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Juan Torpón
JUAN TORPÓN
Santiago Salcedo
(Día del estreno en el año 2005)
PERSONAJES:
JUAN TORPON: Oficinista y mozo de recados. Bastante simple pero con
sentido práctico.
DON ROBERTO: Dueño de la empresa.
JULIA: Hija de Don Roberto. Trabaja con su padre en el despacho.
MIGUEL: El escribiente perfecto y sabelotodo, estirado y creído. Pretende
a Julia.
SOFIA: La esposa de Roberto, mujer de buen ver.
CAMARERA: La que sirve la mesa.
C O M E D I A E N DOS A C T O S.
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Santiago Salcedo
ACTO I
(Escena 1ª)
(El escenario decorado como despacho de oficina en donde hay
una mesa situada al fondo, con una lámpara de ídem y objetos
varios de escritorio. En la parte derecha, una mesa más pequeña
en donde se ve que está trabajando Juan.)
JUAN (se acerca a la mesa de su jefe y le pone delante de sus
narices un sobre): ¿Puedo ir a echar esta carta que es urgente?
DON ROBERTO (como distraído): Sí, sí, puede ir... (Levanta la vista
y se fija en el sobre. Se lo quita bruscamente) A ver...
JUAN (sorprendido): Yo no la he escrito. Sólo he puesto el sello en
el sobre.
DON ROBERTO (enfadado): Precisamente es el sello lo que me ha
llamado la atención. (Con ironía) El sello, señor mío, se pega en la
parte delantera del sobre...!
JUAN (le interrumpe en son de queja): Pero si Miguel me ha dicho
que se ponía así...
DON ROBERTO: ¡Cállese! ¿Cómo quiere que me crea esa tontería?
(Llama a su empleado) Miguel, venga aquí un momento.
MIGUEL (se levanta de su mesa y se acerca. Se cuadra ante su
jefe): ¿Me ha mandado llamar don Roberto?
DON ROBERTO: Veamos; explique usted lo que le dijo al Sr.
Torpón.
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Juan Torpón
MIGUEL: Le dije textualmente que el sello iba en el anverso del
sobre y no en el reverso.
JUAN (con voz quejosa): Es que yo fui con el sello en una mano y
en la otra el sobre y le pregunté si el sello iba tal como le indicaba y
él, en lugar de decir sí, va y me suelta toda esa parrafada del
reverso y viceverso, que a mí me sonó a que iba al revés. Por eso
lo puse como lo puse.
MIGUEL (rectifica con aires de sabihondo): Viceverso, no; se dice
anverso. (Se dirige a su jefe); pero si son palabras corrientes...
JUAN: Me pareció extraño, sí, eso de poner el sello detrás del
sobre; pero pensé que era una forma especial de enviar las cartas
que tenía su empresa. Como sólo llevo quince días de prueba...
DON ROBERTO (serio): Muy bien y, en lugar de preguntar lo que
significaban esas palabras, se ha limitado a pegar el sello donde le
ha dado la gana. Menos mal que sólo se trata de una carta...
(Comprensivo. Vaya, vaya a su mesa y escriba usted mismo otro
sobre y ponga el sello en el ángulo superior derecho del anverso
del mismo.
JUAN (repite en voz alta mientras se va a su mesa): En el ángulo
superior derecho del anverso del... (Se detiene antes de llegar y
vuelve. Se planta frente a la mesa de su jefe otra vez) ¿Quiere decir
en el córner derecho del campo contrario?
DON ROBERTO (suspirando): ¡Dios mío, qué paciencia! Sí, sí,
ande, póngalo donde dice usted.
(Vuelve a su mesa y al ir a sentarse, no lo hace y vuelve de nuevo a
la del jefe)
DON ROBERTO (irritado): Ya le he dicho que ponga el sello en...
JUAN (titubeando): Es que... es que... no ha sido sólo una carta...
DON ROBERTO (alarmado): ¿Qué quiere decir con eso de que no
ha sido sólo una carta?
JUAN: Pues que Miguel me encargó que pusiera los sellos a las
ciento tres circulares que enviaban a los clientes para informarles
de...
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Santiago Salcedo
DON ROBERTO (le interrumpe levantando la voz exageradamente):
¡No me diga que ha hecho lo que estoy imaginando!
JUAN: Sí, don Roberto. He hecho lo mismo con las ciento tres
cartas...
DON ROBERTO (levantando aún más la voz, muy enfadado):
¡Ciento tres cartas! ¿Oye usted, Miguel? ¡¡Cieeento treees cartas!!
JUAN (tembloroso): Es que yo...
DON ROBERTO (con el mismo tono y a grito pelao): ¡¡Ciento tres
cartas!! ¡Ciento tres cartas que hemos de enviar a nuestros
clientes con el sello puesto en su trasero!
JUAN (con un hilo de voz y tembloroso): No... las... hemos de...
de... enviar.
DON ROBERTO: ¿Cómo dice?
JUAN: Que... no las... hemos... de... de enviar.
DON ROBERTO: ¿Cómo que no las hemos de enviar? ¿Para qué
cree usted que Miguel, nuestro eficiente y perfecto secretario, ha
estado escribiéndolas? (Miguel con una amplia sonrisa, hace una
reverencia).
JUAN (habla de un tirón): Que no hemos de enviar las ciento tres
cartas porque (continúa diciendo algo que no se le entiende)…
DON ROBERTO: No le he oído. ¿Y usted Miguel?
MIGUEL (servil): Yo tampoco, mi apreciado don Roberto.
JUAN (levanta un poco mas la voz y habla lentamente): Que... no
hemos de enviar las... las ciento tres cartas, porque esta mañana...,
aprovechando que iba a desayunar, las llevé a Correos...
DON ROBERTO (desesperado): ¡¡Queeeé!! ¿Que ha enviado usted
ciento tres cartas a mis distinguidos clientes con el sello pegado
en su reverso?
JUAN (mirando al público): Ahora entiendo porqué me ha dicho la
empleada de Correos si se trataba de un boicot laboral o algo así.
MIGUEL (queriendo ganar méritos): Es que no se fija usted, Juan.
Mire el disgusto que ha dado a don Roberto.
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Juan Torpón
DON ROBERTO (furioso): ¡Vuelva a Correos y que le devuelvan las
cartas! No puedo consentir esta afrenta para mi empresa.
JUAN (que aún mantiene la carta en la mano): Entonces, esta carta
no la env...
DON ROBERTO (muy enfadado): ¡Vayaseeee!!
