La Aparicin De La Conciencia

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La Aparición De La Conciencia
Por: Diego R. Viegas
La Aparición De La Inteligencia A Traves De Alimentos De Alta Energia _____ 2
Conciencia Y Evolucion _____________________________________________ 3
Intentando definir conciencia _______________________________________ 3
Proceso evolutivo y adaptativo de la conciencia ________________________ 3
El surgimiento evolutivo de la autoconciencia a partir del “Otro” _________ 4
La Autoconciencia A Partir De Los Enteógenos __________________________ 6
Evidencias Arqueológicas __________________________________________ 8
Opinión de S.J.Gould______________________________________________ 9
A Modo De Cierre ... (Abierto) ________________________________________ 9
Bibliografia ______________________________________________________ 10
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La Aparición De La Inteligencia A Través De Alimentos De Alta Energía
Antes de que el linaje de los seres humanos se volviera inteligente se hizo bípedo. El paso al
bipedismo ocurrió en respuesta a los cambios del clima y del ambiente ocurridos en África
oriental.
El bipedismo acompañó a nuestros antepasados durante dos millones de años sin necesidad de que
tuvieran un cerebro muy desarrollado, como Lucy. ¿Qué fue lo que hizo que después de tanto
tiempo algunos homínidos se convirtieran en seres inteligentes?
Existen muchas teorías acerca de este enigma, puede que ninguna tenga la razón por sí misma,
sino que todas hayan influido mutuamente.
Por ejemplo, si bien ningún académico pone en duda la constante expansión evolutiva del
cerebro con respecto al tamaño corporal, existen dudas con respecto a que esto haya sido
provocado por la fabricación de herramientas o por la complejidad social en sí misma (incluído el
factor lenguaje) o como consecuencia de la búsqueda de alimento. En ese sentido se ha formulado
que un factor principal de la evolución humana debe haber sido el aumento progresivo de la
capacidad para encontrar y explotar recursos alimentarios de alta energía (CALVIN, W, 1994).
Postulando diversas pruebas entre primates se ha concluído que la principal asociación del tamaño
cerebral se establece con el alimento de alto contenido energético, y no con la complejidad social
o la búsqueda de frutos agregando que no existen pruebas de una correlación directa entre grado
de “inteligencia” y tamaño cerebral. De hecho se ha producido un descenso progresivo estable del
tamaño cerebral medio de los europeos, sin disminución concomitante del tamaño corporal
durante los últimos 20.000 años, ¡¡el mismo período en el que se han producido los avances más
notorios de la cultura humana!!
De todos modos, creemos que algún tipo de relación debe existir entre la inteligencia y nuestro
tamaño cerebral, y ciertamente el surgimiento de nuestra inteligencia debe de haber sobrevenido
como un refinamiento de alguna especialización del cerebro (MARTIN,1994) que incluyó una
configuración común para el lenguaje, la danza y la música, lo que desarrolló la rapidez humana
para combinar diversas ideas a la vez y la versatilidad en la conducta, por ejemplo, en nuestra
dieta omnívora que requiere de imágenes mentales de comida y predadores concurrentes muy
complejas. La vida social y los juegos, multiplicaron los problemas interpersonales por resolver y
la imitación de soluciones descubiertas por otros.
Los bruscos cambios de clima de hace 2,5 millones de años aceleraron la acumulación de
habilidades mentales para flexibilizar la conducta, y entre estas habilidades nuevas apareció el
lenguaje, cuya sintaxis, en realidad, es como una plantilla que regula también otras capacidades
humanas de secuenciar (como movimientos de boca y rostro, audición de secuencias sonoras, y
movimientos balísticos –acciones rápidas que requieren una alta planificación-) Esta “plantilla
secuenciadora” se encuentra en el área izquierda del cerebro y es posible que la selección natural
operada en pro de la sintaxis hiciera aumentar automáticamente los talentos para “hacer planes” y
por ende, el mejoramiento de movimientos balísticos, la habilidad musical, las decisiones éticas, y
la inteligencia en general. Un proceso darwinista interno nos hizo capaces de estallidos de
sorprendente creatividad en medio de un constante ir y venir entre la innovación y el
conservadurismo previsor.
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Conciencia Y Evolucion
Bucear en la evolución de la conciencia es mucho más difícil que intentar una reconstrucción
esquemática del desarrollo evolutivo del cerebro ya que de por sí la definición de “conciencia”
implica una compleja combinación de saberes neurofisiológicos, psicológicos, filosóficos y
antropológicos. Esta cuestión tan amplia podría definirse con más precisión partiendo de la
pregunta de cómo es posible que haya surgido en ciertos animales (los humanos, con seguridad, y
tal vez otros) esa forma de conciencia que pudiera llamarse auto-advertencia. Desde la filosofía se
propone que quizás haya aparecido como “lectura de mentes”, como esbozo mental de lo que
podría –desde un “adentro” inasible- guiar la probable conducta de los “otros significativos”
(parejas, aliados, enemigos) en primates fuertemente sociales. (LEON, J, 1999)
Conviene entonces discutir previamente: 1) Qué atender por conciencia, y sus diversas
modalidades y niveles. 2) Cuál mecanismo evolutivo puede generar atributos (corporales o
mentales) adaptativos (vale decir selección natural). 3) De cuál ventaja selectiva puede disfrutar el
esquema propuesto en las circunstancias pertinentes.
