Introducción Jesucristo, Luz Verdadera que ilumina a todo hombre 1.

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Introducción
Jesucristo, Luz Verdadera que ilumina a todo hombre
1. Llamados a la salvación mediante la fe en Jesucristo, los hombres llegan a ser luz en el Señor y se
santifican obedeciendo a la verdad. Más debido al pecado del principio, el hombre es tentado a apartar su
mirada de Dios y así su capacidad para conocer la verdad queda ofuscada y buscan una libertad ilusoria fuera
de la verdad misma. Pero las tinieblas del pecado, no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios,
lo prueba la búsqueda sobre el sentido de la vida.
2. ¿Qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta la da y es Jesucristo. Frente a los
desafíos de la historia, la Iglesia ofrece la verdad de Jesucristo y de su evangelio.
3. La Iglesia sabe que por la senda de la vida moral está abierto a todos, el camino de la salvación. Dios ayuda
a los que, sin culpa, no conocen claramente a Dios pero se esfuerzan en vivir con honradez.
Objeto de la presente encíclica
4. Los sumos pontífices, solos o con el Colegio Episcopal, han propuesto una enseñanza moral sobre los
múltiples y diferentes ámbitos de la vida humana. Hoy se hace necesario recordar las verdades fundamentales
que corren el riesgo de ser deformadas o negadas. Se difunden muchas dudas de orden humano y psicológico,
social y cultural, religioso e incluso teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia; se opina que el
Magisterio no debe intervenir en cuestiones morales, se plantea si los mandamientos de Dios son capaces de
iluminar las opciones cotidianas de cada persona y se dan opiniones que afirman sólo basta la fe para
adherirse a la Iglesia, mientras que se podría tolerar en lo moral, un pluralismo de opiniones y de
comportamientos.
5. A esta encíclica le precede el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual contiene una exposición completa y
sistemática de la doctrina moral cristiana. La encíclica se limitará a afrontar algunas cuestiones fundamentales
de la enseñanza moral de la Iglesia.
Capítulo I
Maestro, ¿qué he de hacer de bueno? (Mt. 19,16).
Cristo y la respuesta a la pregunta moral.
Se le acercó uno (Mt 19,16).
6. El diálogo de Jesús con el joven rico, puede ser útil para volver a escuchar su enseñanza moral (Mt 19,
16−21).
7. En el joven, podemos reconocer a todo hombre que, se acerca a Cristo, y le formula la pregunta moral. Una
pregunta de significado para la vida. Cristo única respuesta, satisface el anhelo del corazón humano. Para
realizar este encuentro, Dios ha querido su Iglesia.
8. El joven rico, intuye una conexión entre el bien moral y el cumplimiento del propio destino. Cristo revela la
condición del hombre y su vocación integral. Por esto, el hombre que quiere comprenderse a si mismo, debe, e
incluso con su debilidad, acercarse a Cristo, entrar en Él con todo su ser. Jesús responde al joven, llevándolo
hacia la verdad plena.
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Uno solo es el Bueno (Mt 19,17).
9. Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque Él es el Bien. Interrogarse sobre el bien
significa dirigirse a Dios. Jesús relaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas.
10. El hombre tiene como fin último ser alabanza de la gloria de Dios Conócete a ti misma, alma hermosa: tú
eres la imagen de Dios San Ambrosio. Aquello que es el hombre y lo que debe ser se manifiesta cuando Dios
se revela. En el decálogo Dios se hace conocer bueno. La vida moral se presenta como la respuesta de amor.
11. El bien es pertenecer a Dios, obedecerle, practicando la justicia y amando la piedad. El cumplimiento
puede lograrse sólo como un don de Dios.
Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19,17).
12. Dios responde creando al hombre y ordenándolo a su fin mediante la ley natural, esta es luz de la
inteligencia infundida en nosotros por Dios. Jesús como nuevo Moisés confirma el decálogo y nos lo propone
como camino de salvación. El mandamiento lo vincula con una promesa: el reino de los cielos.
13. ¿Cuáles? Jesús le recuerda los mandamientos que se refieren al prójimo. Indica al joven la centralidad del
Decálogo, cuyo fundamento es el amor al prójimo, en este precepto se expresa la singular dignidad de la
persona humana, los mandamientos constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad.
14. Cristo no pretende separarlo del amor de Dios, los mandamientos están unidos entre si, sin el amor al
prójimo, no es posible el auténtico amor a Dios.
15. El sermón de la Montaña, es la carta magna de la moral evangélica. Jesús lleva a cumplimiento los
mandamientos de Dios, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón
que ama y porque ama, está dispuesto a vivir sus exigencias (Mt 5, 21−22.27−28). El mismo se hace ley
viviente y personal.
Si quieres ser perfecto (Mt 19,21).
