediática directa e indirecta en todo el mundo,
han sido incapaces de elaborar ¡un sólo libro, un sólo documental!
ofreciendo una explicación completa, satisfactoria, desmontando las
dudas, sospechas y acusaciones de conspiración norteamericana ¡con lo
fácil que sería si dijesen la verdad, con la ayuda de técnicos
independientes que nos explicasen pedagógicamente los detalles que no
entendemos!. Una “impotencia” para defender la verdad, incomprensible
a pesar de que su silencio les está costando el descrédito en gran parte del
mundo, sobre todo en zonas muy sensibles y proclives al
antiamericanismo y apoyo al terrorismo antiEEUU y antiIsrael, allí donde
más debiera -según el sentido común- interesarles ganar influencia
(países islámicos, por ejemplo, donde la población no traga la versión
oficial). Ello demuestra lo poco que les importa no se les crea, lo seguros
que se sienten con su poder, la prepotencia, desvergüenza y cinismo que
despliegan. Pero “quien calla, otorga”. Así se atrevieron después con la
mentira descarada y sabida desde el principio de “las armas de
destrucción masiva” de Irak y contacto con los terroristas del 11-S. No
importa, impunidad total, no hay ningún Tribunal Internacional que los
meta en la cárcel (niegan a la Corte Penal Internacional competencia
sobre la actuación de los ejércitos, espías, agentes USA, aunque cometan
crímenes de guerra); pero para los críticos y “subversivos” la ley especial
“antiterrorista” de defensa de la “democracia” de la conspiración
criminal, anulando de hecho derechos y libertades, un estado policial
(violación de la privacidad, detenciones sin juicio, etc) disfrazado con
sonrisa electoral, aplicando a los “enemigos” la violación de los derechos
humanos; ¡el ideal de cualquier dictador inteligente: pasar por gran
demócrata y amante de la libertad!. Y a esto le llaman “Estado de
Derecho”, mejor “Estado de derechas”. Ésta es la libertad de los
“libertarios” de la “economía de mercado” (capitalismo), de los enemigos
de la intervención del Estado en el bienestar de la gente no en su vida
privada o derecho de oposición. Estos son los partidarios de las “nuevas
tecnologías” para mejor espiar y controlar a la población. Éste es el
ejemplo de la “mayoría moral” de los “renacidos a Jesús” con vocación
de liderar como primera potencia al mundo entero. Cuando se ven
forzados a abordar las críticas por sus crímenes y actos malvados
deliberados, los tratan de ¡errores!, sin cuestionar la motivación, la
legitimidad de su proceder. Ese “reconocimiento” les parece suficiente
disculpa, arrepentimiento, propósito de enmienda, pena, reparación, pero
sólo es luz verde para volver a lo mismo en cuanto se presente la ocasión
y les interese aunque, si les conviene, con más discreción y controlando
la información. (Más en “La impunidad imperial. Cómo EEUU legalizó
la tortura y “blindó” ante la justicia a sus militares, agentes y
mercenarios” de Roberto Montoya con prólogo del Premio Nobel de la
Paz, Adolfo Pérez Esquivel. La esfera de los libros, 2005).
Si el avión que nos dicen, no impactó en el Pentágono ¿qué hicieron
con él y sobre todo con su tripulación y pasajeros desaparecidos? ¿dónde
cayeron y fueron a parar los restos del avión y los cadáveres?. Si es
verdadera la versión oficial ¿por qué no se distribuye en los EEUU el
libro de Thierry Meyssan? ¿tienen miedo de no poder contestarlo con sus
pruebas?. ¿Por qué el embajador de los EEUU en Egipto compareció en
un programa de televisión para desacreditar por especulativo y
antinorteamericano el libro de Meyssan de gran éxito en Oriente
Próximo, pero sin molestarse en aportar ninguna explicación ni prueba en
su apoyo más que repetir como un lorito la simpleza de la versión oficial?
(visto en un documental en televisión que quería desacreditar a todos los
que hablan de conspiración, metiendo en el mismo saco a los serios y a
quienes dicen tonterías y sin responder a ni una sola de las cuestiones
planteadas por Meyssan limitándose atacarle por publicarlo en una
editorial que edita de todo -mientras en EEUU todos le cierran las
puertas- y por ganar dinero con el éxito del libro).
Alexander Cockburn (Le Monde Diplomatique, edición española, nº
134, diciembre 2006) nos dice que la izquierda norteamericana se está
enredando demasiado en la cuestión del complot, olvidándose de otros
asuntos muy importantes, descuidando el análisis social más profundo y
creando la ilusión de que con otro gobierno las cosas podrían ser muy
diferentes y mejores. Seguramente no le falta razón, pero dudo bastante
que la tenga cuando supone que la teoría de la conspiración es una
fantasía y una regresión en el conocimiento social. Seguramente se están
diciendo muchas tonterías pero el testimonio que nos trae como prueba
no ayuda a aclarar las cosas. Nos cuenta que Chuck Spinney, que se fue
del Pentágono tras denunciar sus extravagancias presupuestarias, le relató
que él había visto imágenes tomadas por las cámaras del helipuerto en las
que se observa el avión que instantes después se estrelló en el Pentágono
y las declaraciones en la misma línea de un chofer, testigo, además del
hallazgo, en el lugar, de la dentadura (los dientes dice) de una víctima
que ha servido para identificarla. Si no miente ¿por qué no se han
difundido esas imágenes y después de mucho insistir sí se han dado a
conocer otras que no han aclarado nada?. Cockburn apunta la posibilidad
de que así el gobierno está logrando desviar la atención sobre otras
cuestiones pero ¿al precio enorme de perder credibilidad en su propio
país, en el exterior y en particular en los países musulmanes teniendo por
medio la guerra en Afganistán y en Irak?. O es que acaso ¿estarían
esperando el momento de difundirlas y así, con un golpe de efecto,
ridiculizar a todos los que han sostenido la teoría de la conspiración?. No
se salvarían de la crítica de secretismo y de jugar en tanto con la
credibilidad de los EEUU. ¿Pretenderían educarnos en la fe en su versión
sin necesidad de presentar pruebas, pero llegado el momento hacerlo,
como Jesús resucitado con Tomás que hubo de meter los dedos en la
llaga de su costado para creerlo?. ¿No sería una maniobra al gusto de los
“cristianos resucitados”, digo “cristianos renacidos”?. Bromas aparte,
creo que si no difunden esas imágenes es porque no existen o no aclaran
nada y en cuanto a la dentadura, me suena a trola o montaje, aunque no
necesariamente la dejaría caer Dick Cheney en su visita al Pentágono,
como bromea Cockburne para burlarse de los conspiracionistas. ¿Sólo
han encontrado esos restos y todos los demás huesos se han volatilizado o
no han servido para identificar a nadie más?. Cockburn alega que a veces
la explicación de los fracasos de una gran potencia está en factores
humanos como la estupidez y técnicos como la chapuza. Vale, pero en
este caso y a estas alturas cualquiera lo habría hecho mejor, al menos a la
hora de informar y aclarar los hechos, así que el argumento de la chapuza
a escala cósmica no es creíble; aunque Bush no tenga cara de ser muy
espabilado (mi modesta opinión, sin ánimo de ofender, que yo tampoco
aparento mi coeficiente de inteligencia), quienes le rodean se ve a la
legua que son “viejos zorros” (sin ánimo de ofender a los zorros) aunque
su prepotencia en Irak les haya metido en un buen lío (Hitler tampoco era
idiota, pero cometió error similar al de Napoleón).
Si no podemos creer en lo del Pentágono la versión oficial ¿qué
pensar del avión supuestamente estrellado en Shanksville por la
resistencia heroica de los pasajeros? ¿los derribaron a misilazos los
aviones de combate?. ¿Cómo en una supuesta democracia ejemplar no se
plantean en las más altas instancias de la “soberanía popular” estas
preguntas elementales y no se exigen responsabilidades, políticas y
criminales, al más alto nivel?. ¿A quién sirve una libertad de expresión
que no se ejerce para lo fundamental?. La democracia no puede ser una
cuestión nominal y superficial en las formas sino probada con los hechos.
Si no es así ¿qué estructura social es la que construye y mantiene esa
farsa de súbditos disfrazados de ciudadanos libres?. La democracia de
“Las Vegas” y del “Dios bendiga a América” tiene “Guantánamos” en
sus cloacas y “Al Capones” en los despachos directivos.
A propósito de Guantánamo. El suicidio de tres prisioneros antes de
la medianoche del 9-VI-2006 ha sido presentado por las autoridades
norteamericanas como ¡operación de relaciones públicas para llamar la
atención! y ¡acto de guerra asimétrica contra los EEUU!, no como
desesperada protesta por la insoportable violación de derechos básicos.
He recordado la valoración del dirigente estalinista Molotov sobre el
suicidio de Tomsky, calificándolo de ataque al Partido (en “La lógica del
terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939” de
Getty y Naumov, ed Crítica 2001, página 256; citado en página 124 de
“¿Quién dijo totalitarismo? Cinco intervenciones sobre el (mal) uso de
una noción” de Slavoj Zizek, Pre-Textos, 2002). La similitud entre
autoridades tan dispares (neoliberal conservador y “comunista”) muestra
cómo la noción de totalitarismo puede aplicarse a quienes se pretenden
sus enemigos, por compartir la personalidad autoritaria y concebir a los
demás seres como medios para satisfacer sus mezquinos objetivos a costa
de su dignidad y supervivencia. Reivindicar la propia dignidad con el
recurso último del suicidio (“mi vida me pertenece”) es un acto
subversivo para un poder que no admite la vida escapando a su control
(vigilancia, etc) aunque sea con la muerte o cuestionándolo al mostrar su
crueldad por la desesperación de sus víctimas. Esa actitud es el germen
de amenazas infinitamente peores a Guantánamo, las torturas
norteamericanas en la prisión de Abu Ghraib en el Irak “liberado” (la
misma en la que martirizaba el tirano iraquí derribado) y las cárceles
secretas de la CIA en varios países (¿cuántos “detenidos” habrán sido
“desaparecidos” del todo, es decir, asesinados?); al tiempo. Como saben
ajustar tan coherentemente sus fines (destructivos, explotadores) con sus
medios (criminales) se podrán moralizadores y examinarán a quienes
deseen transformar el mundo sobre “si los fines justifican los medios”.
No, seremos coherentes; sólo “romperemos huevos” para preparar el
menú cuando no haya otra salida y negarse sea tan criminal y suicida
como permitir el asesinato de inocentes o renunciar a la legítima defensa,
pero también necesitaremos prudencia y contención pues es fácil
pretextar una situación extrema para permitirse desafueros. Habrá un
conflicto de valores pues -parafraseando a Isaiah Berlin- la libertad total
para los lobos es la negación del derecho a la vida de las ovejas y un
ataque a los intereses del pastor. También aparecerá un componente
trágico al enfrentarse, seguramente “ensuciando las manos”, a la probada
criminalidad del Estado (genocidios, guerras, terrorismo de estado) y la
resistencia del egoísmo de clase y psicopático. Como dijo no recuerdo
quien, la virtud más difícil no suele estar en elegir el bien frente al mal,
sino cuando, buscando el bien, es imposible elegirlo directamente y hay
que saber distinguir y optar por el mal menor entre otros males.
Desgraciadamente la realidad demasiado a menudo nos demuestra que
pecamos de ingenuos pues las fuerzas del mal son peores de lo supuesto.
Estas actividades deben denunciarse pues el silencio favorece su
impunidad como en el caso de los “desaparecidos” de las dictadura del
Cono Sur Americano en los años 70 que la CIA apoyó, y alentaría
crímenes mayores a los que -no lo dudemos- estarán dispuestos a llegar.
Volviendo al 11-S. La situación es tal que las autoridades de los
EEUU y quienes las apoyan, nos tratan a los demás como si fuésemos
estúpidos o locos al no creer su versión -como si fuese evidente- y no ser
merecedores de ninguna explicación más, ni siquiera contradecirnos con
argumentos serios. No merecemos ser escuchados ni replicados; como si
no existiésemos. La prepotencia y chulería más absoluta, un descuento
total hacia nosotros. Ya sabemos que el mundo de Alicia en el País de las
Maravillas era más sensato que éste. La burla más completa que
imaginarse pueda al derecho a la información, a la verdad, que tanto
aireaban en su tiempo contra la URSS y cía. Recuerda al silencio que
guardaban los romanos, como si creyesen la versión de Nerón cuando
después de asesinar a su madre la acusaba de haber conspirado para
matarle. El silencio de tantos ante los aspectos oscuros y los indicios
sobrados de conspiración de las autoridades norteamericana en el 11-S
puede atribuirse en parte a que algunos, tal vez estando disconformes, no
quieren complicarse la existencia enfrentándose a fuerzas tan poderosas y
letales. Pero esto no les exime de su responsabilidad sobre todo cuando
su silencio está sirviendo a la gran mentira americana para justificar
ataques y muertes en otros países con la excusa antiterrorista y recortar
los derechos y libertades en el propio país. Menos aun cuando quienes
callan participan en esa campaña imperialista y antidemocrática al corear
al gobierno. La mayoría de los medios de comunicación son grandes
empresas capitalistas o forman parte de una gran red empresarial o de
propietarios que puede extenderse a otros sectores de la economía,
incluso la industria militar. Por eso son, por vocación y propiedad,
básicamente los portavoces de los intereses de la clase dominante.
Ningún juez del mundo ha hecho un movimiento contra esta conspiración
y terrorismo de Estado. Ningún gobierno ha promovido -al menos
abiertamente- algo en el mismo sentido ni por su cuenta ni en los
organismos internacionales (ONU). Si los periodistas acreditados ante la
Casa Blanca tuviesen verdadero respeto por su profesión, se negarían a
participar en los encuentros con la prensa del Presidente al ser una
persona que no merece crédito e indigna de cobertura mediática como lo
pueden ser los comunicados propagandistas de una organización
terrorista, pues eso han sido sus mentiras descaradas justificando guerras;
prefieren el rol de perrillo atento a “la voz de su amo” y “correveidiles”.
Que un Presidente de los EEUU mienta al negar haber tenido contacto
sexual (oral) con una becaria puede conducir a exigir su dimisión; si
miente, causa matanzas y conspira contra el país, sus gentes y libertades,
como lo hace George W. Bush, pueden tratarlo como a un héroe
americano. Debemos despojarnos de todo sentimiento de respeto y
sometimiento a su fraudulento código moral, como si estuviésemos ante
mafiosos que controlan la política municipal. Salvo que perjudique
claramente sus intereses, la burguesía mundial, bajo etiquetas como “no
intrusión en asuntos internos”, “soberanía nacional” suele respetar lo que
cada “amo” haga en su “coto de caza” privado. Ocurre incluso ante los
mayores crímenes contra la Humanidad, como lo prueba la indiferencia e
inacción de los aliados ante las concluyentes informaciones recibidas
sobre el genocidio judío en marcha, no sólo desde el punto de vista bélico
(no bombardearon las vías férreas que llevaban a los campos de
exterminio, etc) sino ni siquiera una declaración conjunta contra el
genocidio poniéndola en conocimiento de los alemanes en particular, con
lanzamiento de propaganda. Eso sí, bombardeos angloamericanos
criminales contra la población civil con los medios más crueles (Dresde y
otras ciudades), anulando a los ojos alemanes cualquier autoridad moral
para denunciar el genocidio; y al terminar la guerra, facilitar la huida (con
la colaboración del Vaticano) de muchos asesinos nazis para integrarlos
en sus servicios secretos etc ante la perspectiva de la “guerra fría” contra
el ex-aliado soviético, con una superficial desnazificación de Alemania
(sobre la indiferencia ante el genocidio ved más adelante; sobre los
bombardeos en Alemania, Jörg Friedrich “El incendio. Alemania bajo los
bombardeos. 1940-1945” Taurus 2003; la “recuperación” de nazis, no
recuerdo ahora alguna obra en la que se desarrolle el tema con amplitud,
pero es notorio y consta, muchos criminales nazis se han librado de la
acción de la justicia -con la ayuda de la Iglesia católica-, muchísimos
sufrieron penas leves y otros con uno u otro pretexto legal, siguen
impunes a pesar de las condenas -para esto último “El País” 28-I-2007-).
Al simple ciudadano patriota americano, ingenuo y complaciente
sobre las bondades de su democracia y “modo de vida”, le resulta
demasiado inquietante pensar que pueda tener “el enemigo en la casa”
(blanca). Si hubiera conocido “en casa”, por ejemplo, los tormentos
causados a los vietnamitas (lamentan sobre todo los 57.939 soldados
norteamericanos muertos, no los entre los 2 y 4 millones de vietnamitas
muertos) o los provocados por las dictaduras militares latinoamericanas,
todos ellos con el “made in USA”, no sería tan refractario a considerar
esa posibilidad. A veces los psicópatas no se limitan a matar fuera, sino
que lo hacen entre los familiares. A un judío alemán, asimilado,
agnóstico, condecorado en la “Gran Guerra” (la Iª) también le resultaría
muy difícil admitir que su propio país le conduciría a la cámara de gas
sólo por tener ascendencia judía, aunque ese país ya había organizado la
matanza imperialista y sacrificado también a sus ciudadanos en el frente y
en la retaguardia; atribuir la amenaza del genocidio a una paranoia
conspirativa no le habría salvado de la realidad. Cuanto más se les
consienta para matar “fuera” más confiados se sentirán para hacerlo
“dentro”. La II República española colonialista vio cómo los militares
africanistas con las tropas colonialistas (la Legión) o coloniales
mercenarias (los moros) utilizaban los mismos medios brutales en la
metrópoli para aplastar al movimiento obrero y democrático. “Cría
cuervos y te sacarán los ojos”. Como dijo Marx “un pueblo que subyuga
a otro pueblo forja sus propias cadenas”.
Ritt Goldstein ha obtenido el estatuto de refugiado político con
residencia permanente en Suecia al haber presentado sobradas pruebas de
la persecución policial, atentado y amenaza de muerte sufridos con
anterioridad al verano de 1997 por su campaña pacífica en el estado de
Connecticut (EEUU) contra la brutalidad policial (“El Mundo”, domingo
12-XI-2006).
Para que no se piense que tengo obsesión con los EEUU, remito a
otra historia de lo más siniestra: la denunciada implicación de los
servicios secretos rusos en los atentados terroristas perpetrados en Moscú
y otras muchas ciudades rusas en septiembre de 1999, contra grandes
bloques de viviendas populares, causando enormes destrozos y más de
trescientas muertes, atribuidos a independentistas chechenos, sirviendo de
pretexto para continuar la guerra contra Chechenia. Ha quedado
archidemostrado que el valiente que se atreva a hablar de ello será
víctima, en el peor y muy probable caso, de asesinato, en el mejor, de
represalias, por lo que la intimidación es toda una “consideración” que
debe tomarse muy en serio. En ningún caso una investigación
independiente. Desde 1991, en Rusia han muerto o desaparecido ¡más de
300 periodistas! (El País, 23-X-2006), más de 90 muertos desde 1992.
Los responsables, el personal del aparato de estado estalinista reciclado
en burguesía privada y asociado con los nuevos ricos capitalistas, muchos
de ellos, ex-burócratas y tecnócratas estalinistas, abrazando la nueva
ortodoxia de “libertad de mercado y la “democracia” capitalista que, en
las condiciones de Rusia, da de sí lo que da.
Volvamos a EEUU. ¿Podemos confiar a estos representantes de lo
peor de nuestra especie la orientación sobre el sentido de la vida y la
solución a los problemas de la Humanidad y del planeta?. Sólo les
diferencia de los peores gángsters, haber ido a la universidad, nombrar a
Dios en vano, matar por miles, robar y saquear más que nadie
(superbeneficios empresariales, ejecutivos con ingresos de “cheque en
blanco”, la mayor escala salarial del mundo con vacaciones mínimas para
los trabajadores, carísimo sistema sanitario, reparto del botín de guerra de
Irak), eso sí, todo con la bendición de la ley de los ojos vendados
sentenciando a su dictado. Que la sociedad civil más armada del mundo
(individuos, asociaciones, grupos que hablan de conspiración del
gobierno contra su individualismo feroz pero no consideran todo esto una
conspiración mayúscula), tan dada al recurso violento, no se haya
sublevado para arrojarlos del poder y soporten los sermones sobre Dios,
moral, libertad, democracia, derechos y tanto bla bla bla, basura hipócrita
vomitada por sus fauces, demuestra lo sometida y corrompida que está
nuestra conciencia y voluntad, nuestra tolerancia servil a lo peor de los
poderosos mientras nos ensañamos con los pequeños delincuentes o los
más desafortunados del mundo. No hay como cometer crímenes a lo
grande y lanzar las mentiras más increíbles (mientras no se refieran a
relaciones sexuales con becarias) para salir bien parado y gozar del
“respeto” de gran parte de los sometidos que menearán la cola como
perritos falderos o ladrarán como perros guardianes. No importa lo hecho.
Si han quedado demasiado en evidencia y necesitan un lavado de cara,
recurrirán al “cabeza de turno” o reconocerán “el error” (¡nada mal
intencionado, criminal, por amor de Dios!) para, sin enmienda real,
persistir en lo mismo como mucho salvando algunas formas. No hace
falta ver películas de terror para conocer psicópatas de pesadilla; los
tenemos en los informativos, bien trajeados, dando solemnes discursos
(escritos por otros) con expresión de personas respetables, aunque en más
de uno su cara sea el espejo de su alma de canalla o golfo idiota, al
margen en gran parte de si son o no guapos, de la simetría facial.
Es sorprendente cómo está neutralizada la inteligencia de tantísimas
personas. No se dan cuenta, sólo con ver la expresión del rostro de tanto
político, empresario o militar, que son malas personas y confían en lo que
oyen. Tiene que ver con el condicionamiento desde la infancia
desechando la propia sabiduría sobre lo que está bien o mal en beneficio
de lo que dicen los padres. El deseo de aceptación por la autoridad, de
pertenencia al grupo y de lograr así un buen lugar en la jerarquía social a
la sombra del poderoso. Probad a verles sin sonido u oyéndoles en su
idioma original si lo desconocéis. Si no estáis anulados, tendréis la misma
reacción de inteligencia espontánea que os asaltaría si acabaseis de
conocer, directamente, a esa persona, sin saber nada de su posición social
y que os estaría diciendo “cuidado con éste, me da mala espina”. Es
difícil enmascarar el lenguaje corporal aunque lo intentan. De un vistazo,
sabes desde el primer momento que personas como Yeltsin, Putin, Bush y
tantísimas más, no son de fiar; con otras no podrás decidirte tan
fácilmente y con alguna te equivocarás.
Y continuando con las conspiraciones, tenemos los atentados
terroristas en los trenes de cercanías de Madrid el 11-III-2004 (11-M). No
sé si creer la teoría conspirativa del ex-presidente Aznar y su PP. Tal vez
sean unos expertos en conspiraciones teniendo en cuenta su estrecha
amistad con Bush y el papelón en la guerra contra Irak. O, al contrario,
tal vez sean unos incompetentes como Bush al no prevenir el 11-S (a
pesar de las claras advertencias) y sin embargo creer de buena fe (a pesar
de las reservas y falta de pruebas) en las armas iraquíes de destrucción
masiva. Pero si no están en lo cierto con respecto al 11-M, la campaña
sobre la conspiración ¿habrá que atribuirla a su competencia o
incompetencia en conspiraciones?. Además de la trama terrorista
¿tendremos la conspiración del PP?. Por listillos o tontos, a pesar de las
garantías que nos dio Aznar sobre las fantasmales armas, por equivocarse
o mentir, no parece que la verdad sea su fuerte.
(NOTA 6) Un antídoto para esta falsa creencia de separación y
centro del ego es, a nivel del pensamiento filosófico, la comprensión del
lugar que cada uno de nosotros tenemos en el Universo, la Tierra, la
evolución de la vida y de las especie homo. Los conocimientos actuales
de las ciencias, la comprensión de la red causal e interdependiente que es
el Todo, dan la base necesaria para una concepción materialista que
sustente la fraternidad universal, la necesidad y posibilidad de
colaboración humana para la paz. En vez de la tendencia a la integración
por pertenencia clasista, etnocéntrica, nacionalista, que sólo refuerza e
infla el ego, hay que proceder, inspirados en la fraternidad universal, a
una integración transversal, que nos una a aquellos que aparentemente
son muy distintos y están muy distantes de uno, en el plano social, racial,
nacional, etc.
La integración transversal se diferencia de la integración ordinaria,
por ejemplo, en el sentido de pertenencia, en que en la ordinaria, el sujeto
no sale del círculo de “los míos”, aunque sea amplio, y la transversalidad
se abre a lo que se considera “los otros” los extraños, los que no se
pueden incluir, como los de otra raza, por ejemplo.
Es la ampliación de las fronteras del yo integrando transversalmente
lo que no era “yo” lo que contribuye a la difuminación de esas mismas
fronteras y al final a la comunión.
Así la comprensión de la interdependencia con respecto a:
- la historia de la Humanidad, integrando a otros pueblos y naciones
muy distantes en su trayectoria;
- la evolución de las especies, integrando a muy antiguas y lejanas
en parentesco,
sitúa correctamente nuestra persona y reduce el aislamiento del yo y
el ego-centrismo incluso en sus formas infladas, como la nación o la
especie humana frente a otras.
Esta integración transversal es correcta y no la necesidad de sentido
de pertenencia mediante la identificación que sirve para reforzar el ego,
inflándolo y dándole motivos para ser agresivos contra otros (mi nación,
mi raza, mi especie, los mamíferos...).
La integración transversal no debe confundirse con integrar al
diferente sólo después de integrar al semejante, afrontar al “otro” sólo
después de agrupar al “nosotros”. Por ejemplo, pensar en los ciudadanos
de otras naciones pasando previamente por el sentimiento nacionalista, o
en personas de otra raza, sólo después de pensar en los de la propia. Esa
es la forma habitual de expansión del “yo”, que empieza por mí y a partir
de ahí se abre relativamente a otros, comenzando por la familia,
siguiendo con la clase social, la nación, el Estado, la raza (también antes
si vivimos en un país multirracial). La transversalidad no es lo mismo que
la ampliación del círculo o círculos separados con puntos de contacto. No
es lo mismo sentirnos una misma especie en un planeta de todos que
sentirnos obligados a compartir el planeta con otra gente.
Tampoco debe confundirse con la identificación ideológica o
política. Así, un trabajador español puede identificarse a nivel humano
con un burgués español o un burgués norteamericano si sufre de un
drama personal (por ejemplo, la muerte de un hijo infante) o es víctima
del terrorismo (por ejemplo, los ejecutivos de las Torres Gemelas de NY,
el 11-S). Pero no debe confundir sus intereses sociales humanos con los
intereses y programas conservadores de esta civilización, de los
burgueses ni por tanto subordinarse a los partidos políticos, Estado, etc
que los representan. Esto no es una incongruencia en la conciencia de
especie, sino una consecuencia del humanismo que no se supedita a los
intereses de clase que lo sacrifican.
La integración transversal se enfrenta a la presión del grupo y del
caudillo cuando requieren la toma de partido preguntando “¿eres de los
nuestros?” y “¿conmigo o contra mí?” respondiendo “yo no soy de los
nuestros”, “tú no estás con nosotros”. A veces no hay mejor elección ni
mayor honor que ser un “enemigo del pueblo” o “traidor”.
Esta ampliación transversal de la conciencia personal es condición
para la disolución del ego, contribuyendo a la compasión.
Las personas con ego necesitamos el sentimiento de comunidad que
puede adoptar muchas formas y niveles de amplitud. El Despierto no
precisaría de una comunidad de pertenencia, destino y sentido, pues ya
viviría en comunión.
El Despierto vivirá en comunión pero no atado a una comunidad que
condiciona, supedita y somete al individuo y le da un sentido y destino
que pueden ser contrarios a la consciencia y fraternidad universal, sea el
señorío feudal, la iglesia, el reino, la nación, el Estado, la clase u otro
colectivo particular.
El Despierto puede apoyar, según los casos, intereses individuales y
comunitarios pero no se ata a ellos pues su perspectiva es más amplia y
elevada que todo eso.
El individuo Despierto no tiene nada que ver con el individuo
burgués egoísta, aislado, atomizado. El Despierto vive en comunión. El
individuo burgués aislado, atomizado, cree que precisa del “contrato
social” entre individuos libres e iguales para establecer relaciones
sociales, pero eso es una ilusión pues en realidad ya está sometido al tipo
de relaciones personales que imponen las relaciones sociales de
producción y distribución capitalistas, la mercancía, el dinero, la
producción para el mercado; ese es su “contrato social” básico y el
individuo aislado es el resultado.
Con el conocimiento alcanzado sobre el Universo, la evolución de
las especies, la sociedad humana, su Historia, las diferentes culturas, y
dada la interdependencia de la Humanidad a nivel económico, político,
militar, cultural, etc y para evitar una destrucción mutua, hoy es
imprescindible y posible un cambio radical en la educación desde la
infancia. Adaptándose a las capacidades de comprensión de cada edad
hay que poner el acento en una visión universal, global, evolutiva,
histórica, transversal. Partir de lo global, general y evolutivo, para luego
ir descendiendo a lo particular y actual, comprendiendo así lo que tienen
en común y su interdependencia.
Enemigo de esta orientación es el creacionismo, contrario a la teoría
de la evolución o al menos manteniendo que la evolución es fruto de un
propósito inteligente (intervención divina), negando o relativizando
nuestra dependencia natural de las demás especies. Es expresión clara del
ego, su afán por separar para distinguirse, aunque sea recurriendo al
sometimiento a una autoridad suprema legitimadora de jerarquía y luchas
(mi fe es la verdadera o la fe es positiva frente a la increencia) de la que
seríamos criaturas predilectas hechas a su imagen y semejanza (en
realidad, él a la nuestra y proyección de nuestro autoritarismo y
jerarquización).
Es una superstición que viene como anillo al dedo para defender la
religión, su autoridad y la de quienes la representan social y
políticamente; frenar el pensamiento crítico, el cuestionamiento de la
autoridad irracional (religiosa, familiar, económica, política, militar);
fomentar el irracionalismo o la seudociencia a costa de sembrar la
desconfianza en lo que de fiable tiene la ciencia; debilitar todo lo que
contribuya a nuestra modestia como especie, la fraternidad y comunión
con la existencia; facilitar los proyectos imperialistas del capitalismo de
los EEUU bajo la bandera de “lucha entre civilizaciones”, en realidad
entre supersticiones e intolerancias muy parecidas.
Es una muestra de cómo los intereses de clase -tras ellos el egopueden hipotecar el conocimiento científico, aprovechando lo que tiene
aplicaciones económicas y militares, es decir, ayuda a la codicia y poder
sobre otros seres, pero ahogando lo que de modo directo o indirecto
pueda contribuir a cuestionar, por poco que sea, el orden establecido y su
ego. Hoy EEUU, por el peso del creacionismo y en general de la religión,
dado su desarrollo científico, tecnológico, es comparativamente, el país
más supersticioso del mundo, a diferencia de los despreciados países
islámicos que pueden, en algunos casos, alegar hasta cierto punto el
atenuante de su infradesarrollo y marginación. (más sobre el tema en “El
creacionismo ¡vaya timo!” de Ernesto Carmena, editorial Laetoli, 2006;
en revista “hika” número 176 abril 2006 varios artículos; revista “FP.
Foreign Policy. Edición española”, nº 16 agosto/septiembre 2006, “Bush
contra la ciencia” de Matthew Nisbert)
El nacionalismo es también opuesto a esta orientación educativa
pues se dedica a resaltar lo que diferencia, dar una perspectiva estrecha
de la realidad global, alimentar la dinámica del ego de “pertenencia a”
para mejor complacerse y servir al capitalismo nacional, tal vez asociado
con otros, contra terceros.
Las diferentes corrientes, tradiciones culturales, deben valorarse por
lo que contribuyen a una actitud racional, crítica, científica -no el
sometimiento a “verdades reveladas”-, al bienestar, consciencia,
inteligencia, compasión, libertad, igualdad y fraternidad, a escala de
nuestra especie y planetaria, no por cuánto alimenten el orgullo del ego
de cada uno y el beneficio a costa de los otros. La diversidad cultural
cuando aporta como los afluentes de un río a esa corriente universal es
enriquecedora, como la diversidad genética y debe ser cuidada hasta
hacerse superflua o negativa. Cuando las creencias y tradiciones tienden a
subrayar las diferencias frente a lo que nos asemeja, el interés propio a
costa de otros, la superstición, alentando sentimientos contrarios a la
fraternidad y la consciencia, son empobrecedoras y deben ser combatidas
sobre todo mediante la persuasión, ganando a la orientación correcta las
mentes y los corazones de quienes la apoyan, no mediante “guerras
culturales” o de “civilización” y menos la guerra y el exterminio étnicocultural, sin renunciar a la coacción y en último extremo a la violencia,
cuando pretendan imponerse. Debe atenderse muy en especial a la
necesidad subyacente de identidad, sentido de la existencia. Esto conduce
a plantearnos toda la cuestión del ego y del Despertar pero empezando
por nosotros mismos pues no se trata de desestructurar y someter otros
egos al propio complaciéndonos así en nuestro poder. La superación
cultural, atendiendo a las necesidades humanas, no tiene nada que ver con
el desprecio y la destrucción de una cultura por otra depredadora más
poderosa, conduciendo a los perdedores a la desintegración de los lazos
sociales, degradación personal, cayendo en la depresión, el alcoholismo y
otras lacras, como tantas veces ha ocurrido con los nativos de países
colonizados (indios americanos, aborígenes australianos, africanos
negros...). En el capitalismo, las barbaridades cometidas en nombre de la
civilización con los colonialismos e imperialismos tienen difícil parangón
en la Historia. (más en “El asedio a la modernidad. Crítica del relativismo
cultural” de Juan José Sebreli, editorial Ariel 1992).
Los riesgos del multiculturalismo, el falso apoliticismo de lo privado
frente a lo público, la engañosa libertad de elección bajo la presión
cultural oscurantista y sexista se manifiestan en el caso de las mujeres
francesas de ascendencia norteafricana que sufren la presión del
islamismo radical (Fadela Amara “Ni putas ni sumisas”, ediciones
Cátedra- Universitat de Valencia, 2004; sobre la presencia inmigrante y
nativa del Islam en Europa occidental y oriental, el artículo “El islam en
Europa” de Timothy Garton Ash en “Claves de Razón Práctica” nº 168
diciembre 2006).
El sábado 18-XI-2006 leo en “El País”, la noticia de que “El
Gobierno holandés promueve la prohibición del “burka” en público. La
ministra de inmigración, Rita Verdonk, alega razones de seguridad.” El
“burka” es ese saco que cubre desde la coronilla hasta los tobillos el
cuerpo de la mujer que ve el mundo a través de una rejilla de tela pero sin
que se pueda distinguir su rostro. Lo usan en Afganistán y en Holanda
sólo lo visten unas decenas de mujeres. La razón alegada para la
prohibición es la seguridad, no poder identificar a la persona, como con
el pasamontañas o el casco de moto con visera de cristal oscura. La
asociación musulmana protesta por la exageración ante un problema
marginal. Pero al parecer no manifiesta claramente su acuerdo y menos
aun lo sitúa correctamente. Que afecte a pocas mujeres en Holanda no
quiere decir que no sea una cuestión importante. De hecho, se ha cedido
muchísimo ante los musulmanes. La razón para la prohibición no debería
ser la alegada, sino que se trata de una prenda que degrada y discrimina a
la mujer. No atacar de frente y abiertamente a esa agresión, a pesar del
pataleo, será entendido por los integristas como un signo de debilidad,
falta de firmeza, convicción, confianza en los valores laicos y de igualdad
de género, alentando su arrogancia y pretensiones. El 2-XI-2004 fue
asesinado brutalmente el cineasta Theo van Gog por un joven de origen
marroquí, por denunciar la discriminación y maltrato de la mujer
musulmana, relacionándolo con el Corán. Como con los nazis, no será
contemporizando como se les vencerá. Sin una defensa clara, explícita,
de los principios, no pueden oponerse argumentos fuertes frente a los
suyos. El argumento de la seguridad no confronta el problema de fondo,
no cuestiona la legitimidad del burka ni da un argumento serio para
erradicarlo (la seguridad no parece un problema en los países donde se
impuso). El cretinismo de la libertad religiosa y del multiculturalismo
relativista hace estragos en los derechos humanos y fortalece el “fascismo
verde” que no será nunca tan tolerante como exija seamos con él. Quien
no quiera respetar las normas de igualdad entre los géneros que se vaya
donde se impone su criterio, Afganistán o Arabia Saudí. La convivencia
no exige rebajar las condiciones generales a lo admisible por los más
retrasados o retrógrados. Si es inevitable un desarrollo desigual a
diferentes velocidades, que sea con vías propias, sin que el más lento
dificulte la marcha del más rápido. Y si las vías significa vivir en estados
diferentes, que así sea. Cuando en base a la religión se atacan derechos
conquistados, no merece más respeto que cualquier otra ideología. Si se
prohíben las llamadas sectas destructivas, también pueden prohibirse
prácticas y orientaciones religiosas. No afrontar claramente el problema
acaba dando opciones a la demagogia de extrema derecha. No plantear la
lucha abiertamente en los términos de la libertad acaba dejándola en los
términos de autoritarismos enfrentados (“fascismo verde”/ ultraderecha
europea). Permitir que las mujeres de ascendencia musulmana adopten
costumbres bárbaras en vez de presionarlas -sobre todo a sus varones- a
la modernidad laica es el mejor modo de estimular la xenofobia ante
personas tan extrañas a nosotros en vez de acelerar su integración a
normas más avanzadas. No afrontar así la cuestión nos conduce, más que
al “choque de civilizaciones” al choque de barbaries.
Imaginemos que el burka fuese una prenda obligatoria para todos los
menores de diez años. No se podría alegar una razón de seguridad y
siendo tanto o más monstruoso -¿cómo condicionaría la personalidad?- lo
admitiríamos por el cretinismo del respeto a la libertad religiosa.
Imaginemos que por no incomodar directamente el antijudaísmo de los
neonazis condenásemos los campos de exterminio porque el humo de las
chimeneas de los crematorios contaminaba el aire, apestaba y contribuyó
al calentamiento climático. Aunque pataleasen, habríamos sido
derrotados en lo principal.
Además del burka también se ve en Occidente el “niqab” que cubre
todo el rostro de la mujer, dejando sólo una abertura horizontal para los
ojos y la zona de la nariz entre ellos. Lo llevaba en Inglaterra una maestra
a la que se prohibió enseñar vestida de ese modo (2006) y ella alegó
discriminación religiosa. Hay que sacudirse los complejos y prohibir el
uso fuera del ámbito estrictamente doméstico, de todas las prendas que no
permitan ver el rostro de la mujer desde las cejas al extremo del mentón.
Se debe recurrir a las multas tanto a mujeres como a hombres,
dependiendo de la responsabilidad. En caso de reincidencia, directamente
la expulsión del país, en especial de los clérigos que impulsen el uso de
esas prendas, por incapacidad para adaptarse a los mínimos exigibles para
la convivencia en nuestra cultura. El asunto no es ninguna broma, hay
que demostrar convencimiento, firmeza y determinación. El mensaje debe
quedar claro y todos saber a qué atenerse. Se protegería a las mujeres que
se viesen presionadas a llevarlas. Caso de que los hombres, para defender
su “honor”, caigan en prácticas terroristas como arrojar ácido a la cara de
la mujer o quemarla -así ocurre en algunos países-, la pena debería ser de
cadena perpetua, para cortar de raíz y por sus implicaciones sociales pues
la víctima no se limita a la directa sino a las demás mujeres que puedan
sentirse intimidadas y presionadas para seguir esas normas. En el futuro,
dependiendo del recluso y de la situación social, ya se vería si se le
concedía algún beneficio penitenciario o reducción de condena. No se ha
luchado durante casi dos siglos contra el patriarcalismo occidental para
andar ahora con contemplaciones por uno muchísimo peor. Si se tolerase
lo de las prendas no veo por qué habría de aplicarse a gentes venidas de
otros países y costumbres la legislación contra la violencia de género ni
por qué prohibir la mutilación genital de las niñas sobre todo si protestan
contra la prohibición las mujeres alienadas en esa tradición patriarcal. Si
no hay coraje y compasión para esto, no sé de donde saldrá el necesario
para problemas mucho más complicados y con obstáculos humanos
mayores para resolverlos. El Occidente cristiano ha demostrado hasta la
nausea su desprecio por culturas y tradiciones que no lo merecían,
arrancando a los hijos menos oscuros de sus madres (aborígenes
australianos), robando tierras, privando de su libertad, cometiendo toda
clases de discriminaciones e injusticias cuando no aniquilándolos sin
compasión (el único ... bueno es el ... muerto), y cuando, como en este
caso, sí debe hacer valer una superioridad moral real, vacila. No es por
esto ni a través de esto por lo que debe pedir perdón y compensar; no
deben ser una vez más las mujeres la moneda de cambio por la
“convivencia” entre machos dominantes.
Es cierto que el peso fundamental debe ponerse en la convicción,
persuadiendo con campañas educativas en lugar de tanto spot comercial
en televisión. Pero esas campañas son mucho más efectivas si vienen
reforzadas por el mensaje siguiente “estamos dispuestos a defender esto,
vamos en serio y es tan importante que quien lo viole se enfrentará a la
ley con la cárcel y la expulsión”. Como cuando se hacen campañas
llamando a la prudencia en la conducción y el respeto a las normas de
tráfico, pero a la vez no se duda en endurecer el castigo a los infractores.
O se lucha contra los prejuicios sexistas y la violencia de género, pero se
refuerzan las medidas de protección a la mujer y se aumenta el castigo a
los varones agresores. A cada uno con el lenguaje que entiende,
reforzando la tendencia positiva y disuadiendo la tentación mediante el
castigo.
