El comienzo y el final de un santo

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El comienzo y el final de un santo
La continuación de la biografía de George Weigel sobre Juan Pablo II
George Weigel, autor de la biografía más acreditada sobre Juan Pablo II, aporta en una segunda
entrega nuevas revelaciones sobre los ataques comunistas contra el Papa. Aunque es una
continuación de Testigo de esperanza, que llegaba hasta 1999, The End and the Beginning (1) no
se centra sólo en los seis años finales del pontificado de Juan Pablo II. Aborda además algunos
aspectos de la etapa anterior a su llegada a la cátedra de San Pedro y de la década de 1980.
Los años transcurridos desde la caída de los regímenes comunistas han permitido a
Weigel acceder a documentación inédita procedente de los archivos de la policía
secreta de Polonia, de otros países ex comunistas y de la Casa Blanca, lo que arroja
nueva luz sobre temas que ya había tratado en Testigo de esperanza.
La óptica de Weigel
George Weigel, que sabe combinar la politología con el estudio de temas teológicos y
eclesiales, ha dividido el libro en tres partes. En la primera, “The Fight for Freedom”,
se presenta el período 1945-1989, desde la instauración del régimen comunista en
Polonia hasta su caída con las primeras elecciones libres en junio de 1989. La
segunda parte, “The Last Years”, aborda los últimos seis años del pontificado, desde el Gran Jubileo hasta el
fallecimiento del Pontífice el 2 de abril de 2005, y es toda una crónica de sus sufrimientos físicos y morales, al
hilo de los sucesos que configuraron los primeros años del tercer milenio. Por último, en la tercera parte, “The
Legacy”, Weigel hace un balance del pontificado de Juan Pablo II, con el que pretende presentar los éxitos
ampliamente reconocidos del Papa y aquellos otros hechos que, a su juicio, constituyen fracasos o propósitos
incumplidos.
No es un libro escrito por un teólogo ni por un vaticanista al uso, aunque
contenga elementos tratados por esa clase de autores. Pesa más en
conjunto la labor del historiador, del politólogo y, si se quiere, de un
ensayista de pluma ágil que conoce en profundidad las grandes
corrientes de pensamiento de la cultura contemporánea.
El KGB soviético intuía que el
papa polaco era la mayor
amenaza al sistema geopolítico
instaurado en Yalta, y le atacó
con todos sus medios
Las referencias históricas y culturales lo impregnan todo e influyen en los
juicios de Weigel sobre temas eclesiales. Después de todo, es un autor
plenamente identificado con el neoconservadurismo norteamericano. Si
en el pasado sintonizó con los demócratas de la era Kennedy, la posterior evolución del partido hacia posiciones
de izquierda le llevó a postulados republicanos, los de una revolución conservadora en que el capitalismo
democrático puede ir de la mano no sólo del protestantismo, sino también de un catolicismo que rechaza el
socialismo y el intervencionismo estatal.
El peor enemigo para los comunistas
En la primera parte del libro Weigel describe los años de Wojty a, sacerdote y obispo de Cracovia, durante el
régimen comunista. Aquí, como en su anterior biografía, resalta la importancia que el futuro Papa daba a la
cultura, pues fue lo que ayudó a que Polonia sobreviviera durante las dominaciones nazi y comunista. La cultura
representaba un espacio de libertad en medio de un régimen totalitario, con el valor añadido de que la polaca
está fuertemente impregnada de cristianismo. Los poemas y las obras teatrales de Wojty a son la expresión de
una cultura humanista que se opone a un comunismo que en las personas sólo ve categorías, no seres
humanos.
No obstante, la novedad del libro es la confirmación de que durante más
de tres décadas Karol Wojty a fue espiado de cerca por la SB, los
servicios de seguridad del régimen comunista. El acceso de Weigel a los
archivos nos presenta la visión que tenían de él sus adversarios, muy
ajustada a la realidad: era un hombre de fuertes convicciones, no
fácilmente influenciable.
Para Weigel el pontificado
de Juan Pablo II supone un
renacer de la Iglesia tras los
años de confusión y de
sufrimiento
moral
del
posconcilio
Con el paso del tiempo, y a pesar de la naturaleza afable y conciliadora
del futuro pontífice, el régimen se dará cuenta de que tiene frente a sí a
“un oponente ideológico muy peligroso”, y en la década de 1970, en
medio de disturbios laborales y políticos que amenazan al sistema, llega
a la conclusión de que “Wojty a es la única y real amenaza ideológica en Polonia”, mucho más que el cardenal
Wyszynski, encarcelado por los comunistas en los años más duros de la represión estalinista.