16. Jesús se refiere a esa conciencia de que aún falta algo: comprendiendo la nostalgia de una plenitud que
supere la interpretación legalista de los mandamientos. No hay separación entre las bienaventuranzas y los
mandamientos, ambos se refieren al bien, a la vida eterna. El Sermón muestra la orientación de los
mandamientos con la perspectiva de la perfección, promesas de las que se derivan indicaciones normativas
para la vida moral.
17. El coloquio de Jesús con el joven nos ayuda a comprender las condiciones para el crecimiento moral del
hombre llamado a la perfección. Se necesita una libertad (si quieres) y el don de la gracia (Ven y sígueme). El
discípulo sabe que es una vocación a la libertad, en la medida en que sirvamos a Dios, somos libres. Quien
vive según la carne siente la ley de Dios como un peso. La gracia capacita al hombre para responder en la vida
moral la sublime vocación de ser Hijos en el Hijo.
18. La invitación de vender todo y dárselo a los pobres, junto con la promesa tendrás un tesoro en los cielos,
se dirige a todos, porque es una radicalización del mandamiento del amor al prójimo.
Ven y sígueme (Mt 19,21)
19. El camino y el contenido de esta perfección consiste en la sequela Christi, seguir a Cristo es el
fundamento esencial y original de la moral cristiana. Se trata de adherirse a la persona misma de Jesús.
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20. La imitación de Jesús, de su amor, es el mandamiento nuevo. Que como yo les he amado, así se amen
ustedes. Es lo que Jesús pide a todo hombre que quiera seguirlo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a si mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24).
21. El discípulo se asemeja a su señor, lo cual es fruto de la gracia. El cristiano se convierte en miembro de su
cuerpo, que es la Iglesia, el bautismo lo reviste de Cristo. La participación sucesiva de la Eucaristía, es el
culmen de la asimilación a Cristo.
Para Dios todo es posible (Mt 19,26)
22. No sólo el hombre rico, también los discípulos se asustan ante las exigencias del seguimiento de Cristo. El
hombre se hace capaz de este amor sólo gracias a un don recibido. Es el amor el que nos hace guardar los
mandamientos.
23. La ley ha sido dada para que se implorase la gracia; la gracia ha sido dada para que se observase la ley. La
ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
24. El mandamiento del amor se trata de una posibilidad abierta al hombre exclusivamente por la gracia. San
Agustín oraba: Da lo que mandas y manda lo que quieras. El don no disminuye, sino que refuerza la
exigencia moral del amor. La ley nueva otorga la fuerza para obrar la verdad.
25. La contemporaneidad de Cristo se realiza en la Iglesia. Las prescripciones morales, deben ser custodiadas
y actualizadas en las diferentes culturas a lo largo de la historia.
26. Los apóstoles vigilaron, desde los orígenes de la Iglesia, sobre la recta conducta de los cristianos. La
norma de la Iglesia es la fe que actúa en la caridad.
27. Promover y custodiar la fe y la vida moral es la misión confiada por Jesús a sus apóstoles. Dentro de la
Tradición se desarrolla, con la asistencia del Espíritu Santo, la interpretación auténtica de la ley del Señor. El
oficio de interpretar la Palabra de Dios, ha sido encomendado sólo al magisterio de la Iglesia.
Capítulo II
No os conforméis a la mentalidad de este mundo (Rom 12,2)
La Iglesia y el discernimiento de algunas tendencias de la teología moral actual.
Enseñar lo que es conforme a la sana doctrina (cf. Tit 2,1)
28. La Sagrada Escritura es la fuente viva y fecunda de la doctrina moral de la Iglesia.
29. La reflexión moral se ha desarrollado en la teología moral; ciencia que acoge e interpela la divina
Revelación y responde a las exigencias de la razón humana. Es una reflexión que concierne la moralidad. Se
han dado, algunas interpretaciones de la moral cristiana que no son compatibles con la doctrina sana. El
Magisterio de la Iglesia no desea imponer ningún sistema teológico y menos filosófico, pero tiene el deber de
declarar la incompatibilidad de ciertas orientaciones del pensamiento con la verdad revelada.
30. La Iglesia propone la respuesta dada por el maestro al joven rico acerca de lo bueno para el discernimiento
de lo que es contrario a la doctrina sana. Esta respuesta tiene una luz y una fuerza capaz de responder las
cuestiones más discutidas y complejas, interpela a la Iglesia a desarrollar no sólo la reflexión dogmática, sino
también a la moral en un ámbito interdisciplinar, para afrontar los nuevos problemas.
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Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8, 32)
31. Los problemas más debatidos se relacionan con un problema crucial: la libertad del hombre. Se trata de
reivindicar para que los hombres actúen según su propio criterio y hagan uso de una libertad responsable,
guiados por la conciencia del deber.