Las costumbres del burka, del niqab, implican el sometimiento a una
autoridad supuestamente divina por encima de la humana, de hecho a los
varones y es además contraria al orden natural expresado en la inmensa
mayoría de las culturas humanas a lo largo de toda la Historia. Refuerzan
una identidad particular opuesta a derechos universales para mayor gloria
del ego masculino. No son simples prendas que se abandonan con la
moda, sino símbolos muchas veces obligados de una creencia. Cerrarles
el paso, sobre todo en la persona de los no adultos, es la primera medida
elemental para denunciar la falta de legitimidad de las pretensiones de
esas creencias, como si neonazis quisiesen imponer su presencia en la
escuela con camisetas con una cruz gamada, fotografía de Hitler o de la
entrada de Auschwitz. Si la “paz” y la “convivencia” fuesen el principal
valor, nunca nos habríamos rebelado contra la “paz” de Franco y la
“convivencia” con el fascismo cuartelero y tecnocrático. Si la
incomodidad es el precio a pagar, habrá que hacerlo, procurando que sean
ellos quienes se sientan más incómodos, pero no dejándoles entre la
espada y la pared, sino con las puertas abiertas a una integración en
nuestros valores laicos, como cualquier otro ciudadano, sin
discriminación por su origen nacional o rasgos físicos étnicos. La
extrema derecha, buscando la división y el sometimiento de unos a otros,
lanza el “choque de civilizaciones” como si la civilización capitalista y la
tradición cristiana no debiesen superarse, a la vez que los deja en una
situación de marginación social, como en el caso de las barriadas
francesas con mayoría de origen inmigrante, aunque sea de segunda
generación.
No se hace ningún favor ni a las mujeres ni a esos hombres
aprobando su orientación, como tampoco se lo hacemos a un niño
caprichoso y malcriado cediendo a sus deseos. Y aquí no hay
paternalismo cultural, sino reivindicación explícita y sin complejos de la
superioridad de unos valores culturales y código moral sobre otros (como
la libertad sobre la esclavitud, la igualdad sobre la discriminación, el
respeto a la integridad física y a la vida de las mujeres), los reivindiquen
personas con ascendientes en los primeros hombres que pisaron este
suelo o recién llegados, como apoyábamos la revuelta de los negros
sudafricanos contra sus “civilizados” blancos dominantes, o el tipo de
relaciones entre los sexos que nos mostraban los turistas extranjeros
frente a lo imperante en la España de Franco. Serían una tolerancia y
compasión mal entendidas.
Si EEUU y cía hubiesen dedicado más esfuerzos a Arabia Saudí y
no al Irak laico acusándolo con falsedad de complicidad con el terrorismo
islámico, se habrían enfrentado al principal exportador de ese integrismo.
Por mucho poder económico que tengan siempre hay recursos, desde la
potenciación de la resistencia interior y de la presión exterior. Cuando
quieren, bien que saben organizar bloqueos económicos, expropiaciones,
financiación de golpes de Estado o de la oposición interna, incluso el
asesinato de presidentes (ejemplos a patadas por todo el mundo). Bastaría
con retirarle la bula de la que viene gozando dando aviso a navegantes de
que una oposición no integrista no tendría la enemiga de los países
influyentes, sino al contrario, todas las simpatías. Pero han sido de sobra
probados los estrechos lazos económicos no sólo del capitalismo
americano, sino de los Bush (padre e hijo, ambos presidentes de los
EEUU) con los saudís.
Aunque la mentalidad de siervo voluntario esté muy extendida, no
es cosa de dar facilidades a variantes que se suponen superadas para
nuestro ámbito cultural, como las promovidas por el islamismo radical. Si
uno no puede renunciar a su libertad en nombre de la libertad de elegir la
esclavitud, ni siquiera renunciar a la herencia que supone le
corresponderá de alguien que aún vive, un enfoque similar merecen
ciertas prácticas culturales. La libertad es dudosa pues cabe pensar en una
presión exterior o en un fuerte condicionamiento. Siendo además las
ideologías a las que responden muy autoritarias, incompatibles o
intolerantes con otras y muchas con afán expansionista, ceder es
renunciar a la libertad de los directamente afectados ahora y achicar el
espacio del resto, poniendo en riesgo su libertad futura. Quienes reclaman
esa libertad, por autoritarios, en realidad están reclamando su autoridad.
Aquí no hay “diálogo de civilizaciones” que valga a la larga, sino la
lucha contra las identidades exclusivas, excluyentes, reduccionistas (a lo
religioso, etc) e imperialistas a su modo. Si a las variantes occidentales
del patriarcado y de la religión ya se las niegan legitimidad para la vida
privada incluso y más para la intrusión pública, debe actuarse con el
mismo talante con otras corrientes culturales, sin complejo de xenofobia,
pues no se trata de eso, sino de no ceder al retroceso cultural, en
libertades, ideología, civilización. Defender la justicia, la libertad, la
igualdad y la fraternidad no es etnocentrismo, sino reivindicar los valores
más altos de nuestra especie; sí es etnocentrismo o “culturalcentrismo”, el
“fascismo verde”, el “ario” centroeuropeo o de la “supremacía blanca”.
Los hombres tenemos una especial responsabilidad pues son hombres
quienes los impulsan y el patriarcalismo y sexismo occidental son aliados
secretos de aquellos. Como no nos afecta directamente a nosotros no
reaccionamos como si se tratase de una cultura que directamente nos
perjudicase. Pero el género que oprime al otro también se encadena en
esa relación y la falta de libertad que se admite en ese ámbito, tiende a
expandirse a otros, cual mancha de chapapote de petróleo. El mejor modo
de ganarlos es la convicción, la firmeza y la defensa con autoridad de
nuestros principios. La tolerancia sólo la interpretarán como la debilidad
inherente a nuestra decadencia y una luz verde para que avance el
“fascismo verde”. La decadencia es real, pero no mayor que el pestazo de
su cultura en descomposición aunque se agite por efecto de sus gases. La
decadencia no se supera retrocediendo a lo más caduco, a una versión del
ego que por reafirmarse necesita de la discriminación y sumisión de la
mitad de la población. No porque nosotros dejemos de presionarlos ellos
van a renunciar. Al contrario, se sentirán más fuertes ante nuestra falta de
convicción y valor. Son mentalidades autoritarias, no lo olvidemos. No
reivindican su libertad como parte de la de todos, sino su autoridad para
extenderla lo más posible.
El integrismo islamista es una respuesta reaccionaria a las fuerzas
del capitalismo “globalizado” y la hegemonía occidental, en particular de
los EEUU. La producción de mercancías capitalista impone una
tendencia a la homogeneización cultural, empezando por los hábitos de
consumo y también la superación de las fronteras políticas, creando
marcos legales, al menos con respecto a la circulación de mercancías y
capital, muy similares, lo que acaba condicionando el resto de las
relaciones sociales. A pesar de todas las contratendencias y pasos atrás,
domina la tendencia hacia el cosmopolitismo y la creación de un tipo
humano similar. Como ya reconocieron Marx y Engels en “El Manifiesto
Comunista” (1847): “La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a
la producción y al consumo de todos los países, un sello cosmopolita (...)
Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a
segundo plano y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en
una literatura universal”. La tendencia es hacia la producción de un ser
humano sin raíces, atomizado, supeditado a las necesidades cambiantes
del capital, que esté motivado por el ego separado, movilizado por la
dinámica al “tener” pero sin limitarse a los apegos localistas. A esto es
imposible oponer con eficacia y menos con visión de futuro, las
identidades locales y sus apegos. La alternativa progresista es un
cosmopolitismo humanizado que no sólo supere las separaciones de las
identificaciones localistas y sus apegos, sino también los apegos que atan
al capital, es decir, todos los que van en la dinámica del “tener”, desde la
identificación con la empresa (cada vez menos viable por la precariedad
del empleo) a la del consumo o el sometimiento a fuerzas sociales del
capital, como si fuesen naturales y lo mejor a lo que podemos aspirar.
Como no es fácil que un hombre abstraído sobreviva con una mente lo
suficientemente “feliz” como para ser funcional y rendir bien (sin
depresiones, etc), se le seguirá ofreciendo opios, esta vez con tendencias
más o menos cosmopolitas, como el cristianismo identificado con el
capital o un islamismo más respetuoso con la sociedad laica o también
expresiones degeneradas o recicladas para la ocasión del hinduismo,
budismo, taoísmo... Todos serán venenos si no ayudan a comprender la
dinámica del ego y enfrentarse a todo lo que contribuye a sostenerlo,
como el capitalismo con su individualismo, separación, codicia, falta de
compasión, destructividad, sometimiento a supuestas fuerzas superiores.
Necesitamos una cultura que permita forjar una Humanidad hermanada
consciente de su lugar y responsabilidad en la naturaleza, con un
sentimiento de integración en el cosmos, sin violentarlo (degradando,
empobreciendo), tomando en sus manos su destino en lugar de dejarlo en
la dinámica D-M-D´, como antes en las fuerzas naturales sin explotar
todo su potencial humano también como fuerza natural o proyectando los
procesos inconscientes en la figura de los dioses.
No habrá garantías de un tratamiento correcto, ecuánime, de la
cuestión cultural mientras no nos inspire la sabiduría de la consciencia
inteligente y fraternal, superada la ilusión del ego, su dinámica al “tener”
y sus dos tipos de pertenencia (lo que y a lo que..).
Establecido el criterio básico podemos concluir que, a pesar de sus
limitaciones y deficiencias, la Modernidad occidental, la Ilustración, la
democracia política y el socialismo, son incomparáblemente superiores al
fundamentalismo cristiano, judío, hinduista y musulmán. En este último
es particularmente rechazable la subordinación a la que condena a la
mitad de la población, las mujeres.
La Humanidad tiene ante sí otro reto enorme: conseguir una lengua
y escritura para todos los humanos. El inglés y el chino son muy
diferentes y ambos con una gran población detrás. Los expertos tendrán
una tarea muy compleja contemplando las ventajas, inconvenientes o
dificultades de unas y otras lenguas y alfabetos, teniendo en cuenta
además cuantas personas la hablan ya. Compartir una misma lengua de
comunicación internacional -aunque haya otras más localizadas- usada
por todos, es fundamental para un mundo económica y políticamente
unificado y reforzar la identidad como especie única.
Sobre la inmigración y sus facetas económica, política y cultural,
interesante información en el especial “Vanguardia, dossier nº 22
enero/marzo 2007, Inmigrantes, el continente móvil”.
(NOTA 7) Los EEUU, para el lanzamiento de las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki, dieron como razón la necesidad de ahorrar
miles de vidas de soldados norteamericanos en el ataque final a las islas.
Pero esto no vale cuando se pretende conseguir a costa de la vida de
muchísimos más civiles, incluyendo niños e, infinitamente peor,
inaugurar una nueva época en la destructividad humana capaz de poner
en peligro nuestra existencia como especie. Además no fue un hecho
excepcional pues le precedieron desde finales de 1944 los bombardeos
norteamericanos sobre ciudades japonesas con bombas incendiarias
contra edificios con materiales muy inflamables, causando la friolera de
unos 860.000 muertos, enardeciendo además -como en Alemania y
anteriormente Gran Bretaña- los ánimos de resistencia (capítulo 11 de
“La Segunda Guerra Mundial. Una historia de las víctimas” Joanna
Bourke, Paidos 2002). A los norteamericanos les resultaba fácil cuando
sabían que no corrían el riesgo de bombardeos de represalia sobre sus
ciudades. Ni siquiera el excepcional ataque terrorista del 11-S (11-IX2001) es comparable en términos de víctimas con los de cualquier
bombardeo importante de la IIª Guerra Mundial y tampoco de los
bombardeos norteamericanos sobre Vietnam. Pero ya se sabe que el mal
que nos hacen siempre nos parece infinitamente superior al causado por
nosotros, aunque objetivamente sea a la inversa.
De la emisión en TVE2, sábado 18-VI-2005, programa “Noche
Temática” titulado “Muerte nuclear.- Hiroshima, la decisión final” tengo
anotado: “Queda claro por el documental que el presidente Truman no
quería que los japoneses se rindieran antes de arrojar la bomba sobre una
ciudad, como ensayo. Por eso se había dado desde antes orden de no
dañar a determinadas ciudades como Hiroshima, Nagasaki y otras, para
poder comparar bien los efectos de la bomba sobre una ciudad intacta.
Fue un crimen deliberado y para cometerlo evitaron llegar a un acuerdo
de paz.”
Más en el capítulo 12 del libro “Humanidad e inhumanidad. Una
historia moral del siglo XX” de Jonathan Glover, Cátedra 2001. La
revista “La aventura de la historia” nº 82, agosto 2005, dossier “Terror
nuclear, 60 aniversario. Hiroshima”. En la revista “Claves de Razón
Práctica” nº 54, julio/agosto 1995, la historia de la bomba y era nuclear
en “Hiroshima: 50 años después” de J.M. Sanchez Ron.
(NOTA 8) El antijudío encontraba en ello, como he expuesto, un
modo de identidad, aunque sea en negativo. El judío era también una
supuesta amenaza para el sentido de pertenencia nacional racial-cultural
(Volk) homogéneo, por su competencia, por el supuesto perjuicio que
causaban (arrastrando prejuicios medievales), porque los judíos, por sus
características un tanto transnacionales (religión, yiddish como lengua
común en Europa central y del Este) y, a veces, rasgos étnicos (físicos y
de costumbres) no eran vistos como nacionales puros aunque se hubiesen
asimilado a la cultura alemana; además entre ellos había mayor
proclividad que en el resto de la población (al menos entre la clase media
y el campesinado), dada su sensibilidad a la discriminación, a una visión
del mundo menos chovinista, más abierta, integradora, cosmopolita, lo
que se reflejaba en el apoyo que (tal vez en mayor porcentaje que los
“gentiles”) daban a los movimientos sociales internacionalistas, en
particular del movimiento obrero. La unidad alemana en comparación
con la inglesa o francesa era más reciente y frágil y por tanto el sentido
de pertenencia más vulnerable y temeroso de todo lo que pudiese
debilitarlo. De aquí, la patraña de la “puñalada por la espalda” supuesta
causa de la rendición de Alemania en la I Guerra Mundial (noviembre
1918) y por lo tanto de su humillación nacional, del hundimiento del
sueño nacionalista imperialista de parte de los alemanes más
conservadores, reaccionarios, autoritarios, violentos, contrarios a los aires
republicanos e ilustrados de la revolución francesa, el movimiento
obrero, la paz, etc, apegados a la peor dinámica social del ego y ese
sentido de pertenencia. La ansiedad producida por las condiciones
desastrosas ocasionadas en parte por el imperialista y vengativo Pacto de
Versalles, las reparaciones de guerra y la crisis capitalista mundial de
1929, preparó el ambiente emocional para que la búsqueda de una
explicación simplista de tipo conspirativo y de un “chivo expiatorio” se
aferrase a los tradicionales prejuicios antijudíos dándoles un cariz cada
vez más genocida.
El antijudío también podía volcar en su persecución todo su
resentimiento, envidia y odio, fuesen o no los judíos los supuestos
responsables. Y en las condiciones de genocidio, dar rienda suelta a todo
ese veneno con total impunidad, aportando incluso su iniciativa y
“creatividad” hasta contrariar a veces las órdenes que pudieran limitarle
en su orgía de sangre.
El deseo de identidad, promoción del ego, la inestabilidad del
sentido de pertenencia, la ansiedad por la pérdida de estatus social
personal y nacional (Pacto de Versalles, crisis...), el miedo a un
empeoramiento a causa de los “enemigos de Alemania” (los judíos
alemanes, los bolcheviques, los plutócratas judíos mundiales...), acabaron
por provocar mucha ira, unida a lo más particularmente biográfico de
cada individuo. El deseo de exteriorización de toda esa destructividad
interior explica su receptividad a las estupideces antijudías, su poca
resistencia al condicionamiento de la propaganda, las normas sociales, la
presión de la autoridad. Aunque la verdad se les pusiese delante de los
ojos, no querrían verla. Siempre es más cómodo dejarse cegar por lo que
puede justificar sus desmanes y además permite ir con la corriente
dominante sin necesidad de enfrentarte al poder. Siempre es más fácil
recurrir al “chivo expiatorio” culpabilizado de la situación económica,
nacional, etc, que examinar las verdaderas y más complejas causas, la
responsabilidad de cada uno y, en particular de los poderosos. Éstos,
encantados, preparan la víctima que distraerá la atención sobre ellos, para
desahogo y ensañamiento de los plebeyos, sobre todo esa clase media
empobrecida, desintegrada, desorientada, con sueños de promoción
social, de comunidad nacional interclasista e imperialista frustrados,
temerosa de identificarse con “los de abajo” el movimiento obrero
internacionalista, deseosa de hacer pagar su situación a quién pueda más
que a quienes de verdad la arruina. La tarea de acabar con la “judería
mundial” y también de aplastar a los “inferiores eslavos competidores de
recursos”, daba un pretexto para el expansionismo imperialista del
capitalismo alemán a caballo de su casta militar de tradición prusiana
antidemocrática que tanto colaboró con el exterminio de unos y otros,
sobre todo en el Este.
Y cuanto más sea deshumanizada la víctima, mayor licencia para
maltratarla, mejor parado sale uno en la comparación y más poderoso se
siente, aunque sea el último peón en la cadena de los exterminadores y un
“don nadie” en la vida civil ordinaria. La deshumanización conlleva
desdramatizar pues no hay drama alguno en aplastar una pulga que te
chupa la sangre. De ahí sólo quedan unos pocos pasos a la catarsis, el
festejo, la celebración, la diversión, matar “por deporte” (la caza), la risa,
el placer sádico, jactarse de los asesinatos, el humor negro. Imagínate, el
culpable de todo lo malo de este mundo, millones de pulgas ¡qué
satisfacción exterminarlas!. Si en la vida ordinaria o en la cadena de
mando debes someterte, humillarte, decir mil veces “sí señor, lo que
usted mande señor, a sus órdenes señor”, ¡qué gustazo poder decir el no
más radical imaginable a un ser humano, tal vez más simpático, guapo,
joven, inteligente, culto, rico, que tú, decirle “no” a su vida, disponer de
ella a tu antojo, desahogarte de todo tu temor, envidia, resentimiento, por
las palizas de tu padre, la mujer que te plantó, el empleado de banca que
te negó el crédito o ejecutó la hipoteca, etc!. A fin de cuenta, en la vida se
trata de ser “feliz”, poder reírse a carcajadas con los camaradas, librarse
de la amenaza de los enemigos, desahogarse, estar del lado de los fuertes,
de “los que dan”.
Para semejante tarea quienes controlan el poder y los medios,
pueden pedir voluntarios sabedores de que se presentarán muchos, entre
ellos sádicos, psicópatas que ven la oportunidad para despacharse a gusto
con la bendición de la autoridad que, complacida, contará con los
servicios de patriotas tan entusiastas, recompensándolos con los honores
propios de la milicia y otras promociones. Porque, todo hay que decirlo,
por mucho que deshumanices a tu víctima en una caricatura, un chiste,
etc, tomes contra ella toda clase de medidas de discriminación social que
lo marginen, no es lo mismo tener delante, llorando aterrorizada y
suplicante, a una mujer que podría ser tu abuela o madre, tu esposa, a una
adolescente que podría ser tu hermana, o la mirada de un niño que podría
ser tu hijo o sobrino y darle una paliza de muerte o con el simple gesto de
apretar el gatillo, apagarlo como a una vela y convertirlo en “restos” que
habrás de enterrar o quemar haciendo la atmósfera irrespirable hasta para
ti. Esta suspensión de la empatía (salvo para el ensañamiento sádico) y de
la simpatía hasta por aquello que la naturaleza más nos ha programado,
como la protección de los niños, precisa no sólo de un condicionamiento
ideológico (antijudaísmo), del comportamiento (pasar el mazazo de la
primera ejecución y habituarse, peso de la autoridad de la cadena de
mando), de un contexto devaluador de la vida (guerra generalizada,
paranoia social), sino, como mínimo, de un grado de desarrollo moral
muy bajo que, en condiciones normales, parece mucho mayor de lo que
realmente es. Este nivel moral, cuando se combina con una mentalidad
que se plantea el criterio del bien o el mal en función de que lo sea, no
para las personas concretas, sino “para Alemania”, da como resultado una
pérdida de la importancia de la autonomía moral del individuo. Parece
que ya no es cada individuo el que responde, sino la nación y como la
nación tiene su jerarquía y debe obediencia al líder salvador (Hitler), los
ejecutores pueden desplazar la responsabilidad por su actos a la
abstracción de la comunidad, la nación, el ejército, el líder, etc y si las
cosas van mal, “lavarse las manos” y echar las culpas a Hitler y sus
secuaces, a fin de cuentas, un puñado de locos malvados que los
manipularon contra su voluntad.
Lo que hicieron con los judíos fue la persecución más total y cruel
imaginable -pasando por encima de las convenciones más o menos
respetadas o vulneradas de la guerra entre ejércitos o con grupos
guerrilleros-, con un “enemigo” civil que no suponía ninguna amenaza,
sobre todo cuando se trataba de mujeres, niños y ancianos. Todo judío se
convirtió en “homo sacer” es decir, aquel que puede ser matado sin
incurrir en homicidio pero no es apto para el sacrificio por la patria o a
los dioses, como se mata a un “bacilo”. (“Homo sacer. El poder soberano
y la nuda vida” Giorgio Agamben, Pre-Textos, 2006).
El prejuicio antijudío puede explicar las medidas discriminatorias,
reflejar la necesidad del ego de devaluar al otro para sentirse superior,
una forma brutal de eliminar la competencia del pequeño burgués judío,
apoderarse de sus bienes, etc. Pero cuando el prejuicio llega al grado del
Holocausto, al contrario de lo que cree Goldhagen (más adelante) ya no
estamos simplemente en el prejuicio antijudío llevado hasta el límite del
exterminio. Aquí nos encontramos con algo más y diferente. Cuando se
deshumaniza totalmente a la víctima hasta considerarla no una raza
inferior, sino algo ya no enteramente humano a pesar de su apariencia,
sino el equivalente a un bacilo (bacteria), como sostenían los líderes nazis
(Hitler, Himmler...), no nos enfrentamos con el resultado delirante de una
perversa ciencia antropológica racista, sino con una racionalización. Su
causa más profunda está en la mentalidad del psicópata necesitado de
destrucción. Una racionalización para justificar plenamente ante sí y los
demás la desconsideración total por la humanidad, la dignidad de quien
se está ya viendo como víctima propicia, aprovechando su aislamiento
por el prejuicio social, sabedor de que eso le permitirá ganarse cómplices
por acción u omisión; para que los escrúpulos de conciencia incluso de
sus paisanos sean algo totalmente fuera de lugar; para que la crueldad
pueda manifestarse a sus anchas. ¿A qué se debe esto?. Su visión del
prójimo -a falta de empatía positiva- es la de alguien que no está
realmente dotado de derechos inalienables como cree estarlo él, de
alguien a quien, su “graciosa majestad” el psicópata, concede o no el
derecho de existir o admite que exista por su propio interés o correlación
de fuerzas. Como esta verdad profunda no puede manifestarla
abiertamente pues se ganaría la reprobación del resto de la Humanidad,
escoge al menos un sector social sobre el cual sí quepa expresarse y
mostrarse así abiertamente. En el caso de los nazis los elegidos son los
judíos sobre todo, seguidos de los gitanos, eslavos... Los judíos ofrecen
una gran ventaja. Existe un prejuicio de siglos contra ellos refrendado
además por la autoridad religiosa. Están presentes en el país como
minoría, así que para “entrar en calor” y condicionar a sus paisanos a la
presencia de la brutalidad en la calles y campos de concentración,
acostumbrarles a la indiferencia por sus semejantes, nada mejor que
empezar por ellos. Así admitirán más fácilmente la brutalidad de la
guerra de conquista y la eliminación en el Este. El antijudaísmo en
Alemania les viene a mano y les sirve para “abrir el apetito” y reclutar
ejecutores.
Las personas normales ponen en suspenso sus valores morales en
beneficio del sentido de pertenencia nacional cuando se trata de la guerra,
matando cuando en la vida civil ordinaria serían incapaces de hacerlo.
Pero los ejecutores fueron mucho más allá de esto al asesinar a los judíos
y otras víctimas (gitanos, eslavos, testigos de Jehová, homosexuales...).
Para llegar a esos extremos no basta con una “suspensión normal”, es
preciso un “plus” que bien puedo aportarlo la psicopatía integrada
socialmente.
La explicación de que personas normales compartimentaban su
mente en dos, vida civil ordinaria (morales), vida como antijudíos
(asesinos) es dudosa. ¿Puede la ideología provocar tal grado de
“esquizofrenia”, división interna totalmente contradictoria, ser por un
lado una persona virtuosa verdaderamente amorosa (no sólo parecerlo,
simularlo con las pautas superficiales sociales) y por el otro un asesino
desalmado, cuando ni siquiera puedes alegar que están apuntándote con
un fusil y es tu vida o la suya y a quien vuelas la cabeza es a un bebé que
llora aterrorizado por los gritos de las madres?. El argumento de que son
ellos a fin de cuentas, los judíos, su conspiración internacional, quienes
están detrás de los bombardeos aliados sobre Alemania, etc, es tan
alucinada que deben tenerse muchos deseos de creerla, como excusa para
el comportamiento psicópata, el gusto por el asesinato que esa sociedad,
ese poder, te tolera con los judíos, pero sabes no te permitiría con la
población aria. Los psicópatas se muestran de verdad en sus actos
destructivos, dañinos. Por lo demás, conocedores de las reglas sociales,
sin son inteligentes y saben controlar mínimamente sus impulsos, no se
buscan problemas a lo tonto cometiendo crueldades si por ello la ley y el
castigo les puede alcanzar. Saben como guardar las apariencias, mantener
su reputación social. También gustan de tener una buena imagen de sí
conforme a los requerimientos sociales para diferenciarse de “la chusma”
y otros antisociales de baja categoría. Así que mucho de lo que puede
parecer bondad, amor, en ellos, no pasa del mimetismo y del
sentimentalismo más superficial cuya finalidad es decirse “qué ser
humano más completo soy, capaz de todo, de lo más tierno y lo más
duro”, pues así se “demuestra” que no es un ser con impulsos
deplorables, sino como el adicto a las drogas que piensa que “controla”, o
cuando es una demostración de su poder el conceder majestuosamente
alguna “gracia” a sus víctimas. No reconocerá que mata porque le apetece
y se lo permiten, sino que lo disfrazará como un gran sacrificio por amor
a la patria y bla bla bla. El asesinato voluntario, repetido, con sadismo,
gratuito, es un acto tan radical, definitivo, irreversible, que de ninguna
manera puede considerarse fingido, pero perfectamente se puede fingir
amor, simpatía, amabilidad y la frialdad del psicópata disimularse como
“incapacidad para expresar sus verdaderos sentimientos tiernos”,
personalidad autoritaria, gusto por la disciplina y mano dura, etc. Así que
en esos asesinos “morales” no encontraremos una “compartimentación”,
“desdoblamiento” salvando un “yo moral auténtico”, sino que el asesino
será la genuina, auténtica expresión personal de un psicópata que ha
sabido integrarse socialmente y aprovechar las oportunidades que la
sociedad le ofrece para desplegar su destructividad al amparo de la ley o
con la tolerancia de las autoridades (escuadrones de la muerte, policías de
gatillo fácil y torturadores, militares que matan civiles, etc).
No hacer ascos a la crueldad, sea con quien sea, matar
deliberadamente a personas inocentes, indefensas, mujeres, ancianos,
niños, que no son ni potenciales soldados o guerrilleros como los varones
en edad para ello, incluso cara a cara, después de insultarlos, vejarlos,
demuestra un déficit de empatía y simpatía total, pues esos resortes
deberían resistir la implicación en semejante comportamiento. De la
discriminación al asesinato hay un salto que todos no pueden dar, no ya
por su ideología, sino por sensibilidad humana.
Si se pudiese hacer una consulta a todos los alemanes no judíos
adultos o en edad de poder ser movilizados ¿habría sido
abrumadoramente mayoritaria la posición a favor de la eliminación de los
judíos?. No. No al menos entre los votantes comunistas, ni
probablemente entre los socialistas, parte de los liberales y los de
confesión cristiana, incluso aunque fuesen más o menos antijudíos. Sería
sobre todo entre los votantes nazis y de los partidos más conservadores,
derechistas, nacionalistas, pro imperialistas donde encontraríamos ese
apoyo. Y de entre todos, los psicópatas y los de más bajo desarrollo
moral serían los más decididos ejecutores. Estas personas se encuentran
en todos los niveles sociales, muchos viven integrados como si fuesen
personas normales, pero tienen sus desahogos y sobre todo se expresan
cuando se les ofrece la oportunidad para ello sabiendo que no van a ser
castigados, sino incluso reconocidos y recompensados.
De modo que reclutar asesinos, incluso psicópatas, no debía ser
tarea difícil sobre todo si se pedían voluntarios, o encargaba de las tareas
a personas más o menos habituadas a la violencia, como policías, donde
había mayor probabilidad de infiltración por psicópatas o personalidades
violentas. Que estas gentes desde el punto de vista sociológico pudiesen
“representar” a todas las capas de la sociedad, o no fuesen
necesariamente militantes nazis, no las hace por ello psicológicamente
representativas, un extracto, de la sociedad alemana.
No se puede decir con total seguridad que la mayoría de los
alemanes no judíos estuviesen a favor del genocidio, aunque una gran
parte fuesen favorables a medidas más o menos duras de discriminación,
marginación social. Pero la violencia pura y dura, descarnada y sádica
contra los judíos, no sería compartida. La “noche de los cristales rotos”
(del 9 al 10-XI-1938), con su destrucción de sinagogas y pequeños
comercios, asesinatos (más de 100), detenciones (cerca de 30.000) y
reclusión en campos de concentración (unos 30.000, la mayoría libres en
pocas semanas) fue un fracaso desde el punto de vista propagandístico,
no logró ningún entusiasmo entre la generalidad de la población, no la
estimuló a un “pogrom” generalizado, sino que más bien consiguió un
efecto contraproducente como reconocieron los mismos nazis. Los
comunistas, siempre contrarios al antijudaísmo, denunciaron con todas
sus fuerzas el pogrom. De ahí que el programa de exterminio, en lo
posible, procurase llevarse adelante con discreción al menos ante la
población civil alemana, otra cosa era la población de los países
ocupados como Polonia, Ucrania, Letonia, Lituania, etc. Pero la agresión
contra los judíos también creo una habituación entre los alemanes pues
gozaba del peso de la autoridad cuestionable sólo con un gran riesgo
personal.
D. J. Goldhagen relata en su libro (página 453, siguientes y sus
notas 22 y 23, página 705 “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los
alemanes corrientes y el Holocausto”) cómo durante las “marchas de la
muerte” organizadas por los nazis en su huída de las tropas aliadas, sobre
todo soviéticas (abril 1945), llevando consigo a las prisioneras judías con
el objetivo de ir matándolas por agotamiento, enfermedades, palizas y
disparos durante el camino, los civiles alemanes que fueron testigos de su
paso por caminos y pueblos, en la mayor parte de las ocasiones las
insultaban y si podían, apedreaban, etc. Pero también cuenta (página 434)
cómo mujeres alemanas quisieron auxiliarlas ofreciendo comida y agua,
pero los guardianes se lo impidieron incluso amenazando a las
“samaritanas” con matarlas. Las guardianas, la mitad de ellas
aproximadamente voluntarias para esa tarea, se destacaron por ser todas
ellas crueles, brutales sin necesidad, por propia iniciativa, sin
requerimiento de órdenes, contra las prisioneras judías. ¿Quiénes son
aquí más representativas de las mujeres alemanas, las guardianas nazis
con anterioridad y las voluntarias para esa tarea (un trabajo más de su
gusto) o las que se compadecieron e intentaron auxiliar?. No hay que
olvidar que con la dictadura nazi los antijudíos tenían plena libertad para
expresarse, pero aquellos que no sentían igual debían sentirse intimidados
pues tenían la advertencia de la suerte corrida por comunistas y
socialistas que habían ido a parar con sus huesos a las mazmorras de las
SA, asesinados o a los campos de concentración y trabajo forzados hasta
morir. Un comportamiento compasivo con los judíos podía levantar
sospechas. La legislación discriminatoria había puesto tantísimas trabas a
la vida ordinaria de los judíos (el peor apartheid) que de hecho les había
condenado al ostracismo social; era como prohibir el trato con ellos y
castigarlo, sobre todo las relaciones sexuales. De hecho, el trato con
judíos en público era perseguido, como llorar por ellos al paso de una
marcha judía al ferrocarril para ser deportados (páginas 184, 198, 202 de
“No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso”,
Robert Gellartely, Crítica 2002). También podía hacerlas sospechosas de
simpatías socialistas o comunistas ¿acaso el marxismo, el bolchevismo,
etc, no eran una expresión de la conspiración judía internacional y
muchos de sus grandes líderes, judíos ellos mismos, aunque sólo fuese
“racialmente”? cuando además ni siquiera las iglesias cristianas y el
Vaticano (tradicionalmente antijudíos) habían protestado contra la
persecución y el genocidio.
La voluntariedad es también una forma de seleccionar al personal.
Las mujeres guardianas no podían ser tontas rematadas. Sabían cómo la
ley discriminaba totalmente a los judíos y los estaba encerrando en guetos
y campos para vigilarlos. Sabían que el trato dado por las SA y los nazis
en general a los judíos no había sido precisamente amable. Aun así, por
encontrar trabajo, por huir de la rutina de la fábrica o la razón que fuese,
en vez de optar por otra alternativa más agradable, más ética y menos
comprometida con el régimen nazi (si no eran nazis), se presentaron
voluntarias para una tarea que cualquiera podía intuir exigiría dureza en
el trato. Un campo de concentración era sabido no se trataba de una
institución de acogida, un hospital, ni siquiera una prisión corriente. La
maldad de estas mujeres es digna de señalar cuando no sólo no fueron
capaces de sentir ninguna solidaridad por otras mujeres, sino que se
ensañaron con ellas, sólo por su condición de judías y se opusieron a la
compasión mostrada por otras mujeres civiles a quienes seguramente
jamás se les habría ocurrido ofrecerse voluntarias para ese “trabajo”. Esas
voluntarias, intuitivamente, si no por un claro cálculo, se sintieron
atraídas hacia esa tarea; inconscientemente cuando menos, sabían que allí
podrían dar rienda suelta a su bestialidad, al secreto desprecio a sí
mismas tal vez, ensañándose con otras de su mismo sexo. Aquí se podría
abrir tal vez una reflexión sobre el machismo y su efecto en las mujeres
de odio a su condición que se traduciría en el maltrato, si no a sí mismas,
a otras mujeres, ya que sería impensable para ellas rebelarse contra el
patriarcado.
Hay un dato obvio que cuestiona la representatividad con respecto a
las mujeres alemanas de esas guardianas. No bastaría con que su origen
social fuese representativo y proporcional al de las mujeres alemanas,
sino que debería reflejar las edades de las adultas. Pero las guardianas no
cumplen con esta cuestión básica de la edad al ser marcadamente jóvenes
(pag 421 de “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes
y el Holocausto” de Daniel Jonah Goldhagen, ed Taurus 1997). La edad
tiene que ver con la experiencia de la vida, la madurez psicológica y
moral. Que las guardianas no tuviesen hijos que, por tanto, no conociesen
esa experiencia de cuidados, entrega y compasión por una persona
desvalida, es una diferencia relevante con respecto a muchas mujeres
alemanas, quizás como aquellas que quisieron aliviar la situación de las
judías durante la marcha. Que por su edad probablemente tampoco
tuviesen madres ancianas a su cuidado y por las que se hubiese ablandado
el corazón, es otro factor a tener en cuenta.
Un ultimo dato que sirve para comparar. Cuando los judíos de
matrimonio mixtos alemanes también fueron detenidos, sus esposas arias
se concentraron ante la sede de la Gestapo exigiendo su liberación, hasta
que los soltaron (páginas 199-200 de “No sólo Hitler”).
La gran mayoría de psicópatas son varones. Tal vez tenga relación
con el hecho de que la tetosterona que juega un papel importante en la
agresividad, impulsividad, “empuje”, es más abundante en los hombres
que en las mujeres. Me pregunto si intervienen y cuánto en los varones
las hormonas y neurotransmisores (o equivalentes) que se activan en las
mujeres sobre todo cuando acaban de dar a luz estableciendo el apego
con el bebé, necesario para asegurar su supervivencia y cómo afecta ello
al desarrollo posterior de la capacidad empática. A ver si consigo
enterarme.
Tal vez haya en los exterminadores varones un factor adicional, el
desprecio y odio a las mujeres, cuya expresión es reprimida entre arios
por la cultura oficial, pero al que se le da rienda suelta cuando se trata de
mujeres judías. Toda la violencia contra las mujeres contenida en una
sociedad machista como la nazi se puede encauzar en la destrucción de
las judías. En la mentalidad militarista, el grupo masculino de guerreros,
está en la cumbre pues es capaz de darlo todo en su lucha y matar sin
mayores escrúpulos por lo que tiende a despreciar a las mujeres cuya
inclinación fundamental es la de preservar la vida de su descendencia y
cuyos escrúpulos o resistencias al sacrificio de sus hijos o el de otras se
entiende como debilidad. La jerarquización militarista ve en la sociedad
también establecidas jerarquías y en cabeza están los hombres.
Hay también una relación entre esto y la homosexualidad masculina
“viril” (machote) de muchos nazis -sobre todo en las milicias SA- que
veían en la heterosexualidad masculina la subyugación emocional del
varón a la mujer y a sus debilidades (compasión, etc) y en el cristianismo
un enemigo de la homosexualidad a diferencia del paganismo griego. Por
eso la persecución nazi de los homosexuales se centró en los
“afeminados” aunque en la eliminación de la dirección SA de Röhm se
usase la presencia de homosexualidad como argumento para demostrar su
perversidad pero sobre todo de cara a la opinión pública. (un estudio muy
revelador de esta cuestión es el artículo “Homosexualidad y fascismo” de
Juan A. Herreros Brasas, en “Claves de Razón Práctica” nº 101 agosto
2000).
Desde un punto de vista estadístico concedamos por un momento
que tal vez se pueda decir que las diferentes capas de la sociedad estaban
proporcionalmente representadas entre los ejecutores (ex obreros, ex
campesinos, ex profesores, etc), aunque me inclino a pensar que no los
trabajadores fabriles del sector políticamente más consciente (comunistas,
socialistas) y de las zonas de mayor tradición de lucha obrera; habría un
predominio de pequeños burgueses como corresponde al nazismo. Pero
creo que si se pudiese hacer un mapa de los tipos de carácter, grados de
desarrollo moral entre la población, encontraríamos que los psicópatas
estaban muy sobrerrepresentados entre los genocidas tanto directivos
(Hitler, etc) como ejecutantes (el último agente de la cadena de mando).
Es decir, que desde el punto de vista psicológico, los ejecutores no eran
plenamente representativos de la población alemana, sino de lo peor de
ella, un sector, aunque importante, minoritario.
Es clarificadora la composición de los Einsatzgruppen, pelotones de
exterminio en el frente del Este antes del uso del gas : policías veteranos,
miembros del partido nazi, SS. O sea, el Estado burgués alemán
nazificado.Y en cuanto a la extracción social, la propia de esos cuerpos y
la principal cantera del nazismo, es decir, la pequeña burguesía. Así
vemos que el tipo psicológico predominante es la personalidad autoritaria
con una gran probabilidad de trastornos violentos y psicopáticos. Gracias
a todo esto fue posible el enorme papel jugado por estos pelotones en el
balance final del Holocausto (más en “Amos de la muerte. Los SS
Einsatzgruppen y el origen del Holocausto” de Richard Rhodes. Seix
Barral 2003; edición de bolsillo en Booket)
Quienes estuviesen implicados en la matanza porque les resultase
más fácil obedecer la orden de matar que oponerse, no por miedo a ser
muertos a su vez (no existía ese peligro apenas), sino por no desencajar
en el colectivo y verse de algún modo desplazado, no demuestran que la
presión del grupo fuese enorme, menos aun insalvable y por supuesto
considerable como “fuerza mayor”. Sólo que su ego era muy dependiente
de ese sentido de pertenencia, su nivel moral muy egocéntrico, tan bajo
que podía asesinar a un inocente, quitarle todo lo que tenía (la vida) antes
que sufrir él algún inconveniente personal. Sus motivos no son eximentes
de culpa, ni siquiera atenuantes. Son demasiados intereses legítimos
(todos) los que ha destruido por muy menores de los suyos. Su escala de
valores es tan degradada como para pensar que el deseo por las ventajas
de su vida es más importante que el derecho a la vida del otro y si él hace
que entren en conflicto (no la víctima), por conservarlas, quitársela. Sólo
estaban a un paso de la psicopatía y aunque ésta se considere un trastorno
de la personalidad, sabedor de lo que está bien y mal, del daño que causa,
ni exime ni atenúa. Que estén alterados o falten algunos de los
componentes de la personalidad normal no impide que se comporte bien
si se esfuerza. Si tuviese una pistola siempre apuntando a su cabeza con
amenaza de muerte se controlaría perfectamente aunque le consumiesen
por dentro mil diablos. Es sólo que su escala de valores verdadera se rige
por el criterio más elemental del “placer /dolor”, socialmente
“premio/castigo”, con la actitud del depredador. Los psicópatas, si
pueden salir bien librados al violar las normas, no las respetan si les
disgustan para sí por muy justas que sean y considere conveniente que
otros respeten, incluso las más importantes, como la vida del prójimo.
Los SS en los campos de concentración no desaprovechaban la
oportunidad, aunque fuese ilegal, de apoderarse de lo que, sustraído a las
víctimas, no era suyo (pasaba a la institución) o de otros recursos ajenos
hasta enriquecerse cuando veían muchas probabilidades de salir impunes.
Si para impedir que obre mal puede hacer falta el argumento de la “fuerza
mayor”, para obrar mal no necesita de esa presión, sino la simple
oportunidad, al contrario de la persona ética que incluso cuando se le
presenta la ocasión fácil para aprovecharse, renuncia a ello (algo tan
simple como devolver al cajero despistado los cambios de más). A un
perro que sabe menos también le castigamos porque puede controlar
buena parte de su comportamiento. Los psicópatas integrados saben
hacerlo, sólo que si pueden actuar con impunidad, lo hacen. El psicópata
además está libre del tormento de los escrúpulos de conciencia, el
sentimiento de culpa, que sería tal vez la razón última por la cual otra
persona renunciaría a hacer el mal aun saliendo bien librado socialmente.
