Población Campesina y Cultura

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POBLACIÓN
CAMPESINA Y CULTURA
El objetivo de este texto es plantear una aproximación hacia la cultura campesina más allá de los
estudios descriptivos, los análisis socioeconómicos y los estudios enmarcados en el conflicto
armado interno. En este sentido, esta consultoría entrega elementos para entender la cultura
como un elemento importante en la cohesión de esta población, al igual que en un factor
determinante para el empoderamiento de la población campesina.
República de Colombia
Ministerio de Cultura
MARIANA GARCÉS CÓRDOBA
Ministra de Cultura
MARÍA CLAUDIA LÓPEZ SORZANO
Viceministra de Cultura
ENZO RAFAEL ARIZA AYALA
Secretario General
MOISÉS MEDRANO BOHÓRQUEZ
Director de Poblaciones
CAMILO A. HURTADO
Consultor
Cualquier visión u opinión expresada en este documento no refleja necesariamente la posición o
políticas del Ministerio de Cultura
Contenido
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................. 4
SITUACIÓN SOCIOECONÓMICA DEL CAMPESINADO EN COLOMBIA ............................................... 6
POBLACIÓN CAMPESINA Y CONFLICTO ARMADO. LA CULTURA Y LA VIOLENCIA POLÍTICA ............ 23
ASPECTOS CULTURALES DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES CAMPESINOS ...................................... 35
LA CUESTIÓN CULTURAL DE LA TIERRA ......................................................................................... 40
LINEAMIENTOS DE POLÍTICA PÚBLICA .......................................................................................... 46
BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................................................. 49
INTRODUCCIÓN
Al hablar de población campesina, no se pueden evitar los estudios económicos sobre el
desarrollo socioeconómico del sector agrícola y los análisis que se han hecho sobre los efectos del
conflicto armado interno y la violencia política en las áreas rurales colombianas.
Durante los últimos 50 años el campo ha sido visto casi exclusivamente desde estas dos
perspectivas, pero aún hoy, en pleno siglo XXI, el campo colombiano sigue siendo un lugar pobre
y el escenario de un conflicto armado interno que parece no encontrar alternativas de solución.
Buena parte de los estudios económicos sobre el sector agrícola plantean que una reforma agraria
que cambie la estructura de tenencia de la tierra solucionaría los problemas que desde principios
del siglo XX afectan a las poblaciones rurales.
Por su parte, los analistas del conflicto armado piensan que en la solución de este conflicto están
las bases para la solución del problema agrícola. Sin embargo, los dos planteamientos se asemejan
bastante, puesto que gran parte del conflicto armado interno, es precisamente un conflicto
relacionado con las estructura de la tenencia de la tierra en Colombia.
Aunque estos dos enfoques han logrado un desarrollo bastante interesante y han permitido
entender lo complejo del desarrollo agrícola en un país con una estructura tan inequitativa de la
tenencia de la tierra y con un conflicto armado tan enquistado en la sociedad rural, han hecho que
otro tipo de enfoques, que también puedan aportar a la solución del problema agrícola
colombiano, no hayan logrado consolidarse discursivamente.
Más allá de los estudios descriptivos sobre las manifestaciones culturales campesinas, los cuales
buscan ubicar geográfica y cronológicamente a los y las campesinas en el mapa y en la historia de
la ruralidad colombiana, son muy escasos los estudios que analizan la cultura campesina a
profundidad, observando, precisamente, los efectos que la pobreza prolongada y el conflicto
armado interno, como fenómenos sociales, han tenido en esta heterogénea población.
El objetivo de este texto es plantear una aproximación hacia la cultura campesina más allá de los
estudios descriptivos, los análisis socioeconómicos y los estudios enmarcados en el conflicto
armado interno. En este sentido, el enfoque será multidisciplinar, crítico y constructivo. De esta
forma, se entregarán elementos para entender la cultura como un elemento importante en la
cohesión de esta población, al igual que en un factor determinante para el empoderamiento de la
población campesina.
Para lograr este objetivo, este informe está organizado de la siguiente manera. En la primera parte
se analiza la situación socioeconómica de las y los campesinos colombianos a partir de estadísticas
oficiales e investigaciones independientes de organizaciones no oficiales que han estudiado esta
población. Paralelamente, se hace un recorrido por el marco jurídico y las políticas públicas más
relevantes que se han promulgado e implementado para esta población. En esta primera parte
también se profundiza sobre la situación socioeconómica de las mujeres campesinas, al igual que
sobre la población afrocolombiana e indígena.
La segunda parte es un análisis de la población campesina en el marco del conflicto armado
interno y de la cultura de la violencia política que se ha generado a partir de este conflicto.
A partir de una revisión estadística que muestra algunos de los efectos del conflicto armado
interno en la población campesina, al igual que la inequitativa distribución de las tierras
productivas, se enmarca la discusión para luego avanzar hacia un estudio comparado que muestra
los efectos del conflicto armado en las comunidades campesinas de Perú, Guatemala y El Salvador.
Por último, esta segunda parte analiza los factores determinantes del conflicto armado en el orden
social establecido por los grupos armados al margen de la ley para terminar con una revisión
crítica a la llamada ley de víctimas (Ley 1448, 2011) la cual busca la reparación integral de la
población víctima del conflicto armado interno, que en su mayoría es población campesina.
La tercera parte del documento es una síntesis del movimiento social campesino, en donde se
hace énfasis en la evolución la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC y en el Comité
de Integración del Macizo Colombiano. De igual forma se muestran los factores internos y
externos que desarticularon este movimiento social desde los años 80 y 90 .
El último capítulo trata la cuestión cultural de la tierra, haciendo un análisis de dos reconocidas
manifestaciones culturales campesinas como lo son la música “guasca” y la música “carranga”. En
la última parte de este capítulo se hace un análisis de las diferencias existentes entre la
concepción de la tierra según los indígenas y según los campesinos, buscando así una comprensión
más específica del movimiento social campesino.
Para terminar, en la última parte se hace algunos lineamientos de política pública, que buscan
orientar las decisiones que sobre la población campesina se tomen en el sector cultural.
Aunque en este punto se busca hacer recomendaciones que se puedan llevar a cabo desde el
Ministerio de Cultura, es importante mencionar que también se mencionan instituciones como el
Ministerio de Agricultura o el INCODER, las cuales son entidades de capital importancia en el
sector agrícola colombiano y que por lo tanto se hacen imprescindibles en la articulación
institucional necesaria para fundamentar unas políticas culturales dirigidas al sector agrícola, que
cuenten con una sólida plataforma institucional y con una legitimidad ante el heterogéneo sector
agrícola.
SITUACIÓN SOCIOECONÓMICA DEL CAMPESINADO EN COLOMBIA
Actualmente la población colombiana es más urbana que rural. Las estadísticas oficiales,
consolidadas por el DANE, al igual que el reciente Informe de Desarrollo Humano del PNUD así lo
muestran. Aunque existe un debate reciente sobre el índice de ruralidad (IR) entre el gobierno
nacional y las Naciones Unidas, en las dos fuentes de información la población rural es menor que
la urbana ( Ver tabla 1).
TABLA 1
ÍNDICES DE RURALIDAD COMPARADOS
DANE Vs PNUD
POBLACIÓN
DANE
PNUD
URBANA
75%
68%
RURAL
25%
32%
TOTAL
100%
100%
FUENTES: DANE- Encuesta Nacional de Hogares 2005 y PNUD Informe
Nacional de Desarrollo humano 2011
En este sentido, el Censo General de población del año 2005 muestra que la población total
censada compensada es de 42.090.502 habitantes, de los cuales 31.566.276 (75%) viven en zonas
urbanas; mientras que 10.524.226, ó sea el 25%, viven en zonas rurales ( ver tabla 1). (DANE,
2005).
TABLA 2
NÚMERO Y PORCENTAJE DE PERSONAS QUE
VIVEN EN ZONAS URBANAS Y RURALES- 2005
ITEM
NÚMERO
PORCENTAJE
CABECERA (URBANA)
31.566.276
75%
RESTO (RURAL)
10.524.226
25%
TOTAL
42.090.502
100%
FUENTE: DANE- Censo General de población 2005
Sin embargo, como bien lo muestra el Informe de Desarrollo Humano 2011 realizado por el PNUD,
“Colombia es un país más rural de lo que pensamos o de lo que queremos creer, pues las tres
cuartas partes de los municipios del país son predominantemente rurales (75%), allí viven el 31,6
% de la población y sus jurisdicciones ocupan el 94,4% del territorio nacional”. (PNUD, 2011: 18)
La dicotomía que históricamente ha existido entre lo rural y lo urbano, donde lo urbano se
percibe como civilizado, mientras lo rural simboliza lo opuesto, ha generado una distancia
importante entre las poblaciones urbanas y las poblaciones campesinas. Sin embargo, en el caso
de Colombia esto no es únicamente un imaginario, sino que ha sido una iniquidad que se ha
materializado en una grave falta de oportunidades socioeconómicas para la población campesina.
El índice usado por el PNUD para medir las tendencias socioeconómicas de una determinada
población es el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Este indicador permite ver en conjunto los
avances y las limitaciones socioeconómicas de una determinado grupo de habitantes, incluyendo
aspectos como la pobreza, la esperanza de vida y el nivel educativo.
En este sentido y observando comparativamente a Bogotá como gran centro urbano del país y los
departamentos de Caquetá, Chocó, La Guajira y Putumayo, como departamentos
mayoritariamente rurales, podemos ver que mientras Bogotá está por encima del promedio
nacional, el cual es de 0.840, los cuatro departamentos elegidos están muy por debajo de este
promedio ( Ver gráfico 1)
GRÁFICO 1
COMPARATIVO ÍNDICE DE DESARROLLO HUMANO POR DEPARTAMENTO
Y PROMEDIO NACIONAL – 2010
1
0,9
0,8
0,7
0,6
0,5
0,4
0,3
0,2
0,1
0
0,84
0,904
0,752
Promedio
Nacional
Bogotá
Caquetá
0,731
Chocó
0,691
0,759
La Guajira Putumayo
FUENTE: cálculos INDH 2011, a partir de proyecciones de población, Estadísticas Vitales, Cuentas
Nacionales y Encuesta Nacional de Hogares DANE.
Otro de los indicadores usados por las Naciones Unidas , el cual se constituyó en el año 2000
como un acuerdo universal para evaluar la calidad de vida y los avances sociales de las distintas
sociedades y culturas que habitan el mundo, son los llamados ocho (8) objetivos de desarrollo del
milenio (ODM). Estos objetivos, los cuales fueron ratificados por 189 países incluyendo el Estado
colombiano, buscan (1) erradicar la pobreza extrema y el hambre, (2) garantizar la educación
básica universal, (3) promover la equidad de género y la autonomía de las mujeres (4) reducir la
mortalidad infantil, (5) mejorar la salud materna, (6) combatir el VIH-Sida, la malaria y otras
enfermedades, (6) garantizar la sostenibilidad del medio ambiente (8) y promover una asociación
mundial para el desarrollo.
Este indicador fue utilizado de forma comparativa por el PNUD en el Informe Nacional de
Desarrollo Humano 2011, Colombia rural. Razones para la esperanza, para observar que diferencia
había en el cumplimiento de estos objetivo entre los centros urbanos, los centros de ruralidad
intermedia y los municipios de alta ruralidad ( ver tabla 3).
