hacia la comprensión mutua - unesdoc

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ORIENTE
Y OCCIDENTE : hacia
la comprensión
mutua
ORIENTE
Y OCCIDENTE
HACIA
COMPRENSI6N
GEORGES
UNESCO
LA
MUTUA
FRADIER
Ig
Publicadoen 1960
par la Organizacih a!elas Nm’on~sUnidaspara la Educación,
la Ciencia y la Cultura, placedeFontenoy,Paris-Te
Impresopor Drukkerij Holland .N.V., Amsterdam(PaísesBajos)
0
Unedco
MC.59/D.41,%
1960
Índice
.
.
.
.
.........
indefinible
.
.
.
.
.........
II
El foso de la historia
.
.
.
.
.........
‘5
.........
23
.........
27
.........
32
Introducción
.
El Oriente
.
La época de las incomprensiones.
Los pasajes no son secretos
Los orientales,
El Occidente
La comprensión
La labor
pueblos
.
modernos.
misterioso
.
como meta
de la Unesco
.
.
7
.
.
.........
35
.
.
.........
38
.
.
.........
40
Para la portada se han utilizado una foto de Gilbert
la obra Inde sacrée[izquierda],
y una foto Giraudon
Étienne, tomada
[derecha].
de
Wer sich selbst und andre kennt,
Wird auch hier erkennen :
Orient und Occident
Sind nicht mehr zu trennen.
Goethe - Westöstlichar Diwan
Introducción
Hay formas cándidas de la ignorancia.
Citemos, por ejemplo, el caso de
aquellos antiguos cartógrafos
que, tanto en China como en Europa,
problaban de ridículos monstruos las “tierras desconocidas” -es decir, la
mayor parte del mundocuya existencia a duras penas admitían;
o el de
ese personaje de comedia que, hacia I 860, observaba con aires de hombre
advertido que las lenguas extranjeras debían tener, después de todo, una
cierta utilidad “ya que sin ellas los extranjeros tendrían dificultades
para
comprenderse
mutuamente”
; 0, para citar un caso más, la ignorancia
que se refleja en la pregunta que muchos buenos occidentales,
con la
mayor naturalidad
y mientras le ofrecen de modo gentil una copa, suelen
hacer a un indio amigo nuestro sobre el número exacto de sus esposas.
Pero si es verdad que estas formas de ignorancia
no tienen remedio,
otras hay, en cambio, que sí pueden ser corregidas, sobre todo porque
quienes las sufren no encuentran
motivo alguno para complacerse
en
ellas. Tal es el caso de innúmera gente -hombres
y mujeres cuya edad
oscila entre los años de la adolescencia y los de la madurezque hoy
experimenta,
por su falta de conocimientos
suficientes,
una franca
desazón ante el irritante problema que se denomina el Oriente.
En efecto, se habla del Oriente como de un oscuro enigma que solo
podrían descifrar los especialistas : continentes demasiado vastos, mares
desconocidos,
inmensas naciones de las cuales se hablaba muy poco
antaño porque se solía considerarlas
como imprecisas
provincias
o
aledaños pintorescos
de imperios
de acusado carácter
occidental ;
pueblos increíblemente
diversos y numerosos y que hablan lenguas tan
múltiples y diferentes como las mismas regiones donde florecen y que,
en fin, poseen tradiciones
filosóficas, religiosas y literarias
al mismo
tiempo antiguas y extrañamente
vivas, según parece.
Ahora bien, los occidentales habían aprendido
de paso, al correr de
un texto de historia o de una página de ética elemental,
que tales
religiones y culturas en efecto existían. Se habían hecho fotografías de
monumentos ; estatuas y pinturas
llegaban a los museos y tiendas de
Occidente.
Podían parecer curiosas o impresionantes,
incluso bellas.
Pero sólo pertenecían
al pasado y, con frecuencia,
a un pasado sumamente vago. iCuál era la historia de esos pueblos? En los manuales
escolares sólo se hablaba
de ella en relación con el Occidente.
Por
ejemplo, los árabes hacían su aparición
para invadir
España y para
7
combatir en Palestina en torno a los Santos Lugares, después de lo cual
volvían a la nada. La India surgía de una noche encantada y legendaria
para ser explotada, desde el siglo XVI al XVIII, por dos o tres compañías
mercantiles. La China salía de su hierático aislamiento para acoger a los
“civilizadores”
de la guerra del opio, mientras que el Japón, anquilosado
desde hacía doscientos años en la armadura de un samurai degollador
de misioneros portugueses, obtenla en 1853 exactamente
el derecho a
dos párrafos en un manual.
Por consiguiente,
nuestra ignorancia
pudo a menudo explicarse y
hasta excusarse. Pero hoy es intolerable.
Parece peligrosa
en un
momento en que la verdadera política se hace en escala mundial y en
que las palabras “el destino de la humanidad”
no pertenecen exclusivamente al vocabulario
de los moralistas sino al de los periódicos,
que
expresan más o menos claramente
la conciencia
y la inquietud
de
nuestro tiempo. Todo el mundo sabe y comprende que la paz, el progreso
general y la prosperidad
del mundo pueden depender también de la
evolución, de las decisiones y el trabajo de países que se sitúan todavia
sin gran precisión <<en Asia” o <‘en Africa” , pero que ya nadie se atreve
a calificar de exóticos. La solidaridad
profunda de todos los pueblos no
necesita demostración;
y hasta cuando se piensa sobre todo en la
solidaridad
económica, se tiene necesidad de conocer algo más que los
aspectos industriales
y comerciales.
Hasta el menos interesado se pregunta con curiosidad:
;Qué son en realidad esas naciones a las que
estamos desde ahora ligados para bien o para mal? LQué puede esperarse
de ellas? $Xmo ven el mundo?
Esta última pregunta
supone una curiosidad
mucho mayor que la
que pueden provocar ocasionalmente
la preocupación
por el porvenir
y la lectura de la gran prensa. Interesarse por las ideas y opiniones
de un pueblo es querer conocer los aspectos principales de su historia, sus
condiciones de vida, su estructura social, sus creencias religiosas y sus
aspiraciones. Es querer explorar un dominio que siempre parece difícil
de abordar:
el de una civilización
o de una cultura extranjeras.
La
ignorancia
de las culturas orientales se siente hoy en Occidente, a veces
con impaciencia,
como una privación.
Se expresa más 0 menos en los
siguientes términos :
CPuede un hombre considerarse culto si no conoce, por lo menos
como diletante, las grandes obras que representan
lo que yo llamo
“cultura”?
. . . $?ii ignora tranquilamente
0 menosprecia
el Partenon,
los Salmos de David, Hamlet, la Declaración
Universal
de Derechos
Humanos, la Novena Sinfonía, Los hermanos Karama<ov, etc. (lista arbitraria,
que puede ampliarse a voluntad)? Q uien desconozca esas obras no podrá
comprender
una palabra de la literatura
contemporánea
de mi país y
iqué podrá adivinar
de mis preocupaciones
y de mis pensamientos?
Pero, tengo buenas razones para creer que existen en otras culturas
obras igualmente
importantes
y fundamentales,
obras clave, como suele
decirse. Y yo las ignoro. CPuedo considerarme
culto?”
8
Sería exagerado afirmar que los muy diversos pueblos del Occidente
se conocen perfectamente
entre ellos. Más de una vez se han manifestado
sus incomprensiones
y, cuando se trata de cultura,
cierto espíritu
localista que les impide apreciar en lo justo los valores del vecino. Sin
embargo, esos pueblos jamás se consideran muy alejados unos de otros;
en Europa o en las Américas, no ven ninguna barrera cultural que no
sea fácil de franquear con muy poco trabajo. Es posible que al terminar
sus estudios un polaco casi no haya oído hablar de Portugal, pero ello
no le impedirá formarse una idea relativamente
exacta de su clima, sus
habitantes y recursos. Sabe que comparte la religión de ese país y que
a el, como a los escolares de Lisboa, le han enseñado que después del
Imperio Romano vienen la Edad Media y el Renacimiento.
Si además,
como es muy posible, ha aprendido
un poco de latín, podrá abrir un
periódico portugués y a primera vista descifrar y comprender
palabras
y frases. En otros términos, puede sentirse en pie de igualdad con un
pueblo, una literatura
y un modo de vida de los que no conoce sino lo
esencial: los vínculos de parentesco con su propia cultura. Igualmente,
en lo que concierne por ejemplo a Ottawa, la información
de los napolitanos, de los lioneses o de los bruselenses deja probablemente
mucho
que desear. Pero tienen conocimientos casi instintivos sobre los habitantes
de Ottawa o sus características : lenguas, religiones, origen étnico, vestido,
alimentos,
intereses políticos y deportes preferidos.
Son parientes,
y
parientes muy cercanos, a pesar del océano. Las culturas nacionales
del Occidente pueden o no apreciarse mutuamente,
pero se entienden,
en todo caso, como variaciones sobre un mismo tema.
Pero cuando esos occidentales,
que adivinan
tan bien su unidad
fundamental,
se vuelven hacia un pueblo de Oriente, están completamente perdidos. No les faltan estereotipos para imaginarse un “paisaje
árabe”, la silueta de Gandhi, arrozales chinos, las rosas de Ispahan y los
jardines de Kioto. Pero saben que esas nociones tan diversas no les
enseñan nada sobre los árabes, la India, Irán, China o el Japón.
Todas las claves de que disponen en su Occidente les parecen inaplicables
y falsas en cuanto se trata de las tierras de Africa o de Asia. Allí, las
lenguas, las creencias, las costumbres y las razas tienen la característica
de ser “orientales”,
lo que debe significar que no tienen nada de común
con el Occidente,
que se aplican a realidades humanas enteramente
distintas y que para conocerlas hay que aprenderlo
todo con paciencia
y tras largas y minuciosas
investigaciones.
Es otro mundo. Es otro
bloque;
hostil no, pero radicalmente
extraño,
cerrado y misterioso.
Puede uno recorrerlo durante largo tiempo sin comprender
nada, como
lo han probado muy bien algunos viajeros. La idea de que más de la
mitad de los seres humanos son asiáticos, orientales,
no siempre es
estímulo para penetrar el “misterio”;
por el contrario, puede desalentar.
Las páginas que siguen no tienen otra finalidad que la de examinar
brevemente
estas dos preguntas : ,$e trata de un mundo extraño? CES
posible, sin consagrarle años de estudio, conocerlo bastante bien para
9
apreciar sus valores culturales? Los representantes
de los Estados Miembros de la Unesco, reunidos en Conferencia
General en diciembre
de
1956, pidieron a la Organización
que consagrase durante diez años un
programa
especial a la apreciación
de esos valores. En el curso de esa
reunión, celebrada en Nueva Delhi, recordaron
que “la comprensión
entre los pueblos, necesaria para su cooperación
pacífica, sólo puede
lograrse si se funda en un pleno y recíproco conocimiento
y apreciación
de sus culturas respectivas”
y reconocieron
“la especial urgencia de
intensificar
entre los pueblos y naciones de Oriente y de Occidente la
mutua apreciación
de sus valores culturales”.
La urgencia es indudable.
iPero la posibilidad?
<Está al alcance del
vasto público en que pensaban los delegados, es decir, de la mayoría
de los ciudadanos, hombres y mujeres, sea cual fuere su condición social
u ocupación, que forman los Estados en nombre de los cuales la Unesco
nos propone ese esfuerzo un tanto insólito de estudio y de comprensión?
10
El Oriente indefinible
Oriente y Occidente son términos imprecisos. Se ha dicho, con frecuencia,
que es muy difícil separar lo que designan o mostrar dónde termina
el uno y dónde empieza la vigencia del otro. Sin embargo, esos dos
puntos cardinales
deben tener alguna realidad,
por lo menos como
representación,
ya que se utilizan sin perder su valor desde hace mucho
tiempo y suponen un problema. Pero si se admite que evocan diferencias
fundamentales,
y que en innumerables
casos se puede distinguir
lo que
es oriental de lo que no lo es, conviene señalar los criterios en que se
basan esos juicios. Hay por lo menos cinco criterios que se presentan al
espíritu: geografía, razas, lenguas, religiones y formas sociales.
Desconfiemos de las fronteras, naturales o “ideales”.
Evidentemente
no se trata de algunos grados de longitud al este o al oeste de un meridiano cualquiera.
Para un italiano, Marrakech
debe estar en Oriente y
Sydney en Occidente.
Las fronteras naturales se desplazan como las
demás fronteras.
Para los atenienses del siglo v a. de J.C. existía un
Oriente innegable,
un Asia, un Imperio
Persa. Mil años más tarde,
Atenas y Bizancio y Alejandría
formaban parte del Oriente.
En cuanto
a los persas, tenían desde hacía siglos relaciones con los turcos o con
negociantes chinos que, para ellos, eran orientales. $e dirá que en la
actualidad
oriental significa esencialmente
“no europeo”? Sin embargo,
tratándose
de Africa, el término sólo se emplea para designar a las
naciones en que predominan
la religión musulmana
y la lengua árabe;
desde luego, no abarca los territorios ocupados por los indios de América
ni los polinesios. Por consiguiente,
hay que admitir
que se trata en
conjunto de Asia y de Africa del Norte, sin preguntarse
por qué se
incluyen
así en Asia las Célebes y no Madagascar,
y sobre todo sin
imaginarse que un sirio, un kirguís, un javanés y un tibetano se sientan
miembros de una estrecha comunidad
“asiática”
u “oriental”.
;Las razas? Hay una llamada
amarilla,
compuesta
de diversas
familias, que siempre habitó y que habita principalmente
en Asia, en
el Extremo Oriente. Ahora bien, es evidente que las razas están mezcladas
en Asia de manera tan inextricable
como en Europa. Además, muy a
menudo las mismas razas se encuentran
en ambos continentes.
Los
antropólogos
nos hablan de mediterráneos,
de caucásicos o de malayos;
miden el cráneo y oponen cabellos ondulados a cabellos lisos. iQué
se deduce de esas clasificaciones
inciertas?
iQue los pescadores de
II
Lattaquie
se parecen a los de Barcelona, y los campesinos del Punjab
a los servios? ;Y que en el pintoresco
dominio
de las apariencias,
-aspectos,
porte, gestos, costumbreslas diferencias son a veces mucho
más marcadas entre norte y sur que entre este y oeste? Todas estas
preguntas y especulaciones no nos llevarán muy lejos.
Existen igualmente
lenguas propias del Asia: el chino, el japonés, el
grupo tibeto-birmano,
el grupo dravídico, etc. Y el turco. Y si se quiere
las lenguas semíticas, aunque no estén confinadas al Asia. Pero desde el
lago de Van hasta el Decán, más de 300 millones de hombres hablan
idiomas que pertenecen al grupo de lenguas indoiranias o indoeuropeas,
emparentadas
con todos los idiomas latinos, eslavos y germánicos. Por
tanto, el Oriente no se puede definir como el territorio
de las lenguas
orientales,
y nuestras lenguas, desde el griego al gaélico, tienen un
origen tan oriental como el bengalí. Agreguemos que dos viejas naciones
de Europa, que hablan idiomas denominados
ugrofineses, completamente distintos de los arios, no dejan por ello de ser occidentales.
