El corporativismo sindical, la izquierda y el fin del régimen

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El corporativismo sindical, la izquierda
y el fin del régimen
JOSÉ OTHÓN QUIROZ TREJO
EL RESULTADO DE las elecciones del 2 de julio nos muestra ,
entre otras cosás, que
la relación entre la economía y la política ha cambiado. Los trabajadores organizados en un sindicalismo mayoritariamente corporativo, junto con otros
sectores sociales, igualmente relacionados corporativamente con el Estado y
el régimen de partido único', ya no representan un voto corporativo seguro'.
Ya no hay una correspondencia inmediata entre la importancia que sigue
teniendo el factor trabajo en la economía' y su importancia como actor político. El corporativismo mexicano y el Estado basado en el régimen de partido
único hoy están entrando en una crisis terminal aunque, personalmente,
considero que todavía no se pueden adelantar juicios y lanzar las campanas
al vuelo pensando que el 2 de julio representó el fin de un régimen. Esa fecha
apenas marca el inicio de un proceso y depende de las acciones de los actores
involucrados -partidos, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, sociedad civil, etcétera- el destino final del mismo.
Este texto está dirigido a la izquierda "parlamentaria" y a la "extraparlamentaria", a la instituida y a lo que queda de la instituyente, a la de las grandes organizaciones y a la izquierda marginal que un día soñaron que los
trabajadores organizados encabezarían grandes y profundos cambios econóA pesar del peso avasallador del partido de Estado, en el régimen perfeccionado por Lázaro
Cárdenas, siempre ha coexistido con otros partidos como el PAN y la izquierda oficial y funcional
que durante mucho tiempo representó el Partido Popular Socialista.
A excepción de los campesinos donde todavía funciona el esquema del voto corporativo, la
crisis de este tipo de votos extraídos de las organizaciones corporativas es clara.
A pesar de su crisis política, el factor trabajo sigue siendo la base de la reestructuración del
capitalismo neoliberal. La fuerza de trabajo ha sido depurada y reestructurada, hoy nuevas generaciones de trabajadores se enfrentan a la recuperación del comando empresarial en la esfera
laboral y en el resto de la sociedad. Sin embargo, aunque no deje de ser el factor primordial en la
generación de la riqueza económica hay que reconocer que se ha debilitado a nivel mundial en
términos de su organización social y de su representación política, véase Marco Revelli, "A las
raíces de la caída", en Memoria, núm. 131. México, enero de 2900, pp. 5-9-
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micos, políticos, sociales y culturales. Propongo reflexionar sobre la crisis de
la representación política y social de los trabajadores, incluso en sus sectores
más conservadores y corporativos.
El corporativismo mexicano se basa en la representación de los actores
sociales partiendo de la estructura económica, es un reconocimiento de la
existencia de las clases fundamentales de las que hablaba Marx. La fuerza de
trabajo, los empresarios, los campesinos y las clases medias aglutinadas en
grandes organizaciones regulaban sus interrelaciones a través de grandes pactos sociales, donde el Estado intervenía como regulador del conflicto y director de los rumbos del patrón de acumulación.
La política era, en cierta medida, un reflejo de la estructura económica,
en tanto que las representaciones de las "clases fundamentales" y otros importantes sectores sociales se construían eminentemente a partir de la ocupación
de los individuos, de su posición profesional en la producción y reproducción.
El voto era controlado desde la base ocupacional de los integrantes de los grandes sindicatos corporativos por una burocracia que mediaba entre las bases
trabajadoras y el Estado con la imprescindible participación del partido oficial.
La crisis del sindicalismo corporativo viene acompañada de la crisis de la
versión mexicana del Estado de bienestar. La reestructuración económica, la flexibilidad laboral, la relocalización de la planta industrial y los despidos de una
larga crisis desarticularon al sindicalismo combativo -de confrontación- de las
empresas privadas; la privatización de las empresas estatales y paraestatales ayudaron a hacer lo propio en las empresas públicas. Depurado el sindicalismo independiente y el combativo el golpe repercutió en las propias organizaciones de los
sindicatos corporativos. El sindicalismo corporativo perdió interlocución con el
Estado a partir del sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado.