32. Se ha exaltado la libertad hasta considerarla un absoluto, en esta dirección se orientan las doctrinas ateas.
Se ha atribuido a la conciencia individual una instancia suprema del juicio moral, así se ha llegado a una
concepción subjetivista. Abandonada la idea de una verdad sobre el bien, ha cambiado la concepción de la
conciencia: a ésta ya no se le considera como un acto de la inteligencia; sino se esta orientado conceder a la
conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en
consecuencia.
33. Paralelamente a la libertad y paradójicamente en contraste con ella. La cultura moderna pone en duda esta
misma libertad. Las ciencias humanas llaman la atención sobre los condicionamientos de orden psicológico y
social, que pesan sobre el ejercicio de la libertad humana. Algunos superando las conclusiones, dudan o
niegan la libertad humana, también la antropología basándose en la variedad de costumbres relativizan la
moral.
34. No existe moral sin libertad. La libertad es signo de la imagen divina en el hombre. La conciencia tiene
unos derechos porque tienen unos deberes. Algunas tendencias de la teología moral actual, debilitan o niegan
la dependencia de la libertad con respecto a la verdad. La libertad depende fundamentalmente de la verdad.
Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás (Gn 2, 17)
35. La Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a
Dios. El hombre es libre, pero su libertad no es ilimitada: debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y
del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. El Bueno, conoce lo bueno para el hombre y
en virtud de su amor le propone los mandamientos. Algunas tendencias abogan un pretendido conflicto entre
libertad y ley, proponen que la libertad humana podría crear los valores y gozar de primacía sobre la verdad,
esto es una autonomía moral absoluta.
36. Tal autonomía ejerce su influencia incluso en la teología moral católica. Replantea el papel de la razón y
de la fe en las normas morales a específicos comportamientos. En este esfuerzo se ha querido favorecer el
diálogo con la cultura moderna, poniendo de relieve el carácter racional y reafirmar las exigencias éticas que
derivan de la ley no impuestas a la voluntad sino a la conciencia personal. Sin embargo la razón humana
depende de la Sabiduría divina, algunos han llegado a teorizar una autonomía de la razón, tales normas serían
meramente humanas negando que la ley moral natural tenga a Dios como autor.
37. Algunos teólogos moralistas hacen una distinción, contraria a la doctrina católica, entre un orden ético
(mundano), y un orden de la salvación. En consecuencia la Palabra de Dios se limitaría a exhortar, lo que
luego la razón autónoma llenaría de determinaciones normativas, adecuadas a la situación histórica concreta.
Se hace necesario, aclarar las nociones de libertad y ley moral, para corresponder a las exigencias de la razón
humana.
Dios quiso dejar al hombre en manos de su propio albedrío (Eclo 15,14)
38. Esto indica la participación en la soberanía divina, la soberanía del hombre se extiende, sobre el hombre
mismo. Gobernar el mundo es ya un cometido de responsabilidad, que compromete su libertad a obedecer al
Creador.
39. El hombre ha sido confiado a su propio cuidado y responsabilidad. Realizando actos moralmente buenos
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el hombre confirma y consolida en sí mismo la semejanza con Dios. Sin el Creador la criatura se diluye por el
olvido de Dios la criatura queda oscurecida.
40. El Concilio subraya, por un lado, la actividad de la razón humana y por otro lado, la razón encuentra su
verdad en la ley eterna. La vida moral se basa en una justa autonomía. La ley moral proviene de Dios y en Él
tiene su origen. La ley moral es la ley propia del hombre. La ley natural es la luz de la inteligencia infundida
en nosotros por Dios, por ella conocemos lo que debemos hacer y lo que se debe evitar.
41. La autonomía moral no significa el rechazo, sino la aceptación de la ley moral. La obediencia a Dios no es
una heteronomía. Algunos hablan justamente de teonomía, porque la libre obediencia a la ley de Dios implica
que la razón y la voluntad participan de la sabiduría de Dios.
Dichoso el hombre que se complace en la ley del Señor (Cf. Sal 1, 1−2)
42. La dignidad del hombre requiere que actúe según una elección consciente y libre y no bajo mera coacción
externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de las pasiones, persigue su fin, en la libre
elección del bien.
43. El Concilio recuerda que la norma suprema de la vida humana es la ley divina. Dios hace al hombre
partícipe de esta ley suya, de modo que pueda conocer la verdad inmutable. Como expresión humana de la ley
eterna, se sitúa la ley natural.
44. León XIII ponía de relieve la esencial subordinación de la razón y de la ley humana a la Sabiduría de Dios
y a su ley. La ley natural es la misma ley eterna, insita en los seres de razón; que los inclina al acto y fin que
les conviene.
45. La Iglesia acoge y custodia el depósito de la Revelación y su misión de interpretar la ley de Dios a la luz
del Evangelio. Además, recibe como don la ley nueva, ley interior escrita en los corazones. No sólo enseña,
las cosas que hay que hacer, sino también inclina a actuar con rectitud, lo que no amenaza a la libertad; al
contrario, es la única vía para la consolidación de dicha libertad.