En lo que respecta a las creencias, no olvidemos el auge de una
religión que se define como universal,
auge que tan pronto precedió
como acompañó en Oriente a la expansión comercial 0 colonial europea.
De todas formas, está claro que, en la medida en que las tradiciones
religiosas modelan la cultura de los pueblos y la faz de las naciones, la
presencia de varios millones de cristianos no impide que el Japon,
China,
India,
Vietnam,
Indonesia,
etc., sean países de religiones
“orientales”.
Además, las creencias más venerables y los cultos más
arraigados
no confieren necesariamente
un carácter excepcional
a los
países de un conjunto más vasto: una comarca del Adriático
puede ser
de mayoría musulmana
sin pertenecer
por ello al Oriente,
como el
Líbano, por ejemplo, tiene una personalidad
propia como consecuencia
de su mayoría cristiana, pero una personalidad
que se manifiesta en un
contexto árabe. Hoy no parece posible que las pequeñas minorías, por
influyentes y fervientes que sean, modifiquen
sensiblemente el clima de
una civilización.
Si existiese en Gran Bretaña un millón de ingleses
budistas, no se aumentaría
en uno solo el número de los orientales.
Pero, por otra parte, todos recordarán que el cristianismo por su origen
es una religión tan “oriental”
como el islamismo y el judaísmo, fuente
de uno y otro. Es evidente que la fe que poco a poco fue animando a una
Europa nueva, pareció en un principio
a los ciudadanos conscientes del
Imperio
Romano,
un culto exótico (y además incompatible
con la
tradición)
entre tantos como vinieron a predicar en Occidente exaltados
levantinos. Se contestará, no sin razón, que en el siglo xx las confesiones
cristianas se consideran de hecho radicalmente
diferentes de las creencias
más difundidas, por ejemplo, en la India, en el Tibet o en Ceilán. Pero
debe añadirse que los musulmanes
adoptarían
también esa posición,
y en los mismos términos. También es verdad que, a la inversa, cuando
un japonés habla de las religiones orientales, probablemente
piensa tanto
en el islamismo como en el cristianismo.
12
En suma, los criterios en que pretendemos
fundar tantos juicios
parecen bastante confusos. No obstante, existe uno que a veces se
considera como más seguro o más tangible:
el del progreso social,
equiparado
en general al progreso industrial.
Según ese criterio,
el
Oriente es el vasto dominio de las regiones insuficientemente
industrializadas, donde se perpetúan las civilizaciones
agrarias y las sociedades de
tipo feudal o patriarcal.
Por eso, dicho sea de paso, hay tantas personas
generosas en Europa y más aún en América que explican a los orientales
las ventajas de la técnica moderna y las virtudes de la democracia.
Parece, sin embargo, que esas lecciones se dirigen a un auditorio global,
abstracto, y jamás a un pueblo en particular:
si aún quedan unos pocos
(entre los más débiles) sin un sistema de gobierno que se ajuste a las
normas democráticas
generalmente
aceptadas, no existe casi ninguno
al que no haya llegado o en el que no se refleje la revolución industrial,
a veces desde hace ya mucho tiempo.
En realidad, nadie ignora por completo que se produzca acero en el
Japón o en China, ni que haya fábricas textiles en el Pakistán o en
Egipto. Pero en la imagen que la mayoría de los occidentales se forma
de las naciones orientales, esa realidad industrial
parece pesar menos
que las supervivencias
del pasado y los vestigios de la leyenda. Camino
centro indio de investigaciones
nucleares,
el turista
de Trambay,
fotografiará
las carretas tiradas por búfalos. A su regreso describirá
esas carretas tiradas por búfalos, extasiándose ante su poética antigüedad,
y olvidará los reactores atómicos porque, naturalmente,
no funcionan
a base de tributos feudales y tabús de casta y porque, en una palabra,
no concuerdan con su imagen de la “India eterna”.
Así, el retraso económico de varios países de Asia (y no de todos)
reviste, en la representación
que se suele tener del Oriente, proporciones
enormes, que halagan sin duda la vanidad de un Occidente orgulloso
de su progreso técnico y también algunos de sus gustos sentimentales,
fomentados muchas veces por las novelas y el cine. El occidental declarará
complacido que “nada ha cambiado”
en la vida de los pastores mogoles
desde la Edad Media, entre los mercaderes de Lahore, desde Aurangzeb,
o en una aldea del Irak, desde la prehistoria
de Sumeria. Afirmaciones
que solo conducen a una conclusión bien poco científica:
“Las mismas
tierras, las mismas gentes; así es como debían ser las hordas de Gengis
Khan, los orfebres indomusulmanes
del siglo XVII, etc.” Generalmente,
el público acepta encantado esas conjeturas y substituciones,
en apoyo
de las cuales la fotografía proporcionará,
en caso necesario, documentos
irrefutables,
con tal de evitar los pilones de una línea de alta tensión
en la escena mogola y de que en el horizonte de las aldeas milenarias
no se vea un viaducto del ferrocarril
Basora-Mosul.
Si se pide a un afgano que describa Europa tal como se la imagina,
puede ser que empiece por la visión confusa de un paisaje de fábricas, de
altos hornos, de centrales eléctricas,
de aeródromos
iluminados,
de
ciudades fantásticas con casas de vidrio y de acero en las que una
muchedumbre
febril se mueve sin parar entre sus máquinas, sus alcoholes
multicolores
y sus pantallas
de televisión.
Ese montañés debe haber
visto algunas películas y hojeado revistas de propaganda.
Un europeo,
que querrá sin duda corregir su impresión,
le dirá: “NO deja Vd.
de tener razón. Pero no ha hablado Vd. del silencio de los campos y
de los bosques, de la paz de los collados en que anidan minúsculas aldeas
entre viñas y vergeles, de la calma solemne de nuestras pequeñas
ciudades a la sombra de las catedrales.
. .” Y añadirá:
“En esas
ciudades la vida no ha cambiado radicalmente
desde hace siglos”. Y
al decir esto no pensará siquiera en algunas provincias
de Europa
meridional
donde la economía es más arcaica que en muchas regiones
rurales de Asia. Pensará en cualquier región vagamente “tradicional”
:
Escocia o Baviera, Turena o el País Vasco. Y en realidad estará convencido de que su observación,
repetida a menudo, es pueril, de que
la vida ha cambiado mucho en esas campiñas y en esas pequeñas ciudades, de que cambia todos los días, cada vez más de prisa, como en todas
partes.
Pero precisamente son muchos los occidentales que tienen la nostalgia,
declarada
o secreta, de una sociedad rural y tranquila,
de contactos
humanos sin choques ni sorpresas en el marco sosegado de las aldeas
apacibles y de las jerarquías
familiares,
de una vida sencilla, lenta y
regular, de costumbres arraigadas
en creencias inmutables.
Esta existencia idílica, que en vano buscan en torno suyo, la imaginan
en el
Oriente legendario.
Pero el Oriente real solo vendría a perturbar
sus
ensueños, esos ensueños que también
se llaman prejuicios.
Por eso,
lamentando
que ya no exista una especie de pureza clásica, viajeros
muy honrados, a veces hombres de ciencia, ceden a la tentación
de
asimilar Oriente y artesanado patriarcal.
Si éste ha desaparecido
en
un país, toda la nación parece haberles traicionado
para entregarse al
igualamiento
mercantil
y arrabalero.
Así, un profesor de geología
escribía no ha mucho en un libro consagrado al Irán: “Inscripciones
proféticas,
trazadas por el humo de las chimeneas de las fábricas,
manchan
el cielo más bello del mundo”.
Esa mancha, francamente
exagerada,
sólo predice la evolución industrial
que el profesor era el
primero en celebrar, sabiendo, además, que nada restará ni al azul del
cielo que sirve de dosel a las cúpulas de Ispahan ni a la armonía de los
versos de Saadi. Pero la frase revela íntimo pesar: por qué no se habrá
detenido el tiempo en los bellos días de un contemporáneo
de Shakespeare
como Abbas el Grande, cuya corte feudal, con sus hermandades
y
corporaciones,
su ejército caballeresco y sus escuelas de poesía religiosa
componían
un conjunto tan profundamente
oriental.
“Mais ou sont
2Dónde están los fastos de príncipes como los
les neiges d’antan?”
Habsburgos
o los Médicis, cuyos palacios tuvieron un sello quizá más
oriental que los grandes almacenes de Tokio o la estación de Kandy?
‘4
El foso de la historia
El Oriente no está poblado por una humanidad
diferente, eternamente
distinta de los pueblos europeos por sus lenguas, razas y religiones, y al
margen hoy, económica y socialmente, del siglo xx occidental. Se puede
admitir esa proposición,
se puede incluso considerarla evidente, trivial
y rechazar,
sin embargo,
la idea de que ese Oriente sea realmente
inteligible.
“Esas dos partes del mundo, suele decirse, han evolucionado
aparte, cada una en su órbita, Quiérase o no, ha habido una separación
entre Europa y el Oriente.
Es indudable
que la naturaleza
no ha
abierto ese foso, debe haberlo hecho la historia. Las culturas occidentales
se conocen como tales desde Homero,
y desde entonces iqué hubo
de común entre ellas y las civilizaciones
de Oriente? No es, pues, de
extrañar que esas dos realidades, mal definidas pero separadas durante
veinte o treinta siglos, apenas puedan comprenderse
. . .”
Sería curioso examinar
esa objeción en detalle, por países y por
épocas. Tal estudio exigiría casi por entero los seis voluminosos tomos de
la Historia del desarrollo cientíjco y cultural de la humanidad que prepara
para la Unesco una comisión internacional
de historiadores. Sin embargo,
en proporciones
mucho más modestas, debe ser posible esbozar ese
estudio o sugerir algunos de sus puntos principales.
No cabe duda de que durante muy largos períodos ciertos países de
Asia tuvieron muy poco contacto con el mundo occidental. Las grandes
invasiones de los pueblos nómadas solían interrumpir
las relaciones
comerciales, cortar las rutas y levantar entre naciones vecinas murallas
casi infranqueables.
La India desde els iglo III hasta la caída del Imperio
Gupta, China en el siglo IV y después bajo los T’ang y los Song, desde
el siglo x hasta el XIII, sufrieron así a los hunos o a los tártaros, que no
contribuyeron
a la libertad de los intercambios
pacíficos.
Pero, a pesar de las incesantes luchas fronterizas
y del desmorotamiento de los imperios, sería falso creer que el tráfico de bienes y de ideas
se detuvo por completo durante tan largos años. En el comercio, la
historia conoce muchas retiradas provisionales,
pero muy pocos bloqueos
eficaces. De todos modos, la intervención
de los pueblos de la estepa que,
unos tras otros, causaron tantos desastres antes de civilizarse,
y de
convertirse, según los casos, en iranios, indios o chinos, sólo ocuparía una
pequeña parte de la crónica de las relaciones culturales. En China, no
tendría posiblemente
más importancia
que las grandes invasiones en
*5
Europa, que para los contemporáneos
parecían presagiar el fin del
mundo o el advenimiento
definitivo
de los bárbaros y que hoy, vistas
a distancia, sólo constituyen
un episodio de la historia de Occidente.
Al margen de las catástrofes (hasta ahora) la vida continúa, y continúan
en particular
las actividades
discretas, el humilde transitar de comerciantes, buhoneros, peregrinos, espías y artesanos que la historia oficial
ni siquiera menciona y que, sin embargo, llevan de un lado a otro
tantas imágenes y tantas ideas.
Sin remontar
hasta el diluvio,
encontraríamos
ya a esos ignotos
viajeros en tiempos de Darío 1, rey de los persas, a quien los griegos
llamaron el Grande. Fue grande, en efecto, no sólo por la inmensidad
de su imperio, porque prosiguió la apertura del canal del Nilo al mar
Rojo, proyecto abandonado
desde el Faraón Nekao, o porque envió una
expedición geográfica al Sind, sino sobre todo porque el Irán establecía
ya bastante bien el contacto entre la India y la China, por una parte,
y Europa por otra. Había por entonces intercambios
regulares entre
las ciudades del Ganges y los puertos del Mar Negro, pasando por el
valle de Kabul,
Herat o Merv y Hamadan.
Es poco verosímil,
sin
embargo, que los negociantes del Ponto Euxino tuviesen informaciones
precisas sobre sus proveedores
hindúes. Pero cuando nuestros orientalistas insisten en los contactos entre astrólogos indios y babilónicos
(cuya influencia
en Grecia fue considerable),
cuando señalan que las
concepciones médicas y anatómicas de los sofistas y de Platón se parecen
extrañamente
a las de autores indios de la misma época (siglos v y IV a.
de J.C.), preciso es sospechar que en las caravanas persas no venían
solamente joyeros y comerciantes de paños.
La expedición de Alejandro
de Macedonia
(que en los manuales de
historia arroja sobre la India un breve resplandor
sin consecuencias)
tuvo quizá menos importancia
que la obstinación
de los mercaderes.
Es cierto que sirvió para engendrar toda una literatura
de evasión en
griego y en latín, después en francés y finalmente en la mayoría de las
lenguas de Europa, ya que la Edad Media no se cansó de transcribir
y
enriquecer la fantasmagoría
guerrera y amorosa del “libro de Alejanmisteriosa”.
Los reinos griegos
dro” : de ahí viene, en parte, la “India
(indogriegos
o iranogriegos)
ejercieron
una influencia
más directa;
varios consiguieron
mantenerse entre el Amu Daria y el Hilmend,
y
después entre el Kabul y el Indo, durante 300 años.
En realidad,
las relaciones orientales no dependían
en esa época
exclusivamente
de la habilidad
de los herederos griegos o partos de
Seleuco, a pesar de su monopolio del marfil. El comercio marítimo era
probablemente
más próspero. Desde el año 50 antes de J.C., los navíos
romanos, que hasta entonces solo llegaban a la desembocadura
del
Indo, se aventuraron
en alta mar desde Aden hasta la costa de Malabar.
Las tripulaciones
griegas de esos navíos conocieron pronto casi toda la
costa occidental de la India, después el golfo de Bengala y, por último,
la Baja Birmania,
Malasia, Sumatra, Camboja y Tonkín. En IOS anales
16
chinos se menciona que en 166 se presentó una embajada
de Antún
(Antonio,
es decir, Marco Aurelio).
Probablemente
más que de una
embajada se trataba de una misión comercial oficiosa. En todo caso,
Roma y Cantón no se desconocían por completo.
Ese comercio que durante siglos enriqueció a tantos mercaderes indios
y árabes, a tantos armadores alejandrinos,
libaneses, y después venecianos, no fue sin duda de provecho inmediato para los pueblos de Europa.
Porque Europa compraba
a un alto precio productos de lujo, seda,
especias y perfumes, a orientales que no necesitaban mercancías europeas
y a los que se pagaba en oro. Los clientes de Marsella o de Ratisbona
podían deplorar ese balance deficitario, pero a nadie se le había ocurrido
decir que los puertos de Oriente,
de donde procedían
esas valiosas
mercancías, estuviesen aislados del resto del mundo. También se sabía
que en esos puertos no había tan sólo riquezas materiales.