(Se marcha corriendo y al salir tropieza con Julia, la hija de su jefe,
que entra en aquel preciso momento. A ésta se le cae una maleta al
suelo y al abrirse, se desparraman varios fajos de billetes. Intenta
ayudarla atabalado y nervioso y se le cae todo lo que coge).
JUAN (muy nervioso): Cuánto, cuanto... lo siento, señorita Julia;
pero es que, es que, tengo que ir corriendo a Correos y...
JULIA: No se preocupe Juan. Vaya, vaya, que yo acabaré de
recogerlo.
(Pone todo el dinero en la maleta y se acerca a la mesa de su
padre. Juan se marcha corriendo)
JULIA (entre divertida y curiosa): ¿A dónde va con tanta prisa
Juan? Parecía muy nervioso, y no creo que sea yo la que lo ha
puesto así, aunque me consta que lo tengo en el bote.
MIGUEL (con cara sonriente y servil, le gusta Julia): Ha hecho
enfadar mucho a su padre.
JULIA: ¿Qué ha sido esta vez? Ha borrado la memoria del
ordenador o se ha cargado la fuente de agua del pasillo.
MIGUEL: ¡Peor! Ha llevado a Correos ciento tres cartas con el sello
puesto en el reverso de todos los sobres...
JULIA: ¡Qué bárbaro! ¿Y usted no se dio cuenta, Miguel?
MIGUEL: Él vino a preguntarme cómo tenía que hacerlo y yo le dije
literalmente que el sello iba en el anverso del sobre y no en el
reverso. El muy bruto entendió que debía pegar los sellos, donde
los pegó.
JULIA (con admiración): Claro, es que usted es tan culto y habla
con tanta propiedad, que ese pobre tonto, no entendió ni palabra.
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Santiago Salcedo
MIGUEL (satisfecho): Usted me halaga, señorita Julia.
JULIA: No, no; creo que es lo justo.
MIGUEL: ¡Muchas gracias! Viniendo de usted, es un honor
inmerecido.
DON ROBERTO (levanta la vista de unos papeles): Julia, guarda
ese dinero en la caja y prepara los semanales de todos.
JULIA: Ahora mismo. (Se dirige con el maletín del dinero hacia otro
despacho, abandonando el escenario).
DON ROBERTO (se levanta con intención de marchar. Alza la voz
para que lo oiga su hija): ¡Ah! y a Juan Torpón descuéntale el total
de los cien sellos y cien sobres que tendremos que romper por su
culpa.
MIGUEL (le interrumpe suave y servilmente): Perdón don Roberto.
Me permito recordarle que han sido ciento tres sobres con sus
respectivas cartas.
(Entra Julia)
JULIA (No está muy de acuerdo): Pero papá, no me parece justo;
piensa que aún está en periodo de prueba y aprendizaje...
DON ROBERTO (la interrumpe sin hacer caso de sus palabras):
Ahora me voy. Encárgate del despacho y deja todo bien cerrado
cuando terminéis. Tengo que solucionar unos asuntos y no volveré
esta mañana. Te espero en casa para comer.
(Se marcha con paso decidido)
L u c e s.
Fin de la primera escena.
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ACTO I
(Escena 2ª)
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(Miguel camina por el despacho hablando en voz alta. Está sólo.)
MIGUEL (ilusionado y frotándose las manos): No hay duda, Julia
está por mí. ¿Has visto cómo te ha dicho: es que usted es tan culto
y habla con tanta propiedad...? ¡Ah! y luego la mirada que me ha
echado. (Se frota las manos) Seguro que está enamorada de mi.
JUAN (entra portando una bolsa con las 103 cartas que había
llevado a correos): Ya estoy aquí. ¡Uf menos mal! Casi no llego a
tiempo. (Deja la bolsa encima de la mesa). Don Roberto estará
contento.
MIGUEL (con ironía): No se lo puede imaginar, Juan. Seguro que
dará saltos de gozo y alegría.
JUAN: Lo mismo que usted, que seguro que se alegra de lo que ha
pasado. Claro, como usted quiere deslumbrar a Julia, la hija del
jefe...
MIGUEL: Creo que está emitiendo juicios apriorísticos sin
fundamento.
JUAN: ¿Juicios quéee?
MIGUEL (con un suspiro de resignación): Que eso de que la quiero
deslumbrar es un bulo que se ha inventando. Lo que sucede es
que uno es como es. Y, claro, por donde voy siempre causo la
admiración de las personas de categoría intelectual.
JUAN: Es igual; por muchas palabrotas de esas que utilice, uno no
es tonto y no se me escapa que usted está colado por la hija del
jefe, que dicho sea de paso está muy...
MIGUEL: ¡Eh, alto, alto! No enturbie la imagen de ella con una de
esas expresiones vulgares y ramplonas que emplea la plebe.
JUAN: ¡Y dale! Es como una enfermedad. No sé si ha dicho que
mañana va a llover barro o que sí que es verdad que la señorita
Julia está muy buena.
JULIA: (entra llevando una lampar e interrumpe la conversación):
¡Hola! ¿Estaban hablando de mí? Me pareció escuchar mi nombre.
JUAN: Nada, que le estaba diciendo a Miguel...
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Juan Torpón
MIGUEL (le interrumpe nervioso): Sí, eso; me estaba diciendo
que... qué suerte; porque ha conseguido rescatar las cartas de
Correos. (Coge la bolsa con las cartas y la agita ante Julia).
JULIA: ¡Ah, estupendo! Ahora ya sabe lo que le toca: tendrá que
romper los sobres con sus sellos.
MIGUEL: Pero no se olvide de sacar antes las cartas que van
dentro; no vaya a romperlas también... (Le entrega la bolsa a Juan
y éste hace mutis)
JULIA (saca de una bolsa de mano una lámpara): Mire Miguel,
traigo esta lámpara para su mesa de despacho. Como el otro día se
quejaba de que tenía poca luz... (Se la entrega).
MIGUEL (la coge ceremonioso): ¡Oh, muchas gracias señorita
Julia!
JULIA: No puedo consentir que nuestro digno asesor y secretario
sufra de la vista... A ver enchúfela. Espero que la luz sea lo
suficientemente potente.
MIGUEL: Desde luego señorita Julia. (Se acerca hasta su mesa e
inclinándose la enchufa. Después se levanta y la observa). Es muy
bonita señorita Julia. Tiene un gusto exquisito.
JULIA (impaciente): Sí, sí; pero enciéndala de una vez.
(Le da al interruptor y se produce un cortocircuito. Se oscurece
todo el escenario. Como efecto del cortocircuito, se puede usar
una pistola de petardos o algo similar.)
JULIA (a oscuras): ¿Qué ha pasado?