Como muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón (Rom 2, 15)
46. El presunto conflicto entre libertad y la ley se replantea hoy en relación a la ley natural y naturaleza. El
gusto empírico, el progreso técnico, formas de liberalismo han llevado a contraponer a los dos términos.
Algunos estudiosos de ética se sienten tentados a valorar su saber en base a opiniones morales de la mayoría.
Otros conciben la libertad en oposición con la naturaleza material. Ambas tendencias coinciden en olvidar su
integridad. Para algunos la naturaleza se reduce a lo material y para otros es en la promoción sin limites del
poder del hombre, como creen se constituyen los valores morales.
47. Contra la ley natural han surgido el fisicismo y el naturalismo, esta última presentaría la ley natural como
ley biológica, según esta tendencia estaría presente incluso en el magisterio, en lo relativo al ámbito de la ética
sexual y matrimonial, afirman que el hombre debe, por ser racional, decidir libremente el sentido de sus
comportamientos. El amor al prójimo significaría un respeto por su libre decisión sobre sí mismo.
48. Conviene mirar ante esta interpretación, el lugar que tiene el cuerpo en las cuestiones de la ley natural.
Una libertad absoluta acaba por tratar al cuerpo humano como un ser en bruto desprovisto de valores morales,
hasta que ella no lo revista de su proyecto. Es en la unidad cuerpo y alma donde la persona es el sujeto de sus
propios actos morales.
49. Una doctrina que separe el acto moral de las dimensiones corpóreas, es contraria a la Sagrada Escritura y a
la Tradición, reduciría a la persona a una libertad formal e ignoraría el significado moral del cuerpo y sus
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comportamientos.
50. La ley moral natural evidencia las finalidades, los derechos y los deberes, fundamentados en la naturaleza
corporal y espiritual de la persona humana, esta ley no puede entenderse simplemente biológica, sino ha de ser
concebida como el orden racional por el cual regula su vida y sus actos a usar y disponer del propio cuerpo.
Sólo con referencia a la persona unificada se puede entender el significado humano del cuerpo.
Pero al principio no fue así (Mt 19,8)
51. La ley moral implica la universalidad. Se impone a todo ser racional, para ser perfecta la persona debe
realizar el bien y evitar el mal, conservar la vida, buscar la verdad. La ley natural es universal en sus
preceptos, y su autoridad abarca a todo hombre.
52. Es justo y bueno siempre y para todos, servir a Dios, darle el culto que le es debido y honrar a los padres,
estos preceptos positivos, obligan universalmente, son inmutables. Los preceptos negativos, son igualmente
válidos, obligan a todos y cada uno, se trata de prohibiciones sin excepción, no ofender en nadie, ni en sí
mismos, la dignidad de la persona: no matarás, no robarás, etc
53. Algunos dudan de la inmutabilidad de la ley natural, y por tanto de normas objetivas. Poner en tela de
juicio los elementos estructurales permanentes del hombre, va contra la experiencia común. Es necesario
encontrar la formulación de las normas morales universales más adecuada a los diversos contextos culturales.
La ley moral se desarrolla a través de los siglos.
II Conciencia y Verdad
El Sagrario del hombre
54. La relación libertad del hombre y ley de Dios radica, en la conciencia moral. El hombre descubre una ley
que no se da a sí mismo, en su obediencia esta la dignidad humana.
55. Según algunos teólogos, la conciencia se habría reducido a una simple aplicación de normas generales, a
cada caso de la vida de la persona, pero no son capaces de acoger y respetar toda la irrepetible especificidad
de todos los actos concretos de las personas. Además revelan la complejidad del fenómeno de la conciencia:
psicológica y afectiva, social y cultural de la persona.
56. Para justificar semejantes posturas, se instaura en algunos casos, una separación entre la doctrina del
precepto válido en general y la norma de la conciencia individual, que decidiría sobre el bien y el mal. Con
esto se pone en discusión la identidad misma de la conciencia moral ante la libertad del hombre y ante la ley
de Dios.
El juicio de la conciencia
57. San Pablo, pone al hombre ante la ley, siendo ella misma testigo para el hombre. La conciencia dirige su
testimonio sólo hacia la persona misma.
58. La conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre. La conciencia no encierra al hombre en
una soledad impenetrable, sino que la abre a la voz de Dios. Es el espacio santo donde Dios habla al hombre.
59. Razonamientos evidencia el carácter propio de la conciencia, que es el de ser un juicio moral sobre el
hombre y sus actos. Es un juicio práctico, que ordena lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que
valora un acto ya realizado por él.