Hacia el
año 235, un cristiano dió en Roma, en una Refutación de todas las herejías,
un resumen fiel de las doctrinas hindúes, que la cristiandad
volvió
a descubrir con harto trabajo mil seiscientos años más tarde. No se
concebía una frontera bien delimitada
entre esos lejanos territorios y el
dominio
semieuropeo,
semiasiático,
de lengua y de cultura griegas,
que se denominaba
Imperio
Romano de Oriente. Durante mil años,
Constantinopla
había de servir de vínculo entre los dos mundos. A
principios
del siglo VII, sus barcos iban a buscar a Gran Bretaña el
estaño destinado al Oriente. Al mismo tiempo, mercaderes y misioneros
bizantinos
se aventuraban
hasta Ceilán;
en cambio,
hubo monjes
budistas en la Corte de Justiniano.
Existía entonces en Europa Occidental
una corriente de intercambios
con el Mediterráneo,
con el mundo exterior, que estaba casi por completo en manos de “orientales”
: sirios, judíos y griegos de Asia. Traían
a los grandes propietarios,
a los obispos, a los reyezuelos borgoñones,
visigodos o francos, alhajas, vestidos, adornos, especias, papiros de
Egipto, perfumes de Arabia y reliquias de los santos mártires. Para la
exportación,
Europa no tenía que ofrecer sino esclavos germánicos,
cuyo tráfico enriquecía a Maguncia,
a Verdún y a Génova. En el año
965, ese mercado estaba centralizado
sobre todo en Praga, frecuentada
por mercaderes árabes y turcos. Sin embargo, existía en Europa un
centro más activo de comercio y de intercambios
civilizadores:
el
Estado de Kiev y de Novgorod,
donde eslavos y escandinavos trataban
directamente
con negociantes chinos e indios, con los griegos de Crimea,
y sobre todo con los árabes que, por el mar Caspio, llegaban hasta la
cuenca del Dnieper a comprar miel y pieles.
Porque los árabes -0 los pobladores de los diversos Estados musulmanescomenzaban
a sustituir en algunos lugares a los bizantinos.
A partir del siglo VIII, estaba en sus manos el comercio entre la Europa
báltica, Africa y la India, y la China hasta Corea. Por otra parte,
existían entonces en China (bajo los T’ang, 6 I 8-906) colonias autónomas
y permanentes
de mercaderes
extranjeros
autorizados
a recorrer el
‘7
país y a establecerse en él. En esas colonias, iranios, indios y nómadas
de Asia Central se codeaban con traficantes griegos y árabes. En tiempo
de los califas de Bagdad o de Córdoba, y en Irán bajo los señores turcos,
árabes o persas, el comercio y la banca tejían de un extremo a otro del
hemisferio una red que Europa sólo pudo desarrollar
en una escala
comparable
después del descubrimiento
de América. Se ha señalado la
función esencial que desempeñaron
en esas relaciones dos comunidades
desprovistas de todo poder político:
los judíos y los armenios. Estos
tenían en sus manos el comercio entre la India y Europa Oriental:
uno de sus mercaderes escribió incluso en el siglo XIII una excelente
Guía de las ciudades indias, que informaba
sobre distancias, poblaciones,
religiones y costumbres. Los judíos de la España musulmana
iban y
venían entre este país y la China por tres itinerarios diferentes que les
permitían
detenerse en los principales
mercados de la Europa mediterránea, del Africa del Norte y de Asia Central y Meridional.
En
realidad,
del siglo XI al XIII hubo un Oriente que tanto los humildes
pecheros de Europa como sus señores conocían muy bien: el de Siria,
Palestina y Egipto, el de las peregrinaciones,
el de las Cruzadas. iCuántos
viajes se hicieron a Jerusalén antes de la primera Cruzada ! Y después,
entre 1096 y 1292, lcuántos años de treguas! Incluso en pleno ardor
de las batallas, nunca se interrumpieron
verdaderamente
las relaciones
económicas, culturales, ni aun las mundanas.
Cuando los mogoles establecieron
sobre toda Asia su paz, en un
principio pavorosa, después majestuosa y a veces benéfica, los soberanos
de Occidente pudieron equivocarse sobre las creencias y las intenciones
de esos temibles jinetes, pero lo cierto es que les enviaron embajadas
cuya fama ha llegado hasta nuestros días. Sus diplomáticos
-Ascelino,
Rubruk
y Juan del Piana Carpinio sus misioneros sabían ver y
comprender.
A su vez, el Occidente no era desconocido de ese religioso
nestoriano, originario
de China del Norte, que en nombre del Kan de
Persia fue a sondear los designios del rey de Francia en París, del rey
de Inglaterra
en Burdeos y del Papa en Roma. Una vez más, el Irán
era una ruta importante,
un puente entre el Occidente y el Oriente.
Trebisonda,
Tabriz y Astracán fueron bien pronto tan familiares a los
genoveses y a los venecianos como en otro tiempo habían sido Constantinopla
y Alejandría.
La “Pax mogólica”
valió a generaciones de
jóvenes occidentales la lectura maravillosa
de los viajes de Marco Polo.
Pero las empresas comerciales
de los hermanos
Polo no eran mas
importantes
que las de otros múltiples negociantes menos dotados para
el reportaje.
Esos mercaderes,
siempre ansiosos de observar lo que
interesaba directamente
a sus oficios y a sus negocios, examinaban
los
puertos, los navíos, los talleres y los albergues y, desde el mar Negro al
Yangtsé, no parecen haber encontrado el “Oriente
misterioso”.
Si bien
se extrañaban
un tanto de los ritos y de las ceremonias, juzgaban
de
mayor interés señalar la presencia en las cortes mogolas de verdaderas
colonias europeas: obreros franceses, húngaros, rusos, alemanes. En el
18
siglo x111, hubo orfebres parisienses en el Turquestán
y cirujanos lombardos en Pekín.
Cien años más tarde llegaron
una vez mas a Samarcanda
las
embajadas
que el rey de Francia y el rey de Castilla, la república de
Venecia y el emperador
de Constantinopla
enviaban respetuosamente
a Tamerlán.
Esas visitas protocolarias
tuvieron
menos influencia
en
Extremo Oriente que el establecimiento
discreto, en todos los puertos de
los reinos hindúes y budistas, de los exportadores
árabes que compartian
con los malayos el monopolio
de las especias. Pero los atractivos
del
comercio no eran lo único que empujaba por caminos y mares a viajeros
de todas las lenguas y de todas las religiones:
también la curiosidad
científica contaba con sus trotamundos.
El geógrafo Ibn Batuta, de paso
en Sijilmessa, al sur de Marruecos, tuvo el placer de alojarse en casa del
hermano de un colega que habia encontrado
en China algunos años
antes. Cuando el amable sabio murió en Fez, en 1378, finalizaba
una
tpoca, la que acabamos de evocar con algunos hitos tomados un poco
al azar en el transcurso de dieciocho siglos de historia:
una época de
relaciones precarias pero fructíferas entre el Oriente y el Occidente,
el
tiempo de un largo aprendizaje
europeo.
Porque lo que acabamos de decir debería evocar dos cosas: que
siempre hubo relaciones frecuentes, casi continuas entre Europa y el
Oriente,
y que en general esos contactos los establecieron
pequeños
grupos, personas que actuaban
por iniciativa
propia,
oficiosamente,
viajantes de comercio, sin duda eficaces, pero poco capaces de instruir a
sus compatriotas
sobre las realidades del Oriente que habían visitado.
Además, el tráfico de las mercancías, como el de las ideas, pasaba por
tantos intermediarios
que quienes en último término las recibian podian
no saber nada del punto de partida.
Sin embargo, esos contactos, ese
comercio con sus numerosas escalas intermediarias
bastan para desmentir la leyenda de las dos partes del mundo aisladas entre sí. Y si se
piensa en los resultados de esas relaciones,
no solo cesan las dudas
respecto a su existencia,
sino que se comprende
su naturaleza.
A fines
imparcial
hubiera podido, sin paradoja,
del siglo XVI, un observador
definir Europa como una península
de Asia, poblada por naciones
originales y dinámicas, pero como es natural sometida a las influencias
civilizadoras
del continente,
es decir, del Oriente, que iban llegando
paulatinamente,
y a veces con gran retraso.
Todo el mundo conoce el resultado de esas relaciones y bastará con
enumerar algunos hechos. El Oriente había dado a Europa una religión;
más tarde le di6 algunas herejías, llamadas bogomilas o albigenses, que
las autoridades
refutaron
a sablazo limpio
en Bosnia, por ejemplo,
y en el Languedoc.
Pero también contribuyó,
en forma muy duradera,
a la arquitectura
y a las artes. Mucho antes de las Cruzadas, los constructores de las iglesias románicas empezaron a copiar la ornamentacion
tradicional
del Irán y de Mesopotamia,
a imitar las capillas coptas,
y a transcribir
en la piedra de los capiteles las pinturas siriacas que les
traían los peregrinos irlandeses o los traficantes bizantinos.
‘9
Por su parte, el Occidente había hecho un presente extraordinario
a
las artes orientales: el rostro de Buda, que escultores griegos inventaron
en la region de Kabul antes del primer siglo de nuestra era.
Esta colaboración
inesperada
no dejó de tener consecuencias:
su
efecto se dejó sentir no ~610 en el Turquestán,
donde perduró hasta el
siglo VII un arte grecobúdico,
sino también en los frescos “grecoiranios”
pintados en el Seistán bajo Cosroes el Justo, cuyo imperio acogió a
muchos cristianos, ortodoxos y nestorianos, y a gran numero de indios,
budistas o bramánicos.
Se ha dicho que antes del siglo XVI Europa no
ejerció ninguna influencia
en Oriente,
salvo en arte. Sin duda hay
otras excepciones.
Una, por lo menos, es de importancia
capital:
el
mundo sería mas pobre si no hubiese aparecido esa efigie de un Apolo
de cabello recogido y de orejas largas, metamorfoseada
poco a poco
en imagen del Buda único bajo las innumerables
apariencias
de los
budas indios y birmanos,
cingaleses y chinos, jemeres, tibetanos
y
japoneses.
La Europa del siglo xv ignoraba
ese don de Grecia al culto del
Iluminado,
cuya conversión
relataban
sin embargo
con bastante
exactitud sus cuentistas populares, bajo el título de Barlaam y Josafat.
Pero esa Europa podía haber sospechado sus propias deudas respecto
a civilizaciones
que le habían proporcionado
los medios de desarrollar
su agricultura,
su industria,
su comercio, su marina y, finalmente,
sus
ciencias, con las cuales el Occidente
iba a transformar
el planeta.
Los campesinos de Occidente
no habían heredado todas sus herramientas del Irak o de Egipto; los galos, desdeñando el arado de vertedera,
habían inventado
el arado moderno. A nadie sorprendía el hecho de
que el hierro y el trigo hubiesen venido de Asia en la prehistoria,
y más
sabiendo todos que los hombres antiguos habían venido del Este en la
noche de los tiempos. Pero bien se recordaban
las ventajas que habían
traído a los huertos europeos, al ser traídos de Asia, el albaricoque,
por ejemplo, y el melocotón (la “pérsica”).
En fecha más reciente, los
italianos habían tomado de los musulmanes
de Sicilia el naranjo de
fruto amargo, al que dieron sabor dulce; en el siglo x los bizantinos
plantaron,
también en Italia, las primeras moreras. Por la misma senda,
penetraron
lentamente
gran cantidad
de nuevas técnicas: la cría del
gusano de seda, la herradura, y para enganchar a los caballos, la collera
de armadura
rígida, que encontramos en China en los bajorrelieves
de
la época Han, en el siglo II de nuestra era, y que Europa recibió unos
mil años después.
Incluso los molinos, antepasados de toda fábrica, procedían de Asia:
molinos de agua introducidos
en el Imperio Romano en el siglo I antes
de J.C., pero que no se difundieron
realmente hasta la época de Carlomagno, y molinos de viento que llegaron a Europa mucho más tarde,
entre los siglos x y XII. Españoles y portugueses pudieron
surcar los
océanos porque acababan de adoptar la brújula
de aguja imantada,
quizá empleada en un principio
por los mineros, y de cuya existencia
20
hay testimonios en China ya en el siglo XI. Por lo demás, sus navíos no
eran mejores ni peores que los de las tripulaciones
griegas y árabes
que dominaban
los mares desde hacía quinientos
años. Sus marinos
habían tomado del griego los nombres del fanal y de la barca, y del
árabe los de arsenal y almirante. En lo sucesivo, el comercio internacional
y las compañías de seguros de Europa no podrían trabajar sin utilizar
vocablos árabes o persas; de estas dos lenguas tomaron las palabras cifra,
tráfico, almacén,
bazar, tarifa, aduana,
fardo, tara, averfa, riesgo,
cheque, aval, etc. Por otra parte, pudieron calcular rápidamente
~610
después que los italianos aprendieron
en Argelia a usar las cifras que
los árabes habían recibido de la India mucho tiempo atrás, pero que en
general no substituyeron
a los números romanos en Occidente
hasta
fines del siglo XVI.
Esas cifras no sólo sirvieron para llenar las columnas del debe y del
haber. Sirvieron
también para crear la aritmética
y el álgebra, y para
imprimir
a la astronomía y a la geometría un desarrollo desde entonces
ininterrumpido.
El Occidente,
sucesor de Roma, no pudo heredar del
latín una cultura científica que los romanos jamás poseyeron. La ciencia
antigua había sido babilónica,
india, griega y alejandrina.
En el siglo VI,
en el Irán, pasó del griego al siríaco, al hebreo y al persa. Posteriormente,
en Bagdad, una vez más del griego, del persa y del sánscrito, fue traducida
íntegramente
al árabe; entre tanto se había enriquecido
constantemente
en manos de los sabios iranios y árabes que realizaron los más decisivos
progresos en astronomía y trigonometría,
en botánica y farmacia.
En el siglo x, los españoles ponen manos a la obra. Durante más de
trescientos años, con italianos de Salerno y más tarde con provenzales de
Montpellier,
van traduciendo,
sobre todo al latín, los pequeños tratados
o las enormes enciclopedias
de los geómetras, astrónomos, médicos y
alquimistas
árabes. Y no sólo en lo que se refiere a las ciencias: 10s
metafísicos y los místicos musulmanes y judíos, como los filósofos que
siguen a Platón, por ellos comentados,
penetran tambiCn en Europa
por Córdoba, Toledo y Barcelona. La influencia de los filósofos fue más
efímera que la de los hombres de ciencia; una y otra se prolongaron
más allá de la Edad Media. Averroes había sorprendido
a los escoAvicena y Maimónides
pueden figurar
lásticos del siglo XIII. Al-Farabi,
entre los precursores de Spinoza, Abu Bakr entre los precursores de los
enciclopedistas
del siglo XVIII.
Y Descartes hubiera reconocido al menos
como uno de sus antecesores espirituales
a un matemático
como alBattani.
Técnicas, ciencias y filosofías antidogmáticas:
el equipo esencial de lo
que con frecuencia
se llama espíritu occidental,
la base del nuevo
capitalismo
y de la expansión europea y, finalmente,
de la “civilización
moderna”.
