Conversación con Agustín Rangel, ayudante de Ralph L

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Conversación con Agustín Rangel,
ayudante de Ralph L. Beals en Cherán
Agustín Jacinto Zavala
E l Colegio de M ichoacán
Con el fin de comprender mejor la obra de Beals sobre Cherán, sus
logros y sus limitaciones, he emprendido una serie de conversaciones
en el pueblo, que me permitieran hurgar un poco más a fondo en el
texto. Considero que todavía tiene algún sentido explorar la obra de
Ralph L. Beals, sobre todo si consideramos que su trabajo es una
obra maestra de la antropología cultural de la Meseta tarasca y tiene
un lugar destacado dentro de lo que se llamó el Proyecto Tarasco.1
Poco a poco voy reuniendo las transcripciones de algunas con­
versaciones con personajes de Cherán que vivían en la época en que
se realizó la investigación del doctor Beals. Son conversaciones por­
que a diferencia de la entrevista, he puesto también mi grano de
arena en la interpretación sobre asuntos de aquel tiempo, por haber
vivido allí algunos años después.
El Colegio de Michoacán publicó en marzo de 1993 la obra del
doctor Beals, Cherán: un pueblo de la Sierra Tarasca2 en español y en
noviembre de ese mismo año la entonces Jefa del Departamento de
Publicaciones, María Eugenia Maldonado, organizó una mesa re­
donda para hacer la presentación del libro en Cherán. En la mesa
redonda estuvo presente, entre otros, el señor Agustín Rangel, quien
fuera ayudante del doctor Beals durante su trabajo de campo en
Cherán. Quedamos en que posteriormente platicaríamos sobre sus
experiencias. Nos hemos encontrado en varias ocasiones. Aquí quie­
ro hacer una transcripción de parte de una conversación que tuvimos
en enero de 1994. En esa conversación quise adentrarme en la
cuestión de la lengua, en la búsqueda de por qué Beals parece
dibujarnos un pueblo mestizo en lugar de una comunidad indígena,
y tocar el problema de qué incluyó y qué no incluyó Beals.
Esta transcripción de la conversación no es completa. Ha sido
editada para hacer más legible el texto, evitar las repeticiones del
lenguaje hablado y solamente destacar algunos de los puntos allí
tratados.
—Agustín Jacinto (AJ): Tengo tres inquietudes grandes que quisiera
comentar con usted. Una se refiere a la traducción de las entrevistas
y la información que les dieron mientras observaban. Es decir, cómo
se iba haciendo el paso desde el p’urhépecha hasta el inglés y del
inglés hasta el p’urhépecha. Esa es la primera.
La segunda es, ¿qué idea tenía de su pueblo la gente? Porque
acababa de pasar por aquí la carretera. ¿Se sentían muy progresistas,
muy modernos? Quizá eso se haya reflejado en el libro, ¿o no?
Y
la tercera pregunta sería acerca de aquellas partes en que
usted sintió que no se reflejó todo lo que se le dijo al señor Beals. Hay
algunas pocas cosas que no son exactas; por ejemplo, esto de la
madrina de circuncisión, que no existe. Y otras que, quizá a pesar de
haber tenido la información, no incluyó.
Si quiere empezamos con la primera. El proceso era que el señor
Beals primero les hacía las preguntas a ustedes.
—Agustín Rangel (AR): Por ejemplo, llegaba en la mañana y decía:
ahora vamos a trabajar aquí sobre los trojes. Me hacía las preguntas
a mí en inglés. Luego yo las traducía en español. Entonces yo buscaba
al profesor Pedro Chávez, que trabajaba por la Cañada de los Once
Pueblos y él era quien hacía las preguntas en tarasco o p ’urhépecha.
Si no estaba, su esposa, doña Raquel, me decía qué día vendría.
El doctor Beals tomaba notas de lo que yo le estaba diciendo y
qué me estaban diciendo a mí. Yo era quien le traducía al inglés,
porque él hablaba muy poco español. Y cuando lo hablaba tenía que
buscar en su diccionario para ver qué es lo que estábamos hablando.
