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DE LA TARDOANTIGÜEDAD AL MEDIEVO CRISTIANO. UNA
MIRADA A LOS ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS SOBRE EL MUNDO
FUNERARIO.
Agustín AZKARATE GARAI-OLAUN
Universidad del País Vasco
1. BREVE BALANCE HISTORIOGRAFICO
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos,
que el conocimiento del mundo funerario del
periodo de transición entre la antigüedad y el
medievo ha conocido, durante las dos últimas
décadas,
un
avance
extraordinario.
Lamentablemente, tal y como veremos, habrá
que convenir también en que este importante
avance no ha tenido siempre entre nosotros el
eco que todos hubiéramos deseado. Vamos a
aprovechar, pues, este foro para reflexionar sobre
ello, haciendo hincapié, sobre todo, en la
evolución de las investigaciones y en la aparición
de nuevos enfoques tanto temáticos como
metodológicos.
Tras recibir la invitación para participar en
este congreso, pensé hablar, en un principio,
sobre las necrópolis tardoantiguas y los
conjuntos de estelas e inscripciones funerarias de
época tardoantigua y altomedieval que estamos
investigando desde hace más de diez años. La
necesaria revisión y actualización bibliográfica
que un ejercicio de esta naturaleza exige, hizo sin
embargo que cambiara de opinión, inclinándome
más por una reflexión crítica sobre el conjunto de
estudios efectuados.
Mi intervención tendrá, pues, un carácter
historiográfico y propositito. Su objetivo ha sido
el de contextualizar conceptualmente las
investigaciones arqueológicas sobre ámbito
funerario, sujetas en exceso entre nosotros (sobre
todo para los siglos VIII en adelante) a criterios
todavía
excesivamente
taxonomistas
y
descriptivos.
Pido, finalmente, disculpas por prolongar
cronológicamente el objeto de mi intervención
hacia siglos que quedan quizá excesivamente
lejos de los intereses científicos de los asistentes
a este congreso. La arqueología, sin embargo,
está superando por fortuna los compartimentos
estancos en los que ha estado constreñida durante
mucho tiempo. Cada vez nos toca trabajar más a
todos en contextos pluriestratificados y debemos
acostumbrarnos a conocer las principales líneas
interpretativas de momentos históricos diversos.
1.1. Desde la óptica de la antigüedad y sus
epígonos
Es de todos conocido el retraso histórico
que la arqueología
medieval
ha tenido
respecto a la investigación arqueológica de otros
períodos. Incluso los países más madrugadores,
como Gran Bretaña, tuvieron que esperar hasta
mediados del siglo pasado para iniciar una
andadura que, cinco o seis décadas después- y
con la
incorporación de potentes escuelas
como la francesa y la italiana-, han aupado a la
116
investigación arqueológica de época medieval a
un alto nivel de calidad en su producción
científica. Estrictamente, sin embargo,-y aunque
parezca paradójico- esta “joven” disciplina tiene
unos orígenes antiguos. Puede decirse que nació
pronto pero que tardó demasiado en emprender
su desarrollo.
Este rápido inicio debe su explicación al
temprano interés que siempre despertaron en la
historiografía europea los epígonos del imperio
romano y los siglos inmediatos a los de su
desaparición en occidente. Dos eran las
cuestiones que motivaban esta predilección: la
difusión del cristianismo y los movimientos
migratorios de los pueblos germánicos,
cuestiones propias de una época dominada
ideológicamente por una visión triunfal del
proceso de expansión de la doctrina cristiana y
por un pangermanismo dominante que conoció
en el periodo de entreguerras su momento álgido.
A) La arqueología cristiana
La “arqueología paleocristiana”1 se
dedicó durante mucho tiempo al inventariado y
estudio monográfico de los vestigios que iban
jalonando la expansión del cristianismo.
Interpretados como exponentes de la penetración
y avance de la nueva doctrina, iglesias,
baptisterios, martiria, memoriae, elementos
diversos que simbolizaran la nueva religión
fueron bien sistematizados priorizando sus
aspectos
cronológicos,
monumentales
y
litúrgicos2. El interés por la arqueología
funeraria, en este contexto, quedó generalmente
supeditada a criterios de monumentalidad o
riqueza de contenido arqueológico. Como se ha
señalado reiteradamente (cfr., por ejemplo,
GELICHI, 1997, 157-158), las sepulturas
merecían atención en función de la presencia o
ausencia de ajuares y depósitos funerarios. Al
reducirse éstos en época tardorromana, el interés
por las necrópolis se redujo también de forma
proporcional. Revitalizados durante los siglos
VI-VII, los enterramientos volvieron a ser objeto
1
Mejor "arqueología cristiana". Cfr. Fh. Pergola,
"Topographie chrétienne et archéologie de l' Antiquité
Tardive et du Haut-Moyen Âge", Mélanges de l'Ecole
Française de Rome (Moyen Âge), 103,2 (1991), p. 865. Un
reciente estado de la cuestión, del mismo autor, en
"Un'archeologia cristiana per i1 2000", I Congresso
Nazionale di Archeologia Medievale (Pisa, 29- 31 maggio
1997), Pisa, 1997, pp.16-19.
2
Reflexionábamos recientemente sobre la instrumentalización que se ha venido haciendo de los datos arqueológicos
en el debate sobre la temprana o tardía implantación del
cristianismo en territorios vascos (A.Azkarate,2000,303 ss.).
de trato privilegiado por parte de los
investigadores que, sin embargo, olvidaron
durante mucho tiempo las sepulturas posteriores
al siglo VIII.
B) De las Reihengräberfelder
Reihengräberfelderzivilisation
a
la
Estas últimas reflexiones nos llevan a la
segunda de las cuestiones que motivaron un
temprano desarrollo de la arqueología
altomedieval. Pero, para enfocarla desde su
génesis, hemos de situarnos a finales del siglo
XIX y en el ámbito de influencia de la Escuela
Histórico Cultural (cfr. una síntesis en
TRIGGER, 1992, 144-196). El creciente
nacionalismo que caracterizó aquella centuria
explica, sin duda, el progresivo interés por
efectuar una lectura etnicista del registro
arqueológico. Paulatinamente irán cobrando
fuerza conceptos como “cultura arqueológica”,
“mosaicos de culturas” y –lo que aún es más
importante- concordancias entre “cultura”,
“civilización”, “raza”, “territorio” o “lengua”.
Siendo las culturas un reflejo inevitable de la
etnicidad, resultaba básico conocer con precisión
las diversas culturas arqueológicas en la medida
en la que sus semejanzas y variaciones reflejaban
también semejanzas y variaciones de carácter
étnico (Ibidem, 159). Las técnicas de seriación
del registro arqueológico adquirirán, en
consecuencia,
una
notable
relevancia,
mereciendo la atención prioritaria de los
investigadores.
Uno de los rasgos culturales sin duda
más llamativos del periodo tardoantiguo de
Europa occidental está constituido por la
presencia masiva de necrópolis que se extienden
por todo lo largo y ancho de su territorio.
Durante el siglo XIX fueron decenas de miles las
sepulturas de esta época que fueron objeto de
intervenciones arqueológicas, - 4.000 en
Marchépelot, 2.000 en Caranda, 1.200 en Monte
Hermès (YOUNG, 1977, 12), en torno a 1.500 en
Marugán (Granada), etc.-. Fue en aquel siglo
cuando se impuso la idea de que estas necrópolis
estaban alineadas y orientadas, fosilizándose
incluso un término que, pese a las críticas que
ha merecido de numerosos autores, ha seguido
117
vigente –quizá por inercia o comodidad- en la
historiografía: son las “necrópolis alineadas”
(Reihengräberfelder o cimetières par rangèes).
Al poseer muchas de sus sepulturas ajuares y
depósitos funerarios notables, fueron objeto de
especial atención por parte sobre todo de
estudiosos alemanes que, con el tiempo,
elaboraron precisas tablas cronotipológicas que
permitían seguir el décalage espacio-temporal de
un fenómeno que se interpretaba con criterios
básicamente étnicos. Se producía, de este modo,
el tránsito de las Reihengräberfelderzivilisation.
Este punto de vista fue mayoritario en Europa
durante bastante tiempo, prácticamente hasta los
años setenta del pasado siglo.
En Francia, por ejemplo, y frente a
quienes interpretaban estas necrópolis como el
resultado de un poblamiento masivo de francos,
desde hace ya algún tiempo –y como resultado
de excavaciones arqueológicas mucho más
meticulosas- se han matizado sustancialmente
aquellos presupuestos. Ilustres investigadores
como E. Salin y, más recientemente, F. Stein o
H. Ament habían tratado de distinguir en estas
necrópolis
las
inhumaciones
francas
(caracterizadas, según ellos, por un ajuar
personal notable y abundante armamento) de las
tumbas indígenas (con un ajuar más pobre o,
incluso, carente de él). Naturalmente, Stein y
Ament distinguían una fase de yuxtaposición de
caracteres que interpretaban como el reflejo de la
fusión progresiva entre la población local y los
emigrantes germánicos Este tipo de hipótesis ha
sido fuertemente contestada por Edouard James y
Patrick Perin, entre otros, por plantear en
términos únicamente étnicos una cuestión que,
sin negar totalmente lo anterior, es esencialmente
cronológica (PERIN, 1981).
Otro tanto cabe decir de la arqueología
de época lombarda, en la que tradicionalmente se
priorizó también el estudio de los caracteres
germánicos y la creación de seriaciones
cronológicas3. Esta situación, iniciada de antiguo
y revitalizada por J. Werner, pervive con los
trabajos de O. Von Hessen y V. Brierbrauer en
los años sesenta y setenta en los que se trabaja en
una revisión sistemática de los principales
contextos cementeriales de época goda y
longobarda y cuyo mejor paradigma es la síntesis
de V. Bierbrauer (1975). Todos los objetivos,
sin embargo, apuntaban a la revisión de los
contextos funerarios. Con excepciones como la
3
Cfr. C. Wickham, L’Italia nel primo medioevo.
Potere centrale e società locale, Milán, 1983
del importante asentamiento de Castelseprio,
poco o nada se hacía en relación con los
asentamientos o el mundo urbano de este
periodo, temas que no comenzarán a recibir una
atención pormenorizada hasta la década de los
ochenta (BLAKE, 1983; SETTIA, 1994;
GELICHI, 1997, 33-51).
El caso de la Península Ibérica es
suficientemente conocido tanto en sus aspectos
historiográficos (RIPOLL, 1995; 1998) como en
los más explícitamente ideológicos (OLMO,
1991) y responde sustancialmente a los
paradigmas continentales. Los trabajos pioneros
de A. Götze (1907), N. Aberg (1922) y H. Zeiss
(1934) deben ubicarse
en el contexto
pangermanista al que hacíamos referencia, así
como los de J. Martínez Santa-Olalla (1934). La
aportación fundamental de Zeiss, autor de la
primera clasificación tipológica y cronológica de
los bronces visigodos, está considerada como
uno de los principales jalones en la investigación
de la arqueología funeraria hispánica de los
siglos VI al VIII d. C. La década de los cuarenta
estará marcada por la influencia de W. Reinhart
(1945) y J. Werner (1942-46) defensores del
carácter estrictamente germánico de las
necrópolis de tradición visigoda de la Meseta
castellana. La investigación arqueológica dará un
importante giro con la aportación de P. Palol al
reivindicar este autor el fuerte peso del substrato
hispanorromano, devaluado por el excesivo
protagonismo que la impronta germánica había
venido adquiriendo (RIPOLL, 1998, 34-40). En
síntesis:
- Durante más de una centuria –desde
mediados del siglo XIX hasta prácticamente la
década de los setenta del siglo XX-, las
necrópolis de época tardoantigua fueron
estudiadas en función de una doble potencialidad
interpretativa: en primer lugar, como guías para
el análisis de la evolución del cristianismo en el
118
occidente europeo, y en segundo –y sobre todo-,
como indicadoras del mayor o menor grado de
germanización del viejo imperio romano. Como
se ha señalado, no sin cierta causticidad, un
simple variante en una joya permitía a la escuela
alemana establecer a qué pueblo germánico
pertenecía el fallecido o, por el contrario,
relegarlo al colectivo de los “míseros”, “pobres”
o “autóctonos”, es decir, al de los “indígenas”
romanos (H. BLAKE, 1983, 176). Este punto de
vista fue predominante hasta que las evidencias
arqueológicas, a partir de los setenta, han
obligado a revisarlo4. Por recoger únicamente un
par de ejemplos –uno francés y otro italiano-,
traeremos a colación el caso de la importante
necrópolis de Frénouville (Calvados) en la que
los estudios antropológicos pudieron demostrar
que los portadores de los ajuares “francos” no
eran étnicamente diferenciables de la población
indígena anterior (BUCHET, 1978), o la de
Pettinara-Casala (Nocera Umbra) en la que
inhumaciones arqueológicamente indígenas,
antropológicamente resultaban, sin embargo,
germánicas (von HESSEN, 1978)
- La tradición cronotipológica, predominante
durante decenios no puede, sin embargo, ser
abandonada displicentemente al socaire e cierta
modernidad metodológica. Y lo decimos porque
existe quien infravalora –cuando no desprecialos esfuerzos que se están efectuando por
notables investigadores5. Los resultados de este
tipo de investigaciones han sido fundamentales
para el conocimiento de la tardoantigüedad y
siguen siendo todavía imprescindibles. Esta línea
de investigación, iniciada en 1935 por Joachim
Werner y renovada en 1958 por Kurt Böhner, al
introducir criterios topocronólogicos en la
seriación de los materiales, ha sido continuada
4
Aunque, con posterioridad, sean todavía muchas las
interpretaciones etnícistas en curso. Cfr., por ejemplo,
V. Bierbrauer, "L'occupazione dell'Italia da parte dei
Longobardi vista dell'archeologo, en G.C. Menis (a
cura di), Italia longobarda, Venecia, 1991, p. 44.
