Redención como nueva creación

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Redención como nueva creación
Autor: Miguel Manzanera, SJ
En el cristianismo la redención del hombre, culminada en la muerte de Jesús en la cruz y
confirmada en su resurrección, se celebra como el gran misterio de la salvación de toda la
humanidad y más efectivamente de los creyentes en Él. A partir de ese momento se cambió el
rumbo de la historia y se produjo un nuevo amanecer que disipó las tinieblas en que se
encontraba el hombre.
En la historia del cristianismo ha habido diversos enfoques para tratar de comprender más
profundamente este gran misterio. Uno de los más esclarecedores considera la redención
como la nueva creación. El momento de la muerte de Jesús en la cruz marcó la terminación de
la etapa histórica de la primera creación, cuyos inicios son narrados en un estilo literario
mítico-simbólico en los primeros capítulos del Génesis.
Dios, presentado bajo la figura de un artista, modeló al hombre (Adam) con el barro de la tierra
y le insufló su Espíritu viviente. Al ver su soledad, que no se remediaba con la presencia de los
animales, Dios, tomando una costilla o un lado de Adam, modeló esta vez a la mujer para que
se una al varón y formen la primera pareja humana, Adán y Eva, a imagen y semejanza de
Dios, con la misión de procrear hijos y de dominar la tierra para que sea un hábitat amable y
fecundo (Gn 1, 26 - 2, 25).
Pero este maravilloso proyecto divino se vio ensombrecido y amenazado por la insidia del
maligno, representado por el ofidio, quien sedujo primero a Eva y luego a Adán para que
transgrediesen la orden divina de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal o lo que es
lo mismo para que no aceptasen la ley divina impresa en la misma naturaleza humana. Ante
esa desobediencia el Señor les condenó a dejar el paraíso y a enfrentarse con la realidad de la
tierra inhóspita bajo la influencia de la perversión maldad diabólica (Gn 3). Esta narración
explica las graves tentaciones a las que quedó sometido el género humano inmerso en una
atmósfera de pecaminosidad.
Sin embargo, Dios no quiso abandonar al hombre al poder del maligno. Por eso ya en esa
misma escena prometió la venida de un descendiente de Eva que se enfrentaría y derrotaría a
la estirpe del maligno (Gn 3, 15). Este texto bíblico ha sido llamado el “protoevangelio”, es decir
el primer anuncio de la buena noticia: De la nueva Eva nacerá el nuevo Adán que desvelará la
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maldad diabólica y derrocará al maligno.
Esta profecía se cumplió con Jesús, el Hijo de Dios, encarnado en el seno de la Virgen María.
Los evangelistas, especialmente san Juan, muestran la lucha implacable a la que Jesús fue
sometido por el tentador, “el príncipe de este mundo”, quien por todos los medios trató de
engañarle y pervertirle. Al no poder arrastrarle a la tentación quiso probar su fidelidad con la
horrible humillación de las acusaciones falsas, con las crueles torturas y finalmente con la
espantosa muerte en la cruz.
Jesús, sin embargo, aceptó sin protestar el misterioso designio divino, soportando
estoicamente los sufrimientos, perdonando a sus verdugos y ofreciéndose al Padre celestial,
juntamente con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, por la redención del género humano. Esta
su obediencia total hasta la muerte puso de manifiesto su inocencia y su amor a la humanidad
y al mismo tiempo desveló la maldad del maligno quien, bajo pretexto de probar, por envidia
quería destruir al hombre, culmen de la obra divina. Dios aceptó la sangre de Jesús como
rescate para toda la humanidad cautiva por la astucia malévola del maligno, quien a partir de
ese momento quedará derrocado de su autoridad y tan sólo podrá actuar limitadamente como
tentador (Ap 12, 7-17).
La Virgen María con su plena fidelidad y obediencia sacrificada al pie de la cruz complementó
con su inmenso dolor el sacrificio de Jesús, cuya agua y sangre juntamente con la Rúaj
(Espíritu) que brotaron de su costado abierto descendieron sobre ella, haciéndole renacer
como la nueva Eva, imagen limpia de la Iglesia, Esposa del nuevo Adán (Jn 19, 25-37). Ya
algunos teólogos, entre ellos San Ireneo en el siglo II y San Agustín en los siglos IV y V,
ilustran también ese misterio.
Los creyentes en Jesús, podemos, pues, comprender la redención como el inicio de la nueva
creación en la que Él promulgó la nueva ley del amor y, además, nos infundió su Espíritu de la
Verdad y la Caridad para que formemos parte de la Iglesia, su Esposa, representada en la
Virgen María, y clamemos por la venida del Esposo a consumar la boda apocalíptica al final de
los tiempos (Ap 22, 17).
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