TABLA 3
LOS ODM POR GRUPOS DE MUNICIPIOS SEGÚN EL ÍNDICE DE RURALIDAD
CENTROS URBANOS
CENTROS
INTERMEDIOS
MUNICIPIOS DE ALTA
RURALIDAD
PROMEDIO
CATEGORÍAS
PERSONAS EN
PROBREZA POR
NBI (TOTAL)
TASA DE
COBERTURA
BRUTA EN
EDUCACIÓN
MEDIA 2009
TASA DE
MORTALIDAD EN
ATENCIÓN
VIOLENCIA DE
MENORES DE 5 INSTITUCIONAL
PAREJA CONTRA
AÑOS POR 1000
DEL PARTO
LA MUJER POR
NACIDOS VIVOS
2008
10.000 MUJERES
TASA DE
MORTALIDAD
POR VIH/SIDA
POR 100.000
HABITANTES
HOGARES EN
DÉFICIT
CUALITATIVO
2005
33,42
74,39
17,23
17,39
91%
3,62
35,12
50,14
58,1
10,62
21,07
85%
1,94
54,21
74,66
27,52
9,03
39,09
72%
2,57
61,85
FUENTE: Cálculos PNUD-IDH, proyecto ODML con base en cifras oficiales. Informe nacional de
Desarrollo Humano 2011
Los resultados de este proceso comparativo son contundentes, mientras el cumplimiento de los
ODM en los centros urbanos es hasta cierto punto exitoso, en los centros intermedios y en los
municipios de alta ruralidad es muy precario. Tres caso resaltan en este estudio comparativo: en
los centros urbanos en promedio la pobreza es 2,3 veces menor en comparación con los
municipios de alta ruralidad. Con respecto a la educación media ( año 2009), los municipios de alta
ruralidad tiene una tasa 2,7 menor que la de los centros urbanos. Por último, la mortalidad de
menores de 5 años, evidencia como los niños y niñas de los municipios de alta ruralidad se mueren
2,4 veces más que los niños y niñas de los centros urbanos.
El ejercicio comparativo realizado por el PNUD para este informe muestra claramente la iniquidad
de oportunidades entre los habitantes de los centros urbanos y los municipios de alta ruralidad.
De esta forma, estas reflexiones permiten continuar con el debate sobre las características de las
políticas sociales dirigidas a las poblaciones rurales de nuestro país, las cuales no sólo tienen que
tomar en cuenta el desarrollo económico de estas regiones, sino también el desarrollo social y la
mejora de la calidad de vida de las familias campesinas de nuestro país.
A esta iniquidad existente entre la población urbana y la población campesina, hay que sumarle la
reducción en la participación en el PIB que ha tenido el sector agrícola durante los últimos 20
años. Mientras en el año 1991 la participación del sector agrícola en el Producto Interno Bruto del
país fue del 10.89 % , para el año 2009 esta participación descendió a 8,55%, que en términos
macroeconómicos es una disminución bastante significativa. (Ver gráfico 2)
GRÁFICO 2
PARTICIPACIÓN DEL PIB AGROPECUARIO EN EL TOTAL
COMPARATIVO 1991,1998, 2001 Y 2009
10,89
11
10,5
9,73
10
9,13
9,5
8,55
9
8,5
8
AÑO 1991
AÑO 1998
AÑO 2001
AÑO 2009
FUENTE: INDH 2001 CON BASE EN DANE. CUENTAS NACIONALES
En este punto, es importante señalar una diferenciación hecha por Raúl Bernal e Iván Cardona
Landínes en su consultoría sobre políticas agropecuarias contratada por OXFAM, donde se
menciona que “Los pequeños productores constituyen la mayoría de los productores
agropecuarios del país (87%) y producen alrededor del 40% de los productos de la canasta básica
alimentaria del país. Sin embargo, las familias campesinas sobreviven en promedio con ingresos de
US$ 130 dólares mensuales” (OXFAM, 2009)
Por otra parte, al observar la población campesina desde un enfoque de género, saltan a la vista
otro buen número de fenómenos que evidencian que las iniquidades propias que se dan entre los
habitantes rurales y urbanos, se agudizan aún más en el caso de las mujeres campesinas.
Según el censo general del año 2005, la población campesina colombiana asciende a 10.524.226
personas, de las cuales un 47.5%, ó sea 4.999.007, son mujeres y 5.525.219 son hombres ( ver
tabla 4). Esta tendencia es muy similar a la latinoamericana, que según el estudio de la CEPAL y la
FAO sobre empleo campesino en Latinoamérica, muestra que el porcentaje de mujeres
campesinas es del 48%, mientras la población masculina es de 52% ( ver tabla 5)
TABLA 4
NÚMERO Y PORCENTAJE DE POBLACIÓN RURAL
COLOMBIANA SEGÚN SEXO- 2005
MUJERES
HOMBRES
NÚMERO
4.999.007
5.525.219
PORCENTAJE
47.5%
52.5%
TOTAL
10.524.226
100%
FUENTE: DANE - Censo General de población 2005
Aunque estas estadísticas nos dejan ver una homogeneidad de género en la población rural, esta
homogeneidad no se materializa en las oportunidades para las mujeres rurales. Según el
documento estadístico sobre la situación de las mujeres rurales en Colombia, publicado en el año
2007 por la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas FAO, la
participación económica de la mujeres rurales en Colombia es mucho menor que la de los
hombres.
TABLA 5
NÚMERO Y PORCENTAJE DE POBLACIÓN RURAL
LATINOAMERICANA SEGÚN SEXO- 2009
MUJERES
HOMBRES
NÚMERO
58.000.000
63.000.000
PORCENTAJE
48%
52%
TOTAL
121.000.000
100%
FUENTE: CEPAL y FAO- El empleo de la mujeres Rurales 2009
Mientras los hombres tienen una participación del 29.2 % en las actividades propias del sector
rural (agricultura, ganadería, caza y pesca), las mujeres apenas alcanzan un 6.5%, lo que deja ver
una iniquidad importante. Esta situación se evidencia aún más si comparamos, por ejemplo, la
participación de las mujeres en otras actividades económicas como el comercio al por mayor y al
por menor, hoteles y restaurantes; en donde la participación de las mujeres ( 30.5%) está
significativamente por encima de la de los hombres ( 22%). Esta comparación es relevante, puesto
que las actividades citadas en el segundo caso son propias de las zonas urbanas, mientras las
primeras pertenecen a la población rural. ( ver tabla 6)
TABLA 6
PARTICIPACIÓN Y CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN OCUPADA SEGÚN RAMA DE
ACTIVIDAD Y SEXO
TOTAL NACIONAL 2.005 – 2.006 (ENERO – ABRIL)
RAMA DE ACTIVIDAD
AGRICULTURA, GANADERÍA, CAZA Y PESCA
PARTICIPACIÓN %
CRECIMIENTO %
HOMBRES MUJERES HOMBRES MUJERES
29.2
6.5
- 1.4
- 1.6
COMERCIO AL POR MAYOR Y AL POR
MENOR, HOTELES Y RESTAURANTES
INDUSTRIA MANUFACTURERA
22.0
11.3
30.5
14.7
4.2
- 5.7
7.8
0.1
SERVICIOS COMUNALES, SOCIALES Y
PERSONALES
10.9
37.5
4.8
1.5
3.1
0.4
7.3
12.8
12.5
2.6
19.3
- 12.6
11.0
TRANSPORTE, ALMACENAMIENTO Y
COMUNICACIONES
10.5
CONSTRUCCIÓN
8.3
OTRAS RAMAS
7.8
FUENTE: DANE Encuesta continua de Hogares enero-marzo 2006
Otro de los fenómenos que afecta más a las mujeres rurales que a los hombres es el desempleo.
Según el Censo poblacional del año 2005, el porcentaje de las mujeres rurales que manifestaron
haber trabajado la semana anterior fue solamente del 11. 6% , mientras el número de hombre que
manifestaron esto mismo fue del 50,2 %. (ver gráfico 3)
Aunque en general el desempleo afecta más a las mujeres que a los hombres, haciendo una
comparación entre las áreas rurales y las áreas urbanas las diferencias son aún más profundas
entre las mujeres rurales y urbanas. ( ver gráfico 3)
GRÁFICO 3
PORCENTAJE DE MUJERES Y HOMBRES QUE MANIFESTARON HABER TRABAJADO LA SEMANA
ANTERIOR AL CENSO POR, ZONA Y GÉNERO- 2005
11,6
MUJERES (RURAL)
50,2
HOMBRES (RURAL)
29,2
MUJERES (URBANO)
47,5
HOMBRES (URBANO)
0
10
20
30
40
50
60
Fuente: DANE, Boletín Censo General 2005, Marzo 2007
Sin embargo, las mujeres rurales han empezado a ganarse su lugar en las sociedades agrícolas.
Según el DANE, en el área rural el 15.7% de las mujeres y el 16.1% de los hombres cursaron
primaria completa, el 2.9% de las mujeres y el 2.4% de los hombres tienen secundaria completa y
el 0.9% de las mujeres y el 0.8% de los hombres alcanzaron un nivel profesional.
Las carreras tecnológicas y de técnicos profesionales cuentan con muy bajos porcentajes en toda
Colombia. En la zona rural de los municipios, el 0.3% de las mujeres y el 0.2% de los hombres
cursaron carreras tecnológicas y el 0.5% de las mujeres y el 0.3% de los hombres son técnicos
profesionales.
Las anteriores estadísticas muestran que en aspectos como la educación, las mujeres rurales
tienen índices casi iguales y en ocasiones superiores a los hombres, lo que marca un buen
antecedente para mejorar la situación socioeconómica de las mujeres en las áreas rurales
Esta exploración basada en datos macroeconómicos y de bienestar nos permite observar que las
condiciones socioeconómicas de la población campesina Colombiana no son actualmente las
mejores.
La distancia que existe entre los centros urbanos y las áreas rulares se traduce en menos
oportunidades para los campesinos y campesinas. El interés que los distintos gobiernos tuvieron
alguna vez por el sector agrícola se desvaneció con los años, lo que ha afectado dramáticamente el
bienestar de la población rural.
Los actuales debates sobre el desarrollo económico muestran la importancia que recientemente
ha recobrado la ruralidad y el campesinado en nuestro país. Aunque por más de 15 años los
asuntos rurales estuvieron relegados a temas asociados al conflicto armado interno, últimamente
se ha dado una revigorización de los debates sobre esta población bajo un enfoque de desarrollo
económico y humano.
Esto se puede explicar en parte por la apuesta que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos
le ha hecho a temas como la minería y la agricultura tecnificada, que busca garantizar el
desarrollo de las poblaciones rurales colombianas. Sumado a esto, podemos ver dos factores que
también pueden explicar ese repentino interés por lo rural y lo campesino: la necesidad de
garantizar mano de obra rural para la producción agropecuaria ligada al reciente Tratado de Libre
Comercio con los Estados Unidos, al igual que la importancia que gradualmente ha tomado la
producción de alimentos a gran escala en un mundo que ya empieza a mostrar retrocesos en la
seguridad alimentaria para sus habitantes.
Aunque la situación de seguridad en las zonas rurales ha mejorado significativamente en los
últimos años, las consecuencias sociales, económicas, políticas y culturales que dejó el conflicto
armado interno aún no se han solucionado integralmente. La inequitativa distribución de las
tierras productivas, la pobreza de las áreas rurales y la falta de oportunidades de la población rural
en general, son temas que se deben abordar de forma integral y sostenida, puesto que de esto
depende la apuesta por el desarrollo agrícola que tiene el actual gobierno.
Por otra parte, la falta de conocimiento sobre las sociedades rurales y las culturas que se dan en
estas áreas del país es tan evidente, que no existen estadísticas consolidadas que muestren, por
ejemplo, el número de campesinos que a su vez se reconocen como indígenas o
afrodescendientes.
A partir de la constitución de 1991, las comunidades indígenas y los afrocolombianos lograron un
reconocimiento legal que les permitió fortalecerse colectivamente. Este fortalecimiento ha
permitido una revigorización de sus tradiciones culturales, al igual que un reconocimiento de su
historia común y de su papel en la construcción de Colombia como un país pluriétnico y
multicultural.