También hay mucha gente compartiendo una meta pero que no está
dispuesta a hacer “lo que debe hacerse”, “ensuciarse la manos”, y
prefieren que el “trabajo sucio” lo hagan otros. Como cuando ponemos la
carne en el plato, pero no nos interesa conocer los detalles de la crianza
de los animales o cómo se les sacrifica y despieza en los mataderos. Así
muchos racistas antijudíos, en el fondo encantados de “acabar para
siempre con el problema”, preferirían mirar para otro lado y no enterarse
del aspecto más feo y consecuente de la “solución”, llevando una
respetable vida “moral” sin que jamás se les pudiese acusar de matar a
nadie.
La crueldad gratuita, el sadismo, la diversión en el maltrato y la
tortura, demuestran una implicación muy personal. No se trata “sólo” de
matar, como lo hace un verdugo ante un condenado por la ley, sino de dar
rienda suelta a las pasiones sanguinarias, deleitarse en ello, lo que delata
con más facilidad a los psicópatas activos y los pasivos que los toleraban
o alentaban.
El principal beneficio extraído de los judíos por los nazis y sus
aliados no fue de orden económico directo (robo propiedades,
eliminación competencia...), sino identitario y como coartada para su
expansión imperialista (bolchevismo judío, etc) y los consiguientes
beneficios económicos. Una interpretación economicista, sea cual sea, no
podrá decirnos la verdad más profunda.
El beneficio económico directamente sangrado a los judíos debía
estar subordinado y ser coherente con la línea de deshumanización hasta
el exterminio, por causas que no tienen en lo económico su raíz principal
o directa. De ahí que por un lado se proceda al deshumanizador corte de
pelo aunque sirva para la industria y por otro se desaproveche en el
trabajo forzado la capacidad productiva judía pues el trabajo debía servir
sobre todo para matarlos. Todo debía conducir a su definitiva
desvalorización como seres humanos y su eliminación, aunque en el
camino se sacase ventaja económica.
Esta interpretación sobre la verdadera implicación de los alemanes
en el Holocausto, me permite pensar que en su momento hubo una
oportunidad que se desaprovechó. Está demostrado que había llegado a
las más altas instancias de los aliados, al menos occidentales, información
sobre el Holocausto en marcha. Sin embargo no hicieron nada para
impedirlo, en buena parte por sus propios prejuicios antijudíos y
dejándolo todo a expensas de ganar la guerra (capítulos 12 y 13 de
“Holocausto. Una historia” Debórah Dwork y Rober Jan Van, Alcaba
ediciones 2004; capítulo 7 de “Hitler y el Holocausto” de Robert S.
Wistrich, Mondadori, 2002).
Pero en un ejercicio un tanto inútil de política ficción, podríamos
aprender algo interesante. Supongamos que los aliados, enterados con
pruebas suficientes aunque sin información sobre la totalidad de la
situación, decidiesen presionar a los alemanes para detener la matanza. A
los militares seguramente se les ocurriría bombardear las ciudades
alemanas en represalia (lo hicieron aunque no por los judíos, provocando
cerca de 1 millón de muertos). El resultado habría sido el que fue,
reforzar la unión nacional de los alemanes contra la barbarie
angloamericana y alimentar la propaganda nazi sobre la conspiración de
la judería internacional con la invención de su genocidio ¿Con qué fuerza
moral se podía exigir a los alemanes que impidiesen el asesinato de niños
judíos si ese mensaje se les hacía llegar envuelto en bombas que mataban
a sus propios hijos?. Habrían pensado -y así se lo diría la propaganda
nazi- que la acusación de genocidio era una calumnia judía más para
justificar sus criminales bombardeos, que si hasta hoy se sospechaba del
uso por los judíos de niños cristianos para sus depravados ritos religiosos
hoy los mataban con las bombas aliadas y que, ahora sí, Alemania estaba
justificada para dar el mismo trato a los judíos, con lo que la matanza
previa se habría hecho pasar como posterior y efecto de los ataques
aliados. Había otra opción. Organizar flotas de bombardeos pero no para
arrojar bombas incendiarias sobre la población sino propaganda. Que con
riesgo de sus vidas (aunque debidamente protegidos, claro está) pilotos
aliados volasen en cielo enemigo no para bombardear a la gente sino para
lanzar octavillas, habría desconcertado a la población, dado más
credibilidad a su acción y dejado sin argumentos a la propaganda nazi.
Sobre todo cuando en esas hojas se pudiese leer algo así como:
“Alemanes. La dictadura nazi y su máquina de guerra están
mostrando su verdadero rostro: el exterminio de toda la población judía a
su alcance, incluidos ancianos, mujeres y niños, de los territorios recién
conquistados o hace tiempo ocupados, en los guetos, bosques o
trasladándolos a campos de matanza en Treblinka, Sobibor, Belzec...,
para gasearlos. Son ya centenares de miles las víctimas. Los prisioneros
de guerra eslavos también están siendo masacrados o sometidos a
condiciones inhumanas. En su obra destructiva construyen el infierno en
la Tierra.
Aunque procuren mantener en secreto la existencia de los campos de
exterminio, muchos militares han sido testigos de las matanzas de civiles
y prisioneros en el frente del Este y ese conocimiento llega a Alemania.
Los culpables de estos monstruosos crímenes son la escoria de la
Humanidad, aunque en su jactancia pretendan ser su élite. Representan a
lo más cruel y bárbaro de Alemania. Todos los criminales actúan con el
consentimiento de su jefe máximo, Hitler. Están cumpliendo la promesa
de Hitler en el Reichstag el 30-I-1939 de exterminar a los judíos durante
la guerra.
Pretenden comprar vuestra conciencia con las migajas del saqueo de
los europeos, en particular de los judíos, financiado su guerra de
conquista a costa del hambre de los trabajadores de los países ocupados.
Vuestra relativa y precaria protección es a costa sobre todo del
desamparo y asesinato de millones de inocentes. La artificial
recuperación económica de preguerra y este soborno no son gratis para
vosotros: os pasan la factura con los muertos en una guerra de agresión.
Alemanes con honor, hombres de buena voluntad, en vuestro
nombre se están cometiendo los mayores crímenes contra la Humanidad.
No deben continuar ni quedar impunes. No creáis las negativas y
mentiras de Hitler, sus nazis y colaboradores, pues también con engaños
conducen a sus víctimas a la muerte.
Si no cesan los asesinatos, todos los miembros del partido nazi y sus
organismos (SS, Gestapo...), más los funcionarios responsables de
ferrocarriles, militares y empresarios implicados en las matanzas y
explotación del trabajo esclavo o concentracionario, serán condenados a
muerte o a cadena perpetua en aislamiento solitario cuando derrotemos al
nazismo ¡y lo haremos!. La Alemania vencida será sometida a un régimen
de posguerra tal que el Tratado de Versalles y las reparaciones de guerra
se recordarán como bendiciones. Durante generaciones viviréis
abrumados por la vergüenza de los crímenes que cometisteis o no
impedisteis, apestados en la comunidad internacional. Nadie podrá alegar
ignorancia, respeto al juramento, ni obediencia a leyes y órdenes
criminales que deben desobedecerse por respeto a más altos principios.
Todos tendréis vuestra parte de responsabilidad en los crímenes contra la
Humanidad, por acción u omisión y responderéis por ello. Sólo quienes
se resistan podrán vivir con la cabeza bien alta mirando a los ojos de todo
el mundo.
¡Trabajadores en la retaguardia o en el frente, soldados, demócratas,
cristianos!. Por vuestra supervivencia y la de Alemania. Los campos de
exterminio son parte de la misma industria de muerte que las fábricas de
armamento. ¡Organizaos, rechazad el esfuerzo de guerra; detened los
crímenes paralizando las industrias, los ferrocarriles; rebelaos contra la
disciplina asesina, la tiranía y aquellos que la sostienen! ¡Reclamad la
urgente y total libertad de inspección para la Cruz Roja Internacional
antes de que hagan desaparecer las pruebas de sus crímenes!. ¡Si os
opusisteis al programa de eutanasia podéis detener esta matanza! ¡Elegid:
el honor de liberar al mundo y Alemania de los criminales nazis o el
deshonor de sostenerlos!. ¡Negaos a colaborar con los crímenes y volved
las armas contra los asesinos, los nazis y capitalistas a quienes sirven!.
¡Debéis y podéis hacerlo! ¡Contaréis con nuestro apoyo!.”
Y esto es sólo un ensayo. Propagandistas expertos, asesorados por
psicólogos, sociólogos, alemanes exiliados, habrían hecho maravillas.
Con esta preocupación seguro que se habrían descubierto muchos
recursos para hacerla más efectiva.
La salvación de los judíos daneses, en parte gracias a la ayuda de
una autoridad alemana, y otros casos por iniciativa de diplomáticos en
particular, demuestra que no todo estaba necesariamente perdido para los
judíos si se sabían aprovechar los intereses y contradicciones de cada
situación. Y los alemanes no iban a ser una excepción.
Muchos alemanes pensarían que arriesgarse a ser derribados
(tripulación y aeronave) era demasiado para lanzar simples mentiras con
grandes probabilidades de no ser creídas pudiendo aprovechar el viaje
para matar alemanes, por lo que en lugar de indignación por la muerte de
niños aparecería la admiración por el enemigo y su moral. Surgirían las
dudas, correrían los rumores y las noticias se abrirían paso. La exigencia
de libertad de inspección para la respetada Cruz Roja Internacional daría
mayor credibilidad a la propaganda -de ser mentira quedaría rápidamente
al descubierto desacreditando a los aliados-, y pondría en un aprieto a los
nazis pues era fácil la comprobación o mentís de las acusaciones y si
éstas eran falsas deberían ser los más interesados en el desmentido de la
CRI. Había que aprovechar el sentimiento de pertenencia nacional para
volverlo contra el nacionalismo imperialista, y el deseo de formar parte
de lo mejor de la Humanidad para volverlo contra el racismo nazi. No se
podía ignorar los prejuicios de la población y presentar una propaganda
“pura” que les resultaría extraña a sus sentimientos más arraigados y por
tanto, ineficaz. Todos sabrían que eran públicamente indefendibles ante
el mundo semejantes crímenes y que la comunidad internacional podría
efectivamente hacérselos pagar pues la uniría contra un estado tan
criminal. Pondría en un brete a las iglesias, en particular al Vaticano, que
se verían obligadas a pronunciarse en contra, como con el caso de la
“eutanasia” y presionar a sus fieles. Debilitaría los lazos con algunos
aliados, por ejemplo España, la Francia de Vichy y también Italia.
Los grandes empresarios y militares no querrían arriesgar todos sus
planes imperialistas por un “exceso” tan innecesario como el exterminio
judío en particular, en parte un capricho de los nazis, una manía sobre
todo de Hitler y sus secuaces, aunque contase con el apoyo y
colaboración entusiasta de muchos alemanes. Serían los menos
interesados en que, caso de derrota, Alemania volviese a estar sometida a
unas condiciones más infames que las de Versalles. Tampoco les
agradaría la perspectiva de ser tratados no como autoridades vencidas,
pero respetadas por su rango, sino como simples criminales. El resultado
mínimo sería que los militares reaccionarios multiplicarían sus complots
para asesinar a Hitler, hasta lograrlo. A eso no le llamarían, con razón,
“puñalada por la espalda” como la de Noviembre de 1918, claro que no,
sería más bien una puñalada trapera, “nada personal” por supuesto, “sólo
cuestión de negocios”.
Entre los nazis mismos, saber cuál sería su suerte de continuar, todos
tratados como asesinos no como simples vencidos o prisioneros de
guerra, sin esperanza de salvarse, aumentaría las disensiones y bajas. Un
indicio de estas posibilidades lo tenemos en el comportamiento de
Henrich Himmler, máximo jefe de la SS y del sistema de los campos
nazis cuando ya era inminente la derrota del III Reich, intentando llegar a
un pacto con los aliados occidentales y detener el Holocausto, aunque fue
desobedecido en las “marchas de la muerte” por el “celo” de sus asesinos
guardianes de los campos. (“Los verdugos voluntarios de Hitler” de D. J.
Goldhagen, páginas 443-4, 450)
Los cristianos se verían apelados en sus creencias más básicas de
respeto al prójimo y por tanto a oponerse al régimen. El Vaticano ya se
encargaría por la cuenta que le traería para seguir medrando en la
posguerra. La Cruz Roja tendría que tomar de una vez, de verdad, cartas
en el asunto, en lugar de seguir el juego a los nazis sabiendo que les
engañaban cuando les presentaban campos modélicos (sobre esta farsa
“Alguien vivo pasa. Auschwitz 1943, Theresienstadt, 1944” de Claude
Lanzmann, Arena Libros, 2004).
Los trabajadores, factor clave. Los nazis y en general la burguesía
alemana habían aprendido de la experiencia de la Iª Guerra Mundial que
una retaguardia sufriente, hambrienta, era el mejor caldo de cultivo para
la disensión, el rechazo a la guerra, la ruptura de la “unión nacional” y la
revolución. Así que se preocuparon mucho porque el nivel de vida de los
trabajadores no descendiese a esos niveles, a base de expoliar y condenar
a la muerte o la hambruna a las masas de los países ocupados, en
particular del Este. El freno a la matanza supondría seguramente una
reducción de los recursos para sobornar a la retaguardia y por tanto
aumentaría las posibilidades de descontento y protesta, animadas por el
temor a una posguerra aun más dura que la primera. La indignación moral
por los crímenes, el resentimiento a la dictadura nazi, ver cómo en el
bloque en el poder aparecían fisuras, fracturas, alentaría a los
trabajadores a luchar, exigir la libertad de los detenidos en campos de
concentración, etc. Los trabajadores podrían haber empezado a realizar
huelgas con el consiguiente perjuicio a la economía de guerra, la
fabricación de armamentos. (Sobre el soborno a la retaguardia el libro de
Götz Aly “La utopía nazi: cómo Hitler compró a los alemanes”, Crítica
2006).
Puede que detener la matanza fuese más fácil de lo que se cree.
Según las investigaciones de Goldhagen los alemanes podían rechazar el
servicio de ejecutores de judíos con la excusa de que no se lo permitía su
sensibilidad, sin que sufriesen consecuencias por ello, trasladándoles a
otro servicio más ordinario, por lo que es fácil que muchos hubiesen
aprovechado esa puerta abierta para, de hecho, desertar de la
participación en el crimen si veían que más adelante podrían pagar muy
caro por ello. Aunque Hitler seguramente desde el comienzo de su vida
política acarició la idea de exterminar a los judíos, dada la dimensión del
crimen y la cantidad de cómplices que serían necesarios, sólo se animó a
la “solución final” cuando otras salidas más cómodas se cerraron
(Madagascar, rescate por los aliados), cuando la cantidad de judíos bajo
su poder le pareció excesiva y consideró, tanteando entre sus secuaces y
seguidores, que podía contar con ejecutores de su acariciado sueño, pues
la guerra había contribuido también lo suyo al embrutecimiento general
de las relaciones sociales, haciendo más aceptable la actuación de
psicópatas como él. Aun así, procuró que la “solución final” se llevase
adelante con discreción pues sabía que la inmensa mayoría de los
alemanes no aprobaría el asesinato industrial hasta de niños, de gente
desarmada que no suponía el menor problema bélico.
Cabe dentro de lo posible que, si se diese el conocimiento y rechazo
de buena parte de los alemanes y por tanto la presión del gran capital y
del Ejército contra la “solución final” como factor desestabilizador de sus
objetivos imperialistas fundamentales, Hitler aprovechase al máximo su
carisma político, la fe que tantos alemanes depositaban en él, para alegar
-como suele ser habitual- que “no sabía nada” y buscase algunas cabezas
de turco. Su falta de escrúpulos ya se demostró cuando el Ejército le
exigió eliminar el problema de las milicias SA nazis que pretendían
medrar integrándose en el ejército, reformando su estructura y jerarquía,
además de alterar el orden con unos objetivos demagógicos
anticapitalistas. Hitler no tuvo empacho en organizar, auxiliado de sus
SS, la salvajada de “la noche de los cuchillos largos” (30-VI-1934)
matando como en un ajuste de cuentas de gángsters a quienes hasta
entonces le habían servido con más o menos lealtad y sido su brazo
derecho (Ernst Röhm). Esta maniobra la habría facilitado que Hitler no
parece haber dado órdenes escritas para el exterminio de los judíos.
Como es típico en los tiranos, en los asuntos más delicados, prefería
“dejar caer” sus deseos y éstos eran órdenes para sus secuaces y más si
coincidían con él, dando libertad a su “creativa iniciativa”. Podría alegar
que no se le había interpretado bien, se habían extralimitado, etc. Pero
aunque de momento salvase la cabeza, semejante “falta de control” de los
subordinados por parte del Führer habría contribuido a la pérdida de
brillo de su estrella.
Esas hojas de papel podrían debilitar a los nazis más que si fuesen
bombas. A partir de aquí se podría abrir un proceso cuyo alcance sería
imprevisible, de mayores o menores consecuencias. La situación en Italia,
alentaría la disidencia en Alemania, incluso la lucha armada contra el
régimen, la Gestapo y las SS. ¿Cómo habría influenciado en el mapa
político de la Europa de la posguerra, la división en bloques y la
evolución política de cada país, en particular de Alemania?.
Esta propaganda y amenaza de castigo (al margen de cual llegase a
ser en su momento su alcance efectivo), obligaría a la sociedad alemana a
asumir su responsabilidad moral y política, actuar en lugar de
escaquearse mirando a otro lado, haciéndose el tonto o el impotente.
Nadie se podría “lavar las manos”.
Iniciativas de este tipo, audaces, en apariencia absurdas (arriesgarse
a ser derribado sin lanzar una bomba a cambio), muy probablemente
conseguirían un efecto desmoralizador, paralizante y desintegrador muy
superior al logrado por los bombardeos y, lo que no es para nada baladí,
sería éticamente correcto y con efectos políticos progresistas, dejando su
estela y consecuencias para la posguerra. El mundo actual sería en
muchos aspectos, sobre todo morales, diferente. Y por supuesto, habría
salvado, seguro, muchas más vidas judías, gitanas, eslavas, etc que la
estrategia de simplemente vencer militarmente.
El Holocausto era algo parecido a un “talón de Aquiles” del
régimen, el factor por donde podrían surgir más contradicciones, hacer
saltar muchas de sus costuras. Una vez deslegitimado de este modo el
régimen, se abriría una brecha que se podría acrecentar tal vez hasta su
desmoronamiento, como la Alemania imperial en 1918, la Rusia zarista
en febrero de 1917 o el bloque del Este en 1989. Para sobrevivir, en lugar
de fomentar la “unión nacional” defendiéndose, se alentaría la división y
el enfrentamiento interno, rompiéndose la disciplina nacional tras los
nazis.
Pero a los aliados no les interesaba dar pasos en una vía semejante.
Preferían mantener la lucha en los términos habituales que aseguraban a
un lado y otro la “unión nacional” es decir, perpetuar el conflicto en
términos que garantizasen la dirección de la burguesía en ambos bandos,
la estabilidad capitalista. No querían sorpresas como las revoluciones en
Rusia, Alemania o Hungría durante la Iª Guerra Mundial. Por eso
adoptaron la línea criminal de los bombardeos sobre la población civil,
para que los trabajadores se atasen a la “unión nacional” si no con el
régimen nazi, si al menos como “todos los alemanes” sin distinción de
clases, sin cuestionar el poder del gran capital que había conducido a la
guerra imperialista. Aterrorizarlos y desmoralizarlos, para que, en caso de
derrumbe del régimen, ni por asomo se atreviesen a tomar la iniciativa
como en 1918. De paso, destruirían empresas entorpeciendo la economía
y producción de guerra, aunque esto podrían haberlo logrado igualmente
los trabajadores pero sobreviviendo y aumentando su fuerza organizada.
Además, una propaganda como la planteada podría tener el efecto de un
boomerang, alentando también a las tropas aliadas a cuestionar muchas
órdenes (por ejemplo, el lanzamiento de bombas atómicas) y la disciplina
productiva y de “unión nacional” de la retaguardia. Antes que “jugar con
fuego” prefirieron lanzarlo sobre la población civil alemana.
En cuanto a la pena de muerte y cadena perpetua, en esas
circunstancias creo en su validez como elemento disuasorio y como
castigo. Si bien Hitler y otros nazis preferirían la muerte, el suicidio, a la
prisión o la derrota total, muchos otros querrían seguir viviendo. Si bien
todos sólo por existir contamos con el “suficiente” y no necesitamos
validarnos para ello por nuestros actos, lo mismo ocurre con los demás y
cuando les perjudicamos o arrebatamos la vida, estamos destruyendo su
valor sin que el nuestro lo autorice, repare o compense, por lo que
podemos contraer deudas con la existencia que sólo podremos pagar con
la nuestra; como si contásemos de entrada con un generoso crédito pero
por un comportamiento nefasto lo hubiésemos dilapidado todo y
contraído una deuda impagable por medios ordinarios. Si nos damos el
“suficiente” simplemente por ser no puede servir para condenar a otros
simplemente por ser (judíos, gitanos, negros...). Si no debe exigírsenos
nada para tener derecho a vivir, dándonos un “suficiente” de entrada,
tampoco puede permitírsenos la “patente de corso” de hacer con nuestra
vida y la de los demás lo que nos de la gana. Si se autoriza tu llegada al
mundo no es para asesinar a otros inocentes; conociendo ese futuro, sería
justo suprimirte al nacer. Es un “suficiente” para ser sin hacer, no un
aprobado para hacer y menos para quitar a otros el ser. En casos como los
de Hitler y muchísimos otros nazis, dada la enormidad de sus crímenes en
calidad y cantidad, creo que habían agotado ya su derecho a vivir. Sólo la
generosidad de las víctimas o sus próximos y de la sociedad llevaría a
respetársela. Sabiendo que la muerte podría ser para muchos la salida
menos mala, escapar de un castigo más doloroso para su ego, me
inclinaría a condenarlos a cadena perpetua con la amenaza de régimen de
aislamiento, es decir, que sólo tuviesen contacto humano para hacer
confesiones sobre sus crímenes o aportar la información que los
investigadores les pidiesen. El aislamiento sería el mayor golpe a su “yo”
grandioso, tratado como puro veneno, no merecedor de relación con otros
seres, ni siquiera con otros como él. Ese sería el primer mensaje que
debería entender. Dispondrían de todo su tiempo para recordar y
reflexionar sobre sus crímenes. Lo más probable es que fuesen
irrecuperables. Aun hoy la mayoría de los nazis vivos, muchos de los
cuales ni siquiera fueron castigados (o apenas) a pesar de su participación
directa en la organización del exterminio y estar plenamente identificados
en su día, siguen sin arrepentirse de verdad por lo hecho y se confiesan
antijudíos; y los neonazis se atreven a negar la existencia del Holocausto.
Pero el régimen de aislamiento no podría durar mucho a riesgo de que el
preso se volviese loco. También cabría, excepcionalmente, algún indulto,
de probarse su arrepentimiento. De entrada, esa condena, sobre todo para
que en la propaganda quedase clara, por el castigo correspondiente, la
consideración merecida por la enormidad del crimen cometido y luego ya
se iría viendo caso por caso, aunque los problemas de encerrar aislados
(una celda insonorizada para cada uno) a tantísima gente hiciese inviable
esa condena para la mayoría.
Tal vez mi apreciación del potencial desintegrador del Holocausto
en el régimen nazi sea algo ingenua, pero muchas veces han sido
acontecimientos aparentemente marginales o secundarios los que han
abierto o cerrado las compuertas a las fuerzas generadoras del cambio
histórico revolucionario o de la reacción; hay casualidades afortunadas y
“ventanas de oportunidad” de breve duración que fácilmente pueden ser
desaprovechadas. Es corriente que grandes sucesos cojan desprevenidos a
los supuestos expertos en la materia, sorprendiéndolos. Una
interpretación a posteriori puede construir un relato aparentemente muy
coherente y determinista cuando la realidad no fue así y pudo haber sido
bastante diferente. Aunque muchas corrientes de fondo jugaban a su
favor para ascenderlo, la subida de Hitler al poder no fue algo inevitable
sino resultado de una conjunción de situaciones y acontecimientos
algunos impredecibles y casuales (un detallado análisis del ascenso de
Hitler en “A treinta días del poder” de Henry Ashby Turner, Edhasa
2000).
No ocurrió como en mi ficción especulativa porque aquella guerra
no era la del bien contra el mal, sino entre diferentes imperialismos,
aunque unos fuesen peor que otros en determinados aspectos. Lo que
primaba era los intereses de clase de cada burguesía privada o
burocrática. El antijudaísmo infectaba a casi todos. Por eso los “buenos”
aliados no movieron un dedo por los judíos y gitanos (*), achicharraron a
los alemanes con sus bombardeos y arrasaron sin necesidad con bombas
atómicas dos ciudades japonesas con sus habitantes, dando inicio a la
mayor amenaza para nuestro mundo. El lanzamiento de las dos bombas
fue un crimen de la máxima gravedad. El resultado de la bomba sobre
Hiroshima no les hizo detenerse ni pedir perdón, sino que reincidieron
lanzando una segunda en Nagasaki. La principal función de las bombas
no era conseguir la rápida rendición de los japoneses -lo harían si se les
daba la oportunidad de negociar- sino hacer una demostración al mundo,
especialmente a la URSS, del poder militar de los EEUU. Lanzar una
segunda bomba a pesar del horror de la primera era un mensaje claro de
su determinación para utilizarla cuantas veces les pareciese oportuno y
contra grandes ciudades. Posteriormente muchos militares y políticos se
han inclinado al uso de armas atómicas muchísimo más destructivas en
otras situaciones, como la guerra de Corea, la crisis de los misiles
(EEUU-Cuba) y otros muchos de los que sólo se ha filtrado su existencia
aunque se mantienen en secreto.
* En agosto de 1942 el Departamento de Estado de los EEUU
recibió un telegrama en el que se informaba que en el cuartel general de
Hitler se había decidido el exterminio judío con gas (Michael
Beranbaum, historiador). El judío superviviente Branko Lustg dice que
estaban sentados en Auschwitz cuando pasó un avión norteamericano.
Habría bastado con que hubiese lanzado una bomba en alguna de las
estaciones de ferrocarril anteriores a Auschwitz para que se hubiesen
salvado 400.000 judíos húngaros. Información extraída del documental
“Hollywood y el Holocausto” emitido en “La noche temática” del 24 a
25-II-2007, TVE2.
(Para desmitificar el papel de los EEUU en la IIª Guerra Mundial,
interesante el libro “El mito de la guerra buena. EEUU en la Segunda
Guerra Mundial” de Jacques R. Pauwels, editorial Hiru, 2002).
Mi ficción, como otras muchas, nos indica cómo, con una
orientación más correcta, sin esfuerzos imposibles, sólo tomando algunas
iniciativas diferentes, los resultados podrían haber sido muy distintos y
más satisfactorios con esta opción. Cuando dos líneas forman un ángulo,
basta que las separen muy pocos grados para que sus puntos de destino
sean muy distantes entre ambas si las líneas se prolongan lo suficiente,
aun partiendo del mismo punto, como los impactos en el tiro a un blanco
muy alejado. Pero lo mismo que de un psicópata no podemos esperar
compasión, tampoco una orientación semejante de la burguesía. Aunque
poco probable, está dentro de lo posible que hubiesen tomado alguna
iniciativa similar, aunque muy rebajada, con otros líderes menos
mezquinos a la hora de rescatar judíos (a quienes se les atribuye sin
embargo el record de cicatería), menos contemporizadores con sus
ciudadanos antijudíos. Pero, de hecho, no fueron capaces ni de eso y por
su antijudaísmo y negación de auxilio no pueden librarse de su gran
responsabilidad en el Holocausto cargándola exclusivamente sobre los
nazis y sus cómplices directos. En semejante asunto nadie puede pasar la
patata caliente a otro. Si los alemanes tienen su cuota, también los
aliados, el Vaticano, las iglesias, el cristianismo, los límites de la
Ilustración, la Modernidad y un modelo de civilización.
El antijudaísmo que condujo al Holocausto y la política que no hizo
lo posible por salvarlos, son expresiones de una civilización en
decadencia desde principios del siglo XX, desde su economía a sus
valores, con un tipo humano en crisis de identidad y sentido de su
existencia, capaz de poner en quiebra total los valores básicos de la
Humanidad, entronizando la mentalidad del psicópata integrado asesino,
como lo eran Hitler y tantos de los suyos o permaneciendo indiferente a
la suerte de las víctimas en consideración a mezquinos intereses clasistas.
El racismo ario anti judío y anti eslavo, supuestamente científico y
con las bendiciones de la Modernidad y la Ilustración, era una
racionalización estupenda que servía a la par a dos grupos humanos
aliados cuando no fusionados: los psicópatas nazis y los capitalistas con
sus militares. Los psicópatas integrados se daban la excusa para pensar
sólo en sí mismos y “los suyos” (familia, alemanes arios) considerando a
los demás presas potenciales; podían perseguir y matar a ciudadanos que
tenían a mano (la minoría judía) sin ser castigados por el resto de la
ciudadanía; se dotaban de un “coto de caza” enorme en el resto del
mundo persiguiendo judíos, enemigos y razas inferiores. Los asesinos,
pudiendo dar rienda suelta a sus impulsos con las víctimas internas y
externas, podían hasta tener considerados detalles con “los suyos” e
incluso pasar por “buenos” a los ojos de muchos. Los capitalistas y
militares usaban a los judíos alemanes como “cabeza de turco” de los
problemas sociales internos; argumentaban el nacionalismo de Estado
con un recurso más, la defensa de la raza; y su pillaje imperialista, en
particular de los territorios del Este, lo encubrían con el derecho de la
raza y civilización superior (arios alemanes) a tomar lo que, aun siendo
de otras, le correspondía según las inviolables leyes de la naturaleza
(seudodarwinismo, “ciencia” racial) para asegurar su supervivencia en la
lucha con razas inferiores que le hacían la competencia y por tanto
constituían una amenaza contra lo mejor de la especie humana y su
Progreso.
Reconocer el contexto y los condicionantes sociales, no quiere decir
que se exima a cada individuo de su responsabilidad pues como lo
demuestran quienes sí ayudaron a los judíos a salvarse, individuos sueltos
contra su comunidad o comunidades enteras (Dinamarca), otro
comportamiento era posible, aunque fuese arriesgado y contra corriente.
Salvo casos muy excepcionales, como el de los judíos encargados de los
hornos crematorios, nadie pueden reclamar el estado de “fuerza mayor”,
“necesidad”, imposibilidad para elegir un comportamiento ético. No vale
el pretexto militar fascista de la “obediencia debida” a una orden asesina,
legal o no. No puede eludirse la responsabilidad de cada individuo por el
recurso de trasladarla a fuerzas abstractas, impersonales. Pero si
queremos arrancar todas las raíces del mal, debemos tener en cuenta lo
que sobrepasa al individuo, las relaciones sociales, culturales, en las que
está inmerso, pues impulsan y amplifican las debilidades y maldades del
individuo dotándolas de unos recursos organizativos y destructivos
inimaginables para cada uno por sí solo.
El nazismo puso en manos de los peores psicópatas la dirección de
una comunidad con el poder de la sociedad industrial y la coordinación
del Estado. Utilizaron las “exigencias” de expansión económica del
capitalismo imperialista para desplegar toda su destructividad asesina.
Recurrieron a la ideología para racionalizar su ansia asesina. Eran
psicópatas integrados pues para no buscarse problemas con su comunidad
vetaron el crimen a los arios que se les sometían, abriendo la veda a los
opositores (comunistas, socialistas, antifascistas) y a lo que definían
como no realmente humanos (judíos) o razas inferiores que impedían la
sobrevivencia de la superior compitiendo por los recursos (eslavos sobre
todo). Aquellos que sin llegar a su grado de psicopatía vieron en ellos el
personal capaz de hacer el “trabajo sucio” necesario para lograr las metas
de su codicia y hacer funcionar debidamente la Máquina capitalista
(empresarios, políticos, burócratas, militares), les apoyaron, abrieron las
puertas del Estado con su coordinación y violencia y pusieron a su
disposición las riendas de la sociedad.
Si los psicópatas ocuparon el poder político en Alemania no fue por
simples méritos propios, ni porque el mal sea más fuerte que el bien. El
modo como sucedió demuestra que se les permitió (la entrega de las
“llaves” por Hindenburg); esa civilización humana en crisis les dio la
oportunidad y en su degradación se sirvió de ellos para seguir adelante
del único modo que le era posible, deshumanizándose. Para mantener en
Alemania la Máquina capitalista en funcionamiento debían poner
encargados dispuestos a lubricarla con toda la sangre necesaria, incluso
más si les placía. No son los bárbaros al asalto de una civilización en un
momento de desorientación o debilidad, sino la civilización agotada,
vieja, enferma que contrata a quienes la provean de la sangre que
necesita. En su fase de ascenso y florecimiento una civilización puede
apoyarse en cierta barbarie, pero bien es pasajera mientras arranca o se
manifiesta sobre todo en la periferia del sistema aunque lo alimente
(captura de esclavos, colonialismo...) afectando en particular al “ellos”,
no al “nosotros”. Aunque para sus víctimas sea catastrófica, esa barbarie
no afecta al corazón de la civilización todavía joven y fuerte, capaz de
alcanzar importantes logros. Pero llega un momento en que las heridas se
gangrenan o se produce la metástasis. Lo que se hacía al “ellos” se hace
al “nosotros”, como un ejército colonialista usando los métodos de
exterminio en su propio país. La civilización capitalista, en Alemania, en
esas circunstancias, en aquel contexto europeo, optó por ese personal
dirigente. Era la misma civilización capitalista y alemana que se habían
lanzado al colonialismo, al imperialismo y la Iª Guerra Mundial. El
nazismo no es un accidente ni un resultado perverso de una civilización
por lo demás sana, ni un movimiento contra la civilización. Las
civilizaciones, con sus modos de producción (esclavista, feudal,
capitalista...) tienen sus fases de ascenso y decadencia. No es que en ese
tiempo las fuerzas de la incivilización ataquen a la civilización, sino que
la civilización se degrada y produce fuerzas que pueden hasta minar lo
que en su día dio vigor a esa civilización (como los judíos y el ascenso
capitalista en Alemania) y las bases judeocristianas del Occidente. Y
ahora esta civilización en crisis, con raíces y consecuencias a escala
planetaria, no sólo en un país o continente, puede incluso eliminar las
mismas bases de existencia no sólo de esta civilización sino de todas,
exterminando no sólo a los judíos u otros, sino a la misma especie
humana. Los ejecutores no serán unos brutos iletrados sino,
probablemente, la tecnocracia “sin ideología”, asociada al “último grito”
(de horror) de su industria armamentista.
Una gran masa de población, ansiosa en su identidad y validación, al
entrar en crisis su estatus social con el hundimiento económico y
evaporarse sus posibilidades de promoción en el sistema social (en
particular la pequeña-burguesía), ansiosa en su sentido de pertenencia
(Alemania débil), llena de resentimiento, acosada por el temor a peligros
reales o imaginarios (judíos), revanchista, se dispuso a apoyar el
programa nazi. Dependiendo del grado de desarrollo moral de esos
individuos, de su proximidad o no a la psicopatía, así sería su aprobación
y participación en los crímenes del régimen.
Hitler era un psicópata integrado socialmente, pasaba por una
persona “normal” dentro del sector social más contrarrevolucionario.
Veía en la violencia un medio ideal para resolver los conflictos, un modo
darwiniano de selección social de los mejores. Por eso recurría a ella con
tanta facilidad. De hecho, desde su brutal experiencia en la Iª Guerra
Mundial, en vez de aborrecer la guerra, le había cogido gusto. En su
mente, la muerte era algo emocionante de lo que se podía disfrutar
cuando era otro el que caía bajo tu poder. Su psicopatía le impedía
respetar de verdad al prójimo y menos amarlo. Su necesidad de ponerse
por encima, apoyándose en su insensibilidad por los sentimientos de otros
y el odio arraigado en lo más profundo de su ser (seguramente hacia su
reverenciado padre) le conducía, como es corriente en los psicópatas, a
rebajar, deshumanizar a quienes -en su proyección paranoide
justificadora- debía echar la culpa por todo lo malo, la maldad de su
propio interior, a fin de poderlos eliminar sin la turbación de ningún
escrúpulo de conciencia o merma de su idealizado “yo” (los malos son
ellos, no yo; no son nada de valor).
Pero su inteligencia, socialización, capacidad de control de sus
impulsos, eran las suficientes como para no convertirse en una especie de
“vampiro de Düsseldorf” (en él se inspiraron para la película dirigida por
Fritz Lang con ese título en 1931, interpretada por Peter Lorre)
despreciado por todo el mundo. Así que decía que amaba a Alemania y
de ese modo podía ganarse el apoyo de muchos alemanes lo cual le haría
sentirse el más grande de todos. Pero en realidad vivía para el odio y
desde su posición podía darle satisfacción. Para ello necesitaba un sector
de la Humanidad sobre el cual cargar su violencia. Su odio y deseo de
matar lo proyectaba en los supuestos enemigos de Alemania, en particular
los judíos con los que se podía volcar el odio homicida sin limitaciones,
como les gusta a los psicópatas, con todo el sufrimiento para sus víctimas
hasta la eliminación total. A ese odio podía arrastrar a una población
predispuesta a ello por siglos de antijudaísmo. Así dispondría de los
esbirros que necesitaba para tan gigantesca labor fuera del alcance de
cualquier humano por sus propias manos. Que su odio era real pero su
amor un mero recurso para poder realizarlo, que era un psicópata que
odiaba a la Humanidad y su humanidad pero no podía matarla a toda, así
que debía centrarse en un sector limitado aunque lo más amplio posible,
lo demuestra su actitud cuando todo se hundió. Entonces ya no le
importaban nada los alemanes. No pudiendo matar más judíos ni eslavos,
etc, estaba dispuesto a arrastrar en su final al tan “amado” pueblo alemán;
el caso era hacer sufrir, matar, si no podía a unos, a otros. Sólo él, su
inflado “yo” importaba (más en “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los
alemanes corrientes y el Holocausto” de Daniel Jonah Goldhagen, ed
Taurus 1997; “La controversia Goldhagen” varios autores, Edicions
Alfons el Magnànim, 1997; capítulo 19 de “Explicar a Hitler” de Ron
Rosenbaum, Siglo XXI, 1999; página 159 en el capítulo 6 “La voluntad
de sucumbir” en “El hundimiento: Hitler y el final del III Reich” de
Joachim Fest, Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores; “La mente de
Adolf Hitler” en “Las conversaciones privadas de Hitler” presentadas por
Hugh Trevor-Rover, Crítica 2004).
Muchos de los nazis y seguidores de Hitler eran veteranos de la Iª
Guerra Mundial. Se consideraban a sí mismos y a la retaguardia que
apoyaba el esfuerzo de guerra a pesar de la mezquindad e ineptitud de las
autoridades, como la verdadera nación alemana unida en armas,
sacrificándose por el “honor” de la Patria. Idealizaban y sentían nostalgia
por la camaradería, entrega, igualdad ante la muerte, emociones extremas
y “verdad de la vida” (darwinismo social militarista) del frente de batalla,
la “vivencia del frente” (Fronterlebnis). Para nada cuestionaban la guerra
sino la resistencia al sacrificio de aquellos civiles y soldados que
deseaban detener una carnicería además perdida militarmente. Los nazis,
en un alarde demagógico planteaban la expropiación de los beneficios de
guerra, pero sin cuestionar el capitalismo imperialista. La actitud de esos
veteranos era diametralmente opuesta a la de los marinos y soldados,
sobre todo de origen proletario, que negándose a seguir participando en la
matanza por el honor de la casta militar y los intereses del capital, se
organizaron en consejos de soldados. Achacaron la desmoralización del
ejército y la derrota a la “puñalada por la espalda” de esa retaguardia
manipulada por la conspiración judía. Esta racionalización vengativa era
mera justificación de egos hambrientos de identidad, compañía, poder y
sangre. La lucidez y humanidad estaban del lado de los trabajadores,
marinos y soldados que cuestionaban el padecimiento de grandes
penurias, el sacrificio de su vida y la de millones de personas por el
capital, su Estado e imperialismo, el recorte de derechos y libertades para
someterse a esos fines. Esos veteranos, en su combate “por la Patria y
contra los traidores de la puñalada por la espalda”, terminada la guerra
siguieron luchando en los grupos paramilitares mercenarios (los “cuerpos
de voluntarios” o Freikorps) esta vez contra la amenaza de revolución
socialista o simplemente un poder de los trabajadores y soldados que
debilitase las pretensiones de la burguesía y del Ejército. Odiaban la
democracia y el movimiento obrero, deseaban una dictadura de corte
militarista ultranacionalista e imperialista. Esos hombres violentos
adoraban la guerra y la racionalizaban con argumentos seudodarwinistas.
Los que no eran psicópatas no estaban muy lejos de serlo, elogiaban la
dureza de carácter, la indiferencia ante el sufrimiento (sobre todo del
enemigo) y eran incapaces de cuestionar un mundo autoritario y violento.
En su labor de aplastamiento de las revueltas o protestas de los
trabajadores y soldados dieron sobradas muestras de su falta de
compasión, crueldad, sadismo, alegría asesina, preludio de la que
desplegarían en el ascenso del nazismo y en la persecución de judíos,
eslavos, etc. (pag 28 y 29 de “La República de Weimar. Establecimiento,
estructuras y destrucción de una democracia”, Reinhard Kühnl, edicions
Alfons el Magnànim 1991; “La revolución alemana de 1918- 1919” de
Sebastian Haffner, Inedita editores, 2005; sobre la “puñalada por la
espalda” en “Diccionario crítico de los mitos y símbolos del nazismo”
Rosa Sala Rose, Quaderns Crema, 2003; capítulo 7 de “Los siete pecados
capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial” de Sebastian
Haffner, ediciones Destino, 2006).