5
Un ejemplo en J. Moreland: "Aunque ha habido
notables excepciones (...), la mayoría de los informes
de los arqueólogos medievales muestran todavía a sus
autores cohabitando en el lodazal del anticuarismo.
Apuntes detallados sobre los últimos hallazgos de
broches o hebillas de cinturón, informes de
excavación puramente descriptivos y la continua
fascinación por las tipologías de la historia del arte
muestran que la arqueología medieval tiene aún un
largo camino por recorrer" ("Method and theory in
medieval archaeology in the 1990's", Archeologia
Medievale, 17, 1991, p. 7.
por arqueólogos franceses como Patrick Perin o
René Legoux6 y ha llegado a España de la mano
de G. Ripoll7. Pasando de las “permutaciones
matriciales” iniciales a “la permutación matricial
automática” que los avances informáticos de los
años ochenta y noventa permiten y
completándose con “análisis factoriales” y
“clasificaciones
automáticas”
se
están
alcanzando precisiones cronológicas impensables
hace algún tiempo y que pueden coadyuvar a la
resolución de cuestiones todavía pendientes8.
- Siendo esto así, hay que convenir
también que la excesiva atención a cuestiones de
carácter cronotipológico han relegado a un
segundo lugar aspectos de carácter social o
económico, reivindicados por los nuevos
enfoques que han ido surgiendo durante los
últimos treinta años. Pero ello no invalida otras
tradiciones historiográficas previas.
C) Desde la óptica de los estudios
prehistóricos. La “arqueología de la muerte”.
En la década de los setenta, la investigación
del mundo funerario recibirá un nuevo impulso
con la aportación de lo que se ha venido a
6
R. Legoux, P. Perin, "De la 'permutation matricielle
manuelle' a la 'permutation matricielle automatiqué:
application
à
la
datation
des
sépultures
mérovingiennes", Archéologie médiévale, XXIII,
1993, pp. 219-246.
7
G. Ripoll, "Materiales funerarios de la Hispania
visigoda: problemas de cronología y tipología", GalloRomains, Wisigoths et Francs en Aquitaine,
Septimanie et Espagne, Actes des VIIe Journées
internationales
d'Archéologie
mérovingienne,
Toulouse, 1985, Rouen, 1991, pp. 111-132.
8
Queda todavía por explicar suficientemente, por
ejemplo, la razón histórica que explique la ausencia
de ajuares y depósitos funerarios de los visigodos
durante el periodo del reino de Tolosa y la presencia,
en cambio, de esta vieja costumbre en Hispania desde
los comienzos del reino de Toledo -incluso antes(Cfr. V. Bierbrauer, "Les Wisigoths dans le royaume
franc, Antiquités Nationales, 29, 1997, pp. 167-200)
Y otro tanto cabe decir de las necrópolis que aparecen
en el entorno circumpirenaico meridional, en un
contexto político hispanovisigodo que, sin embargo,
se aleja materialmente de las costumbres funerarias
peninsulares para acercarse en cambio a las
continentales (A. Azkarate, 1999). Parece evidente
que, detrás de estas particularidades -que exigen un
tratamiento cronotipológico preciso- se esconden
realidades
históricas
apenas
vislumbradas
suficientemente.
119
denominar “arqueología de la muerte”9,
propuesta que hay que ubicar en los
planteamientos teóricos y metodológicos de la
New Archaeology. Es sabido que, para esta
corriente, la praxis arqueológica anterior no
respondía a lo que cabía esperar de una disciplina
que reivindicaba su autonomía y su
consideración como ciencia. Para ello debía
abandonar los vicios que la caracterizaban.
Como denunciaba D. L. Clarke, la arqueología
tradicional –preparadigmática- constituía “una
ciencia empírica e indisciplinada”, carente de un
marco teórico propio al estilo de las ciencias
naturales (el vacuum teórico que denunciaba
Binford).
Era
historicista,
difusionista,
tipologista, agregativa, empirista, inductivista,
artefactual, arqueográfica, no interpretativa sino
descriptiva…
En esta misma línea, aunque en este caso
en relación con el tratamiento y análisis del
registro funerario, la arqueología tradicional se
habría caracterizado también por sus enfoques
puramente descriptivistas y especulativos.
Descriptivistas porque orientaban sus afanes casi
exclusivamente a la resolución de problemas
cronológicos y de clasificación etnocultural. Es
por ello por lo que se habrían potenciado algunos
periodos –la tardoantigüedad, por ejemplo- en
los que las circunstancias parecían más
favorables para los propios arqueólogos: la
densidad de los hallazgos, su aparición en
contextos cerrados, la diversidad de los ajuares y
depósitos funerarios, etc., ofrecían, sin duda, más
oportunidades para la resolución de los objetivos
cronológicos y etnicistas antes mencionados.
Especulativos porque trataban de interpretar el
complejo ámbito de las creencias escatológicas
de manera intuitiva, casi narrativa, asesorada
únicamente
por
evidencias
etnográficas
9
No es este el lugar adecuado para extendemos en este
debate teórico. Para una cómoda introducción sobre la
problemática, cfr. vV. Lull y M. Picazo (1989), G. Ruiz
Zapatero y T. Chapa Brunet (1990), J. M. Vicent (1995), V.
Lull (2000). La tesis doctoral de A. A. Saxe (Social
dimensions of mortuary practices, 1970), y la recopilación
de estudios efectuada por J. A. Brown (Approaches to the
social dimensions of mortuary practices, Memoirs of the
Society for American Archaeology, nº 25, 1971) en la que
figura un trabajo del propio L. R. Binford ("Mortuary
practices: their study and their potential", pp. 6-29), se
consideran el punto de partida de la Arqueología de la
Muerte. Diez años más tarde, la publicación de R. W.
Chapman, l. Kinnes y K. Randsborg (eds.) (The
Archaeology of Death, Cambridge, 1981) compilaría las
principales líneas de esta corriente tras una década de
trabajo.
seleccionadas arbitrariamente (VICENT, 1995,
17).
Frente a esta situación, la Arqueología de
la Muerte, como Teoría de Alcance Medio, se
presentará como alternativa orientada a la
investigación de las estructuras sociales mediante
la articulación de instrumentos hermeneúticos
bien definidos. Su premisa básica se fundamenta
en el presunto isomorfismo entre la variabilidad
funeraria y la complejidad social, habida cuenta
que los restos funerarios constituirían la síntesis
de las dimensiones sociales más relevantes de un
individuo (la “persona social” de Saxe) y el ritual
funerario un “faithful epitaph”, un fiel epitafio de
su identidad social (LULL, 2000, 577). Si la
variabilidad funeraria está determinada por la
estructura social, el análisis de esta variabilidad
puede ser utilizada como vía de acceso para el
conocimiento de la complejidad social. Pero
¿cómo acceder a esa variabilidad? La praxis de la
Arqueología de la Muerte ha ofrecido dos
respuestas complementarias: la de quienes
priorizan la determinación objetiva de la
variabilidad material de los conjuntos funerarios
y la de quienes prefieren establecer su
variabilidad significativa. Desde el primer punto
de vista, que Vicent califica como “materialista”,
se parte de la idea de que el rito funerario supone
para el grupo humano que lo practica una
actividad económica. Si las sepulturas pueden
evaluarse en sí misma, “objetivamente”, en
cuanto cantidades de valor amortizado y
detraídas del flujo de producción/trabajo, la
cuantificación del gasto funerario debería
permitir la lectura de la estratificación social. El
principio “de inversión o gasto de energía”
propuesto por L.R. Binford y desarrollado por J.
A Tainter se incluyen en esta óptica. Otro punto
de vista más “formalista”, en cambio, preferiría
analizar esa variabilidad a través de las
asociaciones de elementos funerarios. Se trataría
de tipificar esa variabilidad de modo que las
categorías resultantes fuesen correlativas con las
categorías sociales. En este caso, aunque las
sepulturas
se
consideran
también
“objetivamente”, se hace más en un sentido
cognitivo que económico (VICENT, 1995, 2023).
120
A pesar de la escasa influencia que ha
tenido la Arqueología de la Muerte en la
investigación arqueológica del periodo que nos
ocupa10, su ascendiente en la arqueología en
general –pocas veces explicitado, pero
claramente perceptible en la historiografía de los
últimos
años–
ha
sido
indudable.
Metodológicamente posibilitó la incorporación a
la arqueología de nuevas estrategias: análisis de
patrones espaciales en conjuntos funerarios,
introducción de análisis multivariantes, etc.,
hasta el punto de que el desarrollo de la
Arqueología de la Muerte ha caminado de la
mano de especialidades arqueológicas recientes
como la “arqueología espacial” o la “arqueología
cuantitativa”
(CASTRO,
LULL,
MICO,
RIHUETE, 1995).
Las mayores críticas a la Arqueología de la
Muerte proceden de distintas corrientes postprocesualistas11, básicamente de tradición
marxista y estructuralista, y su tratamiento queda
fuera del marco de esta intervención.
La Arqueología de la Muerte supo estimular
el interés por un cierto “orden” metodológico
ausente entre muchos arqueólogos o, como
recordaba R. Hodges –parafraseando a Clarketrató de convertir la arqueología “en una
disciplina disciplinada”12. No obstante, las
críticas que se han vertido sobre su “ingenuidad
metodológica” han sido muchas. Su influencia en
la arqueología funeraria del periodo que nos
ocupa no ha sido grande. En nuestro entorno ha
sido únicamente E. Cerrillo quien ha abordado,
desde presupuestos procesualistas, la arqueología
funeraria peninsular de los siglos V al VIII
(CERRILLO, 1988; 1989).
D) Desde la óptica del medievo
La arqueología funeraria del periodo de
transición entre la antigüedad
el medievo
quedará, pues, un tanto al margen de los debates
10
Generalmente, la adhesión a estas corriente no pasa de
una mera declaración de principios. Cfr. I. Ollich,
"Arqueología de la mort: una perspectiva de la Història
Medieval", Acta Medievalia, 14-15,1993-1994, pp.277-290.
11
Sobre la polisemia del término "postprocesual", cfr. A.
Hernando Gonzalo, "Enfoques teóricos en Arqueología",
SPAL, 1 (1992), pp. 23-24; G. Ruiz Zapatero, J. M. Vicent,
"Todo arqueólogo tiene algo de teórico... Una entrevista con
Leo S. K1ejn", Trabajos de Prehistoria, 49 (1992), pp. 1516. Un enfoque postprocesual del tema que tratamos, en K.
Greene, "Gothic material culture", en I.Hodder (ed.),
Archaeology as Long Term History, Cambridge, 1987, pp.
117-131.
12
R. Hodges, "Method and theory in medieval
archaeology", Archeologia Medievale, 8, 1982, p. 9.
teóricos surgidos en los años setenta y resumidos
en el capítulo anterior. La década de los setenta,
sin embargo, marcará un importante punto de
flexión en su desarrollo, con investigaciones que,
desde puntos de vista diversos, apuntan ya a un
claro cambio de orientación.
La tesis doctoral de B. K. Young13,
sintetizada en un denso y amplio artículo de
interés indudable (YOUNG, 1977) en el que
romanismo y germanismo se analizan en un
mismo proceso cultural, supuso un indudable
avance respecto a los planteamientos etnicistas
de la escuela alemana. En la misma línea,
podrían señalarse también los trabajos de E
James para el mundo aquitano14.
Pero va a ser Ph. Ariès15 quien, desde la
“historia de las mentalidades”16, va a ejercer una
influencia mayor en la arqueología funeraria,
sobre todo–aunque no únicamente–en la
arqueología medieval francesa. L’homme devant
la mort (1977) es sin duda una de las obras más
citadas entre los arqueólogos medievalistas de las
décadas de los ochenta y noventa que se
dediquen al mundo funerario. Y ello no es
casual. El trabajo de Ph. Ariès – pese a las
críticas– está sembrado de ese tipo de
planteamientos que, con en el transcurso de
los
años,
suelen
convertirse
en
verdaderos programas de trabajo para
investigadores de otras disciplinas,
como ha sido el caso de los arqueólogos y,
13
B.K. Young, Merovingian funeral rites and the evolution
of Christianity: a study in the historical interpretation of
archaeological material, Filadelfia, 1974.
14
Ed. James, The Merovingian Archaeology of South- West
Gaul, Oxford, 1977.
15
Ph. Ariès, Western Attitudes towards death, Ba1timore,
1974; Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen
Age à nos jours, ed. du Seuil, Paris, 1975(La muerte en
Occidente, Argos Vergara, Barcelona, 1982) y, sobre todo,
L'homme devant la mort, ed. du Seuil, Paris, 1977 (El
hombre ante la muerte, Taurus Humanidades, Madrid,
1983). En la misma línea, cfr. también la obra de
M.Vovelle, La mort et l'Occident de 1300 à nos jours, Paris,
1983.
16
Sobre el lugar de Ph. Ariès en la Escuela de los Annales,
cfr. P. Burke, La revolución historiográfica francesa. La
Escuela de los Annales: 1929-1989, Gedisa editoria,
Barcelona, 1996, pp. 70-73; F. Dosse, La historia en
migajas, Ed. Alfons el Magnànim, Valencia, 1988, pp. 210218, 240-248.
121
especialmente,
el
de
los
arqueólogos
medievalistas17.
