Dame de beber - María de la Defensa Michel

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Dame de beber
Tercer Congreso de la Mujer / Guadalajara
“Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed”,
Antonio Machado
Introducción
Hoy el Señor nos llama a escuchar su palabra en el Evangelio de San Juan, porque en Él cada renglón
nos sacude como un viento de tormenta. Es un Evangelio que nos destroza, nos apabulla, nos reduce a
añicos. Nos exige morir: nosotros y nuestros esquemas. Porque necesitamos aceptar el agua que nos
ofrece para alcanzar la eternidad y la vida en Él:
“Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan,
-aunque no era Jesús mismo quien bautizaba sino sus discípulos- abandonó Judea y volvió a Galilea. Tenía que pasar por
Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la propiedad que Jacob dio a su hijo José. Allí
estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era alrededor del medio día”. Juan 4, 1-6
Palestina estaba compuesta por lo que podríamos llamar tres provincias: al sur, Judea; al norte,
Galilea; y en el medio de ambas: Samaría. Judíos y galileos practicaban el mismo culto en el Templo de
Jerusalén; los samaritanos, mezcla de judíos y paganos asirios desde hacía 700 años, tenían culto propio
en el monte Garizim, a cuyos pies estaba precisamente la ciudad de Sicar y el pozo de Jacob, de unos 32
metros de profundidad.
El odio de estos pueblos era ya proverbial, y, sin embargo, será este preciso lugar el elegido por
Jesús para iniciar en la fe a una mujer samaritana y otros habitantes de la ciudad.
Porque Mi Señor no elige lo que aparenta ser bueno o valioso para los demás, sino que escoge
aquellos y aquellas que son capaces de reconocer que tienen necesidad de Él, que reconocen su pequeñez
y su experiencia de debilidad.
Dicen los entendidos de la Biblia, que para poder llegar a aquel lugar tuvo que comenzar a
caminar desde las dos de la mañana: el Señor estaba cansado y tenía sed, pero lo importante es que ya
estaba ahí, esperando a la Samaritana, como nos ha esperado a nosotras tanto tiempo.
Era el medio día, la hora de la sed
El evangelista Juan nos describirá magníficamente los pasos de la fe en Cristo, Agua de Vida. Es una
página encantadora, sin desperdicio alguno.
Al relatarnos que era cerca del mediodía, nos está diciendo que era la hora de la Sed, de la luz. Él
tenía sed, pero quizá ella también:
“Llega una mujer samaritana a sacar agua. Jesús le dice:-Dame de beber. Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a
comprar alimentos. Le replica la samaritana: -¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana? (Porque
los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: -Si reconocieras el don de Dios, y quien es él que te dice:
“Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habrá dado agua viva. Le dice la mujer: -Señor, no tienes con qué sacarla,
y el pozo es hondo; ¿de dónde pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo
y de él bebieron él, sus hijos y sus ganados? Jesús le respondió: -Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el
que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en el fuente de agua
que brota para la vida eterna”. Juan 4, 5-14
Todos buscamos el agua de la felicidad, y seguimos con sed
La mujer samaritana está buscando el agua de la felicidad, de la vida. En ella estamos representados muy
bien todos los hombres, la humanidad, con sed.
Es la sed que sentimos todos “los caminantes de la vida”. Vivimos, sí, pero… La vida se nos va,
se nos escapa. Corremos, gritamos, pataleamos, trabajamos. ¡Es increíble todo lo que hacemos para vivir!
Y seguimos con sed.
Bien lo dice Tejeda Gómez:
“Estoy mirándome ser,
estoy sintiendo que paso;
me estoy muriendo por ver
qué pasa mientras yo paso”.
La samaritana tenía sed, de agua y de vida. Y sin embargo, alguien, un hombre, un odiado judío,
le pide por favor un poco de agua para beber. Ella no deja pasar la oportunidad para echárselo en cara.
Es agresiva, hace tiempo que está peleando por la vida, y aprendió a atacar:

A esta Samaritana que esconde su sed con la máscara de la agresión para que los demás crean
que no tiene sed, la vemos todos los días en la calle: gritos, insultos, nervios, discusiones.

Algunas otras samaritanas, están cansadas y más sediento que nosotros, algunos les tienden la
mano. Pero ¡nada! Cada una marcha con su cántaro y busca su agua. “La lucha por la vida”,
decimos. Lástima que luchamos contra los otros.