Intentando definir conciencia
Examinando los diferentes conceptos de conciencia se estableció que el factor común que los
unifica es la noción de advertencia, de darse cuenta, de percatarse. Pero la advertencia ocurre en
por lo menos tres niveles distintos: (1) el de los sueños al dormir, desprovisto de atención; (2) el
de la vigilia habitual, con atención mecánica, probablemente compartido por una variedad de
animales; (3) la autoreflexión, autoconciencia o visión interior, es decir, el desdoblamiento de la
conciencia que es capaz de atender a sus propios contenidos y advertir que advierte, mediante
atención controlada e introspección, dando en la intimidad un “efecto espejo”.
Por otra parte, se ha marcado la diferencia entre dos modalidades de conciencia, la “sentiencia” y
la “conciencia de acceso”.conocidas como conciencia fenomenal (CF), y conciencia representativa
(CR), respectivamente. La sentiencia o CF “no consiste en ser acerca de nada, sino en su propio
aparecer o manifestarse”. Es el lado cualitativo de la conciencia, que colorea de subjetividad la
percatación. Es el mundo de los qualia, de la “rojez del rojo”, y constituye el más intransferible y
más recóndito aspecto de la intimidad sintiente. En cambio la CR nos proporciona acceso a la
información desplegada por los contenidos mentales. Es claro que ambos modos de conciencia se
presentan en sus diversos niveles: en la percatación y en la autopercatación. Ambos van juntos,
son el haz y el envés de la conciencia.
Un tercer eje que podría usarse para distinguir aspectos de la conciencia, es el de las relaciones
entre ésta y la memoria. Y por último, en tónica cercana al enfoque evolutivo, vale retener la
distinción, propuesta por Edelman, entre “conciencia primaria”, capaz de advertir las cosas del
mundo y construir imágenes mentales en presente (quizá típica de animales no-semánticos) y
“conciencia de orden superior”, que implica el reconocimiento subjetivo de los propios actos,
pensamientos y afectos. Esta involucra un modelo de lo “personal”, y del pasado y futuro junto al
mero presente. Y exhibe auto-advertencia directa de episodios mentales sin intervención de los
órganos de los sentidos. Según se ve, estas categorías de Edelman se parecen a los niveles de
conciencia discutidos antes por el autor.
Proceso evolutivo y adaptativo de la conciencia
Nuestro filósofo se pregunta :¿Cómo pueden haber surgido animales provistos de esas complejas
capacidades que llamamos conciencia y autoconciencia?. La pregunta remite, por supuesto, al
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proceso evolutivo y a su mecanismo central, la selección natural (SN). Los caracteres, órganos y
habilidades complejas de los seres vivos se constituyen evolutivamente por acumulación selectiva
de sus diversos componentes. Estos aparecen por modificación accidental del material genético
(ADN) que los codifica: usualmente un error de copia (mutación) que ocurre cuando un individuo
produce sus gametos. Si el material genético así modificado dota a los individuos que lo reciben
de alguna ventaja operacional en el entorno correspondiente, estos sobreviven mejor que quienes
no lo reciben, Así exhiben mayor probabilidad de llegar a tener sus hijos y transmitirles el rasgo
que les da ventaja. Tal diferencia, al operar de generación en generación, da lugar a un aumento
progresivo en la frecuencia de los poseedores del rasgo ventajoso. Eventualmente la población se
llena de portadores de esa característica, la cual pasa de rara a frecuente en el transcurso de las
generaciones. Este es el proceso de selección natural.
La capacidad de valorar, de distinguir entre lo conveniente y lo adverso, es crucial. De allí que la
selección natural haya favorecido la “sensibilidad”. Ésta debe haber sido originariamente, mera
reactividad local. Pero pronto se desarrollaron “órganos de los sentidos” capaces de remitir
información desde la frontera hasta centros evaluadores que guiaron luego la reacción ante el
“estímulo”. La “sensación” es entonces valoración, gusto o disgusto ante lo que significa “para
mí” el objeto, el acontecimiento.