MIGUEL (con voz de susto): No sé. Yo sólo he accionado el
interruptor de la lámpara como dijo...
JUAN (con voz de entendido aparece en el escenario. Se alumbra
con una pequeña linterna, iluminando un poco el escenario): Ha
sido un cortocircuito. Seguramente el interruptor estaba
defectuoso.
JULIA (un poco angustiada): ¿Y ahora que hacemos? Tendremos
que llamar a un electricista.
MIGUEL: Sí, claro. Juan podría ir en su busca...
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Santiago Salcedo
JUAN (con decisión): No hará falta. Yo lo arreglaré.
JULIA Y MIGUEL (los dos a la vez): ¿Usted?
JUAN (sin esperar respuesta, se dirige a la mesa de Miguel al
mismo tiempo que le da la linterna a Miguel): Tenga, alúmbreme
bien.
MIGUEL: Pero, bueno, ¿por quién me toma, por su pinche?
JULIA (conciliadora): Haga lo que le dice. No querrá estar toda la
tarde sin luz, ¿verdad?
JUAN (sin hacer caso a las palabras de Miguel, le da la linterna e
inclinándose, desenchufa la lámpara. Mientras, va diciendo lo
que hace):
Ahora desenchufo la lámpara para evitar otro cortocircuito. Y,
ahora, salgo un momento. (Le quita la linterna a Miguel y sale del
escenario dejándolo a oscuras otra vez.)
MIGUEL (hablan en la oscuridad): Yo no me fiaría mucho de él,
Julia. Recuerde las pifias que nos ha hecho. Pero si es un peligro
nacional. Mire lo que ha hecho hoy … (Antes de terminar la frase,
vuelve la luz).
JUAN (entra triunfante): ¡Ya está!
JULIA (gratamente sorprendida): ¡Muy bien! ¿Cómo lo ha hecho?
JUAN: Nada, no tiene importancia. Ha sido muy fácil.
MIGUEL (entre molesto e irónico): No hay duda, si lo ha hecho
usted...
JULIA: ¿Y ahora, qué haremos con esta lámpara?
MIGUEL: Tendremos que llevarla a reparar.
JUAN (coge la lámpara la mira, la deja otra vez en la mesa y saca
de su bolsillo un pequeño destornillador): Esto lo arreglo yo en un
santiamén.
MIGUEL: Ahora, porque ha acertado con lo de la luz, se cree un
Einstein.
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Juan Torpón
JULIA: Déjelo, a lo mejor sabe más de lo que aparenta.
JUAN (como hablando para si): Destornillo este interruptor... Ya
está. Ahora tomo este cable que está suelto y lo engancho aquí.
Así se evitará que se repita el cortocircuito de antes. Pongo la tapa
y los tornillos del interruptor y... ¡Voila, se finí!
MIGUEL (con sorna; pero molesto): Anda, si sabe idiomas y todo.
JUAN (le contesta sin enfadarse): Por lo menos el idioma que hablo
yo, lo entiende todo el mundo, que usted suelta, de cuando en
cuando, unas palabras que parece que esté hablando en jerolíficos.
Si con eso quiere conquistar a... alguien, antes tendrá que regalarle
un diccionario para que le entienda.
MIGUEL: Jerolíficos, ja, ja; se dice jeroglíficos. Qué culpa tengo yo
que usted sea un ignorante y no entienda las palabras cultas. Estoy
seguro que la persona a la que quiero conquistar, me entenderá
perfectamente, porque es, bueno... quiero decir, será del mismo
nivel intelectual que yo.
JULIA: Déjense de sutilezas lingüísticas y vayamos al grano. Juan
dice que la lámpara está arreglada. ¿Por qué no la prueba de
nuevo, Miguel? Así saldremos de dudas.
JUAN: Sí, sí, ya está. Pruébela ahora. Yo no la he encendido por
detalle. Porque si se la ha regalado a Miguel, él debe de ser el que
la inagure.
MIGUEL (remarcando la palabra): I – nau – gu – re. Se dice
inaugure. Es que da cada patada al diccionario…
JULIA: Déjese de historias lingüísticas e i – na – gu - re (remarca,
también, la palabra), como dice Juan la dichosa lámpara.
MIGUEL (La rechaza con miedo): Ni hablar. No quiero ser la víctima
de sus inventos.
JULIA (decidida y divertida, se acerca hasta la mesa para encender
la lámpara): Cómo parece que tiene miedo, lo haré yo.
MIGUEL (levantando la voz): Señorita Julia, no haga imprudencias.
Puede resultar peligroso. (Se aleja de su mesa).
JULIA (pulsa el interruptor y la lámpara se ilumina): ¡Funciona! (Se
dirige a Miguel) ¿No decía que no la arreglaría?
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MIGUEL (contrariado): Eso lo hace cualquiera. Lo ha hecho hasta
él...
JULIA (decepcionada): Sí, ya hemos visto cómo se ha ofrecido
enseguida a sacarnos del apuro. Si no llega a estar aquí Juan, aún
estaríamos a oscuras. Esta semana cobrará un plus de treinta
euros y además no le descontaré los cien sobres y cien sellos de
su paga, tal como me había dicho mi padre...
MIGUEL (ofendido): Ciento tres, señorita Julia. Eran ciento tres
sobres y don Roberto, su padre, dijo que...
JUAN (sin hacer caso de sus palabras): Muchas gracias, señorita
Julia. Y si me permite, puedo arreglar lo de los sobres sin
romperlos.
JULIA: ¿Pero está seguro? Mire que, si estropea todas las cartas,
la cosa sería más grave. Mi padre lo podría despedir...
JUAN (con decisión): ¿Puedo utilizar la cafetera?
MIGUEL: ¡Qué tendrá que ver el café con las cartas!
JULIA: ¿La cafetera? Ya sabe usted que por la tarde no se toma
café en este despacho.
JUAN: No, no; si no se trata de hacer café. Es para lo de los sellos.
JULIA: No entiendo nada; pero vaya, vaya.
(Juan sale del escenario.)
MIGUEL (molesto): Le consiente demasiado. A gente como él, no
se le puede tener tanta consideración. Luego se toman demasiadas
confianzas.
JULIA: No sé porqué lo dice. Al fin y al cabo es voluntarioso. Y eso
me gusta en las personas.
MIGUEL: ¿Ah, si? Pues yo soy, también, muy voluntarioso con
usted y no veo, por su parte, ninguna actitud proclive hacia mi
persona.
JULIA: ¿A qué viene eso de proclive? ¿Y lo de muy voluntarioso?
