1 Prodavinci “Heil Hitler, el cerdo está muerto” de Rudolph Herzog; por Patricio Pron Patricio Pron · Tuesday, June 30th, 2015 “Hitler, Göring, Goebbels y el ministro de Alimentación Backe celebran un consejo de guerra. Hitler le pregunta al primero: ‘¿Para cuánto tiempo más tenemos aviones y gasolina?’. Göring contesta: ‘¡Para cinco años, mein Führer!’. A continuación Hitler le pregunta al segundo: ‘¿Durante cuánto tiempo podrá la propaganda asegurarnos el apoyo del pueblo?’. ‘¡Diez años más, mein Führer!’, contesta Göring. Entonces Hitler le pregunta a Backe: ‘¿Y cuánto tiempo más nos puede usted alimentar?’. ‘¡Veinte años más, mein Führer!’, responde Backe. Hitler dice, con su acostumbrada energía: ‘¡Qué bien! ¡Eso significa que podremos continuar con la guerra durante mucho tiempo!’. Pero Backe le interrumpe: ‘Bueno, pero que sepa que yo me refería sólo a nosotros cuatro’.” Heil Hitler, el cerdo está muerto, el libro de Rudolph Herzog en el que se puede leer el chiste anterior, está presidido por la idea de que la historia del nacionalsocialismo puede ser contada por los chistes que circularon en la sociedad alemana durante ese período y que, en palabras de su autor, proporcionarían “una visión del verdadero estado de ánimo de la Volksgemeinschaft hitleriana” más allá de las declaraciones públicas y de la propaganda. Que esos chistes no sean fáciles de datar (y que su recolección esté basada en testimonios de testigos, con las desfiguraciones propias de la memoria) es un obstáculo importante que este libro supera como buenamente puede; pero, si se aceptan las premisas de Herzog (es difícil), se disfruta de un libro Prodavinci -1/4- 04.09.2015 2 que va de los primeros años del nazismo en el poder, cuando los chistes “no pasaban de insignificantes pullas” y “se contaban despreocupadamente”, hasta su caída, cuando los alemanes no tenían nada, excepto un deslumbrante y muy negro sentido del humor, como prueba el siguiente chiste acerca del fracaso de los sueños expansionistas de Adolf Hitler: “Un hombre le dice a otro: ‘Dime, ¿qué vas a hacer después de la guerra?’ ‘Pues por fin me tomaré unas vacaciones de verdad y viajaré por la Gran Alemania.’ ‘Ah, ¿y qué harás por la tarde?'”. Entre ambos acontecimientos (es decir, entre la aparición del nacionalsocialismo como fuerza política a nivel nacional y su derrumbe), se encuentran los primeros chistes, como el de hacer pasar en las tabernas el “saludo alemán” “Heil, Hitler” por el pedido al encargado de “Drei Liter” [Tres litros]; los destinados a señalar la responsabilidad nacionalsocialista en el incendio del Reichstag (“La tarde del 27 de febrero, el asistente de Göring se precipita jadeante en el despacho de su jefe: ‘¡Señor ministro!’, grita. ‘¡El Reichstag está ardiendo!’ Göring mira su reloj y menea la cabeza con asombro: ‘¿Ya?'”), la Anexión de Austria, los primeros rumores acerca de la existencia de campos de concentración, la creciente militarización y uniformización de la sociedad alemana (“En la calle se decía con sorna que el ejército del Reich iría vestido de civil en el futuro para que se pudiera distinguir a los soldados del pueblo llano”), los primeros triunfos militares y la decepción posterior con la guerra al ver que ésta se prolongaba, los bombardeos sobre Alemania y la defensa desesperada de las ciudades (“¿Quién tiene oro en la boca, plata en el pelo y plomo en los miembros? Respuesta: los hombres del Volksturm“). Para el autor, “los chistes políticos no eran una forma de resistencia activa, sino más bien vías de escape para la rabia acumulada del pueblo. Se contaban en las tertulias, en el bar, en la calle, para desahogarse al menos durante un instante haciendo de la risa una forma de liberación”. Según Herzog, “existen numerosos chistes de la primera época del nazismo que no son más que juegos sin carga política, que apenas se podrían interpretar como manifestación de la actitud básicamente escéptica del pueblo alemán frente al régimen”; como ejemplo, pone las siglas de la Asociación de Jóvenes Alemanas (BDM, por sus siglas en alemán), que eran convertidas en “Bald Deutsche Mutter (Pronto Madres Alemanas)” o en “Bedarfsartikel Deutscher Männer (Artículo de Primera Necesidad de los Hombres Alemanes)”. Poco a poco estos chistes habrían dejando su lugar a otros más virulentos al tiempo que más vinculados con la vida privada de los jerarcas nazis y con sus aficiones, que eran un secreto a voces: así, la muerte de Röhm (líder de las “depuradas” SA y notorio homosexual, fusilado por orden personal de Hitler bajo la acusación de haber participado de una conspiración en su contra) llevó a que la gente bromeara con que, desde que estaba en el cielo, “los ángeles llevaban las hojas de higuera por detrás”. Un estudio acerca de las sentencias dictadas a personas detenidas por contar chistes políticos durante el nazismo que realizó Meike Wöhlert hace algunos años demostró que el 61 por ciento de los acusados fue absuelto con una simple sanción, en particular aquellos que utilizaron el consumo de alcohol como atenuante: sólo un 22 por ciento