Según datos del DANE, con base en el Censo poblacional de 2005, 4,3 millones de personas, que
corresponden al 10,78 % de la población colombiana, se reconocen como afrodescendientes. Por
su parte, las comunidades indígenas suman 1,4 millones de personas, que equivalen a, 3,48 % de
la población total de Colombia. ( ver gráfico 5)
GRÁFICO 4
DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN COLOMBIANA,
POR PERTENENCIA ÉTNICA-2005
Sin pertencia étnica
3,48%
0,01%
Indígena
Rom
10,78%
85,73%
FUENTE: DANE- DATOS CENSO GENERAL 2005
Afrocolombianos
De acuerdo al documento Colombia una nación multicultural. Su diversidad étnica, consolidado
por el DANE a partir de los datos del Censo poblacional de 2005 “La mayoría de la población
indígena se ubica en el área rural del país en los resguardos indígenas legalmente constituidos, en
las parcialidades indígenas, o en territorios no delimitados legalmente. Se encuentran ubicados en
las regiones naturales como la selva, las sabanas naturales de la Orinoquia, los Andes colombianos,
en los valles interandinos y en la planicie del Caribe” ( DANE, 2007: 22)
Esta afirmación nos permite deducir, que en el caso de los pueblos indígenas, estos comparten sus
territorios y su cotidianidad con los campesinos que habitan estas regiones. La tabla 7 muestra los
departamentos del país donde se encuentran ubicados los resguardos indígenas, los cuales son en
gran proporción importantes áreas rurales de nuestro país. ( ver tabla 7)
Como bien muestra este cuadro, en la actualidad existen 710 resguardos titulados ubicados en 27
departamentos y en 228 municipios del país, los cuales ocupan una extensión aproximada de 34
millones de hectáreas, correspondiente al 29,8% del territorio nacional. (ver tabla 7)
En cuanto a las comunidades afrodescendientes, la situación es algo distinta. Este mismo informe
muestra que dentro de la población afrocolombiana se pueden identificar cuatro grupos
importantes: los que se ubican en el corredor del pacífico colombiano, los raizales del Archipiélago
de San Andrés Providencia y Santa Catalina, la comunidad de San Basilio de Palenque y la
población que reside en las cabeceras municipales o en las grandes ciudades.
Según la caracterización poblacional hecha por el DANE en año 2007, los afrodescendientes que
se ubican en el sector pacífico colombiano “residen tradicionalmente en la región occidental
costera de bosques húmedos ecuatoriales, cuencas hidrográficas, esteros, manglares y litorales;
tienen prácticas culturales propias de los pueblos descendientes de africanos entre las que se
destacan la música, las celebraciones religiosas y la comida; el cultivo de la tierra tiene raíces
fundamentalmente campesinas.
TABLA 7
TOTAL RESGUARDOS INDÍGENAS SEGÚN DEPARTAMENTO 2005
DEPARTAMENTO
No DE MUNICIPIOS
CON RESGUARDOS
No DE
RESGUARDOS
5
10
CESAR
11
20
LA GUAJIRA
5
3
MAGDALENA
3
1
SUCRE
19
42
ANTIOQUIA
3
3
CÓRDOBA
25
115
CHOCÓ
6
26
ARAUCA
6
3
NORTE DE SANTANDER
2
1
SANTANDER
2
1
BOYACÁ
10
45
CAQUETÁ
4
10
CASANARE
10
14
HUILA
6
20
META
10
26
AMAZONAS
6
25
GUAINÍA
4
24
GUAVIARE
4
3
VAUPES
4
32
VICHADA
5
6
CALDAS
3
5
RISARALDA
6
66
TOLIMA
26
83
CAUCA
NARIÑO
17
60
PUTUMAYO
13
55
13
23
VALLE DEL CAUCA
FUENTE: DANE- Proyecciones de población junio 30 de 2005
En esta región se encuentran los 132 Territorios Colectivos de Comunidades Negras titulados hasta
el día de hoy, los cuales ocupan un territorio de 4.717.269 hectáreas que corresponde al 4,13% de
las tierras del país ” ( DANE, 2007: 23) ( ver tabla 8)
Con respecto a las comunidades raizales del archipiélago de San Andrés, Providencia de raíces
culturales afro-anglo-antillanas, sus integrantes mantienen una fuerte identidad caribeña, con
rasgos socioculturales y lingüísticos claramente diferenciados del resto de la población
afrocolombiana. Utilizan el bandé, como lengua propia y como religión originaria la protestante.
(DANE, 2007: 24) En la comunidad de San Basilio de Palenque, en el municipio de Mahates,
departamento de Bolívar, se habla la otra lengua criolla afrocolombiana: el palenquero.
TABLA 8
TERRITORIOS COLECTIVOS DE COMUNIDADES NEGRAS (TCCN)
SEGÚN DEPARTAMENTO 2004
No DE
MUNICIPIOS
CON TCCN
No DE
TÍTULOS
No DE
COMUNIDADES
ÁREA TOTAL
EN
HECTÁREAS
ANTIOQUIA
CHOCÓ
10
24
12
52
51
591
240.777
2.915.339
RISARALDA
CAUCA
NARIÑO
VALLE DEL CAUCA
TOTAL
FUENTE: INCODER 2004
1
3
11
1
50
1
15
29
23
132
10
119
361
87
1219
4.803
501.617
739.648
315.085
4.717.269
DEPARTAMENTO
Los departamentos con mayor porcentaje de afrocolombianos son Chocó, el Archipiélago de San
Andrés, Providencia y Santa Catalina, Valle, Bolívar y Cauca. Los que concentran aproximadamente
el 50% de la población afro del país son: Valle del Cauca, Antioquia y Bolívar. Aunque los
afrocolombianos no se encuentran tan concentrados en áreas rurales como los indígenas, una
buena parte de las comunidades que viven en territorios colectivos se dedican a labores propias
del campo como la pesca y la agricultura.
Aunque la información estadística sobre las comunidades afrodescendientes e indígenas que a su
vez son población campesina no está bien discriminada y no ha sido específicamente depurada por
el DANE ni otra institución u organización internacional o no gubernamental, se puede inferir por
otras estadísticas asociadas que buena parte de los campesinos de nuestro país son a su vez
afrodescendientes e indígenas. Observando por ejemplo la ubicación de los resguardos, en el caso
de las poblaciones indígenas y de los territorios colectivos, en cuanto a la población
afrocolombiana, es claro que estos están en zonas rurales y que por lo tanto sus habitantes
desarrollan actividades agrícolas.
Esta información geográfica también nos permite inferir que culturalmente los campesinos
dialogan permanentemente con los indígenas y los afrodescendintes, lo que abre una importante
ruta de análisis que tenga en cuenta el diálogo cultural de los campesino y los diferentes grupos
étnicos del país en aspectos tan importantes como la producción de alimentos y las técnicas de
producción y comercialización de productos agrícolas.
En general, la información estadística que existe sobre la Colombia rural no es muy detallada. Esta
situación que ha sido recientemente advertida por la Sociedad de Agricultores de Colombia- SAC,
que mencionó en un documento oficial, fechado el pasado 27 de julio de 2011, que “ la falta de
información confiable impide la adopción de medidas eficaces para atender los grandes temas del
sector agropecuario e impiden una correcta planificación y toma de decisiones para el sector”
(SAC, 2011)
En este mismo documento se menciona que Colombia no ha realizado un Censo rural desde los
años 70 del siglo XX, lo que significa más de 40 años sin información detallada sobre una población
que ha sido impactada, entre otros, por fenómenos tan complejos como el conflicto armado
interno, las migraciones forzadas, la apertura económica, el despojo sistemático de tierras y la
globalización.
En cuanto a las leyes y por lo tanto las políticas públicas que han sido dirigidas la población
campesina, es preciso mencionar que casi en su totalidad éstas han sido promulgadas y diseñadas
con un enfoque económico que busca el desarrollo del sector agrícola.
Haciendo una cronología de la legislación agrícola, podemos empezar con la Ley 200 de 1936, que
es considerada el primer intento de realizar una reforma agraria y fue el resultado de una
concertación con el movimiento campesino que entones había logrado cierto grado de cohesión.
Fue a través de esta ley que se empezó a hablar de la función social de la tierra y la figura de la
extinción de dominio. De igual forma creó la figura del juez rural especial, que se encargaba de
dirimir los conflictos que existían sobre la tierra.
La ley 200 fue bien recibida entonces por los campesinos y estableció algunos de los principios
que ayudaron a mejorar la relación de los campesinos con los terratenientes y por lo tanto con la
tierra.
Sin embargo, los efectos positivos de esta ley fueron pronto reversados por otra ley ( Ley 100 de
1944) que tuvo como uno de sus puntos más controversiales la declaración de la conveniencia
pública de los contratos de aparcería, situación que profundizó la dependencia de los campesinos
jornaleros y propietarios de minifundios a los terratenientes.
Esta ley fue aplicada hasta 1961, cuando el entonces senador Carlos Lleras Restrepo, formuló y
promovió en el congreso una reforma integral al sector agrícola que incluía la creación de la
Asociación de usuarios campesinos y le devolvía a la tierra su función social. Fue también a través
de esta Ley que se creó el INCORA, que fuera la entidad más importante del sector agrícola
durante gran parte del siglo XX.
Sin embargo y aunque esta Ley data de 1961, su real aplicación empezó en el año de 1967, cuando
Carlos Lleras Restrepo llegó a la presidencia de república e implementó esta ley y otras medidas
para impulsar su plan de gobierno, el cual tenía en el campo uno de sus componentes más
importantes.
La Ley 135 de 1961 fue resultado de presiones sociales internas que habían que conjurar después
de la Violencia, al igual que de presiones internacionales, como por ejemplo, la Alianza para el
Progreso (Alliance for Progress), política estadounidense implementada durante la administración
de John F. Kennedy y que buscaba el apoyo a las economías en desarrollo de América Latina, con
ciertas condiciones en su política interna.
En 1968 y gracias a las presiones de la recién creada ANUC y la iniciativa del gobierno nacional con
Lleras Restrepo a la Cabeza, se implementó la Ley 1° de 1968, la cual reformó los procedimientos
de adquisición de tierras, facilitando lo trámites y haciendo énfasis en
los predios
inadecuadamente explotados y en la entrega de tierra a los aparceros que la trabajaban.
Fue a partir de la reforma agraria llevada a cabo en los años 60 que se crearon las unidades
agrícolas familiares y que se consolidaron mediadas para evitar la extensión de latifundios
improductivos. Aunque no se puede decir que esta reforma fue del todo redistributiva, si se puede
afirmar que ha sido la reforma agraria más progresista de la historia colombiana.
Los avances del sector agrícola durante los años 60 consolidaron el movimiento social campesino.
A partir de estos avances, los campesinos y campesinas se empoderaron socialmente, lo que
pronto despertó la preocupación de los sectores retardatarios de poder político regional. En este
contexto, fue que bajo el gobierno conservador de Misael Pastrana se llevó a cabo el llamado
Acuerdo del Chicoral, el cual fue devolviéndole gradualmente el poder a los grandes terratenientes
y a los empresarios agrícolas, facilitándoles así el acceso a los grandes créditos y beneficios
tributarios, mientras los minifundistas solo recibían asistencia técnica.
Con la Ley 6 de 1975 se legalizó de nuevo la aparcería, pero a pesar de buscar la modernización de
las relaciones entre propietario y aparcero, el principio de sujeción del trabajador se mantuvo. En
este año se impuso el programa de Desarrollo Rural Integrado, pero no fue concebido como un
complemento de la reforma agraria, sino como su sustituto y además resultó ser insuficiente y no
logró cambiar de manera sustancial la situación del campesinado.
Después de estas dos décadas de profundos avances y retrocesos en el sector agrícola, no se
habló durante algún tiempo de reforma agraria. Este discurso fue gradualmente radicalizándose
hasta que empezó a hacer parte de los recurrentes reclamos de la izquierda tradicional del país,
ligándolo a la solución negociada del conflicto armado. La reforma agraria fue perdiendo así su
vigencia hasta que en 1982 a través de la Ley 35 y el llamado Plan Nacional de Rehabilitación, se
retomó el asunto agrario, dándole ahora un esquema ligado a la oferta y la demanda y a la
creación de un mercado sostenido de la tierra productiva.
Después de tres proyectos que no fueron aprobados por el Congreso, en 1988 se aprobó una
nueva ley agropecuaria: la Ley 30 de 1988. A través de esta ley se formalizó la venta de tierras a
precios dictados por el mercado, buscando así neutralizar la negativa de los terratenientes a
vender sus tierras, lo que permitió que el INCORA, entidad encargada para entonces de los
asuntos agrarios , lograra una importante adquisición de tierras que no tenían función social.
Durante los años 80 no hubo más reformas significativas a la estructura agraria. Los años 90
llegaron y el sector agropecuario se encontraba paralizado producto de políticas públicas
contradictorias que había frenado el desarrollo social de las áreas rurales y que no habían logrado
implementar medidas redistributivas que hicieran más justa la distribución de la tierra.