No entiendo nada. Sólo sé que antes con lo de la luz, usted fue
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Juan Torpón
poco voluntarioso... Además ¿no acabo de traerle una lámpara
nueva para usted? Pues tómelo como un detalle proclive. (Lo
remarca con ironía).
MIGUEL: Señorita Julia, por quién me toma. Eso de arreglar
lámparas es trabajo para gente obrera. Yo soy intelectual. Si me
licencié en Derecho, aparte de Filosofía, fue para algo mejor que
arreglar enchufes y demás. Le recuerdo que soy el que se encarga
de asesorar a su padre en las operaciones financieras que esta
empresa emprende constantemente y, al mismo tiempo, me ocupo
de todo lo que tiene que ver como la tarea de un jefe de oficina.
JULIA: Sí, sí; pero no está de más saber de todo y por arreglar un
enchufe, tampoco se le van a caer los anillos.
MIGUEL: Dejemos eso; yo con mis palabras anteriores me refería a
otro asunto de más altura. Bueno yo diría de "alturísima";
(confidencial) porque así es como yo la tengo a usted en mi mente
y mi corazón.
JULIA: ¿Eh?
JUAN (interrumpe bruscamente con unos sobres medio mojados y
rotos en una mano y en la otra dos sellos): Mecachis, señorita, no
me ha salido bien eso de la cafetera.
JULIA: ¿Qué quiere decir?
MIGUEL: Vaya, hombre, tiene usted el don de la inoportunidad.
JUAN: Nada, pues que yo había visto a mi madre, arrancar los
sellos de las cartas que no tenían matasellos, para aprovecharlos
en otras cartas, pasándolas por el vapor de un puchero y...
JULIA: ¿Y no le ha dado resultado?
MIGUEL (coge los sobres con la punta de los dedos): A la vista
está, señorita Julia. Ya le dije yo...
JUAN: Creo que la culpa ha sido de su cafetera. Es que es
demasiado potente. Claro como es "exprés"...
JULIA: Bueno, pues no siga. Quite el sobre y cámbielo por otro.
Luego ponga un sello nuevo.
JUAN: Pero es que probando, probando, he estropeado veintitrés
cartas...
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JULIA Y MIGUEL (a la vez): ¡Veintitrés cartas!!
Luces.
Fin de la segunda escena y del primer acto.
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A C T O II
(Escena 1ª)
(Casa particular de don Roberto y Sofía, su mujer)
SOFIA (en bata de estar por casa, hablando por teléfono): Hola
Julia, hija, dile a tu padre que se ponga.
... (Pausa)
¿Que no está ahí en el despacho?
… (Pausa)
¡Pero cómo que ha salido!
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Santiago Salcedo
... (Pausa)
Bueno; pero cuando vuelva, dile que me llame.
… (Pausa)
Julia, ¿puedes pedir a Juan, que venga ahora a casa. Es que
necesito que me haga un favor…
... (Pausa)
No te preocupes; nada más será un momento.
... (Pausa)
De acuerdo y no te olvides decir a tu padre que he llamado.
(Cuelga el teléfono. Se mueve nerviosa por la sala mientras piensa
en voz alta.)
No lo entiendo. Llamo al despacho en donde se supone que mi
marido debería estar y se ha esfumado.(Consulta el reloj) Son las
once de la mañana. A donde habrá ido que ni a su hija se lo ha
dicho. Porque si hubiera ido al banco, por ejemplo, Julia lo sabría.
Es que no sé...; pero desde hace un tiempo, siempre que llamo al
despacho, nunca está. Luego me dice que es pura coincidencia. Sí,
sí, coincidencia...; pero es que tanta, ya me va pareciendo muy
raro.
TIMBRE: Ding... dong. (Llaman a la puerta.)
SOFIA (se ajusta la bata y se dirige a la puerta): Ya está aquí Juan,
el empleado. A ver si a éste, que es un poco corto, le saco algo.
(Abre la puerta. Muy amable)
Hola, Juan, le agradezco que haya venido. Además (consulta su
reloj), ha tardado muy poco. (Le hace entrar en el piso). Pase, pase
y perdone que no me haya vestido todavía.
JUAN (mirándola de arriba a abajo): No, si a mi no me importa. Yo
así la veo muy bien.
SOFIA (haciéndose la coqueta): ¡Ay, muchas gracias! Es usted muy
galante. ¡Ojalá! todos los hombres fueran como usted.
JUAN: Sí lo son. Don Roberto, por ejemplo, siempre que viene
alguna clienta, es muy atento y les dice que están muy guapas y
las invita a una copita de algo.
SOFIA (alarmada y al mismo tiempo muy interesada): ¿Ah si? (Con
exagerada amabilidad). Pero siéntese aquí en el sofá, mientras le
sirvo unas pastas y un vinito. (Sale y al poco regresa con una
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Juan Torpón
bandeja. Se sienta a su lado y cruza las piernas dejando la bata
bastante abierta intencionadamente. Le llena un pequeño vaso o
copa de vino dulce) Bébase este moscatel y coma alguna pasta.
JUAN (toma la copa; apura un sorbo y luego coge una galleta): Muy
bueno este vino dulce. (Muerde media galleta.)
SOFIA (se acerca un poco más a Juan): ¿Y es igual de atento con
todas las clientas o, con alguna en especial, lo es más?
JUAN (acaba de masticar la media galleta): No sé..., yo llevo poco
tiempo y sólo me he dado cuenta lo atento que es cuando viene
alguna mujer. Sobre todo con las que son más jóvenes...
SOFIA (enfadada) :¡Será cerdo! ¡Ay, perdone! Es que todos los
hombres son iguales...
JUAN: No debe enfadarse; al fin y al cabo lo hace por la empresa;
porque su marido sea galante, no es tan malo. Total sólo les hace
alguna caricia y nada mas. Y no a todas. Sólo a alguna...
SOFIA (se sulfura visiblemente y se levanta bruscamente): Será...
será...
JUAN: Y, sobre todo, a una tal Sara. De ésta sé su nombre porque
le llama mucho por teléfono; casi tanto como a usted.
SOFIA (nerviosa, da varios pasos por la habitación): ¿Sara...?
¿Sara qué?
JUAN (se sirve más vino y coge otra galleta): No sé. Yo nada más
oigo que dicen, por lo menos dos o tres veces al cabo del día, la
misma canción.
SOFIA (se planta ante él): ¿Pero cómo la misma canción?
JUAN (imitando la voz de secretaria): "Don Roberto, la señorita
Sara por la línea dos." (Con tono normal). Debe ser una clienta muy
importante, porque el otro día oí como la invitaba a comer. Y yo
creo que, si no lo fuera, a lo más que la invitaría sería a una copa
como al resto de clientas. ¿No le parece?