Entre esas técnicas orientales, Europa había recibido hacía
poco la granada, la pólvora, y los proyectiles de guerra. Ninguna de esas
armas era tan importante
como la última importación:
el papel, fabricado en China desde el siglo I de nuestra era, apareció en Europa en el
21
siglo XII. Finalmente,
la imprenta,
el regalo que una princesa japonesa
recibia mientras en esa misma época Carlomagno
aprendía a leer, y que
se conoció en Egipto quinientos años más tarde, acababa de inventarse
de nuevo a orillas del Rhin. El Renacimiento
era posible.
22
La época de las incomprensiones
Desde que se anuncian los “grandes descubrimientos”,
el advenimiento
de las potencias marítimas
y del comercio invasor y la formidable
expansihn europea tanto en el Atlántico
como en el Asia Central y en
el octano indico, es superfluo mencionar hitos para señalar los contactos
entre Oriente y Occidente.
Dos fechas bastan: el 29 de mayo de 1453,
el poderío turco se establece en Europa por más de cuatro siglos;
el 18 de mayo de 1498, Vasco de Gama llega a Calicut. En adelante,
las relaciones de Europa Occidental
con el Cercano Oriente se desenvolverán de manera directa, sin necesidad de la escala bizantina,
y se
establecerán
con el Lejano Oriente sin la menor intervencidn
de los
intermediarios
musulmanes.
Desde el golfo PCrsico hasta Filipinas serán
cada vez más ventajosas para Europa hasta el punto de transformarse
poco a poco en relaciones de un carácter colonial o de ocupación más
o menos protectora, salvo en costas demasiado tiempo prohibidas,
como
las del Japón. A partir de esa época, en contraste con las visitas espaciadas
y tímidas de otros tiempos, habrá contactos de masas; no ya decenas,
sino millares de europeos establecerán cada año contacto con los países
orientales. No son individuos sino pueblos enteros que van a descubrirse
mutuamente.
El Occidente
se presenta en delegaciones
sucesivas o
permanentes
cada vez más numerosas, con métodos variados pero con
designios extrañamente
similares. Ormuz, Goa, Manila, Delhi, Cantdn,
Rangún, Yakarta y Pekín vieron avanzar a Europa representada
por
portugueses, españoles, holandeses, británicos, franceses o rusos.
En la mayoría de los casos, estas revelaciones
en masa causan una
terrible decepción. Los pueblos han descubierto
su diversidad,
exagerando a capricho las diferencias que los distinguen,
pero negando que
esas diferencias
tengan una explicación.
Veían a otras gentes y se
exasperaban
de encontrarlas
distintas. Los mercaderes, los misioneros,
los soldados, los negociantes
y los magistrados
y jueces que desembarcaban
de Europa siempre tenían prisa; llegaban impacientes
por
comprar, por vender, por construir, por predicar, por firmar y hacer
firmar. $omprender?
Para eso se necesita paciencia. Para el indio o el
malayo, esos hombres del Occidente,
agitados y emprendedores,
no
habían venido para comprender
ni apreciar. Parecían exageradamente
sorprendidos
ante la novedad de sus costumbres, su ropa, sus creencias
y alimentos,
pero no mostraban
el menor interés por conocer las
23
razones de ese modo de vida, de esa religión, sus razones, como tampoco
prestaban atención alguna a su lengua, a sus cantos ni a sus libros. Por
el contrario, preferían, sin más ni más, enseñarle su lengua, sus prácticas
y sus doctrinas, que estaban bien, desde luego, pero que por desgracia
tendían a imponerse en nombre de tal o cual monarca lejano, o como
cláusula de una transacción
dudosa con un espíritu de intolerancia.
En tales condiciones, era posible la negociación, la astucia, las soluciones
políticas o militares, pero no la comprensión de las culturas Y precisamente fueron las culturas -el
arte, las tradiciones
intelectuales,
la
historia, la vida espirituallo que nadie quiso tomar en cuenta, a no
ser de la manera más superficial y para declararlas ininteligibles.
Hubo, es verdad, excepciones notables, y las más notables fueron hasta
el siglo XIX las de algunos misioneros católicos. Cada vez que los jesuitas
pudieron ejercer libremente su ministerio en la India, por ejemplo, o en
China y, más brevemente,
en el Japón, se establecieron
relaciones
humanas y fecundas. Esos sacerdotes italianos,
alemanes o franceses,
supieron realizar un esfuerzo leal para comprender el refinamiento
de las
civilizaciones
china y japonesa y la profundidad
del pensamiento hindú.
Concibieron
su misión no como maestros sino como colaboradorìs,
y
procuraron
adaptar las riquezas morales del cristianismo
a las tradiciones seculares de los nuevos países. En la India, algunos de ellos
escribieron, en maratí y tamil, obras que figuran entre los clásicos de la
literatura
india. Su contribución
científica
fue altamente
valiosa en
China; y cuando las puertas del Japón estaban todavía cerradas, a
principios
del siglo XIX, sus astrónomos importaban
clandestinamente
los tratados de matemáticas que esos jesuítas habían compuesto en chino
en sus observatorios al servicio de emperadores manchúes. Esta colaboración respetuosa entre hombres libres fue sin duda demasiado rara y breve
para que pudiera
tener importantes
consecuencias.
No se renovó y
desarrolló sino en una época reciente gracias, sobre todo, al auge de los
estudios de filología, de historia o de crítica filosófica realizados por
eruditos “orientalistas”.
Entre los investigadores
europeos y americanos que se dedicaron a la
tarea esencial de explorar
el patrimonio
literario
de los países del
Oriente, mientras sus compatriotas
no pensaban más que en explotar
las riquezas materiales, varios fueron famosos y ejercieron una influencia
inmediata
sobre los poetas y filósofos que leían sus obras. Revelaron
épocas olvidadas, tesoros de pensamiento
y de lirismo hasta entonces
insospechados. Champolion,
al descifrar los jeroglíficos, había exhumado
tres mil años de historia egipcia. Repentinamente
comenzó a atribuirse
la misma importancia
a la labor, menos difícil pero igualmente
nueva,
de los sabios y eruditos que se habían impuesto el trabajo de aprender el
sánscrito, el persa antiguo, el chino o el japonés. A mediados del siglo
XIX,
un público culto discutía apasionadamente
las traducciones que se
le ofrecían de los primeros textos arrancados
a esas lenguas, y los
Upanishadas,
el Zend Avesta y los Libros de Confucio tuvieron posible24
mente por entonces más lectores que hoy en día. Pero, a pesar de la
obra admirable
llevada a cabo por los orientalistas
y los nuevos horizontes que abrieron a la cultura cosmopolita,
Europa no creía posible,
ni aún después de esa labor arqueológica,
llegar a comprender
mejor
a los indios, a los iranios o a los chinos del siglo XIX. Era como si la India
védica de Max Müller -por
mencionar
~610 el descubrimiento
más
sorprendenteestuviera
tan distante,
tan muerta
como el Egipto
faraónico
de Champolion,
mera especulación
desprovista
de toda
actualidad.
Después se comprendió
que el Egipto de los faraones no
había muerto totalmente.
Más tarde, también, los occidentales comenzaron a preguntarse
si la India, no sólo desde los antiguos brahmanes
de Cachemira,
sino también
desde Kalidasa
y Tulsidas,
no había
continuado
viviendo su cultura multilingüe,
aunque ésta evolucionaba
sin cesar.
Pero hay que decirse que es probablemente
imposible comprender
la
vida literaria,
artistica o religiosa de un pueblo si se rechazan a @ion’
sus valores, si se le niega mezquinamente
el derecho de afirmar su
personalidad
en todo orden de cosas. Entonces no queda otro recurso
que el de observarlo como un objeto, de examinar
por curiosidad sus
peculiaridades
o sus misterios. Durante cien o ciento cincuenta años, las
relaciones políticas y económicas del Occidente con Asia y Africa fueron
tales que el diálogo rara vez podía adoptar un tono de fraternidad
y
de estima mutua, único modo de llegar a la comprensión.
Los jóvenes de
Bengala, de Teherán o de Sumatra hacían sus estudios a la manera
occidental;
aprendían
que no sólo las matemáticas
y la química, sino
también
toda la literatura
contemporánea
y todo el pensamiento
moderno
eran exclusivamente
occidentales.
Algunos
europeos
se
deleitaban,
es cierto, leyendo La historia de Genji, pero millones de
japoneses leían las obras de Shakespeare, Cervantes, Goethe, y Dickens.
Y eso que Japón no había perdido su independencia.
Muchos otros
pueblos sometidos, de derecho o de hecho, a diversos regímenes de
tutela tenían la impresión de que, en lo tocante a la cultura como al
gobierno, se les negaba la palabra. Se les permitía instruirse (a veces) ;
no se les pedía que enseñaran ni se les invitaba a explicarse. A lo sumo,
podían dar información
a los investigadores
que se dignaban hacerles
preguntas.
Por lo demás, los especialistas se encargaban
de estudiar,
con todos los recursos de la erudición
occidental,
sus logogrifos,
su
folklore y sus antiguos monumentos.
Y así, a pesar de tantos esfuerzos,
los funcionarios
-importantes
0 nolos turistas y los novelistas se
lamentaban
de no poder comprender
a aquellos pueblos, tan pronto
refinados como atrasados, pero siempre secretos, misteriosos, disimulados
y desconfiados. Y se quejaban
además de no ser comprendidos
por
ellos.. .
Todo oriental que lea estos renglones verá reflejadas en ellos ciertas
situaciones
históricas
bien concretas.
Muchos
occidentales
saben
también
que tales situaciones dieron origen a no pocas conclusiones
25
resignadas acerca de las “barreras psicológicas” y el arcano impenetrable
de diversas “mentalidades”
asiáticas. No han olvidado por completo
esa Cpoca de incomprensión.
Sin embargo, los hombres de nuestro siglo
han reconocido
en general una sencilla verdad que sus antepasados
solían pasar por alto: que los pueblos, como los individuos,
solo pueden
entenderse en pie de igualdad.
26
Los pasajes no son secretos
En la empresa de educación, en su más amplio sentido, en el esfuerzo
de comprension a que nos invita la Unesco, no caben los espejismos. Las
páginas que preceden pueden haber sugerido que cierto Oriente deriva
sus terribles misterios de un error de óptica, y que el “problema
de
Oriente”
no es más que un falso problema.
Si los argentinos, los checos
o los daneses se presentaran
pura y simplemente
como occidentales,
dificilmente
podrían proporcionar
información
acerca de ellos mismos
o de sus culturas. En ese sentido, podríamos convenir con aquel buen
no existiría el
hombre que ingenuamente
decía que “sin el Occidente,
Oriente” ; las naciones de Africa o de Asia no se sienten orientales en
bloque, sino en relación con Europa o con América. Que sus pueblos
experimenten
a veces ese sentimiento,
que encuentren
en él cierta
inspiración
y que puedan sacar fuerzas de él, es una posibilidad
de
gran interts,
principalmente
en un contexto
politice.
Pero lo que
queremos conocer y comprender
son los valores culturales; y esos valores
pertenecen
a naciones y no a bloques de naciones. Por eso hay que
comenzar por descartar la idea de un ‘<Oriente”
que impide ver los
paises reales, los pueblos vivos de Asia y Africa. Para interesarnos en sus
obras, sus problemas, sus ideas, en los lazos que los unen entre sí y con
toda la humanidad,
debemos disipar el espejismo, esforzarnos por
sustituirlo
por hechos e ideas claras -ideas
y hechos perfectamente
asequibles para quien desee conocerlos.
Como primer paso, quizá sea prudente limitarse a algunas ideas de
conjunto. Para tomar un ejemplo del Occidente, los valores que definen
una cultura europea serán evidentemente
de carácter más general y
más fáciles de abordar que los que distinguirían,
dentro de esa unidad,
una “cultura
latina”
0 “romance”
y, con mayor razón, una cultura
italiana.
Ahora bien, el hecho de que se pueda hablar de cultura
europea significa, sin duda, que los pueblos que componen
Europa
tienen hoy día conciencia de un patrimonio
común. Sería inconcebible
pretender estudiar este patrimonio
sin saber de dónde procede ni cómo
se ha desarrollado,
y sin examinar las principales
obras de las literaturas
sagrada y profana, las artes y las ciencias que, al decir de los europeos,
encarnan sus más altos valores. Por muy limitado que sea, ese estudio de
las fuentes parece indispensable:
no se reemplazara
con la lectura de un
libro de vulgarización
sobre el “espíritu europeo”
(o el alma europea).
27
Siempre resulta peligroso aplicar a las culturas las etiquetas de una
clasificación
arbitrariamente
establecida
en la historia humana.
Sin
embargo, con fines puramente
prácticos y por razones de índole geográfica, religiosa 0 lingüística,
se pueden distinguir
conjuntos más o
menos vastos, y hablar, por ejemplo, de cultura china, japonesa, india,
musulmana -e incluso árabe, turca, irania o indonesia. Pero, en todos
esos casos, cabe investigar las tradiciones fundamentales
que responden,
si no a la pregunta
ingenua
(falsamente
ingenua)
de Montesquieu:
“&ómo
se puede ser persa?“, p or lo menos a esta otra, más seria:
“&ómo
se es hombre a la manera persa --o china o javanesa?...”
En la medida en que somos herederos de generaciones desaparecidas,
la historia y los libros de historia son inevitables.
Las buenas obras de
síntesis servirán para llenar las lagunas que pudiera dejar una enseñanza
parcial o mal equilibrada.
Pero tales libros no pueden sustituir a otros
más modestos, escritos por los nacionales de los países interesados.
Si
conviene conocer en sus grandes líneas la historia de China, tal como
ha ido desenvolviéndose
en el marco de una evolución
universal,
es
preciso también conocer la historia de China tal como se la representan
los chinos, y tal como la presentan
ellos al extranjero.
Porque los
acontecimientos
del pasado, por importantes
que hayan sido, importan
menos que el recuerdo que se ha conservado o recuperado
de ellos,
y menos que la interpretación
que dan quienes conservaron ese recuerdo.
En este sentido, los “patrimonios
históricos”
no son válidos sino en
una perspectiva
popular. En el espíritu de muchos indios, el reino de
Ashoka que -hace
ya veintidós siglosduró cuarenta años, ocupa
probablemente
un lugar más destacado que el largo período de confusión
feudal que se extiende desde el siglo VI al IX. Para un indio del sur,
la vida de tal o cual rajá ilustre del siglo XVII, protector de las letras y
amigo de las artes, merece mucha más atención que la política del
poderoso soberano que países europeos designaron como representante
suyo en la India de aquella misma época. Se podría incluso ir más
lejos y preguntarse
cómo un agricultor
de Kerala o de Anatolia,
cómo
un cargador del puerto de Rangún o de Colombo conciben la historia
-la del mundo y la de su propio país. A falta de tal encuesta, los historiadores más autorizados
de esos pueblos informan
cortésmente,
en
lenguas europeas, acerca de los indios, birmanos, turcos, cingaleses, etc.,
tal como ellos se ven, y aun tal como quieren que se les vea, lo cual
es también de gran valor.
En lo que concierne a las grandes religiones, abiertas por definición
a los hombres y mujeres de todos los tiempos, nadie pensaría estudiarlas
recurriendo
a informadores
sin autoridad.