El nacionalsocialismo (nazismo) es una ideología política,
proyección en el sentido de pertenencia, del egocentrismo. Con la excusa
de que el destino de Alemania no se decida desde fuera, lo que hace en
realidad es decidir el destino de Europa poniéndolo en manos de los
alemanes (su clase dominante). El nacionalismo es egoísmo colectivo,
nacional. El “socialismo” nacional, tan patriota y “considerado” con los
alemanes arios, no expropia a la burguesía alemana -salvo que sea judía
(con métodos gangsteriles*)-, sino a los judíos europeos, a los pueblos
eslavos y saquea a todos los europeos bajo su dominio. La abundancia
socialista se transforma en abundancia para la “raza superior”, la miseria,
la ignorancia, el trabajo esclavo y la extinción para las “razas inferiores”
(eslavos, judíos). Así que tras la demagogia queda claro que ese
“socialismo” es la careta del imperialismo más belicista y despiadado con
algunas pequeñas concesiones a los trabajadores alemanes arios para
promover la tranquilidad en la retaguardia. Los términos del socialismo
internacional deben decidirse entre todos los pueblos pero no desde una
perspectiva nacional que sólo conduce al egoísmo nacional y los
conflictos, sino desde una perspectiva planetaria; a partir de ahí, el papel
que pueda jugar cada uno y cómo satisfacer a la vez las necesidades de
todos. Nacionalismo y socialismo son términos antagónicos y su
combinación sólo da lugar a perversiones y la esterilidad del socialismo
que es internacional o no es.
* Detalles de esto en “El tercer Reich” de Michael Burleigh, Taurus
2002.
Esa perspectiva planetaria exige un cambio en la identidad del “yo”,
en la dirección de la superación del ego, por lo que implica un sentido
nuevo de la existencia sin el cual difícilmente se cambiará la orientación
de la vida en una dirección tan opuesta a la del egocentrismo, la codicia,
el fraticidio, como es el socialismo internacional. La persona ya no es un
individuo que se suma a otros o que pertenece a un rebaño o manada con
un territorio particular y que entra en relación con otros llegando a
acuerdos o depredando. La persona es ahora una criatura del cosmos
adaptada a las condiciones de un planeta, aunque se localice en un lugar
determinado y adopte pautas más o menos particulares. No del “yo”
ampliando círculos, sino de lo más amplio a un elemento en la red que
soy yo.
El nazismo, su discurso, su práctica, la personalidad y catadura
moral de sus líderes, el tipo humano que representa y propicia, conduce al
asesinato de masas. El nazismo, a diferencia de otras ideologías, es
irrecuperable para una Humanidad fraterna por mucho que pretenda
depurársele. Y aquello que pueda haber hecho de positivo pueden hacerlo
mejor otros sin sus contradicciones y costos terribles. No cabe hablar de
“verdadero nazismo” frente al “nazismo real” histórico, pues los
fundadores, ideólogos y realizadores son incluso las mismas personas. Si
Marx, Engels, Lenin y Stalin hubiesen sido la misma persona o trabajado
codo con codo hasta el final, la sentencia condenatoria para el marxismo
sería también irrecurrible. Pero no es ese el caso por muchos motivos que
no cabe desarrollar aquí.
Si los psicópatas estaban sobrerrepresentados en el antijudaísmo
asesino, la participación de personas de extracción judía en los
movimientos progresistas y revolucionarios de cada época en Europa,
hasta la creación del Estado de Israel, ha sido en un porcentaje mayor del
suyo en la población general. Es decir, entre las personalidades con
mayor desarrollo moral para cada época, las personas de extracción judía
estaban sobrerrepresentadas por méritos propios, lo cual no quiere decir
que entre los judíos no hubiese de todo. El antijudaísmo atrae a lo
peorcito de la especie con su crueldad, y las personas de extracción judía,
muchas veces contra su propia religión, proporcionalmente, han aportado
más que ninguna otra comunidad, a nuestra humanidad. Un factor
fundamental es la motivación de quien se siente discriminado durante
siglos por los “gentiles” cristianos justificados y alentados por su
religión.
El nazismo es la mayor advertencia de por qué una sociedad de
humanos libres debe asegurarse de cerrar el paso a los cargos de
dirección a los psicópatas, sabiendo detectarlos a tiempo. Pero una
sociedad de egos siempre estará expuesta a ellos, incluso los llamará para
hacer el “trabajo sucio”.
¿Por qué se imponen ideas demenciales y asesinas, irracionales,
contrarias a aspectos fundamentales de la cultura occidental, greco-latina,
judeo-cristiana, y de la Ilustración, aunque pueda servirse de sus facetas
más oscuras o limitaciones?. Intervienen muchos factores, también
porque el desarrollo moral es muy limitado, débil la humanidad. La
atracción por determinadas ideologías y cómo se aferran a ellas no se
debe tanto a su capacidad racional persuasiva como porque cubren una
necesidad psicológica. Por eso unos no se detienen a calibrarlas con
precaución y espíritu crítico como otros harían para estar seguros de su
solidez y veracidad o aquellos mismos en otras facetas de su vida. Hay un
ego hambriento de seguridad y desarrollo que se agarra a ellas aun
disponiendo de alternativas mucho más racionales, positivas, creativas,
aunque sirva fundamentalmente a las necesidades de poder de los
psicópatas aliados de los codiciosos.
La compasión es la fuerza emocional que más caracterizamos como
humanidad a diferencia de la brutalidad atribuida a los no humanos. Esa
compasión es lo opuesto de la indiferencia y crueldad del psicópata que
ve en la compasión una debilidad despreciable pero también un obstáculo
para conseguir cómplices y el dedo acusador insobornable. La compasión
también es un problema para los planes imperialistas necesitados de un
alto grado de violencia.
No es la crítica del cristianismo la que conduce al nazismo, pues
también puede llevar a la liberación de la superstición y la psicología en
la que entra en acción el juego de Víctima- Salvador- Perseguidor y toda
la falsedad de un amor patriarcal, autoritario, filicida.
La psicopatía nazi ve en los valores del judaísmo y del cristianismo a pesar de todos sus crímenes políticos- obstáculos a un despliegue
mucho mayor, sin trabas, de la crueldad, la explotación, la orgía
exterminadora. En cuanto al marxismo, al tener sus raíces metodológicas
en la Ilustración (rechazo al pensamiento idealista, religioso, mágico,
etc), al ser un humanismo arraigado en el judeo-cristianismo al punto de
contaminar de mesianismo la comprensión de la naturaleza -no
posibilidades- del proletariado (destinado como clase a traer
inevitablemente el comunismo a la Humanidad), al fomentar con el
internacionalismo proletario un cosmopolitismo orientado clasistamente
contra el capital imperialista que apoya al nazismo, se convierte también
en un enemigo y obstáculo formidables para todas las pretensiones
psicópatas, genocidas, esclavizadoras, imperialistas y anexionistas del
nazismo. Su odio al estalinismo expresa la oposición entre dos modos
competidores de dominio sobre los trabajadores, los intereses de la
burguesía privada frente a la estatal, pero sobre todo su visión del Este
como “espacio vital” (Lebensraum) para el expansionismo imperialista
alemán (perdidas las colonias con la derrota de la Gran Guerra, y cerradas
África y Asia controladas por los imperialismos británico, francés,
japonés, norteamericano) y lo que todavía incluso el estalinismo debe
presentar como valores (aunque los deforme y no los practique), esto es,
el internacionalismo, el humanismo, el pensamiento ilustrado. Más
adelante abundaré en esto.
El nazismo, en la medida en que representa la mente del psicópata,
se opone a cualquier ideología, creencia, valores, que cuestionen la
crueldad con que se expresa, su racionalización de la vida (justificar sus
impulsos de dominio y destructivos) como lucha despiadada donde el
derecho a triunfar corresponde al más determinado, violento, impasible,
indiferente al sufrimiento de quienes no son él y “los suyos”, la
mentalidad depredadora.
Esa psicopatía se sirve de los intereses, medios y posibilidades de
su época para lograr poder sobre las vidas de los demás y por ello apoya
el capitalismo imperialista y belicista pues encarna en ese contexto
histórico el poder y la violencia ansiadas.
Los nazis no están contra la compasión mal entendida que responde
al juego Víctima- Salvador- Perseguidor, que contamina la esencia del
cristianismo, sino sobre todo contra la auténtica compasión libre de la
“agenda oculta” del ego de ambas partes del juego. El nazismo se entrega
a un juego de compasión al plantear la cuestión como las víctimas
alemanas necesitadas del Salvador líder carismático (Führer) a quien se
rinde admiración y obediencia ciega, con quien se dedican a perseguir a
las víctimas reales de toda esta historia y que, en la última fase, se
volverá también contra su “amado pueblo” (hundimiento del régimen).
Con los enemigos se borra cualquier rasgo de compasión, auténtica o
adulterada. De ahí la oposición al judaísmo, al cristianismo, al marxismo
en la medida que ponen límites a la brutalidad. Su oposición no es una
superación, sino un retroceso a la barbarie.
El racismo nazi destruye la unidad de la especie, devalúa a los no
arios, negando casi la humanidad de los judíos y también de los negros.
En cuanto el judaísmo y el cristianismo (también el islam, el budismo...)
rechazan esto, proclaman la hermandad de todos por ser “hijos de dios” y
dejan un lugar destacado (al menos en los valores, si no en la práctica) a
una compasión con buena parte de autenticidad son, desde un punto de
vista social evolutivo, a pesar de su idealismo y de otras limitaciones y
lastres, muy superiores al paganismo nazi pretendidamente científico y
moderno pues responden a niveles de desarrollo moral muy superiores al
del nazismo, adecuado para los psicópatas integrados.
Con el nazismo, la fractura del “yo” con el Universo se extiende a la
fractura de la especie en peores términos que los de otros racismos o del
esclavismo negador de la naturaleza plenamente humana del esclavo pero
interesado en su vida para explotarlo, pues el destino del judío al
exterminio, eliminando toda su presencia y rastro (por algún ascendiente
judío próximo en el árbol genealógico) en la especie humana.
El estalinismo, por sus referencias marxistas, debe disfrazarse con
justificaciones humanistas (violencia y sacrificios humanos inevitables
por un bien superior para toda la Humanidad sin ninguna distinción
racial, etc, su Progreso). Ni siquiera un psicópata como Stalin se permitió
la apología desvergonzada del odio, el asesinato, la crueldad que sí
encontramos en Hitler y los dirigentes nazis, como manifestación de su
tipo humano ideal y valores a cultivar en la juventud. El odio, la crueldad
y el sadismo como valores, son distintivos de los psicópatas y de la
ideología asesina. Y por muchos que fuesen los asesinatos en masa, las
deportaciones que comportaban la muerte, los campos de trabajo forzado
y muerte del Gulag estalinista y los centros especiales de matanza, no
hubo ni con Stalin campos de exterminio industrial como los nazis a los
que llegaban hasta los niños y antes de darte cuenta en dónde estabas eras
exterminado y convertido en cenizas y humo. Aunque nacionalidades
enteras sufrieron medidas que se asemejan -si no lo son- mucho al
genocidio e incluso se provocase la hambruna de Ucrania, las razones
nunca fueron de tipo racial, étnico, sino relacionadas con el poder
centralizado estalinista, la rusificación. Y desde luego que no era por un
problema de logística e instalaciones, pues la URSS había logrado un
extraordinario salto industrial y de haberlo querido también podría
haberlo hecho. El propósito de las matanzas estalinistas eran aterrorizar,
someter, no la extinción de ningún grupo étnico, ni siquiera de una
procedencia social (ex-burguesía privada, el supuesto “genocidio de
clase”, aunque el caso de los campesinos “kulak” -muchos ni siquiera lo
eran- merece una consideración especial). Esto no minimiza en nada los
crímenes estalinistas (o leninistas) ni los hace buenos en comparación con
los nazis, pero entre lo malísimo, cabe distinguir lo peor, como también
diferenciamos entre el asesinato pasional de toda una familia numerosa
que termina en suicidio, el asesino en serie con perturbaciones
esquizofrénicas (voces que le ordenan...) que mata al mismo número de
personas antes de ser capturado, o el disciplinado asesino a sueldo del
crimen organizado desconocido de la víctima. En el Gulag, con toda su
brutalidad y horror, hubo, aunque muy minoritarias, muchas experiencias
de trato más o menos considerado con los prisioneros, totalmente
impensables en el sistema concentracionario y de exterminio nazi. Esta
diferencia se debe, en primer lugar, al interés por explotar el trabajo de
los prisioneros, no simplemente matarlos con un trabajo absurdo, pero
también a que en el nazismo hay, tanto en la personalidad de su líderes
como en su ideología, una vocación por el exterminio y por el mundo
concentracionario, por pura psicopatía. (Para más detalles que ayudan a
comparar, el Premio Pulitzer de 2004, “Gulag. Historia de los campos de
concentración soviéticos” de Anne Applebaum, Debate 2004, en
particular el capítulo 13, “Los guardias”. Para una visión más general el
capítulo “Políticas genocidas en la Unión Soviética” en “El siglo de los
genocidios” de Berard Bruneteau, Alianza Editorial 2006).
Si en la URSS se desarrollaron políticas genocidas fue contra los
principios mismos del marxismo y leninismo y la constitución de la
URSS. La Alemania nazi fue un Estado genocida ya en la mente de los
primeros ideólogos nazis y fundadores del Estado.
La causa es que el marxismo no es una ideología asesina (otra
cuestión es cómo el leninismo y sobre todo el estalinismo pudo servirse
de él para justificar crímenes, análisis que no puedo desarrollar aquí) a
diferencia del nazismo que sí lo es, en sus bases “filosóficas”, en la
persona de sus fundadores, en sus palabras (desde “Mi lucha” de Hitler a
toda la propaganda antijudía, antieslava y antimarxista) y en sus obras.
(Cita esclarecedora de Hitler en la página 461 de “Humanidad e
inhumanidad. Una historia moral del siglo XX” de Jonathan Glover,
ediciones Cátedra, 2001, con dos grandes secciones dedicadas al
estalinismo y el nazismo. Sobre la psicología de los SS, capítulo 4 de
“Dachau. La historia oficial 1933-1945” de Paul Berben, Abraxas 1977;
capítulos 20 y 23 de “El Estado de la SS. El sistema de los campos de
concentración alemanes” de Eugen Kongo, Alba editorial 2005; página
90 y siguientes de “Auschwitz. Documentos y testimonios del genocidio
nazi” Leon Poliakov, Libros Tau 1965; “Los últimos nazis. El
movimiento de resistencia alemán 1944-47” Perry Biddisccombe, Inédita
editores 2005; Sobre la formación de los niños y adolescentes nazis, “Los
niños de Hitler” de Guido Knopp, Salvat 2001, edición de bolsillo en
Booket).
A individuos con personalidad autoritaria, egocéntricas, poca
capacidad crítica, muy condicionados por el respeto a la autoridad y
“sabiduría” paterna y, por tanto, proclives a levantar un líder carismático
con quien identificarse, a quien obedecer ciegamente mientras sirva a la
imagen agigantada de su ego (proyectado en la nación, etc), la ideología
nazi aportó una visión del mundo, sentido de vida, finalidad, metas y
seguridad emocional, además de posibilidades de medrar socialmente.
La creencia en ideas asesinas ya es un indicio importante a tener en
cuenta para detectar una psicopatía pues puede no tratarse de un
condicionamiento vencible al ponerse frente a las consecuencias reales
gracias a los recursos de empatía y simpatía que aún existen, sino sobre
todo de una racionalización, una pantalla, una excusa para que el
psicópata presente su comportamiento como motivado ideológica,
política, socialmente. Una mentira que puede creérsela o no. Por ello su
comportamiento asesino no será indiscriminado, sino orientado contra
determinado sector de personas a las que previamente se ha desvalorizado
y colocado como víctimas potenciales de su crueldad, asegurándose con
la ideología la tolerancia y apoyo de otro sector social. Si desplegase su
violencia como los típicos asesinos múltiples o en serie lograría que la
sociedad se volviese contra él y se lanzase en su captura. La matanza de
grandes masas sólo es posible organizada socialmente y para ello se
precisa de alguna justificación y a eso trata de servir la ideología al
psicópata. Hasta la época industrial, ningún psicópata dirigente -los ha
habido muchos en la Historia- ha podido soñar en disponer de una
maquinaria semejante de poder y aniquilación sobre otros seres humanos
asistido, cual Lucifer por miles de demonios, por masas de humanos a sus
órdenes, gracias a la disciplina y la ideología. Es como si dijesen al
capitalista “yo quiero sensación de poder y matar; tú quieres sobre todo
más riquezas y que tu juguete social funcione; dame tus medios y yo
pondré mi voluntad y falta de escrúpulos; llevando adelante tus intereses
yo satisfaré mi ansia de poder y muerte; tú tendrás tus monedas y yo mi
sangre”, y dirigiéndose al plebeyo “tú necesitas seguridad, defenderte de
tus enemigos, hacerles pagar por el mal que te hacen y desean hacerte y
llegar a ser todo lo grande que puedes ser; apóyame y yo haré tu sueño
posible pues como tú amo a mi país y estoy dispuesto a dedicar mi vida a
él”. Esto que puede parecer el diálogo de un cómic no puede alejarse
mucho de la verdad de fondo.
Una Humanidad desorientada sobre su identidad y sentido es
vulnerable a los desvaríos de los psicópatas y sus maniobras por
controlarla.
Si los criterios de la psicología fuesen incapaces de detectar la
psicopatía en muchos de los detentadores pasados o presentes del poder,
no ayudaría a defendernos. El elemento clave a considerar es la capacidad
de compasión, de considerar a todo ser humano, prójimo. Sin la
compasión, la inteligencia sería una herramienta más del mal.
La grandiosidad del “yo” es un rasgo claro de Hitler, líder
carismático, indiscutible, dueño y señor de la vida de todos sus súbditos y
enemigos. La tendencia a la grandiosidad del “yo” se manifiesta también
colectivamente en el propio movimiento nazi, en su actitud ante los
oponentes y todos los que consideraba enemigos (aunque no supusiesen
la menor amenaza real), la arrogancia y desprecio a otros pueblos.
Destaca en particular en sus agentes criminales, los que asesinaban
directamente a las víctimas del régimen.
La grandiosidad del “yo” típica de los psicópatas, puede revelarse
socialmente en la ansiedad por la pérdida de estatus social y la revuelta
violenta contra los supuestos culpables. La grandiosidad del “yo” puede
tener también su cauce en la creencia en la propia superioridad racial y el
derecho para disponer de los “inferiores”. La combinación da en este caso
como resultado el antijudaísmo exterminador.
Como es frecuente en los psicópatas, para justificarse proyectan en
las víctimas las intenciones depredadoras y asesinas que sólo ellos tienen.
Así, para los nazis, los judíos eran unos maquiavélicos conspiradores y
corruptores de la Humanidad, en particular de la raza aria. Sus
intenciones eran dominar el mundo y sus medios, todos, desde el
pacifismo hasta el belicismo, según les conviniese. De este modo estaba
justificada la máxima brutalidad para acabar con ellos con el pretexto,
para colmo, de la autodefensa. El asesino acusa a la víctima de asesino y
pasa por víctima.
Los nazis se habían creado una imagen del judío como bacilo,
propagador de enfermedad social y física. Esta imagen la verían
confirmada cuando al hacinar a los judíos en los guetos en condiciones
infrahumanas, los guetos se convertían en peligrosos focos de graves
enfermedades contagiosas. Así, nuevamente tenían el pretexto racial y
sanitario para exterminarlos.
El máximo ideal de un psicópata es crear un mundo sin compasión.
Así eran los campos de concentración y exterminio. Y su principal
enemigo, las raíces de la cultura de la compasión, la fraternidad humana.
Ya que por limitaciones políticas no podía acabar con los cristianos
alemanes (los necesitaba para la producción y la guerra), hizo todo lo
posible por corromperlos (los llamados “cristianos alemanes”) y eliminar
a los potenciales portadores de la cultura judía y su religión y a quien,
bien o mal, se proclamaba internacionalista proletario (empezando por
los comisarios políticos “soviéticos”).
¿Por qué los nazis se empeñaron en gastar en el Holocausto
recursos tan necesarios para la guerra, sobre todo cuando ésta les iba
mal?. Sin duda por las prioridades que establece el delirio ideológico de
Hitler, su cosmovisión, lo que él consideraba el mayor peligro para
Alemania y la Humanidad deshumanizada que era su ideal. Para la
destructividad del psicópata, los judíos en particular y otras víctimas del
Holocausto, representaban los valores que más odiaba (compasión,
fraternidad internacional...), eran fáciles de capturar en la retaguardia o
ya eran prisioneros. Así que le resultaba más cómodo saciar su apetito de
sangre con ellos que vencer en el campo de batalla a un enemigo cada
vez más poderoso y que les hacía retroceder, como era el caso sobre todo
del ejército “soviético”.
¿Cómo es la mente del psicópata?. Al no ser capaz de empatía, se
hace insensible a las emociones de otros y por ello tampoco necesita de
su aceptación o aprobación. Su falta de referentes en los demás y en la
humanidad común a todos, crea un “yo” grandioso autorreferente que no
admite ser cuestionado por quienes no tienen capacidad alguna de ser un
referente para él, los demás. Casi ni se compara, pues no busca un ideal,
y ya se cree muy especial, aunque puede envidiar a quienes han logrado
éxitos a los que él aspira, o a otros psicópatas con capacidad de
liderazgo.
Una explicación causal dinámica puede ser que su incapacidad para
sentir emociones profundas le imposibilita para reconocerlas en los
demás y en consecuencia la empatía emocional, es decir ponerse en el
lugar de otro sintiendo lo que él siente, verse afectado por las emociones
y sufrimientos de los demás y por tanto ser capaz de compasión. Esto
conduce a que “el otro” no exista como alguien a considerar
emocionalmente y el mundo se estreche a un “yo” grandioso que ve la
realidad como algo a lo que manipular y exprimir. Ese “yo” no admite
ser cuestionado en lo que considera su importancia y privilegios, y quien
lo haga no puede ser sino un miserable incapaz de reconocer su
grandiosidad por lo que merece una “lección”, recurriendo para ello a
medios agresivos, tal vez hasta la destrucción del otro sin la menor
piedad.
La limitación emocional conlleva que su identidad egoica no pueda
establecerse a ese nivel, sino de un modo mucho más superficial y
primitivo de validación comparativa por “quién domina, quién es
superior”. Ya que no tiene ninguna profundidad emocional y tampoco
puede identificar la del prójimo, se siente por tanto incapaz de vivir los
afectos y el cariño, recibiendo y dando, viviendo en la impulsividad de
sus apetitos. Así no puede ver amor en el mundo, sino sólo el aspecto de
la lucha que existe y su propia gratificación material y ratificación de su
“yo”. Esta percepción conflictiva de la existencia, la aumenta más al
imaginar que los otros deben tener el tipo de emociones que él tiene de
egoísmo y lucha. De este modo, sólo puede ver a los demás como
amenaza potencial o útiles para sus intereses. Para justificar ante sí la
utilización de quienes no son una amenaza, sabido que eso es
desaprobado socialmente, lo racionaliza con una atribución (proyección)
paranoide, diciendo que esos, si pudiesen, harían lo mismo con él (“ellos
o yo”). En su justificación puede parasitar ideologías o conocimientos,
como el darwinismo, pero no por sus razones sino en la medida en que le
sirva como pretexto para su “yo” grandioso.
De ahí la centralidad en su mundo de la imagen superinflada de sí
mismo, su necesidad de devaluar al prójimo y de proyección paranoide,
el mundo como lugar de lucha y depredación como justificación para
agredirles y “ponerles en su sitio”. La imagen de sí es grandiosa pero sin
profundidad e inconsistente, como un globo inflado, y por eso no debe
ser cuestionada pues entonces no quedaría ya nada de su identidad. De
ahí y de la incapacidad de empatía, la destructividad de sus “defensas”
que le conducen a humillar y, en los casos más graves, hasta asesinar al
prójimo. A todo ello contribuye el predominio en el psicópata del
“cerebro reptiliano” con sus respuestas básicas de defensa y ataque,
frente al emocional mamífero de apegos, lealtades, o el propiamente
humano del análisis y cálculo de consecuencias. La incapacidad
emocional y de empatía, de ligar emociones a la experiencia y al análisis
de consecuencias, unido a este “yo” grandioso, hacen imposible un
verdadero aprendizaje emocional a través de la experiencia y un
verdadero arrepentimiento por sus actos.
El psicópata puede envidiar en su víctima esa humanidad que él no
tiene, la riqueza de sentimientos, cuando él necesita muchas veces
recurrir a medios fuertes (situaciones de riesgo) para sentir algo. Quiere
privar a su víctima de esa humanidad, haciéndola vivir su aspecto más
desagradable (el sufrimiento) o sacarle los sentimientos negativos más
parecidos a los suyos (deseo de venganza, etc), mediante la degradación,
la humillación, el dolor y la muerte. A la vez, el psicópata se siente libre
por no estar “atado” a las consideraciones humanitarias y no poder vivir
las emociones y sentimientos más profundos cuando entrañan
sufrimiento.
El psicópata, debido a la superficialidad emocional, no es frecuente
que aspire a desarrollar un ego “espiritual” aunque se dan algunos gurús
psicópatas que montan sectas destructivas. Su autoafirmación y
competencia se despliega habitualmente en terrenos más mundanos y
hasta “salvajes” (delincuencia). El psicópata no puede asimilar la AISSA
(aceptación incondicional) pues debería hacerla extensiva al prójimo y él
ve a los demás como un depredador (cerebro “reptiliano”). El psicópata
lo que practica es su aprobación incondicional y la desvalorización y
desprecio del prójimo. Que el psicópata no tenga ningún problema de
autoestima, sino todo lo contrario, y que unida al egocentrismo dé esos
resultados, es una demostración más de lo equivocado de la vía de la
autoestima por sus graves riesgos (Vicente Garrido “Contra la violencia.
Las semillas del bien y del mal” Algar editorial, 2002).
Ser psicópata no está reñido con creerse la élite moral y cumplidor
de un deber superior que tal vez otros no puedan comprender. Así se
veían los nazis y el psicópata del que enseguida hablaré.
El psicópata puede servirse de argumentos ideológicos para
justificar ante los demás sus actos, pero su motivación real nunca es el
fanatismo. Éste no pasa de ser una máscara para encubrir su “yo”
grandioso, pues bajo las ínfulas de superioridad moral, etc, del fanático,
el “yo” grandioso del psicópata se ve como un héroe reconocido por una
fuerza o causa superior a todos. El desprecio y deshumanización por sus
víctimas es encubierto al presentarlas como enemigos sociales, morales,
políticos, religiosos, que no merecen compasión alguna por ser siervos
del mal o menos que humanos.
El psicópata puede ir por libre con su fanatismo particular con
ciertas raíces sociales. Esto tiene la ventaja de no someterse a la
disciplina y autoridad de un grupo y obedecer a sus propios impulsos.
Este es por ejemplo el caso del psicópata iraní de 39 años, asesino en
serie, que se dedicó a matar pobres prostitutas, algunas con hijos
(obligadas por la más cruda necesidad material en una sociedad
ultradiscriminatoria de la mujer), acabando con 16, desde el día en que
su inflado orgullo se vio herido al confundir un taxista a su esposa con
una de ellas. Asesinó pretendiendo ampararse en el Islam y la necesidad
de “limpiar la corrupción moral” de las calles, tarea que se “vio
obligado” a tomar en sus manos por no asumirla debidamente las
autoridades político-religiosas de la República Islámica. Así pudo
conseguir la aprobación de su familia. Su madre, una mujer brutal en su
insensibilidad al igual que sus hermanos para los que sus víctimas eran
menos que humanas, su esposa parecida y sumisa al esposo y el hijo
varón adolescente necesitado de poseer una buena imagen de su padre y
que se propone seguir su heroico ejemplo. También la simpatía de
algunos sectores de la población, cuyos egos vieron en un psicópata el
servidor capaz de realizar el “trabajo sucio” que ellos creían alguien
debía hacer para sentirse también (moralmente) superiores a otros. Su
“yo” grandioso se ve en su forma de mirar siempre desde arriba, su
arrogancia, no mostrar el menor sentimiento con sus víctimas a las que
califica de “no humanas”, la total seguridad que muestra sin cuestionarse
nada, sonriendo de satisfacción por sus hazañas. Fue acusado además de
violar a sus víctimas, lo que de ser cierto -el acusado y la familia dicen
que es una calumnia de la policía para ensuciar su noble motivación
justiciera y poder castigarlo contra la opinión de muchos- sería la prueba
definitiva de que su fanatismo moral era sólo una tapadera. El detalle de
su ausencia de miedo en trabajos de riesgo -le comparaban por su valor
con un comandante militar tomando la iniciativa y llevando tras de sí a
su tropa- apunta claramente al poco miedo físico que tienen los
psicópatas. Murió ejecutado en la horca. (reportaje emitido en TVE2,
Documentos TV, “Sangre inútil”, domingo 10-X-2004).
Pero más que en ningún otro caso, la verdadera religión, la
verdadera ideología del psicópata es su “yo” y es esa grandiosidad y no
el condicionamiento en una creencia obtusa, lo que le incapacita para ver
la realidad tal cual es. Y esa grandiosidad es el efecto de no poder
comprender la realidad plena de los seres humanos, sus emociones, su
humanidad. De su radical ceguera a lo que de común tenemos todos, a
esa unidad esencial en los afectos, viene su aislamiento grandioso, y su
estupidez. Debido a ésta es por lo que puede sentirse especialmente
atraído por el tipo de pensamiento superegocéntrico, ultrafragmentario,
distorsionado, del fanatismo.
Más en Erich Fromm “Anatomía de la destructividad humana” Siglo
XXI; Alice Miller “Por tu propio bien” Tusquets; Aaron T. Beck
“Prisioneros del odio. Las bases de la ira, la hostilidad y la violencia”,
Paidos. Elliott Leyton “Cazadores de humanos. El auge del asesino
múltiple moderno” un enfoque antropológico social, Alba editorial, 2005.
Sobre el psicópata integrado, en Vicente Garrido Genovés “Contra la
violencia. Las semillas del bien y del mal” (Algar, 2002), “El psicópata.
Un camaleón en la sociedad actual” (Algar, 2000) y “Cara a cara con el
psicópata” (Ariel, 2004).
Aquí hasta he expuesto cómo creo son las cosas al menos la mayoría
de las veces, matizando o relativizando las tesis de Goldhagen. Pero
reconozco que también es mi preferencia dentro de lo que se sabe. En la
parte del texto a la que corresponde esta nota digo refiriéndome al
Holocausto que “por muchas claves que dispongamos para entenderlo
todavía queda algo que se nos escapa, poderoso y terrible”. Jean T. Gross
es autor del libro “Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de
Jedwabne (Polonia)” (editorial Crítica, 2002). Recomiendo su lectura
pues aunque no es el libro más conocido sobre el Holocausto, tal vez sea
el más inquietante que haya leído, no por morboso o porque lo pretenda
deliberadamente, sino por los hechos. El 10-VI-1941, durante la
ocupación nazi, en la pequeña población de Jedwabne, al Este de Polonia,
unos 1.600 judíos de todo sexo y edad, incluidos los niños más pequeños,
fueron asesinados por gran parte de sus vecinos polacos “gentiles” que
eran minoría en el pueblo (unos 900). Cara a cara, conocido contra
conocido, con porras, barras, cuchillos, hachas, mazas, ahogándolos o
quemándolos vivos en masa, en el pajar. Terror, excitación y alegría. Los
poquitos alemanes presentes se limitaron a tomar fotografías (no
recuperadas), no dieron prácticamente órdenes, sólo autorización,
facilitando porras y látigos. Las órdenes se dieron desde la alcaldía
polaca con la participación entusiasta de muchos vecinos, más algunos
venidos de los pueblos próximos que ya habían conocido pogromos
similares. Sólo sobrevivieron siete judíos salvados por una familia
polaca.
La relación entre polacos “gentiles” y judíos era total, diaria, en una
población de campesinos y pequeños artesanos. De los 225 polacos
varones adultos, casi el 50% han sido identificados como autores del
pogromo. Algunos asesinos vinieron de pueblos próximos, como si fuese
día de mercado, para participar en la “fiesta”. Eran veteranos de los
pogromos de la zona. Unos y otros saquearon las viviendas, enseres,
vestidos, etc de los judíos, incluso lo que de valor tuviesen encima los
cadáveres, arrancando las piezas dentarias de oro.
¿Cómo explicar esto?. Para intentar entenderlo debemos tener en
cuenta algunos datos extraídos del libro y otras fuentes. Polonia era un
país mayoritariamente rural, campesino en sus casi tres cuartas partes. El
movimiento obrero era débil; marginal siempre el partido comunista
ilegal, para colmo, diezmado y disuelto por las purgas “antitrotskystas”
de Stalin y asesinados sus miembros exiliados en Rusia. Polonia venía
arrastrando un grave problema como nación-estado. Al entrar en el siglo
XX estaba repartida entre la Rusia zarista, alemanes y austrohúngaros y
en la Gran Guerra (Iª GM) los polacos lucharon sirviendo a bandos
enfrentados. Hubo maniobras de unas y otras potencias para ganárselos
haciendo concesiones en la dirección de un Estado polaco vasallo. Las
revoluciones rusas, las derrotas alemanas y austrohúngaras y la
revolución en Alemania, abrieron definitivamente el camino a la
existencia de un Estado polaco, más una guerra con el recién fundado
estado soviético y otras vicisitudes. Según el censo de 1921 puedo
deducir las siguientes cifras. Casi un tercio de la población eran minorías
nacionales entre las que destacaban un 44,44% de ucranianos, 24,44% de
judíos, 16,67% bielorrusos, 11,49 % alemanes, 3,33% lituanos. En 1921
los judíos polacos ascendían a 2.200.000 entre 21 millones de ciudadanos
polacos. En 1931 la población polaca era de 31.920.000 habitantes y los
judíos parece que ascendían a unos 2.500.000. Para antes de la II G.M. se
maneja la cifra de algo más de tres millones de judíos. El antijudaísmo
estaba en auge durante los años treinta debido en parte a las condiciones
de crisis económica. Su argumentación no eran sobre todo
pretendidamente científica y moderna como la de los nazis, sino
premoderna, católica, medieval. Aunque nos parezca increíble seguía
profundamente arraigada la creencia de que los judíos usaban ¡la sangre
de niños cristianos para elaborar el pan ázimo de la Pascua judía! al punto
de contribuir a provocar grandes pogromos y ¡huelgas obreras! en
protesta por las condenas a muerte de pogromistas (simpatizando con
ellos) en los inicios de la posguerra con la ocupación de la victoriosa
URSS. De los curas de los pueblos no se podía esperar nada pues eran
cómplices aunque sólo sea por sus prédicas antijudías (los asesinos de
Jesús) y por considerar bolcheviques a los judíos. El clero simpatizaba
con la derecha burguesa nacionalista y antijudía, al punto de que la
autoridad eclesiástica presionaba a los fieles para votarla tomando
represalias en caso contrario. Cientos de miles de ciudadanos polacos del
Este del país ocupado por los rusos -tras el reparto con la Alemania nazifueron deportados al interior de la URSS (Siberia, etc); algunos manejan
la cifra de más de 1 millón de personas y que miles de ellos murieron.
Los judíos, dependiendo de su posición social, podían temer que los rusos
les expropiasen para colectivizar, como cualquier otro polaco, pero no el
trato racista de los nazis, que también les expropiaban, desplazaban y
asesinaban, o el saqueo, robo y asesinato por los antijudíos polacos, sólo
por su calidad de judíos, fuese cual fuese su condición social, sexo o
edad. La población polaca “gentil” de toda la zona de Jedwabne apoyaba
firmemente al Partido Nacional Democrático, de derechas, nacionalista y
antijudío. Todos los judíos varones activos de Jedwabne eran artesanos o
trabajadores con un empleo muy humilde. A diferencia de los judíos
alemanes que estaban sobrerrepresentados en la pequeña burguesía, la
burguesía y el gran capital, los judíos polacos, aunque algunos se
dedicaban a la usura, eran en su inmensa mayoría muy pobres y aferrados
a sus tradiciones. En Jedwabne, durante la ocupación rusa de la mitad
oriental de Polonia, fueron detenidos muchos judíos. Los judíos no eran
comunistas pero antes que a los nazis lógicamente preferían a los rusos,
pero no destacaron por colaborar con ellos, lo que no puede decirse de
muchos polacos arrivistas que pasaban de un bando a otro según fuese
ocupada por una u otra autoridad su población. Estos elementos, los
notables de las poblaciones (alcaldes, mayores propietarios de tierras...) y
otra “gentuza” eran quienes tenían más iniciativa en la persecución de los
judíos y en la comisión de los horribles, brutales y sádicos asesinatos,
azuzando a los demás, invitándoles a acompañarles en sus crímenes al
amparo del anonimato de la masa, la complicidad de todos y la
eliminación de las víctimas. Pero nadie puede escudarse en las “malas
influencias” o “locura transitoria” pues incluso pasados años no hubo
arrepentimiento por lo hecho, es más, los miembros y descendientes de la
única familia que prestaron auxilio a los judíos, fueron estigmatizados y
acosados socialmente incluso en otras poblaciones a las que se mudaron.
Tal vez ayude a explicar lo ocurrido que Polonia llevaba años sin levantar
cabeza desde el punto de vista económico y político, había sido repartida
por Alemania y la URSS y luego ocupada totalmente por los nazis, por lo
que la parte oriental pasó de manos polacas a rusas, luego a alemanas.
Todo esto unido a la brutalidad de la guerra y a la brutalización no
superada de conflictos anteriores contribuiría a la degradación moral de
la gente corriente. Los polacos habrían sentido vapuleado al extremo el
sentimiento de su fuerza y seguridad personal, de pertenencia e identidad
nacional, incluso de bienes materiales, por lo que la persecución de los
judíos y el saqueo de sus posesiones, poder oprimir a otro, les ayudaría a
recomponer todo eso, su ego en suma. La población polaca “gentil” de
estas zonas en todo caso preferían los nazis a los rusos, por su ideología
burguesa conservadora, su apego a la pequeña propiedad, el miedo a la
represión y deportaciones estalinista y porque compartían el antijudaísmo
asesino; al menos hasta que los alemanes destruyeron sistemáticamente la
élite cultural y política de la sociedad polaca, empobreciendo aun más el
país. Los polacos sufrieron deportaciones y traslados a Alemania como
trabajadores forzados. La crueldad y maltrato alemán era mayor que el
ruso, pero con los alemanes, a diferencia de con los rusos, pudieron dar
rienda suelta a su antijudaísmo. Eso tenían en común y con los rusos, en
su mayoría, nada. Aun así, los alemanes testigos de la matanza de
Jedwabne, aunque estaban complacidos por el entusiasta antijudaísmo
polaco, consideraron que se habían excedido un tanto. Previamente
llegaron a proponer a los polacos que preservasen algunas vidas judías
por conveniencias de intendencia a lo que aquellos se negaron
comprometiéndose a abastecer a los alemanes de todo lo que precisasen.
De hecho, los judíos que se salvaron ese día estaban casualmente en la
gendarmería alemana haciendo algún trabajo o gestión.
Por mucho que sepamos de la situación y nos ayude a entender,
incluso en el mejor de los casos a considerar como atenuante, hay algo
básico que no tiene excusa. Los asesinos de esta población sí que eran
representativos de la misma, no la selección de los psicópatas y
criminales del país o de la región. Toda su moralidad cristiana era una
fina capa quebradiza a la presión justa. Su fragilidad era mayor cuando la
autoridad moral (la Iglesia católica) era ferviente antijudía y, de hecho,
con sus prédicas alentaba los pogromos que muchas veces tenían lugar
tras una homilía del cura sobre la culpabilidad judía por la muerte de
Jesucristo. Esa es la realidad de la moralidad cuando se asienta en la
identidad egoica, su separación y doble dinámica de pertenencia (ser
parte y apropiarse). La conciencia de lo que está bien y mal se corrompe
frente a los intereses del ego de autoafirmación a costa de prójimo. ¿Es
esto a fin de cuentas otro modo de excusar?. No, de comprender, pero sin
exculpar por la responsabilidad. Si sabes que está mal, que es el mayor
daño que se puede causar e irreparable aunque lo reconsiderases más
adelante, no lo hagas aunque te sientas inclinado o no comprendas bien
en ese momento de excitación por qué no debes, menos aun tratándose de
seres, como los niños, sobre los que nunca recae ninguna responsabilidad
por las de los adultos y menos con la muerte por castigo.
Desgraciadamente nos hemos quedado sin saber por qué una familia
polaca se arriesgó a todo por proteger, escondiéndolos de sus propios
vecinos, a unos judíos. Ellos al parecer no lo manifestaron y tampoco era
de interés para los cínicos funcionarios estalinistas que llevaron adelante
el proceso contra algunos de los asesinos. En ningún momento se dice
que tuviesen previamente una relación de amistad, al menos tan íntima
como para explicar que les afectase más que a cualquiera de los otros
vecinos que también los conocían. Si no era el caso que dejarlos morir
sería como hacérselo a un pariente próximo, la motivación debió ser el
humanitarismo, la compasión por empatía y simpatía, basada en la regla
de oro de que todos somos humanos y no desees a otro lo que crees
injusto para ti y los tuyos (los niños sobre todo), tal vez reforzado por un
cristianismo menos cargado de antijudaísmo.