La voz de la Iglesia del silencio
De ahí la sorpresa y el estupor que supuso su elección como Papa el 16 de octubre de 1978. El KGB soviético
tendrá la intuición de que es la mayor amenaza al sistema geopolítico instaurado en Yalta, lo que se confirmará
cuando Juan Pablo II se convierta en el gran defensor de la dignidad de la persona humana y de la libertad
religiosa, sin necesidad de continuas condenas frontales del régimen comunista. Un informe de los archivos de
aquellos años indica que los soviéticos consideraban menos peligroso a Solzhenitsyn que a un Papa polaco en
Roma.
Moscú prefería la perpetuación de la Iglesia del silencio y el entendimiento con el Vaticano por medio de una
Ostpolitik que sólo debía aspirar a salvar lo salvable. Juan Pablo II quería ir mucho más allá, como lo demuestra
el hecho de que en una visita a Asís recordara a un peregrino que la Iglesia del silencio ya no existía porque
desde ahora iba a hablar por la voz del Papa. Por lo demás, Weigel no cae en la simplicidad de asumir el
establecimiento de una “santa alianza” entre Reagan y Juan Pablo II para combatir al bloque comunista. Pero no
deja de resaltar la buena relación entre ambas personalidades y se permite trazar algunos paralelos en sus vidas,
incluyendo el interés mutuo por el mundo de la escena.
Particular interés tienen las páginas dedicadas a la fundación del sindicato Solidaridad y al establecimiento de la
ley marcial en Polonia en 1981. Juan Pablo II supo mantener encendida la llama de la esperanza para su país,
particularmente en las visitas que realizó en 1983 y 1987, continuación de aquellos nueve días de junio de 1979,
tiempo de su primera visita, en la que invocó al Espíritu Santo para la renovación de aquella tierra.
Weigel ve más decisiva la labor del Papa en la caída del comunismo que la del propio Gorbachov, que en
realidad quería cambiar el sistema sin cambiar de sistema. El último líder soviético también quedaría
impresionado por el sucesor de Pedro, lo que queda muy patente en la presentación del Pontífice a su esposa
Raisa en una audiencia privada el 1 de diciembre de 1989: “Es la más alta autoridad moral sobre la Tierra y es
eslavo como nosotros”.
Los dramáticos últimos años
La segunda parte del libro está dedicada a los últimos años del Pontífice, tan intensos como dramáticos. Arranca
con el viaje a Tierra Santa en el año 2000, con la emotiva relación de una oración privada en la basílica del Santo
Sepulcro, y continúa con las audiencias del Gran Jubileo, concebido por Juan Pablo II como una oportunidad
para evangelizar y traer a Roma gentes de toda condición. No menos significativos son los viajes en los que
sigue las huellas de san Pablo en Atenas y Damasco, o el trascendental viaje a Ucrania, signo de reconciliación
entre católicos y ortodoxos y entre polacos y ucranianos.
Weigel hace una crónica un tanto apresurada de unos hechos con nuevos desafíos históricos a partir del 11-S, el
debate sobre los raíces cristianas de Europa, la guerra de Irak… Son también los años de numerosas
beatificaciones y canonizaciones, en buena parte de mártires, presentados como testigos y modelos de Cristo en
los inicios del tercer milenio. Finalmente, la enfermedad de Juan Pablo II será el culmen de su identificación con
Cristo y un ejemplo para un mundo que no comprende el don sagrado de la vida.
Renovación en la Iglesia
La tercera parte de la obra es un balance del pontificado de Juan Pablo II, que para Weigel supone un renacer de
la Iglesia tras los años de confusión y de sufrimiento moral del posconcilio. Según nuestro autor, fue una época
en la que se experimentó un déficit de energía evangelizadora, aunque todo esto sería superado por un Papa
convertido en testigo de esperanza para toda la humanidad.