SOFIA (sin poder evitar mostrar su enfado, aunque intenta
disimularlo. Finalmente enfadada, levanta la voz): Desde luego,
menuda golfa de clienta.
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Santiago Salcedo
JUAN (se bebe la copa de un trago): Supongo que no me habrá
hecho venir para que le cuente cosas de la empresa de su marido,
¿verdad? Estoy seguro que don Roberto la debe poner al corriente
de todo lo que hace... y como me dijo su hija que me necesitaba
para algo...
SOFIA (muy nerviosa): Sí, sí..., bueno quiero decir que no lo he
hecho venir para saber cosas de mi marido; bueno, (con retintín)
de la empresa de mi marido; pero que sí, que lo necesitaba para
algo.
JUAN (se levanta solícito): Pues usted dirá doña Sofía.
SOFIA (con una leve sonrisa): No me llame doña, me hace vieja y
señorona. Y no me gusta ser ni lo uno ni lo otro.
JUAN: Bueno, pues usted dirá, señora Sofía.
SOFIA: Señora, tampoco. Llámeme Sofía, simplemente.
JUAN: Es que su marido, cuando me envía aquí con algún encargo,
me dice: "Dígale a mi señora..."
SOFIA (mostrando enfado): Con que su señora, ¿eh? Ya le
explicaré yo unas cuantas cosas, cuando lo vea. Bueno, dejemos el
tema y vayamos al grano. Le he hecho venir, Juan, porque una
lámpara, que tengo en el dormitorio, no funciona. Como me contó
Julia lo habilidoso que era con las cosas eléctricas he pensado
que usted ...
JUAN (sorprendido y admirado): ¿Su hija le dijo eso? … Si no fue
nada. Lo que pasa es que el tuerto en el país de los ciegos es rey.
SOFIA: Sí, sí; pero usted supo solucionar el problema y Miguel, no.
JUAN: ¿También le contó lo de Miguel? Es que va de enterao y le
dio mucha rabia cuando yo arreglé lo de la luz. Lástima que lo de
los sobres no me salió bien; pero es que la cafetera que tienen en
el despacho es exprés y, claro, el vapor que tira no es como el de
un puchero...
SOFIA (lo interrumpe): Nada hombre, no te preocupes. ¡Ay, perdón!
que lo he tuteado sin querer. Quería decir que a cualquiera le podía
haber pasado lo mismo.
JUAN: No se preocupe, ya me puede tutear. A mí no me importa.
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SOFIA: Lo importante es que querías arreglarlo.
JUAN: Sí, sí; pero es que ahora Miguel tiene que volver a escribir
las veintitrés cartas que estropeé. Claro, como la cafetera era
exprés...
SOFIA: (le interrumpe): Ven, acompáñame al dormitorio...
JUAN (al público, frotándose las manos): A esto llamo yo, ir al
grano.
(Se van al dormitorio, saliendo del escenario. Éste queda vacío;
pero se sigue oyendo lo que hablan)
JUAN: ¡Qué cama más bonita! Y sábanas de seda. Yo nunca he
dormido en una cama así... ¡Ah! Esta debe ser la lámpara.
SOFIA: Sí, sí, ésta es. ¿Te gustaría probar una cama con sábanas
de seda?
JUAN: Ya lo creo... ¡Anda, esta lámpara tiene el mismo fallo que la
del despacho! Va a resultar pan comido...
SOFIA: Por mí, no hace falta que te des prisa. Siéntate aquí en la
cama; trabajarás mejor.
JUAN: Es que me da cosa.
SOFIA: ¿Por qué? Imagínate que es un sofá.
JUAN (dubitativo): Si; pero es que no es un sofá. Es..., es... una
cama con sábanas de seda en..., en... su dormitorio. Se le... se le...
ha soltado el cinturón de la bata...
SOFIA: Es que me aprieta y tengo calor. ¿No te importa, verdad?
JUAN (dubitativo): No, no; no me importa. Tiene..., tiene... unas
piernas muy bonitas... (Con resolución) A ver, concentración;
primero desenchufo la bata, ¡ay! digo la lámpara para evitar... Uf
que calor,... (Pausa) ¿Puedo quitarme la camisa?
SOFIA: Déjame que te ayude, porque tienes las manos ocupadas...
¡Qué brazos! Tienes unos brazos muy musculosos.
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Santiago Salcedo
JUAN: Es que voy al gimnasio una vez a la semana... Y ahora abro
el interruptor y conecto el cable suelto... Qué piel tan suave...
SOFIA: ¡Oh! Por lo que veo, la naturaleza te ha adornado de unas
virtudes de las que no todos los hombres pueden decir lo mismo.
Madre mía que fuerza...
JUAN (dubitativo): ¡Uy...! ¡Ay...! Pero es que... tengo que aca...
acabar de arreglar esta lámpara. Ya casi estoy... ¡Oh! Se le ha caído
la bata.
(Ruidos de cama. Golpeteo de algo que se cae). La lám...para se...
¡Uy...! ¡Uy...! Se ha caído y se… y se ha roto…
SOFIA (voz excitada y jadeos): ¡Déjate de lámparas...! No te
preocupes, ya... ya... ya... vendrás otro día a arreglarla de nuevooo!
DON ROBERTO (entra en el piso y al oír las voces se detiene y
luego va avanzando sigilosamente poniendo cara de escucha).
JUAN (con ingenuidad): Su bata está en el suelo y yo la estoy
pisando; por lo visto se le ha caído sin querer.
DON ROBERTO (va poniendo caras, de acuerdo con las
circunstancias).
SOFIA (con naturalidad): Es verdad. No me había dado cuenta.
Como hace tanto calor...
JUAN: Póngasela, que si viniera don Roberto, podría pensar mal.
DON ROBERTO (al público, medio en voz baja): La tonta hace todo
esto para darme celos. Pero le ha salido mal. ¿Se dan cuenta? Ni le
ha hecho caso. Le devuelve la bata para que se la ponga.
SOFIA: ¿Pensar mal? Qué va, si no le importa. Además ¿qué tiene
de malo que yo esté sin bata delante de uno de sus empleados?
JUAN (dubitativo): La verdad, dicho de esta manera, pues nada.
Aquí está la lámpara. ¡Vaya! Se ha roto; pero que conste que el
interruptor está arreglado...
SOFIA: No te preocupes. Seguro que el próximo día la acabarás de
arreglar. Para mi no hay duda de que eres un inmejorable técnico.