Es significativo que Ph. Ariès comience el
libro primero de su obra hablando de la “mort
apprivoisée” y que dedique la totalidad de su
libro segundo a la “mort ensauvagée”. Con la
primera de las acepciones18 quiere referirse a esa
idea de la muerte “próxima, familiar”,
socializada, opuesta a la contemporánea (la
“mort ensauvagée” o la “mort inversée”) “que
causa tanto miedo que ya no osamos decir su
nombre”19 (ARIES, 1983, 32).
Esta concepción de la “mort apprivoisée” es,
según Ariès, específica de un periodo histórico
perfectamente delimitado: surge hacia el siglo V
d. C., diferenciándose claramente de las
concepciones del mundo romano, y desaparece a
finales del siglo XVIII o comienzos de la
centuria siguiente20, cuando se imponen
progresivamente las costumbres higienistas de la
Ilustración.
Cabe entender, pues, esta concepción de la
muerte como un fenómeno típico de “longue
durée” que, aunque adquiere su plenitud en
época medieval, “comienza con el acercamiento
de los vivos y de los muertos, con la penetración
de los cementerios en las ciudades o los pueblos,
en medio de los habitáculos de los hombres.
17
Esta influencia va más allá de los ámbitos funerarios que
estamos tratando, y hay que encuadrarla en la renovación
histórica surgida de la mano de Marc Bloch y la revista Les
Annales con sus preocupaciones por la historia económica y
social y la historia de la civilización material. La Escuela de
los Annales, en efecto, primero con M. Bloch y L. Febvre y
más adelante con Lefebvre, F. Braudel, G. Duby y otros,
tuvo -y tiene- una decisiva influencia en la arqueología
medieval europea. No fue casual, en este sentido, que el
Colloquio Internazionale di Archeologia medievale de Erice
(1976), considerado por los italianos como uno de los
jalones clave del desarrollo de la arqueología medieval en
Italia, estuviera presidido por G. Duby.
18
Traducida en la versión española como la "muerte
domada" (lat. domare), hubiera sido mejor -por respetar la
idea que subyace en el pensamiento de Ariès- haberla
traducido como la "muerte domesticada" (lat. domesticus,
de domus).
19
"C'est porquoi, quand nos appelons cette mort familière la
mort apprivoisée, nous n'entendons pas là qu'elle était
autrefois sauvage et qu'elle a été ensuite domestiquée. Nous
voulons dire au contraire qu'elle est aujourd'hui devenue
sauvage alors qu'elle ne l'était pas auparavant. La mort la
plus ancienne était apprivoisée" (1977,36).
20
Aunque los momentos iniciales del cambio haya que
situarlos ya en el Renacimiento (ARIES, 1983, 249ss.), su
momento final se prolonga frecuentemente hasta comienzos
del siglo XIX.
Acaba cuando ya no se tolera esta
promiscuidad”. (1983, 33).
La influencia de Ariès va a dejarse notar en
las investigaciones arqueológicas y, sobre todo,
como decíamos, en la arqueología medieval
francesa21. El proceso dialéctico que describe
entre muertos y vivos, como proceso de larga
duración, evoca (sin que, probablemente, el
propio Ph. Ariès lo pretendiera) movilidad, evoca
también relación con el territorio tanto rural
como urbano y, en consecuencia, transformación
del paisaje. El suyo es un lenguaje que va a ser
perfectamente comprendido por los arqueólogos.
Su obra22 sugiere tendencias, cambios profundos,
aunque muchas veces más presentidos que
demostrados.
Como
se
ha
señalado
recientemente (GALINIÉ, 1996), en la sucesión
de profundos cambios generados por la
cristianización de las sociedades antiguas, las
nuevas formas de socialización de la muerte
(otro concepto de Ph. Ariès) ocupan un lugar
preponderante, sobre todo para los arqueólogos.
Por primera vez, la arqueología puede tomar
parte en los debates abiertos por una historia
serial (vemos de nuevo la influencia de la tercera
generación de los Annales) que, habitualmente,
comenzaba a fines de la Edad Media de la mano
únicamente de la información procedente de las
fuentes escritas. Es el tránsito de la “necrópolis”
al “cementerio” – en expresión de Galinié23
– el que
resume
estos
cambios
profundos. Su efecto, en el campo de la
arqueología, se verá reflejado por la apari-
21
Sería prolijo recoger los testimonios de arqueólogos
franceses que reconocen su deuda con Ph. Ariès.
Mencionaremos únicamente, sobre todo por la importancia
de sus estudios y la influencia que ejercieron el desarrollo
de la arqueología de época tardoantigua y altomedieval, a J.
Ch. Picard (1986, 9) y H. Galinié (1996, 17).
22
La obra de Ph. Ariès ha sido ponderada de maneras muy
diversas. Puede consultarse, a este respecto, J. McManners,
"Death and the French Historians", en J. Whaley, Mirrors of
Mortality, Londres, 1981, pp. 106-130.
23
"Le siècles qui, en France, couvrent la période qui sépare
le debut de la christianisation des chefs-lieux de cités du
découpage paroissial. De cinq à huit selon les lieux, voient
le passage de la nécropole au cimetière. J'utiliserai cette
commodité de langage qui consiste à appeler nécropole les
lieux d'inhumation isolés et cimitière ceux que se trouvent
insérés dans les zones urbanisées parce qu'elle est utile à la
position des questions même si ces termes sont, dans l'usage
qu'en firent les contemporains, qu'en font historiens et
archéologues, équivoques" (1997,18).
122
ción también de enfoques nuevos. Nos fijaremos
únicamente en dos de ellos.
- 1º. Ampliación de los intereses
arqueológicos más allá del siglo VIII.
El estudio del mundo funerario cristiano,
desde un punto de vista arqueológico, estaba
centrado – como vimos – en una horquilla
cronológica que, casi sistemáticamente, quedaba
circunscrita a los siglos IV al VIII. Expertos
generalmente en la tardorromanidad analizaban
la transformación de la ciudad romana por
influencia de la progresiva implantación del
cristianismo o se ocupaban del impacto de la
Volkerwanderung en el occidente europeo. Del
siglo VIII en adelante, los restos funerarios
dejaban de tener interés para los arqueólogos.
Los planteamientos de Ariès (y de los
Annales) generarán nuevos enfoques. El interés
por la muerte cristiana no se circunscribirá a al
tardoantigüedad, ni se percibirá como un epígono
de la romanizad clásica, sino que se abordará en
adelante desde la óptica postclásica, entendiendo
la época tardoantigua como el nuevo punto de
arranque de un fenómeno de larga duración que
ampliará la horquilla cronológica de los siglos V
al XVIII, “la parenthèse du cimetière chrètien”
(GALINIÉ, 1996, 17), entendido como un
fenómeno global que refleja profundas
transformaciones en las mentalidades, en los
comportamientos socioeconómicos, en los
paisajes tanto rurales como urbanos. Los siglos
tardoantiguos y altomedievales van a ser
contemplados como los responsables de una
completa reorganización, debida en gran parte a
la cristianización de la sociedad y a la
implantación de las redes parroquiales. El
cementerio histórico cristiano, en este sentido,
nada tendrá que ver con la concepción de la
primitiva iglesia cristiana. Es una creación del
mundo medieval (TREFFORT, 1996a).
- 2º. Superación del interés prioritario
por la sepultura como monumento a favor de la
priorización del espacio funerario como
articulador del territorio.
Como se ha recordado certeramente, la
mayor diferencia entre el cementerio cristiano y
la necrópolis pagana es la nueva importancia que
se concederá al espacio funerario en detrimento
de la sepultura (BOISSAVIT-CAMS, ZADORARIO, 1996, 49). Es este otro de los
planteamientos que figuran en la obra de Ph.
Ariès (1983, 42ss.) y que tienen también una
gran importancia para la investigación
arqueológica. La progresiva desaparición de los
ajuares y depósitos funerarios de las tumbas a
partir del siglo VII y, sobre todo, de la centuria
siguiente, había retraído el interés hacia los
cementerios medievales por parte de una
arqueología de signo positivista. Las necrópolis
eran interesantes en la medida en la que ofrecían
restos materiales que permitieran inferencias
tipológicas o etnoculturales. La falta de tradición
hacia el análisis del mundo funerario desde una
perspectiva bio-arqueológica con el subsiguiente
desinterés hacia los restos antropológicos y sus
potencialidades
informativas
(regímenes
dietéticos, afecciones fisiológicas, relaciones
genéticas,
perfiles
demográficos,
reconstrucciones
paleoambientales,
etc.)
(VICENT, 1995, 134-135), la aparente
monotonía de los cementerios medievales, su
frecuente
ubicación
en
contextos
pluriestratificados y, por tanto, su deficiente
conservación y su difícil excavación24, todo ello
hizo (y hace) que muchos arqueólogos se
resistieran (y se resistan todavía) a las
excavaciones extensivas de los cementerios
medievales (CRUBÉZY, 1994, 132).
Esta nueva importancia concedida al
espacio diversificará tanto los ámbitos de estudio
como los instrumentos analíticos Respecto a
estos últimos, se tomarán prestados algunos de
los recursos hermeneúticos propios de la
Arqueología de la Muerte o de la Arqueología
Espacial (análisis macro, semimicro y micro).
Más importante, sin embargo, nos parece la
ampliación de los ámbitos de investigación
y, sobre todo, la incorporación de la arqueología
24
Desde hace algunos años dirigimos el "Equipo de
documentación arquitectónica" de la Universidad del País
Vasco, participando activamente en los proyectos de
intervención que se llevan a cabo en la arquitectura especialmente religiosa- del País Vasco y, en particular, de
Alava. Hace tiempo que nos preocupa, por tanto, la grave
situación que se vive en torno a los cementerios
parroquiales. El interés y la desidia son, por desgracia,
moneda de cambio cotidiana. Las restauraciones del
patrimonio eclesiástico -con sus obras de saneamiento,
eliminación de humedades, substitución de suelos,
introducción de sistemas de calefacción y un sin fin de
intervenciones de objetivos funcionales- se están llevando a
cabo, con demasiada frecuencia, sin el más mínimo respeto
y criterio. La responsabilidad no es únicamente de los
arquitectos o aparejadores. Muchas veces somos los propios
arqueólogos los que apenas mostramos interés alguno por
unos materiales que no valoramos suficientemente.
123
funeraria cristiana al fructífero campo de las
transformaciones del paisaje y del poblamiento
en el contexto del proceso de feudalización del
occidente europeo. Esta última sería, quizá, la
novedad conceptual más importante.
Sin embargo no fue nunca, esta última, una
idea que preocupara excesivamente a Ph. Ariés25,
ni creemos que haya merecido todavía la
atención suficiente por parte de muchos
arqueólogos. Otros, sin embargo, sí son
conscientes de las fuertes implicaciones de los
cementerios en la noción de territorialidad, en la
fijación del poblamiento campesino en la
perpetuación de la memoria de los grupos
parentales, en el mecanismo de captura de
excedentes por parte de los poderes señoriales.
En este sentido, el binomio parroquia-cementerio
y, sobre todo, la evolución de los centros de culto
y los ámbitos funerarios, constituyen un campo
del máximo interés en relación con el “cierre del
espacio” toubertiano.
2. PERSPECTIVAS ACTUALES
Las perspectivas por tanto, desde la historia
de las mentalidades ha ampliado el abanico de
25
Es conocido que algunos historiadores de lo que se ha
llamado la "tercera generación" de los Annales,
particularmente aquellos que trabajaron en la "historia de las
mentalidades", protagonizaron -en expresión de otro gran
historiador de la muerte, M. Vovelle- el paso "desde el
sótano al desván", una expresión que quiere reflejar la
trayectoria intelectual de sus preocupaciones desde la base
económica a la "superestructura" (P. Burke, cit., 70). Se ha
criticado de Ph. Ariès su visión "idealista" de la muerte.
"Más allá del interés innegable de su estudio, que nos revela
mucho acerca de los comportamientos, podemos
interrogamos acerca de la legitimidad de una visión
diacrónica, que abarca siglos, con un mismo impulso,
alrededor de un parámetro central: la muerte, sin jamás
investigar los fundamentos de sus inflexiones. Philippe
Ariès no siente, por otro lado, la necesidad de situar estas
sensibilidades sucesivas frente a la muerte, ya que, para él,
sólo se trata de variaciones de un inconsciente colectivo que
trascienden su entorno" (F. Dosse, cit., 215). Hubo, sin
embargo, quienes desde una perspectiva distinta
complementaron su trabajo. Es el caso de M. Vovelle,
historiador de orientación marxista, que articula su
investigación en tres estadios: "la muerte sufrida" analizando los factores infraestructurales, tanto la evolución
demográfica como la de las estructuras económicas y
sociales-, "la muerte vivida" -las mentalidades- y "el
discurso sobre la muerte" -las ideologías frente a la muerte,
la significación de éstas para la Iglesia y los poderes(Ibidem, 216).
enfoques a los que estaba acostumbrada la
investigación, completados por otros procedentes
de la arqueología cuantitativa, o de diversos
enfoques estructuralistas, marxistas o, en general,
postprocesualistas.
Resultaría sumamente interesante efectuar
un balance de todas estas aportaciones, pero ello
nos llevaría lejos de las posibilidades que ofrece
el espacio concedido en este congreso. Somos
conscientes, además, de la dificultad de un
empresa de esta naturaleza (en el capítulo
anterior, sin ir más lejos, han quedado apenas
apuntadas aportaciones importantes, como
cualquier conocedor de la historiografía más
reciente habrá podido apreciar). En rigor,
además, deberíamos abordar la cuestión funeraria
en su integridad, recogiendo tanto cuestiones
derivadas de los diversos emplazamientos de los
lugares de inhumación, como de su organización
interna, sin olvidar, finalmente, el estudio de la
sepultura en sus aspectos estructurales y
simbólicos. Una empresa, como decimos, que
queda fuera de los objetivos de esta intervención.