de los acusados recibió una pena de prisión y, en todos los casos, esa pena fue inferior a los cinco meses. Esto no significa, sin embargo, que los nazis tuviesen sentido del humor: sencillamente consideraban que (como sostiene Herzog) cierto tipo de humor debía ser tolerado, en particular si tenía lugar en el ámbito doméstico. Prodavinci -2/4- 04.09.2015 3 Distinto es el caso de los cabaretistas, que fueron perseguidos durante todo el período y forzados a ejercer la autocensura, exiliarse o poner en peligro su vida: un caso interesante es el de Werner Finck, quien solía quejarse públicamente de que “ya en primavera las hojas se pusieran marrones” y fue juzgado públicamente en una sesión en la que la lectura del sumario “que casi exclusivamente se componía de chistes políticos y canciones” provocó la hilaridad de los presentes, lo que no impidió que se le prohibiera ejercer su profesión durante un año. (Menos afortunado aun fueron su colega Kurt Gerron, quien terminó sus días en Auschwitz, y el cómico austríaco Fritz Grünbaum, quien, tan sólo un día antes de la entrada de las tropas alemanas en Austria, comenzó un monólogo a oscuras afirmando “No veo nada, absolutamente nada, ¡debe ser que me he extraviado en la política cultural nacionalsocialista!” y terminó sus días en el campo de concentración de Dachau.) Uno de los problemas de Heil Hitler, el cerdo está muerto es que tiende a adjudicar a algunos chistes un carácter positivo y a otros, uno negativo: el lector acaba comprendiendo que la diferencia entre ambos tipos depende del hecho de que a su autor algunos chistes le parecen “de resistencia” y otros “afirmativos” o nacionalsocialistas; en el caso de los primeros, lo habitual es que Herzog diga que son chistes judíos; sin embargo, no hay forma de saber objetivamente si fueron contados por judíos o no. Véase el siguiente ejemplo: “El 30 de septiembre de 1933 ya habían perdido su habilitación miles de abogados judíos; los colegas ‘arios’ se hacían cargo de sus clientes y casos, encantados de la vida. En un chiste judío alguien preguntaba: ‘¿Cómo te va?’ y la contestación era: ‘Como a un abogado judío…no puedo presentar ninguna queja'”. No hay forma objetiva de saber si el chiste anterior era contado por judíos o por alemanes antisemitas, pero Herzog se lo atribuye a los primeros con el deseo, posiblemente, de que lo sea; es decir, de que pertenezca al ámbito de las víctimas y no de los victimarios, lo cual parece una elección valiosa desde un punto de vista moral, pero pésima desde el del historiador, que debería presentar los hechos como fueron y no como hubiera querido que lo sean. De hecho, es evidente que, como sostiene Herzog, “tras la guerra nadie quería acordarse” de “los chistes con un tinte nacionalsocialista”. Entonces, ¿por qué no atribuirle un carácter judío a todos los chistes que sobrevivieron? Y más allá de eso, ¿qué hace que un chiste tenga “un tinte nacionalsocialista”? Hasta donde se puede ver aquí, un carácter afirmativo en relación al régimen, pero es difícil aceptar la existencia de ese carácter si se piensa en el hecho de que muchos de esos chistes tienen una relación irónica, ambigua, con la realidad y que su interpretación como chistes afirmativos depende estrechamente de lo que uno imagine que fue su contexto natural. Herzog reproduce, por ejemplo, el siguiente chiste, atribuyéndole un carácter afirmativo: “¿Quién es el mejor técnico electricista de Alemania? Adolf Hitler. Ha encendido Austria, ha apagado Rusia, ha puesto al mundo entero en alta tensión y sigue teniendo el interruptor en sus manos”; su carácter depende, en realidad, de quién y cómo lo formula: si un soldado aterido en San Petersburgo o un burgués adinerado en Múnich, pero es precisamente esa información la que Herzog no puede ofrecernos. A pesar de ello, Heil Hitler, el cerdo está muerto es un libro interesante, que demuestra que, entre todo lo que perdieron, los alemanes mantuvieron el sentido del humor hasta el último momento, como pone de manifiesto el siguiente chiste: “En la Prodavinci -3/4- 04.09.2015 4 escuela cuelgan el retrato del canciller Hitler y del ministro Göring. En el medio, es decir, entre los dos cuadros, queda aún espacio, así que el profesor pregunta: ‘¿Qué hacemos con el espacio que ha quedado libre?’. Un niño se levanta y dice: ‘Pondremos a Jesús en medio, porque él también murió crucificado entre dos criminales'”. Claro que en este caso los criminales fueron (también) los que se conformaron con contar los chistes. * Rudolph Herzog Heil Hitler, el cerdo está muerto. Reír bajo Hitler: Comicidad y humor en el Tercer Reich Trad. Begoña Llovet Barquero Madrid: Capitán Swing, 2014 * Este texto fue publicado en Lo que está y no se usa nos fulminará, sección mensual en el blog de la librería porteña Eterna Cadencia. Buenos Aires, 3 de noviembre de 2014.] This entry was posted on Tuesday, June 30th, 2015 at 1:30 am and is filed under You can follow any responses to this entry through the Comments (RSS) feed. You can leave a response, or trackback from your own site. Prodavinci -4/4- 04.09.2015