Representación del conocimiento

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El modo en que se representa el conocimiento resulta crucial para
entender cómo se producen los procesos de cambio educativo ligados a situaciones de enseñanza−aprendizaje.
Por lo general, se suele asumir, tanto para el conocimiento escolar
como para el cotidiano, un modelo de representación del conocimiento basado en la teorías de esquemas (por
ejemplo, Rumelhart, 1980; y Brewer y Nakumara, 1984). Según este modelo, las personas cuentan con
conjuntos preestablecidos de conocimiento que se activan y se aplican cuando se necesita comprender o
memorizar una nueva información. De este modo, el aprendizaje escolar se basaría en un mecanismo de
integración de esquemas de conocimiento, es decir, en un proceso en el que los esquemas del conocimiento
escolar se integran en los esquemas cotidianos previos del individuo. Sin embargo, va surgiendo un nuevo
modelo de representación del conocimiento que hace compatible la existencia de teorías implícitas de
naturaleza esquemática y la de modelos mentales de naturaleza eisódica.
Ya son varios los autores (como Schnotz y Preub, 1995; Caravita y
Hallden, 1994; y Rodrigo y Arnay, 1997) que, sin negar la existencia de un conocimiento esquemático del
mundo, consideran que las personas cuentan también con representaciones episódicas de las situaciones
observadas o de las tareas a realizar.
Ante el objetivo de la realización de una tarea o interpretación de una
situación, el individuo construye un modelo mental de la misma,
elaborada a partir de la integración de una parte de la teoría
implícita de esquemas y de las demandas de la situación o tarea. Se
genera en la memoria a corto plazo, y se va modificando a medida que cambian las condiciones de la tarea o
se va produciendo un proceso de negociación entre los participantes en la resolución de la misma.
(Este proceso de negociación transforma los modelos mentales de los participantes a medida que se modifican
sus intenciones o metas.) Por tanto, no se niega la existencia de un conocimiento esquemático del mundo
formado a partir de las recurrentes regularidades observadas ante situaciones o tareas parecidas. Sino que,
además de eso, también se cuenta con una representación episódica del aquí y del ahora, que puede resultar
flexible y modificable en función de los cambios producidos en cada momento, en las situaciones.
De esta forma, a partir de un proceso de asociación de innumerables
experiencias episódicas se va construyendo un conocimiento semántico, esquemático y ejemplar que
denominamos teorías implícitas de naturaleza esquemática. Así, los esquemas se almacenan en la memoria a
largo plazo, y son bastante estables y abiertos a cambios parciales a través de las modificaciones en los
modelos mentales necesarios en cada situación o tarea.
De este modo, se afirma la existencia de una construcción episódica del conocimiento que influye y es
influida, a la vez, por los esquemas de conocimiento del individuo. De este modo, y apoyados, igualmente,
por los trabajos de Norman y
Lindsay, y los de Rumelhart, Orton y Holland en torno a las estructuras de la memoria, podemos afirmar que
el conocimiento es acumulado y conservado en base a dos sistemas mutuamente complementarios: un sistema
secuencial, también llamado episódico, que corresponde al histórico de los acontecimientos, y un sistema de
carácter semántico, atemporal y basado en múltiples sistemas de relaciones y en categorizaciones analíticas
que se estructuran en forma de redes en el cerebro. Así, los principales investigadores de estos modelos o
esquemas mentales, Rumelhart, Ortony y Holland, coinciden en definirlos como modelos reticulares, es decir,
de múltiples relaciones.
Modalidades de representación del conocimiento
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La representación del conocimiento, cuando se produce dentro de la
mente, puede ocurrir según dos modalidades diferentes, en función de los impulsos que la provoquen.
Puede ser el resultado del procesamiento de impulsos que provienen de los órganos de percepción, en cuyo
caso hablamos de representación primaria, y se trata de la toma de conciencia de lo que esos órganos han
captado. Es la manera en que la realidad externa toma una nueva forma dentro de nuestra mente, y será
siempre dependiente de la interpretación que le podamos dar en función de la configuración de nuestros
circuitos cerebrales, resultado tanto de nuestras condiciones genéticas como de la historia personal de nuestras
pasadas interacciones con el medio ambiente. De este modo, tenemos acceso a la realidad sólo a través de lo
que somos, interpretándola subjetivamente en función del contexto y de las propias conexiones cerebrales
intervinientes en la construcción de su representación.
Por otra parte, si dichas representaciones primarias ya han sido
memorizadas, es decir, conservadas en nuestros circuitos neuronales,
alguna circunstancia puede provocar impulsos que nos hagan recorrer de nuevo dichos circuitos y, de este
modo, regenerar la representación. En este caso, estamos ante una representación secundaria, que proviene del
interior del sistema de procesamiento y conservación, y no del exterior del mismo como en el caso de la
representación primaria. A este proceso le denominamos rememoración, porque trae de nuevo a la conciencia
lo ya registrado en nuestra red de neuronas.Pero las representaciones secundarias no se limitan únicamente a
la rememoración, el cual, por otra parte, nunca es totalmente fiel, debido a que las configuraciones y los
mapas cerebrales son dinámicos, y cambian con cada nueva experiencia. Sino que otro tipo de
representaciones secundarias puden surgir y surgen gracias a este dinamismo del sistema, el cual es capaz de
aprovechar las interrelaciones entre mapas y configuraciones cerebrales ya existentes, para generar nuevas
experiencias internas con escasa o nula similitud con experiencias anteriores. Así, las representaciones
secundarias, en este caso, se corresponderían a una simulación de experiencia.El hecho de que, tanto las
representaciones primarias como las secundarias son, esencialmente, el fruto transitorio y efímero de procesos
cerebrales ha llevado a diversos autores a negar el interés de considerarlas como tales, o incluso de negar su
existencia. Siendo éste un asunto clave para las ciencias cognitivas, ya que se estima que, si no se admitiese la
existencia de las representaciones mentales, no
sería posible desarrollar disciplinas ni investigaciones cognitivas.
Sin embargo, son, como hemos visto, complejas disposiciones neuronales reactivables a voluntad, una vez
registradas en el sistema,y el hecho de que estos registros no estén siempre presentes en la conciencia o que
puedan ser modificados en determinadas condiciones (perdiendo, de esta forma, los recuerdos, su fidelidad,
por ejemplo) no es motivo suficiente para negar su existencia.
El pasado y el futuro, la vida en sociedad, nuestras experiencias, su
representación, nuestras conexiones cerebrales, la memoria y la
imaginación confluyen en una acumulación de conocimiento de forma
dinámica, interpretativa y productora de nuevas representaciones
internas de la realidad percibida. Las cuales cobran especial
relevancia cuando, ayudados por los procesos comunicativos con otras personas, somos capaces de interactuar
con nuestro medio cambiándolo, al transformar, con nuestros actos, las representaciones internas de nuestra
realidad en representaciones externas, que son vistas por los demás, ahora, como una nueva realidad que es
percibida por ellos, ya, como suya propia.
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