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Azucenas
16 de mayo de 2011
La gaceta
pisoteadas
Símbolo de pureza,
los lirios blancos
se reservan para
los funerales de las
doncellas. Pero si el
respetable ríe cuando
Bernarda Alba pide
que amortajen a su hija
suicida y declara airosa
que ha muerto virgen,
¿de quién es la culpa?
VERÓNICA DE SANTOS
E
5
El elenco de esta
versión de La
casa de Bernarda
Alba.
Foto: Archivo
teatro
n diciembre de 2009 Charlotte Higgins
publicó en The Guardian una guía
para ver teatro en idiomas extranjeros.
“Limítate a los clásicos, o a obras de las
que puedas hallar el texto”, es el primer consejo. “Asegúrate de leerla casi inmediatamente
antes de verla”, continúa. Una vez impregnado
en la mente el argumento y eso impalpable que
late tras las palabras, lo único que queda es lanzarse con valentía a la butaca y abrir los ojos al
escenario.
Si los diálogos flotan fuera de nuestra comprensión explícita, los sentidos se enfocan a
otros aspectos del drama: el tono y volumen de
las voces, el lenguaje corporal y los desplazamientos en el espacio escénico, por no mencionar el diseño sonoro, los decorados y el vestuario. Sin embargo, esto también puede ocurrir
con los clásicos en lengua propia. Sobre todo
si el espectador ha tenido más contacto con el
texto que con sus montajes.
La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca es uno de esas obras más leídas que
vistas. Con el subtítulo “Drama de mujeres en
los pueblos de España”, trata de las imbricadas
y podridas relaciones entre cinco hermanas
solteronas y asfixiadas por la mano dura de su
madre cuando aparece un gallo en el corral:
Pepe el romano, quien pretende a la mayor
(Angustias) por su dote, pero seduce a la menor
(Adela) por sus encantos.
Las de en medio (Magadalena, Amelia, Martirio) se retuercen de envidia y bordan un sutil
encaje de odios y chismes que la criada (Poncia)
capta e interpreta como un catalizador. Siguien-
do la tradición de Shakespeare, el más humilde
(y humillado) de los personajes es el único que
sabe la verdad. La cruda relación entre clases sociales en pleno franquismo es quizás una de las
punzadas más directas de este “documental fotográfico”, como también lo declaró el autor. Más
aún, María Josefa, la abuela senil vaga como un
fantasma lastimero perdido en el juego de las niñas que mecen lo que sea como a un bebé.
Pero Pepe el romano no sale nunca en escena, aunque su presencia es absoluta como la de
Bernarda, la tirana que ha impuesto ocho años
de luto por la muerte de su segundo marido y
que por poco lleva bigote corto y levita como el
generalísimo.
Los martes de mayo a las 20:30 horas el Teatro Experimental alberga una nueva adaptación
de este clásico de la Generación del 27, bajo la
dirección de Carlos Esqueda. La noche del estreno, el calor seco de estos días podía haber
encontrado espejo bajo los reflectores a pesar
de la intensa ventisca del aire acondicionado en
el balcón. Pero el ominoso verano del llano no
pesó sobre los cuerpos de unas actrices demasiado homogéneas, como tampoco mostraron el
opresivo recato obligado por los modos del régimen que se supone sufrían; ni el vestuarista
supo modernizar el luto impuesto: los vestidos
son sin duda hermosos y acordes a la intención
modernizadora que anuncia el programa de
mano, pero en nada ayudan a construir el ambiente constreñido y lapidario que denunciaba
Lorca, y el cual habría de fusilarlo el mismo año
en que escribió esta obra, 1936.
Excepción hecha con Azucena Evans en el
papel de La Poncia, las mujeres en escena no
causaron entre los espectadores lo que debían:
nadie tembló ante Bernarda, nadie sintió pena
por las vanas ilusiones de Magdalena, nadie
se inflamó con la rebeldía de Adela, ninguna
tensión nos impactó cuando grita voz en cuello
“¡Esto hago yo con la vara de la dominadora!”
al descubrir sin arrepentimiento su voluptuosa
traición, mientras alza el cayado de la madre
para luego quebrarlo y verlo, atónita, ser reemplazado por una escopeta.
Nadie lamentó su desesperado ahorcamiento tras creer que Bernarda había sido certera al
disparar a Pepe. Ni la más mínima congoja ni la
más mínima sorpresa inmutó las butacas cuando en una esquina aparecieron los pies colgantes de su cadáver y todos los personajes se convirtieron en burdas plañideras. Sólo una risa
irónica fue y vino sobre el último diálogo antes
del telón: “¡Nos hundiremos todas en un mar
de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba
ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio,
silencio he dicho. ¡Silencio!”. [
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