¿Eran peores los polacos que los alemanes?. Entre los alemanes se
produjo la selección o autopromoción por voluntariado de los psicópatas
o individuos del más bajo nivel moral que estaban permanentemente
adscritos a una organización para el asesinato. Entre los polacos había
también sin duda psicópatas y personas con un nivel moral ínfimo
seguramente sobre todo entre los que llegaron de otros pueblos y ya
habían participado en los pogromos de la región. Serían los pogromistas
vocacionales que de haber sido alemanes se habrían alistado con los nazis
o trabajado como guardianes en los campos de concentración. Entre la
inmensa mayoría de los polacos nos encontramos con personas que no
hacen del antijudaísmo un factor importante en su vida emocional (sí los
crueles), sino que ocasionalmente estallan en pogromos. Esto ocurre
cuando buscan un “chivo expiatorio” para sus ansiedades, problemas de
identidad y seguridad. La persecución y matanza del otro, ayuda a definir
el “yo”, el “nosotros”, da sensación de fuerza, vida, poder, alejando la de
amenaza. Y en Junio de 1941 nos encontramos en una Polonia vencida en
la guerra contra Alemania, repartida entre rusos y alemanes, pasando de
manos de unos a otros, siempre padeciendo y embruteciéndose todos con
el ambiente de violencia, odio, devaluación de la vida, con un
sentimiento nacional humillado, una identidad nacional desgarrada y que
busca desesperadamente alguien sobre quien descargar toda su ira,
frustración y que a la vez sirva para recomponer su identidad aunque sea
definiéndose contra el “otro”. Si los polacos “gentiles” han sido
machacados, ahora pueden machacar a alguien y a la vez granjearse la
aprobación de quienes tanto les desprecian, los nazis, los vencedores. Si
viven bajo el temor de alemanes y rusos, ellos también pueden infundir
temor a otros, los judíos. Si no pueden librarse de la amenaza de
alemanes y rusos sí al menos de la que los judíos suponen para su
identidad (polaca y católica) y seguridad (judíos sangrando niños
cristianos para el pan ázimo). Si pierden sus bienes en la guerra y las
expropiaciones de unos y otros, también pueden apropiarse de los enseres
y viviendas de los pobres judíos. Cuando cambien las condiciones para
los judíos con el Estado de Israel ellos también harán allí algunas cosas
parecidas (salvo el exterminio) con los residentes palestinos.
También había circunstancias específicas en Alemania que ayudan a
entender por qué en ese país se dio un antijudaísmo tan feroz.
En la historia de lo que con el tiempo fue Alemania apenas existen
experiencias democráticas y menos exitosas. Los poderes son muy
autoritarios y militaristas (Prusia). Se da un retraso en la construcción
nacional y del estado unificado, acompañando a un desarrollo del
capitalismo un tanto tardío pero muy acelerado, que provoca grandes
cambios e inestabilidad en la base de la sociedad a la vez que se
mantienen estructuras de poder muy conservadoras, en particular
agrarias, con una permanente e importante presencia judía que sabe
promocionarse, sobrerrepresentada entre la pequeña burguesía, burguesía
e incluso el gran capital. Todo ello crea una cierta ansiedad, inquietud en
cuanto a la identidad alemana, resentimientos. Con la derrota en la Iª
Guerra Mundial, los gravísimos problemas económicos y sociales de la
posguerra y también nacionales, aumenta la ansiedad, sobre todo en la
pequeña burguesía, y el antijudaísmo como expresión y salida de toda esa
tensión. Durante todo este trayecto el antijudaísmo de raíz cristiana ha
tenido una transformación hacia el antijudaísmo racial; el Mal ya no es el
judaísmo, sino el judío biológico, la herencia, la “sangre” judía,
independientemente de su religión, nacionalidad, costumbres, etc que en
ningún caso pueden redimirle de su perversión intrínseca. En la cultura
alemana es muy marcada la autoridad paterna desde la más temprana
infancia, fomentando la personalidad autoritaria. Ésta no es
necesariamente sumisa ante cualquier figura de autoridad. Se identifica
con la figura autoritaria, por ello y por el resentimiento hacia ella,
necesita dominar y descargarse en otros. Pueden rebelarse ante la
autoridad considerada débil para reclamar una fuerte que permita ejercer
el dominio buscado sobre otros. Si se sienten inseguras y ansiosas, más
capaces son de rebelarse contra la autoridad para imponer otra más fuerte.
Así esas personas rechazaban la República de Weimar y eran favorables a
la implantación de un régimen antidemocrático, y los más inclinados a la
psicopatía, violento y cruel. Ese movimiento será fácilmente encabezado
por los psicópatas nazis pues reunían en sí dos “cualidades”: por su afán
de dominio y crueldad resultan marcadamente autoritarios, pero por su
falta de respeto a las normas, escrúpulos, humanidad, muy aptos para
rebelarse contra la autoridad que no sea la de sus compinches y “capos”.
La personalidad autoritaria se inclina hacia un pensamiento también
autoritario en el sentido de dogmático, cerrado, prejuicioso, consistente
en alguna “idea fuerza” con “cuatro verdades” simples, maniqueo
(buenos nosotros / malos ellos), señalando con claridad al culpable y
“chivo expiatorio” contra quienes volcar toda la agresividad, sometido a
la “sabiduría” de otro, el líder más o menos infalible (Führer). Hitler supo
aprovechar este terreno abonado con su arte oratoria, su capacidad, como
personalidad autoritaria y psicopática, para conectar con estos semejantes
y encauzar su destructividad a favor de la dictadura del gran capital
imperialista y sus ansias personales de sangre.
La personalidad autoritaria, al ser contraria a la disidencia, busca la
homogeneidad y por eso se vuelve intolerante ante la diferencia; el judío
en parte lo es y son muchos los judíos defensores de un pensamiento
disidente y antiautoritario. La diferencia se vive como un potencial
insolente cuestionamiento de la propia identidad y “verdad”, únicas
posibles como superiores. Hitler se apoya aquí para movilizar esa actitud
frente al socialismo, comunismo y la población judía. (Sobre la
personalidad autoritaria, a falta de publicarse en español el libro de
Adorno, además de lo que enseñan los manuales universitarios de
psicología social, la breve obra de J. Bautista Martín Caballero
“Autoritarismo. Psicología del encadenamiento”, Iralka -Irún
(Guipuzcoa)- 1997; atacando también el estalinismo, desde un enfoque
reichiano “Lo irracional en política” de Maurice Brinton, editorial
Aguilera 1977; “Cómo hacer de tu hijo un fascista” de Victoria Palant,
Altanela 1978)
Luego está el factor de la lucha social, ideológica, política, en la que
hay debilidades y fuerzas, aciertos y errores, victorias y, definitivamente,
derrotas. Frente a los nazis y la derecha nacionalista apoyados por el gran
capital y los militares, los socialdemócratas, comunistas y otros alemanes,
fracasaron a la hora de impedir el ascenso de toda esa corriente autoritaria
y asesina, cuando no eran más o menos partícipes de ella o no le hicieron,
de un modo u otro, el juego (una investigación poco conocida sobre el
período, en el libro “Nazismo y clase obrera (1933-1993)”, de S.
Bolonga, Akal 1999).
En el libro de Saul Fiedländer “¿Por qué el Holocausto. Historia de
una psicosis colectiva” (edición original 1971), Gedisa 2004, se expone
la historia del antijudaísmo en Alemania, los factores sociales, políticos y
psicosociales. En cuanto a la interpretación psicológica, aunque no soy
un experto, creo que el libro -tal vez por la fecha de redacción- descuida
la presencia de la psicopatía integrada en la explicación del nazismo, en
particular de sus líderes y de los ejecutores de las matanzas. Lo que más
ayuda a identificar a los criminales nazis con la psicopatía, aparte la
violencia, es decir, la falta de empatía, la asocia abusivamente con la
personalidad esquizoide (página 187). En “Introducción a la
psicopatología y la psiquiatría” dirigido por Julio Vallejo Ruiloba, Salvat
editores, 1986, página 687, se incluye en la afectividad de los psicópatas
la variable de la afectividad fría de tipo esquizoide, por lo que no se
necesita recurrir a la personalidad esquizoide. La personalidad de los
ejecutores encaja mucho más en lo que se entiende como psicópatas
integrados socialmente que con la personalidad esquizoide (próxima a la
esquizofrenia y a la llamada personalidad límite o fronteriza) en cuya
descripción (página 697) no puedo reconocer a los SS. Tengo la
impresión de que el concepto de psicópata integrado es objeto de
resistencias por los sectores más conservadores de la psiquiatría, aquellos
que, por prejuicios clasistas, siempre han preferido utilizar los criterios
sociales dominantes a la hora de clasificar a los elementos antisociales y
psicópatas. Recuérdese qué criterios usaba la gran autoridad psiquiátrica
del franquismo de la victoria, Antonio Vallejo Nájera, para calificar,
entre otras lindezas, de psicópatas, a los republicanos de izquierda y los
marxistas derrotados en la guerra civil y justificar el trato dispensado
también a sus compañeras encarceladas y sus hijos de quienes se las
separaba para someterlos al “cuidado” de las instituciones franquistas
(documental en TVE2, de memoria; información extensa en “El miedo en
la posguerra” del psiquiatra Enrique González Duro, Oberon 2003). Bajo
la apariencia de ciencia psiquiátrica sólo había prejuicios y odios de
clase, de tanto valor científico como el racismo nazi con todo su aparato
conceptual y antropométrico; meros artefactos ideológicos seudocientíficos. Antonio Vallejo Nájera y el psiquiatra Radovan Karadzic líder nacionalista servio en Bosnia acusado de crímenes de guerra en los
años 90-, demuestran que la titulación psiquiátrica no es garantía de
objetividad ni humanidad.
El reconocimiento de la psicopatía integrada apuntaría a muchos
miembros de la clase dominante, dirigentes empresariales, militares,
políticos... y por eso se prefiere limitar la psicopatía a otros casos más
escandalosamente antisociales según la legalidad vigente como los
asesinos en serie y otros delincuentes. Lo fundamental no es cuestión de
nombres y etiquetas, sino el reconocimiento del daño y peligrosidad de
determinado tipo humano con un claro déficit de interés compasivo por el
prójimo, tan presente en las esferas de poder. ¿Acaso no son más
antisociales los políticos o militares -y los empresarios que les impulsanque juegan con el armamento nuclear, provocan guerras y demuestran tan
poca empatía y escrúpulos de conciencia como muchos delincuentes
psicópatas?. La diferencia está en que a unos les ampara la ley y a otros
no. Por eso, con mis limitados conocimientos de psiquiatría y autores,
creo que la línea que sigue el español Vicente Garrido al considerar la
psicopatía integrada es en este sentido muy prometedora y socialmente
correcta. Este comentario crítico al libro de Saul Fiedländer no reduce
interés a su muy instructiva obra cuya lectura recomiendo por su
brevedad y fácil comprensión. Su limitación creo que se debe a sus
presupuestos psicoanalíticos, pues esta corriente no ha tenido nunca su
fuerte en la temática de los psicópatas.
En el psicópata integrado nazi el yo grandioso se identifica no con
cualquier líder en quien descansar el ideal del yo, sino en otro super
psicópata engreído, “iluminado”, en quien reconoce el ideal de su yo.
Este jefe les permitirá, si obtiene poder social, dar suelta a su psicopatía
sin dejar de ser personas socialmente integradas pues actuarían,
obedeciéndole, con el amparo de la ley. En Hitler encontraban la
respuesta a sus angustias de clase pequeño burguesa, pero se
identificaban con él sobre todo por su política violenta -ya antes de tomar
el poder- a diferencia de la identificación con el líder propia de una secta
religiosa no violenta a la cual no se sienten atraídos por lo general los
psicópatas aunque tal vez lo sea su líder. Para quienes carecen de
auténtica conciencia moral y pueden descarriarse socialmente (acabando
en la cárcel) perdiendo su integración social, el Führer hace las veces de
un remedo de conciencia. Al dejarse guiar por él van en la vía segura de
seguir integrando sus impulsos sociópatas en un marco aparentemente
legal como fue el régimen nazi. El psicópata además ahora se cree
obediente a unas normas superiores a él, un “verdadero” código, si no
moral, sí de honor, patriótico, y por tanto con mejor imagen de sí, como
persona socialmente integrada y altamente valiosa, no un elemento
antisocial como esos judíos, bolcheviques, delincuentes, etc a quienes
conduce a los campos de concentración. Como los impulsos autoritarios y
asesinos se ven refrendados por Hitler, éste se convierte en su seguro,
avalado con la autoridad de la violencia y del poder del Estado. Por eso al
psicópata le conviene considerar su autoridad como incuestionable, como
un “imperativo moral” pues así se da permiso social a sí mismo. El
psicópata sigue sin asumir su propia responsabilidad moral pero ahora
puede depositarla, fuera de sí, en el Führer. De este modo, llegado el
caso, ante sí, alegará que se limitaba a seguir no los dictados de su
conciencia, sino los de Hitler, quien sería por tanto el verdadero y único
responsable. Si el yo grandioso del psicópata no admite críticas que lo
cuestionen, los psicópatas integrados proyectan esto en quien se ven
representados, reconocidos, Hitler, y entonces sobre él no se admiten
críticas, atribuyendo su voluntad a la representación de la voluntad más
elevada e incuestionable del Universo, la Providencia. En realidad, por
intermedio de Hitler, es el yo grandioso de cada psicópata el que no
admite ser cuestionado y criticado, pues su obediencia a Hitler depende
de que satisfaga sus necesidades psicopáticas. Por eso, cuando quieren
más o no temen ser castigados, desobedecen en su provecho. Es en este
marco psicológico como debe entenderse que la desobediencia a Hitler
fuese para la mayoría de ellos inconcebible, incluso cuando la derrota era
evidente y que les costase tanto admitirlo al cuestionar su fantasía de
omnipotencia. La obediencia a Hitler también es funcional dada la
inconsistencia teórica del nazismo que no daba juego para muchas
reflexiones críticas sin hundirlo, aunque la reflexión teórica no era lo que
más interesaba a sus seguidores.
En los incondicionales del nazismo, más que una inversión de los
valores como consecuencia de seguir a Hitler, lo que hay es un
seguimiento a Hitler por una inversión previa de los valores, o mejor, por
una ausencia de auténticos valores humanos, en los psicópatas integrados.
Que la obediencia a Hitler dependía de todo esto lo demostraría el hecho
de que si Hitler, es un suponer, recuperase su cordura y compasión,
aunque mantuviese sus rasgos básicos autoritarios, pregonando
determinadas reformas populares, pero abandonado el antijudaísmo
marginador, todas las pretensiones expansionistas alemanas y la violencia
de los SA y SS, habría perdido a esos seguidores, a pesar de todas sus
habilidades oratorias y “carisma”. Un indicio lo tenemos en el hecho
comentado anteriormente de cómo los ejecutores trasladaron a los presos
en las “marchas de la muerte” matando judíos contraviniendo las órdenes
de su jefe Himmler, el brazo derecho de Hitler, pues ya no satisfacía sus
necesidades psicopáticas asesinas. Dado que eran psicópatas integrados
no hicieron lo mismo con las presas alemanas arias, pues contradeciría la
imagen que tenían de su “yo” como alemanes arios patriotas,
“considerados” con otros arios y porque por ellas era más probable que
les pidiesen cuentas los demás alemanes, Himmler u otras autoridades. La
grandiosidad del yo psicopático y su tendencia a sentirse invulnerable, les
animaba a desobedecer a Himmler y seguir sometiendo y eliminando a la
despreciable casta de los “intocables” europeos, los judíos.
El antijudaísmo nazi, sobre todo en sus líderes, no estaba interesado
en el judío como “chivo expiatorio” del que echar mano cuando
conviniese, pues eso significaba preservarlo para poder usarlo en
repetidos pogromos. Los más fanáticos de entre los nazis, en particular
Hitler, deseaban el exterminio de los judíos. La meta exterminadora es
una indicación más de la psicopatía pues ésta tiene poco interés en la
problemática de la culpa; no son precisamente los escrúpulos y problemas
de conciencia lo que le atormenta. El “chivo expiatorio” sirve para
desplazar sobre él sentimientos de culpa y con su sacrificio liberarse de
las ansiedades o para culparlo por los males que acaecen y descargar
sobre él la ira (cabeza de turco). El psicópata culpa para alejar de sí
cualquier responsabilidad y sobre todo como pretexto, no para liberarse
de un sentimiento de culpa o por la necesidad de encontrar culpables. El
psicópata no tiene como meta culpabilizar o encontrar culpables, aunque
se sirva de ello para ganar apoyo entre quienes sí que lo necesitan, sino
evitar que le culpen a él y procurarse víctimas sin riesgo en la lucha,
fáciles de aislar y contra las que pueda ganarse la complicidad o al menos
la indiferencia de los demás. No trata de descargar su culpabilidad o sólo
liberarse de la ansiedad, sino volcar su destructividad. Por tanto, si
hubiesen tenido éxito eliminando a todos los judíos, el antijudaísmo
habría desaparecido, pero de seguir esos psicópatas en el poder, habrían
tenido que buscarse otras víctimas. Tal vez lo habrían hecho entre los
cristianos en la medida en que defendían los valores de la compasión. Ya
había tensiones entre ellos sobre si atacar y cuándo a los cristianos, sobre
todo desde que se opusieron a la campaña de eutanasia, pero la necesidad
de su apoyo lo desaconsejaba. Una confirmación de esta reflexión del
judío como víctima propicia para el psicópata nos la da el mismo Hitler
en las declaraciones recogidas en la página 68 del libro de Rhodes “Amos
de la muerte. Los SS Einsatzgruppen y el origen del Holocausto”.
Cierto que también puede acompañarle a la psicopatía una tendencia
paranoide pero sobre todo como racionalización del sentimiento de
amenaza a su grandiosidad. En este sentido debería entenderse el posible
miedo que sentiría Hitler a su posible ascendencia judía no reconocida
legalmente y la reacción de odio a los judíos para no identificarse con
ellos en una sociedad con grandes prejuicios antijudíos y por las
características “inmorales” de esa ascendencia, aunque éste punto no está
confirmado históricamente. El psicópata puede aceptar una teoría
paranoide conspirativa como explicación, pero ello no dependerá tanto de
la consistencia de esa teoría como de la conveniencia para él de la misma.
Para justificarse ante los demás debe atribuir credibilidad a las más
absurdas y disparatadas teorías sobre la conspiración mundial judía que
ya entonces no resistían el mínimo análisis serio. Los deseos genocidas
debían justificarse con las acusaciones más monstruosas como si los
judíos fuesen prácticamente unos alienígenas. Por eso, en sus discursos,
no los incluían entre las razas humanas inferiores, sino entre los parásitos
y las bacterias. Esta deshumanización del enemigo autoriza a
exterminarlo. Quienes conspiran al asesinato, buscan convertir el mundo
en su matadero particular y debilitar así a la Humanidad, acusan a sus
víctimas de conspiradores, instigadores de las guerras y debilitadores de
la Humanidad.
Es importante descubrir la psicopatía en los nazis y el Holocausto
pues de lo contrario fácilmente podemos caer en el escepticismo hacia la
humanidad de la Humanidad. Es importante comprender la relación de
ausencia de compasión con la psicopatía para percatarnos de que
cualquier ideología que relegue la compasión no es fruto de la Razón,
sino una simple razón instrumental (manejar objetos o como objetos) y
una racionalización (justificación) que no responde a lo que de
humanidad deber haber en un ser humano para serlo plenamente. El
Holocausto no significa el fracaso del humanismo sin más, sino el fracaso
del humanismo que potenciaba la ilusión del “yo”, el humanismo
generado por la burguesía naciente que se asienta en lo que hoy llamamos
“autoestima” y tiene su “reverso oscuro” en la autoestima del yo
grandioso del psicópata que niega la dignidad del prójimo por una
seudoHumanidad. Por eso los nazis creían que si privaban a un ser
humano de aquello con lo que se identificaba al considerar que era su
“yo” y en lo que se sustentaba su autoestima básica (número en lugar del
nombre, el alemán en lugar de la propia lengua, el traje a rayas en lugar
del personal, el corte de pelo en lugar de sus peinados, una paliza al
cruzarse con el SS en lugar del saludo cortés, etc) eliminarían su valor
como ser humano y por tanto les resultaría más clara la legitimidad para
tratarlos como animales de carga o piojos o ambas cosas en orden
sucesivo. Y es cierto que tenían más posibilidades de hundirse quienes
más dependían de eso para su autoestima y menos quienes se
identificaban con algo que el campo no puede alterar, como un ideal
político (comunistas sobre todo) o religioso (testigos de Jehová). Ni
siquiera valía la identidad como trabajador pues el trabajo en los campos
se regía muchas veces por criterios tan antieconómicos y normas
absurdas que impedían reconocer en ese trabajo una fuente de
dignificación y de conciencia de clase (“¿Qué humanismo después de
Auschwitz?” de Sébastien Bauer, en “Pensar después de Auschwitz” de
Ferran Gallego -editor- Ediciones El Viejo Topo 2004). El objetivo en
esos casos era someter toda actividad y tiempo del preso, agotar sus
energías hasta la muerte. Rebajando de esta manera a otros seres
humanos, comparándose con su deterioro físico y moral, les resultaba
más fácil sentirse superiores.
En los campos de concentración el psicópata nazi impone un modo
de existencia que busca la degradación moral de los internos,
empujándolos al darwinismo social, rompiendo la solidaridad, que cada
uno busque su supervivencia como pueda sin poder acogerse siquiera a
unas reglamentaciones, absurdas e imposibles de cumplir, y cuya
principal función es la de probar su indefensión y dar pie a la
arbitrariedad de los guardianes. Ya no hay civilización ni civilidad, sino
la arbitrariedad del más fuerte (SS), -en realidad, del más violento y quien
disfruta del monopolio de las armas- y el “sálvese quien pueda” o más
bien “mientras pueda”.
Esto es el ideal de vida social del psicópata, un infierno en el que
ellos son los demonios. Ni aun así pueden acabar con la dignidad de sus
víctimas pues si éstas logran sobrevivir, recuperarán su comportamiento
moral en unas condiciones sociales con unas “reglas del juego” más
humanas, no las impuestas artificialmente y por el terror por los
psicópatas Ya no será lo que parecía en el campo, pues nunca lo fue. Sin
embargo, el psicópata, en su fuero interno, aunque ya no pueda parecer el
del campo, seguirá siendo el mismo, pues allí fue donde se reveló su
condición por libre elección o aceptación. Por eso ni siquiera se
arrepiente y el superviviente puede llegar a suicidarse atormentado por la
culpa de haber sobrevivido, tal vez colaborando, por fuerza mayor, con
los asesinos (judíos encargados de los hornos crematorios, etc).
¿Cómo superar toda esta inhumanidad?. Hay cuatro grandes líneas
estrechamente entrelazadas:
- Prevención y control de la psicopatía, de la personalidad
autoritaria, de la frialdad y dureza emocionales. Investigación y
aplicación de los procesos de psicología social para fomentar el apoyo
mutuo y el altruismo. Especial atención al desarrollo moral de los
individuos en la línea de lo establecido en la nota 12.(*).
- Modificación de las estructuras sociales, económicas, políticas de
modo que, en ausencia de explotación y de violencia para asegurarla, y
evitando en todo lo posible la generación de situaciones ansiosas
provocadoras de agresividad, no se promocionen los psicópatas, ni
siquiera para el “trabajo sucio”.
- Creación de marcos de convivencia que superen los límites
nacionales y étnicos, alentando la exogamia, los matrimonios mixtos, el
cruce cultural, favoreciendo el sentido de comunidad humana por encima
de la pertenencia local, nacional, racial, religiosa, etc, para que tampoco
haya minorías tan diferenciadas y marcadas por la marginalidad que
faciliten su conversión en cabeza de turco de las tensiones sociales.
Eliminar obstáculos a los matrimonios mixtos no quiere decir que
necesariamente debamos ir a un mestizaje universal que ni siquiera
podría ser homogéneo o no sigan existiendo las razas que hoy
conocemos, pues permanecerán las naturales preferencias y atractivos
selectivos.
- Superación o reducción de la identidad del ego con sus
pertenencias e identificaciones, con su dinámica de separación, creación
del Otro, propiciando la codicia, el miedo, la hostilidad, el odio, el
racismo, etc, la violencia.
* página 153 y parte III de “Contra la violencia” de Vicente Garrido,
Algar editorial 2002; Theodor W. Adorno “Educación para la
emancipación” ediciones Morata 1998; revista “Mente y Cerebro” asociada a “Investigación y Ciencia”- nº 20 de septiembre/octubre 2006,
artículo “Las claves del altruismo” de Nicolas Guéguen; misma revista nº
22 enero/febrero 2007, artículo “El cerebro agresivo” de varios autores y
“Prevención contra la violencia” (en la infancia) de Johanna Senghass.
La negación por los neonazis de la realidad del Holocausto, es la
misma actitud de los nazis cuando procuraban ocultarlo, una
reivindicación implícita del mismo y la declaración, por tanto, de que
volverían a utilizar métodos similares para acabar con sus enemigos. Sólo
es correcta y prometedora la actitud de reconocer su existencia,
rechazarlo y negarse al uso de esos métodos o similares. La garantía de
no repetirlo sólo puede venir de su comprensión hasta la raíz.
A pesar de lo mucho publicado y debatido -sobre todo entre
especialistas y gente culta-, películas, documentales, todavía hoy no se
puede decir que se haya dado un auténtico debate público de masas e
internacional sobre el Holocausto. Esta civilización y el ego que han
provocado gigantescas matanzas desde el colonialismo y la Iª Guerra
Mundial, ha sido incapaz de detenerse a reflexionar y debatir por todos
los medios disponibles a fin de encontrar las causas y superarlas. No, se
prefiere “tirar palante”, sin darle “demasiadas vueltas” hasta la siguiente
hecatombe, procurando en tanto olvidar y si no, acumular resentimiento.
Eso sí, para evadirnos de nuestra realidad social y como especie y echar
más “leña al fuego”, se organizan y destinan recursos enormes a las
fiestas patronales, campeonatos del mundo de fútbol, exposiciones
internacionales, olimpiadas, publicidad, periodismo de cotilleo, películas
alentadoras de la violencia, propaganda política intoxicadora,
investigación para la guerra y armamento... Y no será por falta de
Universidades, prensa, radio, cine, televisión... Millones y millones de
personas somos capaces de rumiar nuestros pequeños o grandes
problemas personales, pero miramos las cuestiones clave en las que nos
jugamos la suerte de la especie y de cada uno de nosotros, como vacas
pasando el tren. Una especie con semejante dificultad para el análisis
autocrítico de sus propias eliminaciones está condenada a repetirlas
incluso hasta el propio exterminio y por supuesto, el de otras. Una
inteligencia extraterrestre más sensata, asombrada, nos vería como
especie candidata al suicidio. En Yugoslavia, durante la IIª Guerra
Mundial, el Estado croata (ustacha) pro nazi y apoyado por el Vaticano,
participó en la organización del Holocausto de los judíos, pero también
de serbios y musulmanes yugoslavos, además de los croatas opositores.
Como carecían de gas para el asesinato, recurrían a medios más
rudimentarios, como la decapitación con sierra y otras salvajadas propias
de auténticos psicópatas y sádicos. Como jamás se llegó a la raíz del
problema, en los años 90, aunque sin alcanzar aquellos extremos, volvió
la matanza de la “limpieza étnica”.
La reflexión y el debate público de masas es una tarea pendiente
para asegurar nuestra supervivencia. Una responsabilidad en especial de
todos los políticos y personas cultas. Una sociedad capaz de salir de esta
espiral de destrucción y estupidez organizada, será la que considere este
tipo de cuestiones como más importantes que unos días de trabajo, los
festejos, el día de la votación en las elecciones, como la prioridad que se
da al tratamiento de una enfermedad muy grave con potencial de
pandemia, pues sin resolverlas, todo lo demás estará en peligro o sólo
servirá para aumentarlo. Una actitud diferente no se aleja de la evasión
con las drogas más autodestructivas.
Por eso hay que rechazar con rotundidad todas las posturas
partidarias de reducir el Holocausto a un asunto judío, eslavo, o de
cualquier manera nacional; la pretensión de olvidar, “dejar atrás el pasado
y mirar el futuro”, conmemorarlo para mejor “pasar página”, lamentarlo
pero sin analizarlo de verdad o celebrar la victoria en ese momento sobre
el mal, pero sin entender que no fue arrancado de raíz y se perpetúa, de
una u otra manera, también en los vencedores, como ya lo demostró al
poco tiempo el lanzamiento de dos bombas (dos) atómicas por los EEUU.
(los efectos de la primera no les llevó a renunciar a su uso, sino al
contrario, a reincidir criminalmente). Hay muchos modos involuntarios
de hacer el juego a quienes niegan el genocidio. Tampoco se resuelve la
cuestión provocando culpabilidad colectiva. Si se culpabiliza pero no se
aclara el fondo del problema, éste no se resuelve. El culpabilizado, al
final, harto de la carga, deseará sacudírsela y eso puede dar lugar a
agresividad sobre todo si comprueba que los culpabilizadores no son
tampoco un ejemplo de moralidad. Esto es lo que acabará ocurriendo con
el Estado de Israel y el abuso que hace del Holocausto para darse
“patente de corso” con los palestinos y vecinos. (sobre la memoria y
balance histórico y el negacionismo, el libro de Pier Paolo Poggio
“Nacismo y revisionismo histórico”, Akal 2006).
Yo al menos pienso aclararme lo mejor que pueda sobre estos
asuntos y estimular a otros para que también lo hagan. Lo contrario sería
pasar por esta vida (mi única existencia) como un inconsciente,
traicionando lo mejor de mi condición humana; y no tengo vocación de
ignorante voluntario ni de justificador servil o aprovechado del mal y la
estupidez. En estas actitudes radica la mayor diferencia entre las personas
y lo que permitirá o no superar lo que como especie nos viene haciendo
desgraciados desde nuestro surgimiento. Esto también forma parte del
proceso de Despertar.
Que después de medio siglo no se haya publicado en español (no
digo sólo editado o difundido en España) el estudio de Adorno y otros
“La personalidad autoritaria”, es sencillamente alucinante. Se publican
cada año miles de libros de ficción o no, de un interés
incomparablemente inferior cuando no ínfimo o de valor negativo.
¿Dónde está el impedimento? ¿Derechos de autor, problemas con la
propiedad intelectual como ocurre a veces con excelentes películas que
no pueden volver a visionarse?. ¿Qué racionalidad tiene poner por
delante la propiedad personal sobre el interés social?.
A todos los codiciosos, presuntuosos, arrogantes, jactanciosos,
prepotentes, hipócritas, tramposos, ignorantes letrados, embaucadores y
violentos justificadores de esta civilización habría que pedirles cuentas
cuando su ego y su Máquina, su “ciencia” económica, sus jueguecitos
geoestratégicos y desprecio por el planeta, nos lleve a la M. Pero
desgraciadamente se librarán de rendirlas incluso en el infierno pues no
habrá nadie para exigírselas. Ni siquiera serán ni los primeros ni quienes
más sufran las consecuencias. Por eso debemos sacudirnos el respeto al
orden, la ley, la autoridad, sus códigos morales y de “honor”, el “saber” y
la civilización que nos imbuyen a diario cuando significan respeto a la
venda en los ojos y las cadenas que nos atan y arrastrarán al abismo con
esta civilización agotada en su potencial creativo y progresista, ya en el
carril de la degradación autodestructiva. Debemos gritar que el rey está
desnudo y es un pervertido que abusa de los súbditos. ¡Arriba la traición
a todos los valores e instituciones que traicionan la vida convirtiéndola en
la condena que padecemos a base de explotación, sumisión y mentiras!
(*) Esa traición es expresión de la lealtad y “patriotismo” humano. Frente
a la lealtad de los criminales y serviles ¿no debía un alemán traicionar a
su país por salvar a los judíos, otros pueblos y los propios alemanes de la
continuidad de la guerra?. Pues esa misma actitud es legítima para
muchas más situaciones. ¿O acaso podría alegar como un niño obediente
y asustado “no puedo faltar a mi juramento al Führer”?. Ni siquiera los
hechizos de las brujas eran irreversibles, menos unas simples palabras de
lealtad con las que se buscaba encadenar el entendimiento y la voluntad
del siervo. Y como los sortilegios, están destinadas a ser rotas. No puede
ser que nosotros respetemos todos esos valores y normas, mientras los
poderosos y sus psicópatas se conducen con las manos libres,
alterándolas en su beneficio, haciendo trampas, violándolas cuando dejan
de servirles (golpismo, legislación laboral...) y lo que es peor, sin respetar
la vida humana. Si en Alemania, por razones antropológicas culturales
(familia, etc) hubiese abundado menos el tipo caracterial autoritario y
más el que podíamos hallar por esas mismas fechas entre los proletarios y
campesinos de la España republicana, las cosas habrían sido diferentes y
a los nazis les habría resultado más difícil alcanzar y sostenerse en el
poder con la brutalidad con que lo hicieron. Cierto que, afortunadamente,
los españoles no tenían una minoría como la judía (injustamente
expulsada) a la cual martirizar como cabeza de turco y por envidia, por lo
que necesariamente apuntaron con más facilidad en la dirección que
debían, aunque muchas veces se equivocasen y excediesen (**). Incluso
los miembros de la División Azul enviados por Franco en apoyo de Hitler
en la lucha contra la URSS, sin ser precisamente anarquistas pero sin
desmerecer en el combate, destacaban por su informalidad (en el
uniforme, aseo, rituales, saludos...) frente al formalismo prusiano “cabeza
cuadrada” de los alemanes.
La cuestión de hasta qué punto deben acatarse las leyes se convertirá
en algo candente según se agrave el problema del calentamiento global y
sus consecuencias negativas, pues se vivirá una situación de emergencia,
con el tiempo en contra amenazando la supervivencia de nuestra especie,
por lo cual no es de recibo el argumento de tener que esperar a las
próximas elecciones, o someterse a unas “mayorías” que son minorías
(como en EEUU cuando hay un gran absentismo electoral y el dinero
elimina de entrada cualquier candidato de fuerzas trabajadoras). Cuando
tanto está en juego, habrá que dejar claros los términos del poder de
hecho, la capacidad de presión, la desobediencia civil, la presencia en la
calle, sin dejarse atrapar por los formalismos, legalismos, “cretinismos
parlamentarios” que incluso muchos de quienes los defendiesen acabarían
por lamentarlos y reprochar la sumisión a quienes tenían clara la
incorrección de las políticas que esas leyes protegían. Por eso, la
mentalidad autoritaria, tanto la que se somete, como la que pretende
someter, será un enemigo de nuestra supervivencia como nunca lo ha
sido. El criterio de la acción será defender la verdad, los intereses de la
Humanidad, la justicia y una actuación no destructiva con las personas y
condiciones de supervivencia, no si es legal o “democrático” pues menos
que nunca el hombre debe ser para la ley sino la ley para el hombre o
¡peor para ella!, ni las minorías que lo tienen claro, someterse a la
dictadura “democrática” de las mayorías (o no tanto) necias o mezquinas.
Aun en condiciones de “democracia”, antes que “atarse la manos” por
respecto a la ley, si hace falta deberá recurrirse a los métodos propios de
la clandestinidad. Legisladores, jueces y policías deberán hacerse a la
idea de que nunca más se les respetará porque lo manden ni por su cargo,
sino por qué manden y cómo se comporten. El nazi no tenía derecho a
escudarse tras la obediencia debida o porque de él dependiese una
familia. Durante la llamada Transición a la democracia y siguientes años,
cuando intervenía la policía “antidisturbios” contra legítimas protestas
obreras y populares, se les lanzaba calderilla y llamaba “¡mercenarios!”,
pues no tenían mayor legitimidad ni merecían mayor respeto, lo que
demostraron sobradamente en sus actuaciones, llegando hasta ¡saquear
levemente algunos comercios!(***) como castigo general a la población
y simbólico botín de lo que era para ellos, una guerra contra el pueblo.
Ninguna “ley de Nuremberg” ni el respeto al policía “de barrio” nos
conducirá a ningún convoy hasta el campo de exterminio o la extinción
por el calentamiento y demás barbaries de esta civilización. Hitler subió
al poder según las reglas de la democracia alemana y su Gestapo habría
hecho poco sin los delatores voluntarios. Antes que la obediencia está la
justicia. El servil, el pelotillero, el arrivista, el esquirol, el chivato y otros
personajillos que fomentan la injusticia y la opresión, traicionando a sus
iguales, serán juzgados con extrema severidad si queremos sobrevivir.
Una ética de la compasión, si no desea traicionarse y confundir su objeto,
debe demostrar firmeza con esos comportamientos rastreros, llegando al
castigo si es preciso para que el mensaje quede claro, se respete y no
produzcan víctimas, a la vez que generosidad con quienes rectifiquen de
verdad. Si se pone en peligro mi supervivencia me da lo mismo si la ley
la ha firmado Franco, el rey, el presidente de gobierno, un organismo de
la UE, de la ONU, a instancias del sindicato patronal (¡u “obrero”!), la
organización de comercio, banco mundial, la OTAN o quien fuere y los
votos que tenga o no detrás, aunque sea una mayoría aplastante. Haremos
todo lo posible para convertirla en papel mojado con la convicción de
que, si hay justicia, el juicio de la Historia nos dará la razón; y si hay
oportunidad, serán los responsables quienes acaben ante los tribunales y
no sus víctimas. La legítima defensa, la resistencia y la rebelión contra
los tiranos son ya viejas conquistas en nuestros valores que no deben
olvidarse. Tal vez debamos rescatar algo de la psicología de los
anarquistas.
* Los EEUU no llegaron a ser derrotados militarmente en Vietnam,
pero sí políticamente. La lucha en la retaguardia contra esa guerra
criminal fue determinante para la retirada de los EEUU. Fue, aunque no
se la ha llamado así, una buena “puñalada por la espalda” al imperialismo
asestada por sus sufridos ciudadanos que a la vez deseaban preservar la
vida de los soldados exigiendo su retorno a casa. Los mismos soldados,
sobre todo los veteranos, crearon también un movimiento de resistencia
que se reflejó en muchas publicaciones clandestinas. Sobre este particular
se emitió en TVE2 “La noche temática” con la cadena europea ARTE, un
extraordinario documental sacando a la luz esta faceta bastante
desconocida, cuyo título no recuerdo. En el libro “La otra historia de la
guerra de Vietnam” de Jonathan Neale, El viejo Topo 2003, se dedica un
capítulo a la revuelta de los soldados norteamericanos.
El israelí Mordegai Vanunu, por revelar al mundo en 1986 el secreto
del programa de armamento nuclear israelí (armas de destrucción masivas
no declaradas ni fiscalizadas internacionalmente), fue secuestrado en
Roma (1986) por agentes israelíes, juzgado en secreto violando sus más
elementales derechos, encarcelado en condiciones brutales y cuando que
se han visto obligados a ex-carcelarlo (2004), sometido a una libertad
vigilada y muy restringida. La lealtad a la Humanidad, a la paz mundial, a
la verdad y a la convivencia en Oriente próximo, le convirtieron en
“traidor al Estado”. Israel, con el apoyo de los EEUU, sigue sin
comprometerse con el Tratado de No Proliferación Nuclear y pasándose,
por donde siempre se los pasa, las condenas y requerimientos de las
Naciones Unidas. Vanunu, tratado por su Estado como un criminal de la
peor especie, es en realidad un héroe de nuestra especie y el Estado de
Israel, una amenaza para el mundo. Su página web:
www.serve.com/vanunu/. (información de prensa y del documental
emitido en mayo de 2003 por “Mundo Hoy” de ETB2 titulado “El
misterio Dimona” -el centro nuclear de Negev donde se construyen armas
nucleares está al sur de Dimona-). Israel cuenta con 150 a 200 cabezas
nucleares (revista “Ecologista” nº 50, invierno 2006/2007, artículo
“Proliferación nuclear: ultima ratio regis” de Francisco Castejón).
** En particular la persecución violenta de la Iglesia católica,
asesinando clérigos que no habían tomado las armas. La Iglesia,
tradicional aliada de los explotadores, incapaz de hacerse la menor
autocrítica, reaccionó bendiciendo la rebelión militar fascista como
cruzada, reafirmándose así en su papel antipopular, dando a los
sublevados el espaldarazo legitimador e ideológico que tanto necesitaban,
no teniendo empacho en acompañar a nazis y fascistas italianos (lo mejor
de la casa europea) junto con los musulmanes moros, aquellos contra
quienes se lanzó la cruzada medieval. Frente al laicismo, el ateísmo y el
movimiento obrero, cualquier alianza es buena incluidas las religiones
rivales y el neopaganismo.
*** En Rentería, población obrera y popular de Guipuzcoa, a raíz de
las muertes y protestas por las fiestas de San Fermín en Pamplona de julio
1978; fotografía de los saqueadores -escaparate de Pastelería Teo- en el
periódico Deia, revistas y libros de la época.
Si no queremos convertirnos, como especie, en los judíos de la
“solución final” de esta civilización y su Máquina, debemos ser capaces
de asestarla la “puñalada por la espalda” y por donde se tercie a fin de
liberarnos de ella y sobrevivir. Sólo así abandonaremos definitivamente
la mentalidad de Abraham dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac a la orden
de su dios (el mismo que luego sacrificó a su hijo humano que en el
último momento cayó en la cuenta de la trampa y exclamó “Dios mío
¿por qué me has desamparado?”) pues no habrá un dios que juegue con
nuestra lealtad y sustituya la ofrenda por un animal cuando la lealtad al
capital, el Estado y demás provoque el holocausto nuclear o alguna otra
monstruosidad acompañando al calentamiento global. Tampoco seremos
como aquel padre del chiste, a cuyo hijo, en su presencia, unos brutos
“bromistas” electrocutan con gran aparato de chispas y llamaradas y les
dice “Mabeis matao al hijo, pero ¡lo que nosemos riido...!”. No dejaremos
lugar ni al sacrificio servil ni a las risas del inconsciente o psicópata.
Despertar es también liberarse de todo este condicionamiento,
lavado de cerebro social.
Si hubiese una autoridad extraterrestre mejor, debiera ponernos en
cuarentena hasta cumplir esta tarea pendiente.
