“La ley de caducidad debe ser anulada por inmoral” Con Adolfo Pérez Esquivel, presidente de Serpaj-América Latina El premio Nobel de la paz dijo a BRECHA que Tabaré Vázquez tiene que corregir su discurso sobre la ley de caducidad y que el Parlamento debe anular esa norma por “inmoral”. Sostuvo, además, que los planes contra la pobreza de los gobiernos progresistas son asistencialistas y cuestionó la instalación de las plantas de celulosa en Uruguay. Walter Pernas —¿Qué tendría que hacer el Estado uruguayo con la ley de caducidad? —La ley de caducidad debe ser anulada absolutamente porque es inmoral, es injusta, viola el derecho del pueblo y está viciada desde sus orígenes. Sobre la impunidad es imposible construir un proceso democrático. Aquí se han cometido crímenes de lesa humanidad, que son imprescriptibles, cualquiera sea la fecha en que hayan ocurrido. —Argentina anuló leyes de impunidad. ¿Cómo fue ese proceso? —Después de muchos años de lucha, en Argentina hemos logrado que el Parlamento anule las leyes de punto final y obediencia debida creadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín; y que la Corte Suprema de Justicia declarara la nulidad total y absoluta de esas normas. Se han reabierto más de 600 procesos y hay muchos militares presos. Si Uruguay quiere construir un proceso democrático estable, real y efectivo debe hacer lo mismo con la ley de caducidad. —Ese proceso no parece sencillo en función de compromisos electorales. El presidente Tabaré Vázquez, por ejemplo, se comprometió a cumplir con la ley de caducidad en toda su dimensión, lo que incluye investigar realmente el destino de los detenidos desaparecidos. -Sí, pero debe corregir; los gobernantes se equivocan. Los presidentes deben escuchar la voz de los pueblos, y tratar de buscar la verdad y también la justicia porque es la única forma de construir una patria soberana y libre. —¿Cómo ve el mapa de América Latina en materia de derechos humanos? ¿Y cómo ve a Uruguay? —El mapa latinoamericano lo vemos con preocupación. Después de las dictaduras militares entramos en democracias formales, que tienen muchísimas dificultades: el alto índice de pobreza, exclusión social, y no se han terminado los mecanismos represivos propios de las dictaduras. En Colombia y Guatemala, que son los focos de mayor tensión, se continúan violando los derechos humanos como antes. En Argentina y Uruguay se sigue denunciando la situación carcelaria, y las torturas policiales continúan. Se salió de la época de la dictadura, pero no hubo una reforma profunda de las fuerzas de seguridad ni de las Fuerzas Armadas. En materia de derechos económicos, sociales y culturales Uruguay tiene problemas estructurales que atacar: la pobreza, la exclusión social y la falta de trabajo. —En el nuevo mapa político de América Latina, los gobiernos progresistas han instalado diversos planes para combatir la pobreza y la exclusión social. En Uruguay se llama Plan de Emergencia. ¿Qué ha observado usted de los resultados de esos planes? —Son asistencialistas, no son generadores de condiciones de vida; y eso provoca la dependencia y la manipulación política. Lamentablemente es así. No podría hablar con propiedad del caso de Uruguay porque recién comienza, pero debe cuidar esos aspectos. En Argentina los planes de jefes y jefas de familia tienen esos problemas, que son sumamente peligrosos. No se genera trabajo, y por ende no se resuelve el problema estructural: tenemos más de 10 millones de personas en situación de pobreza y se mueren niños de enfermedades evitables. —¿Cómo se resuelve el tema estructuralmente? —Con políticas de diversidad productiva. No nos pueden transformar en países de monocultivo, como la soja transgénica en Argentina, o el eucalipto para celulosa en Uruguay. Eso es ganancia para hoy, pero hambre para mañana. Otro gran problemas es el alca; hay países que aún se están resistiendo a integrarse porque los subsidios agrícolas de Estados Unidos llevan directamente a la muerte al pequeño y mediano productor rural e industrial. Hay que preguntarse por qué las empresas trasnacionales están comprando grandes extensiones de tierra. —¿Cómo observa la política de Estados Unidos hacia la región? —Uno de los temas más graves es la creciente militarización de zonas estratégicas de América Latina, mediante la creación de bases militares estadounidenses en todo el continente. Es especialmente preocupante el último ingreso de tropas estadounidenses en Paraguay. Ahí está el acuífero Guaraní, y lo que buscan es la apropiación de los recursos hídricos. —El ingreso de tropas fue aprobado por el Parlamento paraguayo. ¿Usted cree que faltaron consultas en el ámbito regional, en el Mercosur por ejemplo, en virtud de que la base se ubica en la triple frontera? —Fue aprobado entre gallos y medianoches, a espaldas del pueblo. El Serpaj-Paraguay ha denunciado permanentemente esa situación. Y el Serpaj-América Latina se encuentra alerta ya que Estados Unidos en su estrategia para América Latina dispuso tres grandes ejes: el