Aunque en los años 90 no hubo tampoco ningún avance legal con respecto a la tierra, sí hubo una
serie de medidas macroeconómicas que afectaron definitivamente el esquema de producción de
la Colombia rural. La apertura económica implementada por el gobierno de César Gaviria, abrió el
país al mudo, desmontando varias de las medidas regulatorias que había sobre el mercado,
incluyendo las del mercado agropecuario.
Esta medida promovió los cultivos extensivos que hoy definen la producción agraria Colombiana y
coincidió con el crecimiento de los cultivos de uso ilícito. Colombia llegó al año 2011 sin resolver
su problema agrario. La distribución equitativa y la consolidación de la función social de la tierra
siguen siendo objetivos sin alcanzar.
La ruptura del tejido social campesino y la fragmentación del movimiento social campesino se
profundizaron, haciendo cada vez más difícil la construcción de una identidad campesina que
promueva la cultural rural más allá de las manifestaciones culturales como la música y la artesanía.
Las leyes y las políticas públicas han estado exclusivamente dirigidas al desarrollo económico,
objetivo que paradójicamente no se ha cumplido. Bajo este enfoque estrictamente economicista y
a veces arrogante y cerrado, no se ha permitido que otros sectores académicos y sociales aportes
desde otras disciplinas al desarrollo de las poblaciones rurales de nuestro país.
Las políticas públicas al igual que las leyes dirigidas a la población rural no han profundizado en la
importancia de cultura como elemento cohesionador y constructor de identidad colectiva para los
y las campesinas colombianas.
El fomento y la reflexión sobre la cultura campesina, la cual se ha visto afectada por fenómenos
tan complejos como la violencia política, el narcotráfico y el desplazamiento forzado, entre otros,
no ha encontrado su lugar. Se da por hecho que la solución de los problemas socioeconómicos del
sector agrícola, significará la solución de todos los problemas que enfrenta el campo, incluyendo
los problemas de identidad cultural de sus habitantes.
POBLACIÓN CAMPESINA Y CONFLICTO ARMADO. LA CULTURA Y LA VIOLENCIA POLÍTICA
Las zonas rurales colombianas y sus habitantes han estado marcados durante décadas por un
sistemático conflicto armado interno que ha definido las relaciones sociales, económicas y
culturales de la población campesina. Aunque son muchos los factores asociados a este conflicto
armado interno, los dos factores que han logrado una importancia significativa son: el
desplazamiento forzado y los conflictos por la tenencia de la tierra.
GRÁFICO 6
NÚMERO DE PERSONAS DESPLAZADAS POR LA VIOLENCIA EN COLOMBIA
COMPARATIVO CIFRAS OFICIALES DEL GOBIERNO (ACCIÓN SOCIAL)
Y CIFRAS DE LA ONG- CODHES
2004-2010
350.000
300.000
310.387
305.966
288.030
287.581
305.402
258.204
250.000
242.292
Acción Social
221.638
200.000
205.827
CODHES
185.368
150.000
120.149
100.000
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
FUENTE: Agencia Presidencial para la Acción Social y la Cooperación Internacional –Acción Social y
Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento Forzado CODHES
En cuanto al desplazamiento forzado, se puede decir que es un fenómeno social que afecta
significativamente la vida de una buena parte de la población rural y urbana de Colombia.
Durante la década del 90 del siglo XX y el primer decenio del siglo XXI, más de tres millones 1 de
personas han tenido que huir forzadamente de sus sitios de previa residencia para establecerse
en pueblos, cabeceras municipales, ciudades intermedias y ciudades capitales. ( ver gráfico 6)
Aunque la migración forzosa es un fenómeno que ha estado presente a lo largo de toda la historia
de Colombia y ha sido determinante en el ordenamiento de sus distintas poblaciones y la
expropiación y obtención de mano de obra funcional a la expansión de los latifundios ( Fajardo
2002 ; Molano 2001), hace ya casi 20 años es empleada sistemáticamente como una estrategia
de guerra por grupos armados “legales” e “ilegales” ( ejército, paramilitares, guerrilla) para
consolidar o expandir el control sobre los territorios, corredores estratégicos para el tráfico de
armas y drogas, y en general para el control las poblaciones de determinadas zonas del país.
El desplazamiento forzado se plantea entonces como una estrategia de guerra más que como una
consecuencia del conflicto armado, puesto que busca la creación de un orden y unas redes
sociales que fortalecen a los actores armados y a sus intereses políticos y económicos, mediante
la expulsión, la desocupación y el control social, político, económico y geográfico de las distintas
zonas rurales del país; al igual que el terror generalizado y las violaciones de derechos humanos.
Con respecto a los conflictos sociales y económicos que se desprenden de la tenencia de la tierra
en Colombia, es preciso mencionar que estos tienen su más claro origen en la estructura de la
propiedad de la tierra en nuestro país, la cual está caracterizada por una enorme desigualdad y
una acumulación exagerada de las tierras productivas en manos de los grandes terratenientes.
Como bien lo muestra la tabla 4, la inequitativa concentración de la propiedad de la tierra es
evidente. Mientras más de la mitad de la tierra (52,2%) está en manos del 1,5 % de las personas, el
10,59% del área total (microfundios), le pertenecen a un 78,31% de los y las campesinas.
1
En Colombia existen dos registros de población desplazada los cuales presentan datos diferentes y tendencias distintas
con respecto a este fenómeno. Los datos oficiales del Gobierno Nacional son suministrados por la Agencia Presidencia
para la Acción Social y la Cooperación Internacional – Acción Social, entidad que registra desde 1997 hasta julio 31 de
2011 un total acumulado de 3.700.389 personas en situación de desplazamiento (Sistema SIPOD). Por su parte la
Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento Forzado CODHES ( Sistema SISDES) estima desde 1985
hasta 2007, el acumulado de personas en situación de desplazamiento asciende a 3.720.428.
TABLA 4
ESTRUCTURA DE LA PROPIEDAD SEGÚN RANGOS UAF 2009
RANGO UAF
ÁREA
PREDIOS
PROPIETARIOS
POSEEDORES
MICROFUNDIO
10,59
80,49
78,31
PEQUEÑA PROPIEDAD
19,1
13,66
14,72
MEDIANA PROPIEDAD
18,2
4,99
5,83
GRAN PROPIEDAD
52,2
0,86
1,15
TOTAL
100
100
100
FUENTE: PNUD- INFORME NACIONAL DE DESARROLLO HUMANO CON BASE EN ACCIÓN SOCIAL
(PPTP) 2010.
Esta acumulación indiscriminada de tierras, se ha logrado en parte por las oscuras alianzas entre
los grandes terratenientes y los grupos armados al margen de la ley, en particular los grupos
paramilitares. Estos últimos generaron y siguen generando una situación de control territorial y
social basado en la intimidación, las masacres, los asesinatos selectivos, la desaparición forzada, el
desplazamiento forzado y demás violaciones de derechos humanos que han hecho que gran parte
de los y las campesinos hayan sido víctimas de una o más de estas situaciones.
La situación anteriormente descrita hace de Colombia uno de los países del mundo que presenta
una de las más altas desigualdades en la propiedad rural. Esta situación es un grave obstáculo para
el desarrollo humano de nuestro país, puesto que no permite que el crecimiento económico
agrícola beneficie a un buen número de personas, sino que por lo contrario profundiza las
desigualdades y enriquece aún más a ese 1,5% de las personas que poseen más de la mitad de la
tierra productiva del país.
El escenario donde se ha desarrollado la violencia política que ha afectado a Colombia desde
principios del siglo XX ha sido principalmente el campo. El orden social impuesto por los actores
armados ha impactado especialmente a la población rural, alterando sus tradiciones culturales y
creando una situación de inestabilidad social que ha profundizado las desigualdades sociales en
estas zonas del país.
Las confrontaciones políticas entre liberales y conservadores que caracterizaron la vida rural
durante el siglo XX, estuvieron estrechamente ligadas a la acumulación de la tierra y por lo tanto a
la conformación del orden social en la Colombia rural. Más adelante, a mediados del siglo XX, las
guerrillas de corte liberal fueron influenciadas por la revolución cubana y en general por los
procesos revolucionarios de inspiración marxista que de nuevo tuvieron como eje central el
problema de la distribución de las tierras productivas de nuestro país.
En este sentido, no es gratuito que la guerrilla más poderosa que ha tenido Colombia sea una
guerrilla precisamente campesina. El origen y el desarrollo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia- FARC, no puede ser entendido si no se tiene en cuenta a las guerrillas liberales que
tuvieron su auge a finales de la primera mitad del siglo XX y que básicamente eran asociaciones de
campesinos armados que se enfrentaban contra las fuerzas del Estado y los terratenientes afines
a distintos partidos por el conflicto que suscitaba la tierra y la riqueza que esta generaba.
Más adelante, con el éxito de la revolución cubana y el apoyo de la entonces Unión Soviética a los
procesos revolucionarios latinoamericanos, varios de estos guerrilleros liberales, entre los que se
destacaba Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, dieron un giro discursivo hacia el marxismoleninismo, dándole así un carácter ideológico y revolucionario a las que hasta ahora eran luchas
desideologizadas y desarticuladas que obedecían más a los intereses de los terratenientes
liberales y conservadores que una ideología y objetivos propios del campesinado colombiano.
Si bien no se puede decir que las FARC representaran el sentir y las reivindicaciones del
campesinado colombiano a mediados del siglo XX, tampoco se puede desconocer la importancia
que tuvieron los campesinos y campesinas de determinados territorios, como base social de las
FARC y otras guerrillas como el ELN y el EPL.
Las guerrillas empezaron gradualmente a imponer códigos de comportamiento en numerosas
regiones colombianas. Sustentados en el poder que les daban las armas, se constituyeron como
representantes de una “ley revolucionaria” y como vigilantes de una “moral social” que le decía a
las comunidades campesinas como debían llevar sus vidas familiares e individuales.
Estos códigos morales son utilizados por parte de los grupos armados para ejercer control social,
puesto que hacen que la población civil se vincule directamente a los conflictos armados.
Estableciendo un principio fundamentado en la polarización, que se traduce en un discurso del
que “no está conmigo está contra mí”, las guerrillas latinoamericanas han utilizado la estrategia de
creación de bases sociales en la población civil para consolidar sus proyectos políticos militares de
forma sostenida.
En este sentido, existen estudios que muestran esta tendencia en casi todos los países
latinoamericanos que han tenido el fenómeno guerrillero rural. Por ejemplo, para el caso del
Perú, el historiador Nelson Manrique, en su libro El tiempo del miedo: la violencia política en el
Perú 1980-1996, recoge de forma precisa y documentada el desarrollo de la violencia política en
el Perú entre 1980 y 1986, periodo de tiempo en donde importantes guerrillas como Sendero
Luminoso y el Movimiento revolucionario Túpac Amaru (MRTA) protagonizaron conflictos sociales
y políticos de relevante importancia en la historia reciente de este país andino.
El texto está compuesto por varios artículos que indagan sobre el desarrollo de estas dos guerrillas
y sobre cómo fue su relación con la Sociedad Peruana, en especial con las comunidades rurales en
donde tuvieron mayor presencia. De igual forma, se resalta el permanente análisis sobre las
relaciones de estos grupos armados con los gobiernos y las instituciones estatales y cómo se
desarrolló la guerra entre Sendero, el MRTA, el Ejército y la policía; sin olvidar las disyuntivas que
se deben tener en cuenta a la hora de profundizar en estas relaciones .
Sin embargo, el libro no es estrictamente documental, sino que avanza hacia el análisis de la
sociedad peruana, tomando como marco analítico el desarrollo de violencia política en los
agitados años 80 y 90, décadas donde el Perú vivió algunos particulares fenómenos políticos,
sociales y económicos que lo marcaron permanentemente y que alteraron significativamente las
relaciones sociales en las áreas rurales.
La crisis económica que afectó al Perú durante los años 80 y 90 y que se caracterizó por presentar
una elevada inflación y una inequitativa distribución del ingreso que afectó sustancialmente a las
capas medias y bajas de la población, generando una desproletarización de la sociedad peruana,
que a su vez malogró el proyecto de modernización que fue iniciado por la junta militar desde
1968 y que fracasó, según Manrique, por causas internas cómo el carácter vertical y el
autoritarismo.
