Miguel Hernández en el contexto de la poesía española de principios del siglo xx. Las tendencias poéticas imperantes en España al comienzo del siglo XX eran el Simbolismo y el Modernismo y habían encontrado su eco en la obra de poetas como Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Pero tras la Primera Guerra Mundial comienzan a vislumbrarse nuevos caminos: frente al neorromanticismo y el irracionalismo que subyacían en el Simbolismo y el Modernismo se pretende despojar el arte de su raíz sentimental y confesional, en un proceso se definió como la “deshumanización del arte” (término empleado por Ortega y Gasset que sirve de título a uno de sus libros más importantes). Los escritores e intelectuales de la llamada Generación del 14, que tiene su voz en el Novecentismo (Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Rafael Cansinos Assens, Guillermo de Torre) y algunos jóvenes de la generación del 27, junto a poetas ya consagrados como Juan Ramón Jiménez, dan un nuevo impulso a la poesía española. En este momento confluyen dos tendencias que marcarán la evolución de la poesía española: la vanguardista y la de la poesía pura. Las vanguardias (Dadaísmo, Futurismo, Cubismo…) se dan a conocer a través de las tertulias literarias y de revistas como Ultra, y repercuten especialmente en los miembros de la Generación del 27. Particular relevancia tienen el Ultraísmo, con Guillermo de Torre, y el Creacionismo, con el chileno Vicente Huidobro y el español Gerardo Diego. Por otra parte se encuentra la influencia de Paul Valéry, máximo representante de la “poesía pura”, cuya desnudez asentimental tiene en España como maestro a Juan Ramón Jiménez (particularmente con la obra en verso libre de 1916 Diario de un poeta recién casado), que marcará los primeros pasos de los poetas del 27. Por tanto, puede apreciarse que la generación del 27 inicia su andadura poética bajo el influjo de las Vanguardias y la poesía pura; pero también influye en ellos la poesía intimista de Bécquer y la tradición literaria del Siglo de Oro, especialmente Góngora, cuyo homenaje sirve como punto de apoyo a los poetas del grupo para despegarse del magisterio de Juan Ramón Jiménez. Con todo ello, la generación del 27 se convirtió en la gran renovadora de la poesía española contemporánea, tomando como base la fusión entre las vanguardias imperantes en el momento y la tradición de la poesía popular, que ya habían empleado tanto los autores del Siglo de Oro como Bécquer. En el devenir creativo de la Generación pueden señalarse tres etapas marcadas por los cambios estéticos que en general fueron adoptando sus componentes: la primera abarca hasta 1927 y en ella se aprecia el influjo de las primeras vanguardias. Es notoria la influencia de Bécquer y algo del Modernismo. El grupo se orienta, bajo el magisterio de Juan Ramón Jiménez, hacia la poesía pura. Se basa en la metáfora, con audacias novísimas, deslumbrantes. Es la etapa de la deshumanización del arte, pese a la existencia de la lírica popular; sin embargo, hay una gran influencia de los clásicos españoles, especialmente de Garcilaso y Góngora. En la segunda etapa (1927-1936) la lírica se rehumaniza. Aparece el Manifiesto por una poesía sin pureza en la revista Caballo verde para la poesía, fundada por Pablo Neruda. Pasan a primer término los sentimientos del hombre: amor, ansia de plenitud, inquietud ante los problemas de la existencia... El culto a Góngora marca la cima y el descenso de los ideales esteticistas. Los acentos sociales y políticos que marcaron los vanguardistas entran también en la poesía. En 1939 el grupo se dispersa y puede considerarse que la Guerra Civil marcó el fin de la Generación como tal. Lorca murió asesinado; Salinas, Guillén, Cernuda y Alberti tuvieron que exiliarse; Alonso, Aleixandre y Diego permanecieron en España. Cada autor siguió un camino personal y estético, y los lazos que existían entre los autores de la Generación se rompieron bruscamente. Por tanto, la guerra puede ser considerada el elemento disgregador del grupo. En el exilio, la nota dominante será, al correr de los años, la nostalgia de una patria perdida. La trayectoria de Miguel Hernández (nacido en 1910 y que pertenece cronológicamente a la Generación del 36) se corresponde en gran medida con estas etapas. En su primera formación influyeron tanto los clásicos como las incipientes obras de los poetas del 27: su primer poemario, Perito en lunas, es una colección de octavas reales que fusionan gongorismo, simbolismo y ultraísmo. Con El rayo que no cesa se adentra en el camino de la “poesía impura”, tras asimilar el surrealismo y el magisterio de sus dos influencias contemporáneas más evidentes, Neruda y Aleixandre, sin dejar de lado la tradición poética española. Con la llegada de la guerra y su compromiso político, Miguel Hernández se adentra en la poesía comprometida con Viento del pueblo y, más tarde (y más pesimista), El hombre acecha. Ya en la cárcel, desarrolla su obra más original y madura: la poesía popular, íntima y depurada del Cancionero y Romancero de ausencias.