El profesor Chávez no asistía todos los días. Yo asistía todos los
días con el doctor, de lunes a sábado. Teníamos como quien dice
nuestra oficina allí en la casa de don Felipe Estrada, ya finado. Allí
era donde nos reuníamos. Y cuando salíamos, salíamos a los Once
Pueblos. Yo lo acompañé a los Once Pueblos.
Todo el día me la pasaba con el doctor. Pero en aquel entonces,
acabado de regresar de Estados Unidos, yo no hablaba bien el espa­
ñol. Y hacía lo mejor que podía. Y muchas veces yo no hallaba cómo
traducir lo que nos decían.
—AJ: El doctor Beals en ningún momento hace referencia a proble­
mas de lengua. El libro lo escribe como si no hubiera habido ningún
problema de traducción. Escribe como si supiera todas las palabras
en p ’urhépecha, y es interesante cómo él puede hacer eso. Todo el
vocabulario en p ’urhépecha, ¿cómo lo iba apuntando? ¿O sería, más
bien, del maestro Máximo [Lethrop], Tata Máximo?3
—AR: Ellos eran conocidos y Tata Máximo vivía por toda esta calle
[Hidalgo], derecho, en la mera orilla del pueblo [cerca del panteón].4
Allá revisaba el doctor Beals. Se entrevistó muchas veces con Tata
Máximo. Yo creo que él fue quien le ayudó... Bueno, a mí nada más
me decía que iba a casa de Tata Máximo. A veces allá se estaba
digamos, todo el día.
A mí me dejaba otras recomendaciones para entrevistar a otras
personas. Nunca me dio una lista de temas o preguntas.5 Nada más
me decía el lugar, como el barrio Parícutin o algún otro. A veces
cuando me daba esos trabajitos, no regresaba porque me decía: “voy
a Puácuaro”, allá en la Laguna. Me decía: “no voy a regresar en unos
dos, tres, cuatro días”, pero entre tanto dibujas varias calles o tal
barrio, y así nos íbamos barrio por barrio, hasta hacer todo el mapa
de Cherán. O bien, tenía que caminar para dibujar los caminos y
tener lo que era más o menos el territorio de Cherán.
Ese era mi trabajito, pues. Tiempo después, cuando estuve en la
secretaría de la Presidencia Municipal, me llevé yo esos croquis a
la Presidencia, y de ahí sacaron pues ya otros para el cobro de las
rentas a todos. Y todavía se utiliza actualmente.
—AJ: La segunda pregunta es sobre su impresión de ese tiempo.
¿Cómo se sentía la gente? Mi pregunta es si como acababa de
pavimentarse la carretera, mucha gente sentía que pues este pueblo
era moderno o que ya estaba progresando. O si el tipo de preguntas
que ustedes hacían pudo haber reflejado esto.
—AR: Pues, profesor, casi no. La gente era muy “cerrada”, como se
dice vulgarmente, porque no quería hablar. Como le digo, cuando
nosotros andábamos en nuestro trabajo pues era muy difícil sacarles
contestación a las preguntas. Porque nadie quería platicar con usted.
La carretera en ese tiempo, como dice el doctor Beals, no tuvo
ningún impacto durante los años 1940, 1941, 1942. Así como dice
usted, ya cuando su abuela comenzó a vender menudo, así la conoci­
mos. Entonces fue cuando empezó a abrirse otro poquito más la
gente. Pero digamos en 1940 ó 1941, ningún impacto tuvo la carrete­
ra. Porque siempre la gente era muy cerrada. Pues ya le digo, así
estaba la gente en aquel entonces. No tuvo ningún impacto la venida
de la carretera. Al contrario, yo creo que más se sintió, porque
entonces se usaba mucho el gabán o la cobija negra. Y entonces había
gente que así, se tapaba para no darse a conocer. Si uno no conocía
quién era el individuo, nunca podría reconocerlo, por más esfuerzos
que uno hiciera. Y ahí estaban en la esquina bien tapados... Era
imposible. Pero ellos ya se conocían entre sí. Todos usaban calzón,
con su faja roja o azul, y su camisa de manta.