Otro caso que presenta los mismos elementos es el caso de Guatemala. En su libro Entre dos
fuegos en los pueblo Ixiles de Guatemala, el antropólogo David Stoll realiza un relato y un análisis
sobre la violencia política en esta región, haciendo énfasis en la conformación y el desarrollo del
Ejército Guerrillero de los Pobres EGP y en cómo fueron las relaciones de esta organización con la
población Ixil y la población ladina. En este sentido, el autor narra cómo desde los años setenta, el
EGP empieza a incursionar en la historia sociopolítica de Guatemala, autoproclamándose como
defensor del campesinado (maya) y articulándose al discurso de liberación revolucionaria que era
imperante entonces en Latinoamérica.
Stoll recrea el inicial apoyo que los Ixiles y algunos ladinos le dieron al EGP y cómo por la dinámica
del conflicto, especialmente en lo que tiene que ver con la fuerte confrontación con el ejército
guatemalteca, esta relación se empezó a erosionar, fundamentalmente por que los Ixiles no
soportaron la fuerte arremetida del ejército.
El desarrollo de este conflicto tiene varias similitudes con el conflicto colombiano, puesto que
luego de la el EGP generará que la población campesina se constituyera como su base social, el
Ejército y los grupos paramilitares, llamados en este caso las patrullas civiles, arremetieron con
una violencia indiscriminada en contra de esta población, creando una de las situaciones de
violencia política más complejas de finales del siglo XX.
Para terminar esta revisión por los conflictos que se caracterizan por la creación de bases sociales
en la sociedad civil no combatiente por parte de las guerrillas, es preciso mencionar el caso
salvadoreño, puesto que muestra una situación diametralmente distinta a las anteriormente
mencionadas.
Para este caso, la investigadora Elisabeth Jean Wood, en su libro Insurgent collective action and
civil war in El Salvador, hace un análisis sobre las motivaciones que tuvieron los campesinos
salvadoreños para brindar el apoyo al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Tal y como lo dice el título del texto, la autora busca hacer un análisis de la insurgencia y el apoyo
social recibido por esta en medio de la Guerra Civil salvadoreña. En este sentido, Wood sostiene
que las teorías explicativas tradicionales de la acción colectiva sobre el caso del Salvador, tales
como la movilización como lucha de clases, la oportunidad política, la solidaridad de las
comunidades campesinas, la existencia de unas consolidadas redes sociales, la privación relativa y
la acción racional por el puro interés, no representan totalmente la magnitud y la complejidad de
la acción colectiva de los insurgentes y los militantes.
La parte más considerable de este análisis es la alternativa que la autora plantea, la cual se
fundamenta en el hecho de que las motivaciones de gran parte de la población tuvieron que ver
con un apoyo moral o afectivo al FMLN.
La autora también hace una completa descripción de las particularidades del conflicto socioeconómico del Salvador. En este análisis se resaltan aspectos como la distribución inequitativa de
las tierras productivas, la economía basada casi exclusivamente en la producción y exportación de
Café y las pocas oportunidades que tenían en general los campesinos de varias zonas de este país,
lo que configuró un panorama social con ciertas condiciones específicas que dieron el fundamento
para el posterior apoyo que la población campesina rural le dio al FMLN.
Finalmente y buscando ampliar los elementos de análisis para entender la Guerra Civil
salvadoreña, Elizabeth Wood hace un recorrido por la forma en que se vincularon algunos
discursos anticomunistas que marcaron la ofensiva del Estado salvadoreño contra el FMLN, pero
específicamente contra la población Civil que apoyaba a este grupo armado, sin necesidad de ser
combatientes. Esta ofensiva que se caracterizó por masacres, algunos magnicidios importantes y
en general por una violación sistemática de los Derechos Humanos, que se sumó a las
desigualdades sociales y económicas expuestas por la autora. Este análisis nos ayuda a entender
detalladamente las características de la Guerra Civil en el Salvador, que a diferencia de muchos
otros eventos de violencia política en Latinoamérica, tuvo un respaldo más significativo de la
ciudadanía.
Para el caso Colombiano, recientemente el Instituto Colombiano de Antropología e Historia ICANH
publicó el libro Política de vida y muerte. Etnografía de la violencia diaria en la Sierra de la
Macarena, del sociólogo y antropólogo Nicolás Espinosa. En este libro, el autor hace un
interesante análisis de la complejidad de la cotidianidad en este sector del país, el cual se
caracteriza por el difícil conflicto por el control territorial que hay entre las FARC y las fuerzas del
Estado.
Con una descripción detallada de los resultados sociales de los cultivos de coca y sus posterior
fumigación y erradicación manual, el reclutamiento forzado y los bloqueos alimentarios, entre
otras prácticas, Espinosa muestra como la violencia política afecta directamente a las poblaciones
campesinas de esta región del país, concluyendo que “hasta las esferas mas intimas de la vida
social y productiva se encuentran influenciadas por la violencia política” (Espinosa, 2010)
Nicolás Espinosa muestra en su investigación una reveladora conclusión sobre cómo se ha
naturalizado la violencia en las comunidades “el calendario ecológico de los campesinos, momento
en el cual las familias planean el cronograma de actividades de los siguientes doce meses cuando
el verano está próximo a iniciar: discuten qué productos sembrar, en qué cantidad, quiénes se
harán responsables, cuantos jornales se podrán contratar. Otras consideraciones habrán de
tomarse en cuenta, según lo establezcan las condiciones del medio físico, las tradiciones
campesinas y la situación política. Por ejemplo, es necesario saber cuántas hectáreas permite
tumbar la guerrilla para decidir qué producto privilegiar, ¿yuca o maíz? Luego hay que estimar en
qué lugares de la finca existen los mejores suelos para uno u otro cultivo; es bueno averiguar que
dicen los vecinos sobre la erradicación de coca, si acaso alguien sabe cuándo empezarán a fumigar.
De igual forma si el almanaque Bristol augura inundaciones, hay que tomar las precauciones del
caso. ¿Y si la ofensiva militar se intensifica vale la pena arriesgarse a perder el ganado en los
bombardeos, o mejor venderlo antes de que eso suceda? Pero antes que nada, hay que hacer un
rezo para que los animales de la selva no hagan daño a los cultivos. Este calendario ecológico, un
espacio práctico de la vida familiar, se encuentra permeado por el marco regulador que imponen
los agentes y la dinámica de la violencia (y la política) en la vida diaria” ( Espinosa 2010)
El impacto cultural que resultó de la presencia de las guerrillas en las zonas rurales colombianas no
fue precisamente el de la consolidación de un movimiento a favor de los derechos de los y las
campesinas, fundado en una reflexión colectiva sobre la estructura de la tenencia de la tierra en
nuestro país. Lo que recientemente se ha podido observar con la perspectiva que da la distancia y
el tiempo, es que la presencia de las FARC y otras guerrillas en los territorios rurales profundizaron
las desigualdades sociales y contribuyeron a la creación de una cultura de la desconfianza y del
dinero fácil que ha afectado de manera importante el bienestar en las áreas rurales colombianas.
Para los años 80 del siglo XX el narcotráfico entraría a reconfigurar el orden social, no solo de las
zonas rurales, sino de gran parte del país. La necesidad de garantizar los cultivos de coca para la
producción de cocaína y de otros cultivos como la amapola y la mariguana, hizo que el conflicto se
intensificara en el campo.
Para entonces, las guerrillas empezaron a aprovechar su poder regional para controlar los cultivos
de uso ilícito y así poder financiar la guerra que libraban contra el Estado y sus fuerzas del orden. A
su vez, en otras zonas del país donde el poder de la guerrilla no era significativo o sencillamente no
existía, los narcotraficantes se apoyaron en los grandes terratenientes y en el poder político,
económico y social que estos representaban, para aprovecha la bonanza de los cultivos de uso
ilícito. Fue así, en esta estrecha relación entre narcotráfico y terratenientes, que se gestaron los
grupos paramilitares.
Estos grupos paramilitares fueron a su vez alimentados por la complicidad de algunas facciones del
Estado y de las Fuerzas Armadas que buscaban aprovechar sus credenciales para sacarle provecho
al entonces próspero negocio de la producción de coca, amapola y mariguana, principalmente.
Sin embargo, la organización del campesinado y la determinación de un orden social y político que
fuera proclive a la producción de cultivos de uso ilícito no era una tarea fácil y necesitaba de una
reingeniería social y cultural que fue realizada a través de la guerra, tanto por las guerrillas como
por los grupos paramilitares surgidos de la complicidad entre los terratenientes y algunos
miembros de la fuerza pública y otras instituciones del Estado.
Las estrategias de guerra utilizadas para lograr este objetivo fueron consolidándose hasta que se
configuraron en grandes problemas sociales que alterarían definitivamente el orden social de las
zonas rurales y en general del país.
La necesidad de controlar zonas de producción, corredores estratégicos para el transporte de
insumos, armas y cultivos procesados, hizo que los narcotraficantes promovieran comunidades
obedientes que no obstaculizaran todos los procesos de producción que hay alrededor de la
producción y comercialización de coca y demás cultivos de uso ilícito.
Básicamente, la intimidación generada tanto por la guerrilla como por los paramilitares para
organizar las zonas rurales alrededor de la producción y comercialización de cultivos de uso ilícito,
fue desatando estrategias como las masacres, la toma de poblaciones y el desplazamiento forzado.
Haciéndolas estrategias de control territorial basadas en el asesinato, desocupación de zonas y la
desarticulación de organizaciones sociales que pudieran cuestionar las bonanzas asociadas a los
cultivos de uso ilícito.
Durante la década de los años 90 del siglo XX, esta estrategia tuvo un nuevo giro y fue el del
enfrentamiento entre guerrilleros y paramilitares por el control de determinadas zonas del país
que tenían una buena capacidad de producción de cultivos de uso ilícito.
El aumento exponencial del desplazamiento forzado se puede explicar en parte por esta nueva
situación de la confrontación. Aunque las intimidaciones por parte de los grupos al margen de la
ley en contra de los y las campesinas terminaban también en asesinatos, el desplazamiento
forzado empezó a cobrar importancia como estrategia de desocupación, puesto que permitía
impactar en poco tiempo grandes territorios, formando así comunidades obedientes a partir de la
intimidación.
Fue tal el uso de esta estrategia, que para mediados de la década de 1990 el desplazamiento
forzado se había convertido en uno de los fenómenos sociales más significativos de la historia
reciente de Colombia y generó un debate social de tales magnitudes que se produjo una Ley de la
república que buscaba enfrentar las evidentes consecuencias que este fenómeno había tenido en
nuestro país2.
2
En 1997 el Congreso de la república emitió la ley 387, la cual tenía por objeto la prevención del desplazamiento
forzado, la atención, la protección, consolidación y estabilización socioeconómica de los desplazados internos por la
violencia en la República de Colombia.
Si bien el desplazamiento forzado ha sido el problema humanitario más extendido de los últimos
años y uno de los más característicos del conflicto armado interno colombiano, los paramilitares y
los guerrilleros acudieron a varias técnicas de intimidación que fueron mostrando cada vez más
claramente la degradación de conflicto colombiano.
Recientemente, por iniciativa del gobierno nacional, se discutió y se aprobó en el Congreso la Ley
de reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno ( Ley 1448 de 2011) la cual entró
en vigencia el pasado 10 de junio de 2011. Esta ley reconoció, entre otras cosas, la existencia de un
conflicto armado interno, el cual había sido relativizado por el gobierno del presidente Álvaro
Uribe Vélez, quien los había reducido a una amenaza terrorista, que desconocía los orígenes
políticos del conflicto y le quitaba importancia a las consecuencias de este fenómeno.
La Ley 1448 tiene por objeto “establecer un conjunto de medidas judiciales, administrativas,
sociales y económicas, individuales y colectivas, en beneficio de las víctimas de infracciones al
Derecho Internacional Humanitario o de violaciones graves y manifiestas a las normas
Internacionales de Derechos Humanos, ocurridas con ocasión del conflicto armado interno.