Será por ello por lo que nos circunscribamos
únicamente al primero de los aspectos señalados,
analizando la cuestión del emplazamiento desde
la perspectiva de las necrópolis y los cementerios
como consumidores de espacio y, en
consecuencia, como generadores de un nuevo
paisaje tanto rural como urbano. Es este un punto
de vista que sólo se va imponiendo en la
historiografía durante estos últimos años y que
ofrece, sin embargo, nuevas perspectivas.
2.1. El mundo funerario y
reorganización del espacio urbano
suburbano26.
la
y
A) Ad sanctos. Los muertos generan su
propia ciudad
Con este mismo título27, Ph. Ariès desgrana
la larga evolución de un fenómeno funerario que
nace como consecuencia de un profundo –
aunque paulatino – cambio de mentalidad,
rompiendo precisamente con una concepción
anterior muy distinta que separaba nítidamente el
mundo de los muertos del de los vivos. Con
26
Como ha señalado H. Galinié, "la localización de los
lugares de inhumación, en su realidad material, se revela
como un indicador arqueológico sin equivalente de la
evolución de la relación de las sociedades con su espacio".
(1996, 17).
27
Ad sanctos; apud ecclesian (1977,37-96; 1983, 33-86).
124
la afirmación de la religión cristiana se asiste a
un progresivo acercamiento de unos y otros28,
una transición desde las inhumaciones extra
muros (propios de la antigüedad clásica) hasta
los enterramientos in ambitos murorum
(característicos del medievo y del Antiguo
Régimen).
Esta
transición
se
realiza
gradualmente, primero con la formación de
núcleos cementeriales – todavía extraurbanos y
ubicados frecuentemente en las proximidades o
sobre los antiguos emplazamientos funerarios –
en torno a martyria o memoriae. Son las
sepulturas ad sanctos que, con el tiempo,
generarán verdaderos centros urbanos de nuevo
cuño. Los xenodochia, las grandes basílicas
materiales, frecuentadas por los peregrinos,
rodeadas e invadidas de muertos, eran servidas
por comunidades de monjes y monjas, llegando
con frecuencia a constituir importantes sedes
monasteriales29. Los espacios de los muertos, no
sólo no eran incompatibles con los de los vivos
sino que constituían el origen de la formación de
un habitat estable que va asumiendo, en el
periodo que nos interesa, la fisonomía de un
verdadero burgo auténtico (GIUNTELLA, 1998,
62). Como se apuntaba recientemente para el
caso de Barcelona, “lo que realmente es
excepcional es el crecimiento del suburbium, que
está ocupado por zonas de hábitat y un gran
cinturón de necrópolis (…) extendiéndose sobre
una superficie superior a la propia urbs” (GURT,
GODOY, 2000, 451).
La primera ruptura parece ser de este
momento en el que lo vivos van donde los
muertos, después de dos siglos de contactos más
o menos estrechos (GALINIE, 1996, 19).
El fenómeno es bien conocido en su
conjunto, aunque resulte bastante más complejo
que como lo hemos descrito. Los estudios de
topografía urbana han tenido, de antiguo, una
arraigada tradición en la arqueología de época
clásica como conocen bien los participantes en
este congreso. Durante mucho tiempo, sin
embargo, no existieron trabajos que abordasen
directamente la evolución de la ciudad durante la
antigüedad tardía, hasta que en los años setenta,
se dio inicio a un proyecto de investigación
liderado inicialmente por N. Duval, P. A. Février
y Ch. Pieri y que, con una horquilla cronológica
que no iba más allá del siglo VII30, pusieron las
bases de un trabajo ingente que – ampliando su
cronología hasta el siglo VIII y con la
incorporación de nuevos responsables (J. Ch.
Picard, N. Gauthier) – culminó con una magna
publicación del máximo interés para el tema que
tratamos31. Los planos que se adjuntan en los
que, con una gran claridad informativa y
convenciones gráficas comunes a todos ellos, se
carografían los testimonios cristianos urbanos y
suburbanos de las ciudades episcopales,
constituyen una valiosísima herramienta de
trabajo que, por desgracia, no disponemos
todavía para el conjunto de Hispania32. Existen,
sin embargo, magníficos trabajos que, al socaire
del desarrollo de la arqueología urbana están
ofreciendo resultados impensables todavía hace
pocos años. Los casos de Barcelona, Valencia o
Mérida – por citar solamente los más
significativos – constituyen verdaderos ejemplos
de los resultados que pueden alcanzarse. No
habría que olvidar, sin embargo, otros casos
también relevantes como Zaragoza, Tarragona,
Girona, Complutum o Córdoba.
B) Apud ecclesiam. El ingreso de los
muertos en la vieja ciudad.
Este proceso dinámico se completará con
el ingreso de los muertos intra muros. Son
los enterramientos apud ecclesiam de efectos tan
28
Aunque el resultado podía haber sido distinto (cfr.
ARIES, 1983).
29
El caso de Mérida constituye un buen paradigma, con la
articulación -en tomo a Santa Eulalia- de todos los
elementos constitutivos de estos complejos funerarios: la
basílica funeraria, dos monasterios, uno de vírgenes y otro
de monjes, y el xenodochium o albergue para peregrinos
fundado por el obispo Masona a finales del siglo VI.
Conocidos estos datos a través de las Vitas, han recibido
espectacular
confirmación
arqueológica
tras
las
investigaciones llevadas a cabo estos últimos años (P.
MATEOS, "Augusta Emerita, de capital de la diócesis
Hispaniarum a sede temporal visigoda", en Ripoll, J. M.
Gurt, Sedes regiae (ann. 400-800), Barcelona, 2000, pp.
491-520).
30
N. Duval, P.-A. Fevrier, Ch. Pietri, La topographie
chrétienne des cités de la Gaule des origines a la fin du VIIº
siècle, fascicule 1, 1975; fascicule 2, 1980.
31
N. Gauthier y J.Ch. Picard, Topographie chrétienne des
cites de la Gaule des origins au milieu du Vllle siècle, De
Boccard, Paris (1986-1996). Cfr. una recensión del trabajo
en A. Chavarria, G. Ripoll, Pyrenae, 29 (1998), pp. 274278.
32
Sí, en cambio, para el área mediterránea de la
Tarraconense. Cfr. AAVV; Del romà al romanic. Història,
art i cultura de la Tarraconense mediterrània entre els
segles IV i X; Barcelona, 1999
125
importantes en el paisaje medieval – tanto rural
como urbano – y que dará lugar a las redes
parroquiales, al control definitivo de la muerte
por parte de la Iglesia y al establecimiento de
nuevas relaciones socioeconómicas propias de un
contexto de carácter feudal al que los muertos no
fueron ajenos en absoluto. El fenómeno, sin
embargo, es de una gran complejidad.
Como avance para el conocimiento de
este complejo fenómeno, son de un interés
extraordinario los resultados alcanzados por el
grupo de trabajo GDR 94 del CNRS, dirigido por
J. – Ch. Picard hasta su fallecimiento en 1992 y
por H. Galinié de esa fecha en adelante.
Dedicados a la arqueología del cementerio
cristiano y, por tanto, a un contexto urbano
(GALINIE, 1996, 18), prestan una atención
pormenorizada precisamente al ingreso de los
muertos en la ciudad y a las transformaciones
que este hecho conllevó en el paisaje urbano. La
réplica italiana (BROGIOLO, 1998) a este
acercamiento al problema por parte de los
franceses, sigue la misma línea, marcando entre
unos y otros un camino todavía por recorrer por
pare de la arqueología española de época
altomedieval.
Como ha señalado H. Galinié, (1996,
18), conocemos el final del proceso que puede
situarse, muy aproximadamente, en torno al año
Mil. Pero ¿qué sabemos, en cambio, de sus
inicios y del modo como se llevó a cabo?.
Algunas cosas parecen claras: los
trabajos del GDR. “Topographie chrétienne des
cités de la Gaule” (GAUTHIER, PICARD, 19861992) ponen en evidencia de manera sistemática
la doble organización cultural : la ecclesia, la
catedral, por un parte y la basílica suburbana por
otra y las funciones asignadas a cada una. Para la
ecclesia el conjunto de los fieles, para la basílica
el conjunto de los muertos (GALINIE, 1996).
Pero no por ello deja de haber, en torno a
esta cuestión, algunos puntos oscuros. Existen,
en efecto, dos problemas todavía no resueltos
suficientemente: a) La presencia precoz de
enterramientos en las catedrales. b) La existencia
de sepulturas – bien aisladas, bien concentradas
en pequeños grupos – que aparecen
esporádicamente dentro del pomerio.
a) Casos tempranos de inhumación en el
templo catedralicio conocemos, entre otros, los
precoces de Ginebra (2ª mitad del V o comienzos
del VI) en Suiza, Aix-en-Provence en Francia,
Rabean, Grado o Brescia en Italia o Colonia en
Alemania33. “Aucune des ces sépultures n’a
cependent donné naissance à des complexes
funéraires plus importants, inexistants en milieu
urbain vant le Xe siècle » (TREFFORT, 1996a,
57)34. Los casos de Barcelona y, sobre todo,
Valencia parecen contradecir, sin embargo, la
opinión de este autor como pronto veremos,
auque habrá que convenir que la generalidad de
los estudios efectuados coinciden en el carácter
excepcional y minoritario de las inhumaciones
intra muros durante los siglos tardoantigüos. Los
trabajos de C. Lambert constituyen un ejemplo
de los dicho: es a partir de los siglos VI y VII
cuando comienzan a generalizarse los
enterramientos en la ciudad. De 42 ciudades del
norte de Italia estudiadas, 33 (un 78%) ofrecen
inhumaciones in urbe, aunque – de ellas -, son 18
las que presentan enterramientos intra muros con
total seguridad. De las 33 mencionadas 20 (68%)
han ofrecido tumbas aisladas o en pequeños
grupos; en 25 (76%) se conocen inhumaciones
vinculadas a edificios de culto (sedes episcopales
en 20 casos). “En guise de conclusión, on Pert
observer que dans l’Italie du Nord le phénomène
des sépultures en ville se manifeste notamment à
partir du Ve-VIIe siècle et que, même s’il prouve
que l’ancien droit en matière funéraire est
depassé, une telle pratique fut limitée à des
situations specifiques (…) Leur nombre est
tellement faible35 qu’il faut forcément admettre
qu’on continuait à inhumer la plupart des gens à
l’extérieur de l’habitat » (1996, 34).
De ahí la indudable significación de los
casos de Barcelona y Valencia que antes
mencionábamos36 y más de este último al que
pres-
33
34
Cfr. las respectivas bibliografías en TREFFORT, 1996a.
De la misma opinión se muestra J.F. Reynaud -aunque se
refiere a inhumaciones en el interior de las catedrales- cuando afirma que "les inhumations restent rares dans les églises
catedrales avant l'an Mil" (1996, 26).
35
C. Lambert inventaría un total de 287 sepulturas en las 33
ciudades.
36
El paralelismo entre ambas ciudades y su excepcionalidad
ha sido apuntado recientemente por Ch. Bonnet y J. Beltrán
de Heredia: "Se trata (Valencia), al igual que Barcelona, de
un conjunto con dos iglesias y una necrópolis intramuros,
hecho inhabitual ya que las áreas funerarias se extienden al
exterior de las murallas en las ciudades cristianas" (2000,
484).
126
taremos atención especial. El caso valenciano,
cuya síntesis se ha publicado recientemente
(RIBERA, 2000) es verdaderamente excepcional.
Las excavaciones arqueológicas que se vienen
llevando a cabo desde 1975 en la zona de
l’Almoina, contigua al antiguo foro, poseen un
gran valor para el tema que nos ocupa con datos
de primer orden sobre la primera sede episcopal
valenciana (cuyo nacimiento está estrechamente
vinculado con el episodio martirial de San
Vicente) y las zonas de inhumación surgidas en
sus inmediaciones.
Entre estas últimas hay que mencionar,
en primer lugar, las inhumaciones episcopales.
Adosado a la cabecera de la catedral por su lado
meridional se ha documentado un edificio de
planta cruciforme, conocido como “Cárcel de
San Vicente”37, edificado en la segunda mitad
del siglo VI y en cuyo crucero se localizó una
tumba de cuidada ejecución que acogía una
inhumación secundaria y que ha permitido
interpretar el conjunto como la iglesia funeraria
de un obispo, posiblemente Justiniano. Se ha
sugerido, además, que el resto de las
inhumaciones episcopales pudieran haberse
ubicado en el mismo edificio, a juzgar por los
arcosolios que existen en la nave de los pies y
que han sido interpretados como pequeñas
capillas funerarias que pudieron acoger sendos
sarcófagos (ROSELLO, SORIANO, 1998;
SORIANO, 2000). Enclavados en los ángulos
que conforma el monumento cruciforme existen
tres sepulcros (el cuarto probablemente
desaparecido), de porte notable y ejecución a
base de materiales romanos reutilizados que
denuncian
inequívocamente
su
carácter
privilegiado.
Independientemente
de
estas
inhumaciones, desde la primera mitad del siglo
VI se ubicará al norte de la catedral una
necrópolis del máximo interés tanto por su
temprano asentamiento intramuros como por su
perduración como cementerio cristiano. En ella
se han distinguido varias fases (CALVO, 2000,
193-205): de la primera, se han recuperado una
treintena de enterramientos cuya tipología
responde – predominantemente38 – a la de fosa
37
Cripta arqueológica de la Cárcel de san Vicente,
Ajuntament de Valencia, Valencia, 1998. Una bibliografía
detallada sobre este monumento, sobre todo de R. Soriano
Sánchez, puede verse en (RIBERA 2000).
