José Martí, “La escuela en Nueva York…” (1886) (extraído de Todo lo olvida Nueva York en un instante, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1997) ¿De dónde viene que con ser tan patente el cuidado con que aquí se atiende a la instrucción pública, tan vastos los recursos, tan numerosos los maestros, tan hábiles y bellos los libros, den por resultado general niños fríos y torpes que después de seis años de escuela dejan los bancos sin haber contraído gustos cultos, sin la gracia de la niñez, sin el entusiasmo de la juventud, sin afición a los conocimientos, sin saber por lo común más, cuando mucho saben, que leer a derechas, escribir vulgarmente, calcular en aritmética elemental, y copiar mapas? Viene del concepto falso de la educación pública: viene de un error esencial en el sistema de educar, nacido de ese falso concepto: viene de la falta de espíritu amoroso en el cuerpo de maestros: viene, como todos esos males, de la idea mezquina de la vida que es aquí la carcoma nacional. Se mira aquí la vida, no como el consorcio discreto entre las necesidades que tienden a rebajarla y las aspiraciones que la elevan, sino como un mandato de goce, como una boca abierta, como un juego de azar donde sólo triunfa el rico. Los hombres no se detienen a consolarse y ayudarse. Nadie ayuda a nadie. Nadie espera en nadie. No hay pueblo que premie, por lo que no hay estímulo a solicitarlo. Todos marchan, empujándose, maldiciéndose, abriéndose espacio a codazos y a mordidas, arrollándolo todo, por llegar primero. Sólo en unos cuantos espíritus finos subsiste como una paloma en una ruina, el entusiasmo (…) Colosales hileras de dientes son estas masas de hombres. Aquí se muere el alma por falta de empleo.