Esta Ley se ubica “dentro de un marco de justicia transicional, que posibiliten hacer efectivo el
goce de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación con garantía de no repetición,
de modo que se reconozca su condición de víctimas y se dignifique a través de la materialización
de sus derechos constitucionales” ( Ley 1448, 2011)
La promulgación de esta ley marcó una nueva perspectiva frente a las víctimas del conflicto
armado interno, y aunque fue en su momento fue cuestionada por algunos aspectos puntuales,
como por ejemplo el establecimiento del 1° de enero de 1985 como la fecha desde que se
reconocen a las víctimas de este conflicto, en general tuvo un apoyo generalizado por parte de
sectores políticos y sociales que se han interesado históricamente en el reconocimiento de las
consecuencias del conflicto armado interno como un factor de vital importancia en la
reconciliación y la construcción de paz en nuestro país.
Sin embargo, la promulgación de esta ley no es un aspecto accidental, sino que obedece a una
situación previa que inició con el proceso de negociación llevado a cabo entre el gobierno nacional
y los grupos paramilitares y que desató una serie de declaraciones por parte de los comandantes
y guerreros rasos de estos grupos armados que mostraron la cara más desafortunada del conflicto
armado interno, haciendo evidente la necesidad de una política de reparación y del
establecimiento de medidas de reconstrucción de la memoria colectiva del conflicto y no
repetición.
La presión interna por parte de los sectores sociales y políticos comprometidos con los Derechos
Humanos y los derechos de las víctimas del conflicto armado interno, al igual que las presiones
internacionales por parte de organizaciones internacionales y ONG´s que habían observado
durante años el desarrollo del conflicto armado interno, abonaron el camino para que el gobierno
nacional reconociera la importancia de crear una ley integral que no tomara los fenómenos que se
desprendieron del conflicto como aspectos independientes, sino que creara una unidad de
materia que comprendiera conjuntamente el conflicto armado.
Aunque aún falta la etapa de implementación de esta ley, que es sin lugar a dudas la parte más
importante y determinante de este proceso, es preciso reconocer que el avance de la formulación
es indudable, puesto que genera un ambiente de reconciliación que ve en la reconstrucción de la
memoria histórica un aspecto de vital importancia para la superación de los factores estructurales
del conflicto armado interno.
Para el caso Colombiano, el reconocimiento de la memoria histórica del conflicto armado interno
hace parte del reconocimiento de la historia reciente de nuestro país. En este sentido, es evidente
que la población campesina es la protagonista de este proceso de reconstrucción de la memoria,
puesto que fue en las zonas rurales del país donde aconteció principalmente el conflicto armado
interno.
El orden social establecido por el narcotráfico y los grupos armados que se encargaban y siguen al
tanto de la producción y comercialización de los cultivos de uso ilícito, impactó significativamente
la cultura campesina de nuestro país. El imperio de la violencia y el dinero fácil producto del
narcotráfico se hizo imperante durante por lo menos tres décadas, situación que no sólo alteró los
esquemas de producción agropecuaria de algunas zonas del país, sino que cambió los hábitos
sociales y las tradiciones culturales de algunas regiones del país.
El desplazamiento forzado, como fenómeno social, alteró la demografía de las zonas rurales y las
dinámicas poblacionales de algunas grandes ciudades colombianas, generando así una crisis
humanitaria sin precedentes que evidenció socialmente la necesidad de formular una ley integral
para las víctimas del conflicto armado interno.
El cultivo extensivo de hoja de coca en departamentos como el Putumayo, Caquetá, Guaviare,
Meta, Nariño, Cauca, Antioquia y Vichada, durante las décadas de 1980, 1990 y lo que va corrido
del siglo XXI, produjo una cultura campesina ligada a la producción de este cultivo y por lo tanto
vinculada de forma obligada al conflicto armado.
Aunque la coca es una planta ancestral y sagrada para una buena parte de las comunidades
indígenas que habitan en las zonas montañosas colombianas. Sus técnicas de cultivo son de
amplio conocimiento y la geografía colombiana es muy propicia para su cultivo. Las comunidades
indígenas han compartido por años el territorio con las poblaciones campesinas, en muchos casos
de colonos, que trabajan en distintos cultivos alrededor del territorio nacional.
Las medidas del gobierno frente a este cultivo han estado dirigidas hacia la criminalización de la
planta y por lo tanto de sus productores: los campesinos. La fumigación y posteriormente la
erradicación manual solo buscan desaparecer la planta, sin reconocer la importancia cultural que
tiene la coca, no sólo para las comunidades indígenas sino también para las poblaciones
campesinas.
A partir de las anteriores consideraciones, se puede inferir el impacto que la violencia política ha
tenido en la cultura campesina. En este sentido, las consideraciones sobre esta cultura no pueden
pasar por alto este importante fenómeno y deben tener en cuenta que la reconstrucción de una
memoria histórica también debe pasar por la reconstrucción de las tradiciones culturales rurales,
las cuales han sido afectadas por el conflicto armado y la violencia política generada por este.
De nuevo, al observar los planteamientos que se han hecho desde la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación- CNRR, sobre la recuperación de la memora histórica como
componente importante en la reparación de las víctimas y la reconciliación de la sociedad
colombiana, se obvia el impacto que la guerra ha tenido sobre las diferentes culturas rurales y la
importancia que tendría la cultura como elemento cohesionador en un proyecto de reconciliación.
ASPECTOS CULTURALES DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES CAMPESINOS
“Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera, que había
visto al teniente leyendo con una bocina de gramáfono el Decreto Número 4 del Jefe Civil y Militar
de la provincia. Estaba firmado por el General Carlos Cortes Vargas, y por su secretario, el Mayor
Enrique García Isaza, y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla
de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala” Fragmento de Cien años de soledad
de Gabriel García Márquez
Según el autor Stephan Suhne, la génesis del movimiento social campesino se puede situar en la
década de 1920, época en que se crearon las diversas ligas campesinas y surgieron también varios
partidos de izquierda, los cuales se organizaron para realizar las primeras protestas campesinas
que reunieron a un buen número de campesinos que veían sus derechos laborales vulnerados.
(Suhner, 2002: 16)
Las peticiones del movimiento social campesino se caracterizaron por denunciar las precarias
condiciones laborales generadas por las élites terratenientes de principios del siglo XX, haciendo
énfasis en los bajos salarios, la escasa socialización de la riqueza y la intimidación ejercida por las
empresas extranjeras que explotaban los recursos colombianos.
Durante las protestas que se realizaron en el año de 1928 en la zona bananera del departamento
de Magdalena, aconteció un hecho que con el tiempo se constituyó en unos de los referentes de la
violencia política en contra de los campesinos. La masacre de las bananeras, evento en donde la
entonces United Fruit Company, en complicidad con el ejército colombiano, asesinó a varios
trabajadores que participaban en la protesta en esta zona del país. Aunque las cifras de muertos
nunca han sido determinadas oficialmente, los datos más conservadores hablan de 500 muertos,
pero hay datos que mencionan que fueron más de 1.000 los muertos durante este trágico evento.
Dos décadas más tarde, uno de los eventos históricos más relevantes de la primera mitad del siglo
XX influyó radicalmente en el orden social de las zonas rurales y urbanas del país. El asesinato del
líder liberal Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948, quien había sido uno de los personajes
públicos que había denunciado los graves hechos ocurridos en 1928, radicalizó definitivamente el
conflicto bipartidista en Colombia y el escenario de esta confrontación fueron las zonas rurales del
país.
La ruralidad colombiana fue entonces marcada por el conflicto armado y desde aquí el
movimiento campesino empezó a estructurar una agenda que dentro de sus principales
preocupaciones tenía la reforma agraria y la solución negociada al conflicto armado, el cual los
afectaba en su cotidianidad.
En medio de la tensión generada por la violencia política surgió en la segunda mitad del siglo XX la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC, la cual se constituyó durante los años 70 del
siglo XX en el referente más importante del movimiento social campesino.
Según la ANUC , el origen de su organización se remonta a la década de 1960, cuando el entonces
senador de la República y más adelante Presidente Carlos Lleras Restrepo, planteó la reforma
agraria a través de la Ley 135 de 1961 ,que más adelante, en su decreto Ley 755 del 2 de mayo de
1967, estructuró los pilares para la promoción y legitimación de las asociaciones de usuarios del
sector rural, que a su vez organizó y consolidó las luchas campesinas que se habían dado en el país
desde inicios del siglo XX. (ANUC, 2010)
Según el sociólogo Alejandro Reyes y el Historiador Mauricio Archila, el movimiento social
campesino, en cabeza de la ANUC, tuvo su primavera durante la década de 1970, periodo durante
el cual se logó la homogeneidad de este movimiento y se superó la fragmentación regional que
había evitado que el movimiento campesino tuviera un objetivo común, que beneficiara a los
campesinos de todas las regiones del país.
Los años 70 también se caracterizaron por ser una década de prosperidad económica, marcada
por la bonanza del sector cafetero y por la sensación de prosperidad que empezada a generar los
recursos económicos surgidos del narcotráfico. En este contexto, el movimiento campesino gozó
de ciertas garantías, que incluso se materializaron en las políticas públicas llevadas a cabo por el
gobierno del presidente Carlos Lleras Restrepo, que marcaron las relaciones entre el Estado y el
movimiento campesino durante esta década de prosperidad y cambios sociales.
Para los años 80 el movimiento campesino había pasado a una nueva etapa enmarcada en los
conflictos regionales, los cuales son descrito por Alejandro reyes de la siguiente manera . Los
conflictos regionales que enmarcaron las movilizaciones campesinas de los años 80 fueron: los
enclaves agroindustriales que fomentaron la inmigración y los conflictos en cuanto a los
beneficios, los cuales se presentaron principalmente en zonas como Arauca, Urabá y
Barrancabermeja. La colonización campesina asociada a procesos de concentración de la tenencia
de la tierra y que fue preponderante en el Magdalena Medio, El Catatumbo, el Alto Sinú, el bajo
Cauca y la zona del Ariari-Guayabero-Guaviare. Y por último las zonas donde era generalizado el
latifundio improductivo, como los son los departamentos de Sucre, Córdoba, Magdalena y Cesar,
al igual que regiones como el sur de Bolívar, el centro oriente del Cauca, el sur del Tolima y el
centro-sur del Huila. ( Reyes, 1994).
Esta nueva etapa se concentró en resolver estos conflictos regionales, los cuales seguían estando
muy relacionados con la tenencia de la tierra y la estructura de la hacienda, la cual perpetúa la
desigualdad en la distribución de las tierras productivas.
Aunque los años 80 no fueron tan positivos para el movimiento campesino como la década de los
70, el movimiento campesino siguió siendo determinante en la estructura social rural de nuestro
país. Sin embargo, en los años 80 el fenómeno de la coca y otros cultivos de de uso ilícito también
permearon el movimiento, el cual empezó a enfrentar de nuevo una persecución política y una
desarticulación que tuvo su punto de quiebre a principios de la década de 1990, con la apertura
económica.
La década de los noventa empezó con un movimiento campesino que se había centrado sus
demandas en los conflictos regionales y por lo tanto había perdido algo de la homogeneidad que
había ganado durante sus primero años de consolidación. Sin embargo, los problemas más graves
que enfrentaría el movimiento social campesino durante la década de 1990 no estarían
relacionados con su organización interna, sino con dos factores externos que le darían un giro
definitivo a la movilización campesina.
La consolidación del proyecto paramilitar y la apertura económica que impactó significativamente
la agricultura, diezmaron el movimiento campesino que se había formado desde los años 70 y
abonaron el terreno para un nuevo movimiento que empezó a tener como temas prioritarios de
su agenda los efectos de las medidas neoliberales y la solución negociada del conflicto armado.
En el año de 1991 el país presenció las movilizaciones campesinas e indígenas que se llevaron a
cabo en el Cauca y Nariño. Aunque en un principio se pensó que esta era un movimiento acéfalo
sin mayores fundamentos políticos, luego se evidenció la importancia de la articulación entre dos
organizaciones sociales de relevancia importancia durante el década del 90
El Comité de Integración del Macizo Colombiano CIMA y el Cabildo Mayor del Pueblo Yanacona
CMY, empezaron a cobrar relevancia como organizaciones sociales e iniciaron un interesante
debate regional que permitió evidenciar la difícil situación socioeconómica en que se encontraban
los campesinos y los indígenas de esta región.