38
Existen tumbas infantiles, también en fosa, pero con el
cadáver protegido por grandes fragmentos de ánfora, o
tumbas de adultos que aprovechan la presencia de
infraestructuras anteriores
simple con cubiertas de tégulas a doble vertiente
o bien colocadas horizontalmente. Los fallecidos
eran depositados con mortaja y – salvo en algún
caso (ESCRIVA, SORIANO, 1992, 103) – sin
ajuares. Existen dos fosas colectivas que se han
relacionado con la “gran peste de Justiniano” que
azotó a mediados del VI el imperio bizantino.
Los estudios bioantropológicos reflejan una
población que “pertenece a una clase social
privilegiada, bien alimentada” y cuya tipología
física
estaría
encuadrada
“dentro
del
mediterráneo grácil” (CALVO, 2000, 194). El
lugar de inhumación estuvo bien delimitado por
una valla. “La inauguración de este primer
cementerio tiene una correspondencia directa con
el lugar de martirio de San Vicente Mártir,
guardado en la memoria histórica de los primeros
cristianos, y en donde solamente unos pocos
privilegiados tendrían acceso a ser enterrados en
las cercanías de esta área sacra” (Ibidem, 196).
La segunda necrópolis se extendería
temporalmente hasta el siglo VIII y se han
distinguido en ella tres fases. La primera ocupa
aún el espacio de la necrópolis “de faz
hispanorromana” ya descrita y se aprecian en ella
cambios sustanciales. Las tumbas no son ya
individuales sino colectivas, hasta el punto de
que solamente cuatro estructuras sepulcrales –
construidas con material procedente del antiguo
foro imperial – acogen a 58 individuos. Son, al
parecer, tumbas familiares en las que los
fallecidos fueron inhumados con mortaja. A
pesar del saqueo que este conjunto sufrió en
época islámica se han recuperado algunos ajuares
como agujas y pendientes de plata o cuentas de
ámbar y piedras semipreciosas. Estas tumbas
quedarán bajo los cimientos de un edificio de
nave única y ábside ultrapasado, cuya erección
refleja la monumentalización que sufrirá el
cementerio en la segunda fase de esta segunda
necrópolis. El área cementerial se amplía. Las
tumbas son también colectivas, habiéndose
excavado hasta el momento un total de 25. El
número mínimo de individuos recuperados en
cada enterramiento oscila entre los 20-25.
“Respecto al diagnóstico tipológico, físicamente
los sujetos de esta segunda fase muestran una
elevada
estatura
y
gran
robustez.
Desgraciadamente no contamos con una buena
127
serie de cráneos en buenas condiciones para
determinar la tipología craneal, aún así, existe
una clara distancia biológica respecto a los
sujetos enterrados en la necrópolis del siglo VI”
(Ibidem, 200). Como en el caso anterior, se han
recuperado también ajuares y depósitos
funerarios (cerámicas, vidrios, pendientes,
pulseras, agujas, collares, un notable anillo de
oro, etc), aunque no en abundancia39. “A modo
de conclusión, se puede afirmar que existe una
gran diferencia entre los cementerios de los
siglos VI y VII en cuanto a la tipología de las
tumbas que pasan de ser modestas individuales a
colectivas y monumentales. Asimismo, la
población también es distinta físicamente, se
viste de diferente manera y poseen diferentes
objetos de adorno. Del mismo modo, el ritual
también cambia, lo único que no varía es la
posición e inhumación del individuo dentro de la
tumbar. Posiblemente estos panteones familiares
podrían pertenecer a la nobleza visigoda en
donde estarían enterrados los personajes más
destacados de la población” (Ibidem).
Una fase final del siglo VIII, definida
como mozárabe, ha ofrecido solamente dos
tumbas individuales que habría que asociar con
el cementerio de la Cárcel de San Vicente, de
tipología similar. “Tanto la tipología como la
inexistencia de ajuares indican un nuevo ritual y
marca la última fase de este espacio cementerial”
(Ibidem).
La excepcionalidad de los datos
resumidos exigirían una publicación monográfica
que tratara, además, el fenómeno funerario en su
globalidad. La publicación a la que nos
referíamos – magnífica en sus contenidos y en su
presentación – se circunscribe a los orígenes del
cristianismo y a la tardoantigüedad, por lo que
sus contenidos no van más allá del siglo VIII40.
39
"De entre los 20 individuos que suele haber de media en
cada sepultura solamente un personaje masculino y uno
femenino poseen ajuar u objetos personales. Se trata en
ambos casos de los individuos más representativos del clan
familiar" (CALVO, 2000, 200).
40
Al final del capítulo dedicado a las inhumaciones de
época visigoda se esboza un tratamiento más general de los
ritos funerarios cristianos (CALVO, 2000, 202-205) desde
la necrópolis del siglo VI hasta el final del Antiguo
Régimen. El tema, sin embargo, queda apenas esbozado obviamente, tampoco era el objetivo de la publicación- y
son muchos los puntos que merecerían una discusión
sumamente enriquecedora que ahora no podemos abordar:
la formalización en el siglo VII de lo que se define como el
"núcleo duro del ideario" (¿?) cristiano, las consideraciones
raciológicas que se efectúan, el enfoque etnocultural de los
b) Nos queda por tratar el segundo de los
temas que apuntábamos más arriba: la cuestión
de los enterramientos aislados o en pequeños
grupos en el interior de los viejos perímetros
murados, cuestión aún más compleja y,
probablemente, de tanta o mayor significación
histórica que la de las inhumaciones apud
acclesiam. La presencia de enterramientos
aislados o en pequeños grupos dispersos
constituye, en efecto, una constante en los
hábitats de la tardoantigüedad y la alta edad
media y no ha recibido, creemos, atención
suficiente en la bibliografía española. Es
frecuente, en general, que se hable de estos
enterramientos como propios de individuos
marginados, excluidos de la comunidad cristiana,
puesto que – con frecuencia – coinciden con la
presencia en el mismo hábitat de cementerios
colectivos41. Son muchos, sin embargo, los
autores que se oponen a esta consideración. El
fenómeno alcanza a todo el occidente europeo,
habiéndose detectado en numerosas regiones
francesas o alemanas (PEYTREMANN, 1995,
23; BONIN, 2000, 44-46). En Italia, C. Lambert
detectó tumbas aisladas u organizadas en
pequeños grupos en 20 ciudades del norte de
Italia (1996, 33). El fenómeno no puede, pues,
ser considerado – como ya señalara J. Chapelot –
como una práctica marginal42.
ajuares que se propone, el tratamiento de lo que se define
como "hiatus cultural islámico" -¡un hiatus de medio
milenio!- con el traslado de los cementerios de nuevo a los
caminos de acceso y juntos a las puertas de la ciudad, etc.
(Cfr. GONZALEZ VILLAESCUSA, LERMA ALEGRIA,
1996).
41
Cfr. R. Guadagnin, "Le cimetière de la villa de Villiersle-Sec", Un village au temps de Carlemagne. Moines et
paysans de de l'abbaye de Saint-Denis du VIIe siècle à l'An
Mil, Cat. D'exposition, Musée national des arts et traditions
populaires, 20 novembre 1988-30 avri11989, Ed. De la
RMN, Paris, 1988. "Il paraît vraisemblable que les
sépultures isolées procédaient d'une ségrégation sociale o
cultuelle: famille d'esclaves? Individus non baptisés? Ou
exclus de la societé villageoise à qui l'inhumation dans le
cimetière fut peut-être refusée? (p. 170).
42
J. Chapelot, "L'habitat rural: organisation et nature", L
'lle-de-France, de Clovis à Hugues Capet du Ve au Xie
siècle, Guiry-en-Vexin, 11 octobre 1992-30 mars 1993,
Paris, 1993, p.196.
128
En Valencia se han localizado
“cadáveres aislados” al menos en seis lugares,
“de un extremo a otro de la ciudad, tanto dentro
como fuera del recinto (…). Suelen aparecer
lejos de los cementerios conocidos y sobre las
grandes fosas mencionadas, colocados sin ningún
cuidado ni orientación que delate la más mínima
intención sepulcral, sino que, al contrario,
parecen estar lanzados en los vertederos. Incluso,
en una ocasión, en la calle Cabillers, apareció un
esqueleto tirado de cabeza en una pequeña fosa.
Siempre se fechan en un momento avanzado de
la etapa visigoda, entre fines del s. VI o ya en el
VII. Esqueletos aislados, tirados incluso en
pozos, también se han detectado en la Mérida de
este período” (RIBERA, 2000, 164).
En efecto, en Morerías se han constatado
también algunos casos que el propio excavador
considera “evidencias anómalas”. Porque, si bien
es cierto que los esqueletos de dos individuos
parece que fueron arrojados a un pozo y que
aparecieron restos humanos bajo un nivel de
destrucción de tegulae, también lo es la presencia
del “enterramiento de un adulto con orientación
E-W, en el centro de una habitación de la casa nº
12 de la manzana V, en posición de decúbito
supino y sin ajuar, siguiendo la modalidad de
sepultura de tajadillo, para lo cual hubo que picar
el suelo de signinum; emplazamiento insólito que
nos lleva a preguntarnos qué impidió efectuar el
enterramiento extramuros”43. Evidentemente,
este ejemplo – y quizás alguno de los
valencianos – obligan a un tratamiento del tema
que olvide las habituales referencias “episódicas”
o “anecdóticas” a la cuestión, porque su
significación pude tener – y tiene, de hecho –
connotaciones históricas altamente elocuentes
para el tema que nos ocupa.
En relación con nuestro ámbito
geográfico tenemos planteada esta misma
problemática tanto en Pompaelo como en IruñaVeleia. En el primer caso contamos con una
necrópolis extramuros denominada franca por
Zeiss, James y otros, y visigoda por M.A.
Mezquíriz, y algunos enterramientos dudosos en
el interior de la catedral44. En el segundo, la
43
M. Alba, "Consideraciones arqueológicas en tomo al
siglo V en Mérida: Repercusiones en las viviendas y en la
muralla", Mérida. Excavaciones arqueológicas. Memoria,
1996, p. 370 y lám. 6.
44
Bajo el subsuelo de la catedral de Pamplona se
exhumaron, durante las excavaciones arqueológicas
llevadas a cabo durante el proceso de restauración, dos
enterramientos pertenecientes a un adulto y un niño. El
primero de ellos, orientado de este a oeste y depositado en
problemática es aún más compleja por la
presencia, según los datos que conservamos de
G. Nieto, de varias áreas de enterramientos45.
una fosa simple, poseía un anillo de oro ornado con vidrio,
además de una pieza de cinturón cuya tipología no se
especifica. En la breve noticia que conocemos al respecto se
menciona también el hallazgo de un fragmento de estela
funeraria decorado con rosetón y líneas en zig-zag,
característico de la época tardoantigua según M.A.
Mezquíriz. De todo lo cual concluye la autora que "la
justificación de este caso excepcional, la inhumación de
adulto en el ámbito sagrado urbano, ha de estar en un
cambio de ideas, es decir, que la cristianización había
alcanzado Pompaelo, por lo cual podríamos suponer la
existencia de un templo cristiano bajo el actual, en los siglos
V-VI d. C." (M. A. Mezquíriz, "Vestigios romanos en la
catedral y su entorno", La catedral de Pamplona, Pamplona,
1994, p. 131). Sin embargo, la excavación de la totalidad
del subsuelo no parece haber ofrecido, que sepamos,
vestigio alguno de este posible templo.
45
Todo parece indicar que la lruña del altoimperio ocupaba
un espacio mucho más amplio, y seguramente abierto, con
respecto al solar que desde época tardorromana delimitó el
recinto amurallado. Sin entrar ahora en la problemática
cronológica de este último elemento, y centrándonos en la
cuestión de la relación topográfica entre espacio habitado y
enterramientos, las excavaciones de G. Nieto documentaron
hasta cuatro áreas de enterramiento diferentes. Sector B: Se
corresponde con un grupo de estructuras localizadas al
exterior del encintado tardío, muy cerca de su extremo
noroeste (G. Nieto, El oppidum de Uruña (Alava), Vitoria,
1958, lám. VI). Los actuales responsables de la excavación
han ampliado el trazado amurallado englobando este sector
en el espacio intramuros aludiendo a cuestiones de
topografía (I. Fillol, E. Gil, A. lriarte, "Algunas precisiones
en torno a la ciudad romana de lruña (Trespuentes, Alava),
Sociedad de Estudios Vascos, Cuadernos de Sección de
prehistoria y Arqueología, 4, 1991, pp. 239 y ss.). En este
lugar Nieto excavó una serie de estructuras pertenecientes al
periodo romano (viviendas en opinión suya) junto a las
cuales, y en una zona no excavada por completo,
aparecieron tres enterramientos. El primero y más
meridional "boca abajo" y con la cabeza hacia el Este,
orientación que también ostentaba la segunda de las
inhumaciones. El tercero, por el contrario, se orientaba
hacia el Norte y junto a sus vértebras superiores aparecieron
dieciséis tachuelas, además de un fragmento de tegula junto
al cráneo. Su posición fuera del sector de excavación
propiamente dicho parece suponer que se trataba de
inhumaciones muy superficiales y ni las tachuelas ni la
presencia del fragmento de tegula resultan determinantes a
la hora de establecer una cronología para este grupo de
enterramientos. Sector H (Nieto, 1958, 75ss): Se trata sin
duda del más singular de los enterramientos documentados
por Nieto en lruña. Esta inhumación apareció depositada, al
parecer en fosa simple, dentro del denominado recinto 2,
fosa que se encontraba excavada siguien-
129
La cuestión, no obstante, está
insuficientemente tratada en la bibliografía
peninsular a pesar de su indudable importancia
histórica. Como se ha señalado en alguna
ocasión, no es improbable – dentro de una
casuística que hay que dejar abierta – que las
sepulturas aisladas o en pequeños grupos dentro
de contextos urbanos deban insertarse en un
fenómeno detectado también en ámbito rural y
que más adelante comentaremos. Nos referimos
a la aparición de establecimientos residencialesproductivos con su propia necrópolis (GELICHI,
do a Nieto a caballo de los niveles B y C.