—AJ: Pero hubo un grupo que sí peleó porque pasara la carretera
por Cherán. Porque se supone que la carretera iba a pasar allá abajo,
directo a Aranza.
—AR: Exacto. Ese grupo, pues, era don Zeferino Fabián, Moisés
Valencia, Domingo Hernández, don Samuel Hernández, que todavía
vive. Era un grupito, eran varios. Pelearon cuando el agrarismo.
Otros como un señor Herrera y Pedro Juárez ya son finados. Hubo
otros también como Crisóforo Valencia de allá de Arúcute [Arúcutin], Juan Thiandón también de Arúcute (no el que vive ahora sino
el otro Juan Thiandón, el grande), que vivían allá casi en el rancho
de Cosumo. Había varias personas que pelearon para que la carrete­
ra subiera hasta aquí.
Cuando pasó por aquí el general Cárdenas, le explicaron. Hasta
yo tuve la suerte, andando así de parranda, voy a decir. Estaba yo
abajo, allá por donde está la carretera, pues, tomando con los amigos
en la noche, como a la una de la mañana. Cuando vimos una fila de
carros que venían. Y nos vieron allí con la luz. Y se pararon dos
carros enfrente de nosotros. Y a nosotros hasta la borrachera se nos
quitó. Que se va bajando de allí el General, y lo reconocimos. El
General era Vocal Ejecutivo de la [Comisión para la] Cuenca del
Tepalcatepec. Quería saber dónde estaba el depósito de agua, allá
para arriba. Pues ya, quería que le acompañáramos nosotros. Y ya los
pistoleros, como son, nos hablaron. Y ¿cómo le digo? los pistoleros
dijeron: “bueno muchachos, aquí esto es seguro”. Andaban varios
pistoleros. Y ahí venimos hasta arriba y le enseñamos el agua y pues
va usted a creer, nos dio diez pesos, para todos, para que nos la
curáramos. Pues ¿qué más queríamos?
De ese grupo entrevistamos a “Moyo” [Moisés Valencia], que le
dicen pues. No sé por qué la entrevista a don Zeferino no la incluyó.
A don Zeferino sí lo entrevistamos. Era pues el líder máximo en
aquel entonces. Zeferino Fabián Corona se llamaba él. El llevaba la
batuta aquí en aquel entonces. Y tenía muy buenas conexiones en el
Estado. El sí nos dio una amplia cobertura sobre los sucesos.
—AJ: Porque mire, a mí me da la impresión de que el doctor Beals
como que sí tenía una idea de que el pueblo ya estaba bastante
moderno y que ya no coincidía con todo lo que él esperaba que
hubiera en un pueblo de indígenas... ¿No sería este grupo de líderes
el que lo indujo a pensar así?
—AR: Pues yo creo que fácilmente sí, según es su modo de pensar...
así lo consideraban... Pues sí, francamente sí, porque ese grupo que
le digo se entrevistó cuando vino el general Cárdenas. Apenas venía
la carretera por allá, yo creo que por Rancho Seco apenas venía
llegando. Y se oía decir así como dice usted pues, que iba a atravesar
por el punto que le llaman Cóndiro, que le dicen. Querían atravesar
por allá. Y ese grupo dijo que no. Y el General cedió, dijo que
subiera. Por eso me acuerdo yo cuando el General nos lo prometió.
Les habló a los ingenieros esa vez allí en la reunión esa. Y los
ingenieros dijeron que era un tramo muy difícil para subir hasta aquí.
Le dijeron que era muy costoso, que no era factible, y cómo gastar
esa cantidad de dinero cuando había modo de acortar. El General les
respondió: “Bueno muchachos, si ustedes ven que no lo pueden
hacer, francamente, buscaré a otras personas”. Y don Zeferino,
Moisés y todos estaban escuchando. Por eso todos le aplaudimos allí
cuando esa entrevista. Dijo: “Yo les prometo que sube”. Y sí, sí subió.
Y todavía venía la carretera, por ahí por El Plan y todavía querían
atravesar antes de llegar. “Está allá, ya no queda lejos”, decían ellos,
y que había muchos puentes, muchas barrancas y que no era costeables pues. Pero el General había dicho: “tiene que subir”... y subió.