La movilización de 1991, fue la primera de tres grandes movilizaciones que paralizaron el sur del
país a través de la carretera Panamericana y que se llevaron a cabo en los años de 1996 y 1999.
Durante estas movilizaciones, estas dos organizaciones, una campesina ( CIMA) y la otra indígena
(CMY), dejaron ver un interesante discurso articulado que no solo se centraba en temas
agropecuarios, sino que hablaba de la construcción de una identidad colectiva para los habitantes
del macizo colombiano que ellos llamaron una “maciceñidad” , la cual se constituía de la relación
que tenían con la tierra y su entorno los campesinos y los indígenas de esta zona del país.
Lo interesante de este proceso de movilización fue que articuló a las organizaciones indígenas y
campesinas, las cuales se habían caracterizado por permanecer distantes entre sí y no articularse
concretamente en procesos específicos de protesta. También es interesante ver que su objetivo
central no era precisamente un tema de política agropecuaria, sino una postura cultural frente a
su región y los procesos de articulación necesarios para el bienestar de sus comunidades.
La “maciceñidad” es un concepto que recoge una visión ampliada sobre las comunidades
campesinas e indígenas que habitan en los departamentos de Cauca y Nariño. Es a su vez un
concepto crítico, puesto que busca el reconocimiento de una autonomía regional y de una
neutralidad frente al conflicto armado interno que, según este movimiento es fomentado tanto
por el estado, como por los grupos armados al margen de la ley.
Aunque estas movilizaciones tuvieron una relevancia importante durante los años 90, la
movilización campesina que más conmocionó al país fue la conocida como la marcha cocalera de
1996, la cual tuvo como epicentro el departamento de Caquetá y evidenció el grave problema
social que estaba detrás de los cultivos de coca y sobretodo de la asociación entre el narcotráfico,
las guerrillas (principalmente las FARC ) y los grupos paramilitares que se estaban disputando las
tierras de cultivo con las guerrillas.
Está movilización mostró lo permeado que se encontraba el movimiento campesino del Caquetá ,
otrora un movimiento organizado y unos de los más influyentes al interior de la ANUC, por el
cultivo de la coca con propósitos de narcotráfico. Como bien observan Juan Guillermo Ferro y
Graciela Uribe en su investigación sobre las marchas cocaleras de 1996 “En el Caquetá hay un
bloqueo provocado por la intensificación de la guerra que dificulta enormemente la expresión
autónoma de los movimientos populares y sobre todo los de base rural. El protagonismo de los
colonos fundadores ha sido suplantado por actores más fuertes. Los campesinos con proyectos
alternativos se encuentran atenazados entre los actores armados y los partidos tradicionales. (
Ferro y Uribe, 2002)
Este recorrido por la historia de los movimientos sociales campesinos nos permite ver que la
asociación es un elemento importante a la hora de generar identidad colectiva. Aunque los
movimientos campesinos se han caracterizado por enfocar sus demandas a temas estrictamente
agropecuarios, el caso de la articulación entre el CIMA y el CMY nos muestra un ejemplo de cómo
también las demandas sobre las condiciones socioeconómicas de las poblaciones campesinas y la
reconstrucción de la identidad regional, pueden cohesionar a las poblaciones.
No debemos olvidar, que precisamente en los departamentos del Cauca y Nariño el movimiento
indígena que se ha movilizado en contra del conflicto armado y a favor de la neutralidad activa
frente a este conflicto durante la primera década del siglo XXI, ha logrado una cohesión
importante, acudiendo, precisamente, a la identidad ancestral que los reúne.
LA CUESTIÓN CULTURAL DE LA TIERRA
En mi tierra yo me siento como un rey
Un rey pobre pero al fin y al cabo rey
Mi castillo es un ranchito de embarrar
Y mi reino todo lo que alcanzo a ver
Por corona tengo la cara del sol
Y por capa una ruana sin cardar
Es mi cetro el cabo de mi azadón
Y es mi trono una piedra de amolar
El rey pobre (fragmento) Jorge Velosa
La estructura de la propiedad de la tierra en Colombia tiene su origen en el concepto liberal de
propiedad individual que adoptó la república durante el siglo XIX. En este contexto surgiría la
figura de la hacienda, la cual fue la principal unidad de explotación económica que ha tenido
nuestro país en su historia.
La figura de la hacienda está fundamentada en la acumulación de grandes extensiones de tierra,
al igual que en un apoyo por parte del poder económico y político, que durante el siglo XX, fue
tomando claros tintes partidistas. Durante el siglo XX, la constitución del mapa agropecuario de
nuestro país estuvo íntimamente ligado al poder político de los partidos liberal y conservador, los
cuales, aunque tenían posturas divergentes, por ejemplo en cuanto al papel de la iglesia en las
decisiones del Estado, siempre sostuvieron la figura de la hacienda y la acumulación desigual de la
tierra como un factor que les era funcional a sus proyectos políticos regionales.
Mientras en Colombia este modelo avanzaba y se afianzaba, en otros países latinoamericanos la
situación era algo distinta. Por ejemplo, durante los primeros 20 años del siglo XX, México vivió un
proceso revolucionario, conocido como la revolución de 1917, la cual estaba fundamentado
precisamente en los conflictos que se habían generado a partir de la acumulación indiscriminada
de la tierra por parte de los terratenientes.
Si bien no se puede afirmar que este país hoy tenga una estructura de distribución de la tierra
justa y equitativa, si es cierto que no tiene una distribución tan desigual de la tierra como la tiene
Colombia, que hoy en día es uno de los países con más alta desigualdad en la propiedad rural en
América Latina y el mundo ( PNUD, 2011: 47)
La distribución inequitativa de la tierra en Colombia ha marcado claramente la cultura campesina.
Fue en este modelo de desarrollo agropecuario que se generalizó la figura del jornalero, el cual es
un trabajador nómada que transita entre diferentes zonas del país buscando cultivos donde
trabajar. El jornalero se caracteriza también por ser un campesino sin tierra, el cual vende su
fuerza de trabajo a cambio de dinero, que es entregado en contraprestación al trabajo entregado.
Aunque los jornaleros han estado presentes en gran parte del territorio rural colombiano y desde
que las haciendas empezaron su desarrollo a principios del siglo XX, fue a partir de la década de
1960, en el territorio conocido como el eje cafetero y durante la bonanza cafetera, que los
jornaleros se hicieron más visibles. Las manifestaciones culturales de este grupo de campesinos
migrantes y desposeídos crearon un discurso de confrontación permanente con los terratenientes,
el cual se ve reflejado en algunas de las canciones del folklore popular “paisa”.
Esta música, conocida popularmente como música “guasca”, tiene en Octavio Mesa a su más
reconocido representante. Aunque este autor tiene un amplio repertorio, una de sus canciones
más representativas, El jornalero, muestra de forma clara la conflictiva relación que se daba entre
los jornaleros y los terratenientes.
La estructura musical de este género es básica, puesto que consta solo de voz y guitarra acústica.
Las letras se caracterizan por contar con un lenguaje soez y un humor fácil, que servía como
diversión para los jornaleros durante sus periodos de descanso. El hecho de que esta música
conste solo de voz y guitarra se explica debido a portabilidad de la guitarra, que permitía que los
músicos, que en muchos casos también eran jornaleros, pudieran interpretar su música sin
mayores recursos técnicos.
Los jornaleros se hicieron muy populares durante la bonanza cafetera y se fueron constituyendo
gradualmente en personajes representativos de la cultura popular campesina de nuestro país. La
música guasca y las otras manifestaciones culturales de estos campesinos se han establecido como
íconos del campesino colombiano. El carriel, el poncho, las alpargatas y el sombrero blanco
característico de esta región, fueron haciéndose símbolos del campesinado de nuestro país. La
figura de Juan Valdez, precisamente un típico jornalero de las zonas cafeteras de Antioquia,
Risaralda, Quindío y Caldas, ha sido desde los años 60 del siglo XX la imagen más representativa de
nuestro país en el exterior y la imagen oficial de la Federación Colombiana de Cafeteros, una de las
agremiaciones más importantes de la historia reciente colombiana.
Siguiendo con la música campesina colombiana, otro de los géneros que se asocia con el
campesinado de nuestro país es la música “carranga”. Este género, propio de la región cundiboyacense y que se extiende por buena parte de los andes centrales colombianos, es quizá la
música que más nos dice acerca de la cultura campesina. La música carranguera es una música
profundamente descriptiva, que enaltece la geografía de los territorios rurales, al igual que la
sencillez y la bondad de los y las campesinas.
Es a su vez una música festiva, la cual está siempre presente en las fiestas de los pueblos de esta
zona del país, que suelen estar asociadas a los periodos de inicio y finalización de las cosechas y
que son generalizadas en las zonas rurales colombianas.
Aunque al igual que la guasca, la carranga es una música de cuerda, esta es mucho más elaborada
musicalmente y se interpreta con otros instrumentos de cuerda como el tiple y el requinto,
mientras la base rítmica la da la guacharaca.
En cuanto a las letras, la carranga se caracteriza por usar el humor y la ocurrencia como elementos
de la composición, al igual que por el uso recurrente del leguaje y los dichos propiamente
campesinos. Aunque la carranga es esencialmente una música festiva y alegre, también hay
algunas letras que muestran la difícil situación de algunos campesinos y la distancia que sienten
los campesinos con los centros urbanos.
Jorge Velosa se ha convertido con los años en un ícono de este género musical. Algunas de las
agrupaciones que ha conformado tales como "Los Carrangueros de Ráquira", "Jorge Velosa y los
Hermanos Torres" o "Velosa y los Carrangueros", han construido un género que hoy en día
cuenta con numerosos seguidores, no solo en las áreas rurales, sino también en los centros
urbanos.
Los músicos carrangeros se identifican directamente con los campesinos del área cundiboyacense. Al igual que los músicos de la guasca, estos usan sus prendas representativas, que en
caso de esta región son la ruana, el sobrero y las alpargatas, vestimenta que también es asociada
popularmente con los y las campesinas colombianas.
Al hacer una breve exploración a los principios y las temáticas de la música guasca y carranguera,
podemos observar un factor común: la reivindicación de las tradiciones campesinas y el conflicto
que suscita en el campo la desigual distribución de la tierra, que en términos socieconómicos se
traduce en menos oportunidades para que las poblaciones campesinas logren un pleno bienestar.
En el último Informe Nacional de Desarrollo Humano, el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo PNUD, mencionó que la estructura de tenencia de la tierra en Colombia es un gran
obstáculo para el desarrollo humano de los y las campesinas de nuestro país. Según los datos
consolidados en este informe, la situación colombiana es tan dramática que más de la mitad de la
tierra (52,2%) está en manos del 1,5 % de las personas, mientras el 10,59% del área total
(microfundios), le pertenecen a un 78,31% de los y las campesinas. ( PNUD, 2011: 50)
Esta situación no ha permitido la formación y consolidación de una clase media rural, que supere
el microfundio y el trabajo jornal, propios de la estructura actual de la tenencia de la tierra en
Colombia. La alta concentración de las tierras productivas en pocas manos aumenta
sistemáticamente el número de campesinos y campesinas pobres, aumentando así su
vulnerabilidad. A partir de estas consideraciones, el IDH del PNUD propone dirigir acciones hacia la
creación de una “estructura de la tenencia más democrática en la que la mediana propiedad tenga
un liderazgo para la innovación tecnológica, la creación de empleos e ingresos, la mejor utilización
de la tierra y el buen manejo del medio ambiente, lo que significaría un aporte tanto a la
construcción de democracia en el campo como al desarrollo humano y la búsqueda de caminos de
paz” (PNUD, 2011: 48)
Sin embargo, un aspecto que no es tocado por este informe ni por la mayoría de los documentos
analíticos que tratan el tema campesino, es el de la relevancia de las tradiciones culturales en el
desarrollo social de las poblaciones.