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60. El juicio de la conciencia tiene un carácter imperativo: norma próxima de la moralidad personal. El juicio
de la conciencia afirma la autoridad de la ley natural. La conciencia no es una fuente autónoma ella obedece a
una norma objetiva.
61. La verdad sobre el bien moral, manifestada en la ley de la razón, es reconocida por el juicio de la
conciencia, el cuál lleva a asumir la responsabilidad. En el juicio práctico de la conciencia, se manifiesta el
vínculo de la libertad con la verdad.
Buscar la verdad y el bien
62. Ocurre a veces que la conciencia yerra por ignorancia invencible, pero no se puede decir esto cuando el
hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien. Para tener una conciencia recta no se debe con astucia
falsear la Palabra de Dios. En nuestra conciencia se anida siempre la posibilidad de error, fruto de una
ignorancia no consciente y de la que no puede salir por sí mismo.
63. La dignidad de la conciencia deriva siempre de la verdad, en el caso de la conciencia recta, verdad
objetiva; en el de la conciencia errónea subjetivamente verdadero. El mal cometido bajo una ignorancia
invencible, puede ser no imputable a la persona que lo hace, pero no deja de ser un mal.
64. El corazón convertido al Señor y al amor del bien es la fuente de los juicios verdaderos de la conciencia.
Se ha de formar la conciencia atendiendo a la doctrina de la Iglesia, maestra de la Verdad, ella está al servicio
de la conciencia ayudándola a no desviarse.
III. La elección fundamental y los comportamientos concretos
Sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne
65. La libertad no es sólo elección por esta o aquella acción particular, sino que es también decisión sobre sí, a
favor o en contra del Bien, la Verdad o Dios. Algunos proponen una libertad fundamental, la función clave en
la vida moral −según ellos− sería una opción fundamental; los actos particulares constituirían tentativas
parciales y nunca resolutivas, serían síntomas de ella. El resultado, reservar la calificación moral a la opción
fundamental, sustrayéndola de la elección de los actos particulares.
66. La moral cristiana reconoce la importancia de una elección fundamental, se trata de la elección de la fe y
de su obediencia. La libertad sufre la insidia de la esclavitud. Tal es el caso de un acto de fe −en el sentido de
opción fundamental− que es desasociado de la elección de los actos particulares, según las corrientes antes
mencionadas.
67. La llamada opción fundamental, en la medida que se diferencia de una intención genérica, se actúa
siempre mediante elecciones conscientes y libres. Separar la opción fundamental de los comportamientos
concretos significa contradecir la integridad personal del agente moral. El acto moralmente bueno es sólo
aquél que obedece a la ley moral y se abstiene de la acción que dicha ley prohíbe.
68. El hombre no va a la perdición solamente por la infidelidad a la opción fundamental. Con cualquier
pecado mortal, cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios, a pesar de conservar la fe, pierde la
gracia santificante.
Pecado mortal y venial
69. Algunos teólogos someten a revisión la distinción tradicional entre los pecados mortales y veniales. Es
necesario −se afirma− medir la gravedad del pecado desde el grado de compromiso de libertad de la persona
que realiza un acto, y no desde la materia.
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70. La exhortación apostólica post−sinodal Reconciliatio et paenitenctia no sólo ha vuelto a afirmar la
naturaleza de dichos pecados, sino que recuerda que es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia
grave y que es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento. Se comete un pecado mortal
cuando el hombre, sabiéndolo y queriéndolo elige, por el motivo que sea, algo gravemente desordenado.
IV. El acto moral
Teología y teleológismo
71. Los actos humanos son actos morales, nosotros somos en cierto modo, nuestros propios progenitores,
creándonos como queremos y, con nuestra elección, dándonos la forma que queremos.
72. La moralidad de los actos está definida por la relación de la libertad del hombre con el bien auténtico. El
obrar es moralmente bueno cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del
hombre, a la ordenación del fin último Dios. Sólo el acto conforme al bien puede ser camino que conduce a la
vida.
73. La vida moral posee un carácter teológico, por ordenar los actos humanos a Dios. Pero no es una
dimensión subjetivista que dependa sólo de la intención. Tal ordenación debe ser racional y libre, en virtud de
la cual el hombre es responsable de sus actos.
74. El problema de las fuentes de la moralidad depende de la cualificación moral del obrar libre del hombre.
Para algunas teorías éticas, denominadas teleológicas, sería recto el comportamiento capaz de maximizar los
bienes y minimizar los males. Se trata de una búsqueda del diálogo con los no católicos y no creyentes, en las
sociedades pluralistas.