Pero ellos fueron los que pugnaron pues ya, para que la carretera
entrara a Cherán. Tuvo mucha influencia don “Moyo” [Moisés Va­
lencia]. Y pues se consiguió.
—AJ: Bueno, y la tercera pregunta. Hay algunos datos que no son
exactos, y quizá haya algunos datos exactos que el doctor Beals no
incluyó. Se supone que el doctor Beals tenía su sistema de checar los
datos. En el libro dice que a veces le preguntaba a usted y luego le
preguntaba al maestro Pedro. Y que a veces le preguntaba a él y que
luego checaba con lo que usted dijera.6 ¿No sé si usted sabía que él
estaba haciendo eso? o ¿él lo hacía sin decirles a ustedes?
—AR: No, nos dábamos cuenta. Ya al último, parece que ya el
profesor Chávez fue el que me dijo: “Oye, no te preguntó el doctor
esto y esto?
—Sí.
“¿Por qué?” yo le dije.
—Pues él me está preguntando cuando tú dices una cosa, otra
cosa, y quiere saber...
Pero fue ya al final cuando me di cuenta. Al principio ni soñába­
mos, cómo pudiera decirle, que estuviera chequéandonos a nosotros.
Pero ya al último, ya casi para irse, fue el profesor el que me dijo.
Ahora, en la cuestión de la madrina de circuncisión...
—AJ: Hay una cosa. En inglés aparece como “madrina de corona o
de circuncisión”.7 No sé si hablar de “corona” le dio a él la idea de
que se trataba de la circuncisión. Porque en general dice que la
información sobre el compadrazgo se la dio Pedro Chávez. Solamen­
te él pone, quizá como su interpretación propia, que esa madrina de
corona era la madrina de circuncisión. La madrina de coronita, pues,
sí es una forma tradicional. Pero lo que me llamó la atención es que
aparezca esa madrina de coronita, como madrina “de circuncisión”.
—AR: Entre quienes pudieron haberle dado la información, si no
fue su propia interpretación, están ante todo el profesor Chávez
(como parecería por el texto), el doctor Lazo, o la otra ayudante que
era la doctora que estaba en Capacuaro. Y allá en Puácuaro también,
no supe a quién tenía como ayudante allá también. Sin embargo, es
probable que esa explicación, “o de circuncisión” en todo caso no
haya sido información. O quizá haya sido su propia interpretación.
El tenía la llave de su oficina, de su archivo. Los datos que yo le daba
él los copiaba a mano y los guardaba allí. Pues yo creo que para más
adelante, como usted dice, sacarlos de allí y traducirlos en su libro.
—AJ: Otra cosa. El doctor Beals pidió por escrito al profesor Chávez
descripciones de fiestas o de ceremonias, o cosas así. A usted tam­
bién le tocó hacer eso...8
—AR: Me decía, por ejemplo, cuando fuimos a Huáncito, que es el
día primero y el día dos de noviembre. Ya allí nos fuimos y allí entre
la gente quería saber por qué se hacía esa fiesta así, y por qué todo
el tiempo llegaba tanta gente a comprar tanta loza. Pues ya le diji­
mos. Yo le preguntaba a alguien por qué. Y ya nos decían que porque
la loza era muy vendida aquí. Porque llegaba mucha loza de Patamban, y por eso tanta gente llegaba ya a comprar lo que en otras fiestas,
como en la fiesta de Cherán, no llegaba loza de Patamban, o a
Paracho no llegaba tanta loza de Patamban cuando se hacía la fiesta
de allá en octubre y aquí también en octubre. Huáncito estaba a
bordo de carretera, por eso tanta gente venía de Purépero, de Zamo­
ra, bueno de otros lugares a comprar loza y que por eso se hacía la
fiesta.
El profesor Chávez me decía lo que le estaban diciendo a él. Y
entonces el doctor Beals me decía: “Wait a minute, leí me write it
down”. Y entonces ya, sacaba papel y escribía. Y así seguíamos, a
veces por todo un día. Y él estaba tomando sus notas. Y terminába­
mos en el día, con el profesor Chávez. El profesor diciéndome a mí
de viva voz, como usted dice, y yo traduciéndole al doctor. Así
llevábamos las cosas.