Evidentemente,
no es necesario ser cristiano o budista para describir una ceremonia celebrada en
Lourdes o en Bangkok, para analizar el griego de San Pablo o el pali de
los textos sagrados budistas. Pero ni el reportaje ni la crítica literaria se
arrogan el derecho de penetrar en el espíritu de un culto, de una fe,
de una Iglesia. Porque también en este caso sólo se puede comprender
28
verdaderamente
desde dentro. Los libros sagrados del Budismo y del
Islam son facilmente asequibles. Además, los budistas y los musulmanes
de nuestros días preparan,
para uso de los profanos, muchos de los
comentarios y biografías de que antes se ocupaban escritores occidentales.
Son más abundantes
aún, en diversos grados de vulgarización,
los
documentos
relativos al hinduísmo.
Es fácil comprender
que muchas
veces resulta preferible
elegir entre esos textos los trabajos de autores
hindúes, que en general no pretenden
revelar arcanos o aconsejar
prácticas en el tono inspirado que acostumbraban
adoptar algunos de
sus prosélitos europeos. Por fortuna, los mejores orientalistas
en las dos
costas del Atlántico
son hoy traductores escrupulosos e intérpretes fieles
que no se creen ni superiores ni inferiores a los medios espirituales que
presentan. Sólo hay que lamentar que sus obras cuenten por lo general
con reducido número de lectores.
La situación es idéntica en lo que atañe tanto a la filosofía como a la
dichas.
mística, si se distinguen de las enseñanzas religiosas propiamente
Ya se trate del pensamiento de Confucio o de Tao, de las tesis vedánticas
de Shankara o de Nimbarka,
de la metafísica
de al-Farabi
o de los
relatos visionarios de Avicena, los textos fundamentales
están al alcance
de los occidentales, y no son ni más ni menos herméticos que los escritos
de Malebranche,
de Berkeley o de Hegel. Esta afirmación,
exenta de
toda ironía, tiende sin embargo a sugerir que dificilmente
podría un
occidental
deplorar
las “sutilezas”
u “oscuridades”
del pensamiento
árabe, indio, chino, si jamás ha pensado en vencer las de los cartesianos
y neokantianos.
Evidentemente,
cabe consolarse diciendo que no todos
los chinos cultos conocen a Lao Tsé, como tampoco todos los médicos,
abogados e ingenieros indios conocen a Shankara. Nadie está obligado
a tener espíritu metafísico
o místico. Quien se duerma leyendo las
poesías de San Juan de la Cruz no despertará al leer las de Ibn al-Faridh.
Pero en cambio un estudiante de filosofía -0 incluso un aficionadose vería tal vez en dificultad para justificar una adhesión exclusiva a las
escuelas y sistemas de Occidente,
que no deberían reclamar
(y Cl lo
sabe mejor que nadie) ningún monopolio
en materia de investigación
y de crítica. En realidad, no se trata probablemente
más que de tradiciones universitarias;
y en esta esfera, como en la de la historia, incumbe
a los interesados liberarse individualmente
de la rutina de los programas
cuya ampliación
contribuirán
así ellos mismos a lograr.
Las novelas, la poesía y el teatro ofrecen menos obstáculos. Hoy como
ayer, cada vez que el lector occidental ha logrado familiarizarse
con los
textos auténticos, en buenas traducciones de las literaturas más extrañas,
ha obtenido placer y provecho. Por desgracia, las buenas traducciones
son todavía poco numerosas y, a pesar de algunos éxitos comerciales
indudables,
como en el caso de los trabajos de Arthur Waley,’ las que
1
La obra de Arthur
Waley, Tao 72 Ching, The Wag and itspower, acaba de
aparecer en los Estados Unidos de América en una colección popular, publicada por Grove Press, Nueva York. (ColecciónUnescodeobrasrepresentativas.)
29
existen rara vez se publican en un formato y a un precio que las hagan
populares.
Pero varios editores están realizando
en la actualidad
notables esfuerzos a este respecto: se trata de una esfera de acción en la
que la Unesco está desempeñando
un papel importante
mediante la
Colección Unesco de obras representativas, cuya serie oriental en particular
se enriquece cada día con nuevas obras.
Por consiguiente,
no basta con predecir que, dentro de diez años,
serán más asequibles que hoy las literaturas
de Asia. Son tantos los
lectores que apenas comienzan
a interesarse por esa literatura
que no
pueden quejarse de no tener los libros necesarios. Para citar un solo
ejemplo, en una lengua reputada como difícil y en la que los traductores
empezaron
a trabajar
solo en una época relativamente
reciente, la
poesía, el teatro, los ensayos y novelas en lengua japonesa están realmente a la disposición
de millones de occidentales
que parecen no
saberlo. En inglés, en francés, en alemán -y de manera menos completa
en otras lenguas europeasesos occidentales pueden leer las principales
antologías
poéticas, desde el Man’ yoshu hasta las Six collections, los
novelistas
y memorialistas
del período
Heian
(Murassaki
Shikibu,
Sei Shonagon . . .), los cuentistas y los ensayistas de Kamo no Chomei a
Yoshida Kenko, los grandes escritores del siglo XVII,
novelistas como
Saikaku, poetas como Basho, dramaturgos
como Chikamatsu
Monzaemon; amenos escritores del siglo XVIII como Ueda Akinari,
etc. En
cuanto a los autores contemporáneos,
varios poetas han sido presentados
ya en Occidente;
existen traducciones
de diversas obras de teatro y de
unas veinte novelas.
Reconozcamos
una vez más que esas publicaciones
son insuficientes,
y señalemos de paso que están muy lejos de equilibrar
las traducciones
japonesas de las literaturas
de Europa y América. Pero hay que insistir
en los recursos que ya ofrecen, pues esa lista rápidamente
esbozada
contiene las obras clave que un occidental tiene derecho a exigir por lo
Para compararla
con los correspoumenos para “no ignorar el Japón”.
dientes jalones de la literatura
italiana,
imaginemos
a un japonés que
hubiere leído en su lengua a Cavalcanti
y Dante, Petrarca y Boccacio,
Ariosto
y Maquiavelo,
Goldoni,
un florilegio
de poetas posteriores
a Leopardi,
un “teatro selecto” de Pirandello
y unos quince novelistas
de Verga a Moravia,
2se podría decir que Italia sigue siendo extraña,
lejana y misteriosa para este lector de buena voluntad?
Sin embargo, un italiano moverá la cabeza como diciendo: “Pasemos
por alto algunos olvidos, y peor para ellos si todavía no han traducido
a Vico ni a Guicciardini.
Pero icuán librescos son los conocimientos
de
ese japonés! ;Qué es una Italia sin arquitectura,
sin pintura, sin música?”
Hay que confesarlo: el camino más trillado
hacia las culturas, tanto
del Oriente como del Occidente,
sigue siendo el de los libros, cuando
las obras de arte, el canto y la danza hablarían
a muchos espíritus un
lenguaje más directo y más atractivo. A pesar de las grandes facilidades
para viajar, orgullo del siglo xx, las compañías teatrales no se desplazan
con frecuencia y, al igual que los músicos, no visitan en rigor más que
las capitales; no obstante los progresos de la fotografía y de la electrónica,
las buenas reproducciones
de pintura y de escultura, en lo que concierne
el arte de Asia, son tan raras en el comercio como las buenas grabaciones
de música oriental clásica. Aparte de esos obstáculos materiales,
ces en
verdad más difícil interesarse por la pintura china que por la novela
china, por la cerámica turca que por la poesía turca? <se requiere un
mayor esfuerzo para iniciarse en la música de los pueblos orientales
que para hacer un inventario
de su producción
literaria?
Los que han
resuelto de una vez escuchar la música india, balinesa o del Cercano
Oriente, en lugar de dejarse dominar por prejuicios estériles sobre la
o los “extraños
cuartos de tono”, se dan cuenta
“melopea
monótona”
de que han penetrado en un universo sonoro que, en verdad, no es el de
Mozart,
pero cuyas bellezas no son más rebeldes que las de Pierrot
Iunaire o del Marteau sarro maftre. Una vez franqueada
la entrada, nadie
experimentará
dificultades
insuperables
para procurarse
los mejores
discos grabados en Benarés, El Cairo, Estambul
o Rabat -en espera
de los conciertos que se encargarán
de multiplicar
en Occidente
la
Asociación de Música Oriental y el Consejo Internacional
de la Música.
En cambio, se puede dudar de que una sociedad análoga logre que
sean conocidas y apreciadas por cuantos las ignoran o jamás se preocupan de ellas, las innumerables
obras maestras que, durante siglos,
han ido acumulando
desde Corea hasta Marruecos escultores, pintores,
arquitectos,
grabadores,
tejedores, alfareros y orfebres. Sin embargo,
muchos de esos tesoros enriquecen los grandes museos de Europa y de
América; varias capitales les han dedicado incluso instituciones especiales, donde el público puede estudiar con todo detenimiento
tanto los
tapices persas del siglo XVI y los marfiles afganos como la pintura tibetana.
Pero el público no se precipita
a contemplarlos.
El público que, aun
en pueblos pequeños y aldeas, acudiría
a exposiciones
menos ambiciosas -especialmente
de buenas reproducciones
de pinturasería
mucho más numeroso;
y la experiencia
ha mostrado
que sería en
general entusiasta. En esta esfera, pueden hacer mucho las universidades,
los museos, los movimientos
de juventudes.
Por consiguiente,
nadie
negará que debe fomentarse la edición de reproducciones,
lo mismo
que la publicación
de álbumes de bajo precio, como debe generalizarse
la práctica de las exposiciones ambulantes.
Pero podemos adoptar ya
la conclusión de que las avenidas que conducen al conocimiento
de las
artes del Oriente, aunque menos anchas que las que llevan a sus literaturas, no están por eso cerradas ni son secretas.
3’
Los orientales, pueblos modernos
Ningún pueblo improvisa su arte, su espíritu religioso, sus concepciones
sociales y pedagógicas, su pasión por la disciplina o por la libertad, ni
siquiera su actitud ante la guerra o la muerte. Todos trabajan
sobre
temas antiguos y progresan, si pueden, según las normas de pensamiento
y de acción que se imponen en cada familia o en cada escuela, en las
plazas y en las pistas de juego, en los campos y en las fábricas, en las
costumbres y en el lenguaje. Y puesto que es privilegio
de las obras de
arte expresar esas actitudes, esas concepciones, esas maneras de ser -y
de expresarlas tan bien que parecen darles un fundamento trascendentelos valores culturales son traducibles,
transmisibles.
Por otra parte, ningún hombre limita sus valores, aunque acepte
identificarlos
con los de su nación, a los que encierran
las obras y
monumentos
del pasado, que podrá respetar y citar en todo momento
o venerar, sin considerarlos
por ello como la explicación
de sus actos
ni la inspiración
de toda su vida. Por tanto, a quien quiera comprender
a los pueblos de Oriente en el grado en que comprende a sus vecinos, le
es indispensable
el conocimiento
de su historia cultural,
pero no es
menos necesario el de su evolución contemporánea.
En otros términos, Asia y Africa se sitúan en el tiempo y estamos
ahora en la segunda mitad del siglo xx. En cierto modo el prestigio de
las literaturas antiguas, las incontables mezquitas y pagodas, monumentos como los de Angkor y de Borobudur,
hacen de pantalla entre el
observador
occidental
y los países modernos que, no obstante, viven
de otras cosas además de esos libros y edificios. La palabra “moderno”
choca a las personas que prefieren imaginar
un Oriente enemigo de
las máquinas y que sólo se va industrializando
a pesar suyo, bajo la
influencia probablemente
nefasta de los occidentales de la era atómica.
La realidad, sin embargo, es muy distinta. Algunos países de Oriente
tienen que compensar un gran retraso, pero incluso ahora sus progresos
parecen mucho más rápidos de lo que los expertos calculaban
hace
diez o quince años. En esa esfera, los cambios apenas obedecen a
imperativos
culturales; siguen el ritmo de las inversiones. Por otra parte,
es verdad que no todos los países de Oriente gozan de las técnicas y de
las ventajas sociales que caracterizan
la “civilización
del siglo xx”.
Pero, en diversos grados, lo mismo se podría decir de todos los países
de Europa y de América, sin excepción. Incluso los más ricos y mejor
32
equipados
tienen sus tierras olvidadas;
hay en ellos supervivencias
anacrónicas y clases insuficientemente
desarrolladas. Y respecto de la era
atomica, hay que reconocer que ninguna nación vive todavía en la
era atómica, ninguna posee todavía las instituciones
nuevas o aquella
igualdad
en la abundancia
que deberían caracterizar
esa era de la
madurez humana.
Vale más mirar hacia adelante y considerar que no hay países que
estén al margen del progreso ni pueblos anquilosados
en el pretérito,
sino que, un poco por todas partes, van surgiendo industrias
que se
desarrollan
en un movimiento
irresistible,
tan inevitable
como la
evolución
social que imponen.
Un ejemplo bastará para destacar la
importancia
de ese desarrollo incluso en países donde sigue manifestándose desigualmente.
Los pastores curdos o los guerreros patanos pueden
considerarse como símbolos del apego a la tradición
de un nomadismo
fabuloso. Pero existe el Irán de hoy. Existe el Pakistán de nuestros días.
Y para el porvenir de los valores culturales de esas naciones, los obreros
de la industria química, los mineros, los constructores
de carreteras y
los ferroviarios
desempeñan
una función infinitamente
más activa y
más interesante que los inmemoriales
montañeses, por muy nobles que
sean.
Los occidentales saben muy bien que Tokio, Nueva Delhi, Pekín, El
Cairo, Singapur y Karachi viven en la misma época que Nueva York,
Londres o Berna. No es probable que les guste pensar en esas capitales
de nombres poéticos como si se tratara de ciudades tan orgullosamente
modernas como las suyas, a veces tan tristemente
modernas,
según
los días y los distritos. Sin embargo, ningún país posee el monopolio del
cemento armado,
de los hoteles colosales, de los atascamientos
de
automóviles,
de los anuncios luminosos y de los suburbios industriales.
Pero ihay que confiar en la imaginación?
@mo
adivinar lo que hacen
a la salida de su trabajo
los metalúrgicos
chinos o las vendedoras
japonesas? iHacia qué casas se dirigen? ;Hacia qué esperanzas? ,$ómo
podemos ver esta realidad total: vida urbana e industrial,
costumbres,
escenas de la calle y del hogar, campos y talleres, ferias populares y
fiestas nacionales, ambiente del templo y de la escuela? A menos que
nos dediquemos a viajar sin descanso, llegará el día en que podremos
confiar en los grandes medios de información
y, en particular,
en la
prensa y el cine. De vez en cuando los periódicos publican
reportajes
sobre tal o cual país de Oriente, y son excelentes: proporcionan
mil
pormenores en un conjunto inteligible
y presentan datos valiosos sobre
las condiciones de vida, opiniones políticas y perspectivas
económicas.
Por su parte, las revistas ilustradas
han publicado
admirables
descripciones gráficas de la vida de la familia de la aldea o del campo.
Desgraciadamente
esos aciertos no logran hacer olvidar otros escritos,
excesivamente
brillantes
para ser veraces, cuyos autores tenían evidentemente
menos interés por informar
que por agradar.
