Homilía misa de la Vida Consagrada. Capilla del Carmelo. 2 de

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“Al encuentro de la luz verdadera”
(San Sofronio)
Homilía de la fiesta de la Presentación del Señor
Misa de la Vida Consagrada
Capilla del Carmelo, Mar del Plata, 2 de febrero de 2015
Queridos sacerdotes, hermanos y hermanas de la Vida Consagrada,
queridos fieles:
Celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo de
Jerusalén, cuarenta días después de su nacimiento. Se trata de una de
las fiestas más antiguas del calendario litúrgico, registrada ya en el
siglo IV. Surgió en oriente y pronto se extendió al occidente latino.
Los miembros de las Órdenes, Congregaciones e Institutos de Vida
Consagrada presentes en la diócesis de Mar del Plata, se reúnen en esta
hermosa capilla de las monjas carmelitas, a quienes agradecemos su
hospitalidad.
“Al encuentro de la luz”
Meditamos, en primer lugar, sobre el significado de esta fiesta que
llamamos de la Presentación del Señor. Popularmente se la conoció
también como Nuestra Señora de la Candelaria, en alusión a los ritos
de la luz de los que hemos participado.
Según la ley de Israel, todo primogénito varón pertenecía al Señor,
en recuerdo de la primera pascua, cuando el ángel del Señor pasó
salvando del exterminio a los primogénitos de los hebreos, librándolos
del castigo aleccionador reservado a los egipcios opresores. De este
modo, el fiel israelita recordaba que con mano fuerte el Señor los sacó
de la esclavitud de Egipto. Por eso, a los cuarenta días del nacimiento,
los primogénitos eran presentados en el templo de Jerusalén y en
rescate por ellos se ofrecía en sacrificio una res de ganado menor, o
bien, en el caso de los pobres, un par de pichones de paloma (cf. Ex
13,11-16).
Tal es el caso de María y de José. Detengámonos a contemplar este
misterio de la vida del Señor. La Virgen María y José, vienen con el
Niño. Desde distintos roles, ellos vienen a enriquecer al mundo, y sin
embargo han presentado la ofrenda de los pobres. Aquél que ofrecerá
su propia vida en rescate por la multitud de los hombres, presenta en
su rescate dos pichones de paloma. Desde la desaparición del Arca de
la Alianza, al templo le faltaba un elemento. Ahora este niño viene a
colmarlo. Llega la Virgen con el gozo de su maternidad y se vuelve con
el anuncio profético de la espada de dolor que le atravesaría el alma.
Desde el inicio mismo del misterio de la Encarnación del Hijo de
Dios, vemos a su Madre íntimamente unida a su obra de salvación. Por
eso, estamos ante una fiesta conjunta del Señor y de la Virgen. Ella
guarda en su corazón para rumiarlas y repasarlas, cada una de las
palabras y acontecimientos de los cuales es testigo.
Con este Niño en sus brazos, María se convierte en imagen de la
Iglesia que se presenta ante Dios con la riqueza de Cristo y para
ofrecerse con él. Como dice el Papa Pablo VI en Marialis cultus, “es la
celebración de un misterio que realizó Cristo y al que la Virgen estuvo
íntimamente unida como la Madre del Siervo de Yahvé, ejerciendo un
deber propio del antiguo Israel y presentándose, a la vez, como modelo
del nuevo Pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la
esperanza por la persecución” (MC 7).
En el rito de las candelas, que dio origen al nombre más popular de
fiesta de la candelaria, hemos celebrado, en realidad, la venida de
Cristo al encuentro de su pueblo en el templo de Jerusalén. El Israel fiel
y creyente, está aquí representado por hombres y mujeres que no se
destacan por su condición social sino por su calidad religiosa. Ante
todo, María, la gran creyente. Junto a ella, José, el justo. El anciano
Simeón lleno del Espíritu Santo y la profetisa Ana.
Se trata del encuentro de Jesús, llamado por Simeón “luz para
iluminar a las naciones y gloria del pueblo de Israel”, con todos
nosotros que somos su pueblo, que salimos a su encuentro iluminados
por su misma luz.
Así lo decía uno de los Padres de la Iglesia: “En efecto, del mismo
modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera
y la comunicó a los que yacían en las tinieblas, así también nosotros,
iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para
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todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz
verdadera” (San Sofronio, Disertación 3, Sobre el Hypapanté).
En el Año de la Vida Consagrada
Al querer dedicar un año entero a prestar atención, oración y
reflexión sobre la Vida Consagrada, el Papa Francisco ha querido
mostrar su aprecio por este género de vida y su afecto hacia todos los
que constituyen esta porción del Pueblo de Dios.
El Santo Padre los invita a renovar su fidelidad al Evangelio, a
reavivar el don de la profecía que se ejerce principalmente con el
testimonio de sus vidas ofrecidas por entero a la causa del Reino de
Cristo en las actuales circunstancias de la humanidad.
Si toda la Iglesia debe vivir en el Espíritu de Pentecostés y está
llamada a ser una Iglesia “en salida”, de un modo especial ustedes, cada
cual según su carisma.
¿Qué es “salir” para un cristiano que quiere ser misionero? Se trata
ante todo de “salir de sí mismos” para estar centrados totalmente en la
voluntad de Dios en nuestras vidas. Santa Teresa del Niño Jesús,
viviendo en su Carmelo “salía” siempre de sí y estaba siempre en su
Jesús y en las grandes causas de Reino y de la Iglesia. La salida a las
periferias geográficas y existenciales, es más urgente que nunca, pero
se realiza de muy distintos modos.
Para los consagrados debe ser un año de especial conversión y
alegría. Animados por la esperanza de que desde nuestra fe y nuestro
testimonio podemos introducir en este mundo atormentado semillas
preciosas del cielo nuevo y la tierra nueva que esperamos.
Según el deseo del Papa, la Vida Consagrada debe servir para
despertar al mundo de su somnolencia y de sus falsas ilusiones.
Expresen alegría y sencillez, mejoren todo lo posible la calidad de sus
relaciones fraternas, e invoquen sin cesar al Espíritu de Cristo.
Concluyo citándoles palabras del Santo Padre al declarar lo que
espera de este Año: “He indicado como objetivos para este Año los
mismos que San Juan Pablo II propuso a la Iglesia a comienzos del
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tercer milenio, retomando en cierto modo lo que ya había dicho en la
Exhortación postsinodal Vita consecrata: «Ustedes no solamente tienen
una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que
construir. Pongan los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu los
impulsa para seguir haciendo con ustedes grandes cosas»”.
Que la Virgen de la Presentación las ayude a volverse ofrenda
agradable a Dios por la Vida del mundo.
 ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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