La desarticulación en el proceso laboral del sindicalismo en general y
la derrota de las huelgas del verano de 1983, fueron los antecedentes de la
crisis de los trabajadores como sujetos políticos. No es casual que, después
del golpe al sindicalismo en general en 1983, la izquierda hiciera, un llamado
a un paro cívico, un llamado a la sociedad civil, pues sus representaciones y
relaciones con los sujetos en el espacio laboral comenzaban a entrar en una
profunda crisis. Después de aquel fuerte golpe político para la izquierda y el
sindicalismo independiente y de confrontación, cobraron importancia otros
actores, identidades y movimientos sociales.
CORPORATIVISMO Y CIUDADANIZACIÓN
LOS TRABAJADORES YA no asumen con tanta convicción su identidad laboral y sus
organizaciones sindicales ya no representan sus únicos y principales vehícu98
los para participar políticamente. A través del voto ejercen una presión indirecta contra sus dirigentes aliados al PR1. Desde 1988 comienza a desarrollarse
un fenómeno político silencioso que, lentamente, va desarticulando al régimen, me refiero a la no correspondencia inmediata entre la pertenencia de
los individuos a los sindicatos corporativos y la emisión de su voto. Este proceso de "ciudadanizacíón" de los individuos se inició con la llamada apertura
democrática de Luis Echeverría como una respuesta al movimiento estudiantil de 1968 y sus demandas democráticas. Continúa y se institucionaliza con la
reforma política y la aprobación de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y
Procesos Electorales en el sexenio de José López Portillo. Para muchos críticos
de la izquierda legal (parlamentaria), el hecho de que hubiera entrado al juego
de la Reforma Política representaba una táctica que relegaba a segundo término
la construcción de un movimiento obrero independiente y democrático.
Esa crítica tiene mucho que ver con los argumentos que Immanuel
Wallerstein' esgrime sobre lo que considera el proceso de pacificación de las
"clases peligrosas" que se fue construyendo durante el siglo diecinuve y el
veinte y que sirvió para que la modernidad, que un día fuera vista como la
síntesis de los logros técnicos y sociales para cambiar el mundo de manera
integral, con los años se fuera transformando en un proceso tecnológico y
económico, donde lo social se fue relegando a segundo término. Esa parte
olvidada, que el mismo autor llama modernidad libertaria, fue defendida
posteriormente por los socialistas, los comunistas y, a partir de 1968, por los
estudiantes. La lucha de clases encabezada por el obrero industrial fue confrontada por burgueses y por los propios dirigentes comunistas como Lenin,
que confundieron el socialismo con la búsqueda de una modernidad tecnológica y económica -socialismo igual a soviets más electrificación-, con luchas
de liberación nacional y promesas de desarrollo económico, postergando -al
igual que los capitalistas- la modernidad libertaria. La mediatización de las
clases peligrosas comenzó con el otorgamiento del derecho al sufragio para
esos sectores sociales, al mismo tiempo que se llevaba a cabo la implantación
del Estado benefactor y se reforzaba el culto a la identidad nacional, por encima de la identidad de clase, que llevó a que los trabajadores se incorporaran
a los ejércitos y que se enfrentaran entre ellos durante la primera y segunda
guerras mundiales. Con todo esto -la ciudadanízación, las promesas de desarrollo y la promoción de la identidad nacional- se buscaba limar las aristas de
las clases peligrosas y subordinar sus reivindicaciones más radicales.
En México el impulso a la ciudadanización buscó, entre otras cosas,
calmar a la izquierda surgida del movimiento estudiantil y encuadrar al sindiI mmanuel Wallerstein, "El fin de qué modernidad", en Sociológica, núm. 27, enero-abril de
1995. pp. 14-31.