Cada uno quiere tener el pozo a su disposición. Cada uno bebe. Cada uno tiene sed. Es el ritmo
del cada uno…
El Señor Jesús tiene Agua Viva
Jesús sabe que las normas sociales de la época prohibían terminantemente que una mujer hablara con un
desconocido en la calle. También sabía que aquella mujer era “enemiga”. Y precisamente, por todo esto,
para romper con aquellas tradiciones antiguas, entabla el diálogo y ofrece al enemigo Agua Viva. Él había
sido dado por el Padre al mundo, y ahora comienza su acción de entregarse.
Por eso comienza diciendo: “Si conocieras el don de Dios, quien es el que dice…”. Es que él mismo,
Jesús, es el don de Dios. Y ofrece.
Los antiguos llamaban agua “viva” al agua que corre de una fuente, en contraposición a la de un
pozo o una cisterna. Es agua llena de vida y portadora de vida.
Y mientras la mujer sigue hablando del “pozo” Jesús promete no solamente agua, sino una fuente
de agua que brote par la vida Eterna dentro de uno mismo.
En la Biblia, el Agua tiene un rico y variado simbolismo. Cuando es agua viva:

Es símbolo de la Vida que nos da Dios, de su salvación.

De los bienes y dones que traería el Mesías.

También representa la Ley de Moisés y que Jesús suplantará por el Agua de su Palabra.

En el evangelio de Juan simboliza asimismo al Espíritu, como lo manifiesta con más claridad.
“El último día de la fiesta, que era el más solemne, Jesús, puesto en pie, exclamó con voz potente: «El que tenga sed, que
venga a mí. Pues el que cree en mí tendrá de beber. Lo dice la Escritura: De su seno brotarán ríos de agua viva» Decía esto
Jesús refiriéndose al Espíritu Santo que recibirían los que creyeran en él. Todavía no se comunicaba el Espíritu, porque
Jesús aún no había entrado en su gloria”, Juan 7, 37-39.
No cabe duda, entonces, que Jesús se presenta como la vida total y definitiva del hombre, por eso habla
de un agua que si la bebemos, nunca más volveremos a tener sed.
Beber de esa agua es otra forma de expresar lo que es la fe. Tampoco aquí el Agua actúa por arte
mágica o simple casualidad. Hay que “beberla”, asimilarla, hacerla parte de nuestra vida.
Exige un esfuerzo de parte nuestra, porque beber a Cristo es mucho más que tragarlo…

Beber su Agua es sentir necesidad de su palabra.

Es haber comprendido que la vida sin Cristo carece de sentido.

Es constatar que hay muchas cosas relativas y transitorias en la existencia humana, y hay que
saber encontrar lo absoluto y lo definitivo.

Beber su Agua es abandonar las otras aguas, que apagan la sed pero no la quitan.

Abandonar ciertos modos de pensar, tantas excusas, tal criterio o sentimiento que “nos calman
por un momento”, pero no resuelven a fondo el problema de nuestra existencia. Son simples
somníferos, drogas con las que tantas veces pretendemos apartar de nosotros los grandes
problemas, y las grandes preguntas de la vida.

Beber su agua es alejarnos de esos amores que nos denigran, porque son simples migaja,s y no
el verdadero amor que Él nos ofrece.
Jesús conoce a fondo el corazón humano y sabe en qué ocupamos 23 de las 24 horas del día: en huir
de nosotros mismos, evadirnos, hablar, hablar y hablar –como la samaritana- sin tocar ningún tema serio,
sin cuestionar nada. Se trata de “pasar la vida lo mejor posible”.
Es agua que pasa, que corre. Jesús invita a beber la Vida. Y este beber es un mirar hasta el fondo
de nosotros mismos. Y eso cuesta. Porque “suele pasar. Hay días que duele interrogarse”, dice Tejada
Gómez.
Pero duela o no duela, Jesús pondrá el dedo en la llaga. En efecto:
La mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua» Jesús le dijo:
«Vete, llama a tu marido y vuelve acá» La mujer contestó: «No tengo marido» Jesús le dijo: «Has dicho bien que no tienes
marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad», Juan 4, 15-18
La mujer, entre burlona y curiosa, le pide esa agua famosa, así no tendrá más sed ni el trabajo de
venir a buscarla. Pero la pobre no sabía lo que le esperaba. Debajo de su agresividad casi salvaje, debajo
de esos ojos cansados de vivir y buscar, Jesús ha descubierto un corazón sediento de vida.
Y viene la estocada a fondo: “Llama a tu marido”. Tener marido es estar unido a alguien para
siempre, es haber encontrado la felicidad, el amor. Pero ella “no tiene marido”. Vive con alguien, es cierto,
pero de paso. Uno más. Luego vendrá otro. Jesús lo ha intuido; debajo de tanta bravuconada hay un ser
débil, indefenso, que “se está muriendo para ver qué pasa mientras ella pasa”.
Y Jesús la felicita: aunque le pese su orgullo de mujer, ella reconoce la verdad de su vida:
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“No tengo marido”.