Ni siquiera el sionismo está interesado en sacar el balance necesario
del Holocausto. Denuncian el antijudaísmo y sacan la lección de que los
judíos deben disponer de un Estado y ser agresivos. Agitan el Holocausto
para darse carta blanca a la hora de cometer injusticias con otros pueblos
como los palestinos y libaneses y acusar de antijudíos a quienes les
critican por ello. Precisamente el problema de la identidad, de la
homogeneidad étnica de la nación, del poder del Estado y del
nacionalismo está en la raíz de la persecución a los judíos y ahora de la
persecución de los judíos a otros pueblos. Por tanto, los sionistas sólo
pueden sacar lecciones oportunistas del Holocausto, pues en el sionismo
también hay una raíz genocida con respecto a los palestinos, llegue o no a
dar fruto. Y esto no son simples palabras o temores. Los sionistas, por
medio de sus secuaces, ya han cometido matanzas como las de Shabra y
Shatila (la invasión al Líbano en 1982) y otros crímenes con anterioridad
para lograr el abandono por los palestinos de su territorio. Pero también,
como corresponde a todo Estado que se precie, contra su propio pueblo,
contribuyendo al Holocausto. ¡¿Qué?!. Sí, en su nacionalismo,
anteponiendo su interés en construir un Estado al de las personas,
torpedearon intentos de salvar a los judíos rescatándolos de las garras
nazis.(“Terrorismo: factor principal en la creación del Estado de Israel”
por B. Bishuti, 1973, editado por la Liga de los Estados Árabes;
“Politicidio. La guerra de Ariel Sharon contra los palestinos” Baruch
Kimmerling, Foca 2003; sobre sionismo y sabotaje al rescate del
Holocausto, páginas 323 y siguientes de “La amenaza interna. Historia de
la oposición judía al sionismo” en nombre de la Torá, Yakov M. Rabkin,
editorial Hiru, 2006).
El Estado israelí se justifica para dar seguridad a los judíos, pero en
ningún otro país del mundo corren tanto peligro como allí. Y con el
Estado de Israel tampoco hay seguridad para otros pueblos. Con el
pretexto de combatir un terrorismo menor, el Estado de Israel lanzó un
ataque terrorista mucho mayor en julio y agosto de 2006 contra el
Líbano. Dicho de paso, el estado libanés es también una demostración de
las limitaciones y altos riesgos de una comunidad organizada
políticamente en base a las diferentes confesiones religiosas en un
capitalismo en decadencia y cuando fuerzas exteriores están interesadas
en crear disensiones hasta la guerra civil.
La chulería del Estado de Israel y del sionismo en las comunidades
judías en otros países que lo apoyan, puede poner en peligro también a
esos judíos si anteponen injustamente su apoyo a Israel a la lealtad al país
del que son ciudadanos y llegan a perjudicarlo. Si el Estado de Israel,
asociado de hecho a los EEUU, arrastrase al mundo a un conflicto de
grandes dimensiones (poseen arsenal atómico y no se han adherido al
Tratado de No Proliferación Nuclear) los judíos del mundo podrían
convertirse en el perfecto “chivo expiatorio” y no les salvaría el poder
económico y político que pudiesen tener, ni siquiera en los EEUU, como
no les sirvió en Alemania y otros países. El resto de la burguesía
norteamericana no dudaría en “echarlos por la borda” o al menos
sacrificar a unos cuantos (como la desnazificación) si así consiguiese
salvarse ella. Hay una tradición “americana” antijudía (Ku Kus Klan, etc)
que llegado el caso y renovada, podría reavivarse frente al sionismo de la
“mayoría moral” que, ella misma, también podría participar en el giro
aduciendo alguna justificación religiosa que no falta en la tradición
cristiana. (sobre la posible reacción antijudía internacional, página 377 de
“La amenaza interna. Historia de la oposición judía al sionismo” en
nombre de la Torá, Yakov M. Rabkin, editorial Hiru, 2006; “El triángulo
fatal. Estados Unidos, Israel y Palestina” Noam Chomsky, Editorial
Popular, 2002; José Antonio Egido “El problema nacional judío.
Judaísmo versus sionismo” El Viejo Topo 2006; “FP. Foreign Policy.
Edición española” nº 16 agosto/septiembre 2006, tema “El poder del
“lobby israelí”” en los EEUU; “Claves de Razón Práctica” nº 161 abril
2006, Adam Shatz “La cuestión judía” (vista por un judío francés), idem
nº 163, junio 2006, Tony Judl “Israel: el país que se niega a madurar”;
“Vanguardia. Dossier” nº 16, abril /junio 2006, Israel).
El Estado de Israel parece una parábola hecha realidad sobre la
dinámica del ego. En busca de seguridad en una identidad y pertenencia,
encuentra y provoca la inseguridad para su vida y la de otros pueblos.
Pero el judaísmo como religión tampoco ofrece seguridad. Los judíos que
se identificaban con la religión vieron por ello debilitada su capacidad de
resistencia al Holocausto, llegando a entenderlo como parte de un castigo
divino por sus pecados. Y los judíos que se asimilaron, bien pudieron
morir por Alemania en la Iª Guerra Mundial o ser eliminados por los
nazis de su propio país por ser “racialmente” judío. Un mundo regido por
el ego, sus identidades y pertenencias, siempre será inseguro.
El problema de los judíos culturales no es someterse a Dios
(judaísmo religioso) o identificarse-someterse al Estado (israelí u otro),
sino que, viviendo como todos desde el ego, buscando su validación en
Dios, el Estado o sus logros personales (codicia, etc), siempre serán el
judío errante en busca de una identidad en la que asentarse, para acabar
encontrando inseguridad.
Considerarse el pueblo elegido por Dios, aunque sólo sea para dar
ejemplo con su fidelidad, pues pocos privilegios entraña (*), expresa el
deseo distintivo del ego, identidad y pertenencia especiales, que sólo
puede ser semilla de conflictos con otras identidades religiosas y otros
pueblos que para sí también desean de algún modo la preeminencia
(verdadera fe, raza superior, etc) y por tanto, generador de inseguridad.
* ¡menudo modo tiene de castigarles por su falta de devoción, según
el judaísmo religioso no sionista: destrucción del primer templo y
deportación a Babilonia con Nabucodonosor, destrucción del segundo
templo por los romanos y diáspora, Holocausto!. Jean Daniel reflexiona
en su libro “La prisión judía”, Tusquets, 2007, sobre la trampa en que se
ha convertido para los judíos su identidad comunitaria, el nacionalismo y
la religión, con la consiguiente degradación moral.
Superar el Holocausto y dejarlo definitivamente atrás como
posibilidad para la Humanidad, pasa por conocerlo a fondo,
comprenderlo hasta la raíz, asimilar sus lecciones y, en consecuencia,
transformar la sociedad y nuestras mentes.
Pero no podemos superar de verdad el Holocausto si dejamos en la
sombra otros genocidios. El Estado turco sigue sin reconocer el genocidio
armenio y, lo que es peor, castiga a quienes lo mencionan. Que a casi un
siglo del crimen estén así las cosas, es inadmisible. Aprovechando el
deseo turco de ingresar en la Unión Europea debe presionárseles a
reconocer el genocidio planteándolo como exigencia para su admisión en
la U.E. De lo contrario demostraremos que el genocidio no paga, ni
siquiera debe ser condenado y alentaremos aun más la impunidad, el
silencio, la mentira, ¡la persecución de quienes dicen la verdad! (*), en
suma, la corrupción de la conciencia moral y la fuerza de los psicópatas y
similares. La condena no garantiza que hechos así no vuelvan a
cometerse, pero la aprobación explícita o tácita o relegar al olvido sin
justicia, son el mejor modo de facilitar posteriores crímenes de Estado
pues legitiman en vez de aislar a los culpables y debilitarlos. La condena,
aunque insuficiente, es paso obligado para no repetir monstruosidades
semejantes.
* Artículo 301 del Código Penal, contra quien ofenda la “identidad
turca” utilizado contra Orhan Pamuk (Premio Nobel de Literatura 2006) y
muchos más por expresarse contra el genocidio de los armenios a
principios de siglo.
Con la sobredosis de sufrimiento que viene padeciendo la
Humanidad por el ego y más en concreto, por esta sociedad ¿no son
suficientes los millones de muertos, la miseria, la estupidez consumista,
la inconsciencia, los grandes engaños ideológicos y religiosos?. ¿Qué
más necesitamos para decidirnos a cambiar?. No es cuestión de que haya
más y peor de lo mismo para que abramos los ojos. Durante siglos la
conocida y creciente acumulación de terrores, aunque nos ha impulsado a
progresar algo en nuestros valores morales, no ha servido para
escarmentar como especie. Es más, las barbaridades de hoy, mañana
serán más aceptables al “llover sobre mojado”. La horrible experiencia de
la Iª Guerra Mundial y el uso de gases no impidió la IIª y el gaseo de los
judíos. Nuevas raciones de barbarie lo más probable es que nos
embrutezcan más y esos desastres (nucleares, biológicos...) cierren
nuestros ojos definitivamente (*). No es cuestión de que miremos o
miremos más, sino de hacerlo de otra manera, desde otra perspectiva pues
entonces veremos algo muy distinto. Si insistimos en mirar como hasta
ahora el resultado será o acumular agravios y resentimiento justificadores
de nuevas violencias o el fatalismo de “el mundo es y será así siempre, no
podemos cambiar...”. Es cuestión de mirar sin las distorsiones del ego.
Para ello es fundamental primero librarnos de la preocupación por la
validación, partiendo de la AISSA, y luego observar el mundo no como
una hormiga mira la selva, sino como hijos del cosmos consciente, que
vemos nuestra cuna y residencia, desde la Luna, los confines de nuestro
sistema planetario (ahora sin Plutón) y más allá. Muy probablemente
surgirán fuerzas tan desalmadas, irracionales y mezquinas como el
nazismo, ante las cuales la llamada a la razón y los intereses de la
Humanidad será inútil.
La superación de esta civilización, lo más seguro, no podrá lograrse
sin duros enfrentamientos con quienes se nieguen al cambio, incluso con
la fuerza si lo hacen violentamente. En el mundo real nos encontraremos
un día con la necesidad de tomar una decisión antes de que sea
demasiado tarde por la degradación o las fuerzas disponibles para
evitarla: neutralizar a los humanos que se han convertido en parte del
problema (procurando derramar la menor sangre posible) o dejar que nos
hundan a todos. La legitimidad del levantamiento será infinitamente
superior a la de cualquier lucha antinazi, antiestalinista, antiislamista,
antiterrorista o anti lo que se quiera. Lo ideal sería que la técnica
avanzase al punto de que en el uso de la violencia no se derramase sangre
ni pusiese en serio peligro la vida del enemigo, bastando, por ejemplo,
con un aturdimiento invalidante que permitiese su captura y reclusión
hasta dejar de ser un peligro social tanto por sus características personales
como por la derrota del movimiento de oposición. La violencia ya es un
mal en sí y no cabe hacer de ella ninguna apología. Quien desee
emociones fuertes, ponerse a prueba, etc que se plantee otros retos o
practique deportes arriesgados (pagando él y su club la póliza de seguro
obligatorio).
Como no debe ser nuestro deseo buscar pretextos para caer en el
juego de oposición “yo bueno / el otro malo”, validarnos y hacer
alegremente la guerra, debemos apurar al máximo la única oportunidad,
pequeña, pero no despreciable, de amortiguar el impacto destructivo de
esos choques. Consiste en profundizar en el conocimiento de las causas
que nos empujan a crear y sostener una sociedad injusta, violenta y
autodestructiva, tanto a escala social como individual. A partir de esa
comprensión, divulgar y abordar colectivamente las cuestiones sociales e
individualmente todo lo relativo al ego. De este modo conseguiremos
reducir las reacciones condicionadas e inconscientes y ser más capaces de
tomar la verdadera dirección de nuestra vida social llegando a decisiones
que supongan enormes cambios en nuestro rol social sin implicar ataques
a nuestra validación ni dignidad y menos la seguridad de nuestra vida. Ya
disponemos en psicología social de conocimientos relevantes. Sin
embargo no veo que las fuerzas transformadoras les presten la debida
atención para sacarlas provecho como creo que sí lo hacen las
conservadoras (recordad a Hitler y su hábil propaganda) y el comercio
(publicidad...). Estos sectores sociales procuran orientar la investigación
por donde les interesa. Por eso y apoyándose en los prejuicios clasistas de
los investigadores y las trampas conceptuales y metodológicas, no se ha
estudiado debidamente el papel que pueden jugar las minorías en el
cambio de opinión y comportamiento de las mayorías superando
prejuicios, dependencia de la autoridad, la presión del grupo, aumentando
la capacidad de juicio crítico, etc (“Psicología de las minorías activas” de
S. Moscovici, ediciones Morata, 1981). En esa dirección apunta este
trabajo.
* Las generaciones que han vivido las catástrofes bélicas del siglo
XX salen de ellas traumatizadas, confusas o alineadas con su bando
militar. Les resulta muy difícil sacar las debidas lecciones y además la
experiencia directa es también muy parcial para cada persona, no abarca
la totalidad de la hecatombe. A las generaciones que no han vivido
directamente esas situaciones les falta el impulso del dolor personal para
sacar las consecuencias y los millones de muertos no pasan de ser una
cifra con poco sentido emocional ante la incapacidad para imaginar lo
que eso significa en personas concretas, sufrimiento, aniquilación. Habría
que llenar un campo con cien mil cadáveres, observar cada uno de ellos,
conocer de cada persona una semblanza biográfica, su perfil psicológico,
alguna nota característica y anécdotas, imágenes en fotografía y video, el
sonido de su voz, para tener un atisbo de las verdaderas dimensiones de
la carnicería bélica y de nuestro grado de inconsciencia, aun actuando
plenamente a sabiendas. Incluso así, la experiencia tal vez acabaría
anestesiando al testigo por repetición después de abrumarle. Habría, más
de los que nos gustaría creer, testigos que la viviesen con bastante
indiferencia, como los que en la guerra participan en los actos más
criminales, asesinatos de civiles, prisioneros, campos de concentración y
exterminio, los fanáticos y psicópatas. La violencia humana
predominante se apoya en la dinámica del ego: orgullo, codicia, envidia,
resentimiento, vengatividad, identificación con el espíritu de banda, de
“cuerpo”, de clase, etnocultural, nacional, irresponsabilidad personal,
obediencia ciega a la autoridad... Impulsada por los mecanismos sociales
la violencia desata huracanes de destrucción de bienes, medioambiental,
sufrimiento y vidas segadas por miles o millones, especialmente jóvenes
con todo un futuro por delante. Cada vez que se cede a esto se alimenta la
inhumanidad, se profundiza en la falta de compasión, haciéndose más
difícil salir de ese camino, ampliándose las probabilidades de nuestra
eliminación como especie. Aunque se haya pretendido que es la guerra
que terminará con las guerras, nunca hay suficiente escarmiento y no es
cuestión de tiempo, de madurar con él, con más experiencias que nos
enseñen la lección definitiva pues hemos tenido para ello ya miles de
ocasiones perdidas y constantemente se suceden los conflictos
sangrientos y las guerras.
En la explicación de las causas del Holocausto he recurrido a la
psicopatía integrada. Michael P. Ghiglieri en “El lado oscuro del hombre.
Los orígenes de la violencia masculina” Tusquets, 2005, defiende la tesis
de que Hitler representaba una expresión desbocada, loca, del instinto
masculino que tiene su estrategia reproductiva en expandirse lo máximo
posible, llegando al máximo de mujeres a las que fecundar, tomando
recursos (territorio...) para su progenie y eliminando la competencia
reproductiva de otros varones. Cuando un varón se asocia a otros para
mejor garantizar su estrategia reproductiva, como el ser humano es un ser
social, nos encontramos con la banda o la tribu, que entonces establece
una estrategia reproductiva también para la tribu lo que puede conducir al
genocidio para eliminar genes competitivos en la reproducción y en los
recursos para asegurarla. Esa dinámica entraña la xenofobia y puede
conducir al racismo. Hitler, impulsado por esos instintos, aunque él
mismo no llegó a reproducirse y en parte tal vez por eso mismo, se
identificó con una “tribu”, los arios, en particular la gran Alemania, frente
a judíos, gitanos, eslavos... No voy a negar que este factor instintivo e
inconsciente haya jugado un papel. De hecho, si nos fijamos en el
comportamiento de las tropas japonesas, no sólo cometieron una
enormidad de crímenes, sino que practicaron también la violación en
masa de mujeres chinas (en Nankin) a las que consideraban racialmente
inferiores. La violación también ha sido un elemento importantísimo en
la guerra de Yugoslavia como parte de la “limpieza étnica”. Las tropas de
la URSS, cuando entraron en Alemania, cometieron multitud de
violaciones de mujeres, en parte por un sentimiento nacionalista de
venganza por los crímenes nazis en la URSS y la abstinencia durante
largo tiempo de combate. Sin embargo los soldados alemanes no tuvieron
ese comportamiento en los países ocupados, aunque fuesen eslavas,
admitiendo que el trato con las judías y gitanas fuese rechazado por
racismo pues el desprecio que podían sentir era muy superior al de los
soldados japoneses por las chinas y existía además una legislación
contraria a relaciones interraciales. Podría decirse que la ventaja
reproductiva para los alemanes ya se veía satisfecha por la ocupación del
territorio y el saqueo económico. Además, a diferencia del
comportamiento de las hordas mongolas, el exterminio era tarea de una
minoría de la tropa y mantenido, en buena parte, en secreto, al menos en
lo que respecta a los campos de exterminio. Incluso tenemos la
participación de las mujeres guardianas y según Ghiglieri la estrategia
reproductiva de las mujeres es fundamentalmente defensiva, protectora de
su progenie pues, a diferencia del varón, sólo puede tener un número muy
reducido de descendientes y es muy dudoso lo que pueda ganar
arriesgando su vida y posibilidades reproductivas en una guerra, a
diferencia de un varón que en el cálculo riesgos - beneficios potenciales,
puede inclinarse a ella cuando las condiciones son favorables a su
victoria, al menos en las guerras en las que la suerte de uno dependía
mucho más de sus cualidades y no del azar o fuerzas superiores (puedes
ser el mejor soldado pero de un sorpresivo bombardeo aéreo sólo te
salvará tu suerte). Cierto que los riesgos que corrían como guardianas no
es comparable al del campo de batalla, pero las prisioneras judías no eran
competidoras potenciales por la negativa de los varones alemanes a tener
trato sexual con ellas, había suficientes varones capaces de ser guardianes
en su lugar y así ocurría en otros campos de exterminio. Además, al
menos en su mayoría, las guardianas no eran madres, no estaban
defendiendo su descendencia que es cuando las mujeres son más capaces
de ser violentas. Incluso fueron crueles a pesar de las órdenes recibidas y
de su mentalidad autoritaria. No creo que una pulsión reproductiva las
condujese a esa desobediencia a todas luces gratuita ni tampoco su
disciplinado odio racista.
El genocidio de los tutsis por los hutus en Ruanda en 1994 aporta
otro hecho que no parece encajar bien con la tesis de Ghiglieri. Desde el
Gobierno se organizaron brigadas de violadores compuestas por hutus
enfermos de sida, sacados expresamente para ello de los hospitales
ruandeses, de modo que contaminaban de la enfermedad a las mujeres
tutsis condenándolas a una muerte lenta y a transmitir la enfermedad a su
descendencia si la tenían, tanto de su violador como de otro hombre.
¿Quién organizó esta maldad?. Fue la ministra de la Familia y Promoción
Femenina, partidaria de la planificación familiar, Pauline
Nyiramasuhuko. Su hijo Shalom, de 24 años, era uno de los jefes de las
milicias genocidas (Interahamwe). Esta mujer tomó muchas más
iniciativas criminales, a cual más malvada. Ella no necesitaba asegurar de
esa manera su descendencia ya adulta y en buena posición. ¿Se
sobreidentificó con la estrategia masculina llevándola más lejos de lo que
a los mismos hombres se les ocurrió?. ¿Cómo pudo intuir ese impulso
genocida masculino y llevarlo como un Hitler a su extremo?. Pero si es
así no puede atribuirse a sus instintos femeninos que debieran haberse
resistido a ese impulso, al menos por una más probable identificación con
personas de su propio sexo y posibles madres también, a no ser que se
tratase de una mujer masculinizada, anormal, y no se menciona para nada
esta circunstancia, teniendo además en cuenta que era madre y su interés
por las cuestiones familiares y de la mujer. Sin duda la explicación es
problemática. La psicopatía integrada en un marco de racismo
generalizado, mentalidad autoritaria y demás circunstancias puede
explicarlo mejor.(datos sobre Ruanda, de Bernard Bruneteau “El siglo de
los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde
Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006).
Así que sin descartar el factor señalado por el biólogo Ghiglieri creo
que en el caso alemán es necesario recurrir a la psicopatía integrada y
ésta misma es insuficiente sin entender el resto de los elementos,
civilización capitalista en decadencia, historia específica de Alemania y
de sus luchas sociales, corrientes ideológicas y religiosas, etc. La
psicopatía integrada y la comprensión de la dinámica del ego son además
factores que intervienen cada día en la sociedad, no sólo en momentos de
guerra y sobre los que podemos trabajar preventivamente. En cuanto al
instinto biológico señalado por Ghiglieri, si es un instinto, seguirá ahí, no
podrá eliminarse (habría buenas razones biológicas para su existencia)
pero cuando nos resulta perjudicial y desadaptativo para las nuevas
necesidades como especie, seguro que también podremos tenerlo bastante
controlado, como demuestra la capacidad de disciplina demostrada por
los soldados alemanes, el comportamiento bastante monógamo de la
mayoría de los varones (aunque sea sucesivo) y la limitación a la
reproducción que conocemos por ejemplo en China.
La explicación de los genocidios no es fácil. Intervienen muchos
factores en cada caso y cada uno tiene su particularidad. Hay unos
instintos y unas perversiones, pero también pueden controlarse o aislarse
por lo que la conciencia, la mente, el pensamiento, juegan un papel
fundamental, aunque pueden estar condicionados por las presiones de las
“reglas del juego” social. Sea cual sea la respuesta debemos esforzarnos
por encontrarla antes de seguir expandiéndonos por el Universo y, más
urgente, suicidarnos como especie.
En esta nota he reflexionado sobre lo que ocurrió y apenas sobre lo
que pudo haber ocurrido. A la URSS la IIª Guerra Mundial le costó 20
millones de muertos, la mitad de ellos no combatientes. Los
planificadores nazis ya en 1941 planeaban la muerte por hambre de ¡al
menos 30 millones de rusos! en pocos años por disponer de sus recursos
para el ejército alemán y la población alemana. ¿Habría sido posible con
el consentimiento de ésta?. Mejor que no conozcamos la respuesta.
(Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y
procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006,
página 149).
(NOTA 9) Si un joven varón no está integrado en una comunidad de
sentido (como los trabajadores de una empresa) y lo único que tiene es su
cuerpo, la opción es convertirlo en una fuente de valor y marcador de la
diferencia al objeto de darse una identidad además de estatus y lugar en la
jerarquía. De ahí resaltar el propio sexo y lo que la tradición cultural
viene a presentar como sus características (género), la “virilidad”, el
machismo.
Tal vez una de las manifestaciones más extremas de esta dinámica
sea la práctica del “deporte” de “surfear” trenes. En la ciudad sudafricana
de Soweto, que se hizo famosa por las luchas contra el régimen racista
del apartheid y por ser la ciudad natal de Nelson Mandela, hoy los niños
mayores, adolescentes y jóvenes, se encaraman al tren, suben al techo y
se juegan la vida sorteando los cables de alta tensión con el tren a gran
velocidad, además de otras acrobacias de altísimo riesgo. Unas prácticas
tan estúpidas y suicidas sólo pueden entenderse cuando conocemos la
miseria en la que sigue viviendo mayoritariamente la población, el
altísimo índice de delincuencia y muertes violentas o por el SIDA, que
esos varones no tienen una familia y que su “hazaña” les sirve para
destacar ante otros y ante las muchachas a las que no ofrecen más que la
muestra de virilidad que es su temeridad. Disponiendo sólo de su vida,
devaluada socialmente (miseria y marginalidad), condenada a la
banalidad y el aburrimiento, la arriesgan locamente con tal de hacer algo
excitante y valorizarse ante sus semejantes. Este “deporte” es tan
emocionante que resulta adictivo y fuente de prestigio para sus mejores
ejecutantes; sus víctimas pueden recibir entre los suyos un tratamiento
propio de celebridades. Las condiciones de existencia y una concepción
egoica del “yo”, aislado y empobrecido al límite, conducen a estos
resultados autodestructivos. Una vida que vale tan poco socialmente
apenas importa si se pierde y bien vale arriesgarla por un poco de
“gloria”. En Soweto y en todas partes del mundo los jóvenes que son
incapaces de encontrar un sentido a su vida, la arriesgan por muchos
medios, entre los que destaca el consumo de drogas peligrosas. Y si la
propia vida apenas tiene valor, no más la del prójimo que le puede ser
arrebata a la vez que se le sustrae algo o por nada. (“El País”, artículo de
John Carlin “Colgados del tren”, 24-XII-2006; información e imágenes
también en televisión).
Nuestra mente está diseñada para integrarnos en grupos de un
máximo de 150 personas, donde podemos controlar la situación, conocer
a nuestros semejantes y ser reconocido por nuestro nombre. En los
pueblos rurales, con edificios de una planta, había más relación entre los
vecinos que en los bloques de viviendas donde sólo se conocen por
cruzarse en el portal y asistir cada cierto tiempo a la reunión de
propietarios, si lo son. En las comunidades de cazadores y recolectores
difícilmente alguien podía llegar a sentirse tan solo y aislado como puede
ocurrir en una urbe con millones de habitantes. En un medio social
mucho más amplio, poco acogedor y para el que no existen escalones
intermedios de integración en la totalidad (no lo es el rol de trabajador
asalariado, consumidor y votante), muchos jóvenes, como modo de
protección, como continuación en cierto sentido del refugio familiar pero
abriéndose a los de su edad, tienden a establecer grupos reducidos y
levantar fronteras de autoafirmación y protección que puede ser
simbólicas (colores, etc) o territoriales (calle, barrio...).
Cuando la propia identidad no es clara y esto es especialmente
acusado en la adolescencia, hay que construirla y el modo más fácil, al no
saber quién se es, es el de definirse sobre todo como lo que no se es,
aunque el marcador de la diferencia sea un simple color en la ropa o en la
piel. Ante la pobreza de referentes identitarios, el ser de otra pandilla,
otra calle, otro barrio, se hace necesario para reforzar esa identidad, para
señalar lo que no se es y así tener “más claro” lo que sí se es. Como en
los proyectos nacionalistas, cuanto más se parece el otro a uno, más debe
subrayarse o inventarse las diferencias y antagonizar el conflicto con la
violencia para justificar la distancia insalvable para el entendimiento
entre ambos pues, se deduce, ¡mucha debe ser la diferencia para llegar a
la violencia!. Para exhibir el propio poder, convertir el poder en algo
identificable y disponer de una fuente regular de recursos, como un
mercado para la venta o zona de extorsión, se hace preciso delimitar el
territorio. Como en el nacionalismo, la identidad se fija con el territorio
de la banda en el que está prohibido entrar, por lo que las incursiones de
las bandas contrarias se entienden como agresiones -suelen serlo- y así
respondidas. Expandir el territorio es expandir la zona de poder. La
violencia sirve además para dejar patente la “virilidad” que se paga con
gran frecuencia muriendo muy joven, como los héroes de la guerra,
aunque son olvidados rápidamente. Adoptan signos como lenguaje
corporal, argot, etc, que les sirven de distintivo. Unos conceptos y valores
simplistas con los que sentirse orientados, racionalizar actos en su
mayoría estúpidos, en un mundo y una vida de la que entienden muy
poco, salvo la visión cutre, cínica, individualista y violenta.
En determinadas subculturas juveniles pandilleras, la pobreza de la
pertenencia en todas direcciones (a lo que pertenezco, lo que me
pertenece), conduce a hacer de la vida una propiedad y del cuerpo su
escaparate. El suicida, con su acto nos dice también que dispone de su
vida en lugar de dejarla transcurrir hasta su término “natural”. El
pandillero sin bienes materiales, pone en riesgo tontamente su vida, no
sólo para lograr una forma perversa de plenitud de existir (emociones
fuertes) desvalorizando a la vez la existencia, sino para demostrar que al
menos es dueño y señor de su cuerpo y de su mísera vida. Lleva su
persona al límite de los riesgos, la expone a los peligros y cuando sale
triunfante demuestra su señorío, su arrojo, bravura y, en su subcultura,
masculinidad, revalorizando su ser. De ahí que las heridas, lesiones,
cicatrices, las luzca con orgullo, pues dan fe de todo lo anterior y son
como medallas indelebles reconocibles por todos, merecedoras de
respeto, valoración para lograr un estatus en la comunidad y un lugar en
la jerarquía masculina pandillera. Cuanto menos se tenga para perder,
más en riesgo se pone lo poco que se tiene, la vida, no para conseguir una
gran meta social, sino por validarla socialmente, en la competencia y
jerarquía. Si no se pueden hacer inversiones de riesgo con capital para
validarse con el éxito económico, sólo cabe invertir con el cuerpo que por
su vulnerabilidad y naturaleza irreemplazable, supone una inversión de
riesgo. Como la validación mayor se logra asumiendo riesgos mayores y
como la misma validación sólo puede ser comparativa, empuja a la
competencia y por ésta a sumir riesgos cada vez más elevados. Para ello,
son necesarias las cualidades psicológicas, más que de valentía, de arrojo
(temeridad), pues se parece más a la locura de apostar a probar suerte
arrojándose por un precipicio. La violencia es por tanto una consecuencia
también de esa dinámica de torneo, como los machos en celo
compitiendo por el territorio y las hembras. Ante la dificultad para
identificarse con un sentido de “pertenencia a” amplio (nacional) y
ausencia de pertenencias propias, se puede recurrir al sentido de
pertenencia a ámbitos muchos más reducidos, comprensibles y
controlables, como son la calle, el barrio. Este sentido tiene también el
doble carácter de sentido de lo que le pertenece, pues en ese territorio
delimitado es donde puede desarrollar su ambición de lograr algo propio
en bienes (robos, extorsión a comerciantes, tráfico de drogas, etc.). Los
conflictos por el territorio son conflictos, a su escala, como entre el
capital y sus estados, por el mercado y las víctimas de su explotación.
Estos conflictos, muchas veces por la menor excusa y altamente
destructivos, son la ocasión para validarse por el riesgo, lograr estatus y
establecer jerarquía y atraer al otro sexo que comparte, por el medio,
bastantes de sus valores e identifica en ellos lo que es un verdadero
hombre o un hombre socialmente atractivo. Las jovencitas ven en la
maternidad un modo de ser más importantes aunque sea como
compañeras de un líder pandillero y de tener algo propio, su
descendencia. Los varones, al no poder gestar una nueva vida, tienen un
papel muy secundario en su creación. Al carecer de medios para crear
algo en la economía, la cultura, etc, pueden demostrar su poder sobre la
existencia, arriesgando la suya y eliminando la de otros. Si no puedes ser
alguien construyendo, pues destruyendo.
Para los varones que apenas tienen más que su identidad sexual, la
diferencia es un marcador identitario a remarcar. El primer Otro es la
mujer, por lo que debe subrayarse la diferencia de sexo con la diferencia
de género. Con el Otro siempre se justifica más fácilmente la violencia
sobre todo si tiene cierta funcionalidad: -subraya la distancia y por tanto
la identidad diferenciada -establece una jerarquía de género a añadir a la
jerarquía entre los varones -facilita por las agresiones o directamente por
la violación el acceso carnal a las chicas.
Es con estos parámetros de género, virilidad, violencia, como se
selecciona la jerarquía y liderazgo en la pandilla.
Existen grupos pandilleros de expansión internacional dedicados a la
delincuencia que surgieron como protección e identidad de nuevos
jóvenes inmigrantes en una situación de marginación frente a otros
grupos ya asentados también marginados, quienes los sentían como una
nueva competencia y amenaza identitaria por lo que los agredían. En
estas pandillas se crea una subcultura de gestos, vocabulario, símbolos.
Como vienen a convertirse desde el principio en una especie de familia
extensa, “partido” ideológico subcultural y empresa delictiva, el sentido
de pertenencia se expresa en el cuerpo, como escaparate, mediante el
tatuaje identificador de la pandilla y de la propia historia personal en ella
(como un currículum). La pandilla lo es todo en la vida de sus miembros,
emocionalmente comparable a la pertenencia a una secta destructiva a la
que uno se entrega y por la que se está dispuesto a todo. Su capacidad de
reclutamiento entre niños mayores, adolescentes, jóvenes pobres y
marginados es extraordinaria. Niños que hacen su vida en la calle,
abandonados por su familia, ven en estas pandillas un sucedáneo de la
misma que les ayuda a sobrevivir, protege, da un cierto afecto y sentido
de pertenencia, validación y hasta un marco de “realización” personal,
escalando en la jerarquía y adquiriendo una “formación profesional”
como criminales. Para los quince años, ya pueden tener sobre sus
espaldas más de un muerto en muchos casos. Adquieren una identidad
básicamente de “guerreros” modernos, siendo sus insignias en muchos
casos los tatuajes y su “ética” divide al “nosotros” contra “ellos” a
quienes está permitido hacer de todo. “Ellos” son la población en general
y otras bandas rivales en particular. El uso y abuso de drogas, algunas
especialmente perjudiciales, puede acabar por deteriorar profundamente
su cerebro haciéndolos difícilmente recuperables para una vida normal.
Estas pandillas pueden convertirse en poderes fácticos, controlando
mediante la extorsión, etc la vida de grandes comunidades,
convirtiéndose en auténticas mafias, incluso con “zonas liberadas” de la
presencia de la autoridad efectiva del Estado o convirtiéndose en
auténticos poderes paralelos. Las mejor organizadas y dirigidas por
personas adultas, aunque el balance final en la economía sea puramente
parasitario, saben combinar bien la extorsión de los pequeños
empresarios (comerciantes, etc), con una labor de “creación de empleo”
para un sector importante dentro de la red delictiva (trapicheo de droga,
reventa objetos robados...) e incluso una labor de protección social que
no da el Estado, pero con criterios clientelistas. Ingresar implica un
compromiso de por vida; sólo se deja la banda por muerte y la deserción
se castiga muchas veces con la muerte pues no es sólo una especie de
traición a la “nación” sino un riesgo por sus actividades criminales. A
diferencia del Estado, no disponen de cárceles y otros modos civilizados
de represión, por lo que para castigar y sobre todo intimidar, recurren a
modos extremos, bestiales, de violencia, en los que intervienen atavismos
culturales machistas y el ejemplo de la represión de ejército, paramilitares
y escuadrones de la muerte en las comunidades de origen. La dinámica
que se crea en el interior de estas pandillas eleva a su cumbre a los
miembros más desalmados, psicópatas, que también manipulan y oprimen
a los demás miembros, sobre todo a los adolescentes y a quienes estarían
más inclinados a abandonar esa vida de tener una clara oportunidad.
Algunas de estas pandillas, más bien bandas de muy amplia implantación
(también grupos neonazis y racistas) se están infiltrando en el ejército de
los EEUU para aprovechar su adiestramiento (dato extraído del artículo
de Alberto Piris “Soldados de doble uso” en la revista “Página Abierta”
nº 175 de noviembre 2006).
Este fenómeno expresa la tendencia a la degradación de esta
civilización, la incapacidad de la sociedad capitalista para dar un lugar
digno a estas personas y favorecer su integración humanizada, respetando
su autonomía, en lugar de encerrarse en pertenencias destructivas para sí
y los demás. La respuesta de los Estados más afectados, al ser casi
exclusivamente represiva y violenta, condenándolos a cárceles
degradantes en las que ni por asomo se contempla la reinserción social,
sin la superación de condiciones de vida miserables en amplísimos
sectores populares, sólo sirve para agravar el problema. Las pandillas y
bandas se lanzan a una escalada armamentista, aumentan su violencia,
aprenden a organizarse mejor, incluso centralizando sus esfuerzos desde
las cárceles (convertidas en “estados mayores”) y haciendo proselitismo
como un “partido político” de los marginados criminalizados entre la
población carcelaria o no, a la que llegan como resultado de las políticas
de dispersión penitenciaria o repatriación (de la costa Oeste de los EEUU
a Centroamérica, a los pandilleros descendientes de refugiadosinmigrantes de las guerras de “contrainsurgencia” promovidas por los
EEUU y marginados a su llegada a los EEUU). Como ya lo fue en
Colombia, hay una tendencia creciente a la presencia del pandillismo y
mafias callejeras muy violentas sobre todo en los países socialmente más
degradados, que se convierten en un reto al monopolio del poder por el
Estado. Un ejemplo entre muchos lo tenemos en lo sucedido nuevamente
en Río de Janeiro el 27-XII-2006, cuando bajo las órdenes de los
dirigentes en prisión y como respuesta a la presión de los paramilitares en
los barrios de favelas desalojando a narcotraficantes, grupos bien
organizados de delincuentes lanzaron ataques al transporte y a la policía,
muriendo carbonizados al menos siete pasajeros de un autobús (fuente,
diario “El País”).
La presencia en España cada vez mayor de inmigrantes
latinoamericanos y de países del este europeo se convertirá en una seria
amenaza al tejido social si no se toman medidas preventivas no sólo en lo
policial, sino sobre todo en lo social y cultural, de modo que se desactive
el potencial socialmente destructivo de un aluvión de personas
procedentes de situaciones en las que la violencia se ha hecho algo
habitual y el modo más fácil de respuesta a las frustraciones o desaires
sociales. Esto no es xenofobia ni prejuicio ni una llamada a la
discriminación, sino todo lo contrario. Es una realidad cada vez más
constatable que nos puede acabar estallando en la cara y dificultando la
composición de las fuerzas sociales solidarias necesarias para cuestionar
creativamente esta civilización. Así sería por el enorme perjuicio en la
confianza social debido a la división y separación en base a diferencias
étnicas, difícil convivencia ordinaria, etc, legitimando al Estado en su
violencia abusiva y creando un clima general de deshumanización y
brutalización de las relaciones sociales, incluso el surgimiento de grupos
parapoliciales. La delincuencia de ese perfil crea grupos muy organizados
y armados que no se detienen ante nada para la culminación de metas
individualistas, egoístas y psicopáticas y degradan con su intervención el
medio social. Serían un obstáculo formidable en los esfuerzos por superar
esta sociedad pues les resulta imprescindible su permanencia para
continuar con su capacidad de extorsión, corrupción y parasitismo
inviables en otro contexto social. Al reclutamiento habitual de policías y
tropa sobre todo entre las capas pobres de la población, se le habrá
añadido el reclutamiento de miles de personas entre las capas frustradas y
desesperadas de la población minando cual termitas el tejido social
popular capaz de organizarse y cuestionar esta civilización, sobre todo
entre la juventud. El resultado, como se atisba ya en otros países, puede
ser el surgimiento de organizaciones criminales con amplios recursos
demagógicos sociales y seudopolíticos que sólo añadirán más confusión y
manipulación en los sectores marginados, convirtiéndose en masa de
maniobra y violencia contra los verdaderos aspirantes a un cambio social
constructivo para la Humanidad y no el imperio de la ley de la selva en
forma tribal con los nuevos “guerreros del asfalto” o “señores de la
guerra”. Por otro lado, la presencia de inmigrantes integrados, serviría
para facilitar los lazos entre los pueblos más allá de fronteras y océanos
que tanta falta nos hará para construir un movimiento internacional por
superar esta civilización. Compartir una misma lengua es un capital
formidable para facilitar esta unión. Que por ahora aproximadamente la
mitad de los inmigrantes sean mujeres, con tendencia a ser más sensatas,
menos destructivas y más responsables (los hijos) que los varones, es una
ventaja y un factor de equilibrio emocional para los varones inmigrados.
La clase dominante, maquiavélicamente, a pesar de degradar con
ello la convivencia social, puede fomentar en la población la
desconfianza y la legitimación de la intervención represiva del Estado a
base de magnificar la presencia de conflictos interétnicos y la violencia,
la llamada “inseguridad ciudadana” y la “alarma social”, mediante la
difusión exagerada de la “crónica de sucesos” y programas sobre la
intervención policial frente a conflictos y delitos menores, como en
EEUU, el programa de televisión COOP (o algo así).
En Europa en particular, en los próximos años, podríamos asistir, si
no se toman las medidas necesarias, a la presencia de una tenaza cultural
violenta. Por un lado tendríamos a los musulmanes (inmigrantes o no)
que se sienten sobre todo socialmente marginados y que no superan
valores arcaicos o caen en una regresión islamista y violenta. Por el otro,
a los inmigrantes latinoamericanos o de los países del Este que han
vivido o viven en condiciones sociales muy violentas, que importarían
con ellos valores culturales y modos de relación social violentos. Esto se
añadiría a los problemas que los “nativos”, eurooccidentales o de
tradición cristiana tan bien sabemos crearnos sin la ayuda de nadie y a
escala más mortífera que cualquier otro. Es más, la amenaza
“musulmana”, “latina”, “balcánica” “eslava” o “albano-kosovar”, lo será
sobre todo en la medida en que nosotros fomentemos el caldo de cultivo
por la injusticia social producida por esta civilización capitalista europea
y “cristiana”. Y el capital tiende a ello descaradamente por las ventajas
inmediatas y los beneficios perversos para el futuro (división de la
población trabajadora, minorías “cabeza de turco”, etc). La burguesía se
beneficia de la reducción de los costes salariales pero salvo que tenga una
perspectiva a largo plazo de estabilidad social evitando estallidos
sociales, no tomará todas las medidas sociales necesarias, pues no sufre
los efectos que sí pueden vivirse en barriadas ya castigadas por el
desmantelamiento industrial, cierre de comercios (competencia grandes
superficies) o escasez de servicios públicos (guarderías, escuelas,
ambulatorios médicos...) y los problemas de convivencia por diferencias
de costumbres y hábitos de vida. Mientras la inmigrante cuida de los
niños o ancianos del país y trabaja en varios empleos hasta hora muy
avanzada, su hijo adolescente se socializa en la pandilla y el gamberrismo
o algo peor, generando tensiones, sensación de inseguridad ciudadana,
estimulando la xenofobia y los enfrentamientos juveniles interétnicos
manipulados por la extrema derecha (“El País” 28-I-2007).
Los aspectos destructivos y autodestructivos de las pandillas
juveniles pueden conocer todavía su paroxismo ante las perspectivas de
“no futuro” ni personal ni para la Humanidad con la crisis en todos los
aspectos provocada por el calentamiento global en una civilización ya de
por sí en decadencia. La legitimidad de cualquier autoridad, en general la
de los mayores que fuimos incapaces de evitar el desastre y arruinar su
futuro, se vendría abajo. A falta de una alternativa de civilización, el
potencial de odio, desesperación y destrucción puede ser algo jamás
alcanzado por otras generaciones.