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calismo independiente y a los movimientos campesinos y urbanos de la época: se inició con el movimiento estudiantil de 1968 y parecería haber culminado con las elecciones del 2 de julio de 2000. El proceso que corrió a la par
de la desarticulación de la centralidad política del trabajo en los años ochenta
tuvo sus primeras muestras en las elecciones de 1988, se interrumpió en
1994 por el llamado voto del miedo y, al fin, logró sacar de la presidencia al PRI
en el año 2000. Este proceso todavía no ha sido claramente comprendido por
la izquierda parlamentaria que no consigue deslindarse del corporativismo y
proponer una versión alternativa al viejo Estado mexicano -nacionalista, estatista y autoritario-, que le dé una identidad de izquierda moderna y democrática; que la convierta en un partido de ciudadanos, impulsor de la sociedad
civil más que de la sociedad política: y que la deslinde de la reacción defensiva de las corrientes neonacionalístas y neoestatistas del PRI y del neoliberalismo abierto del propio PRI y del PAN'.
Los VIEJOS Y NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES
LA CRISIS DEL corporativismo va acompañada de la crisis del Estado de bienestar
en su versión mexicana y, por lo tanto, por la crisis de los movimientos sociales de clase. El sociólogo alemán Claus Offe distingue los movimientos sociales
del llamado viejo paradigma político' de los del nuevo. En el viejo paradigma
político mexicano los actores colectivos dominantes son los sindicatos, las
organizaciones campesinas y de clase medía agrupados en torno al PEi. Los
temas, demandas y contenidos de los movimientos sociales del viejo paradigma político giraban en torno al crecimiento económico, la distribución y el
consumo, era un paradigma identificado más con un modo de producción
que con un modo de vida. Los valores estaban concentrados en el consumo,
en el tenermás que en el ser. Sus modos y formas de acción eran muy institucionales, llevados a cabo a través de negociaciones colectivas y pactos sociales de carácter tripartita -entre trabajadores, empresarios y Estado. En el viejo
paradigma político la fuerza emanaba de una fuerte sociedad política ante
una débil sociedad civil. A ese paradigma le corresponden el movimiento
Mientras los propios trabajadores se expresan a través del voto contra sus dirigentes y el PRI,
subordinando su identidad laboral a la ciudadana en momentos electorales.
Claus Offe considera que el paradigma político es un modelo omnicomprensivo que responde a
las cuestiones interrelacionadas de: ¿cuáles son los contenidos y temas principales de la acción
colectiva?, ¿cuáles son sus actores y de qué manera pasan a ser actores colectivos' y ¿cuáles son los
procedimientos, tácticas y formas institucionales adecuadas para tratar los conflictos? Los elementos de los paradigmas políticos que permiten compararlos entre sí, son los actores, los contenidos,
los valores y las formas de acción. Véase Claus Offe, Partidos políticos y nue ros movimientos
sociales, Sistema, Madrid, 1988, p. 243.
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obrero, el movimiento campesino y los viejos movimientos urbanos, en su
mayoría de lucha por un techo y mejoras o acceso a los servicios públicos.
El nuevo paradigma político, apenas en proceso de consolidación, fue
anunciado por el propio movimiento estudiantil de 1968 y sus demandas
trascendían el nivel económico y buscaban la democratización del régimen y
cambios culturales en la vida cotidiana de la época. En este nuevo paradigma
los actores provienen de la nueva clase media urbana (trabajadores de servicios y del sector público) y de categorías de la población formadas por gente
colocada en posición periférica con relación al mercado de trabajo (obreros
desocupados, estudiantes, amas de casa) y sectores de la pequeña burguesía en
crisis, tanto urbana como rural. Los contenidos, temas y demandas tienen que
ver con exigencias que van más allá de lo económico, identificados más con un
modo de vida que con un modo de producción, con demandas más políticas y
culturales que económicas. Reivindicaciones en torno al cuerpo, la salud, la
identidad social y sexual, las condiciones de vida y de supervivencia en general. Sus valores están relacionados con el ser más que con el tener, con la
búsqueda de autonomía con respecto al Estado. En ese sentido, los movimientos son descentralizadores, autodependíentes y autogobernados. Sus
formas y modos de acción en ocasiones provienen de los viejos movimientos
sociales -paros y huelgas- pero privilegian las manifestaciones en el mundo
exterior al trabajo. Tienden a revitalizar la sociedad civil. A este paradigma
corresponden los movimientos estudiantiles, los feministas, El Barzón y el
FZLN, entre otros. Finalmente sus organizaciones son menos institucionales
que las de los movimientos del viejo paradigma y su subjetividad está marcada por componentes como la edad y el género y formas de identificación más
sociales que laborales.