—AJ: Otra cosa que me llama la atención de lo que usted dice es que
el profesor Beals no se quedó aquí todo el tiempo. La investigación
duró ocho meses, se supone. Pero de esos ocho meses entonces,
mucho tiempo se lo pasó fuera. ¿Cuánto tiempo más o menos? Por
semana, ¿cuántos días estuvo?
—AR: Digamos así, cuando me decía: “Voy a ir a Puácuaro”, pues se
iba yo creo que como cada mes. Allí duraba unos dos días, y regresa­
ba. A veces me decía: “No voy a estar tres o cuatro días”. Porque los
domingos no trabajámos. Ya venía el lunes siguiente: “Ya vine de
Puácuaro” o de Ocumicho, por todo este rumbo, o de Patamban, o
venía de la Cañada. Pero la mayor parte del tiempo la dedicaba a
aquí mero, Cherán. Digamos, quizá unas dos terceras partes.
Porque luego, había semanas que nos dedicábamos nada más a
investigar acerca de las trojes. Sobre las trojes nosotros hicimos
mucha investigación aquí en Cherán: cómo se fabricaban, cómo se
armaban, quién iba a traer la madera, de dónde la traían, cómo
habían bajado la madera. Hizo mucha investigación sobre las trojes
aquí en Cherán.
—AJ: Se publicó como libro: Houses and house use o f the Sierra
Tarascans y los autores son Beals, Pedro Carrasco y Thom as
McCorkle.9 No es un libro muy grande, pero tiene bastantes detalles
de eso que usted me está diciendo: cómo se hacen, qué ponen en
cada uno de los cuartos, qué clase de muebles hay, cómo está el
tapanco, cómo encajan las vigas para construirlo...
—AR: Pues de todo eso recogimos aquí y, como usted dice, eso de
qué muebles había dentro. Eso aquí lo sacó el doctor Beals. Cómo se
armaban. Una vez, no recuerdo dónde fue que estaban construyendo
una troje. Allí estuvimos todo el día, mirando cómo lo hacían. Y vio
pues el doctor Beals, tomó fotos de cómo se iba armando y qué es lo
que había.
—AJ: Me llamó la atención que principalmente se refiera a Angahuan y a Capacuaro, para la cosa de las trojes.
—AR: No sé profesor por qué será. Pero aquí hicimos un amplio
estudio, como le dije a usted, su mobiliario que tenía dentro y cómo
se construyó, de dónde traían la madera, cómo traían la madera,
cuánta madera se podía traer en las carretas de bueyes en aquel
entonces, quién las traía. Por eso, entrevistamos a don Eustacio
Madrigal que era un señor ya grande. Era casi el carretero en aquel
entonces. Tenía unos bueyecitos flacos, pero eran los que jalaban. Se
ganaba su pan de cada día con esa carretita. Sí, porque no había
carretera en aquel entonces, profesor. Era casi el único aquí en todo
Cherán. Por eso tenía “chamba” en cantidad para bajar la madera. El
no importaba dónde estuviera la madera. Si estaba a media barranca,
digamos por Coromboratiro que era donde más bajaban la madera,
de allá la sacaba él con sus animalitos y la traía. “¿Dónde la dejo? Allí
enfrente de su casa?” Como le digo, me extraña que el señor Beals
no lo haya mencionado en su libro sobre Cherán. Porque hizo un
amplio estudio. Pues aquí hasta fotos sacó. No sé qué escribiría, pero
él estaba allí con su lápiz escribiendo. Parece que nada más dos
carreras se hicieron ese día, pero él vio cómo se hacen.
—AJ: Bueno, esa es una de las cosas. Otra es ¿cómo conseguiría el
doctor Beals las recetas de cocina? Porque confunde muchos térmi­
nos, incluso yo por ahí en mi introducción hice referencia a “confun­
dir la masa con el nixtamal”.