En estos
casos se destacan solo los rasgos más extraños y más excepcionales de un
33
pueblo o de una ciudad; parece como si los autores temieran aburrir al
lector empleando los colores menos deslumbradores
que suele presentar
la existencia ordinaria
de los pueblos y Estados. Por lo que se refiere
al cine, se pueden contar con los dedos de la mano las películas, hechas
en la India o el Japón y, más recientemente,
en Egipto, en las que un
occidental
pueda encontrar
la imagen de una vida sencilla o trágica
en un Oriente sin énfasis ni decorado de ópera. Hasta ahora, en efecto,
los cineastas han opuesto menos resistencia
que los escritores a la
tentación de lo pintoresco, creyendo sin duda que el Oriente de los zocos,
de los bazares y de las mil y una noches era a la vez más fácil de describir y de vender que el de los talleres y de las grandes represas.
En algunos casos, conviene incluso precaverse contra algunas buenas
películas documentales
tan fascinadoras como científicas : las películas
de etnografía,
cuyo carácter puede ser muy mal interpretado
por el
público.
No siempre se sabe que los beduinos en sus tiendas no son
“los árabes”, o que los cazadores de tigres de Assam no representan
a la India (como no representa
a los Estados Unidos de América
el
turista lujosamente
pertrechado
a quien dan escolta). En un nivel
menos científico,
el folklore de numerosas y amenas películas cortas
dará tal vez una idea de naciones enteramente
pobladas por bailarinas
y tamborileros
a espectadores que lamentarían ver a Francia representada
por quince músicos bretones vestidos con chaqueta
de terciopelo
y
sombrero redondo y tocando la cornamusa, o a la URSS por una sotnia
de cosacos melómanos.
Añadamos que esas reservas carecerían de sentido si no fueran tan
poderosos los grandes medios de información;
sólo se han hecho para
tributar
un homenaje a los cineastas, a los periodistas, a cuantos en la
radio y la televisión comprenden
hoy día su inmensa responsabilidad.
Gracias a ellos, cabe esperar ahora que el Occidente se forme poco a
poco una imagen verídica y compleja de los pueblos del Oriente moderno.
34
El Occidente misterioso
Acabamos de denunciar cierta ignorancia
de parte de los occidentales.
Se hará sin duda al acusador el reproche de obrar precipitadamente
y de
incurrir
en generalizaciones
excesivas. Convengamos
en que todas las
naciones de Occidente
no comparten
por igual un acervo común de
equívocos y prejuicios. Algunas dan a su juventud
una enseñanza más
completa y liberal, otras mantienen vínculos tradicionales
con pueblos
de Oriente y hay paises que oficialmente
se esfuerzan ahora por conocer
mejor las civilizaciones
de Asia o de Africa. Sería falso, por ejemplo,
pretender que para el lector soviético la China es un país tan enigmático
como para el promedio de los bachilleres franceses o españoles. Análogamente, en los Estados Unidos de América y en más de un país de
América
Latina
el conocimiento
que las personas cultas tienen del
Japón o del Extremo Oriente no podría compararse,
en general, con
las vagas nociones que con mucho frecuencia se tienen en Europa.
En cambio, existe en Inglaterra,
más que en ningún otro país, una
curiosidad
franca y benevolente
por la cultura india, y en Europa
meridional
una sensibilidad
más fina que en otros lugares respecto al
Oriente árabe.
Por consiguiente,
la acusación debería precisarse, indicando
matices
y excepciones.
Pero sigue en pie, desgraciadamente.
Al señalar a la
atención del público occidental las deficiencias de su propia cultura y la
imperfeccion
de sus juicios acerca de los pueblos de Oriente, no se corre
el riesgo de exagerar la importancia
del problema.
Pero por otra parte, puesto que se trata de la comprensión mutua de
los pueblos, cabe preguntarse si los orientales no deberían efectuar, ellos
también,
algún esfuerzo en sentido inverso. La cuestion merece un
examen un tanto detenido, al que podría dedicarse otra publicación,
ya que el presente folleto se destina sobre todo a los lectores occidentales.
Limitemonos
por ahora a observar que el problema en Oriente es a la
vez menos evidente y más complejo que en Europa o en América.
Y es que los países de Occidente
no parecen nunca ni demasiado
lejanos ni muy púdicos a los habitantes
de las ciudades orientales
con sus automóviles
norteamericanos,
enriquecidas
con productos
mecánicos, eléctricos, químicos, textiles procedentes de la mayoría de
las industrias de Europa o de América del Norte. En la medida en que
los Estados asiáticos y africanos van desarrollándose
y cuentan con
35
ayuda extranjera
para acelerar su equipo económico,
suscitan una
intensa competencia
que, por cierto, rebasa los propósitos simplemente
comerciales.
Casi no hay nación mercantil que no efectúe en ellos una
publicidad
más o menos discreta o que no mantenga misiones amistosas
o técnicas, a veces bastante numerosas. El habitante
de las capitales y
de los suburbios indonesios, tailandeses, indios, persas, árabes, puede
así tener la sensación de que el Occidente está francamente
presente en
su país, deslumbrante
o ruidoso, en los carteles, en las carreteras, en las
tiendas, en los cinematógrafos.
Y le parecerá divertido que se le sugiera
que estudie más detenidamente
ese Occidente.
Claro está que ni el comercio, ni los bienes de consumo, ni la propaganda simbolizan
lo esencial de los valores culturales. Pero esta es una
verdad que no siempre parece evidente al hombre de la calle. La gente
culta, en cambio, la admite de buen grado; es innegable. Sin embargo,
sus dificultades
no son menores. Algunas de esas personas, que han
cursado estudios en liceos y universidades
de tipo puramente occidental
y nada ignoran de las civilizaciones
de un Occidente con el que están
tan familiarizados
como con su propio país, no llegan a comprender que,
a pesar de todo, ellos mismos constituyen excepciones y que el problema
de la apreciación
de las culturas extranjeras
subsiste en su totalidad
para la inmensa mayoría de sus compatriotas.
Otras parecen creer que
conocen a fondo el Occidente por haber aprendido una lengua europea.
Casi todos encuentran
obstáculos descorazonadores
en la historia de
las guerras o de la colonización;
es a veces difícil distinguir
entre los
temas políticos y los culturales y en todas las latitudes hay personas
a las que repugna gozar de la literatura
o de las artes de una nación
cuyo gobierno censuran.
Así se explica cierta tranquilidad
de conciencia,
cierta actitud de
solapada ironía. La curiosidad intelectual
respecto al Occidente y a sus
valores culturales no es la virtud más común en los círculos orientales.
Sus consecuencias se observan en los juicios rotundos con que, por
ejemplo, se condena el “espíritu occidental”,
cuyo consabido materialismo caracterizaría
de un golpe a toda Europa y a las Américas. A dicho
materialismo
se suele añadir una secuela de ismos escandalosos : imperialismo, alcoholismo,
inmoralismo,
etc. Evidentemente
un Occidente en
el que pululan
huelguistas,
borrachos,
jóvenes gangsters y mujeres
adúlteras no tiene mucho que enseñar. Pero el Occidente admirable,
celebrado por otros juicios no menos simplistas, y que fascina a veces
a los jóvenes, engendra mitos igualmente
vacíos: ciudades mecanizadas
hasta tal punto que todo trabajo resulta superfluo, libertad desenfrenada
de un individualismo
legendario o, según las preferencias, un mañana
sonriente en la fábrica colectiva.
Por otra parte, el hombre que cree saberlo todo sobre la voluntad de
poder y la inquietud
esencial de los occidentales, no se pregunta si esa
fiebre, ese espíritu de conquista, esa pasión por construir, no descansa en
algo más que un mero apetito. Cuando se ha identificado
el Occidente
36
con sus técnicas industriales, se piensa que seguirá produciendo
maquinas
y todavía más máquinas,
útiles, peligrosas o divertidas;
no se piensa
que las disciplinas
intelectuales,
sociales, espirituales
pueden también
explicar un progreso científico que, después de todo, se ha ido desarrollando desde hace cuatrocientos
años.
En otras palabras, a la cándida ignorancia
de muchos occidentales
con respecto al Oriente corresponde, en más de un oriental, un conocimiento parcial de Occidente,
insuficiente
para disipar graves errores
acerca de a los valores culturales. Así, por ejemplo, algunos críticos no
resisten a la tentación
de oponer al rock’n rol1 la serenidad de un
paisaje chino, un swami venerable a Hitler, la bomba atómica a los
santuarios iraquíes de Kerbela.
Cabe esperar que el público culto del
Oriente se dé cuenta cada vez más de que es posible explorar y apreciar,
en los pueblos occidentales,
realidades
profundas,
una historia,
una
vida silenciosa que no se revelan ni en la propaganda
ni en el comercio
de exportación.
Si se aconseja a europeos y norteamericanos
que traten de
comprender
mejor un Oriente joven y lúcido, despojado de su aspecto
los orientales harían bien tal vez
pintoresco
y de su “inmovilismo”,
en tomar provisionalmente
como tema un Occidente misterioso, preñado
de contradicciones
seculares y con frecuencia más dado a la investigación desinteresada
que a la riqueza y a la comodidad.
No se trata de
sustituir una imagen estereotipada
por otro clisé, sino más bien de
buscar las verdades casi secretas que se ocultan bajo las apariencias más
incontrovertibles.
Así, cuando se cree tener una imagen adecuada de
los Estados Unidos de América,
es bueno, olvidando
Hollywood
por
un momento, interesarse en los poetas norteamericanos
y en los monjes
norteamericanos,
y tal vez sorprenderá
el numero de unos y de otros.
Desde otro punto de vista, un Oriental encontrará sin duda provechoso
averiguar lo que significa la música romántica alemana para los millones
de hombres y de mujeres que, de Moscú a Buenos Aires, la escuchan
con fervor incansable.
Es inútil multiplicar
aquí esos ejemplos o sugerencias que tienden a
demostrar simplemente
que, de una y otra parte, la apreciación
mutua
de los valores culturales
exige ante todo un esfuerzo de lucidez. En
Occidente
como en Oriente,
toda persona suficientemente
instruida
para medir el grado de su ignorancia
debería poder sustituir las ideas
aceptadas por el estudio personal que merecen, en todos los casos, los
pueblos, sus libros, su pintura, su música, sus sistemas de pensamiento,
modos de vida, etc. Corresponderá
sin duda a la escuela, a las editoriales
y a diversas organizaciones
nacionales e internacionales
proporcionar
los medios y la oportunidad
para realizar
tal estudio. Pero nadie
olvidará
que no conviene emitir un juicio sobre los hombres y sobre
las culturas antes de haber leído, visto, escuchado y comprendido.
37
--
La comprensión como meta
Una pregunta para terminar. Si seguimos las directivas de la Unesco, si
nos esforzamos por ver las naciones orientales en su realidad historica,
por comprender
sus culturas tan ampliamente
como sea posible a un
lego que simplemente
tiene curiosidad por conocer las obras del espíritu
y las realizaciones
de sus semejantes, ;qué habremos logrado? ;cuál
será el resultado de nuestras exploraciones?
Se podría contestar
solemnemente
que habremos
contribuído
al
advenimiento
de una civilización
pacífica, universal, fraternal,
lo cual
--después
de todoes posible. Pero lo que es más cierto, habremos
adquirido
tal vez algunas cualidades muy sencillas de adquirir, algunas
virtudes poco comunes: la modestia, por ejemplo, y la tolerancia. Nadie
está tan orgulloso de su cultura nacional como el que no conoce otra;
a la inversa, es difícil no respetar a un pueblo cuyas obras maestras
se aman y cuyas alegrías y penas se comprenden.
Conocer la literatura,
las artes, el pensamiento
de una nación,
conocer sus tradiciones,
sus métodos de enseñanza y sus problemas
sociales, sus trajes y hábitos culinarios . . . ninguna de estas cosas tiene
forzosamente
consecuencias prácticas.
Esos estudios suelen afinar la
inteligencia
y la sensibilidad.
Enseñan que los hombres no deben
permanecer
ajenos a los hombres. Inducen a pensar que existe una
unidad
humana,
rica en numerosos medios para luchar contra la
monotonía. Y, en fin, esos estudios hacen vislumbrar
esa unidad en las
obras elevadas de los pueblos y no en sus necesidades elementales.
Los habitantes de un país, de una ciudad e incluso de una calle son
terriblemente
diversos e imprevisibles;
nunca llegaremos a conocerlos.
Pero si sabemos lo que admiran,
10 que se recita, se lee o canta a su
alrededor, ya no los desconoceremos por completo. Por otra parte, les
juzgaremos
tanto menos fácilmente
cuanto mejor conozcamos
esas
cosas.
Estimar no siempre es enjuiciar. La catedral de Chartres y las tragedias
de Corneille, Hamlet y el Novum Organum, el Clavicordio bien templado y la
Critica de la razón pura no permiten enjuiciar a los franceses, ingleses y
alemanes de hoy día; yen general, se equivocaría
quien quisierajuzgar
a los occidentales
por sus poemas o sus teologías. Sin embargo, esas
obras, esos monumentos,
esas revelaciones
constituyen
el patrimonio
de los occidentales;
si no son para ellos un ejemplo y un mandato,
38
son por lo menos imágenes vivas y fecundas. Vale la pena de familiarizarse con las imágenes análogas que inspiran a los pueblos de Oriente,
a fin de comprenderles
y de conocer las finalidades
cuyo logro se
proponen.
Tal vez comprendamos
entonces que ese patrimonio
nos
pertenece también y que esas finalidades son, en realidad, las nuestras.
39
La labor de la Unesco
Entre todos los problemas cuya solución requiere la cooperación pacífica
de las naciones y la interpenetración
de las culturas, ninguno se impone
más claramente
a la atención de la Unesco que el de las relaciones
morales entre Oriente y Occidente.
Desde 1946, la Unesco dedica a este problema una parte importante
de sus actividades
al servicio de la comprensión
internacional.
Ha
presentado los principales
elementos del problema a filósofos, escritores
y especialistas en ciencias humanas; concedió subvenciones a empresas
eruditas que se esfuerzan por conocer mejor las civilizaciones
e instituyó
una comisión internacional
encargada
de preparar
una Historia del
desarrollo cientijco y cultural de la humanidad.
Otro tanto puede decirse en lo que se refiere a la enseñanza. Al
cooperar con sus Estados Miembros
en la revisión y mejoramiento
de
los libros de texto y programas
escolares, al invitar
a reuniones y
seminarios internacionales
a maestros y profesores, la Unesco entraba en la
vasta esfera, todavía mal explorada,
de la enseñanza de la historia,
de los caracteres, los modos de vida y las culturas de pueblos lejanos
y daba importancia
primordial
al desarrollo de una enseñanza que
inculcara
en la mente de la juventud
las bases de una comprensión
auténtica entre el Oriente y el Occidente. Un primer estudio internacional se dedicó a la definición de una enseñanza humanista más amplia,
en la que pudieran
incluirse
nociones acerca de todas las grandes
civilizaciones.
Las relaciones del Oriente y del Occidente también ocupan un lugar
relevante
en los programas
de la Unesco para la traducción
de las
obras maestras de las literaturas,
así como en la difusión de reproducciones de las obras de arte poco conocidas del público. En virtud
de su programa
de intercambio
de personas, la Unesco ha concedido
algunas becas que han permitido
a investigadores,
educadores y artistas
orientales adquirir en Occidente una nueva experiencia,
y a sus colegas
de Occidente estudiar directamente
las realidades orientales.