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Juan Torpón
DON ROBERTO (al público, en voz baja): Eso a mí nunca me lo ha
dicho. Saldré y volveré a entrar dando un portazo para
sorprenderlos. Así ella se quedará tranquila dándome celos con
ese tonto.
(Se dirige a la puerta la abre y luego la cierra dando un leve
portazo.)
DON ROBERTO (en voz alta): Cariño, ya estoy aquí...
(Se oyen ruidos precipitados).
SOFIA (después de unos segundos, aparece abrochándose la bata
y detrás de ella, como intentando esconderse, Juan que lleva en la
mano una lámpara rota.)
DON ROBERTO (aparentando sorpresa y enfado): Pero Sofi ¿qué
haces así, medio desnuda? (Hace una pausa y se inclina
ostensiblemente para ver quien esta detrás) ¡Oh! Y, además, con
un hombre.
SOFIA (haciéndose la ingenua): Es que hace tanto calor... y en el
dormitorio donde Juan estaba arreglando esta lámpara, todavía
más, ¿verdad Juan?
JUAN (mostrando la lámpara y tartamudeando un poco): Es que…
que el inte...interruptor no funcionaba... y lo he he arreglado; ¿Ve?
(Nervioso hace funcionar para un lado y para otro el interruptor
repitiendo en voz alta los movimientos que hace con la mano). Clic,
clac, clic, clac...;
RON ROBERTO (se acerca y coge la lámpara que está en dos
trozos. Los muestra a todos): ¡Pero la lámpara está rota! Yo
cuando la vi esta mañana estaba en perfectas condiciones.
JUAN: Pero el inte... interruptor funciona. (Coge el cable en el que
esta el interruptor y vuelve a hacerlo funcionar.) Mire, clic, clac...
clic, clac…
DON ROBERTO (desesperado): ¡Sí, clic, clac! Ya lo he oído. ¿Pero
(le pone los dos trozos delante de sus ojos), la lámpara está rota o
no está rota?
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Santiago Salcedo
JUAN: Bueno... sí, un poco; es que... es que... me caí encima de su
mujer en la cama y con el pie le di un golpe; pero fue sin querer,
¿eh?
DON ROBERTO (al público): Ahora me haré el indignado y
ofendido. (Volviendo sobre su empleado) ¿Y cómo se atrevió a
echarse encima de mi mujer? ¡Desvergonzado! ¡Ha abusado de mi
confianza y...!
JUAN: Oiga, oiga, que yo sólo hice lo que me dijo su señora. ¿O es
que usted no me dice siempre, cuando me manda a su casa por
algún recado, que haga todo lo que me diga su mujer?
SOFIA: (al público): Ya veo que no es tan tonto como aparenta.
Luces.
Fin de la primera escena. Segundo acto.
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Juan Torpón
A C T O II
(Escena 2ª)
(Salón comedor en casa de don Roberto.)
DON ROBERTO (hablando por teléfono): Sí, sí, Carlos, es que hoy
he invitado a Miguel, brazo derecho de mi empresa, porque
pretende a mi hija, a ver si consigo que se rompa el hielo y se le
declare de una vez. Me gustaría mucho que se consumara una
relación entre ambos. Es una persona, culta, muy preparada y
trabajadora.
....
23
Santiago Salcedo
Pues claro que me gustaría que fuera mi yerno. Con él tendría
asegurado la buena marcha del negocio.
....
¿Mi hija? No sé, no la veo como para hacerse cargo de la empresa
ella sola.
....
Ese es el problema, que no está mucho por él. En fin ya veremos.
....
No, no; sólo los cuatro, no. He invitado, también, con la excusa de
que celebramos el veinticinco aniversario de la empresa, al otro
empleado que lleva varios meses con nosotros para que la cosa no
parezca tan preparada. Además, nos servirá de distracción durante
la comida. Es un tío muy pintoresco. Siempre nos sorprende con
alguna de las suyas. Mi mujer le tiene mucho aprecio. Cuando tiene
cualquier problema casero, siempre lo llama...
....
(Exagerado) ¡No hombre, qué va! Es inofensivo. (Confidencial) Mira
si es tonto, que hace unos meses, mi mujer (baja la voz) le preparó
una encerrona en su propia habitación con la argucia de que tenía
la lámpara rota. Lámpara que ella misma había estropeado a
propósito. Pero él como si nada. Eso que Sofi, hasta se quitó la
bata y todo. Continuó arreglando la lámpara y no paró hasta que lo
logró...
.....
¿Que cómo lo se?
......
¡No, hombre, no! Claro que no me lo contó ella. Es que aquel día
llegué antes de hora y cuando dije el "ya estoy aquí, querida",
apareció ante mí, el pobre de Juan, con la lámpara más rota que
antes. Dijo que se le había caído al suelo y se había roto, cuanto la
estaba arreglando en la habitación de mi mujer. Estoy seguro que
Sofi se inventó todo esto para darme celos; pero le salió el tiro por
la culata... Lo que no entiendo, cómo después de esto, siempre
tenía algo que arreglar y me llamaba pidiendo que le enviara a
Juan. Yo creo que se ha buscado esta excusa para controlarme...
....
¿Que te lo preste? Bueno ya hablaremos. (Confiado) ¿También tu
mujer tiene alguna lámpara rota? Ja, ja, ja...
....
Claro, así ellas se tranquilizan dándonos celos con un tío
inofensivo y tenemos una buena coartada para seguir con nuestros
asuntos, ¿verdad? Ja, ja, ja...
....
TIMBRE: Ding... dong. (Llaman a la puerta)
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Juan Torpón
DON ROBERTO: Perdona, Carlos, es que llaman a la puerta y como
no tenemos chacha, justamente hoy hace un mes que nos dejó,
tengo que ir a abrir...
...
¿Mi mujer y mi hija? pues... no sé..., deben estar arreglándose para
la comida...
TIMBRE: Ding... dong. (Llaman de nuevo)
....
Bueno, ya te contaré. Adiós.
(Cuelga el teléfono y va a abrir)
DON ROBERTO: Hola Juan, qué puntual.
JUAN (con espontaneidad): El hombre puntual es muy formal.
DON ROBERTO: Un bonito refrán; pero nunca lo había oído.
JUAN: Claro, porque me lo he inventado ahora.
DON ROBERTO (gesto de paciencia): ¿Ah, sí? Pues pase, pase...
TIMBRE: Ding... dong.
DON ROBERTO (va a abrir la puerta): ¡Hola, Miguel! ¿Cómo está?
MIGUEL (le hace pasar, dirigiéndose al sofá donde está Juan): Muy
bien don Roberto. Perdone estos cuatro minutos y treinta y dos
segundos de retraso; es que no encontraba aparcamiento para mi
coche.