—AR: No recogimos casi nada de datos sobre cocina. Recogimos
algunos pocos, pero nada que valiera la pena incluir en su libro, yo
creo. Nada de cocina. Otras cosas de costumbres: como las trojes, o
las enaguas. Por ejemplo, cuántos metros se usaban para las ena­
guas... eso sí lo amplió bastante aquí. Parece que recuerdo que me
decían que ocho metros, pero nada más tomamos los datos de las
señoras que entrevistamos. Que cuántos metros compraron, o cuán­
tas varas como en aquel entonces se conocía. Es decir, como entre­
vistó allí bastantes. Pero de comida, pues casi nada.
—AJ: Otro dato que falta también y ese sí dice Beals que faltó
porque se regresó la maestra Silvia Rendón, son los datos que se
refieren a las mujeres. El trabajo de las mujeres en la casa, cuánto
tiempo le dedican a cada cosa. El dice que le faltó la información
porque faltaba una mujer integrada al grupo para hacer la investiga­
ción.10 Pero hubo un doctor que estuvo, ¿no se acuerda usted? Había
un doctor que le estaba recogiendo datos...
—AR: Era el doctor Agustín Camberos. Era, cómo le diré, era de
medicina general. Era de la Universidad Autónoma de México. Es­
taba haciendo su tesis. Aquí lo mandaron y aquí estuvo como unos
ocho meses, dando servicio social.
—AJ: Otra cosa que no sale muy bien y que tiene relación con la idea
de que Cherán ya era un pueblo moderno, es el asunto de la brujería,
¿de eso ustedes no hicieron entrevistas?11
—AR: Casi muy poco, muy pocas entrevistas. Porque como le digo
confiamos en el profesor Chávez. Yo estaba recién llegado de Esta­
dos Unidos y pues no conocía aquí nada. Y el profesor sí estaba al
tanto de eso. Yo creo. Sería por miedo, o no quiso dar... Pues ya ve,
profesor, que anteriormente se creía pues que si uno hacía un mal a
una persona, una brujería. Y se me hace, ahora que veo y que estoy
conociendo el ambiente de aquí de Cherán, veo que fácilmente en
aquel entonces así era... por eso, el profesor Chávez no quiso. Ha de
haber dicho, “me van a hechizar” o alguna cosa. Porque era muy
conocida entonces la hechicería aquí. Decían que la gente era buena
para eso. Eso me decían, pero como le digo estaba nuevo y no
conocía, pero ahora es cuando me doy cuenta de que hay gente muy
buena para eso. Hasta la fecha... Vienen no sólo de Zamora, sino
desde los estados del Norte, aquí está una señora, aquí adelante,
vienen de allá de Monterrey, de Hermosillo, de Baja California, ¿Yo
no sé por qué será? ¿tan buena será? Y sí, me han dicho, van varias
veces que me toca platicar con ellos, con la gente que va a verla.
“¿Que si los curó?” “Pues sí. Ningún doctor había podido curarme.
Fui hasta Estados Unidos, San Diego y no me habían curado, y aquí
me curé”, dijo. Y “¿sí lo curó?” “Sí, dijo. Le di una casa”. Así que
imagínese. Eso les gusta hacer, será tan cierto, pero ellos me lo han
contado. Pero eso sí, quizá por eso el profesor Chávez no quiso
meterse muy a profundidad para ampliar el tema.
Un pueblo con brujería, exactamente así, es verdad, no es muy
moderno. Es por eso, que yo creo que no, muy poquito. “No conozco
a nadie”, decía el profesor, “no conozco a nadie”. “¿Y no puede
usted, decía el doctor Beals, conseguir una persona?” El profesor
Chávez decía: “No pues, esas personas no existen aquí”. Le daba
vueltas... Y ya le digo, imagínese yo como digo, el profesor no quiso
entrar en eso. Allí ya, en aquel tiempo la gente era muy creída y creía
cualquier cosa, la hechicería... Imagínese pues. Aunque a pesar de
que nosotros teníamos buena amistad con el profesor, nos fuimos
conociendo mejor en el tiempo que estuvimos trabajando juntos con
el profesor Beals. Tanto así que a veces salíamos a beber juntos los
sábados cuando el doctor Beals “nos rayaba”...