75. Pero en el esfuerzo por elaborar una moral racional, existen falsas soluciones, vinculadas a una
comprensión inadecuada del objeto del obrar moral. Este teleológismo, puede ser llamado, consecuencialismo
o proporcionalismo. El primero pretende obtener la rectitud de un obrar sólo del cálculo de las consecuencias
que se prevé; el segundo, ponderando los valores que persiguen, se centra entre los efectos buenos o malos, en
vista del bien más grande o el mal menor. Las teorías éticas teleológicas no admiten que se pueda formular
una prohibición absoluta de comportamientos determinados que, contrasten con aquellos valores. En esta
perspectiva, ciertos comportamientos ilícitos por la moral tradicional no implicarían una malicia moral
objetiva.
El objeto del acto deliberado
76. Estas teorías pretenden liberar de las imposiciones de una moral de la obligación. Sin embargo, tales
teorías no son fieles a la doctrina de la Iglesia, en cuanto creen poder justificar, como buenas, elecciones
contrarias a la ley divina y natural.
77. La consideración de estas consecuencias −así como de las intenciones− no es suficiente para valorar la
cualidad moral de una elección concreta.
78. La moralidad del acto humano depende sobre todo del objeto elegido racionalmente por la voluntad
deliberada. La buena intención no autoriza a hacer una obra mala. La razón por la que no basta la buena
intención, sino también la recta elección de las obras, reside en el hecho de que el acto humano depende de su
objeto, o sea si es ordenable a Dios.
79. Así pues hay que rechazar las tesis teleológicas. El elemento primario y decisivo para el juicio moral es el
objeto del acto humano, el cual decide sobre su ordenabilidad al bien.
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80. Los actos intrínsicamente malos lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto,
independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa y de las circunstancias. Todo lo que ofende a
la dignidad humana deshonra más a quienes lo practican que a quienes padecen la injusticia. Pablo VI enseña:
si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor, no es lícito, ni por razones
gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien.
81. Las circunstancias nunca podrán transformar un acto deshonesto en un acto honesto o justificable como
elección.
82. Sin esta determinación racional de la moralidad del obrar humano, sería imposible afirmar un orden moral
objetivo.
83. Enseñando la existencia del mal intrínseco en determinados actos, la Iglesia permanece fiel a la verdad
integral. En Jesucristo el hombre puede, mediante los actos buenos, comprender y vivir su vocación a la
libertad en la obediencia a la ley divina.
Capítulo III
Para no desvirtuar la cruz de Cristo (1 Cor 1,17)
El Bien moral para la vida de la Iglesia y del mundo
Para ser libres nos libertó Cristo (Gál 5, 1)
84. Según la fe cristiana, solamente la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona a su verdadero
bien. El hombre de hoy a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. La fuerza salvífica de la
verdad es contestada y se confía sólo a la libertad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que
es malo.
85. La Iglesia mira a Cristo crucificado, consciente de que sólo en Él está la respuesta al problema moral.
86. La reflexión racional y la experiencia cotidiana demuestran la debilidad de la libertad del hombre. La
libertad se fundamenta, en la verdad del hombre y tiende a la comunión. El hombre descubre el origen de una
rebelión radical que lo lleva a rechazar la Verdad.
87. Cristo manifiesta, que el reconocimiento honesto de la verdad es condición para la auténtica libertad (Jn 8,
32). La libertad se realiza en el amor, en el don de uno mismo.
Caminar en la luz (Cf. 1 Jn 1,7)
88. La separación entre libertad y verdad es consecuencia de otra separación más grave entre fe y moral.
Muchos hombres piensan y viven como si Dios no existiera. Es una mentalidad que abarca las actitudes de los
mismos cristianos, estas actitudes son contrarios al evangelio. Urge que los cristianos descubran la novedad de
su fe y su fuerza de juicio.
89. La fe exige un compromiso coherente de vida. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él
(Cf. 1 Jn 1, 5−6; 2, 3−6). A través de la vida moral la fe llega a ser ante los hombres testimonio. La caridad,
puede llevar al creyente al martirio.
El martirio, exaltación de la santidad inviolable de la ley de Dios
90. La relación entre fe y moral resplandece en el respeto incondicionado que se debe a las exigencias
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ineludibles de la dignidad personal de cada hombre.
91. Ya en la Antigua Alianza encontramos ejemplos. Susana, prefiriendo morir inocente atestigua no sólo su
fe, sino su obediencia a la verdad y al orden moral absoluto, con su diponibilidad al martirio (Cf. Dan 13,
22−23). Juan el Bautista, murió mártir de la verdad y la justicia. Esteban rindió testimonio, confirmando la
verdad con el don de la vida. La Iglesia propone numerosos santos y santas como Juan Nepomuceno y santa
María Goretti, que prefirieron la muerte antes que cometer un pecado mortal.
92. El martirio es, pues, exaltación de la perfecta humanidad y de la vida de la persona.
93. El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia. .Su testimonio tiene un valor a fin de que no
sólo en la sociedad civil sino también intraeclesialmente no se caiga en la confusión del bien y del mal. Existe
un testimonio de coherencia para todos los cristianos el deber de estar dispuestos a amar las dificultades a la
vista del premio eterno.