JUAN: Pues yo, como he venido en “bus”, no he tenido problema
de aparcamiento. Hombre prevenido vale por dos...
MIGUEL: Pero es que a mí el autobús no me gusta. Ahí va todo el
mundo y...
(La entrada de la madre e hija muy arregladas, interrumpe las
últimas palabras.)
SOFI Y JULIA (a la vez): ¡Hola ya estamos aquí!
JUAN (silba de admiración)
.......
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Santiago Salcedo
MIGUEL: No sea vulgar. (Se adelanta y les besa la mano.)
DON ROBERTO (al público): ¡Qué refinamiento! Un yerno así será
un lujo para esta casa.
(Se sientan las dos mujeres. La madre coge de la mano a Juan y lo
hace sentarse a su lado. Don Roberto permanece de pie junto con
Miguel, esperando éste la decisión de su jefe.)
DON ROBERTO: Usted, Miguel, siéntese aquí a mi lado y junto a mi
hija.
MIGUEL (servil): Será para mí un honor incomparable, don
Roberto.
JUAN (al público): Eso, eso, bien juntos. A ver si así se atreve,
porque es más corto que el tonto de mi pueblo. Y luego presume
de listo...
(Durante unos segundos nadie dice nada.)
JUAN (rompe el silencio): Parece que no hace tanto calor... ¿eh?
MIGUEL: Es normal. Hace cuatro días exactos que pasamos el
equinoccio.
JUAN: ¿Pero cómo el “equi” no sé qué? Estamos a veintisiete de
septiembre y todo el mundo sabe, que esto es otoño. (Recita de
carrerilla): "Cuando el madroño se carga de madroños, entrando
está el otoño".
JULIA: Pues claro, Juan; Miguel ha dicho lo mismo empleando una
palabra culta, que por lo visto tú no conoces...
MIGUEL (con dominio y soltura): Equinoccio, del latín "aequus"
palabra que significa, igual y "nox", noche, es el punto de
intersección de la eclíptica solar con el ecuador celeste que hace
que, dos veces cada año, tengamos dos noches iguales al día: la
del equinoccio de primavera y la del otoño...
DON ROBERTO: ¡Bravo Miguel! Es usted un pozo de ciencia,
¿verdad Sofía?
SOFIA (al público): Sí, sí, mucha ciencia; pero hace falta algo más
que eso para mantener en buen estado un matrimonio. Y me
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Juan Torpón
parece a mí que a éste, todo lo que le sobra de ciencia le falta de
otra cosa...
DON ROBERTO (insistiendo): ¿Verdad Sofía?
SOFIA: ¡Ay, perdón! Me había distraído con otros... (remarcando)
pensamientos.
DON ROBERTO: Decía que Miguel es todo un pozo de ciencia.
SOFIA: Y yo decía otra cosa; pero es igual.
JUAN (insistiendo): Pues yo siempre he oído otoño y nada más,
como en esta poesía que aprendí en mi pueblo:
Otoño nos regala hojas.
En la casa encienden brasero.
Las camas se visten de manta
y todos se preparan pa resistir el frío.
En el otoño los días son más pequeños.
Las plantas bostezan de sueño
y duermen todas de un tirón,
esperando que pase el invierno.
CAMARERA (viene cuando Juan esta recitando y escucha. Cuando
termina aplaude): Una poesía muy bonita. Yo también sé otra que
mi abuela...
SOFIA (la corta antes de que empiece): Supongo que no la hemos
contratado para recitarnos poemas ¿verdad?
CAMARERA: No, no; claro que no. Es que al oír la poesía, me he
dejado llevar. Quería decirle, señora, que si sirvo el entrante.
SOFIA (animosa): Adelante con los entrantes.
(La camarera deja la escena)
JULIA: Una poesía muy bonita.
SOFIA: Es que Juan es una caja de sorpresas.
DON ROBERTO: Cualquiera podría pensar que lo conoces mucho.
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Santiago Salcedo
MIGUEL: A cualquier cosa llaman poesía.
JULIA: Ya veo que no es romántico. A mí, en cambio, me gusta
mucho la poesía. Y me gusta que me dediquen poesías aunque a
algunos les parezca cursi y tonto.
DON ROBERTO: Es que con la poesía, hija querida, no se consigue
que funcione bien una empresa, ¿verdad Miguel?
MIGUEL: Desde luego don Roberto. Yo pienso que el lenguaje
poético se basa en inexactitudes semánticas con las que se
pretende decir cosas que con menos palabras se puede expresar
lo mismo... (Se levanta y exageradamente recita): El luminoso
sendero de plata, reflejaba por doquier la brillante cabellera de la
hermosa luminaria nocturna. (Se sienta y vuelve al lenguaje
normal). Todo esto para decir que la Luna se reflejaba en un río.
CAMARERA (vuelve y deposita una fuente con el entrante): Pues yo
también me sé una poesía...
DON ROBERTO: Sí, sí, ya nos lo dijo antes; pero es que...
CAMARERA: (sin hacer caso de la interrupción):
En otoño, un encuentro.
En invierno un silencio.
En primavera una flor
y en verano el amor.
JUAN (aplaude): ¡Muy bonita!
MIGUEL: ¿Pero esto es una comida o un recital poético?
SOFIA: Parece ser que esto se contagia.
JULIA: A mí me ha gustado, también.
CAMARERA: Muchas gracias, señorita. Si quiere le recito...
DON ROBERTO, SOFIA Y MIGUEL (los tres a la vez): No, por favor,
la cocina le reclama. (Señalan con sus brazos extendidos en la
misma dirección)
(Hace mutis con un gesto muy significativo, como ofendida.)
(Los comensales van picoteando del plato mientras hablan).
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Juan Torpón
DON ROBERTO (intenta dar protagonismo a Miguel): ¿Cómo le fue
la conferencia que dio el otro día en el ateneo?
MIGUEL: Fue todo un éxito.
JULIA: ¿De qué trató su charla?
MIGUEL: No fue una simple charla, sino una conferencia en toda
regla. El tema que desarrollé magistralmente, a decir de la mayoría
de los asistentes, fue: "El dinero como factor de cambio a través de
los tiempos".
DON ROBERTO: Qué interesante, ¿verdad Julia?
JULIA (despectiva): La verdad, no es el tema que más me apasiona.
SOFIA: Quizás si lo explica un poco, pueda gustarte, hija. (Al
público) Si el joven pica y se mete en el tema, conseguiré mi
propósito: que mi hija no se interese más por él.