Resulta muy acertada la trascendencia que otorga Weigel a la devoción a la Divina Misericordia, nacida en
Polonia y a la que Juan Pablo II dará carácter universal no sólo con la beatificación y canonización de la religiosa
Faustina Kowalska, sino también con la institución de una festividad fijada para el segundo domingo de Pascua.
En este y otros aspectos del magisterio de Juan Pablo II, el cristianismo aparece como la expresión del más
auténtico humanismo, como una barrera contra el utilitarismo deshumanizador de nuestro tiempo. La auténtica
liberación humana pasa por una radical conversión a Cristo.
Weigel subraya que el Papa conocía bien la filosofía de la Historia, tan apreciada por algunos pensadores
eslavos como Soloviev y Solzhenitsyn. Compartía con ellos la creencia de que el motor de la Historia no reside
en la política ni en la economía sino en la cultura.
Esto le sirvió para rechazar la falacia jacobina de que la Historia es una lucha por el poder, concebido como el
modo de imponer la propia voluntad sobre la de los demás, y la falacia marxista de que la Historia es el resultado
de fuerzas económicas impersonales.
Por el contrario, para el Papa la política no se puede desligar de la ética y, en consecuencia, la auténtica
liberación es liberación del mal, por lo que es necesario buscar la verdad acerca de la persona humana.
Crear sociedades libres
Tras la caída de los regímenes comunistas europeos, Juan Pablo II se esforzaría en defender que no bastaba
con crear sociedades libres sino que también habían de fundamentarse en la verdad sobre la persona humana.
El orden moral no podía estar ausente de la vida pública. Weigel hace también énfasis en que muchos que
aplaudieron la posición del Papa frente al comunismo en nombre de la libertad nunca comprenderían que
también la lucha por la cultura de la vida formaba parte del combate por la libertad. Era una lucha contra la
cultura de la muerte que desgraciadamente algunos han reducido, en los casos del aborto o la eutanasia, a una
mera cuestión de “elección”.
Por lo demás, las ideologías del siglo XIX, defensoras de un humanismo ateo, se esforzarían por demostrar que
el Dios de la Biblia es un enemigo de la libertad humana, sin querer admitir que esa libertad está inserta en el
Decálogo del Sinaí, que enlaza a su vez con esa moral universal que puede ser conocida por medio de la razón
humana. En consecuencia, Juan Pablo II defendería siempre la universalidad de los derechos humanos que,
como recuerda Weigel, son actualmente cuestionados como una imposición del mundo occidental por
posmodernos, islamistas, autócratas de Asia Oriental y comunistas.
Por otra parte, el Papa Wojty a será uno de las más firmes defensores de la razón en una época en que es
cuestionada por un relativismo incapaz de creer que el ser humano puede llegar a la verdad. Destaca Weigel que
los ilustrados del siglo XVIII habrían sido los primeros en sorprenderse de esta paradoja, pero en realidad
tampoco es una novedad porque los estudios de teología siempre han requerido conocimientos de filosofía.
En encíclicas como Veritatis splendor y Fides et ratio criticará la separación entre fe y razón, bastante
relacionada con el progresivo debilitamiento de la vida moral. Como bien resalta el autor, todo ha sido reducido al
mantra de la “elección”. La fe y la razón han de ser dos ojos que tienen que trabajar juntos.
“Pacifismo funcional”
Acaso uno de los aspectos más cuestionables de esta obra es la opinión de Weigel sobre las relaciones
internacionales de la Santa Sede. El autor no cree una serie de dogmas contemporáneos sobre este tema,
asumidos supuestamente por el Vaticano, como la superioridad de las organizaciones internacionales sobre las
relaciones bilaterales o lo que califica de “pacifismo funcional”, que habría olvidado la tradicional teoría de la
guerra justa.
Según Weigel, la diplomacia vaticana se habría quedado en los esquemas de las revoluciones pacíficas de 1989
en Europa del Este y pretendió repetirlo en otros lugares del mundo, pero esto no sería viable con las masacres
de la ex Yugoslavia, la tiranía de Sadam Hussein o el terrorismo islamista. De hecho, Weigel reconoce que Juan
Pablo II se opuso radicalmente a la guerra de Irak, no aceptable ni siquiera por el motivo de derribar un régimen
tiránico, al que habría que haberse opuesto sólo por medios no violentos.
Firmado por Antonio R. Rubio
Fecha: 29 Abril 2011
Tomado de Aceprensa
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