Eutanasia y otras formas de muerte asistida

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Eutanasia y otras formas de muerte asistida
Asunción Álvarez del Río
Introducción
Quiero tomar como punto de partida para mi presentación la pregunta que
acompaña el título de este coloquio: ¿En qué pueden creer los que no creen?
Y por muy obvio que parezca, para ocuparnos de nuestro tema en lo
primero que hay que creer es en la muerte, asumir que nos vamos a morir y que
sobre eso no tenemos elección. Pero también hay que creer, y asumir, que
podemos elegir, dentro de ciertos límites, cómo vivir, lo que incluye, cómo no
vivir. La eutanasia y el suicidio médicamente asistido sirven precisamente para
eso. Algunos pacientes eligen estas formas de muerte para ejercer su libertad
hasta el último momento. Por mucho que quisieran, ya no pueden elegir cómo
vivir, pero pueden decidir cuándo y cómo morir.
Resulta un tanto extraño que siendo acciones que se refieren a algo tan
esperanzador, como es tener la posibilidad de poner fin a un sufrimiento
intolerable y mantener cierto control sobre la propia vida, tengan una
connotación tan negativa para muchas personas. Quizá se debe a que existe
mucho desconocimiento sobre ellas; a que nos recuerdan la muerte, en la que
no queremos pensar y, finalmente, a que muchas personas, de acuerdo a lo que
establecen sus religiones, creen que deben estar en contra de ellas. A esto hay
que añadir que en nuestro país, en que predomina la religión católica, su
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jerarquía no se conforma con dirigirse a sus fieles, sino que pretende imponer
sus valores para condenar la eutanasia a todos por igual, sean o no creyentes.
De manera que nada mejor que un espacio como éste para aportar
elementos que permitan reflexionar sobre estas formas de terminación de vida
que algunas personas han elegido para morir lo mejor posible ante la proximidad
de una muerte que no pueden evitar, que otras hubieran querido elegir pero no
pudieron por tratarse de acciones ilegales y que muchas desean que existan
como opciones válidas, en caso de que su vida se vuelva indigna o insoportable
a causa de una enfermedad.
Entender qué es la muerte asistida
Pero hay que empezar por aclarar conceptos.
En el lenguaje común se llama eutanasia a diferentes acciones que
terminan con la vida de un enfermo y se refieren a una muerte por compasión
para acabar con su sufrimiento, pero no distinguen quién decide la muerte. Si
quien muere, un familiar, el médico, o la institución en que se encuentran. Y en
esto se juegan diferencias cruciales. Por eso conviene limitar el uso de la
palabra eutanasia cuando es el paciente quien ha decidido morir.
Cuando se aplica una eutanasia, suele hacerse al final de un proceso que
inicia cuando un médico intenta curar la enfermedad de un paciente y continúa
cuando sus esfuerzos ya no se dirigen a curarlo, sino a aliviar su dolor (físico o
emocional). Sólo cuando esto tampoco se logra, el paciente puede considerar la
muerte como solución y pedir ayuda a su médico (ésta es una decisión muy
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personal que no depende de la enfermedad del paciente, sino de cómo vive el
paciente la situación causada por su enfermedad).
En la eutanasia el médico realiza una acción con intención clara de
causar la muerte del enfermo que es lo que éste quiere. En México la eutanasia
es un delito penalizado como homicidio piadoso. Ya veremos que hay otras
intervenciones médicas que indirectamente pueden causar la muerte de un
enfermo, pero no tienen esa intención.
El suicidio médicamente asistido (que también es delito en México) se
parece mucho a la eutanasia, pero la ayuda del médico se limita a proporcionar
al paciente los medios para que él mismo cause su muerte. Por ejemplo,
tomando una dosis letal de medicamentos.