La subcultura juvenil de “tribus urbanas” según gustos musicales,
atuendo, etc, forma parte del proceso de socialización propio de la
juventud y su sentido de pertenencia, identidad y expresión. Cuanto más
rica, sofisticada, cultural sea, y se pueda integrar en una sociedad
favorable a la unión y colaboración de sus miembros, más saciará la
necesidad identitaria y expresiva y por tanto, menos se recurrirá a la
violencia como expresión de la virilidad por identidad de género por
disponer de poco más que el propio cuerpo. Salvo que la identidad de la
“tribu” tenga importantes elementos propios de la sociedad adulta que
lleven al conflicto, como son los nacionalistas y políticos autoritarios
(ultras del fútbol, neonazis...) o criterios etnocéntricos y/o racistas
(bandas latinas, “arias”, por la “supremacía blanca”). La forma ideal de
socialización de los jóvenes sería colaborar juntos y con los adultos en la
actividad social, política y cultural por cambiar de civilización. (más en
“Tribus urbanas. El ansia de identidad juvenil: entre el culto a la imagen
y la autoafirmación a través de la violencia” de Pere-Oriol Costa, José
Manuel Pérez de Tornero, Fabio Tropea, editorial Paidos).
En particular, una sociedad capitalista imperialista como la de los
EEUU necesita del recurso a la fuerza para garantizar su funcionamiento
acumulativo. De ahí el interés de sus élites empresariales, políticas y
militares en condicionar a sus ciudadanos para que asuman o admitan la
violencia. Por eso, la sociedad con tal vez más abogados por habitante,
con eficientes lobbys, astutos expertos en redactar leyes a favor de los
intereses empresariales o coartando las libertades con el pretexto
antiterrorista, con una cantidad enorme de economistas, sociólogos,
psicólogos, publicistas, especialistas en persuasión de masas y con su
“mayoría moral”, resulta que es totalmente “incapaz” de tomar las
medidas más elementales y de sentido común para el control de las armas
a sus ciudadanos, de prohibir el uso que se hace de la violencia en
programas de televisión, películas, videojuegos, etc, cuando está
archidemostrado, para quien desee saber, que la difusión del miedo (sobre
todo al negro delincuente), la alarma social infundada (el menor delito
sale en los informativos), la frivolización de la agresión y la muerte, son
el caldo de cultivo perfecto para que desde la infancia, la adolescencia, se
recurra a la violencia por temor o agresión, para dirimir incluso nimios
roces entre las personas. No pueden compararse con los países a los que
han contribuido a hundir en la pobreza -otro caldo de cultivo perfecto
para la violencia- siendo la principal potencia económica, sino con
Canadá y los países nórdicos europeos. Pero no les interesa, pues les
conviene su “modo de vida americano”, al ser funcional para su
imperialismo belicista. ¡Hasta las cárceles se convierten en excelente
negocio al privatizarse con lo cual es de su interés que haya delincuencia,
violencia, para aumentar sus ingresos (de reclusos y beneficios)!. El
problema es tan “irresoluble” como en un país pobre asegurar a los niños
al menos su vaso de leche al llegar a la escuela, mientras se destinan
millones de dólares a la compra (a EUUU u otros, incluida España) de
armamento para su ejército de vocación golpista, guardián de los
intereses de la burguesía y el imperialismo contra su población
trabajadora y marginada.
(Más sobre pandillas, en la editorial Anthropos, “Jóvenes en la calle.
Cultura del conflicto” de Mauro Cerbino, 2006, “Jóvenes sin tregua.
Culturas y políticas de la violencia” Varios, 2005. Información
interesante, por ejemplo, en “El País Semanal” de 10-XII-2006,
reportajes “Violencia tatuada”, “El país del ojo por ojo (El Salvador)”;
“Le Monde Diplomatique. Edición española” nº 134, diciembre 2006,
“Cárceles de Brasil: del desastre social a las mafias”).
(NOTA 10) En la actualidad la vida de una gran parte de la
población se da en grandes ciudades. Es lo que conocemos desde niños.
Acaba pareciendo el mundo natural, como si fuese algo que existe desde
siempre. La naturaleza salvaje no está presente en nuestras vidas y ya casi
no se puede observar el cielo estrellado por la gran contaminación
lumínica (*) nocturna de nuestras ciudades y la disposición de edificios y
viviendas. El mundo y el Universo se reducen a una burbuja urbana y
alguna excursión ocasional a la naturaleza de poco riesgo o el paso
transitorio por ella en una carretera hasta otra burbuja urbana o un parque
temático. Un mundo casi exclusivamente humano, donde la inmensa
mayoría de las pocas especies animales y vegetales observadas a diario
están domesticadas o no escapan a nuestro control y limitaciones. Un
mundo humano, hecho para el hombre y nosotros como su criatura
natural, y nuestra existencia como algo que tenía que suceder. Un mundo
que nos está esperando, que ya nos tiene reservado un lugar (familia,
domicilio, clase social, estudios...), como si nacer fuera nuestro destino,
pues un mundo humano tiene su sentido sólo para dar lugar a la
existencia humana y satisfacerla. A la vez esto ocasiona que lo humano
pierda su carácter extraordinario, por lo que si por un lado nos volvemos
engreídos con respecto a las demás especies, tendemos a desvalorizar
cada existencia humana concreta pues parece que todo lo que hay es eso,
en tan gran cantidad y con tanta densidad.
El ego urbanita ha perdido la perspectiva de su lugar en el Universo.
En vez de verse como una criatura más del mismo, integrada en él, se ve
como el centro sobre el que gira todo. Un todo reducido a lo que puede
apreciar en la limitada comprensión y sensibilidad de su “yo”. Es el “yo”
que no es agradecido con la existencia, sino quejoso, disgustado,
resentido, codicioso, ansioso de placer, pues se siente básicamente pobre
y maltratado cuando tiene de entrada el mayor logro posible, existir. Su
religión no es una celebración de la existencia, sino un reflejo de todo
este miedo, queja, lucha, resentimiento.
Imaginemos una naturaleza salvaje, con una población humana
tecnológicamente muy poco desarrollada, muy dispersa y muy escasa,
como en el Paleolítico. El mundo ya no es humano, no está hecho por el
hombre ni para él. La gran mortalidad infantil, el peligro de otros
animales depredadores, las consecuencias mortales de enfermedades,
lesiones o heridas sin apenas consecuencias hoy. Todo esto hará que el
ser humano no de por hecha, dada, su propia existencia, sino como algo
más azaroso y que no depende de él. El mundo no está pensado para él en
exclusiva, sino que él se adapta como las demás criaturas al mundo; sabe
de la dificultad para conseguir calor, agua, el alimento diario, la
protección de las fieras y tiene que lograr un equilibrio con ellas,
coexistir, hasta pedirlas permiso para cazarlas y convertir algunas en su
tótem tribal o parientes.
En la primera situación, el ser humano se volverá exigente, se creerá
ya con muchos derechos sólo por existir, tolerará menos las
incomodidades de la existencia y a pesar de tener condiciones para ser
más feliz, podrá ser desdichado. La vida de por sí ya no tendrá un gran
valor al ser tan relativamente fácil, ponérsela en bandeja y se creerá que
él tiene que encontrarle, darle ese valor, con su esfuerzo y por tanto se
atribuirá el mérito. En la segunda situación, podrá ver la vida y la
supervivencia como un milagro y un gran logro y se mostrará agradecido
por muchas cosas que nosotros damos por dadas. Pero ponemos el acento
en los problemas diarios de la vida y en la muerte y no en la fortuna de
nacer y despertar cada día, existir aunque sea por un tiempo.
Imaginemos que salimos de nuestro planeta, sistema solar, galaxia.
Volveremos a ser como un humano del Paleolítico refugiado en su
caverna cuando en el exterior reinan las condiciones ambientales más
adversas y acechan las grandes fieras hambrientas.
Una aproximación sería adentrarse a pie en una gran zona selvática
o en pleno desierto, sin medio alguno de comunicarse con el resto del
mundo y con un riesgo elevado de perecer.
El humano, en vez de reconocer el milagro de su existencia,
compararla con la opción infinitamente más probable de no llegar a
existir nunca, no se acepta a sí mismo incondicionalmente sólo por existir
y por extensión no acepta la existencia tal cual es. Para validarse a sí
mismo y al mundo, impondrá requisitos, condiciones. Precisa dar un
sentido especial, artificioso, a la existencia y una validación a su vida. De
ese vacío y desvalorización viene la necesidad de compensación y el
resentimiento, que se traducirán al final en la persecución del placer, la
necesidad de logro, de compararse con los demás, ponerse por encima de
ellos y vengarse de su frustración existencial, produciendo de paso la
cadena generacional de falta de aceptación y violencia, justificándolo con
toda clase de ideologías (religiosas, políticas...). Perdida la comparación
entre la no existencia casi segura y la oportunidad milagrosa y
extraordinaria de existir, se dedica a comparar su vida con la de los
demás; perdida la perspectiva de su lugar en el Universo, tiene que
hacerse un lugar en la jerarquía humana; perdida la aceptación
incondicional de sí mismo, vive en una huida hacia delante, persiguiendo
metas que nunca pueden llenarle y validarle completamente; perdido el
amor a su vida, vive en el resentimiento y la necesidad de fastidiar al
prójimo, por “libre” o aliado con otros, con mejores o peores modales,
con pretextos personales o ideológicos; perdido el sentido de integración
con toda la existencia de la que es hijo, la ve como un medio en el que
básicamente luchar y del que aprovecharse, quejándose por cualquier
inconveniente.
En lugar de fluir con la existencia, agradeciendo su bendición,
afrontando con actitud positiva los problemas, cooperando socialmente
para resolverlos por el bien común, nos encontramos con la vida como
“valle de lágrimas”, tránsito a otra, con “la botella medio vacía”,
midiendo todo en términos de escasez y cálculo hasta en la afectividad, el
“cada uno a lo suyo” y “sálvese quien pueda”.
Ya que no podemos volver a una situación anterior de la Humanidad
que nos dé otra perspectiva de nuestra existencia y tampoco sería
deseable pues también produciría otras distorsiones (miedo a las fuerzas
de la naturaleza, proyección del padre autoritario como dios, sacrificios
humanos para aplacar a los dioses, etc), nuestra vía es la de partir del
conocimiento que las diversas ciencias nos dan del Universo y nuestra
naturaleza. Y no sólo para acumular saberes y aplicarlos
tecnológicamente, sino reconocer nuestro verdadero lugar en el cosmos,
para integrarlo en nuestra psique, en nuestra filosofía de la existencia, en
nuestra visión de la vida.
* Sobre las implicaciones de la contaminacion lumínica, el artículo
“La luz también contamina” de J. Mejuto y M.F. Fernández Prada en
“Espacio. La revista del Universo” nº 25, enero 2007. Cuando mejor
podemos observar el cielo con los telescopios en órbita y en tierra, peor
desde nuestras poblaciones y campos. Es muy difícil contemplar un cielo
plagado de estrellas y no digamos la Vía Láctea, nuestra galaxia,
conocida por muchísimos adultos y no digamos niños, sólo por
referencias. Para facilitar la asunción de una conciencia cósmica debemos
superar en lo posible esta contaminación y difundir como cualquier otro
paisaje terrestre las imágenes obtenidas del espacio exterior aprendiendo
a localizarlas y entenderlas.
(NOTA 11) Sobre esta cuestión y como aplicación práctica,
reproduzco la carta dirigida a unos padres. Su niña, próxima entonces a
cumplir en la primavera cuatro años, tenía marcadas reticencias a vivir
experiencias nuevas. Por ejemplo, se ponía muy nerviosa si se
programaba en la escuela una excursión a un lugar desconocido para ella,
aunque se le explicase que sería bonito, divertido, etc. Se pegaba a la
maestra, necesitaba cogerse de su mano cuando otros niños iban sueltos.
Veía sobre todo el aspecto desagradable de las novedades. Ante el riesgo
de sentirse tratada con desconsideración y brusquedad tendía a aislarse de
los demás niños. También a realizar sólo las tareas en las que mejor se
desenvolvía y más segura se sentía. Poca tolerancia a la frustración del
fracaso. Los padres trabajaban muchas horas y en horarios a veces poco
compatibles con las necesidades de la niña por lo que ésta había pasado
mucho tiempo con los abuelos que no habían podido socializarla
debidamente en los parques con otros niños. Apenas asistió a un curso
anterior por pasar casi todo el año, entre una enfermedad y otra, en casa.
Por lo demás, padres y abuelos eran muy cariñosos con la niña, hija
única. De lactante fue amamantada durante bastante tiempo hasta que no
hubo más remedio que pasar al biberón. Las relaciones de la niña con
padres y abuelos eran buenas. Llamaremos a la niña “X”.
“X, las reticencias a la novedad.
Un viejo conocido, hace unos pocos años me contó que estando un
día frente al mar, de repente le asaltó un abrumador sentimiento de
insignificancia ante el mundo, el espacio, la tierra y el cielo. No se trata
de la experiencia de una persona trastornada, acomplejada o acobardada
por la vida, depresiva. Es una persona con carácter, muy independiente,
perspicaz, que a veces me ha demostrado una gran inteligencia, un poco
excéntrico para la gente corriente, pero perfectamente cuerdo, con
familia, y además valiente, lo que le llevó a ser preso político durante el
franquismo.
Esta experiencia tiene que ver con los sentimientos que en algún
momento de nuestra vida, seguramente en la infancia, nos han abrumado
a todos y reflejan el deslumbramiento, por un momento, de la conciencia
de nuestro lugar en el mundo pero desde el sentimiento de aislamiento y
desamparo del ego, algo que procuramos reprimir para tirar adelante,
pero que deberíamos saber integrar en una concepción del sentido de la
vida.
Los niños se saben muy vulnerables ante un mundo que desconocen
y no pueden controlar. Este sentimiento lo suelen compensar si
comprueban que cuando lloran se les hace caso de inmediato, que se
satisfacen sus necesidades, se responde a sus deseos. Cuando un
desconocido se acerca a un niño pequeño y su madre, el niño se fija en la
actitud de la madre para saber si puede estar tranquilo o no. Los niños
suelen explorar lo que tienen próximo, pero quieren estar seguros de que
está su madre cerca, que tienen la base de refugio y apoyo a su alcance,
para retirarse en cuanto se ven amenazados o inseguros.
Los niños comprueban que su cuerpo es una fuente de placer
(comida, las caricias y achuchones de los padres, tocarse a veces sus
órganos sexuales), pero también de desagrado, malestar, dolor. Sobre
todo las enfermedades a las que son tan propensos los niños, les hacen
sentirse especialmente vulnerables como criaturas, inseguros ante la
existencia, mucho más dura que cuando estaban en el seno materno. Así
los niños aprenden que la vida es, al menos en parte, sufrimiento.
Cuanto más sufra un niño, más tiempo esté enfermo, más vulnerable
se sienta ante la vida, probablemente más desconfianza tendrá a aquello
que se salga de lo conocido y seguro.
Las relaciones humanas, si salen del marco de los padres y parientes
próximos, también pueden ser una fuente de inseguridad al chocar con
otros niños o personas que no tienen con él la misma consideración que la
familia donde es “el rey de la casa”.
Controlar las funciones evacuatorias le da sensación de control
sobre su cuerpo, su situación en el mundo.
Manejarse con el dibujo, la conversación, etc, también sirve para
aumentar su impresión de dominio sobre el mundo.
Los juguetes, la reproducción del mundo a escala, facilitan que el
niño se sienta capaz de controlar la imagen que tiene de ese mundo,
contarse historias y manipularlo a su gusto.
Los regalos de Reyes, les inspiran la confianza de que en el mundo
hay fuerzas y seres, más allá de la familia y conocidos, que los favorecen
generosamente.
Siempre existe el riesgo de que el niño se refugie demasiado en el
mundo controlado, predecible, del hogar, la familia, los juguetes.
Que requieran mucha atención de los padres puede deberse al deseo
de confirmar que pueden estar seguros de que los padres van a responder
siempre satisfactoriamente y para demostrarse a sí mismos que, en al
menos una parte del mundo, son capaces de ejercer poder, tener control.
Hay que ayudarle a que pierda el miedo a las novedades que están
en el mundo fuera del hogar.
A esto puede contribuir que sea con los padres con quienes se
aventure en territorios nuevos, tanto ciudades, como campos, etc.
El niño debe ir aprendiendo que la vida no es sólo una fuente de
sufrimientos, de incertidumbres, o de seguridades en lugares y con
personas muy controladas, sino fundamentalmente un regalo, el mayor
regalo, una fuente de novedades sorprendentes de las que se puede
extraer conocimiento y placer.
Próximamente es el cumpleaños de X. Puede ser un buen momento
para celebrar una fiesta especial que contribuya a que supere sus
reticencias a las novedades.
Mejor que regalarle un juguete más a sumar a su colección, en su
protegido hogar, puede ser interesante que viva junto a los padres alguna
experiencia nueva, en un lugar diferente.
Repasar las fotos desde que era un bebé y remarcar la idea de que ha
ido aprendiendo continuamente a hacer cosas nuevas, nuevas comidas,
andar, hablar, jugar, siempre cosas nuevas, con nueva gente, nuevos
sitios, etc y que siempre ha superado las pruebas de la novedad.
En las familias que no son religiosas se ha olvidado la importancia
que tienen los rituales y ofrecer a los niños un marco de referencia del
mundo que trascienda su experiencia y le haga sentirse como parte de
algo superior que le protege. Si no la religión, los niños y todos,
necesitamos de una “espiritualidad” naturalista que nos permita situar
nuestra vida en su correspondiente lugar en el cosmos y reconocer su
sentido y destino.
Por ejemplo, al sentarse a la mesa, antes de empezar a comer, si no
se puede dar gracias a Dios, sí se puede dar gracias al mundo, al sol, a la
vida, a las plantas, a los animales de la granja, al granjero, etc, que nos
dan de sí para que podamos alimentarnos y crecer fuertes y sanos. De este
modo se ayuda a que el niño no se sienta tan aislado y abrumado por el
mundo, sino formando parte de toda una red que, fundamentalmente, es
generosa y protectora, pues le permite vivir, aprendiendo a ser agradecido
con la existencia y no sólo exigente y quejoso. No hace falta explicar de
donde sale la carne, etc, basta que, como algunas tribus primitivas, demos
las gracias al animal por permitir alimentarnos de él. El caso más fácil
para explicar, como si todos fuesen así, es el de la leche o los huevos.
A la noche una “oración” dando gracias al sol que nos da luz y calor
y hace crecer las plantas, a los árboles que nos dan el oxígeno para
respirar, los maestros, los animales, los abuelos, etc, por todo lo que nos
ha dado el día y deseando que el próximo día nos de buenas experiencias
y novedades que nos ayuden a aprender y disfrutar de la vida.
El mismo día del cumpleaños, para dar solemnidad al mensaje y
contribuir a que se le quede grabado a la niña, antes de encender las velas
de la tarta, la familia se puede coger de las manos, cerrar todos los ojos y
un adulto recitar unas palabras como “Damos gracias a la vida por
regalarnos a X. Deseamos que X cumpla muchos años y tenga muchas
experiencias nuevas para disfrutar de la vida”
Aprovechar las oportunidades de hacer excursiones a lugares
diferentes, aunque sea dentro de la misma población, otras cafeterías, etc.
La primavera ofrece bonitas oportunidades para ponerse en contacto con
la naturaleza. En lugar de una nueva muñeca o similar, se puede regalar
un pequeño ramo de flores o tiesto, remarcando que eso lo dan los montes
por donde corren los ríos, llueve, nieva y pastan las vacas, gracias a la luz
de sol del que se alimentan las plantas, etc, es decir, que no es como los
juguetes caseros obra de los humanos. Que el regalo no la proyecte al
controlado mundo del hogar o de los humanos, sino al mundo exterior, al
universo. Que aprenda que aunque las cosas se marchitan, cambian, vale
la pena mientras duran por el placer o provecho que nos dan. Que, en
suma, se puede confiar en el mundo, aunque nos dé problemas.
Cada vez que se haga algo nuevo, recordad de remarcarlo
precisamente como algo nuevo, algo que nunca habría hecho antes, para
que desde las pequeñas cosas aprenda que lo nuevo no es necesariamente
amenazante. Cuando se ha resistido, una vez que no ha pasado nada
malo, remarcadlo para que lo tenga en cuenta para otra ocasión en que se
le presente algo nuevo.
Las personas, los niños, tenemos diferentes temperamentos. Es
probable que X nunca llegue a ser precisamente una persona aventurera,
amante de los riegos, la incertidumbre, las emociones fuertes, pero hay
que ayudarla a que dé todo el coraje que pueda sacar de sí, su capacidad
de exploración, pues es muy importante para su capacidad de aprendizaje
y para que no se sienta inclinada a someterse a autoridades personales,
ideológicas etc que a cambio de su sumisión le den una aparente
sensación de seguridad.
Creo que he dejado clara mi filosofía del asunto. Estando atentos al
problema, con estas sugerencias, lo que vosotros observéis, y todo lo que
se os ocurra, estoy seguro que la podréis ayudar mucho a superar su
limitación. No la agobiéis, pero tampoco dejéis las cosas al paso del
tiempo pues no siempre se desarrollan como nos gustaría y los problemas
no terminan de resolverse por sí solos.
(NOTA 12) En el libro “Psicología de la conducta moral” (Planeta,
1974) Derek Wright desarrolla una muy interesante tipología del carácter
siguiendo los criterios de desarrollo moral de Kohlberg. No sé hasta que
punto la tipología es científica, acertada, aunque sin duda es muy
racional, ilustrativa y orientadora. Lo que más me importa es que se
aproxime a la realidad más que otras y nos sirva de inspiración para
mejorar.
Los tipos de carácter son:
En el nivel más bajo de desarrollo moral, el amoral. En el nivel más
alto, el autónomo altruista.
Entre éstos tenemos, dependiendo de qué haya influido más en su
formación:
Los adultos: el autoritario, el escrupuloso con las reglas.
Los iguales: el conformista, el colectivista.
La construcción del ego parte, en unos tipos de carácter, del
amoldamiento a la influencia de los adultos sobre todo; y en otros tipos,
más a la influencia de los pares. El carácter amoral es una reacción
egocéntrica resultado de la privación o frustración en la relación con las
figuras parentales y los pares. En todos los tipos (menos uno), no se parte
de la AISSA. Que uno “esté bien” depende del acogimiento paterno, de
los pares o de “ir contra todos”. El carácter autónomo altruista no
depende propiamente de un amoldamiento y tampoco de “ir a la contra” y
a él corresponde la AISSA, tanto como resultado como actitud para con
él de los padres. El carácter autónomo altruista se corresponde
precisamente con el estadio 6 de Kohlberg. Es también lo más
aproximado, entre todos los tipos de carácter, a lo que puede ser una
persona psicológicamente revolucionaria, en el sentido de no sometida a
la sociedad, con coraje para afrontar los cambios necesarios, no
autoritaria, con orientación productiva (Fromm). Ignoro la suerte que la
tipología de Derek Wright ha corrido entre los especialistas académicos
pero en cualquier caso merece ser conocida.
Y ésta es una breve exposición de las etapas del desarrollo moral
según Lawrence Kohlberg, recogida de varias fuentes:
Nivel preconvencional:
Se acomoda a las normas por interés particular.
Estadio 1. Placer / dolor.- Sólo se respetan las normas por miedo a
las consecuencias negativas para sí. Es incapaz de ponerse en el lugar de
otro ni de considerar con respeto otros criterios. Moral heterónoma
(referencia exterior) con orientación egocéntrica.
Estadio 2. Mercantil.- Busca el propio interés teniendo en cuenta
que los demás están en su derecho al hacer lo mismo y en ese “mercado”
de oferta y demanda se encuentran. Moral del trueque individualista,
hedonista-instrumental.
Nivel convencional:
Le mueve el deseo de “pertenencia a”, “sometimiento a” una
potencia externa, por ello respeta sus normas.
Estadio 3. Camaradería.- Lo correcto es amoldarse a lo que el grupo
considera bueno confiando en que los demás actuarán igual. Moral de
“pertenencia” y reciprocidad.
Estadio 4. Autoridad.- Lo correcto es someterse al ordenamiento
familiar, social y sus leyes. Moral de dominante o “súbdito” que no
plantea problemas a las fuerzas ni creencias imperantes. El referente no
es el individuo, ni el intercambio, ni la pertenencia al grupo, sino a la
sociedad tal como esté establecida en sus “reglas del juego” e ideología.
Nivel posconvencional:
El criterio último son valores y principios sobre los que deberían
establecerse las relaciones, no el interés particular, la pertenencia o el
sometimiento.
Estadio 5. Pacto. Las normas son fruto de un “contrato social” como
la Declaración de los Derechos Humanos. Moral autónoma.
Estadio 6. Principios éticos universales.- El referente y juez último
para el comportamiento y toda norma o ley respetable son principios de
aplicación universal a partir del propio razonamiento. Moral autónoma.
El respeto por la persona como fin en sí mismo y no como medio. Los
principios universales se anteponen al placer personal, las posibilidades
de la “oferta y demanda”, los criterios del grupo, la autoridad o la
sociedad cuando entran en conflicto con ellos.
Creo que la AISSA encaja bien en el nivel posconvencional y más
en concreto en el estadio 6, es decir, el más elevado.
En una línea con similitudes está la tipología de la conciencia de
Nietzsche en “Así habló Zaratustra”, resumidamente:
Asno o camello: Es la conciencia sometida que lleva sobre sí toda la
responsabilidad por la tradición, la culpa, pecado del mundo, la
trascendencia de una causa. Ahí encuentra su sentido y fuerza pues el
goce está en sufrir la sumisión, subordinación. Vive con sentimiento de
estar en deuda con el pasado o fuerzas superiores. Sigue siendo una
forma pasivo-agresiva de reforzar el ego.
León: Es la conciencia que se rebela por principio contra la tradición
y los valores dominantes. Se deja llevar por su soberbia. No es realmente
capaz de crear algo nuevo alternativo y que salve todo lo posible de lo
existente.
Niño: Es la conciencia libre, no reacciona automáticamente ni con el
sometimiento (camello) ni con la oposición (león). Tiene su propio
criterio no reactivo, le mueve su voluntad y creatividad.
La AISSA encajaría con el tipo más avanzado, el Niño.
Es también interesante la reflexión y tipología de Erich Fromm en
“Ética y psicoanálisis” (Fondo de Cultura Económica) y su artículo “El
carácter revolucionario” en el número 3 de la “Revista de Psicoanálisis,
Psiquiatría y Psicología” de México, Mayo-Agosto de 1966, editada por
Fondo de Cultura Económica.
(NOTA 13) Si esta distinción entre la AISSA y la Autoestima es
básicamente correcta -creo que es también el criterio de Albert Ellis-, de
aquí se puede sacar una conclusión de alcance.
Si atendemos a los estudios que se han hecho de la psicología de
masas del fascismo y otras formas autoritarias y dictatoriales de sociedad
y también del humano medio de las sociedades “libres” (Fromm)
comprendemos que esas formas de relación social responden o enganchan
a un tipo de personalidad que, en unos casos más que en otros, es
refractaria a la argumentación racional y se mueve por los impulsos
narcisistas y destructivos del ego. Ya que la argumentación política y
social puede encontrarse ante un muro de resistencia irracional a la hora
de ser realmente asimilada, hay que abordar el problema también en clave
psicológica, en el terreno preventivo (relación madre-bebés) y de
educación psicológica de masas. Lo que puede ser difícil de admitir si se
trata directamente puede serlo más fácil mediante un rodeo, planteando la
cuestión personalmente, como en este documento, el problema de la
validación personal y del sentido de la vida.
Como lo demuestran las numerosas publicaciones especializadas
(libros, revistas) y su presencia en otras más generalistas (sobre todo para
las mujeres) hoy existe un terreno explícito de educación psicológica de
masas. Que por ahora la mayoría de su público sea femenino no le resta
importancia social dada la integración actual de la mujer en la vida
pública, profesional, educativa, política y su papel clave en la relación
con la descendencia.
En cualquier caso, la existencia de ese campo editorial es la prueba
irrefutable de que existe abiertamente, no sólo en la enseñanza, una
educación psicológica de masas. Ello hace más evidente si cabe la
necesidad de que quienes desean un cambio de la Humanidad aborden
ese campo como lo hacen en el político y social.
Una herramienta en la necesaria educación psicológica de masas es
la AISSA, por su importancia para cualquier persona y más
específicamente para desbloquear las mentes de quienes más se resistirían
al cambio por su pautas egoicas, prisioneros de la dinámica de la
autoestima y la validación, con sus secuelas conformistas, autoritarias y
destructivas.
(NOTA 14) La meditación de la Atención consiste en ser Testigo de
lo que pasa por la mente, sin perderse uno en ello, pero sin interferir para
nada, ni deseando que surja algo, ni cortar, ni prolongar. La mente se irá
tranquilizando a su propio ritmo. Es como observar el fluir de un río en
una inundación o la circulación de vehículos por una autopista con sus
horas punta, etc. No hay que hacer nada, ni echarse al río, ni pretender
parar su curso, ni unirse a la circulación e intentar controlarla. Si llega
una gran ola emocional, no enfrentarla, pero tampoco asentir y dejarse
arrastrar, sino más bien, como el surfista que la cabalga. No hay que
analizar, explicar, resolver, nada. No perseguir, buscar, encontrar, nada,
ninguna experiencia extraordinaria ni la “iluminación”. Sólo prestar
atención, que no es fácil, y volver al Testigo cuando la corriente de
pensamientos nos arrastre inadvertidamente, pero sin desear calmarla.
Permaneciendo como Testigo, sin caer voluntariamente en ensoñaciones,
reflexiones, juicios, etc. La única ambición debe ser la de fortalecer la
Atención del Testigo, cualquier otra se convierte en distracción y
obstáculo. Confiar en la sabiduría natural de la mente y la presencia, en el
fondo, de la gran mente, mente original, el Ser Despierto. Confiar como
lo hacemos en que el corazón seguirá latiendo y el cerebro organizando
todo el funcionamiento inconsciente y automático de la mente y el
cuerpo. Como cuando es capaz de recordar, analizar, encontrar una
solución, etc en procesos que en realidad escapan a nuestra capacidad de
ordenar nada como lo demuestra el fenómeno eureka (descubrimiento,
invento que viene de repente), el descubrimiento científico durante el
sueño o las alteraciones cerebrales. Uno tampoco detiene la mente. Sólo
ella puede hacerlo o sacar menos ruido. Sólo cabe invitarla y tomar
perspectiva, la distancia justa (no identificación, no indiferencia, no
aversión, no separación, no división) de los procesos mentales con la
Atención del Testigo. Para mantener la Atención, a fin de que no nos
arrastre la corriente de pensamientos, puede servir fijarnos en la
respiración sin pretender controlarla, como si fuese un ancla. La Atención
a la respiración nos permite constatar cómo varía ésta según el estado de
ánimo.
La Atención del Testigo, “sin tomar partido”, sin echar a lo
observado leña de los prejuicios e intereses del ego, permite que se revele
la verdadera naturaleza de lo que pensamos o sentimos. Así, llegado el
caso, lo observado puede disolverse al revelarnos su verdad. La Atención,
al necesitar de energía mental, evita que pensamientos o sentimientos que
precisan de mucha energía, como la ira, la tomen fácilmente, tengan la
fuerza de arrastrarnos y ayuda a desactivarlos a la vez que son
comprendidos. Es la Atención la que hace el trabajo, no la negación,
represión, rechazo o evasión.
También hay meditación cuando realizamos alguna actividad
(comer, conversar, trabajar...) si estamos centrados en la misma de modo
que exista una discreta Atención capaz de descubrir si el ego interfiere en
la actividad, esto es, cuando se manipula, explota, oprime al prójimo,
cuando hay una indiferencia inadecuada o una dependencia por apego o
aversión, cuando responde a un deseo compensatorio, cuando su finalidad
es, al menos en parte, la validación personal (reconocimiento, aceptación,
éxito, etc.) y está presente la escala del orgullo (soberbia/ humillación),
cuando estamos pendientes de los resultados, la ventaja que vamos a
sacar de ello, la preocupación (no sólo interés espontáneo, lógico) por
hacerlo bien, etc. Incluso la búsqueda del logro “espiritual”, ser más
humilde, más compasivo, para tener una mejor imagen de uno mismo y
darla a los demás, “llegar a ser” el ideal “espiritual”, la codicia por
“autorrealizarse” (ser más “rico”, más “completo” “superior” a los
demás), etc, muestra que no se parte de la propia aceptación
incondicional sólo por ser y en la que no nos corresponde mérito personal
alguno (nos regalaron la vida); muestra que se busca la propia identidad a
base del propio mérito, esfuerzo, construcción, por lo que sigue siendo el
ego en acción, “mejor”, más sofisticado, más disfrazado y, a veces, por
ello, más peligroso pues sus fechorías se presentan bajo el ropaje de la
virtud. Cuando nada de esto interfiere, cuando en la actividad nos
olvidamos del “yo”, del pasado, del futuro, de cualquier otra cosa y sólo
estamos a ello, y no hay más importancia que la actividad en sí, como
cuando juega un niño sin competir, entonces esa actividad es meditación
en la acción. La meditación en la acción se diferencia de la concentración
en que en esta última puede estar plenamente presente el ego, su “agenda
oculta”, su interés ulterior más allá del de la propia actividad. La
Atención del Testigo es en sí misma un modo de aceptación que debe
reforzar y hacer real la Aceptación Incondicional por Ser, Sin más
Atributos (AISSA) que es a su vez la condición (necesaria pero
insuficiente) para que se imponga nuestro Ser en comunión con el
conjunto de la existencia sobre la construcción egoica y su visión ilusoria
de la realidad.
Cuando escuchamos música o miramos un paisaje y nos asaltan los
pensamientos debemos contemplarlos no como unos intrusos que nos
estropean el momento y a quienes expulsar, sino como parte de la
vivencia presente. No sólo es la verdad, sino el modo de evitar un
problema adicional con la irritación y el esfuerzo por librarnos de ellos
que tal vez sólo consiga cargarlos de energía persistente como cuando
sumergimos una pelota y emerge, en vez de dejar que la corriente se la
lleve.
Si no debemos confundir la AISSA con el Ser Despierto, tampoco
debemos confundir el estado de meditación por absorción en una
actividad, con el Despertar. Éste implica una transformación global de la
persona, no sólo en una actividad particular, en una faceta de sí misma;
no sólo el olvido del “yo” en una actividad, sino en toda su vida. No
como un enlazamiento de actividades meditativas, como se ensartan las
perlas de un collar, sino por encontrarse ya en un estado de la mente
diferente o no-mente, desde la que aborda la pasividad o la actividad. Un
estado de integración de su ser interior y de comunión con el resto del
mundo que supone la disolución del ego.
Si queremos la Atención sin otra actividad y a la vez relajarnos
mentalmente, lo mejor es practicar la meditación sentada. Sentarse en
una silla, sobre el asiento del sofá, encima de la cama, de modo que la
espalda quede bien derecha para facilitar la respiración expandiendo el
abdomen. Si no estamos sentados en una silla, para dar estabilidad a la
postura, recoger las piernas, pero sin preocuparse por una postura
ortodoxa que puede resultar dolorosa. El dolor puede ser una experiencia
interesante para abordar con ecuanimidad en la meditación sentada, pero
dado el poco tiempo disponible, para no desalentar la práctica y
evitarnos algún problema fisiológico, lo mejor es evitarlo en lo posible,
centrarnos en fortalecer la Atención del Testigo y con ella afrontar los
malos momentos diarios. Si se hace con los ojos cerrados se facilita la
Atención a la mente, pues la ausencia de visión y la necesidad de
estímulos del cerebro impulsa el surgimiento de procesos mentales,
pensamientos, fantasías, a las que prestar la Atención del Testigo. Dejar
la mirada blanda, sin querer enfocarla a ninguna distancia, ni “ver”
mejor en la oscuridad, ni percibir mejor lo que surja en la mente. No dar
ninguna importancia a los efectos ópticos ni andar distrayéndose con
ellos, que surjan y se vayan a su ritmo, sin interferir. Centrarse sólo en
estar Atento, no abandonarse en ensoñaciones, entender o solucionar
problemas. Al principio es bueno tener a mano papel y lápiz para apuntar
el recuerdo de alguna tarea pendiente y así, durante la sesión de
meditación, no nos asalte constantemente el pensamiento “que luego no
se me olvide”. Si nos arrastra la corriente mental, no darle más
importancia (“no sé hacerlo, he perdido el tiempo”), recuperar la
Atención y listo, hasta el próximo olvido y vuelta, así cada vez que nos
desviemos. La Atención en la meditación es, sobre todo al principio,
recuperar la Atención. Si la Atención es muy potente, los pensamientos y
fantasías que aparezcan, por sí solos se desvanecerán rápidamente. Pero
nunca hay que impacientarse, cada uno tiene su ritmo, exige su tiempo
de Atención. Cuando los visitantes hayan sido atendidos debidamente
por la Atención del Testigo se darán por satisfechos y la mente no
reclamará con ellos más atención. Ellos se irán. No hay que echarlos o se
resistirán y volverán. No hay que entablar ninguna lucha en la
meditación, como no se nos ocurre parar la corriente de un río o el
tráfico de la autopista. Si se produce algo especial no pretender
estabilizarlo, prolongarlo. Nos estancaríamos. Todo llega y se va por
estupendo que parezca, dejando paso a algo que tendrá también su
tiempo y su fin. Hay niveles por los que se debe pasar, como en un viaje
al centro de la Tierra, sin quedarse en ninguno ni pretender saltárselos.
Nunca debemos pensar “ya está, esto debe ser, he llegado al final”.
Dicen que esa vivencia es imposible de transmitir a los demás por
muchas palabras que se utilicen, así que nadie salvo el que la vive puede
saber cómo es y por tanto no puede parecerse a nada conocido y
reconocible por nosotros como para decir “esto debe ser”. Cuando llegue
no habrá duda ninguna ni la opción de plantearse “esto debe ser”.
Durante el trayecto todas las “estaciones” se llaman Atención y el final
es Atención absoluta.
La meditación sentada es conveniente hacerla estando descansado
pues de lo contrario, resulta fácil dormirse. Si ocurre, no importa, eso
hemos ganado pues lo necesitábamos.
La meditación sentada es sobre todo el “gimnasio” de la Atención
que donde de verdad se pone a prueba es en cada momento de nuestra
vida ordinaria, en nuestros quehaceres y relaciones diarias, durante la
vigilia. Por eso, debe evitarse caer en una especie de “adicción” a la
meditación sentada. Sería como renunciar a la vida completa por pasar la
mayor parte del tiempo en el gimnasio. Por muy musculosos que
estuviésemos no garantizaría para nada saber afrontar las situaciones de
tensión, emergencia o peligro en la vida ordinaria que dependen de otros
muchos factores psicológicos. Pasarse la vida en una cueva o en un
monasterio no inmuniza ni prepara para las pruebas de la vida ordinaria
de todos los seres, en el mundo real de las relaciones sociales,
económicas, políticas, la guerra y menos para transformarlo.
En una sesión prolongada de meditación sentada con los ojos
cerrados haremos, cada treinta minutos aproximadamente, una pausa de
una par de minutos para levantarnos, movernos, observar lo que nos
rodea, mejor dicho, la realidad en la que estamos inmersos, mejor, de la
que somos parte inseparable. Basta mirarnos a los pies mientras
caminamos y más si estamos descalzos para sentir sin duda que nuestra
existencia está enraizada en la realidad “externa”, por no hablar de
caernos al suelo o chocar contra un árbol de la acera ¡eso “despierta” a
cualquiera!. No se trata de aislar la mente de todos los estímulos
externos y conducirla a algún hipnótico, alterado, alucinado y perjudicial
estado, atontamiento y laxitud general, sino sólo de ejercitar la Atención
del Testigo. Puede ser de nuestra Atención a los sentidos y no a nuestros
pensamientos y emociones de donde llegue un vislumbre del Despertar
que siempre se manifiesta en los sentidos. Es sobre todo en las relaciones
personales y sociales donde el ego debe ser superado, allí donde más se
resiste, pues en la contemplación de un bello paisaje, etc, podemos
olvidarnos del “yo”, fundirnos con la naturaleza, pero es mucho más
difícil en las relaciones humanas.
Si simplemente queremos prestar Atención cuando estamos sin
hacer nada, mirando lo que nos rodea, es bueno fijarse en los sonidos sin
preocuparse por localizarnos o identificarlos ni darles nombre, etc. Ya
que la visión es sobre todo frontal, el sonido nos da una percepción
envolvente. Como mirar algo poco interesante puede reducir la atención,
perdiéndonos en pensamientos, atender los sonidos aviva la atención
aunque sólo sea porque habitualmente si no estamos conversando o
escuchando música damos una preferencia total a lo visual. Ayudará
también prestar atención a la sensación del viento sobre nuestra cara.
No se trata de centrarse en el Ahora, en “vivir este minuto como si
fuese el último de mi vida”. Todo eso sólo es codicia disfrazada, la
perversión en la búsqueda de la plenitud del ser y estar. Crea más
tensión, cuando necesitamos aflojar, permitirnos flotar en la existencia.
Se trata de relajarnos dejando a un lado las preocupaciones del “yo”.
Poner en alerta la Atención del Testigo. Si la mente divaga al pasado o al
futuro, se atiende a eso y la mente, a su ritmo, sin forzarla, se irá
asentando en el presente.
El Testigo, desde su perspectiva, captará cuándo entra en escena el
Observador, Juez, etc del ego, el pensamiento condicionado del “yo”, lo
pondrá al descubierto, ya no podrá realizar su maniobra engañosa y se
esfumará y con él la actitud defensiva, agresiva, evasiva, manipuladora
con la vida, permitiendo la integración y comunión. Es decir, ser más
conscientes y así agudizar nuestra inteligencia y compasión espontánea.