Estratigráficamente el nivel B es descrito, aunque con las
debidas reservas, como un nivel de colmatación posterior al
abandono de las estructuras, mientras que el nivel C (y
hemos de confesar que en este punto Nieto nos resulta
confuso), parece corresponderse con “una capa de tierra
arcillosa que se extendía por casi toda la superficie del
recinto, y debajo de ella seguía una capa de tierra negruzca,
mezclada con cenizas”. Debido a la dificultad del propio
texto, no existe seguridad absoluta sobre la posición
estratigráfica de esta tumbas, pero lo que sí parece claro es
que se encontraba excavada en un nivel superior al de la
amortización definitiva de las estructuras que, según puede
deducirse del texto de Nieto, vendría marcada por el
mencionado nivel de cenizas. El enterramiento, cuya
orientación no es comentada por Nieto, portaba dos pulseras
de bronce en su brazo izquierdo y junto a ellas recogió un
fragmento de otra pulsera de hueso forrada con lámina de
bronce. Junto al enterramiento, aunque sin determinar
concretamente su posición, aparecieron también “la parte
inferior de un vaso de barro rojo oscuro, de mala calidad;
una taza de barro rojo, con el barniz casi perdido, y un
misorium rojo, que conserva algunos restos de barniz”.
Nieto no avanza ninguna cronología para este ajuar pero
muy recientemente se ha propuesto una datación de fines
del siglo V d. C. (I. Fillol, E. Gil, La romanización en
Alava, Vitoria, 2000, p.14) al clasificar el mencionado
misorium como perteneciente a la producción focea
denominada Late Roman-C, y más concretamente con la
forma Hayes 3D. No hay que olvidar, sin embargo, que
estas producciones alcanzan el siglo VI prolongándose
incluso hasta mediados del VII, si bien sus cronologías
distan mucho de estar completamente fijadas (C. Rynaud,
“Céramique Late Roman”, Dicocer, Latta, 6, Lattes, 1993,
pp. 502 y ss.). Sector J: Cerca del sector J de Nieto, aunque
fuera de la zona de excavación propiamente dicha. Se
pudieron reconocer “tres tumbas de lajas sin ajuar” que han
sido puestas en relación el Priorato de S. Juan que se asentó
en época medieval en el interior del recinto fortificado de
Iruña (I. Fillol, E. Gil, 2000, p. 104). Zona exterior de la
Muralla: En el sector occidental de la muralla junto a la
segunda torre semicircular desde la puerta, Nieto localizó un
nuevo enterramiento situado al nivel de los sillares más
bajos. A este enterramiento, Nieto le atribuye un ajuar
compuesto por una moneda de Galerio Maximiano (fines
del s. III d. J.C.) un clavo y un garfio. Junto a la primera
torre cuadrada de este mismo sector se localizó también lo
que parece ser una tumba de lajas pero en su interior no se
encontró cuerpo alguno sino abundantes cenizas y
materiales
cerámicos
en
deposición
secundaria.
(Agradecemos a J. Núñez Marcén los datos aportados)
1997)46. Las dos tumbas aisladas exhumadas
junto a fondos de cabaña en la Place des
Celestins de Lyon pueden estar apuntando en
esta dirección47, aunque resulta más evidente aún
en el caso de Brescia, en el que - en un espacio
casi “ruralizado” por la instalación sobre las
construcciones antiguas de un habitat lombardo
de estructuras ligeras -, se han exhumado
también sepulturas relacionadas con los lugares
de habitación48. Los casos valencianos, los de
Mérida y, en general, otros muchos que vayan
apareciendo en las excavaciones arqueológicas,
podrían quizá explicarse mejor en el contexto de
los cambios profundos acaecidos dentro de la
propia ciudad, en el contexto de transición que
suponen los siglos tardoantiguos, en los que el
derecho familiar es todavía fuerte y en los que
todavía no se ha dado la “cristianización de la
muerte” entendida como su “apropiación por
parte de la iglesia”.
2.2. El mundo funerario y la articulación
del espacio rural
A pesar de los notables avances llevados
a cabo desde la década de los ochenta, más al
norte que al sur de los Pirineos, son todavía
excesivas las lagunas que tenemos sobre el
mundo funerario en el ámbito rural. Existen, sin
embargo, algunas obras fundamentales que han
de servir de referencia a la arqueología medieval
española. Explícitamente relacionadas con el
tema que nos ocupa hay que mencionar los dos
trabajos surgidos en torno al IIIe
46
Para la Tarraconense puede consultarse, A.
Chavarria, “Transformaciones arquitectónicas de los
establecimientos rurales en el nordeste de la
Tarraconensis durante la Antigüedad Tardía”, Butlletí
de la Real Academia catalana de Belles Arts de San
Jordi X, 1996, pp. 165-202; “Els establiments rurals
del llevant de la Tarraconense durant l’antigüitat
tardana:
transformacions
arquitectòniques
i
funcionals”, Annals de l’Institud d’Estudis Gironins,
Girona, 1998, pp. 9-30; “El món rural al llevant de la
Tarraconense durant l’Antiguitat Tardana”, Butlletí de
la Societat Catalana d’Estudis Històrics, X. 1999, pp.
15-32.
47
C. Arlaud, “Les fouilles de la presq’île à Lyon,
Archéologia, 294, 1993, pp. 58-66.
48
G P. Brogiolo, C. Cuni, “Le sepolture di età
longobarda di S. Giulia di Brescia, Rivista di Studi
Liguri, LIV, 1988, pp. 145-158 (cit. por Treffort,
1996a, 57).
130
Colloque internacional d’Archéologie médiévale
à Aix-en-Provence, a cargo ambos de Fixot y
Zadora-Rio. El primero, publicado en 1989, trata
sobre la iglesia y el territorio; el segundo, de
1994, sobre el entorno inmediato de la iglesia y
la topografía religiosa de ámbito rural. Más
directamente relacionado aún con nuestro tema
conviene consultar FERDIERE, A. (dir.) (1993),
Monde de morts, monde de vivants en Gaule
rurale, Actes du colloque A.R.C.H.E.A./AGER,
Orleáns, 7-9 février 1992, 6e supplément `la
Revue Arhéologique du Centre de la France.
Tanto estos estudios, como otros más genéricos
sobre la evolución del hábitat rural en los siglos
tardoantiguos como altomedievales (PERIN,
1987; BROGIOLO, CANTINO WATAGHIN,
1998, LORREN, PERIN, 1995, etc.), permiten
perfilar algunas líneas que deben orientar la
investigación en el futuro.
Como se ha recordado recientemente refiriéndose a los siglos V y VI-, "le cimetière
chrétien n'existe pas encore”49 (REYNAUD,
1999, 88). Quedan muchos años todavía para que
se consoliden las redes parroquiales y el binomio
"iglesia parroquial/cementerio" se generalice de
forma sistemática en el ámbito rural. Entre tanto,
discurre un largo período de transición que
generará una diversidad y multiplicidad de
situaciones verdaderamente notable, superior
incluso a las que veíamos para ámbitos urbanos y
suburbanos.
Desde que G. Fournier analizara el establecimiento de las redes parroquiales y su influencia
en la evolución del poblamiento50 son muchos
los trabajos que han continuado la misma línea51.
No podemos, sin embargo, esbozar siquiera el
tema debido a su complejidad, a pesar de su
evidente relación con la cuestión que nos ocupa.
Aunque se habla de parroquias para los siglos
49
Obviamente, debemos entender el concepto de "cimetière
chrétien" en el sentido al que se refería H. Galinié, recogido
en otro lugar de este texto.
50
G. Fournier, "La mise en place du cadre paroissial et
l'évolution du peuplement", Cristianizzazione ed
organizzazione ecclesiastica delle campagne nell'alto
medievo: espansione e resistenze, Spoletto, XXVIII, 1982,
I, pp. 496-564.
51
Puede verse un reciente estado de la cuestión, con la
bibliografía más reciente, en Ph. Pergola (a cura di), Alle
origini della panvchia rurale (IV-VIII sec.), Atti della
giornata temática de Seminari di Archeologia Cristiana
(Ecole Française de Rome - 19 marzo 1998), Città del
Vaticano, 1999. Para nuestra península, cfr. el denso estudio
de G. Ripoll e I. Velázquez (1999)
tardoantiguos, lo cierto es que -estrictamente- el
concepto no se fosiliza, tal y como hoy lo
entendemos, hasta mucho más adelante. La voz
parrochia era sinónima de "diócesis" durante la
época visigoda (RIPOLL, VELAZQUEZ, 1999,
113 y ss.) y, hasta comienzos del siglo X, no
aparecerá -en Cataluña- con el significado de
"ecclesia", "aula" o "baselica". Desde el año 980
consta ya la expresión "ecclesia parrochianorurn"
para designar al templo público que se integra en
la diócesis" (RIU, VALDEPEÑAS, 60). Quiere
ello decir que el término "parrochia" poseyó
durante mucho tiempo un carácter polisémico y
ambiguo y que hasta fechas muy avanzadas no
adquirió su moderno significados52 (REYNAUD,
1999,83).
Ello no significa, sin embargo, que no
existiera una "realidad parroquial" atenta a las
necesidades generadas en el contexto cotidiano
de la cura animarum. Sucede, por desgracia, que
aquella "realidad parroquial" transmite unos
perfiles tan difusos -o tan calidoscópicos- que
nos resulta difícil conocer su articulación
jurídica, sociológica o territorial. Y lo mismo
cabe decir, en consecuencia, del tema que nos
ocupa -parte sustancial de la cura animorum a la
que nos referíamos-. Las formas de inhumación
en ámbitos rurales que la investigación
arqueológica permite conocer para los siglos
altomedievales son tan diversas y tantas las
variables que convertiríamos este texto en un
elenco sujeto a la casuística más extrema.
Recogeremos, pues, aquellas situaciones que nos
parecen más relevantes, remitiéndonos a la
bibliografía que adjuntamos para conocer otras
realidades más puntuales.
Los contextos funerarios de este período que
más atención han merecido son, quizá, las
necrópolis en plein champ a las que nos hemos
referido
ya
en
nuestra
introducción
historiográfica53. El gran problema de estas
necrópolis
52
Todavía en el siglo XII, el decreto de Graciano
utiliza la voz "parrochia" para referirse al obispado
(A. Vauchez, "Apertura deo lavorí e introduzione alla
giornata2, en Ph. Pergola, 1999, p. 13).
53
Los autores no parecen ponerse de acuerdo a la hora
de definir las características topográficas de estos
emplazamientos. E. Salin había hecho referencia a las
laderas meridionales de las colinas, a la cercanía de
los cauces fluviales o de algún
131
rurales es, no obstante, el poco conocimiento que
tenemos todavía de los lugares de hábitat con los
que se relacionaron. Y, aunque los avances
llevados a cabo durante la década de los noventa
sean notables, son todavía mayores las sombras
que las luces (Cl. LORREN, P. PERIN, 1995,
XIV). Otro tanto ocurre también entre nosotros.
Como ha recordado recientemente G. Ripoll, casi
ninguna de las necrópolis peninsulares de entre
los siglos V y VIII tienen una relación evidente
con algún hábitat próximo y ello constituye sin
duda un grave problema para el progreso
científico de la arqueología de época visigoda
(RIPOLL, 1998, 248). Si militáramos en
corrientes
procesualistas,
viviríamos
un
irresoluble enredo teórico, teniendo en cuenta
que para esta corriente "toda investigación sobre
la estructura social, aunque parta de las prácticas
funerarias, debe ser contrastada mediante la
arqueología de los asentamientos, la única capaz
de determinar las condiciones históricas" (LULL,
PICAZO, 1989, 18).
Afortunadamente,
el
panorama
está
cambiando desde la década de los noventa de
manos, sobre todo, de la "arqueología de
gestión", ese ámbito tan importante de nuestra
disciplina que en muchos lugares mantiene unas
difíciles relaciones con la universidad (o
viceversa). Este desencuentro constituye, para la
arqueología en general, uno de los grandes
problemas pendientes de resolución. En Francia,
la reciente publicación de las actas de un
congreso sobre el hábitat rural de la alta edad
media ofrece un enorme salto cuantitativo y
cualitativo respecto al conocimiento que se tenía
sobre esta cuestión hace todavía no muchos años
(LORREN, PERIN, 1995). Este gigantesco
avance ha venido de la mano, como reconoce el
propio Robert Fossier, de manos de
"1'archéologie de sauvetage" en el contexto de
las grandes obras de infraestructura generadas
por las autopistas y el tren de alta velocidad. Los
resultados alcanzados están obligando, como
reconoce Fossier a "revisar muy seriamente
muchas de las interpretaciones consensuadas"
respecto a la tardoantigüedad y la alta edad
media54. La misma situación reconoce Ratz para
Gran Bretaña y la "rescue archaeology"55.
camino o al reaprovechamiento de las ruinas de alguna villa
romana. P. Perin constata para la región de les Ardennes
una clara preferencia por los emplazamientos altos y
dominantes. G. Bellanger y C. Sillier indican para la región
de Calais una preferencia también por las laderas más o
En España está ocurriendo otro tanto y
puede aún ocurrir en mayor proporción durante
los próximos años. Podemos aportar a modo de
ejemplos de alta significación el importante
yacimiento segoviano, todavía inédito, de La
Cárcava de la Peladera (Hontoria), los
vallisoletanos de Langayo o "La Casilla" (Rubí
de Bracamonte). -excavados por la empresa de
arqueología Strato56- o los madrileños de La
Indiana, y San Martín de la Vega (VIGILESCALERA, 1997; 2000). Todos ellos ofrecen
una panorama absolutamente novedoso y del
máximo interés para avanzar en el conocimiento
del poblamiento rural en época tardoantigua y
altomedieval: arquitectura doméstica, fondos de
cabaña, silos, pozos, necrópolis a 200 metros del
asentamiento (como en el caso de La Cárcava de
la Peladera), enterramientos integrados en los
propios establecimientos domésticos (como en el
La Indiana), un mundo nuevo, apenas
investigado en España, y que responde -con las
variables regionales lógicas- al panorama
arqueológico europeo de este periodo.
