El Padre Esteban y la Congregación de los SS.CC. El vínculo que unió al P. Esteban con la Congregación abarca prácticamente su vida entera. Primeramente como alumno de nuestro colegio de Santiago, y luego como hermano de la Congregación desde su ingreso al postulantado a inicios de 1932, hasta su muerte el 6 de mayo de 2001. Una vida entera. Responder a la pregunta ¿quién fue el P. Esteban para la Congregación? sólo puede hacerse desde un horizonte muy personal; este estilo tiene las anotaciones que siguen. Ante todo me parece que el P. Esteban fue un regalo de Dios para esta comunidad. Un regalo inmerecido, gratuito, debido sólo a la bondad de Dios. Fue el regalo de un hombre plenamente humano; un hombre con un enorme amor por la vida, con grandes anhelos de vivir y de dar vida. Un hombre capaz de reconocer, valorar y defender hasta los más pequeños gestos de vida, aún de la vida más simple y limitada. Un hombre profundamente respetuoso de los demás, no por desinterés o ganas de no meterse en la vida de otros, sino por el anhelo de reconocer qué hay de humano, es decir de divino, en cada realidad; un acercamiento a la vez atento y temeroso, como el de esos niños anhelantes por descubrir el mundo. Un hombre prácticamente siempre sereno y feliz, casi despreocupado de las cosas, seguro que todo está en las manos de Dios, y que finalmente él mismo es poco lo que tiene que hacer. Un hombre sabio que encontraba un gozo enorme en poder prestar pequeños servicios a los demás, casi como esos niños que corren dichosos cuando uno les pide que vayan a buscar algo que se ha olvidado. El Padre Esteban fue para nosotros ante todo un Hombre plenamente humano, que nos desafío permanentemente a mirar con amor a cada persona concreta. La humanidad del P. Esteban se manifestaba de modo especial en un corazón tan amplio, tan alto, ancho y misericordioso que hacía pensar en el corazón de Dios. Un corazón en el cual cada persona podía siempre encontrar un espacio. Como expresa en una de sus Cartas a Jesús: “Señor, quisiera vivir de tal manera que cualquier hombre puede decir: ahí quepo yo”. Este rasgo de su persona lo hizo un hombre cercano y querido por todos; alguien con quien siempre se podía hablar, con la certeza de ser escuchado y acogido; y si venía al caso también corregido, que esa es una de las expresiones del amor. Fue superior de la comunidad innumerables veces, y formador de muchos hermanos. Igualmente fue consejero y confidente de un amplísimo espectro de personas, desde los más culto y refinados hasta los niños humildes de población; de los cristianos más activos y comprometidos y también de aquellos que viven hondamente conflictuados con la fe y con la Iglesia. Me parece que podemos decir con toda verdad que el P. Esteban fue un poeta; un hombre con una mirada siempre novedosa de la realidad. Una mirada capaz de encontrar el bien y la belleza, donde otros no ven sino pecado y fealdad. Él decía que no le gustaban esas grandes y vanidosas flores de invernadero, esas que venden en las florerías, sino las humildes flores silvestres de los bordes de los caminos; esas que la mayoría de la gente pisa sin siquiera percibir su belleza. Un poeta capaz de acercarse a la pobreza real de los pobres, que tantas veces une la carencia material con miserias humanas, para encontrar allí al ser humano en toda su dignidad y valor. Un poeta de palabras simples y de realidades cotidianas, que ponía su pasión en alcanzar la finura de espíritu suficiente para reconocer el grandioso valor del día a día; de la “Santa Iglesia de todos los días”. El gran corazón del P. Esteban se hizo sabio al unirse a una mirada penetrante para reconocer la hondura del corazón humano. Una mirada no enjuiciadora, sino sanadora, porque capaz de encontrar esa huella de la bondad de Dios que siempre está latente en todo corazón humano. Una mirada misericordiosa, pero para nada ingenua ni simplista. Este poeta profundamente humano fue para nosotros un hermano muy querido y un hombre de Dios. Para él Dios estaba metido en su vida de todos los días; estaba como entrelazado con su existencia. No es que hablara mucho de Dios, pero uno podía sentir en cada instante la secreta vibración de su fe. Su hondura y serenidad personales ciertamente que brotaban de una muy intensa experiencia de Dios. El P. Esteban nos habló de un Dios de bondad, padre misericordioso y exigente para bien de sus hijos. Nos habló de un Dios que ama con ternura a los pobres y desamparados; que quiere a los niños y a los pecadores; que mira con ternura a quienes lo buscan, incluso si a veces andan muy desorientados. Nos habló de un Dios que anda metido en los trajines de cada día; que no es legislador severo, sino pedagogo que nos toma de la mano para conducirnos a las alturas de la existencia humana; un Dios que ama la pobreza y la humildad, no las sofisticaciones espirituales, siempre tan riesgosas de vanidad. Todo lo dicho del P. Esteban como ser humano, podemos decirlo también del P. Esteban como religioso y sacerdote, ya que fue un hombre íntegro, sin fisuras interiores. Una persona imposible de dividir en compartimentos aislados. Un hombre que en cada uno de sus momentos se entregaba por entero, dándonos la certeza de estar ante alguien sin dobleces, en el cual no cabía imaginar segundas intenciones. Esteban es un regalo de Dios para nosotros, y para la Iglesia entera. Es una de esas personas en las cuales Dios nos visita dejando entrever algo de su intimidad y hermosura. Estos más de 70 años que Esteban vivió tan estrechamente unido a la Congregación hacen imposible entrar a separar cosas. ¿Qué le ofreció la Congregación a Esteban? ¿Qué le aportó Esteban a la Congregación? Sólo cabe responder que tantísimas cosas en ambos sentidos, que hoy se hace imposible entendernos aisladamente. El P. Esteban es incomprensible sin esta comunidad junto a la cual construyó su vida. Esta comunidad chilena de la Congregación sería absolutamente diversa a lo que es hoy si Esteban no hubiese estado en ella. Sólo queda darle gracias a Dios por este regalo y pedirle que nos haga dignos de él; es decir, que nos ayude a hacer nuestros sus grandes desafíos humanos y espirituales. Eduardo Pérez-Cotapos L. ss.cc. Superior Provincial. 6 mayo 2003