—AJ: Ah, a propósito de eso... En el libro no habla nada de que les
hubiera pagado. Parecería que el trabajo fue gratis...
—AR: No, sí nos pagaba. En aquel entonces eran treinta pesos a la
semana. No estaba mal. Entonces los que trabajaban en la pavimen­
tación de la carretera ganaban un peso diario, sí, y bien “jodidos”,
bien trabajaditos, pero nosotros no. Pero hubo un tiempo en que yo
también trabajé en la carretera. Con el doctor Beals había días en
que nos encerrábamos ahí en su oficina, en casa de don Felipe
Estrada. Días enteros de no salir, nada mas “güiri güiri, güiri güiri”
allí con el profesor Chávez. Yo le preguntaba al profesor Chávez:
“¿No tiene que trabajar?” “No”, decía, “pedí permiso al inspector”.
(El inspector era un ingeniero, parece que un tal dicho Perfecto
Zalapa, no recuerdo bien. Entonces toda esta región era una misma
zona, y ellos se llevaban muy bien. Y el profesor tenía todas las
facilidades.) Y allí nos pasábamos semanas enteras encerrados,
ellos hablando de lo que quería saber el doctor. Y allí estaba yo
traduciendo.
El doctor tenía un archivero de unos cuatro cajones, llenísimo de
datos, cuadernos sobre las trojes, cómo se arman, sobre vestuario,
bueno, en fin, de las costumbres de aquí. Todo ese material él se lo
llevó. Eran cuadernos así como este que tengo aquí [en la mano], y
los tenía en su archivero. Allí los guardaba. Y cuando se fue, aquí no
dejó absolutamente nada. Ya el último día, sacamos en cartones
todo, y se llevó el archivero en un Pontiac. Tenía un Pontiac, y en él
se llevó todo a Uruapan.
—AJ: ¿Y su esposa? Apenas si se refiere a su esposa...
aquí?
12
¿Vino ella
—AR: No, aquí nunca llegó. Según eso, ella estaba en Uruapan. Ella
nunca salió para acá. Ni la llegué a conocer yo. El nada más venía
solito en su carrito Pontiac. De aquí se iba todos los días para
Uruapan. Todos los días se regresaba. Llegaba aquí a las nueve o las
diez de la mañana. Después yo lo estaba esperando allí donde está
pues la oficina de teléfonos ahorita. Allí lo estaba esperando yo
cuando él llegaba ya, a veces a las diez, o diez y media. Me decía: “Me
tardé porque me paré en Capacuaro”. Y yo lo estaba esperando
porque él me decía que ahí lo esperara, porque él traía las llaves de
la oficina.
Cuando él se iba a La Laguna o a alguna otra parte, me daba ya
[las llaves] “porque me voy a tardar tres o cuatro días”, me decía,
“mientras, ahí está la mesa para que estés dibujando los croquis” de
C herán o alguna cosa. Yo hice los croquis de las calles, el mapa
de las calles, que aparece en el libro. Pude dibujarlos porque cuando
yo estaba en High School mi carrera iba a ser ingeniero civil. Como
dicen, “you have to take up blueprint, mechanical drawing”, y todo eso
se tiene que llevar allí. Entonces, pues ya tenía práctica. Así es que
me ponía a dibujar. Nada más me faltaba mi “drawing board”, como
se dice, para poner mi regla, para moverla. Pero estaba con mi reglita
chiquita. Y por eso es que hice los croquis ahí despacito. Pues no
tenía otra cosa que hacer. No había apuración.
Yo nada más hice el croquis. Esta cuadra aquí es la cuadra de
Allende, Galeana, Hidalgo, el campo, o lo que sea. La información
sobre las tiendas, los edificios, y otros asuntos el doctor Beals la puso.
Que aquí queda una tiendita, pues aquí le voy a poner la tiendita. La
tienda fulana de tal. Que aquí está una zapatería, o reparación de
zapatos. Y así pues iba dibujando ya, conforme íbamos andando.
Porque se llevaba el croquis...
—AJ: (Risas) Se llevaba el croquis...
—AR: Sí, se llevaba el croquis para Parícutin...
