El fuego joven de la vieja guitarra - Centenario

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El fuego joven de la vieja guitarra
jue, 29 de mayo de 2008
EL NUEVO DIA / NOTICIAS
Por: Mari Mari Narváez
Especial para El Nuevo Día
"Tienes cuatro voces, cuatro notas simultáneamente con dos manos. Es un instrumento muy intelectual que
requiere una gran separación de todo lo que está sucediendo".
Existe un exceso, una cierta contundencia en la naturaleza de José Antonio López. Es algo que puede llegar
a la contradicción si se le miran las manos cuando toca las cuerdas. Y es que tanta vehemencia no
corresponde a la sutileza de su maniobra con la guitarra.
Sin embargo, a la larga, esos dos polos se reconcilian. El individuo vocal y fiero se apacigua; el guitarrista
arrecia su paso por las cuerdas. Cuando esas fronteras se derrumban, ya no se sabe bien si instrumento y él
fueron alguna vez asuntos separados.
No tiene cuarenta años y ya tiene tres discos de guitarra clásica, dos libros, es catedrático asociado en el
Recinto Universitario de Mayagüez y domina todo el repertorio guitarrístico. El 8 de junio ofrecerá un
concierto como solista en el Carnegie Hall en Nueva York, lo que finalmente ha volcado la atención de los
medios en Puerto Rico sobre su talento y trayectoria.
"El respaldo recibido me ha hecho sentir como si fuera un embajador de la guitarra puertorriqueña en la
mejor sala de conciertos del mundo, y eso me lo tomaré muy en serio", dice.
Tenía 17 años cuando se mudó a Michigan para terminar la escuela superior. Un día, durante una entrevista
de trabajo en un restaurante, la mirada se le escapaba hacia un hombre que tocaba una guitarra. Esa noche
se dio cuenta de que aquel era Gustavo López, de Los Tres Ases. Al otro día se le acercó: "Usted y yo
tenemos que hablar", le dijo. "Terminamos hospedándonos juntos. Gustavo se impresionaba porque yo
podía tararearlo todo, los puntitos, todo lo que hacía Juan Neri pero con exactitud, pasajes bien rápidos. Me
decía: 'Maestro, usted tiene un oído del carajo'".
El día que Gustavo le puso una guitarra en las manos, "Fuá. Todo me sonó, así. Tan pronto la cogí, me dije:
'Esto era lo que yo venía buscando'. Vi mis manos y pensé: 'Aquí tiene que haber algo".
Ya en aquel entonces, Josean era esencialmente lo que sigue siendo hoy: un muchacho eufórico, optimista,
con espíritu de viejo. Un apasionado de los boleros y las guayaberas, del patriotismo y la pedagogía. Un
hombre obsesionado con una guitarra.
Hizo su bachillerato en el Conservatorio de Música de Puerto Rico, la maestría en Arizona, y el doctorado en
dirección instrumental, educación y guitarra clásica en la Universidad de Indiana.
"En la guitarra clásica tú haces la melodía, el acompañamiento, las voces externas e internas, haces líneas
del bajo, todo en un solo instrumento", explica. "Eso lo hace bien complejo. Para que suene una nota, tienes
que pisar un dedo en la mano izquierda para pulsarlo en la derecha. Entonces tienes cuatro voces, cuatro
notas simultáneamente con dos manos. Es un instrumento muy intelectual que requiere una gran separación
de todo lo que está sucediendo".
Cree que no se puede ser artista si no se asumen riesgos, y por eso, cada pieza que estudia es una especie
de búsqueda.
"Si yo tengo una obra de Ernesto Cordero, compositor puertorriqueño mundial de la guitarra clásica, en el
arte está mi responsabilidad de decir: '¿Qué fue lo que él hizo aquí? Pues yo voy a llevar esto a un nivel que
él no se imaginó nunca. Voy a hacer esta obra mía. Si usted va a un concierto mío y toco a Piazzolla, yo no
quiero que usted escuche a Piazzolla, quiero que me escuche a mí. Que usted sepa que está Piazzolla allí
pero al que usted está escuchando es a fulano de tal. No aporto nada al arte si cuando toco a Ernesto
Cordero, no hago cosas que él mismo diga: 'Wow, superó mi intención composicional'".
No sabe exactamente por qué se enamoró de su instrumento. "Es como los seres humanos. Con una es y
con una es. A mí no me pasó con otro".
Vuelve a agarrar la guitarra. "Escucha esto". Toca una nota, la más simple, y el sonido se extiende en algo
más tenue, pero vibrante. Interioridad, le llama él. Es lo que le gusta de su guitarra. Lo dice con esa
certeza.
"Es lo que yo llamo que tiene alma. ¡En mi vida he tocado una guitarra de rock! ¡Eso no suena! Hay que
enchufarlo. Esto lo toco con mis dedos. Y lo tienes pegado al corazón. Mi hija toca la guitarra por una sola
razón: para que sienta eso. No es lo mismo tú emocionarte escuchando la música que tocándola. Le digo:
'Según yo te enseño que apagues la luz, así mismo vas a tocar 'Recuerdos de la Alhambra', vas a tocar todo.
No hay opciones'".
A veces cree que cada vez existen menos retos. Pero el instrumento siempre le esconde algo. Y lo
sorprende.
Le pregunto si sabe lo que busca cuando toca, a dónde quiere llegar.
"Tengo una idea pero no, no sé. Algo de menor a mayor y es una cosa muy emocional. Subo y regreso. Pero
el punto climático viene por ahí y yo no sé si lo voy a atacar fuerte o más bajo o cómo. Es algo del
momento. Ya tú sabes que vas a levitar, no sabes a qué nivel, pero sabes que vas a levitar".
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