- Este último párrafo nos da pie para tratar
otra realidad funeraria que hemos tratado ya,
aunque en ámbito urbano. Nos referimos no ya a
las grandes necrópolis en plein champ sino a los
agrupamientos de inhumaciones (generalmente
de dimensiones reducidas) y a las tumbas
aisladas que con frecuencia aparecen asociados a
villae tardorromanas, a lugares de
menos pronunciadas. G. Ripoll ha señalado para nuestra
península la existencia de tres rasgos; o están siempre en
altura o sobre la ladera de una colina, o bien no lejos de una
corriente de agua o vía de comunicación o, en cualquier
caso, en una zona dominante. Las necrópolis del entorno
pirenaico occidental que estamos investigando responden
también a los mismos criterios.
54
R. Fossier, "Préfaces", en (LORREN, PERIN, 1995, p.
VII). Cfr., en la misma publicación, un estado de la cuestión
de E. Peytremann, "Les structures d'habitat rural du Haut.
Moyen Age en France. Un état de la recherche" (pp. 1-28).
55
P. Rahtz, 1976, Buildings and rural settlement, en The
Archeology of anglo-saxon England, D. M. Wilson (ed.),
Londres, 1976, pp. 49-98
56
Agradecemos a "Strato. Gabinete de Estudios sobre
Patrimonio Histórico y Arqueológico S. L." de Valladolid,
que nos haya permitido acceder a memorias de excavación
inéditas.
132
hábitat, a pequeños oratorios y capillas e, incluso,
a "iglesias bautismales" de porte notable. Es a
este contexto al que se refieren las palabras de J.
F. Reynaud que recogíamos más arriba, cuando
afirma que "le cimetiére chrétien n'existe pas
encore et les tombes qui sont restées familiales
son associées aussi bien aux chapelles qu'aux
églises (...) A côté de ces exemples, existen bien
sûr de nombreux cimetières en plein champ où
tous cas dans le nord peuvent se côtoyer
chrétiens et païens" (1999, 88)57. Efectivamente,
junto a las necrópolis rurales ya mencionadas,
existe otra realidad funeraria no menos
importante, aunque llena de variables. Veamos
algunos casos:
a) En bastantes hábitats altomedievales
excavados, no existiendo ningún espacio
cementerial de tipo comunitario, existen sin
embargo pequeñas agrupaciones -posiblemente
familiares- integradas en los propios lugares de
habitación. Los ejemplos son cada vez más
frecuentes en la bibliografía (TREFFORT, 1996,
57; PEYTREMANN, 1995, 12; BONIN, 2000,
43ss). Las inhumaciones aparecen dispersas por
todo el lugar habitacional, organizadas
únicamente en pequeñas entidades, posiblemente
familiares. Es el caso recientemente publicado
del yacimiento de La Indiana (Pinto, Madrid) en
el que, al parecer, a un cementerio agrupado en
el que se inhuman los habitantes del lugar
durante las dos primeras fases de ocupación (ss.
VI-IX), le suceden inhumaciones familiares
contiguas a las estructuras de habitación y que
serían específicas de la tercera fase (finales del
IX a mediados del X). Resulta llamativo, en este
caso, que las inhumaciones familiares
pertenezcan a la última fase de ocupación, tras
un prolongado periodo de ocupación de un lugar
de inhumación colectivo58. Es precisamente lo
contrario de lo que la tendencia general viene
indicando, tendencia que marca un progresivo
57
Los ejemplos de esta coexistencia y de la pervivencia de
costumbres ancestrales son múltiples y han sido recogidas
ampliamente por la bibliografía (Cfr. AZKARATE,
GARCIA CAMINO,1992). Sobre la "cohabitation de
diverses confessions", cfr. también TREFFORT,
1996a, 58-59.
58
Sería del máximo interés que vieran la luz los
informes inéditos que menciona A. Vigil-Escalera en
referencia a las distintas estructuras sepulcrales de La
Indiana, cuya excavación correspondió a otros
equipos de arqueólogos.
agrupamiento de las inhumaciones de la octava
centuria en adelante59.
b) Otra variable, quizá la más conocida
en nuestra bibliografía, es la de los
enterramientos asociados a antiguas villas
romanas. A. Chavarria ha llamado recientemente
la atención sobre la "inutilización de
determinados
sectores
(de
estos
establecimientos) y su reutilización funeraria"
(1996, 189-193), reutilización que acompaña a
transformaciones funcionales relacionadas con
nuevas actividades de tipo productivo y a la
aparición, también, de edificios de culto
cristiano. Entre los numerosos ejemplos que
menciona para el nordeste de la Tarraconense
retendremos, a modo de ejemplo, el de Can
Bosch de Basea (Terrassa, Barcelona), donde una
decena de tumbas se relacionan con "un periodo
de importante actividad económica" (Ibidem,
190)60. Es esta una realidad cada vez más
presente en las investigaciones - tumbas aisladas
o grupos de enterramientos que se asocian con
unidades productivas- aunque todavía sean
muchos los interrogantes pendientes61.
c) Tampoco hay que olvidar el problema de
las inhumaciones asociadas a edificios de culto
rurales62. Sobre un total de 147 asentamien59
"Soutenir l'idée d'un éclatement spatial des inhumations, a
la fin de l'époque mérovingienne, cadre mal avec un
contexte general qui tend, à ce moment, au regroupement
des inhumés dans des nécropoles communautaires et à
l'abandon pur et simple des zones d'inhumations
particulières" (BONIN, 2000, 45-46).
60
T. Bonin, recientemente (2000), ha tratado también esta
cuestión refiriéndose a contextos merovingios de Île-deFrance. Distingue, en la formación de "sites mérovingiens",
las "unidades de explotación" y los "habitats agrupados".
Para los primeros menciona, como regla general, su
localización en la "cour" de la pars rustica de las villae,
mientras que, para los segundos, "leur structure propre, plus
dirigiste, les amène à s'éloigner des zones construites"
(Ibidem, 58).
61
"Du point de vue de l'histoire de l'occupation du sol en
revanche, cette multiplication nouvelle de chapelles
funéraires sur des sites de domaines ruraux gallo-romains
soulève une foule de questions. Les bâtiments de la villa
étaient-ils tous à l'état d'abandon lorsque le cimetière vint
s'y installer, ou certains d'entre eux étaient-ils encore
utilisés? La population qui enterra là ses morts résidait-elle
sur le site même du domaine ou dans un lieu voisin? La
villa avait-elle été pourvue, dans l' Antiquité tardive, d'un
oratoire domestique? (LE MAHO, 1994, 13-14).
62
Muchos de ellos oratorios y pequeñas capillas de
fundación privada que quedaban fuera de la red parroquial
clásica y que M. Aubrun identifica con lo que los textos
definen como capillas, por oposición a iglesias parroquiales
reconocidas (M. Aubrun, La paroisse en France, des
origines jusqu'au Xve siècle, Paris, 1986, p. 198.
133
tos rurales de los siglos V al X catalogados hace
todavía pocos años en Francia por E.
Peytremann, solamente "une douzaine de sites
ont révelé la presence d'une église ou d'une
chapelle, souvent associée è une nécropole"
(1995,
12).
Este
dato,
aparentemente
sorprendente por su bajo porcentaje, no debe
extrañarnos sin embargo. Hay que tener en
cuenta que la mayoría de ellos -por encima del
centenar- se conocen desde las décadas de los
ochenta y noventa gracias a intervenciones
procedentes de la "archéologie préventive" (con
lo que supone, frecuentemente, de conocimiento
parcial de los yacimientos). No hay que olvidar
tampoco que algunas capillas y edificios
cultuales eran construcciones lígneas63, y que, en
relación con el punto último, es relativamente
frecuente la aparición en necrópolis merovingias
de espacios vacíos de forma rectangular que
pudieran responder a edificios cultuales de
materiales perecederos que no han dejado rastro
alguno. Y, finalmente, hay que recordar el grave
handicap que supone el conocimiento todavía
insuficiente que se tiene del material cerámico y
las dudas cronológicas que, consecuentemente,
se plantean sobre algunos lugares (Cfr. BONIN,
2000, 55-57). Y si ésta es la situación en Francia,
qué decir del estado de la cuestión al respecto en
la bibliografía española, notablemente retrasada
respecto a nuestros vecinos continentales64.
Vemos por tanto, para el ámbito rural, un
complejo panorama -con necrópolis en plein
champ, iglesias parroquiales, oratorios privados,
agrupaciones familiares contiguos al lugar de
habitación, enterramientos aislados que no
constituye sino el fiel reflejo de un largo período
que, desde la tardoantigüedad hasta el siglo XI,
ofrece una multiplicidad de situaciones
socioeconómicas que tienen también su reflejo
en las formas funerarias.
A partir del siglo IX se observa, sin
embargo, un cambio progresivo, un ensayo
sistemático de aproximación entre el lugar de
inhumación y el edificio de culto. El resultado
será la aparición del cementerio cristiano,
percibido desde el primer momento como un
territorio sometido a una legislación propia,
ajena a la jurisdicción laica. Este espacio
sagrado, "le giron de l'Eglise" de Ph. Ariès,
deberá ser necesariamente un espacio
físicamente delimitado, un espacio cerrado.
Las excavaciones que se vienen efectuando
en tomo a las iglesias parroquiales han sobre
valorado quizá los enterramientos, olvidando que
la organización del perímetro eclesial tuvo otras
funciones además de las cementeriales.
Desconocer esta realidad puede conducir,
63
Sobre la problemática de las construcciones con
materiales perecederos en la Península Ibérica, A.
AZKARATE, J.A, QUIROS CASTILLO (2001). Diversos
ejemplos de iglesias rurales de madera son citados por
Bonin para Francia (2000, 43-44). Para Suiza, Ch. Bonnet
(1994) recoge también varios ejemplos, alguno de ellos
magnífico, como el de Satigny.
64
En relación con esta cuestión, cabe mencionar el caso del
asentamiento de Finaga (Basauri, Vizcaya), por su interés
respecto al tema que tenemos entre manos (Cfr. la primera
noticia escrita sobre este asentamiento en I. García camino,
M. Unzueta, "Necrópolis de San Martín de Finaga
(Basauri), Arkeoikuska-94, Vitoria, 1994, pp. 339-344. Un
tratamiento más pormenorizado podrá consultarse en I.
García Camino, Arqueología y poblamiento en Bizkaia
(siglos VI-XII). La configuración de la sociedad feudal,
Tesis Doctoral defendida en la Universidad del País Vasco,
e. p.). La excavación en el interior de la actual ermita de San
Martín ofreció una interesante secuencia funeraria que
describimos someramente. En un reducido espacio de 53
metros cuadrados se exhumaron las cimentaciones de un
edificio con varias fases constructivas al que rodeaban 15
enterramientos, también de periodo diverso. La primera fase
constructiva (ss. IV-V) responde a una pequeña estructura
rectangular con cuatro enterramientos en su exterior. A esta
fase pertenecerían también los fragmentos de varias estelas
funerarias decoradas con motivos astrales. Durante la
segunda fase (ss. VI-VIII) la cella del período anterior se
cristianiza ampliándose con una cabecera rectangular que
acogía un tenente de altar. Dos sepulturas con ajuares y
depósitos funerarios similares a los recuperados en la
necrópolis alavesa de Aldaieta (Nanclares de Gamboa)
alejan cualquier duda sobre su adscripción cronológica. Las
sepulturas de esta fase estarían señalizadas también por
estelas funerarias. En un tercer momento (ss. IX-XI) el
pequeño templo se amplió al norte con el adosamiento de
una pequeña estructura muy deteriorada por la construcción
de la ermita actual. A este período pertenecerían los
enterramientos restantes y una estela que incorpora ya un
epígrafe funerario. A fines del siglo XI, la iglesia y la
necrópolis se abandonan, trasladándose probablemente el
espacio funerario a la cercana iglesia de Santa Maria de
Arrigorriaga. El caso de Finaga plantea algunas cuestiones
de indudable interés. Nos referimos al probable
habilitamiento de una iglesia funeraria en época
tardoantigua sobre la cella de un pequeño templo rústico
anterior, fenómeno bien conocido en otros lugares. La
presencia de sepulturas de época merovingia contra los
muros de un cierto número de lana ha sido atestiguado por
la arqueología (LE MAHO, 1994, 14-17). El carácter
efímero de algunos de estos espacios cementeriales,
abandonados hacia el cambio de milenio en beneficio de
iglesias de carácter parroquial más definido, ha llevado a
interpretar estos testimonios como oratorios privados
(Ibidem, 16)
134
como de hecho ocurre, a que se ignoren
testimonios de gran importancia porque
sencillamente ni se supone su existencia ni,
consecuentemente, se prevé su aparición.