Además, ya se trate de cooperación
entre bibliotecas
o museos de
distintos países como de estudios de ciencias sociales sobre la evolución
actual de las colectividades,
los intercambios
y contactos entre el Oriente
y el Occidente han sido, de manera más o menos explícita, una de las
principales
preocupaciones
de la Organización.
UN
“PROYECTO
PRINCIPAL”
Esas diversas actividades
reflejaban
una inspiración
común. Pero poco
a poco se fué imponiendo
la idea de sustituir esa multiplicidad
de
trabajos por un haz de actividades
coordinadas.
Las recomendaciones
formuladas por los representantes
de las comisiones nacionales de Asia
y de Europa y las opiniones expresadas por los gobiernos, constituyeron
los signos precursores del movimiento
que cristalizó,
a fines de 1956,
en la aprobación
unánime,
por la Conferencia
General reunida en
Nueva Delhi, de un “proyecto principal
relativo a la apreciación
mutua
de los valores culturales del Oriente y del Occidente”.
La denominación
“proyecto
principal”
puede parecer oscura. En
realidad significa el deseo de concentrar los esfuerzos en esa esfera por
un período de diez años por lo menos. Se trata de plantear claramente
un problema de importancia
capital para el mundo de hoy y de precisar
los métodos por los que la Unesco puede contribuir
a solucionarlo.
Se
trata también de dirigir una invitación,
no sólo a los hombres de buena
voluntad, sino también a los Estados, a sus comisiones nacionales, a sus
instituciones
públicas y privadas, así como a las organizaciones
internacionales no gubernamentales
que están asociadas activamente
a la
labor de la Unesco.
La tarea de definir con más claridad los objetivos, el espíritu y los
métodos del proyecto correspondió a un ComitC Consultivo Internacional.
Este Comité celebró dos sesiones: en abril de 1957 y en febrero de 1958.
A la luz de las conclusiones de dicho Comité, jcómo hay que interpretar
el título del proyecto principal?
Primero, se alude a valores culturales. Esos valores constituyen a la vez
las creaciones supremas del espíritu y los ideales que en forma más o
menos latente influyen en la vida cotidiana de cada pueblo confiriéndole
un sentido verdaderamente
humano. Son las tradiciones
a que dieron
expresión las obras maestras que ahora se consideran
clásicas, como
también las ideas y normas que rigen las sociedades modernas, en la
medida en que expresan la idiosincracia
propia de una nación y le
permiten
continuar
su evolución.
Los “valores
culturales”
así comprendidos
no constituyen
el patrimonio
exclusivo de un solo pueblo
ni de una sola cultura; el empleo de todos los recursos nunca es excesivo
para la formación espiritual del hombre de nuestro tiempo.
La palabra apreciación significa algo más que el simple conocimiento.
Introduce un elemento de simpatía, de adhesión calurosa, en la que debe
verse el fundamento
de una solidaridad
moral verdadera.
En cambio,
presupone el conocimiento
y la comprensión,
ya que sin conocimiento
verdadero,
sin comprensión
auténtica,
la apreciación
es a menudo
mera afición y simple curiosidad superficial.
Finalmente,
la apreciación
de los valores culturales
debe ser una
apreciación
mutua. Es esencial que todo esfuerzo para dar a conocer
mejor los valores peculiares de una cultura esté penetrado de ese esplritu
de reciprocidad.
Tal exigencia confiere al proyecto un alcance universal :
fundar en un diálogo el respeto que se deben recíprocamente
los pueblos
por estar comprometidos
en una misma aventura y, reconociendo el valor
absoluto e insustituible
de cada cultura, invitar a las diferentes culturas a
ocupar el lugar que les corresponde en el patrimonio
universal.
Es verdad que los instrumentos
de difusión cultural favorecen ahora
una corriente de intercambios
que va sobre todo de Occidente a Oriente.
Se impone, pues, un esfuerzo especial para difundir,
primero,
entre
el gran público occidental un conocimiento
más completo y más satisfactorio de los valores culturales de Asia y de Africa. En la segunda fase
del proyecto, la Organización
tratará de ayudar a los pueblos de Oriente
a completar
y a mejorar la imagen que reciben de la civilización
occidental.
EL
PROGRAMA
DE
ACTIVIDADES
Tal es el espíritu con que la Unesco ha emprendido
ese programa de
diez años. No se han fijado todos los detalles de dicho programa y sería
inconcebible
que las lecciones de la experiencia
no lleven a la Unesco
a modificar
sensiblemente
su contenido,
a acentuar en cierto grado
determinados
aspectos o a incorporar nuevos métodos y actividades.
El programa
actualmente
ejecutado
por la Organizacibn
en esta
esfera se divide en tres partes principales.
La primera se refiere a estudios
e investigaciones
que requieren
la cooperación
de especialistas
en
ciencias sociales y ciencias humanas; la segunda entraña una labor en
materia
de enseñanza escolar y la tercera está orientada
hacia la
educación de adultos y hacia la vida cultural del gran público.
Estudios c investigaciones
A los especialistas, la Unesco les pide lo siguiente: que estudien determinados problemas culturales, sociales y psicológicos de alcance general;
que preparen,
con destino al gran público,
una documentación
e
instrumentos de cultura de auténtico valor y, finalmente, que beneficien
a sus respectivas comunidades
con la experiencia
personal adquirida
mediante
su participación
en el proyecto
principal.
En todas esas
actividades,
la Unesco solicita la cooperación
activa de especialistas
orientales y occidentales, asociados en empresas conjuntas.
A fin de esclarecer determinados
aspectos de los valores culturales, de
preparar el camino para nuevos estudios, de organizar reuniones entre
personalidades
eminentes y de inducir al público a reflexionar
sobre la
interpenetración
de las culturas, la Unesco estimula la organización
de
coloquios internacionales, discusiones libres, cuyos resultados se publican.
En I 957 se celebraron coloquios en Tokio, sobre las influencias recíprocas
de las literaturas
orientales y occidentales
(International
Pen Club) y
sobre la historia de las relaciones culturales entre el Oriente y el Occidente
(Comisión Nacional japonesa);
en Melbourne,
el tema de la reunión
fue la confrontación
de los ideales filosóficos sobre “la vida buena”
-th
good Zife (Australasian
Society for Philosophy).
La Exposición
Universal
de Bruselas dió ocasión a un coloquio Oriente-Occidente.
Otras reuniones se organizaron
en 1958 en el Japón sobre las relaciones
entre las religiones, en París sobre las influencias y filiaciones musicales,
y en Calcuta, sobre los aspectos sociales de los valores culturales.
Corresponde a las ciencias sociales volver a colocar los valores culturales
en su contexto socioeconómico,
presentar al gran público la evolución
contemporánea
de dichos valores y esclarecer las nuevas condiciones en
que se desarrollan las relaciones entre los pueblos.
Los estudios efectuados en 1958 se refieren también
al Oriente
moderno y tratan de dos temas : los hombres y las mujeres, sus privilegios,
responsabilidades
e incapacidades
de carácter
social; las actitudes
respecto al enriquecimiento,
el ahorro, la continuidad
del trabajo
productivo,
el comercio y la especulación. Para r 959-r g6o se estudiarán
tres nuevos temas: fines e ideales de los países de Oriente, según se
reflejan en sus instituciones
y documentos
oficiales;
efectos de las
transformaciones
socioeconómicas
actuales sobre los modos de vida
tradicionales
del campesino
oriental
y medios de comunicación
de
ideas sobre una cultura a los miembros de otra.
El público culto no dispone siempre de grandes obras de sintesis en las
que pueda encontrar informaciones
fidedignas, especialmente
acerca de
las civilizaciones
de Oriente. Con el concurso de las comisiones nacionales
de la Unesco y de las organizaciones
no gubernamentales
competentes,
se realizan actualmente
estudios preliminares
y encuestas sobre esta
materia, a fin de evaluar las obras existentes, lograr su difusión e identificar las lagunas por llenar, con miras a recomendar
a las grandes
fundaciones
o a los editores que preparen
algunas obras nuevas. El
desarrollo de estudios emprendidos
en diversas regiones sobre el antiisis
y la presentación
de los valores culturales,
depende en gran parte de
que se refuercen las instituciones
universitarias
y de investigación,
así
como del establecimiento
de relaciones de trabajo entre ellas. Estimular
y facilitar
ese desarrollo,
con objeto de lograr resultados duraderos,
constituye una tarea importante
de la Unesco y de sus Estados Miembros.
Además, la Unesco dedica ahora exclusivamente
al proyecto principal
las becas de ampliación
de estudios puestas a la disposición de profesores
universitarios
e investigadores
bajo el título de “Subvenciones
de la
Unesco para estudios universitarios
sobre culturas regionales”.
Aprovechando una prolongada
estancia en una universidad
de Oriente y de
Occidente,
según el caso, los beneficiarios
de esas becas prosiguen sus
trabajos sobre el idioma,
la literatura,
la historia o los problemas
económicos y sociales de una región distinta de su región de origen.
En los próximos
años, la Unesco proyecta contribuir
de un modo
análogo al perfeccionamiento
de traductores
que puedan verter a los
43
idiomas de Occidente
las obras maestras de las literaturas
orientales.
Al proporcionar
a los filólogos calificados la oportunidad
de familiarizarse, mediante la estancia en un país de Oriente, con el espíritu de una
cultura determinada,
se trata de aumentar
el número de traductores
disponibles subsanando así una escasez que limita considerablemente
las
posibilicades
de acción de la Unesco y de las instituciones
públicas y
privadas de los Estados Miembros.
La rxuela
Un sistema de enseñanza que desarrolle el conocimiento,
la comprensión
y la apreciación
mutuas de los valores culturales significa, hacer frente,
ante todo, al problema
del contenido
de la enseñanza:
programas,
horarios,
materias
de examen, etc. Un problema
al cual ninguna
organización
internacional
puede dar solución fácil : los programas
escolares son de la competencia
de las autoridades nacionales o locales
y no se trata de sobrecargar programas que ya parecen exageradamente
nutridos.
Cada año, la Unesco reúne un Comité Consultivo
Internacional sobre Planes de Estudios, cuyas recomendaciones
comunica a
sus Estados Miembros;
el mejoramiento
de los programas
con objeto
de fomentar la comprensión
entre el Oriente y el Occidente constituyó
el punto más importante
del orden del día de la reunión celebrada por
dicho comite en 1958.
Pero sin modificar fundamentalmente
los programas actualmente
en
vigor, se presentan numerosas ocasiones en la enseñanza de las distintas
materias para insistir de manera particular
en el conocimiento
y la
comprensión
de realidades culturales poco conocidas y, al presentarlas
de un modo interesante, para dejar una huella duradera en las mentes
jóvenes. Tal ampliación
de las perspectivas de la enseñanza obtendrá
sin duda el apoyo entusiasta de los educadores de los distintos países.
El programa de la Unesco tiende a satisfacer las necesidades de esos
educadores mediante
una acción sistemática,
a la que invita a las
comisiones nacionales de sus Estados Miembros
y a las organizaciones
internacionales
no gubernamentales
de la profesión docente.
Los manuales escolares. En esta materia la Unesco se propone ante todo
mejorar los manuales y el material de enseñanza. En septiembre de 1958
se celebró en Tokio una importante
reunión acerca de la manera de
presentar el Occidente
en los manuales y el material
de enseñanza
asiaticos. Había precedido a esa reunión la celebrada en París en mayo
de 1956 sobre “La presentación de Asia en los manuales y el material de
enseñanza occidentales”.
Para esa reunión,
se prepararon
estudios
sobre la forma en que se trata actualmente del Occidente en los manuales
asiaticos; se invitó a los países orientales a que estudiaran los problemas
pedagógicos que plantea el mejoramiento
de la enseñanza acerca del
Occidente en sus escuelas y algunos países de Occidente se consagraron
44
al análisis de los valores culturales occidentales con objeto de facilitar
su presentación en los manuales usados en países asiáticos.
Ese estudio general tiene por objeto definir los principios de la acción
más concreta que desarrollan
las comisiones nacionales y las organizaciones de la profesión docente. En 1959 y 1960, la Unesco proporcionará
a dichas organizaciones
ayuda técnica y económica,
asistencia
y
documentación.
Con esos medios se multiplicarán
las reuniones de
educadores
dedicadas al estudio de la nueva orientación
que deba
imprimirse
a los programas y a los manuales o al examen de cuestiones
mas concretas, como la enseñanza de determinadas
materias, la introducción de “estudios regionales”
en los programas,
la utilización
de
películas cinematográficas
y películas fijas, de exposiciones y programas
de televisión. Asimismo se fomentarán consultas cada vez más numerosas
entre educadores de distintos países. Por intermedio
de las comisiones
nacionales la Unesco proporcionará
ayuda a los autores y editores de
manuales, especialmente
poniendo
a su disposición
los elementos de
información
de que carecen para presentar los diversos aspectos de las
culturas orientales u occidentales:
asesoramiento
sobre las fuentes de
documentación,
listas de obras de referencia, bibliografías
selectas, etc.
La documentación. También es preciso, sin embargo, ayudar más directamente al personal docente y orientar
sin demora el espíritu de los
alumnos hacia aquella parte del mundo que conocen poco o mal. Mucho
puede hacerse para satisfacer esta necesidad
urgente
mediante
la
publicación
y la difusión de folletos o libros -en lo posible ilustradosen los que se esbocen los rasgos esenciales de las culturas y de la vida
cotidiana de los distintos países, y que se utilicen como textos de lectura
recreativa
en las bibliotecas
escolares. Por eso, la Unesco invita a las
comisiones nacionales a que encarguen a las personas más calificadas
que escriban obras de ese género, con un espíritu de objetividad
total,
con miras a interesar a lectores de IO a 15 años. La Organización
facilitará la publicación
de esos libros y su traducción a los idiomas más
usados. La Unesco podrá completar
esta acción cooperativa
de las
comisiones nacionales, procediendo
ella misma a preparar folletos sobre
determinados
temas de amplio interés internacional.
Con ayuda de las comisiones nacionales
y de las organizaciones
internacionales,
la Secretaría comenzó a intensificar
en 1958 su labor
para reunir y difundir informaciones
destinadas al personal docente:
pronto se completará
una bibliografía
de obras en inglés sobre 10s
valores culturales de Oriente; por otra parte la Confederación
Mundial
de Organizaciones
de la Profesión Docente prepara, en virtud de un
contrato con la Unesco, una lista del material audiovisual
utilizable
en
las escuelas.
Mltodos. Por último, la Unesco se preocupa del desarrollo de métodos
pedagógicos adaptados a los fines del proyecto principal.
En cuarenta
45
países, más de ciento cincuenta establecimientos
de enseñanza pertenecen ahora a su sistema de “escuelas asociadas”. Dichos establecimientos
reciben de la Organización
la documentación
apropiada y se benefician
de determinadas
becas; llevan a cabo actividades
encaminadas
hacia
el fomento de la comprensión
internacional
y proporcionan
así un
magnífico
terreno de ensayo de nuevos métodos pedagógicos.