La eutanasia es (entiéndase también el suicidio médicamente asistido;
para fines de la presentación voy a usar el término eutanasia para referirme a
estas dos formas de muerte asistida, a menos que quiera hablar expresamente
a una de ellas y así lo aclare). (La eutanasia es, pues) una forma de muerte
voluntaria porque es el paciente quien decide su muerte. En este aspecto, tiene
relación con el suicidio, la acción de quitarse la propia vida por cualquier razón y
en cualquier circunstancia. Me refiero al suicidio que se elige, el que se puede
llamar racional y que es muy diferente del que se da cuando un individuo se
precipita a la muerte bajo un estado de depresión o psicosis. Esta última acción
es, más bien, irracional porque la persona no está eligiendo y por eso hay que
protegerla
y
ofrecerle
el
tratamiento
adecuado,
después
del
cual,
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probablemente, ya no querrá quitarse la vida. Lamentablemente se utiliza la
misma palabra, suicidio, en los dos casos, cuando hay libertad y cuando no.
La eutanasia se distingue del suicidio (racional) porque se da en un
contexto específico que es el de la atención médica y la decisión del paciente de
adelantar su muerte se debe a que se han agotado las posibilidades médicas de
aliviar el sufrimiento que causa su enfermedad.
Por esto mismo, son pocos los pacientes que recurren a la eutanasia en
los países en que es legal (como en México no lo es no tenemos datos sobre su
aplicación). Y puesto que es una opción que se toma en situaciones
excepcionales en la atención médica, no viene al caso la preocupación que a
veces se expresa de que al permitir la eutanasia muchos jóvenes agobiados por
problemas de su vida pedirían ayuda para morir. La única ayuda que podrían
recibir sería para superar su crisis y continuar su vida.
Quizá el elemento que más contribuye a que la eutanasia sea tan
controvertida, es que requiere la ayuda de un médico. ¿Por qué esta ayuda?
Porque el médico tiene los conocimientos y el acceso a los medicamentos para
causar a su paciente una buena muerte (su significado etimológico), una muerte
segura y sin dolor. Además, en tanto es una decisión que se considera al final de
todo un proceso de atención, los médicos que están de acuerdo en aplicar la
eutanasia no quieren negar a su paciente la última ayuda que les pide. Claro que
no todos los médicos están de acuerdo en aplicarla y en los países en que la
eutanasia es legal ninguno está obligado a hacerlo. Pero por ahora, las
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legislaciones que la permiten establecen que sólo la apliquen médicos. Un punto
que muchas personas consideran que debe discutirse.
Es frecuente que se argumente que si un paciente quiere quitarse la vida,
no tiene por qué involucrar a otro, ni a su médico ni a un familiar. No habría tanto
problema si no fuera porque un enfermo que desea dejar de vivir para no sufrir,
suele necesitar que alguien lo ayude. Quizá está hospitalizado o bajo el cuidado
de otros y en una situación de dependencia y debilidad. No hay que olvidar que
la eutanasia se considera cuando se han agotado los esfuerzos terapéuticos y
paliativos que médico y paciente han ido acordando.
Así que tenemos que discutir como sociedad si queremos o no que un
paciente que querría poner fin a su vida si ésta le parece indigna por el avance
de su enfermedad, pueda confiar antes en el proceso de atención. Que pueda,
en principio, dedicar todos sus esfuerzos a curarse, sin tener que ocuparse, al
mismo tiempo, de conseguir los medios para suicidarse por si no se cura. Y que
sepa que si no se cura, no se va a quedar solo. Que podrá contar con su médico
para no tener que sufrir de más y si quiere adelantar su muerte, podrá morir
cuando lo decida con la ayuda que la medicina ofrece para morir sin dolor.
La eutanasia es legal en Holanda, Bélgica y Luxemburgo (también el
suicidio médicamente asistido, en realidad el paciente escoge la forma en que
quiere ser ayudado para morir). El suicidio médicamente asistido es legal en
Oregon, Washington y Montana en los Estados Unidos de América, pero en
estos estados se establece una clara diferencia con la eutanasia, la cual está
prohibida.
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Los criterios que debe cumplir un médico para ayudar a morir a un
enfermo se pueden resumir en que debe asegurarse que el paciente ha
reflexionado
profundamente
en
su
condición
y
que
su
decisión
es
completamente libre; es decir, no responde a un estado de depresión,
desesperación ni algún tipo de presión. Debe estar convencido también que el
sufrimiento del paciente es intolerable y que no existen alternativas ni de
curación ni de alivio.
En diferentes países se mantiene el debate sobre la conveniencia de
legalizar la muerte médicamente asistida: en el Reino Unido, España, Francia,
Australia, entre otros. De hecho, en la Ciudad de México se discute actualmente
una iniciativa de ley para permitir la eutanasia.