Ph. Ariès ya había llamado la atención sobre
esta cuestión, recordándonos el carácter público
de los cementerios y antes que él otros autores
como Le Bras o du Cange. Este constituye otro
de los profundos cambios entre la antigüedad y el
medievo. Frente a los loci solitari de las tumbas
paganas, los medievales tenían plena consciencia
del cementerio como locus publicus (ARIES,
1983,60-61).
Sus límites, en unos casos responden a las
prescripciones canónicas, generando formas
geométricas generalmente circulares de 12,30 ó
60 pasos de diámetro. Son los sacrarios o
"sagrers" catalanes, fenómeno ampliamente
documentado también en el occidente europeo.
En efecto, a partir de los estudios de Kennelly65,
primero, pero, sobre todo, de Bonnassie66 (1994)
y Martí67 son muchos los investigadores que han
tratado de rastrear el "ensagrerament" en otras
regiones. Hoy en día sabemos que son muchos
los términos (sacraria, atrium, claustrum,
circuitus ecclesie, cimiterium), que responden a
una misma realidad: un espacio sacral, cerrado,
inmune, pero a la vez público y plural en sus
funciones (BONNASSIE, 1994). Es algo que
conocen muy bien los arqueólogos medievalistas
(pienso, sin embargo, en el número cada vez
mayor de colegas que trabajan en la arqueología
de gestión formados en otras especialidades).
Compartiendo espacio, las sepulturas coexisten
con edificios diversos (el más específico sería el
cellarium, es decir, la bodega donde se
guardaban el vino, los cereales, la ferramenta,
etc.). Es fundamental que en las excavaciones de
estos cementerios se prevea, por tanto, la
aparición de fosas (foveas), silos (ciegas),
agujeros de poste de las empalizadas, cierres de
fábrica, etc. En caso contrario puede ocurrir -y,
por desgracia, está ocurriendo- que este tipo de
testimonios se infravalore o que sobre ellos se
publiquen las explicaciones más peregrinas que
uno pudiera imaginar. Muchos casos de silos que
aparecen sistemáticamente tanto en el interior
65
K. Kennelly, "Sobre la paz de Dios y la sagrera en el
condado de Barcelona (1030-1130), Anuario de Estudios
Medivales, 5, 1968, pp. 107-136.
66
P. Bonnassie, La Catalogne du mileu du Xe à la fin du Xie siècle,
Toulouse, 1975 (2 vols.); Cfr. también, (BONNAS- SIE, 1994).
67
R. Martí, "L'ensagrerament", Faventia, 10, 1988, pp. 153-182.
como, sobre todo, en sus inmediaciones, se
despachan con un genérico "silos medievales",
sin con- textual izar ni su significado, ni su
función ni su cronología.
M. Barceló ha llamado justamente la
atención sobre la importancia histórica de estos
testimonios. "Junto a la articulación sistemática
entre campos de trabajo, áreas de residencia y
sistemas de herramientas, los procedimientos y
'técnicas de conservación de granos a largo plazo'
adquieren una singular importancia. En la
sociedad feudal los silos y otros procedimientos
de conservación de granos y otros productos
agrícolas constituyen la mejor medida
arqueológica del ahorro derivado de la renta
feudal. Su localización y estudio debe ser
sistemático y tener objetivos bien explícitos; de
hecho debe convertirse en una arqueología
principal (...). Por ello debe convertirse en un
inaplazable proyecto arqueológico guiado,
justamente, por la teoría contenida en la
estructura elemental de la producción campesina
dentro del orden social feudal al cual dota de
sentido histórico"68.
Nos encontramos, pues, ante nueva
dimensión histórica, interpretada muchas veces
en relación con un profundo cambio de
mentalidades vinculado a la cristianización
general de la sociedad y expresión de la
materialización del cuerpo de Cristo y la unión
de vivos y muertos en la comunión de los santos
(TREFFORT, 1996a, 62). Probablemente sería
más operativo, sin embargo, que tratáramos de
comprender este fenómeno relacionándolo no
68
M. Barceló, "Crear, disciplinar y dirigir el desorden. La
renta feudal y el control del proceso de trabajo campesino:
una propuesta sobre su articulación", Taller d'Historia,
Valencia, 1995, p. 66. Las investigaciones arqueológicas
que estamos llevando a cabo en el contexto de la
restauración de la Catedral de Santa María de Vitoria catedral sólo desde la segunda mitad del XIX, colegiata
desde finales del XV; aunque iglesia parroquial al menos
desde el siglo X- con la posibilidad de excavar en extensión
durante un período de diez años (circunstancias estas
inusuales, por desgracia, en la arqueología de contextos
urbanos) nos está permitiendo descubrir la enorme
complejidad estratigráfica -e histórica por tanto- de un
ámbito sacral cuya existencia supera largamente el milenio.
135
tanto con el cuerpo místico de Cristo como con
el proceso de fijación de las poblaciones
campesinas detectado por los historiadores de la
feudalización
del
occidente
europeo.
(incastellamento = ensagrerament = cimiteria),
en un proceso que culminará en los siglos XIXII.
Ahora bien, si el punto de llegada fue más o
menos coincidente en diversas regiones
europeas, tanto el punto de partida como su
desarrollo conocieron ritmos muy diversos. El
campesinado, probablemente se benefició más
que otros grupos de la crisis del sistema fiscal
romano de occidente, logrando un grado
considerable de autonomía económica. No es
extraño, pues, que muchos autores que han
trabajado sobre los siglos VIII y IX no hayan
dudado en definir este periodo como el de la
"civilización aldeana" en el que el protagonismo
social estuvo a cargo del campesinado "libre".
Esta desvinculación campesina de la exigencia
feudal de la renta o del tributo estatal favoreció
el desarrollo de nuevas orientaciones productivas
que, a su vez, generaron nuevos espacios
productivos y un alto grado de autonomía en la
organización de los procesos de reproducción
social. Es en función de estos cambios en la
estructura de población por el que los
historiadores medievalistas definen la movilidad
como uno de los indicadores o rasgos
característicos de este periodo. De manera
especial para la Europa meridional, se sabe que
durante la alta edad media el poblamiento rural
fue muy inestable y generalmente disperso, hasta
el punto de que especialistas como R. Fossier se
hayan referido a "pueblos efímeros" o "hábitat
fluctuante" para explicar esta sedentarización
imperfecta69.
La casuística en las formas funerarias que
venimos mencionando reiteradamente en las
páginas anteriores, no constituye sino el reflejo
de esta realidad, explicitando de esta manera el
valor de los centros de culto y las necrópolis
como indicadores privilegiados de este proceso70.
69
Cfr., por ejemplo, R. Fossier, La infancia de Europa.
Aspectos económicos y sociales. 1/ El hombre y su espacio,
Barcelona, 1984, pp. 51-53. Agradecemos las sugerencias y
datos ofrecidos por J. A. Quirós Castillo para la redacción
de este párrafo.
70
Como ha apuntado, C. Wickham, frecuentemente la
concentración
del
poblamiento
precedió
a
su
"incastellamento". En Italia central, por ejemplo, este autor
demostró que las comunidades campesinas habían
comenzado ya a reorganizarse, concentrando el hábitat
***
El final de la división entre los espacios para
vivos y muertos y el ingreso de éstos en aquel,
conforman -junto a la evolución de los rituales-,
aspectos de un mismo proceso evolutivo que se
conoce a grandes rasgos, pero que necesita ser
profundizado a partir de síntesis regionales
todavía por realizar. Esta progresiva imbricación
entre el mundo de los muertos y el de los vivos
se ha convertido para la investiga-
disperso en diversos altozanos. Algo parecido estamos
observando nosotros en las campañas de excavación que
vienen realizándose en torno a la catedral de Santa María de
Vitoria-Gasteiz, en cuyo cerro se constata, para el siglo IX,
la presencia de una población aldeana que construye su
hábitat en materiales perecederos (Cfr, A. Azkarate, J. A.
Quirós Castillo, 2001). En una tesis doctoral defendida
recientemente, I. García Camino (2001) ha estudiado la
configuración de la sociedad feudal vizcaína haciendo uso,
básicamente de documentos de carácter arqueológico. En
este territorio -al igual que en otros europeos- se constata
también -durante los siglos IX y X- una diversificación de
asentamientos campesinos que organizan su hábitat en torno
a una pequeña iglesia y su cementerio. Es preciso señalar la
variedad de formas funerarias que se aprecian en estos
asentamientos altomedievales que, a lo largo de los siglos
XI-XII sin embargo, se abandonarán como lugares de
inhumación en beneficio de determinadas iglesias sobre las
que el control señorial era notorio. ("Entre los siglos IX y X
se construyeron en la comarca más de 45 iglesias rurales
que desaparecieron tras la organización parroquial de los
siglos XII y XIII", I. García Camino, e. p.). Producido este
abandono y el agrupamiento de las inhumaciones en
determinados cementerios, desaparecerá también la
diversidad en las formas funerarias, siendo sustituida por
una homogeneidad antes inexistente que no constituye sino
el reflejo de esa coacción final a la que se refiere Treffort
(1996a). Aunque este fenómeno de concentración es general
en todo el territorio estudiado, el caso de San Agustín de
Etxebarria -"como uno de los primeros síntomas de
reorganización del poblamiento que a la larga impulsará el
abandono de las iglesias rurales de ladera"- es quizá el más
expresivo. La creación de esta iglesia en el fondo del valle
(1053) supone una innovación en los patrones de
poblamiento conocidos hasta entonces. El documento
fundacional se preocupa de fijar cuidadosamente sus
amplios límites que, adelante, englobarán otras iglesias
ubicadas topográficamente en cotas más elevadas (Santo
Tomás de Mendraka, Santa Cruz, Santa Marina y San
Acisclo de Memaia, San Juan de Berrio, Santa María de
Gáceta y San Adrián de Argiñeta). Las pequeñas aldeas
asociadas a estos centros de culto continuarán su existencia
como barriadas dependientes. Sus antiguos cementerios, sin
embargo, desaparecerán a lo largo del siglo XII en beneficio
del nuevo lugar de inhumación asociado a la iglesia de San
Agustín (Ibidem).
136
ción actual en uno de los principales indicadores
del cambio, de la discontinuidad entre la
antigüedad y el medievo (BROGIOLO, 1998).
Esta fusión, esta imbricación no siguió un
proceso lineal sino que se articuló probablemente
en una sucesión de gradientes que debieran ser
detectados arqueológicamente, siempre teniendo
en cuenta -insistimos- las profundas variedades
regionales que han comenzado a ser observadas.
A modo de avance se pueden sugerir algunas
tendencias que van marcándose ya en la
bibliografía. Los siglos VI y VII son, de
momento, los mejor conocidos, no en vano son
usufructuarios de una sólida tradición
arqueológica. Los problemas, sin embargo, son
todavía numerosos para el mundo urbano y más
aún para el mundo rural, como veíamos. Durante
estos siglos aún pesa mucho el ámbito de lo
familiar y lo privado. Siempre había llamado la
atención, en efecto, el silencio que -durante los
siglos
tardoantiguos
fundamentalmentemantienen las fuentes escritas sobre los hábitos
funerarios. Y ello resultaba mucho más extraño
si comparábamos este vacío con el interés que,
por el contrario, parecía mostrar la iglesia en
condenar el paganismo que reflejan las prácticas
idolátricas, mágicas o adivinatorias. Da la
impresión, como han recordado Young,
Dierkens, Perin y otros, de que la Iglesia,
preocupada en una primera fase por erradicar los
vestigios más evidentes de los cultos paganos tales como altares, ídolos, etc.- renunció hasta
fechas relativamente avanzadas a inmiscuirse en
las costumbres funerarias, a pesar de sus posibles
desviacionismos doctrinales. La Iglesia, en
efecto, jamás condenó oficialmente la
inhumación acompañada de ajuares y depósitos
funerarios, puesto que su significación no era
pagana sino únicamente social.
Los siglos VIII-IX son, además de los más
desconocidos, los que mayor diversidad ofrecen
a juzgar por las observaciones arqueológicas que
se vienen realizando. Como ha recordado G. P.
Brogiolo (1998), si se pudiera señalar un común
denominador para esta época y los siglos
inmediatamente anteriores, no es la ausencia de
una regla, sino la imposibilidad de aplicarla, lo
que determina la gran variedad de situaciones
documentadas por la arqueología. Comienzan, no
obstante, a observarse los primeros indicios que
apuntan al final de esta larga transición. La época
carolingia se caracterizará por la progresiva
imposición de nuevas reglas que se traducen en
la certeza de un lugar de sepultura, en la
uniformidad progresiva del horizonte funerario.
De una gestión privada de las ceremonias
fúnebres se pasará hacia el año Mil a una
"codificación de los ritos canónicos de
acompañamiento hacia la última morada". Al
final de este proceso encontraremos las iglesias
parroquiales, las celebraciones de ceremonias
fúnebres, las áreas cementeriales... un modelo
que sobrevivirá hasta la Ilustración en Francia y
hasta los diversos edictos napoleónicos de
comienzos de la centuria siguiente en distintos
lugares de la geografía europea. Será el final de
un largo tránsito entre la incertidumbre de la
última morada y la certeza del cementerio cristiano, el tránsito entre la diversidad y la uniformidad o, por utilizar una expresión de Treffort,
entre la libertad y la coacción (1996a, 58).
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Finalizado este texto, y ya en imprenta,
conocimos el trabajo de A. Chavarria, "Villae y
necrópolis en Hispania durante la Antigüedad tardia",
Bulletin de l'Association pour 1 'Antiquité tardive, 10,
2001, pp. 44-57.
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