Las
actividades
y programas
experimentales
de esas “escuelas asociadas”
tienden principalmente
a desarrollar
en sus alumnos la apreciación
de
los valores culturales de Oriente y de Occidente. En gran parte mediante
la ayuda de las comisiones nacionales, se celebran frecuentes reuniones
para estudiar los resultados de tales experimentos.
Esas reuniones de
educadores y las consultas bilaterales
que se les invita a organizar
contribuyen
al perfeccionamiento
del personal docente en ejercicio.
Pero es de importancia
muy particular
el hecho de que los profesores
adquieren
una experiencia
directa del modo de vida y de los valores
culturales de países pertenecientes
a una región remota. Por eso tiene la
Unesco un programa de subvenciones de viaje para educadores.
Los Estados Miembros
que proponen los candidatos a dichas becas
se comprometen
a pedirles, a su regreso, que participen
activamente
en
la ejecución
de un programa
educativo
relacionado
con el proyecto
principal.
Educación extraescolar, medios de cultura y de informacidn
En una labor que continúa directamente,
en el plano de la educación
extraescolar,
la que llevan a cabo los establecimientos
de enseñanza,
las organizaciones
de la juventud
y las dedicadas a la educación de
adultos son agentes eminentemente
eficaces que llegan a un público muy
amplio y muy entusiasta. La Unesco pide a esos grupos que difundan
entre sus miembros el conocimiento
y la comprensión
de los valores
culturales de Oriente y de Occidente y que estudien, con miras a una
cooperación
más estrecha, la naturaleza
y la función que corresponde
a la educación de los jóvenes y de los adultos como elemento de la vida
cultural de los países de esas dos grandes zonas. La Unesco coopera, pues,
en reuniones,
seminarios,
cursos para la formación
de dirigentes,
proyectos experimentales
dedicados a la “población
extraescolar”
de
una comunidad o de un grupo de comunidades,
la producción o empleo
de instrumentos
de información
sobre la vida de los pueblos de Oriente
o de Occidente, la evaluación metódica de las actividades en curso, etc.
Recientemente
la conferencia
anual de organizadores
de campos
internacionales
de trabajo voluntario,
celebrada en Nueva Delhi, ha
estudiado
los medios de favorecer
la comprensión
mutua entre el
Oriente y el Occidente.
Diversas organizaciones
sindicales, universitarias, confesionales
o de servicio social han presentado
a la Unesco
diversos proyectos de actividades,
muchos de los cuales recibirán
el
apoyo de la Organización.
Una parte de las subvenciones de viaje para
46
educadores se concede a dirigentes de movimientos
de juventud
y de
educación de adultos. El Instituto de la Juventud
(Unesco) establecido
en Gauting,
cerca de Munich,
realiza un esfuerzo particular
para
ayudar a establecer contactos entre dirigentes de Oriente y de Occidente.
Por otra parte, en 1959 se prevé la celebración
de una reunión
internacional
de expertos, especialmente
dedicada
al estudio de la
función que los valores culturales
de Oriente y de Occidente pueden
desempeñar en la educación de jóvenes y adultos, principalmente
con
objeto de favorecer el ejercicio de las responsabilidades
cívicas, sociales
y culturales.
Literuluru. Desde hace varios años la Unesco encarga a los especialistas
más competentes la traducción al inglés o al francés de las obras maestras
de las literaturas
árabe, persa, india, china y japonesa, y alienta a los
editores a difundir ampliamente
esas traducciones.
Ahora está intensificando ese programa y dedica además una nueva colección a las obras
maestras escritas en los idiomas menos conocidos de la URSS. Entre
los numerosos títulos ya publicados
mencionaremos,
como ejemplos,
la Antología de la literatura japonesa, los Himnos especulativos del Veda,
las obras de Avicena y de Al-Ghazali,
de Al-Djahiz
y de Mohammad
Iqbal. Recíprocamente,
la Unesco fomenta la traducción
al árabe y al
persa de las obras maestras de las literaturas
occidentales, y se propone
ayudar a los Estados asiáticos para las traducciones en la lengua de sus
países.
Como complemento
de dicho programa,
se prevé la publicación
en
forma resumida de obras de síntesis dedicadas respectivamente
a cada
una de las grandes literaturas
de Oriente:
esos estudios permitirán
al
lector comprender
el lugar que ocupa cada obra en la totalidad de una
cultura y relacionarla
con el espíritu de un pueblo y su modo de vida.
Artes pZ&icus y música. La Unesco ha estimulado
la difusión de las
mejores reproducciones
de las obras maestras del arte así como la
utilización
de las mejores grabaciones
musicales.
Pero, en muchas
esferas, las reproducciones
y grabaciones de buena calidad siguen siendo
muy escasas, por lo que es importante
alentar su publicación.
Esta
necesidad es particularmente
evidente en lo que se refiere a las artes de
Oriente. En este conjunto de actividades,
la Unesco no solo destaca las
obras de arte que son ya famosas, sino también las obras maestras o las
tradiciones que hasta ahora se habían descuidado.
Contribuye
a esta empresa la publicación
regular de los catálogos de
reproducciones
en colores. También
se usan otros métodos. En primer
lugar, cabe mencionar las exposiciones circulantes de reproducciones
de
obras de arte. Cerca de ciento setenta han circulado desde I g4g en setenta
países; dichas exposiciones no solo se presentan en museos y escuelas
sino también en lugares de trabajo, clubs y centros sociales provinciales
y rurales. Algunas de ellas, como la exposición de miniaturas
persas,
47
o las de pinturas chinas y grabados japoneses en madera, han obtenido
ya un gran éxito. En I 958 se consagró una nueva exposición a la acuarela
en el arte de Oriente y de Occidente.
Además de los álbumes de reproducciones
de arte sobre los frescos de
Ajanta
(India)
y las miniaturas
persas, en 1958 se publicaron
los
dedicados al arte de Ceilán, de Turquía
y del Japón. Hay otros en
preparación.
La misma colección permite al público oriental familiarizarse con la gran tradición rusa del icono o con el arte precolombino
de
México. De ahora en adelante, además de esos álbumes, que continúan
publicándose
en una edición de formato grande y muy bien presentados,
la Unesco difundirá a bajo precio material para la proyección de obras
de arte; así estimulará a los editores a publicar volúmenes de formato
más manejable
a un precio mucho más bajo, destinados a un público
más numeroso.
De la misma manera,
la Unesco subvenciona
la producción
de
catálogos de películas de arte dedicadas a las obras maestras de Oriente
y fomenta la producción
de nuevas películas sobre épocas o formas de
arte poco conocidas.
Como en el caso de la literatura,
se espera completar esas actividades
publicando
obras de síntesis que presentarán,
en forma asequible y
atractiva,
el panorama
artístico de un país determinado,
con notas
sobre la documentación
iconográfica
disponible.
Asesorada por la Asociación Internacional
de Críticos de Arte y por
los jurados de las grandes exposiciones mundiales, la Unesco ha contribuído a la publicación
de reproducciones
de las obras más destacadas
de los artistas contemporáneos
de Oriente y de Occidente. En cooperación con el Consejo Internacional
de la Música, estimula los intercambios de partituras
y de material
musical así como la difusión de
grabaciones
de la música tradicional
o contemporánea
entre países
de esas dos partes del mundo. Concede becas a pintores, escultores o
grabadores,
a compositores y a escritores, para que efectúen viajes de
estudio de Oriente a Occidente y viceversa.
Finalmente,
la relativa escasez de obras occidentales
en los museos
de los países de Oriente plantea, para la apreciación
mutua de las
culturas, un problema de difícil solución. La Unesco recomienda a sus
Estados Miembros que, entre ellos, se hagan donaciones y préstamos de
obras de arte originales. Se trata de una tarea de largo alcance de la
que sólo pueden esperarse resultados limitados. También se estimula a
los países de Asia a que adquieran colecciones de buenas reproducciones
de arte occidental
para exponerlas
de un modo permanente
en sus
museos.
Prensa, radio, cine. La Unesco estudia con los profesionales del periodismo
las lagunas de los intercambios
de informaciones
entre Oriente
y
Occidente,
así como los medios para conseguir, en la prensa, una
presentación
más exacta de los valores culturales de una y otra región.
En sus propias publicaciones,
la Unesco concede un lugar relevante
a las cuestiones culturales.
Además encarga y difunde, para uso de
periódicos y revistas de todo el mundo, numerosos artículos sobre las
culturas y los modos de vida de los distintos pueblos.
Para la radio, la Unesco distribuye
programas modelo acerca de los
valores culturales;
recurre a distintas organizaciones
y, en particular,
al Consejo Internacional
de la Música, para que organicen programas
que ilustren
las relaciones
entre las diversas tradiciones
musicales
populares y eruditas. Organiza
discusiones de “mesa redonda”
entre
las personalidades
representativas
de las diferentes culturas, sobre los
problemas de la comprensión
mutua. También
reúne, principalmente
gracias a las misiones enviadas a determinados
países de Asia, material
sonoro y una documentación
básica que puedan usar los organismos
de radiodifusión
e invita a los organismos de radio a estudiar en común
los problemas planteados por la utilización
de las emisiones preparadas
en Oriente y viceversa.
Por lo que se refiere a los medios visuales, la Unesco distribuye
fotografías que sirvan para ilustrar artículos de la prensa, y para preparar
películas fijas o exposiciones. Al propio tiempo, se está preparando
un
catálogo de películas documentales sobre Asia, especialmente
adaptadas
a las necesidades de los programas de televisión. La Unesco colabora,
por otra parte, en la producción de modelos de programas de televisión,
esforzándose por fomentar la producción
de películas que muestren la
vida cotidiana
de los pueblos de Oriente y de Occidente,
así como la
corriente de las influencias artísticas entre esos dos pueblos, principalmente bajo la forma de coproducciones
entre países de ambas zonas.
LA
ACCIÓN
DE
LOS
ESTADOS
MIEMBROS
Esos son algunos aspectos de los programas que la Unesco realiza en el
plano internacional
con objeto de contribuir
al fomento de la apreciación
mutua de los valores culturales
de Oriente y de Occidente.
Aun este
breve resumen muestra que la colaboración
de los Estados Miembros,
sus comisiones
nacionales
y las organizaciones
internacionales
no
gubernamentales,
es esencial para el pleno desarrollo de esos programas
proyectados
y revela también
que el plan de acción directamente
ejecutado
por la Unesco en relación con este proyecto principal
está
concebido tanto como un medio para estimular y coordinar una multiplicidad de empresas como para apoyarlas mediante el asesoramiento
técnico o una documentación
apropiada.
Pero el impulso dado por el proyecto principal
debe hacerse sentir
cada vez más en los sectores más amplios de la vida nacional de los
diferentes países; debe inducir a los Estados Miembros
a emprender
programas
complementarios,
bajo su propia responsabilidad,
aunque
puedan beneficiarse de la ayuda de la Secretaría de la Unesco.
Se ha sugerido a cada Estado Miembro
que un comité especial o
49
un organismo ya existente prepare y coordine los programas así iniciados
en el ámbito nacional. Esos comités pueden estar integrados por especialistas en el estudio de civilizaciones
y ciencias sociales, por educadores
y administradores
de los distintos grados de la enseñanza, por escritores
y artistas, por especialistas de la información
y dirigentes de la vida
cultural,
así como por representantes
calificados
de las administraciones interesadas y de los servicios nacionales de relaciones culturales.
CONCLUSI6N
;Cuál será la eficacia de un programa de este género? $Xmo concebir
los resultados que pueden esperarse razonablemente?
En materia tan
compleja, donde las realidades sobre las que hay que actuar son hábitos
de pensamiento
y de acción, instituciones,
hechos culturales, vano sería
esperar resultados decisivos en el futuro inmediato. Al prever la ejecucion
de ese proyecto en el plazo, tal vez prorrogable,
de una década, la
Unesco se fijó un término que debe permitirle,
si no resolver los problemas
de la comunicación
entre el Oriente y el Occidente,
por lo menos
ensayar la eficacia de determinados
métodos y obtener resultados que
puedan servir de ejemplos.
La Unesco podrá seguir aplicando a las diversas esferas de la comprensión internacional
los métodos que se perfilen en esos diez afios de
ejecucidn del proyecto. Y lo que es más importante
dotavía, las instituciones oficiales o privadas que habrán contribuído
al desarrollo de
esos métodos podrán continuar aplicándolos.
De todos modos el acercamiento
de Oriente
y Occidente
exigirá que los esfuerzos en este
sentido continúen
y esos esfuerzos serán más eficaces gracias a los de
estos diez años.
El proyecto principal
habrá permitido
tambien acrecentar y mejorar
los medios puestos a la disposición del público, de los educadores y
dirigentes
de la vida cultural, con objeto de lograr una comprensión
y un conocimiento
más auténticos de los valores culturales
de otros
pueblos. La propia existencia de esos materiales
nuevos y su mayor
difusion habrán provocado una demanda que corresponderá
satisfacer
progresivamente
a toda clase de instituciones
y de empresas privadas.
En muchos países se habrá realizado un primer esfuerzo para mejorar
el contenido
de la enseñanza, la formación
del personal docente, y
precisar los métodos pedagógicos que mejor permitan
presentar a la
juventud los valores culturales de los pueblos de Oriente y de Occidente.
Este esfuerzo una vez iniciado proseguirá su camino.
Se habrán establecido nuevos vínculos entre los Estados, en forma de
acuerdos bilaterales
o simplemente
mediante la intensificación
de los
intercambios;
se habrá creado el hábito de una acción concertada
al
servicio de fines comunes. Los caminos así abiertos a los intercambios
culturales, las prácticas de cooperación así preconizadas
no dejarán de
50
dar un estilo nuevo al diálogo de las naciones. En algunos casos, el
proyecto
principal
conducirá
sin duda a reforzar o incluso a crear
instituciones
de investigación,
de enseñanza o de intercambios
que en
adelante desempeñarán
una función permanente.
Si logra esos objetivos, la Unesco habrá lanzado un llamamiento
no
sólo en favor de una acción inicial enérgica, sino de un trabajo a largo
plazo. Y calando más hondo habrá contribuído
a despertar la opinión
pública,
a combatir
el provincialismo,
la pereza o el resentimiento,
a estimular la reflexión sobre algunas de las cuestiones más importantes
de la vida internacional
de nuestro tiempo, y fomentar
una actitud
generosa en favor de la instauración
entre los pueblos de un orden de
comprensión y de respeto mutuos. Si dentro de diez años ese movimiento
ha ganado suficiente impulso para continuar desarrollándose
por sí solo
y si cada pueblo de Oriente y de Occidente, después de darse realmente
cuenta de los vínculos que le unen a los demás, reconoce que el respeto
con que trata a los otros es plenamente
recíproco, la Unesco no habrá
emprendido
en vano ese esfuerzo ni hecho en el vacío ese llamamiento.
N.B.
Los lectores que se interesen por seguir el desarrollo del proyecto
principal
relativo a la apreciación
mutua de los valores culturales
de
Oriente y de Occidente y que, para asociarse al mismo, quieran conocer
periódicamente
los problemas
planteados
y los resultados
prácticos
obtenidos, podrán consultar el boletín Oriente-Occidente. La Secretaría
de la Unesco enviará gratuitamente
esta publicación
bimensual a quienes
la soliciten.
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