La tierra, o mejor dicho, el territorio es uno de los elementos de mayor trascendencia en la
configuración cultural de una determinada población. Fue precisamente a través de los
reconocimientos de titulación colectiva de territorios que las comunidades indígenas y
afrodescendientes consolidaron un proceso de reconocimiento de sus tradiciones culturales. A
muchos analistas del tema campesino, parece olvidárseles que la cultura campesina y las
tradiciones que la definen están directamente ligadas con la tierra y que la promoción de estas
tradiciones culturales es también una apuesta por el desarrollo social de estas sociedades.
A partir del reconocimiento de las tradiciones campesinas, se puede lograr una cohesión del
campesinado colombiano, el cual se ha caracterizado por su fragmentación y su falta de unidad. El
reconocimiento de las tradiciones culturales es también un paso importante en la dignificación de
la labor campesina, que ha sido tan poco valorada en un país en donde el sector agrícola aporta
alrededor del 10% del PIB del país y se encarga de una buena parte de la producción de alimentos
para el resto de la población del país.
Recientemente, el discurso ambiental ha tomado una importancia inusitada debido a las
consecuencias que ha traído para el medio ambiente las prácticas humanas encaminadas al
“desarrollo”. En este sentido, la tierra como elemento fundamental en la producción de alimentos
y en el equilibrio de los ecosistemas ha cobrado un valor renovado.
Desde que los indígenas recobraron su importancia social a partir de la constitución de 1991,
también empezaron a ser vistos como comunidades depositarias de un conocimiento
ambientalista y protector del medio ambiente. Como bien menciona la antropóloga Astrid Ulloa
“los indígenas ahora son considerados tanto por la comunidad académica como por el público en
general, en Colombia y en el ámbito internacional como indígenas ecológicos que protegen el
medio ambiente y dan esperanza a la crisis ambiental y del desarrollo. Por lo tanto, las
representaciones sobre los indígenas han sido transformadas del sujeto colonial salvaje en el actor
político- ecológico”( Ulloa, 2001).
Si bien este discurso fue atribuido a las comunidades indígenas, la sensibilidad ambiental no es
exclusiva de estas comunidades. La población campesina ha compartido por años una serie de
tradiciones con los indígenas, las cuales van desde la preparación de los alimentos, pasando por
las técnicas de cultivo, hasta llegar a tradiciones musicales y artesanales. Sin embrago, la relación
que tienen los campesinos con la tierra es distinta a la relación que tienen las comunidades
indígenas.
El artículo La lucha Guambiana por la tierra: ¿indígena o campesina? el antropólogo Luis
Guillermo Vasco hace un interesante análisis sobre la diferencia que los campesinos y los
indígenas Guambianos tienen con respecto a la tierra. Según Vasco “no basta con que los
guambianos posean tierras, sean dueños de un espacio geográfico, lo exploten económicamente y
deriven de él sus medios de vida, para que tales tierras sean identificadas como territorio suyo. Es
otra cosa, el mayaelo, lo que puede conferirles la categoría de un territorio propio; no es el
espacio sino la relación con él la que lo define como tal. Y el mayaelo, que es esa relación, está
diferenciado en dos aspectos inseparables: por un lado, el carácter comunitario de las tierras; por
el otro, que sobre ellas se ejerza la autonomía de la comunidad encarnada en la autoridad de un
gobierno propio” ( Vasco, 1980). A partir de esta conceptualización es que Vasco llega a una
interesante conclusión sobre la diferencia entre la tenencia de la tierra por parte de los indígenas y
por parte de los campesinos, para este autor: el indio lucha por su tierra, en tanto que el
campesino lo hace por la tierra.
En este sentido, el cuidado del medio ambiente, el cual está ligado estrechamente al conocimiento
de la tierra, se ha convertido paulatinamente también es un discurso campesino. Gradualmente,
los campesinos han visto la importancia que tiene el cuidado del medio ambiente, sobre todo en
lo que concierne a las fuentes hídricas y la fertilidad de los suelos.
Aunque suele percibirse al campesino como un colonizador que depreda los bosques y las selvas
para ampliar las tierras agrícolas, solo con observar la estructura de propiedad de la tierra se
puede ver que esta es más una práctica generalizada por los grandes terratenientes, que en
muchas regiones del país usan las tierras productivas para labores como la ganadería extensiva, la
cual ha sido identificada como una de las prácticas agrícolas que más ha profundizado la
desigualdad en la distribución de la tierra en Colombia.
Según el IDH del PNUD, citando datos oficiales emitidos por el Instituto Agustín Codazzi, “para el
año 2009 de identificó un fenómeno de gran subutilización de la tierra apta para el desarrollo de
cultivos. La superficie dedicada a actividades agrícolas y silvoagrícolas asciende a 4,9% millones de
hectáreas, pese a que se estima que 21,5 millones tienen aptitud agrícola; es decir, sólo el 27,7%
de la superficie con esa vocación es utilizada para cultivos. Lo contrario sucede con la actividad
ganadera que dedica 39,2 millones de hectáreas para mantener el hato, mientras que solo 21
millones de las utilizadas tienen aptitud para esta actividad”. ( PNUD, 2011: 37)
La cuestión cultural de la tierra es por lo tanto un factor muy importante para el diseño y la
implementación de las políticas culturales dirigidas a la población campesina. El vínculo que existe
entre la tierra y las manifestaciones culturales de los campesinos y campesinas es evidente. Sin
embargo, las características excluyentes del modelo de tenencia de la tierra en Colombia hacen
que la cuestión cultural de la tierra también esté relacionada con el debate sobre la distribución de
la tierra productiva y las figuras de la hacienda y el terrateniente en el desarrollo social de las
áreas rurales colombianas.
De igual forma, la construcción de un modelo de desarrollo sustentable, basado el conocimiento
sobre la tierra y en el respeto por el medio ambiente, tendría en las campesinas y campesinos a
unos importantes multiplicadores, puesto que serían ellas y ellos los más beneficiados, tanto con
una mejor disposición de las tierras cultivables, como con la socialización de un manejo
responsable de los recursos naturales.
LINEAMIENTOS DE POLÍTICA PÚBLICA
Después de hacer una revisión a los documentos institucionales e independientes que se han
escrito sobre la población campesina, se puede concluir que el tema de la cultura campesina no ha
sido de importancia en los análisis realizados sobre esta población.
De igual forma, la legislación y las políticas públicas tampoco han tenido la cultura campesina
como un punto de referencia a la hora de diseñar e implementar las medidas institucionales para
el desarrollo de la población campesina.
A partir de las anteriores consideraciones, los lineamientos de política pública que se hacen en
este documento de consultoría están enfocados a visibilizar la importancia de la cultura como
elemento cohesionador de la identidad campesina, al igual que identificar la importancia que
tendría la cultura campesina en el desarrollo social del campesinado colombiano y en las políticas
públicas y la legislación dirigida a esta población.
En cuanto a la cultura como elemento cohesionador, las recomendaciones que se hacen son las
siguientes:
1. Es necesario fomentar la investigación sobre las manifestaciones culturales campesinas
(música, danza, tradición oral, artesanía), teniendo como punto de referencia la
heterogeneidad de la cultura campesina y la importancia que tienen estas manifestaciones
en la identidad campesina.
2. Conjuntamente con las instituciones estatales y no estatales que han reconstruido la
memoria histórica del conflicto armado interno colombiano, llevar cabo una indagación
sobre el impacto de este conflicto en la cultura campesina. El enfoque de reconstrucción
de la memoria histórica puede ser una herramienta interesante para determinar que tanto
ha afectado el conflicto armado a la cultura de las poblaciones campesinas.
3. Trabajar simultáneamente con las organizaciones sociales campesinas y las organizaciones
culturales, con el fin de sensibilizarlas sobre la importancia de reconstruir la cultura
campesina e identificar los efectos que el conflicto armado interno ha tenido en esta
cultura y en sus manifestaciones más significativas.
4. Es necesario identificar detalladamente los aspectos culturales asociados a los conflictos
por la tenencia de la tierra que se han dado y se siguen dando en gran parte de las áreas
rurales colombianas. Debido a que la distribución inequitativa de la tierra es un factor de
suma importancia en el orden social de las áreas rurales, profundizar en los efectos
culturales producto de esta situación abre una perspectiva interesante que permite
avanzar hacia el desarrollo humano de las poblaciones campesinas con un enfoque
cultural.
5. Es conveniente identificar y fortalecer las organizaciones culturales campesinas. Este
sector es bastante estratégico, puesto que es depositarios de las tradiciones culturales
campesinas y de la historia del campesinado. Aunque estas organizaciones son tan
heterogéneas como el campesinado mismo, es precisamente en esta diversidad que se
puede encontrar la riqueza de la cultura campesina.
Con respecto a la importancia que tendría la cultura campesina en el desarrollo social del
campesinado colombiano y en las políticas públicas y la legislación dirigida a esta población, las
recomendaciones son las siguientes:
1. Es conveniente crear un espacio interinstitucional permanente que reúna a funcionarios
de alto nivel del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Agricultura y el Instituto
Colombiano de Desarrollo Rural INCODER; para establecer el marco institucional y las
estrategias de implementación y evaluación de las políticas públicas dirigida al
fortalecimiento de la cultura campesina.
2. En coordinación con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística DANE, el
Ministerio de Agricultura y el INCODER; el Ministerio de Cultura debe propender por la
realización de un censo agropecuario actualizado que incluya, entre sus objetivos, la
indagación sobre la cultura campesina, haciendo énfasis en la diferencia que se hay entre
los indígenas y los afrocolombianos que tienen su sustento económico en actividades
agrícolas y los campesinos que no se identifican como indígenas o afrocolombianos. Esta
diferenciación es fundamental para mejorar la información que se tiene sobre la cultura
campesina y sobre las particularidades que mejorarían el bienestar de estas tres
poblaciones, las cuales comparten en muchos casos el mismo territorio.
3. Coordinadamente con la Agencia Presidencial para Acción Social y la Cooperación
Internacional- Acción Social y el grupo de memoria histórica de la Comisión Nacional de
Reparación y Reconstrucción-CNRR, sería conveniente adelantar un proceso de
investigación y divulgación que dé cuenta del impacto que el conflicto armado en la
cultura rural colombiana.
4. Aprovechando los avances del Informe de Desarrollo Humano realizado por el PNUD,
donde se analiza la situación socioeconómica del campesinado desde una perspectiva
ampliada y se plantean soluciones que mejoren el bienestar de la población campesina
destacando sus potencialidades, el Ministerio de Cultura puede iniciar un trabajo
articulado con esta organización que permita nutrir el análisis de la población campesina,
teniendo en cuenta aspectos culturales como la concepción sobre la tierra y el territorio
que tienen las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas.
Una perspectiva diferencial, que tenga en cuenta que las distintas concepciones
sobre la tierra y el territorio no son solo una disposición legal, sino una cuestión cultural,
definiría una línea de análisis que revigorizaría el papel de las distintas poblaciones como
constructores de su propio bienestar.
Finalmente y a manera de conclusión general, se puede afirmar que el camino hacia la
construcción de una política pública que promueva la cultura campesina como elemento
determinante en el desarrollo social de esta población, aún no ha empezado.
Los estudios socioeconómicos y los análisis sobre el conflicto armado han establecido un discurso
hegemónico que no ha permitido que otras perspectivas de análisis se consoliden y se desarrollen
más allá de lo descriptivo, lo que ha aportado a la invisibilización de la cultura campesina en un
país cada vez más urbano que se ha distanciado gradualmente de su condición rural.
Por su parte, los movimientos sociales campesinos, otrora grandes e influyentes organizaciones,
han soportado por más de 20 años la más compleja violencia política, siendo diezmados como
organización y anulados como generadores de cambio social.
Es por estas y otras razones que el Estado colombiano debe redoblar esfuerzos para apoyar a la
reconstrucción la sociedad civil campesina, la cual ha sido golpeada por los más complejos
fenómenos sociales durante los últimos 20 años.
Esta reconstrucción de la sociedad civil campesina debe considerar como uno de los elementos
fundamentales la dignificación de la población rural a través de su cultura, elemento que además
cohesionaría la organización campesina, revigorizando la identidad y haciendo de los y las
campesinas, creadores de sus propias soluciones y por lo tanto constructores de su futuro como
población.
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