En las elecciones del 2 de julio los jóvenes y las mujeres desempeñaron
un papel importante en los resultados y las identidades sociales contaron
más que las laborales, en las cuales confiaba el PRi para mantener su dominio.
¿FIN DE RÉGIMEN?
DICHO TODO LO anterior, mi posición con relación al fin o a la persistencia del
régimen político mexicano es cautelosa. El partido de Estado ha sido derrotado. Esta herido el sistema corporativo. El sindicalismo corporativo ya no mantiene su alta capacidad política de convocatoria ni garantiza el voto para el
antiguo partido de Estado. La izquierda parlamentaria también salió bastante
raspada de las últimas elecciones y no parece que, a corto plazo, recupere la
brújula. La izquierda extraparlamentaria muestra un silencio que denota incertidumbre y descontento. En medio de este panorama, más que hablar del
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fin de un régimen habría que hablar del inicio de un proceso de transición,
cuyos resultados -como expresé de entrada- dependen de la participación
de todas las fuerzas políticas y los actores y movimientos sociales del viejo y
del nuevo paradigma. Nada está totalmente resuelto, los escenarios pueden
ser variados. Puede haber regresiones si no se consolida la transición democrática. La marginación de la izquierda parlamentaria puede generar que su
lugar lo tome el PRI y los sectores más conservadores del PAN y la transición sea
claramente hacia la derecha o hacia la reestructuración del PRI. También puede ser el inicio de un proceso que vaya llenando de contenidos y adjetivos a
una transición democrática más larga de lo esperado.
Lo que no se puede negar es que un sector importante de la sociedad
mexicana, asumiendo su identidad ciudadana, expresó un ¡basta del PRI! y
dejó el escenario propicio para profundizar en los cambios que ese mismo
sector de la sociedad reclama. Si el PRD no entiende la parte progresista de ese
mensaje ciudadano podrá volver a convertirse en un partido "sectario y de
sectas" propio de la era de la vieja izquierda autoritaria, divorciado de los
ciudadanos, con reivindicaciones de un paradigma político superado y sin
capacidad de incidir en la búsqueda de alternativas que lo conviertan en un
verdadero partido de la nueva izquierda, atento a las reivindicaciones de los
nuevos movimientos sociales' y ciudadanos y presto a darle un sesgo al corporativismo sindical, recuperando las viejas banderas de la democracia sindical en aras de una sociedad y un sindicalismo cada día más autónomos de
cualquier partido o gobierno.
¿EXISTE UNA POSTURA DEMOCRÁTICA EN LA IZQUIERDA MEXICANA?