94. La voz de la conciencia ha recordado siempre que hay verdades y valores morales por los cuales se debe
estar dispuestos a dar incluso la vida.
Las normas morales universales e inmutables al servicio de la persona y de la sociedad
95. La maternidad de la Iglesia no puede separarse de su misión docente. Como maestra, no se cansa de
proclamar la norma moralDe tal norma la Iglesia no es la autora ni el árbitro. La verdadera comprensión debe
significar amor a la persona. Y esto no se da, escondiendo la verdad moral. Cristo fue intransigente con el
mal, pero misericordioso con las personas.
96. La firmeza de la Iglesia está al servicio de la verdadera libertad del hombre y a la sociedad como tal. Ante
las exigencias morales todos somos iguales.
97. Las normas morales, manifiestan su significado y su fuerza personal y social. Las autoridades civiles y los
individuos jamás están autorizados a transgredir los derechos de la persona. Sólo una moral que reconoce
normas válidas siempre y para todos, garantiza el fundamento ético de la convivencia social.
La moral y la renovación de la vida social y política
98. Ante las graves formas de injusticia social y económica, aumenta la indignada reacción de personas
humilladas y oprimidas en sus derechos y se agudiza la necesidad de una radical renovación personal que
asegure la justicia.
99. El Bien supremo se encuentra en la verdad de Dios. Sobre esta verdad es posible construir una sociedad
renovada. La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, en la negación de la dignidad trascendente de la
persona humana.
100. El catecismo de la Iglesia afirma: es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos,
reducirlos mediante la violencia a la condición de objetos de consumo o a una fuente de beneficios.
101. Existe hoy el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético. Una democracia sin valores se
convierte con facilidad en un totalitarismo.
Gracia y obediencia a la ley de Dios
102. Incluso en las situaciones más difíciles, el hombre debe observar la norma moral. ¿De dónde proviene
esta división del hombre? Cuando deja de reconocer al Señor como a su Creador, y quiere ser él mismo quien
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decide, sobre lo que es bueno y malo. La observancia de la ley de Dios, puede ser difícil, más Dios no manda
cosas imposibles, Él te ayuda.
103. Es en la cruz, en el don del Espíritu Santo y en los sacramentos, donde el creyente encuentra la gracia,
para cumplir la ley santa de Dios.
104. La misericordia de Dios se abre para el pecado del hombre que se convierte. Es inaceptable quien hace
de su debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, esta actitud corrompe la moralidad de la sociedad porque
enseña a dudar de la objetividad de la ley moral. Hay necesidad de redención (Cf. Lc. 18,13).
105. No hay que pretender eliminar la conciencia del propio limite y del propio pecado.
Moral y nueva evangelización
106. El desafío es presentar el evangelio siempre nuevo, en su ardor en sus métodos y en su expresión. Las
tendencias subjetivistas, utilitaristas y relativistas se presentan como concepciones teóricas.
107. La evangelización comporta también el anuncio y la propuesta moral. Propone los fundamentos de la
moral, desde la palabra y desde la santidad de vida. La Iglesia invita a buscar en los santos el modelo de una
vida según los mandamientos de Dios.
108. En la raíz de la nueva evangelización, está el espíritu de Cristo, principio y fuerza de la fecundidad de la
Iglesia, en el contexto vivo de esta nueva evangelización, destinada a generar y a nutrir la fe que actúa por la
caridad, corresponde a la Iglesia la reflexión teológica sobre la vida moral.
El servicio de los teólogos moralistas
109. Se manifiesta el sentido sobrenatural de la fe cuando todo el pueblo: Desde los obispos hasta el último
laico muestran estar de acuerdo en cuestiones de fe y moral. Es en la búsqueda de la comprensión de la fe
donde se sitúa la vocación del teólogo en la Iglesia. El Teólogo en comunión con el Magisterio debe
profundizar en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia, para dar cuenta de su esperanza (Cf. 1
Pe 3, 15).
110. Lo dicho acerca de la teología en general vale para la teología moral, entendida en su especificidad de
reflexión científica sobre el evangelio como don y mandamiento de vida nueva, sobre la verdad en el amor (Ef
4, 15). No sólo en el ámbito de la fe sino también en lo moral interviene el Magisterio de la Iglesia, quien ha
de discernir los juicios normativos para la conciencia de los fieles. El teólogo moralista debe exponer la
doctrina de la Iglesia y dar asentimiento leal a la enseñanza del magisterio, tanto en el dogma como en lo
moral.
111. El servicio del teólogo moralista es de primordial importancia, no sólo para la vida y misión de la Iglesia
sino también para la sociedad y la cultura humana. Puesto que la doctrina moral de la Iglesia implica una
dimensión normativa no se reduce a una ciencia humana, no se subordina a otras ciencias humanas aunque se
sirva de ellas.