Plan Puebla-Panamá para Centroamérica y el Caribe con la instalación de bases militares en toda la región; el Plan Colombia, con la base militar de Manta en Ecuador y el control del Pacífico; y la Triple Frontera, donde las tropas estadounidenses tienen inmunidad en uso de todo el territorio, y emplean el aeropuerto de Estigarribia a 200 quilómetros de la frontera con Bolivia. —¿Usted supone que esa cercanía se relaciona con la situación política de Bolivia? —Si llega a ganar Evo Morales, habrá otro Chávez en Bolivia. Entonces se dará un fortalecimiento regional entre Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, y estará Bolivia como foco de oposición a la hegemonía de Estados Unidos a nivel continental. Además, el Banco Mundial está haciendo inversiones de cateo, de investigación sobre el acuífero Guaraní. —¿Con qué finalidad? —Con la finalidad de privatizar esa región o de tener reservas de agua en esa región. El acuífero Guaraní es una de las grandes reservas mundiales de agua, que es un bien cada vez más escaso. Ya hay más de 32 países que casi no tienen agua. El sur de Estados Unidos, la Nueva California casi no tiene agua, se la están quitando a los mexicanos. —Ante la pregunta sobre qué hay que hacer con la deuda externa, los gobernantes generalmente responden: “pagarla”. ¿Cuál es su respuesta? —Es uno de los temas más preocupantes. Estamos trabajando la idea de llevar el caso de la deuda externa a la Corte Internacional de La Haya para poder determinar lo legítimo de lo ilegítimo de la deuda. Porque la deuda externa ya la pagamos muchísimas veces, y la seguimos pagando. —¿Cuál es la deuda ilegítima? ¿La generada en la época de la dictadura? —Es la generada por las dictaduras militares, directa o indirectamente. Los autopréstamos que se hicieron las empresas trasnacionales, desde las sedes a sus filiales latinoamericanas, durante los gobiernos dictatoriales fueron asumidas como deudas del Estado; eso es inmoral e ilegítimo. Si se acuerdan las tasas de interés a 6 por ciento los Estados Unidos no pueden unilateralmente elevarlas a 21 por ciento. Esto es un saqueo. Hay que investigar cómo se genera la deuda, quiénes son los responsables y por qué la tienen que pagar los pueblos y no las empresas. Si se pudiera evitar el pago de la deuda ilegítima, América Latina no sólo sería autosustentable sino que estaría en condiciones de ayudar con programas de desarrollo a países que lo necesitan. Pero los latinoamericanos estamos pagando el déficit de los países ricos. Les trasladamos capital, no sólo producción. Estados Unidos subvenciona su gran déficit con los recursos que nos saca a nosotros. Por eso hay que avanzar con auditorías que verifiquen cuál es la deuda ilegítima. —¿Quiénes deben hacer las auditorías? —Deberían estar a cargo del Parlamento, en cada Estado. O podrían ser encargadas por los estados a auditoras internacionales. De lo contrario seguiremos en una espiral viciada: más pagamos, más debemos, menos tenemos. —Usted es contrario a la instalación de las plantas de celulosa en Fray Bentos. ¿Por qué? —Las plantas de Botnia y Ence son industrias contaminantes. Aquí van a hacer la pasta de celulosa: van a dejar los residuos y la contaminación y se van a llevar ese producto para fabricar el papel en España, donde quieren limpiar el ambiente ya contaminado. —¿Qué elementos maneja usted para afirmar que son contaminantes? —Yo he estado en Galicia. En el pueblo de Marín, donde está la celulosa, los ríos están contaminados. Hay grandes movilizaciones en Pontevedra en contra de esa empresa papelera. Las chimeneas echan humo tóxico las 24 horas. Producen problemas respiratorios y cáncer de pulmón. —¿Hay casos confirmados? —Sí, figuran en las estadísticas gallegas. Por estas razones he pedido a la Academia de Ciencias del Medio Ambiente de Venecia una investigación sobre el impacto de estas empresas en Uruguay y en Argentina. El estudio va a comenzar ahora. Las fábricas no sólo van a contaminar el río, van a destruir el medio ambiente y a perjudicar a toda esa zona turística y a miles de trabajadores de ese rubro en Uruguay y Argentina. —Pero en Argentina ya existen ese tipo de empresas que fabrican pasta de celulosa. —Sí, y son contaminantes. Después de mucho esfuerzo de la población de Jujuy, que protestó porque mucha gente murió de cáncer o fue víctima de enfermedades bronquiales, a la empresa Ledesma –que fabrica celulosa en esa provincia– la obligaron a colocar filtros para el humo tóxico. Pero los filtros se obstruyen y es lo mismo. —Si es así se puede decir que Argentina mira la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio... —Hay acuerdos bilaterales que respetar. Los gobiernos deben ponerse de acuerdo. A mí me encantaría que Uruguay y Argentina puedan desarrollar industrias para el bienestar de todos, pero no que se perjudiquen mutuamente. En Europa y Estados Unidos sacan las industrias contaminantes porque generan problemas ambientales, sociales, políticos, y las envían a los países mal llamados del Tercer Mundo.