La insatisfacción por nuestra vida personal y la situación del
mundo, agotadas las respuestas ordinarias y religiosas, nos lleva a buscar
una salida que radique en la Inteligencia, la más clara consciencia de la
realidad, de nosotros mismos y la consideración por todos; que vaya
desde la constatación de “las cosas como están” (toda esta división y
sufrimiento), por su comprensión, a la verdad que puede ser apoyándose
en “las cosas tal como son”. A esto se le llama Despertar.
Buscar el Despertar como el modo supremo de crecer y realizarse
psicológicamente, es fácil que siga lastrado con la preocupación por uno
mismo, la importancia personal, el “yo”. El Despertar no está ligado a un
“yo” perfecto y realzado, sino a un individuo que ha encontrado lo que
da sentido a la vida que le ha sido concedida, que sabe cuál es su lugar
en la existencia y que vive en armonía con ella. No es el centro de Todo,
sino parte de la cadena y red de lo existente. La importancia de mi “yo”
ni se plantea. Despertar sólo es posible con una mente vacía de “yo” con
todos sus pensamientos satélites, y con un corazón lleno de
consideración.
La finalidad de las modalidades de meditación es ayudar al
Despertar. Se supone que el Despertar es básicamente disolver todos los
velos de la mente de modo que la Consciencia con su Libertad,
Inteligencia (sensibilidad + “ver” + razonar) y Compasión (aceptación,
empatía, hermandad, simpatía, apoyo, amor sin dependencia...), dirijan
nuestra existencia sabiendo quiénes somos realmente (el ser humano
consciente, no el “yo”) y llevar una vida no programada, ni trivial ni
trágica. Consciencia es darse cuenta sabiendo que es uno quien se da
cuenta. Para darse cuenta se precisa la Atención sin velos ni filtros, sin
engaños. Las modalidades correctas de meditación tienen como fin
desarrollar esa Atención en diversas facetas y campos de nuestra
existencia. El principal velo y fuente de engaños de nuestra auténtica
Atención es el pensamiento que está al servicio de las necesidades de
nuestra identidad ilusoria que es el ego, lastrado por el pasado y la
fragmentación por nuestros conflictos internos. Sin el ego, el
pensamiento que usa la lógica, analiza, clasifica, compara, memoriza,
etc, no sería problema, como en la ciencia y técnica que por sus
principios son cuestionables sus resultados, ni el lenguaje, los
conocimientos ordinarios. Pero el aprendizaje de lo nuevo depende de la
Atención, no de la repetición del pensamiento.
El ego es un conglomerado de pensamientos con el tema
“identidad” cuyo centro de gravedad es el pensamiento “yo” “mi” “mío”
entendido de un modo egocéntrico que no corresponde a nuestra
verdadera naturaleza y lugar en el Universo.
El ego es separativo y todo lo que toca y con lo que se identifica,
aunque pretenda ser unificador, acaba siendo separativo, pues
esencialmente son un modo de expresión y promoción del ego. Sea la
pareja, la familia, la empresa, la clase social, el género, la nación, la
religión y hasta una visión de la Humanidad. Y en esa expansión hay
conflicto por su necesidad de validación, por enfrentamientos con los
que cuestionan eso. Ya que la expansión del ego viene motivada por su
necesidad de validación y seguridad, esa misma expansión acaba
llevando al conflicto y la inseguridad a niveles más amplios (celos,
competencia, dirigentes / dirigidos, luchas, guerras...). Pretender eliminar
el ego, mediante la subordinación a Dios, la nación, la clase, el Estado,
es una forma encubierta de expansión en esas proyecciones e
identificaciones, a la vez que se aliena al individuo real.
Vivimos fragmentados en diversos estados del “yo”
(subpersonalidades) y pensamientos, como se irá viendo. A cada
momento es alguno de estos fragmentos (subpersonalidad) o
pensamiento con el que se siente especialmente identificado (creencia,
figura de apego) el que se arroga la autoridad del conjunto fragmentario.
El ego orienta su pensamiento, no según la verdad, sino según le
conviene, de modo que tiende a “ver la feria según le va en ella” y
“barrer para casa”. Los diferentes estados del “yo” (Padre, Adulto, Niño
–del análisis transaccional-) en su faceta no ok y no integrada fomentan
pensamientos distorsionados, sea, respectivamente, por la tradición, el
dogma, el dominio, la intolerancia, el maniqueísmo, la ignorancia del
lado humano (razonar sin sensibilidad, tecnócrata, burócrata), la
sumisión, el ir a la contra (rebelde sin causa), el pensamiento mágico,
ilusorio, maníaco, el nada vale, o el todo da igual... Las emociones del
ego, también condicionan el pensamiento. Así, el odio fomenta el
extremismo, fanatismo; la codicia y avaricia, la manipulación
egocéntrica del saber ajeno, el culto a la erudición y la pedantería; el
autoengaño, la irracionalidad; el orgullo, el pensamiento excesivamente
personalizado y autorreferente, la disputa por quién se lleva la razón; el
miedo, la sumisión al pensamiento establecido o el del más fuerte; el
apego, el dogmatismo, cerrarse a lo nuevo.
La inseguridad personal, la búsqueda de aceptación, la necesidad de
validación y la urgencia por adquirirlas lleva a la búsqueda de certezas
por el medio más rápido posible, agarrándose generalmente a la
tradición, las “verdades” simples, haciendo de ellas parte de nuestra
identidad (identificación). Entonces habrá miedo al cambio que las
cuestione y por tanto resistencia a aprender lo nuevo. La defensa de esos
objetos de seguridad lleva a la inseguridad de los conflictos entre
creencias, países, etc . Si es una persona más sofisticada, en su busca de
seguridad, creará su propio estilo, escuela de pensamiento, etc,
ampliando así el catálogo de pensamientos fragmentarios.
El pensamiento que tiene una “agenda oculta” como demostrar que
uno es más listo, ajustarse a o, al contrario, rechazar un patrón u
ortodoxia, reafirmar ante todo una posición, engañar, etc, es un
pensamiento que depende del pensador del ego.
El ego, centrado en “mí” “mío”, “tú” “tuyo”, vive en conflicto.
Conflictos internos, entre sus diversas subpersonalidades (Padre, Adulto,
Niño, ok y no ok...), sus deseos e intereses contradictorios, y conflictos
con el prójimo y la sociedad. Su falta de integración armoniosa y fluida
se refleja en un modo de pensar la existencia y el mundo de modo
fragmentario. Así, por un lado, puede mantener los más excelsos ideales
filosóficos, religiosos, el “amor al prójimo”, el apego familiar, etc y por
otro lado el interés más mezquino de la explotación inmisericorde y la
violencia extrema. Y cuando trata de establecer una coherencia entre
todo esto, puede ser aun peor al pretender justificar, racionalizar los
aspectos más egocéntricos y miserables. Esa concepción global tampoco
integra de modo sabio las distintas facetas de la existencia, sino
artificialmente, de modo que no sea posible comprenderla cabalmente y
por tanto, transformarla, pues no le interesa echar luz sobre la realidad,
sino al contrario, ignorarla y enmascararla por sus “beneficios” egoicos
(clasistas, de género, racial...) aunque sea causa de enormes desgracias.
Incluso cuando se pretende integrar conforme a los más elevados ideales
de virtud o justicia no resulta, pues se parte del ego persiguiendo la
“realización”, “salvación” etc y viviendo un conflicto con ella, en
realidad haciendo de quintacolumnista contra esos objetivos,
contaminando y saboteándolos. No es el pensamiento ideal y hermoso el
que dará la integración al individuo. Y el individuo integrado y
Despierto no necesitará justificarse con todo un edificio intelectual pues
expresará espontáneamente lo que es natural para él.
En el Despierto ya no hay tendencia al pensamiento fragmentario
pues ha superado su impulso básico que es el pensamiento “yo”. Este
empieza por fragmentar el entendimiento de la existencia al romper la
unidad de todo lo existente e impedir la validación del propio Ser; crea el
conflicto con la vida y consigo mismo al desvalorizarlos y luchar por
darles “su” sentido. El entendimiento del mundo y la vida se trocean y
mutilan del modo más conveniente a su carácter instrumental al servicio
del ego, su promoción, protección, justificación y proyección social. El
pensamiento resultante, aunque se sumen los fragmentos, no puede dar
como resultado la totalidad pues todo está deformado por la perspectiva
egoica egocéntrica y divisoria (yo, tú, el mundo). Una mente egoica es
necesariamente fragmentaria y por tanto no puede ver la totalidad de la
realidad y tal cual es con su verdad y crea conflictos.
El mismo pensamiento “yo” es un conglomerado de fragmentos en
conflicto que surge de la inseguridad ante la ausencia de integración
interna y comunión con la existencia, es decir, de una fragmentación
interna al estar desconectados de nuestra verdadera naturaleza e
inteligencia. Esta inteligencia está libre de pensamientos, no tiene interés
en fragmentar, no parte del pensamiento fragmentario viejo para llegar a
una conclusión; se sirve del razonamiento del pensar sin fragmentar al
abordar lo nuevo, recuperando el pensamiento de lo conocido si es
necesario. Un pensamiento que sea de ayuda para el conocimiento y
transformación debe partir de una comprensión correcta de la naturaleza
del “yo”.
Y en cuanto al contenido de los pensamientos, la modalidad de
creencia, ideología, también tendrá relación con las características del
ego, la personalidad más o menos autoritaria, las identificaciones y
apegos más o menos estrechos y localistas, la orientación dominadora,
dependiente o evasiva con los otros; también la clase social, el género,
en general la sociedad en la que se vive.
La creencia, la ideología, servirá para interpretar, clasificar, la
realidad, pero en ello habrá distorsión de lo que es. La resistencia a
admitir esto, proviene del ego, su necesidad de identificación con el
pensamiento para satisfacer su carencia de seguridad, sensación de
control, validación.
Hay una tendencia en la mente al mínimo esfuerzo. Por eso crea
hábitos, automatismos, que nos permiten centrar nuestra atención en
asuntos más importantes que los meramente rutinarios. Pero también
acompañando a esa tendencia a economizar energías de la atención,
tenemos el deseo de seguridad que busca refugio en el funcionamiento
mecánico de la mente, en esos patrones, repetitivos, respuestas
aprendidas, marcos de pensamiento y actuación, que funcionan como los
surcos del arado en la tierra o los surcos en el disco de vinilo, tendiendo
a entrar siempre en ellos. También tenemos la presión de la sociedad con
sus “reglas del juego”, tradición, costumbres, creencias, para
acomodarnos a sus propios “surcos”. Todo esto es condicionamiento
mental, plasmado en conexiones, circuitos neuronales. Esta
mecanización es una tendencia fuerte en el pensamiento, sobre todo en el
que constituye un cuerpo como una creencia, ideología, escuela, con sus
presupuestos, ortodoxia, etc, que pueden acabar convirtiéndose en una
prisión para la inteligencia, tanto más si se parte de la falta de AISSA
con imperiosa necesidad de seguridad, pertenencia.
Unas mentes competidoras, utilitarias oportunistas, ambiciosas,
autoritarias, necesitadas de compensaciones y seguridades, sin calor
humano, que se evaden, etc distorsionarán la comprensión de la realidad,
no podrán ver lo que es y llegar a la verdad. Comprender lo nuevo, lo
desconocido, la verdad, precisa de una consciencia sensible, abierta, que
no esté a la defensiva, al ataque o escapando. Esto es verdadera
inteligencia. El pensamiento condicionado de esas mentes no puede
resolver nuestros problemas, a lo sumo poner parches, tapar un agujero y
abrir otro.
La mente con estos tipos de pensamiento egoico busca la fijación en
sus planteamientos, la repetición, la confirmación, pues ahí se siente
segura aunque acaba creando inseguridad por su inadecuación a la
realidad y a lo nuevo. No es apta para ser realmente receptiva a lo que la
contradice, sea cual sea la verdad, en la novedad, la revisión, lo
inesperado, lo desconocido. El ego agrava la limitación del razonamiento
desde el pensamiento que se alimenta siempre de la memoria, del saber
acumulado, del pasado.
A una mente así le cuesta decir “no sé” salvo cuando el objeto de
conocimiento es totalmente nuevo y evidente su ignorancia. Más difícil
incluso, decir “creo saber, pero ¿qué debo desaprender pues mi
conocimiento en realidad puede ocultar ignorancia o condicionamiento?”
y empezar de nuevo. Peor aun le resulta abordar lo nuevo, lo
desconocido, sin matarlo con los patrones de lo viejo, lo conocido.
Un pensamiento así condicionado, con toda su cadena de
consecuencias, es causa de muchos problemas y disipa una enorme
energía mental ya en la propia fragmentación, sus contradicciones y en
todos los conflictos mentales y sociales que acarrea y también en
general, energías humanas, de otros seres y los materiales del planeta.
Este pensamiento fraccionado, con sus identificaciones y apegos,
provoca la separación entre los individuos y entre grupos humanos, por
motivos religiosos, nacionales, sociales, políticos, alistándose tras uno u
otro estandarte.
Desde este pensamiento, la búsqueda de soluciones y lo que se
considere como tal, siempre será deficiente y provocará confusión,
desorden y conflicto, aunque sea de otro tipo. El orden vendrá no por el
esfuerzo por lograrlo desde una idea del orden que será confusa, sino por
descartar el desorden desde su comprensión con una total Atención y
ponerle entonces remedio. Y la causa fundamental del desorden es el
pensamiento desde el “yo” y el propio pensamiento “yo” “mí” “mío”. Y
es también con la Atención con la que se acabará por disolver el “yo”.
Una mente abierta a lo desconocido y sin temor a desprenderse de
la seguridad de lo conocido, es una mente con Atención sin intrusión del
ego y sus variedades de pensamiento. La más apta para el aprendizaje, el
nuevo conocimiento. Una mente abierta con Atención es inteligencia.
Una mente así no está fraccionada ni fracciona, sino que puede ver desde
la perspectiva de la totalidad -que no ser omnisciente-, sin levantar
divisiones que no existen más que en el pensamiento y la realidad que
éste es capaz de crear.
El aprendizaje propio de la Atención no se deposita sobre el eje del
ego como un precipitado, como ocurriría con la concentración en su
pensamiento puesto al servicio del reforzamiento del “yo”. Lo aprendido
es una verdad libre siempre cuestionable por otra superior, no un
conocimiento cautivo, distorsionado y acumulado para conservarse a
expensas de lo nuevo. En el aprendizaje de la Atención hay pasión por la
verdad no codicia o avaricia por el conocimiento y su poder.
Si lo realmente importante es la verdad y no tú, no introducirás las
distorsiones del ego. Si estás abierto no sólo a lo que tú ignoras pero
otros saben, sino a lo desconocido, nadie puede saber de eso y por tanto,
no hay ninguna autoridad externa ni interna que tenga competencia para
intervenir ahí, ni a la que debas acudir y rendir obediencia, ni siquiera tu
propia experiencia. Y la verdad no está tampoco para servirte. Si sigues
poniéndote como el centro y la meta, recurrirás al pensamiento de lo
conocido puesto al servicio de eso y te someterás a la autoridad del que
sepa más que tú o agigantando la importancia de tu experiencia limitada.
Si estás abierto a la Verdad, admitiendo que no sabes, la pondrás
como lo más importante y no a tí o tu experiencia; ya no serás el centro.
Mientras tú seas el centro, lo importante, no habrá ningún cambio radical
en ti ni en el mundo, será otra variante de lo visto siempre, y para ello
recurrirás al pensamiento y sus variantes, con su egocentrismo,
autoridad, jerarquía, etc. El cambio radical y salvador, no puede venir de
lo conocido ni de sus posibles variedades, ni de su evolución, ni de la
maduración con el tiempo. Todo eso lo hemos visto y ahora explotamos
y guerreamos con más conocimiento, habilidad, astucia y destructividad
que en el Paleolítico.
El cambio radical y salvador tiene que venir de algo totalmente
nuevo, desconocido para la mente egoica pensante, una dinámica
distinta de la mente y la acción, en la que por tanto nadie puede tener
autoridad. Si hubiese autoridad y su cadena de obediencia, conflicto,
pensamiento ortodoxo y anti, identificación, etc, estaríamos nuevamente
en la misma dinámica de la mente, nos estaríamos referenciando a algo
reconocible, básicamente conocido. La dinámica del pensamiento en
base a lo conocido, nos ha traído hasta aquí, dándonos más
conocimientos y control fragmentario de la existencia a la vez que
agravado nuestros problemas hasta dimensiones peligrosas para la vida
en el planeta. Eso no quiere decir que todo el conocimiento adquirido sea
inútil a la nueva mente, pero sí que ella será la que juzgue.
Lo conocido es la dinámica del pensamiento que tiene como centro
el ego. Partir del ego conduce a la dinámica del pensamiento a lo ya
conocido (condicionado, compensatorio, proyectivo, distorsionador).
Abrirse a la verdad, a lo desconocido, admitiendo desechar lo conocido,
implica anular ese centro egoico. Anular el centro egoico es lo que
permite abrirse a lo desconocido cuestionando lo conocido, salir de la
dinámica histórica y hacer posible el cambio radical en la mente y el
mundo. La vía del pensamiento garantiza que conduce a los “éxitos” y
fracasos de siempre. La vía de lo desconocido sin garantía puede ser un
fracaso o permitir nuestra salvación. Quien busca seguridad irá por la vía
de lo conocido. Quien no la necesite, se permitirá aventurarse por lo
desconocido.
El pensamiento “yo” más protegido no es el que recurre a una
defensa cerrada y rígida mediante la identificación “indisoluble” con
otro pensamiento. Este corre el riesgo de tener que desaparecer por
completamente desacreditado, en desventaja social, etc, lo que amenaza
la estabilidad del pensamiento “yo”. El menos vulnerable es el que
establece una relación débil con los demás pensamientos, de modo que
sus apegos e identificaciones crean poca dependencia y hay gran
flexibilidad para, descartados unos por lo que fuere, pasar a otros. De
una personalidad así podríamos decir que “no se casa con nada ni con
nadie” o que es un “chaquetero”. Lo constante es siempre el pensamiento
“yo” y lo cambiante, aquellos materiales con los que se construye,
identifica. La clave del “yo” no es tal o cual detalle o característica
personal, sino que la vida la pone en función de su validación
(autoestima, escala del orgullo, logro..), su separación y falta de
comunión con la existencia. Esto es lo que quiere mantener a salvo y
perpetuar y secundario los medios de los que se sirva, las variantes
mundanas o “espirituales”. Este “yo”, aunque salte de un pensamiento o
campo de acción a otro y se considere muy abierto, creativo, sin miedo a
lo desconocido, etc, en realidad sigue moviéndose siempre de lo
conocido a lo conocido, pues no se sale del pensamiento “yo” a lo
desconocido “no yo”.
El pensamiento más peligroso y causante de todos los demás
pensamientos distorsionados es el pensamiento “yo” (mí, mío), cuando
su función no es sólo la de indicar.
El ego puede actuar conforme a un pensamiento que produzca
grandes cambios positivos en el mundo externo e incluso interno,
modificándose el ego, pero el ego, seguirá ahí, distorsionando el
conocimiento de la realidad y contaminando la existencia con su
mentalidad de “mendigo”, su egocentrismo y falta de comunión con la
existencia.
Allí donde no es indispensable el proceso de pensamiento práctico
diario, de reconocimiento, mecánico, científico técnico, el Despertar
permite el aprendizaje, conocimiento, sin recurrir a los procesos del
pensamiento y su memoria, es decir, la percepción directa, instantánea,
como evidencia “de un vistazo”, totalmente. Como el saber,
descubrimiento o invención que surge después de haberlo intentado y
dejando que el cerebro piense en silencio, sin nuestro conocimiento,
mientras nos dedicamos a hacer o pensar en otras cosas, y de modo
repentino, como por iluminación o inspiración ajena, llega la solución
(fenómeno eureka...). Parecido a la intuición, pero distinta de ésta que
puede ser un vislumbre apoyado en la memoria y el pensamiento, las
pautas condicionadas inconscientes. Un aprendizaje sin palabras,
conceptos, análisis, la acumulación del conocimiento pasado y parcelado
y que da lugar a algo nuevo.
Como el cuerpo tiene su inteligencia y complejísimo
funcionamiento (la más alta “tecnología” y programación) sin que
nosotros conscientemente lo dirijamos y ni siquiera sepamos
espontáneamente (ahora algo más con la ciencia) cómo lo hace, así hay
una inteligencia mental que escapa a las riendas del pensar. Despertar es
confiar también en esa inteligencia y librar los obstáculos para que se
exprese: dogmas, creencias, ideología, identificaciones, el conocimiento
parcelario, fragmentario, prejuicios, conflictos internos, intereses
egocéntricos, la imagen de uno mismo, el pensar como medio de control
de la realidad, orgullo de atribuirse el mérito de la inteligencia... La
Atención es el estado de alerta y confiada apertura a esa inteligencia. La
Atención es ese saber mirar y escuchar en silencio de la mente tanto al
que nos habla, como a la realidad y a esa inteligencia que no
controlamos. Y de ahí, el Despertar lleva al conocimiento de la realidad
tal cual es, como evidencia.
La Atención no es la atención ordinaria selectiva del que va
persiguiendo algo y está alerta para “cazar al vuelo” cualquier
oportunidad que se presente para conseguir su objeto. Esta atención
selectiva no es sólo un estado de alerta sino que crea tensión, pues el
objeto de su atención viene generalmente condicionado por la mente
egoica, sus conflictos y deseos contraproducentes (placer que lleva
aparejado el sufrimiento). Así, el que está alerta a cualquier ocasión para
hacer dinero, destacar, etc. La Atención de la meditación es una atención
intensa y con tesón por sostenerla, pero relajada, pues no “toma partido”
y detrás de ella no hay ningún logro, sólo darse cuenta. En la atención
selectiva el peso se pone en el objeto de la atención que atrae como un
imán la consciencia y la voluntad; en la Atención, el peso está sobre todo
en el que atiende (el Testigo) que observa los objetos externos o de su
mente (internos) sin “tomar partido”.
La Atención no crea conflictos y supera los conflictos; serenidad y
equilibrio. Si fuésemos capaces de la Atención correcta, todo el
entrenamiento y experimentación de las modalidades de meditación
sobrarían pues la Atención ya es meditación. Las modalidades de
meditación no son sino modalidades de la Atención ejercitándose. La
Atención, a la mente “interna” o a la mente de la “realidad virtual”
exterior, no es lo mismo que la concentración habitual que recurre al
análisis y al pensamiento y que focaliza la atención en un objeto, asunto,
de modo que excluye y lucha porque en la mente no aparezcan
pensamientos, etc ajenos al objeto de la concentración. La Atención
permite que todo entre y salga, a su ritmo, del campo de la consciencia.
Por eso precisa de un entrenamiento, como para fortalecer un músculo,
pero no tiene etapas ni precisa de un mínimo de tiempo inevitable.
Alguno puede conseguirla plenamente desde el principio. No crea
hábito, pues no es un comportamiento capaz de crearlo, ya que no es
repetitiva, sino por naturaleza, algo que tiene que ser fresco, nuevo de
instante a instante. Uno no puede abandonarse al automatismo de la
Atención como cuando caminamos a la vez que estamos absortos en los
pensamientos, olvidados del recorrido que hacemos si es el habitual. La
Atención puede ser estable, espontánea, pero no un hábito, algo
repetitivo, mecánico, que es lo inverso de la alerta consciente
(expectante, sin ansiedad).
Dado que es contraproducente para el Despertar la búsqueda del
Despertar como logro, recompensa, una vez mínimamente claro nuestro
objetivo final, hay que centrar la existencia en la Atención como
objetivo constante, olvidándose del Despertar. Este no es un final, sino el
movimiento de aprender y vivir sin condicionamiento. Sólo es posible si
ya iniciamos el movimiento de aprender sin pensamiento y nos damos
cuenta del condicionamiento con la Atención, de momento en momento,
cada día.
La “religión”, la práctica “religiosa”, la “devoción”, la “oración”, el
camino y la meta, es la Atención. El Despertar es la promesa que nos
motiva a iniciar el camino de la Atención, pero tenerla presente sólo
sirve de distracción.
La Atención es la única y verdadera disciplina (de aprender) que al
contrario que las demás obediencias y disciplinas, no disipa energía en
mantener el sometimiento y lograr alcanzar las metas establecidas por la
autoridad, sino que la concentra. La Consciencia necesita de toda esa
energía. Para Despertar hace falta mucha dedicación, sobre todo la
Atención del Testigo. Un esfuerzo que no es el esfuerzo típico del ego
por el logro. Un hacer donde el “yo” interviene cada vez menos. Y al
final, hasta esa dedicación cesa por sí misma para dejar paso a la energía
del Ser o consciencia inteligente no egocéntrica y compasiva, unida al
Todo, tomando posesión de nuestra mente disolviendo las últimas
ilusiones del ego. Parecido al despertar de la vigilia que disuelve los
sueños y la identidad del “yo” en ellos; o cuando después de muchos
esfuerzos, lo dejamos y por sí solo, llega el recuerdo o la solución a un
problema, sin la intervención del “yo”.
(NOTA 15) Que no vale discriminar con lo bueno y lo malo; que
debemos sospechar también de lo bueno se hace claro cuando, por
ejemplo, comprendemos que en un filántropo, la compasión por los
demás puede moverse en gran parte por empatía, pero porque uno a la
vez proyecta en los demás sus propias heridas y cuidando las del prójimo
pretende cicatrizar las propias. Hay en el fondo un interés por sacar un
beneficio personal, aunque no sea vergonzoso. Aquí radica una de las
claves del Salvador o Rescatador.
La motivación profunda de la más auténtica compasión no es la
autocompasión (legítima), sino la aceptación y el agradecimiento a la
vida que con la empatía, nos predispone a dar y darnos a los demás como
modo de expansión de nuestra existencia, no de nuestro ego. Esta es la
compasión de la gran mente, no la condicionada por el ego. El
cristianismo habla del amor al prójimo por amor a Dios o por el amor de
Dios a nosotros hasta el sacrificio en la cruz. Ni Dios existe ni lo que se
nos relata como su amor puede admitirse como una representación del
amor. Como hay incapacidad para amar directamente al prójimo hay que
desviarse y cargarse emocionalmente con la proyección del amor del
padre para a través de ello poder amar al prójimo, como amar a un
hermano indirectamente por ser hijo amado del padre al que se ama. Pero
cuando el amor funciona realmente y no es contaminado por el guión de
Salvador del cristianismo, creo se debe a que en el fondo hay un amor a
la vida, aceptación incondicional por el supuesto amor sin límites de
Dios; gratitud a la existencia y el cosmos, personalizado en su Creador.
(NOTA 16) Esto significa, de hecho, un funcionamiento del cerebro
diferente del habitual, que hoy en día se puede registrar
experimentalmente. Esta cuestión tan importante no puede ser abordada
aquí extensamente, pero se recoge en libros sobre budismo y en
publicaciones científicas.
En la revista Mente y Cerebro de mayo 2005, nº 12, hay un artículo
titulado “Bases neurológicas de la religiosidad” en el que se explica un
experimento con un budista zen que está meditando. Cuando alcanza la
fase en la que no hay separación del yo con el universo, se detecta que el
lóbulo parietal superior derecho ha disminuido drásticamente su
actividad. Está transitoriamente “ciego”. Este lóbulo se encarga de
separar el yo de los infinitos no yo que representan el resto del mundo y
depende de un flujo de información constante de todos los sentidos. La
meditación zen no se hace con los ojos cerrados, así que llegan algunos
estímulos visuales. Pero en ese estado de profunda relajación deben
disminuir, al no estar centrada la atención en lo que se ve, sino en el
estado de la mente sobre todo. No es fácil sacar conclusiones definitivas
de este experimento. A la vez que esto ocurre, hay una buena actividad en
la zona del campo de la atención, en la parte frontal del cerebro, sobre
todo en la parte izquierda, hemisferio izquierdo. Es decir, que tenemos
una buena atención, pero no discriminativa, tanto en conceptos,
comparaciones, juicios, como percepción.
¿Cómo entender entonces el cese de la separación de yo y el
mundo?. Dos posibles respuestas:
a) al estar en un lugar seguro, sin ningún riesgo, sumamente
relajados, al no requerir las habilidades propias de la supervivencia, el
cerebro no necesita funcionar al modo ordinario para discriminar y
permite observar la realidad de otro modo más global, integrado;
entonces descubrimos tras esa verdad relativa de la discriminación, la
Verdad última de ser totalmente interdependientes, lo que coincide con
nuestro conocimiento científico de la naturaleza. Que se trata de una
verdad última viene reforzado por el hecho de que hay una viva atención.
Hay personas que relatan esa vivencia de disolución de fronteras estando
muy conscientes y muy relajados.
b) se produce un funcionamiento que sólo cabría entender como
alterado, deficiente, a pesar de haber un alto grado de atención. Pero
como esa percepción alterada coincide con lo que la ciencia nos dice de
la naturaleza, sería un modo útil desde el punto de vista emocional, para
poder asumir, no sólo intelectualmente, esa verdad científica que de otro
modo nos resulta tan difícil asimilar.
Esta información hay que relacionarla con la que viene en el libro
“En defensa de la felicidad” (ed Urano, 2005) del monje budista
occidental Matthieu Ricard, pag 273 y siguientes. Comenta un
experimento de laboratorio con un monje budista tibetano, por el que
resulta que la atención en la meditación, acrecienta muchísimo la
actividad de la circunvalación frontal medio izquierda, con un pico
importante de actividad eléctrica gamma (más de 30 ciclos por segundo),
superior a la habitual de la concentración (beta), potenciando la respuesta
relajada, la ecuanimidad, la capacidad de percepción de las emociones
ajenas, la empatía y la actitud optimista, positiva, ante la existencia.
Si unimos esto con la vivencia de la no diferenciación con el mundo,
el resultado parece ser el propio del Despertar, no separación,
ecuanimidad, empatía, compasión, junto con un alto grado de atención.
Así que la meditación de la Atención con su adecuada actividad en
la zona de la circunvalación frontal medio izquierda y de la zona parietal
superior derecha serían claves para el Despertar, en el que la inteligencia
está asociada a la superación de la separación egoica y la creación por
tanto de las mejores condiciones para la compasión.
Tengo el testimonio de una vivencia espontánea de disolución de la
separación con el medio, dirigido a mí por un varón (no es el de la
experiencia de la nota 6) de cincuenta y cinco años, muy culto, con gran
capacidad teórica, muy racionalista, totalmente ajeno al budismo o
similar: “Te explicaré también una experiencia personal de identificación
con el todo, la más rica de mi vida, obtenida precisamente sin buscar para
nada esto, sin la más mínima preocupación por el tema, simplemente a
partir de una enorme relajación. Estaba de vacaciones en la isla de
Córcega, pero entonces entre pueblo y pueblo había un montón de
preciosas calas sin nadie. (...) me quedé acostándome en una roca, sobre
una toalla (...). Al cabo de un tiempo, bajo un sol maravilloso, el traje de
baño me molestó y me lo quité, al cabo de más tiempo, me molestó la
toalla y también me la quité, finalmente me sentí totalmente dentro de la
roca, era roca. Ha sido la sensación más hermosa de mi vida, mejor que
cualquier orgasmo y los he tenido muy intensos. No sé cuanto tiempo
pasé así”. Este relato sólo lo hizo a raíz de plantearle yo extensamente mi
interés por el budismo y descubrir él la similitud de su vivencia con lo
que yo le explicaba. Esta vivencia se dio en todo caso con una
eliminación parcial del estímulo visual al tener los ojos cerrados al tomar
el sol, pero con la sensación de luz sobre ellos y con los demás sentidos
(sonido de las olas, tacto de la roca, etc). No parece una situación
artificial como para provocar un estado alterado, deficiente, patológico.
La clave radica en una total relajación y olvido del “yo” pues en aquél
lugar aislado en una amplia zona de muy baja densidad humana y en ese
momento, no precisaba de las actitudes de vigilancia, protección, defensa,
agresión, evasión de la mente ni del “yo”, por lo que tranquilamente se
desnudó físicamente y desarmó mentalmente. No debía demostrar nada,
dar ninguna imagen de sí, ni compararse con nadie. Estar de vacaciones
facilitó “aparcar” el “yo” con toda su “agenda”. No estaba pensando en
nada, sino inmerso en la vivencia de “aquí, ahora”. No estaba
esforzándose por tener una vivencia así, pues tal vez ni siquiera supiese
que existía. No había codicia, ni orgullo, ni mundano ni espiritual.
Tampoco deseo alguno que lo alejase del “aquí y ahora”, sólo
abandonarse confiadamente a la existencia, abrirse totalmente a la
vivencia. No hubo esfuerzo ni a favor ni en contra del ego, ni por buscar
ni por dejar de hacerlo. No creó fricción, lucha interna. No dominaron los
conceptos, a pesar de ser un trabajador intelectual (varios libros
publicados), sino sólo la sensación de ser y estar. Abandonó todo “tener”
quedándose desnudo acostado en la madre tierra. Sin ninguna tarea para
el “héroe” egoico, éste se disolvió temporalmente como las nubes del
cielo y con ello se pudo hacer la luz en la mente, teniendo una vivencia
de mayor unidad e integración que en toda su vida. Si se hubiese puesto a
meditar en una postura forzada, preocupado por la iluminación, etc,
intentando parar la mente, lograr una vivencia especial, no habría
ocurrido nada de valor. Su ignorancia facilito que ocurriera pero también
impidió que se aprovechase bien la vivencia absorbiéndola.
Cientos de miles de mujeres (menos hombres) pasan horas
bronceándose en piscinas y playas. ¿Por qué no reportan vivencias
semejantes?. Aunque lo hagan en top less -o precisamente por ello- están
demasiado pendientes de sí mismas y de la mirada de los demás. En esos
lugares puede haber una enorme densidad humana, con una distancia de
centímetros entre toalla y toalla. En esas condiciones internas y
ambientales es muy difícil olvidarse del “yo”.
El psicólogo canadiense Michel Persinger estimuló magnéticamente
parte de sus lóbulos temporales y contó que por primera vez en su vida
había sentido a Dios (Francisco Mora “El cerebro sintiente”, Ariel
Neurociencia, 2000, página 197).
Es indudable que hay unos circuitos cerebrales que permiten esa
sensación cósmica, se le dé un nombre u otro dependiendo de la
influencia cultural. No creo que pueda atribuirse sólo a estados
patológicos o deficientes, sino que responde a una capacidad de
comprensión inconsciente, intuitiva, de la mente, que no debemos
despreciar, como tampoco lo hacemos con los sentimientos de afecto,
compasión, etc por mucho que podamos rastrear los procesos
neurológicos, bioquímicos, asociados a esa vivencia. Si el conocimiento
científico más elevado del Universo o de la propia mente es el resultado
de una masa de materia gris que podemos diseccionar y hasta hacer
picadillo y el funcionamiento de nuestro cuerpo-mente depende de una
inteligencia y procesos que en su inmensa mayoría ni controlamos ni
conocemos ni comprendemos ¿por qué despreciar lo que puede ser otro
tipo de conocimiento, sabiduría, muy neurológica por supuesto (soy
materialista en esto) pero que escapa a nuestro “yo” como cantidad de
procesos creativos, descubrimientos, inventos (fenómeno eureka y
otros)?. Entre los hemisferios cerebrales hay incluso una relativa
especialización para los procesos lógicos y los intuitivos, además de los
automáticos e instintivos en otras partes del complejo cerebral y la
mayoría de todo esto escapa a nuestro “yo”.
Si en una situación de peligro, emergencia, preocupación por la
propia integridad, se modifica el funcionamiento del cuerpo-mente
(adrenalina, ralentización del tiempo subjetivo, discriminación máxima
de posibles amigos y enemigos, etc) y a esto no lo consideramos un
trastorno sino una respuesta adaptativa, deberíamos tomar una actitud
similar cuando la situación es todo lo contrario (total seguridad en
soledad) y con unas condiciones más (despreocupación por el “yo”) el
cuerpo-mente modifica su funcionamiento en el sentido indicado antes.
No deberíamos dar tanto crédito a la supuesta realidad de nuestro
“yo”. Ni siquiera podemos tener la garantía absoluta de que realmente
existimos o somos quienes creemos ser en vez del sueño de algún otro, un
programa de “videojuego” o cualquier otra cosa, desde las víctimas de
“Matrix” al “sueño” de la consciencia cósmica (vedanta advaita). La
certeza absoluta (billón por billón) es imposible pues ninguno podemos
salirnos de lo que creemos nuestro cerebro para comprobarlo y es ahí, en
ese cerebro, donde creemos vivirlo todo. Y no estoy defendiendo ninguna
filosofía idealista o solipsista. Tengo la confianza al 99,99% de que soy
quien creo ser, que los demás, el mundo, el Universo, la Historia, existen.
Pero ni tengo ni tendré ni tendremos jamás la certeza absoluta pues
incluso si creyese que he podido salir de mi cerebro y comprobarlo ¿qué
garantía absoluta tendría de que todo no es alguna especie de fantasía?.
Esto es algo con lo que debemos vivir aunque en el día a día no nos
plantee problema.
Un libro serio muy interesante, aunque me da la impresión de que
tiende a achacar los fenómenos a un funcionamiento anómalo o deficiente
(sin duda muchos lo serán), es el de Francisco J. Rubia “La conexión
divina. La experiencia mística y la neurobiología”, Crítica, colección
Drakontos, 2003. Para un planteamiento muy crítico con todas las
variantes de la meditación, un libro con cierta vocación de escándalo
“Falacias de la psicología” de Rolf Degens, Ediciones Robinbook, 2001,
pag 241 y siguientes.
Lo poco que -pese a grandes avances- sabemos sobre nuestro
cerebro, nos lo demuestra el caso de Daniel Tammet, joven británico, con
una increíble capacidad de cálculo, que maravilla a matemáticos y
científicos, pues no es fruto de un entrenamiento extraordinario, sino un
proceso espontáneo que su mente ejecuta sin su dirección, sólo prestando
atención a los resultados que le ofrece. Desde la cuna era un niño muy
llorón, difícil de consolar salvo con movimientos de balanceo (en una
manta) y de muy niño sufrió unos ataques epilépticos. Desde entonces su
principal interés son los números. Todo lo que veía, lo asociaba a ellos.
Experimenta el fenómeno de la sinestesia de modo que los números se le
representan como imágenes de diversas formas, colores y texturas y lo
mismo ocurre con los objetos pues le transmiten las emociones de los
números. Tammet ha sido capaz de aprender el islandés en sólo una
semana, siendo entrevistado por la televisión del país para gran sorpresa
de todos incluida su profesora nativa. Su ligero autismo inicial se superó
con la educación normal por lo que es una persona normal, inteligente,
socialmente adaptada, aunque algo retraída y a la que le abruman las
grandes ciudades pues son para él un choque a los sentidos debido a la
sinestesia. (documental “Un genio sorprendente” emitido por “Mundo
Hoy” de ETB2 el 31-XII-2006).
(NOTA 17) Una respuesta a esta cuestión suele ser la del
compromiso político, social, religioso, para transformar el mundo, la
sociedad, desde una perspectiva altruista, comunitaria, para expresarlo en
términos lo suficientemente amplios. Se supone que ese compromiso
permite dotar a la vida de su pleno sentido humano. Aunque esta
respuesta parece muy correcta y elevada, en realidad está profundamente
equivocada. Es una trampa sofisticada del ego a cuyo servicio sutilmente
se pone toda esa vocación altruista, por lo que el resultado de ese
compromiso suele ser cierto sentimiento elitista, meritocrático,
pretencioso (somos los mejores, más conscientes, creyentes, altruistas,
etc), secretamente resentido si no se cree debidamente reconocido,
correspondiente al guión de vida que el análisis transaccional llama de
Salvador con deriva a Perseguidor.
Pretender que ese compromiso social, político, etc es el mejor
recurso para dar sentido a la vida, cuando en la mente aún domina el ego,
lleva a convertir el compromiso, en gran medida, en un medio de
validación y promoción del ego. De ahí suponer al activista, voluntario o
militante (en adelante “el comprometido”), con una categoría especial,
convertirlo en algo propio de una meritoria elite, para complacer las
necesidades del ego del comprometido. El compromiso, corrompido por
el ego, puesto al servicio del ego que se sirve de la Humanidad, etc, para
validarse, se convierte en un elitismo que puede estar muy bien
disfrazado por una aparente humildad. Aquí la humildad no es un estado
natural, espontáneo, sino un logro del que secretamente enorgullecerse,
un ideal por el que se compite. La humildad es así una forma de
fariseísmo (yo soy mejor que ese pecador, yo soy de verdad humilde, no
como ese soberbio...), un medio para inflar el ego aunque esté disfrazado,
incluso bajo la forma de ser el más servil y esclavo de los seres. No se
diferenciaría tanto como se cree de hacer carrera en la profesión, ganar
dinero, etc. Sigue siendo el mismo ego comparativo, competidor que de
un modo u otro tiene que distinguirse, sentirse mejor que los demás. En el
“mejor” de los casos, se conformará con la complacencia en el
sentimiento elitista (fariseísmo) y le bastará con sentirse aceptado por la
organización, comunidad, apreciado por la dirección, etc. En el caso de
los más ambiciosos (disfrazado como los más entregados a la causa),
fácilmente, se traducirá en codiciar la influencia, prestigio y poder dentro
de la organización. Los más individualistas o que vean cerradas sus
posibilidades de ascenso porque las plazas de cabeza son escasas,
recurrirán a otros medios que pueden llevar a la escisión, crear otra
organización, secta, etc en la que sí podrán destacar pues la controlan
desde su inicio, etc. También se puede traducir en buscar un
reconocimiento social, bien mediante el apoyo de los sectores populares o
incluso de sectores privilegiados y dominantes. Esto último ha ocurrido
por ejemplo con muchas comunidades religiosas, ongs, organizaciones
políticas...
Una formulación de la posición comentada podría ser fácilmente
ésta, recogida de un documento: “Lo que distingue al comprometido y da
sentido a su vida, es ser un eslabón de la cadena que va hasta la
(emancipación, liberación, purificación...) de la humanidad, una cadena
que pervive más allá de su propia desaparición.”.
El discurso ya empieza, en cuanto a dar sentido a la vida, no por lo
que ti
Descargar