Estoy sola, tirada.
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Mi vida es un desastre y no camino más.

Me hago la fuerte, pero estoy partida en dos. No tengo rumbo. No sé qué hacer. “Te felicito.
Has dicho tu verdad. Esta es la verdad de tu vida. Ahora podemos comenzar a entendernos”.
Porque Dios nos ama no porque seamos buenos, sino porque “somos”. Nos ama en eso que somos.
La mujer ya ha dado el primer paso a la fe: se ha reconocido a sí misma tal cual es.
Ella ha puesto ante Cristo su verdad. Sin disimulo, sin engaño, sin hipocresía, sin mentira. Esto
soy yo.
Hoy nos pide eso el Señor; reconocer nuestra realidad por dura que sea, pararnos frente a Él tal
cual somos.
Al principio de la fe, está la sinceridad del corazón. Lo que le faltaba al fariseo Nicodemo lo tiene
la samaritana, una mujer.
Ella tenía todo lo despreciable para un judío: ser mujer, ser samaritana y sin marido, quizá como
a nos parecería que estamos: sin belleza, sin gracia, sin dinero. Ella confiesa su pecado: “Yo pecador me
confieso a Dios…”. No tengo marido. De aquí en más, el diálogo con Jesús cambia: la mujer calla, está
frente a Alguien que conoce su corazón, que no la condena, que la felicita por su sinceridad. Aquella
mujer está naciendo de nuevo por el Agua y el Espíritu, por la fe. Un paso más y reconocerá en Jesús al
Mesías, al Salvador del mundo.
Gran paradoja de la fe: Dios nos ama en lo que somos de verdad, y hay que dejarse amar por
Dios en esto que somos, sin agregados, sin pintura ni retoques, y abandonar a los “maridos” (todo aquello
que nos ata, que nos esclaviza, que nos da apariencias de vida, pero que no es vida. En otras palabras:
convertirse, cambiar de vida, reconocer nuestro pecado).
Y viene el otro paso para una fe auténtica: entregar a Dios el corazón.
Luego continúa su diálogo, pero ahora ella le cambia el tema y comienza a hablar de religión. La
samaritana está ahora preocupada por un tema muy religioso. Le dice a Jesús: discutamos un poco de
religión: ¿dónde tenemos que adorar a Dios, allá o acá? Y Jesús corta por lo sano: basta de tontas
discusiones. No busques a Dios en este o aquel lugar, en un templo de piedra o de mármol. Ha llegado
el nuevo tiempo en que lo importante es ser auténticos ante Él:
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías (que es el Cristo), está por venir; cuando venga nos enseñará todo». Juan 4,25
Y así Jesús llega al final de su manifestación a la mujer: Yo soy el Mesías. Soy Yo porque te estoy
revelando quién es Dios y cómo hay que llegar a Él. Quienes hablen de otra manera son falsos mesías.
Ya no tiene que venir otro para agregar nada más ni corregir. Todo está dicho, porque “llega la Hora y ya
estamos en ella”.
“La mujer dejó allí el cántaro y corrió al pueblo a decir a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que
he hecho. ¿No será éste el Cristo?» Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo”, Juan 4, 27-30
La samaritana, completamente transformada, deja su cántaro. Un detalle muy significativo:
vuelve sin su agua, porque ya tiene Agua de Vida Eterna. El cantarillo junto al pozo es el mundo testigo
de que algo insólito ha pasado. Quien tenía sed se olvida de su sed. Es que ya no tiene más sed.
Y presa de alegría y asombro anuncia a su pueblo la buena noticia: ha llegado el que mira y ve lo
íntimo de los corazones. ¿No será el Mesías?
Dejar el cántaro, dejar lo que nos ata… La fe es una ruptura total con el pasado. La fe auténtica
no tolera ese sándwich que hacemos nosotros con tanta frecuencia: medio sí a la luz y medio a las tinieblas;
medio sí al egoísmo y otro medio al amor; medio sí a la mentira y otro medio a la verdad.
Porque si de veras nos encontramos con Jesús, nada queda oculto a su mirada. Su Palabra penetra
como una cuña hasta dentro y nos hace descubrir todo lo que somos, todo lo que hacemos, pensamos y
sentimos. Su Palabra nos juzga, nos saca al descubierto. Para Juan no hay peor pecado que la mentira de
nosotros mismos, la falsedad del corazón. No llegar hasta esta total sinceridad y autenticidad es seguir
siendo “incrédulos”.
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