EN MÉXICO LA izquierda se reconstruyó y creció a raíz del movimiento estu-
diantil de 1968. Las movilizaciones que se dieron en varias ciudades del
Incluso a las conductas y acciones colectivas que no culminan en un movimiento social, en el
sentido que le han dado los sociólogos de los movimientos sociales, hoy ya considerados clásicos, como Alain Touraine y Alberto Melucci, cuyos escritos colocan al movimiento obrero y a los
movimientos de clase, respectivamente, al final de un recorrido que va desde la. conducta colectiva, la lucha y la identidad social y que ha llevado a que las discusiones sobre la acción colectiva
se centren en el punto final de ella que, en muchas ocasiones no se consigue ni es el objetivo de
muchas de esas acciones y expresiones de identidades colectivas. Hay acciones colectivas que
no pretenden convertirse en movimiento social, identidades colectivas que se estacionan y
movimientos sociales que no pretenden el poder ni proponen ninguna opción de historicidad
en el sentido que propone Touraine. (Véase Alain Touraine, "Los movimientos sociales", en
Et al. Touraine y Haberrnas: Ensayos de teoría social. UAM-A/uAP, México, 198(5, pp. 103-126 y
Alberto Melucci, "La teoría de los movimientos sociales", en Teoría Política, ecPys, uNAM pp. 91101). Esos sectores deben merecer la atención de una izquierda que debe estar atenta a lo instituyente y no sólo a lo instituido, una izquierda abierta a las nuevas expresiones sociales aún si
éstas están cargadas de un renovado individualismo como las acciones ciudadanas o las redes
sociales conectadas a través de Internet.
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mundo, que incluyeron tanto la parte capitalista como la del- socialismo realmente existente, portaban consignas, formas de organización y de lucha contra la izquierda oficial y autoritaria heredera del leninismo y del stalinismo.
En Francia el movimiento estuvo hegemonízado por una nueva izquierda
antiautoritaria, antisectaria y opuesta a la militancia sufridora heredera de
las tradiciones judaicocristianas8. Izquierda que reivindicaba la autogestión y la
democracia de base y que también influyó a muchos militantes mexicanos e
inspiró las formas de organización donde las decisiones emanaban de las
bases y de asambleas profundamente democráticas que le daban una enorme
legitimidad al Consejo Nacional de Huelga.
Pero, pasado el corto verano de la autonomía y la democracia de base, la
vieja izquierda, más experimentada y con algunas organizaciones permanentes, logró tomar el control de un movimiento que sintetizaba lo mejor del
patrimonio del movimiento estudiantil norteamericano, francés y checoeslovaco; de la nueva izquierda europea y de la contracultura inglesa y norteamericana a través del rock y sus grupos y cantantes más radicales. A la larga, la
nueva izquierda dejó su lugar a una versión nueva de las estructuras y los
vicios antidemocráticos, sectarios y autoritarios de una vieja izquierda de origen marxistaleninista.
La tradición centralista, sectaria y antidemocrática de esta nueva vieja
izquierda pesa en la actuación de la mayoría de las diferentes gamas y corrientes de la izquierda mexicana en la coyuntura actual. Habrá que aprovechar el periodo que se abre con las elecciones del 2 de julio para avanzar en la
democratización de la izquierda mexicana, requisito previo para una participación con una identidad propia en la transición, para garantizar que la caída
del PRI se profundice y se abran espacios para una transición radical y verdaderamente democrática.
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He aquí algunas de las demandas y principios expresados por Gabriel y Daniel Cohn Bendit, dos
i mportantes miembros de la nueva izquierda del mayo francés: "1....reconocimiento de la pluralidad y diversidad de las tendencias políticas en el movimiento revolucionario [...] toda corriente ;deológica debe tener un sitio en la práctica social
1 2. La revocabilidad de los delegados
y el poder efectivo de la colectividad [... 13. La circulación de ideas y la lucha permanente contra
todo acaparamiento de la información y del saber: 4. La lucha contra todo tipo de jerarquización[...]: 5. La gestión de las fábricas a cargo de los propios asalariados que trabajen en ellas [...]:
6. Superar en la práctica toda tentación de origen hebraico-cristiano que nos haga concebir la
lucha como algo intrínsecamente abnegado y sacrificado, y comprender que la lucha revolucionaria sólo puede concebirse como un juego en el que todos deseen participar". Véase G. y D.
Cohn Bendit, El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo, Einaudi, Turín,
1968. p. 101. En el título del texto está implícita una clara crítica al marxismo leninismo y al
texto de Lenin. El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.
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