97 – Me perdonará Dios por lo que estoy a punto de hacer

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¿Me perdonará Dios por lo que estoy a
punto de hacer?
Pastor Eddie Ildefonso
¿Me perdonará Dios por algún pecado que estoy punto de cometer? La gracia de Dios es
para siempre, entonces ¿significa eso que el pecado que cometeré ya es perdonado? ¿Será
realmente así de fácil?
No mucho tiempo atrás, me senté en un restaurante y escuché otra forma de un tema
familiar. Un buen amigo mío, a quien llamaré Daniel, me confió que estaba decidido a
dejar a su esposa después de quince años de matrimonio. Él había hallado a alguien más
joven y más bonita, alguien que “me hace sentir vivo, como no me había sentido en
años”.
Daniel, un cristiano, sabía bien las consecuencias morales y personales de lo que estaba a
punto de hacer. Su decisión de irse infringiría daños permanentes en su esposa y sus tres
hijos. Aún así, él dijo, la fuerza que lo impulsaba hacia la mujer más joven era demasiado
fuerte como para resistir.
Escuché su historia con tristeza y dolor. Entonces, cuando comíamos el postre, arrojó la
bomba: “La razón por la que quería verte hoy era para hacerte una pregunta. ¿Tú
crees que Dios me perdonará por lo que estoy a punto de hacer?”.
LA ESCANDALOSA GRACIA
El historiador y crítico de arte Robert Hughes cuenta de un convicto sentenciado de por
vida en una cárcel de máxima seguridad, en una isla en las afueras de las costas de
Australia. Un día, sin ninguna provocación, se volvió hacia un compañero de cárcel que
apenas conocía y lo golpeó hasta matarlo. El acusado fue llevado a Australia para
juzgarlo, donde él dio un relato directo y vacío de pasión del crimen, sin mostrar ningún
signo de arrepentimiento. “¿Por qué?”, preguntó el sorprendido juez. “¿Cuál fue tu
motivo?”.
El prisionero contestó que estaba enfermo de vivir en una isla que era un lugar
notoriamente brutal, y que no encontró un motivo por el cual seguir viviendo. “Sí, sí,
entiendo todo eso”, replicó el juez. “Puedo ver por qué pudiste haberte arrojado al
océano. Pero, ¿por qué asesinar?”.
“Bueno”, dijo el prisionero, “yo soy católico. Si cometiera suicidio iría directamente al
infierno. Pero si asesino a alguien puedo venir aquí y confesarme ante un sacerdote
antes de mi ejecución. En esa forma, Dios me perdonará”.
¿Apreciamos completamente el escándalo de la gracia incondicional? ¿Cómo puedo
persuadir a mi amigo Daniel de cometer un terrible error si él sabe que el perdón está a la
vuelta de la esquina? O, ¿por qué no asesinar si uno conoce por adelantado que será
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perdonado?
El escándalo de la gracia debió haber perseguido al apóstol Pablo cuando escribió la
Carta a los Romanos. Los primeros tres capítulos muestran la condenación sobre todo ser
humano, concluyendo, “no hay recto, ni aún uno”. Los próximos dos capítulos develan
el milagro de la gracia tan abundantemente que Pablo dice, “cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia”. El tono de Pablo cambia en el capítulo seis. Casi puedo ver al
apóstol mirando el papiro y rascándose la cabeza, pensando para sí mismo, “¡Un
momento! ¿Qué he dicho? ¿Qué es permitir que un asesino, un adúltero, o un
pecador común exploten la extravagante promesa de Dios del "perdón por
adelantado"?”.
Más de una vez, Pablo vuelve a su predicamento lógico: “¿Entonces qué diremos?
¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”. Para tratar tal tortuosa
pregunta él tiene una respuesta corta: “¡De ninguna manera!” y otra larga. Lo que Pablo
sigue dando vueltas en esos densos y maravillosos capítulos (Romanos 6-8) es,
simplemente, el escándalo de la gracia.
LOS BRAZOS ABIERTOS DE UN PADRE
La película de Steven Spielberg El Color Púrpura incluye un claro retrato de una
parábola de la gracia. Sugar, una sexy cantante de un club nocturno, quien trabaja en un
destartalado bar a orillas de un río, es la clásica hija pródiga. Su padre, un ministro que
predica del fuego del infierno y del azufre justo enfrente del bar, no ha hablado con ella
por años.
Un día, mientras canturreaba “Tengo algo para decirte” en el bar, Sugar escucha la
respuesta del coro, como si fuera antifonalmente, “Dios tiene algo para decirte a ti”.
Aguijoneada por la nostalgia o por la culpa, Sugar lleva su banda a la iglesia y marcha
por el pasillo justo cuando su padre se acerca al púlpito para predicar sobre el hijo
pródigo.
El ver a su hija, perdida desde hacía tanto, silencia al ministro, y mira ceñudamente a la
procesión que avanzaba por el pasillo. “Aún nosotros los pecadores tenemos alma”,
Sugar explica, y abraza a su padre, que apenas puede reaccionar. Por haber sido siempre
un moralista, él no puede perdonar fácilmente a una hija que los había avergonzado tanto.
El retrato de Hollywood, sin embargo, pierde por completo el punto central de la parábola
bíblica. En la versión de Jesús el padre no mira ceñudamente, sino que inspecciona el
horizonte, desesperado en busca de alguna señal del descarriado hijo. Es el padre quien
corre, abraza al hijo pródigo y le besa.
Al hacer al pecador el héroe magnánimo, Hollywood evade el escándalo de la gracia.
Para decir la verdad, lo que bloquea al perdón no es la reticencia de Dios –“Y cuando
aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia”– sino la nuestra. Los
brazos de Dios están siempre extendidos; nosotros somos los que nos alejamos.
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EL PERDÓN COMO NUESTRO PROBLEMA
Esto es lo que le dije a mi amigo Daniel: “¿Podrá Dios perdonarte? Por supuesto. Lee tu
Biblia. David, Pedro, Pablo –Dios construye su iglesia sobre las espaldas de personas que
asesinan, cometen adulterio, lo niegan, y persiguen a sus seguidores”.
“Pero, a causa de Cristo, el perdón es ahora nuestro problema, no el de Dios. Lo que
tenemos que pasar para cometer un pecado nos distancia de Dios —cambiamos en el
mismo acto de rebelión— y no hay garantía de que volvamos atrás. Me preguntas acerca
del perdón ahora, pero ¿lo querrás después; especialmente si eso involucra
arrepentimiento?”.
Varios meses después de nuestra conversación, Daniel llevó a cabo su elección. Todavía
no he visto ninguna señal de arrepentimiento. Ahora, él tiende a racionalizar su decisión
como una forma de escapar a un matrimonio infeliz. Él ha rechazado a la mayoría de sus
amigos cristianos –“demasiado simplistas”–, dice él –y busca en su lugar personas que
celebran su liberación recién hallada.
Sin embargo, para mí, Daniel no parece muy liberado. El precio de su “libertad”
significó volver sus espaldas a aquellos que más se han preocupado por él. También me
dice que, por ahora, Dios no es parte de su vida. “Quizás más tarde”, dice él.
Dios tomó un gran riesgo al anunciar perdón por adelantado; sin embargo, me parece que
el escándalo de la gracia involucra una transferencia de aquel riesgo hacia nosotros.
Como lo expresó George MacDonald, “nosotros somos condenados no por las cosas
malas que hemos hecho, sino por no haberlas abandonado”.
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