Mientras el debate persiste, en los diferentes lugares, con cierta
frecuencia, se publican noticias sobre personas que piden permiso judicial para
recibir la eutanasia o de personas que provocan la muerte de familiares o
amigos que les pidieron esta ayuda, con el riesgo, ellos, de ser perseguidas
penalmente.
Si bien en la mayoría de los países el suicidio ha dejado de penalizarse,
se considera delito ayudar a alguien a quitarse la vida (Suiza es una excepción).
Esto resulta contradictorio, en tanto se considera ilegal una acción que consiste
en ayudar a cometer otra acción supuestamente legal. Se entiende que esta
contradicción obedece a la intención de los Estados de proteger a sus
ciudadanos y evitar que se encubran como “ayuda al suicidio” lo que en realidad
sería un asesinato, sobre todo de personas vulnerables.
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Digo que Suiza es una excepción porque en este país, desde 1942 se
permite la ayuda al suicidio y no importa el motivo de la persona para suicidarse
(no tiene que deberse a una enfermedad). Lo que importa es que la persona
que ayuda lo haga por motivos altruistas y no egoístas (algo no siempre fácil de
comprobar). De modo que en Suiza la muerte asistida no se ubica en el
contexto médico y, de hecho, los médicos no pueden aplicar la eutanasia. Lo
que sí sucede en este país es que hay asociaciones que, amparadas en esta
ley, ayudan a morir a personas enfermas que quieren suicidarse. Y a diferencia
de lo que pasa en los lugares es que se permite la muerte médicamente
asistida, en que sólo sus ciudadanos pueden recibir ayuda para morir, en Suiza
existe una organización, Dignitas, que también asiste a extranjeros que quieren
terminar con su vida.
Es interesante el caso de Suiza porque a pesar de que parece justificado
establecer condiciones estrictas para limitar la eutanasia al contexto médico,
hay expresiones de la sociedad contemporánea que cuestionan esto. En
Holanda y en el Reino Unido existe un movimiento que defiende el derecho de
personas de edad avanzada que no tienen ninguna enfermedad a recibir ayuda
para poder suicidarse en las mejores condiciones. En el Reino Unido nadie
puede recibir esta ayuda, pero en Holanda, en que la eutanasia es legal, estas
personas que consideran completa su vida y no quieren continuarla porque
saben que lo que sigue es el deterioro, tampoco pueden recibir esa ayuda
porque no cumplen el criterio de estar enfermos.
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Otras decisiones
He aclarado que la eutanasia es una acción a la que recurren muy pocos
pacientes porque son pocos los que la necesitan. Sin embargo, para que esto
sea así, previamente hay que tomar una serie de decisiones. En primer lugar,
reconocer cuándo los tratamientos dirigidos a curar, en lugar de ayudar, causan
más sufrimiento y es mejor suspenderlos y cambiarlos por intervenciones
médicas para que el enfermo tenga la mejor calidad de vida posible.
La decisión de suspender tratamientos que ya no sirven para curar o que
prolongan inútilmente la vida se consideran buena práctica médica. Lo
cuestionable, en realidad, es seguir aplicándolos sólo porque existen. Ni la
suspensión de tratamientos curativos ni la limitación del esfuerzo terapéutico
para prolongar artificialmente la vida son eutanasia. Y aunque se ha llamado
eutanasia pasiva a estas decisiones, para mayor claridad, conviene dejar las
diferentes clasificaciones de eutanasia a un lado y llamar eutanasia
exclusivamente a la que es activa, directa y voluntaria.
Para ofrecer al paciente que ya no se puede curar calidad de vida existen
los cuidados paliativos, una atención interdisciplinaria que atiende sus
necesidades físicas, psicológicas, sociales y, si es el caso, espirituales. En
nuestro país, estos cuidados son insuficientes y es necesario que se desarrollen
y exista más formación en esta especialidad. Estos cuidados incluyen
intervenciones médicas que buscan aliviar el dolor y otros síntomas, que como
consecuencia pueden precipitar la muerte del paciente. Este tipo de acciones
tampoco se consideran eutanasia (aunque se ha utilizado el término de
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eutanasia indirecta para referirse a ellas). También están permitidas, pero no
hay suficiente claridad en este punto por lo que es frecuente que médicos y
enfermeros tengan miedo a dar los medicamentos en la dosis necesaria para
aliviar los síntomas por miedo a ser acusados de homicidio.