MIGUEL (en plan conferencia): El dinero aparece en la historia del
Hombre, por el siglo sexto antes de Cristo. Fueron los pueblos
antiguos del oriente medio los que emplearon sustancias,
necesarias para el consumo humano diario, como trueque o
cambio por otras que no eran tan imprescindibles...
JUAN (le interrumpe descaradamente): ¿Me pasa la sal, don
Roberto?
MIGUEL (sigue con el mismo tono sin inmutarse por la
interrupción): Usted lo ha dicho, Juan. La sal. ¡Eso es! La sal fue
dinero con el que se pagaba servicios y se compraban otros
productos...
JULIA (le interrumpe también): Me duele la cabeza.
SOFIA (al público frotándose las manos): Mi plan está haciendo su
efecto.
DON ROBERTO: Pero si es un tema precioso, hija. Además,
expresado con tan gran elocuencia…
MIGUEL: Muchas gracias, don Roberto.
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Santiago Salcedo
JUAN: Yo sólo pedí la sal porque este plato está un poco soso. Lo
que no pensé es que me iban a pagar con un dinero tan saleroso,
ja, ja, ja...
JULIA: Tiene razón, Juan. ¿Me pasa la sal?
JUAN (sonriendo): ¿Y a cambio que me da usted?
SOFIA: ¡Ay pillín! Qué bien ha comprendido lo del trueque.
JULIA: (siguiendo la broma): Pues yo le daría... le daría... ¡un poco
de amor!
DON ROBERTO (enfadado): ¡Pero hija! ¿Cómo se te ocurre hablar
así delante de nuestro invitado Miguel?
JULIA: Pero si sólo era una broma. Es que con tanta seriedad y
tanta conferencia...
MIGUEL (serio): Pues lo de la sal no es ninguna broma. ¿Por qué
cree, señorita Julia, que al sueldo de una persona se le llama,
también, salario?
(Han terminado de comer el entrante)
CAMARERA (viene y retira los platos): Parece que estaba la comida
falta de sal, porque nada más oigo hablar de sal desde la cocina.
JUAN: No, no, sólo he sido yo que me gusta la comida muy fuerte y
como Miguel nos estaba dando una conferencia sobre el origen de
la sal...
MIGUEL (haciendo un gesto de resignación): De la sal, no; del
dinero. Y no se trataba de una conferencia sino de una simple
charla. Y cuando nos han interrumpido ustedes dos, me iba a
contestar la señorita Julia una pregunta, que le acababa de hacer. (
La mira como esperando su respuesta).
JULIA (hace un encogimiento de hombros): No sé.
MIGUEL (en el mismo tono): Pues, porque se remuneraba con sal
el trabajo o servicio realizado por una persona a otra.
DON ROBERTO (con admiración): ¡Qué lumbrera! ¿Ves hija? ¡Esto
es un hombre!
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Juan Torpón
CAMARERA (mientras se marcha con todos los platos): Pues a mí,
espero que no me pague con sal; porque se la pondría por
sombrero.
SOFIA: Tú, hija, búscate un hombre que sea divertido.
DON ROBERTO (con ironía): Vaya consejos de una madre
responsable. Yo, en cambio, te recuerdo aquella fábula que te
había contado más de una vez, cuando eras pequeña: La de la
cigarra y la hormiga.
JUAN (interrumpe espontáneamente. La camarera sale de la cocina
en este momento para que tenga tiempo de oír lo que dice Juan):
Ésta, a mí, también me la contaban de pequeño. Es un bicho que
se pasa todo el verano cantando y...
MIGUEL (suspiro de resignación): Juan, por favor, no hace falta
que nos la cuentes. Todos hemos sido niños antes que adultos...
CAMARERA (deposita el segundo plato en medio de la mesa): Sí,
señor, y como no pegó golpe en todo el verano, porque había
abundante comida por todas partes...
DON ROBERTO, SOFIA Y MIGUEL (los tres a la vez): No siga, por
favor. La cocina le reclama. (Señalan con sus brazos extendidos en
la misma dirección).
(Hace mutis con un gesto muy significativo, como ofendida.)
DON ROBERTO (sonriendo): Bien, bien, ya veo que todos fuimos
niños. Pero se trata de que mi hija entienda la moraleja que
encierra esta fábula y la tenga presente cuando en la vida, ahora de
mayor, tenga que elegir a la persona con la que tendrá que
compartir los veranos y también los inviernos de su vida.
MIGUEL (con entusiasmo): ¡Bravo don
deducción de una sencilla y pueril fábula.
Roberto!
Magistral
(Nadie mas dice nada y durante unos segundos se dedican a dar
cuenta del segundo plato)
........
JUAN (termina primero y levanta la cabeza para hablar): A mí,
también, me ha gustado lo que ha dicho don Roberto.
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Santiago Salcedo
DON ROBERTO (levanta, también la cabeza y con él, el resto):
Vaya, se agradece viniendo de ti, Juan; pero eso mismo me
gustaría oírlo de boca de mi familia.
SOFIA (molesta): Pues a mí, no me ha gustado tu insinuación. Si
me apuras y hablando en plata, me gusta más la simpleza y alegría
de Juan que la seriedad fría y calculadora de Miguel.
(Viene la camarera y escucha lo que hablan)
DON ROBERTO (irónico): ¿Ah sí? Ya vi que te divertiste mucho
viendo cómo arreglaba lámparas mi empleado Juan, el día aquel
que os pillé tan metidos en dicho asunto. Unos gustos muy
extraños.
CAMARERA: (se dirige a Juan): ¿Usted arregla lámparas? ¡Qué
bien! ¿Puede venir conmigo a la cocina? Es que hay una que no
funciona y... (Insinuante) usted me la podría reparar.
(Coge a Juan de la mano y tirando de él con fuerza salen rápidos
hacia la cocina, abandonando el escenario.)
(Tras Juan y la camarera, salen corriendo madre e hija, marchando
también del escenario.)
SOFIA (fuera del escenario grita): ¡Ni hablar! ¡Búsquese a otro! ¡Él
sólo arregla lámparas a una servidora y a nadie más!
(En el escenario quedan como petrificados Don Roberto y Miguel.)
DON ROBERTO (se dirige a Miguel dando unas palmaditas en su
espalda): No hagas caso Miguel, que todo esto es buena señal.
Está claro que Julia está por ti y que con todo este “show”, lo que
quiere es darte celos, lo mismo que hace conmigo mi mujer. De tal
palo, tal astilla...
(Ambos quedan inmóviles y sale la camarera.)
CAMARERA (al público): Como siempre, el marido es el último en
enterarse.
Luces.
FIN DE LA OBRA
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