112. Los principios morales no son dependientes del momento histórico en el cual vienen a la luz. La teología
moral mira a la dimensión espiritual del corazón humano y su vocación al amor divino, por lo que no compete
a los métodos empírico formales. El evangelio revela la verdad la verdad integral sobre el hombre y su camino
moral, amonesta a los pecadores y les recuerda la alegría del perdón.
113. Si los conflictos de opinión representan la normalidad en el contexto de una democracia, la doctrina
moral no depende del simple respeto de un procedimiento democrático. El disenso es contrario a la comunión
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eclesial. El teólogo debe comprometerse a exponer la doctrina sin lesionar la fe.
Nuestras responsabilidades como Pastores
114. La responsabilidad de la fe y la vida de fe del pueblo pesa de forma peculiar sobre los pastores, ellos
predican la fe que hay que creer y llevar a la práctica, ellos deben mostrar el camino que conduce a Dios.
115. A la luz de la Revelación y de la enseñanza de la Iglesia (especialmente del Concilio Vaticano II) se ha
propuesto valoraciones en esta encíclica, sobre algunas tendencias actuales en la teología moral, para ayudar
nuestro común discernimiento.
116. Es deber de los obispos, vigilar para que la Palabra de Dios sea enseñada fielmente, ayudado por los
teólogos, pero sus opiniones no constituyen la regla ni la norma de la enseñanza de la Iglesia. Su autoridad
deriva de la fidelidad a la fe recibida de los apóstoles.
117. Cuando los hombres presentan a la Iglesia las interrogantes de su conciencia, en su respuesta está la voz
de Jesucristo, de la verdad sobre el bien y el mal. En la unción del Espíritu Santo, sus palabras suaves y
exigentes se hacen luz y vida para el hombre.
Conclusión
María Madre de misericordia
118, 119 Y 120. Ningún pecado del hombre puede cancelar la misericordia de Dios, con tal de que lo
invoquemos. Su misericordia para nosotros es redención. A María se encomienda la vida moral de los
creyentes; a su certeza de fe se debe su profunda humanidad y extraordinaria sencillez, ella es Madre de
misericordia porque Jesús le confía a su Iglesia y toda la humanidad. Ella se nos entrega como Madre que nos
alcanza la misericordia divina.
María es signo luminoso y ejemplo preclaro de la vida moral.
Cultura cristiana
Aunque el evangelio no se identifica con ninguna cultura, debe sin embargo inspirarlas, para transformarlas
desde dentro. El mensaje de Cristo debe penetrar en las conciencias de las personas y se proyecta en el ethos
de un pueblo. La nueva evangelización ha de proyectarse sobre la cultura. Hay que anunciar a Cristo en todas
las culturas, esto exige el discernimiento de las culturas como realidad humana. La ausencia de valores
cristianos en la cultura de la modernidad a llevado a muchos al indiferentismo religioso. Frente a la diversidad
de opciones que hoy se ofrece se requiere, una renovación pastoral mediante el discernimiento evangélico.
Hay que intensificar el diálogo entre las ciencias y la fe. La cultura moderna parece no tener referencia a la
dimensión moral. Sólo el evangelio de Cristo es capaz de dar respuesta adecuada a al actual crisis de la
cultura. La evangelización de la cultura es un esfuerzo por comprender las mentalidades y las actitudes del
mundo actual e iluminarlas desde el evangelio. Los medios de comunicación revisten importancia de primer
orden. Ejemplos de inculturación del evangelio, son las manifestaciones en defensa del hombre y de su
entorno. Santa María de Guadalupe ofrece un ejemplo de evangelización perfectamente inculturada.
Una nueva era bajo el signo de la esperanza
¿Cuál es el camino, que ha de seguir la Iglesia en América Latina? Una Iglesia viva y dinámica, que crece en
la fe, se santifica, ama, sufre, se compromete y espera en su Señor. La tarea es ardua, pero es marcada bajo el
signo de la esperanza, que viene de Cristo resucitado. La nueva evangelización requiere una renovación de
toda la Iglesia diocesana, las parroquías, los movimientos de los fieles laicos, deben ser siempre evangelizadas
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y evangelizadoras. La Eucaristía debe ser el centro y la comunión con los pastores en sintonía con el
Magisterio de la Iglesia. Debe promoverse las vocaciones sacerdotales y religiosas, e impulsar la formación en
los seminarios y la formación permanente del clero. La acción evangelizadora está sostenida por los santuarios
de vida contemplativa. En un continente joven a los jóvenes hay que presentarles la belleza de la vocación
cristiana. Todos estamos llamados a construir la civilización del amor en este continente de la esperanza. La fe
se fortalece dándola. La primera forma de evangelización es el testimonio (salvación mediante las obras y la
coherencia de vida).
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