—AJ: Como el censo... (Risas)
—AR: Hace algunos años de hecho se utilizó para cobrar impuestos.
Se llevaba el croquis para Parícutin. Aquí hay una tiendita, aquí esta
otra cosa. “¿Cómo se llama esta calle?” “Esta calle se llama Pino
Suárez”, vamos a decir. “Esta se llama Salazar”. Ah, pues aquí está
una tiendita, aquí está un lote baldío, digamos en aquel entonces,
¿verdad? Que la Salazar y Pino Suárez, y esta es Abasolo y esta era
así la Pino Suárez todavía. Y esta es la Nicolás Bravo.
—AJ: Como usted dice, hay algunos temas sobre los que usted ayudó
al doctor Beals a hacer su investigación pero que no aparecen en el
libro. Por ejemplo, algo que no sale muy bien en el libro, excepto de
paso y por los problemas que hubo, es la actividad del sacerdote.
Parece que al doctor Beals o no le interesaba mucho, o nunca pudo
llevarse bien con el sacerdote, o tal vez haya habido alguna otra
razón, pero yo veo como que le falta más información.
—AR: Sí falta, porque una vez que fuimos allí a la Notaría Parro­
quial, pues el doctor Beals quería ver los archivos. Quería saber hasta
dónde databan los libros de bautismos. Databan muy atrás, como de
1700 o fines de 1600 no recuerdo, pero eran de muy atrás. Él quería
verlos, para saber en aquel tiempo quién era quién. Fuimos allí y
platicaron ampliamente con el sacerdote, o platicamos. Pero noso­
tros sí entrevistamos al señor Cura, no recuerdo quién era. Parece
que era el padre Genaro. La relación que tenían pues era amistosa.
Pero para qué le voy a decir. En aquel entonces estaba más separado
el gobierno con el clero. El padre sí nos dio información, como dos o
tres veces. Y platicamos así. Digamos todo nada más dedicado a la
parroquia. Así que todo el día nos dedicábamos, desde la mañana
que llegaba el doctor allí en la parroquia preguntando. Se venía a
comer como a esta hora [13:45 hrs] o más tarde, a veces a las cuatro,
y ya se iba. Yo casi siempre como a las tres o tres y media. Y ya le
digo, se iba tarde. Tanto le interesaba la plática con el sacerdote que
esos días se estaba hasta las cuatro. Y ya después se regresaba.
—AJ: Bueno, pues muchísimas gracias. Ya no le quito más su tiempo.
Espero pronto volver a visitarlo.
—AR: No hay por qué. A la hora que usted quiera venir. Los datos
que quiera, pues estamos para eso.
N otas
1.
2.
Aguirre Beltrán, Gonzalo. “El Proyecto Tarasco: Mauricio S wadesh” en
L enguas Vernáculas. Vol. xn de la Obra A ntropológica de Gonzalo
Aguirre Beltrán. f c e . México. 1993, pp. 291-313.
Beals, Ralph Larson. Cherán: un pueblo de la Sierra Tarasca. Trad.
A gustín Jacinto Zavala. El Colegio de Michoacán. Zamora, Mich. 1993.
3.
A unq ue en ningún lugar lo cita Beals, era parte del Proyecto Tarasco.
V er Aguirre Beltrán. Op. c i t pp. 298, 300, 305.
4.
5.
V er Cherán... Plano 2, p. 42.
Mi pregunta en la conversación original se refería al uso de la obra de
Murdock, Outline o f Cultural Materials. Cf. Beals. Op. cit., p. 28.
V er op. cit., p. 29.
6.
7.
8.
9.
V er op. cit., p. 255 y nota del traductor.
Ver, por ejem plo, op. cit., pp. 349-353, 364-366, 420-423.
Beals, Ralph L., Carrasco, Pedro y McCorkle, Thomas. H ouses an d
house use o f the Sierra Tarascans. Institute o f Social Anthropology.
Smithsonian Institution. Publ. núm 1.
10. V er Cherán... pp. 29, 387.
11. V er op. cit., pp. 372-376, 377-383.
12. D orothy Beals. V er op. cit., p. 27.
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