La suspensión de tratamientos innecesarios o inútiles, junto con los
cuidados paliativos permite, en la mayoría de los casos, que los pacientes vivan
sus últimos días con tranquilidad y bienestar. En pocos casos, la atención
paliativa no puede aliviar el sufrimiento, físico o emocional, y entonces algunos
enfermos querrían ayuda para adelantar su muerte.
Ahora bien, para tomar esas decisiones que ayudan al paciente a
encontrar la muerte de la mejor manera (sin necesidad de la eutanasia en la
mayoría de los casos) se requiere hablar con claridad de lo que está pasando,
reconocer los límites de la medicina e incluir la realidad de la muerte en las
conversaciones entre médico, paciente y familiares. Si esto no se hace y si
tomamos en cuenta el formidable avance tecnológico, siempre parece existir
algo más que intentar para evitar la muerte. El problema es que ese esfuerzo
está destinado a fracasar en algún momento y es triste darse cuenta que la
batalla está perdida cuando es demasiado tarde para buscar lo que sí era
posible: un mejor final de vida.
Hasta aquí he hablado de decisiones que se refieren a pacientes
conscientes y competentes que entienden su condición y pueden decidir. Pero
en otras situaciones los pacientes están inconscientes o son incompetentes y
también es necesario tomar decisiones sobre el final de su vida: ¿se debe
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reanimar a un enfermo con demencia muy avanzada?, ¿se puede decidir no
curarle una neumonía?, ¿cuánto tiempo se debe prolongar la vida de un
paciente en estado vegetativo persistente? Son algunas preguntas que
enfrentan médicos y familiares.
Tampoco en estos casos estaríamos hablando de eutanasia, pero
también se necesita claridad legal para responderlas de la mejor manera (las
voluntades anticipadas son una herramienta muy útil en estas situaciones). Pero
no sólo necesitamos claridad legal, también ética, la cual requiere reflexión y
deliberación para contar con argumentos que nos permitan asumir que si en
ocasiones lo mejor para un paciente es morir, lo más ético es no impedirlo.
Comparada con estas situaciones, la eutanasia debería ser más fácil de
permitir porque la muerte la decide el principal interesado, el paciente. Pero
siguen influyendo ideas que necesitamos revisar. Tendríamos que aceptar que
cuando un enfermo considera que lo mejor para él es la muerte, ayudarle a morir
puede ser una acción benéfica.
Para concluir
Antes de concluir esta presentación quiero hacer una breve recapitulación
de los valores que han quedado implícitos en lo que he venido diciendo y que
son en los que creo al defender la eutanasia como una opción de terminación de
vida, los cuales, por cierto, creo que pueden compartir creyentes y no creyentes.
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Creo en la libertad de los pacientes y que ésta llega al punto de decidir el
final de su vida cuando el sufrimiento que le impone una enfermedad les resulta
intolerable.
En el conocimiento, la honestidad y la confianza que necesita un
paciente para conocer su situación y decidir cómo quiere vivir o cómo no quiere
vivir el final de su vida.
En el respeto para aceptar que la gente quiere cosas diferentes a lo largo
de su vida y al final de ésta.
En la laicidad que se inventó para que en las sociedades plurales pueda
convivir gente con diferentes creencias sin que nadie pretenda imponer la propia
a los demás.
Y si al principio decía que hay que creer en la muerte, esto implica
aceptar que ésta causa dolor y angustia. Precisamente por eso, creo en la
responsabilidad y en la solidaridad para hacer lo que esté en nuestras manos
de modo que la muerte, la nuestra, la de nuestros pacientes o la de nuestros
familiares, llegue de la mejor manera.
Y ahora sí para terminar, quiero invitarlos a revisar sus valores
relacionados con la muerte asistida. Con cuáles se quedan, cuáles desechan
algunos y cuáles añaden para dejarles la siguiente pregunta:
¿Hasta dónde quieren que llegue la posibilidad de elegir al final de su
vida?
Agosto 2010
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