Aunque al comienzo sensitividad y responsividad han de haber estado ligados, pronto se
desacoplaron. Las pautas de acción –acercamientos o huidas, por ejemplo- correspondían
originalmente a las evaluaciones sensitivas. Luego estas pautas pudieron ser recogidas
internamente, y suspendidas antes de llevarlas a cabo, como planes de acción y como
representaciones de los estímulos. Así empezaba a haber “mente”. Los animales empezaron a
tener mente cuando fueron capaces de almacenar –y posiblemente, recordar y reorganizar–
representaciones (con base en la acción: pautas de acción vueltas planes) de los efectos de la
estimulación ambiental sobre sus propios cuerpos. La aceptación o rechazo locales (de piel) frente
a un estímulo se convirtieron en un esquema íntimo, representacional, que significaba agradable o
desagradable, que así se “sentía”. La atribución de significados surgió de esta manera en la
evolución.
La sensación fue primero. Pero ella no basta para hacer adaptativa la representación íntima. No
sólo hay que “valorar” el objeto que suscita el estímulo, hay que reconocerlo en lo que es, en su
ubicación y relaciones con el mundo, en su identidad y su permanencia. Hay en ello ventaja
selectiva. Así pues, también la percepción evolucionó de acuerdo al esquema siguiente:
sensación de lo que me
ocurre
objeto
estímulo de la superficie corporal
percepción de lo que
ocurre afuera
El surgimiento evolutivo de la autoconciencia a partir del “Otro”
Ya se ha dicho que, en la perspectiva darwiniana, el discernimiento de las funciones que cumple
un órgano, capacidad, o característica, ayuda a entender las presiones selectivas que pueden
haberle dado origen. Pero, si las funciones de la auto-conciencia son sólo complejización de las
funciones de la conciencia primaria ¿qué puede haber acicateado evolutivamente ese incremento
de complejidad?
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Quizás la (auto) conciencia surge cuando la capacidad del cerebro para simular el mundo se hace
tan completa que requiere incluir un modelo de sí misma.
Pero no hay ímpetu hacia la completitud en la evolución. ¿Será que cierta complejización del
mundo ha promovido la de la conciencia? ¿Pero cuál complejización? Quizás sugiera algo el
argumento de Jaynes: la conciencia se hizo necesaria cuando hubo que elegir reiteradamente, en
vez de ejercitar rutinas ciegas.
“El mundo físico, abiótico, no se hace más complejo en el curso del tiempo. Su heterogeneidad es
estacionaria o hasta decreciente, si atendemos a la segunda ley de la termodinámica. Así que las
presiones selectivas que espolean el aumento de complejidad adaptativa en seres vivos (cuando
ocurre) provienen de las oportunidades y retos que ofrece el surgimiento de nuevos tipos de seres
vivos, o nuevas características en ellos, cuando están enzarzados en tramas coevolutivas
(Dawkins, 1986). Por ejemplo las “carreras armamentistas” en la coevolución de depredadores y
presas, o de parásitos y hospederos, ha dado lugar a menudo a complejidad creciente de los
participantes en esos nexos. ¿Habrá algo análogo detrás de la evolución de la autoconciencia?”.
(LEON, J, 1999)
De acuerdo a ciertos estudios citados por nuestro filósofo, los simios antropoides exhibirían en el
laboratorio “impresionantes poderes de razonamiento creativo”. Éstos exceden ampliamente los
usos que esos animales dan a esas capacidades inferenciales al resolver problemas prácticos en su
ambiente natural. No parecen necesitarlas. Así mismo, los humanos requieren apenas una
fracción de sus habilidades intelectuales para resolver sus asuntos prácticos cotidianos. ¿Será
entonces que la selección natural nos dotó en exceso, lujosamente? ¿O es que hay algún aspecto de
nuestras vidas que sí demanda esas destrezas mentales? La respuesta de León es positiva: lo que
exige tanta mente es la vida social.
Robin Dumbar –citado por el mismo estudioso- ha establecido que aquellas especies de primates
sociales que viven en grupos más grandes poseen una corteza cerebral más extensa. ¿Por qué ha
de requerir tanto intelecto la vida social?.
Los investigadores han caracterizado las complejas alianzas y rivalidades que se establecen en las
tropas de primates sociales, y su carácter movedizo: el aliado de hoy puede mañana ser enemigo y
viceversa. Hay enredadas tramas cambiantes de cooperación y conflicto. Y la búsqueda de
ventajas (o el esquivamiento de adversidades) requiere una alerta e ingeniosa navegación en esa
maraña. Es una especie de “ajedrez social”: un ajedrez en el cual las piezas cambian de identidad
y de bando.
Es esta la clave de la complejización “ambiental” que promueve la complejización selectiva de las
funciones de la conciencia. Enfrentados al asediante reto de los otros, cualquier avance en la
habilidad de discernir que harán ellos, ofrece ventaja selectiva. Es así conveniente la disposición
introspectiva, la capacidad de mirarse a sí mismo como modelo del otro, el “ojo interno”. Pero
esto requiere instalar un modelo del otro en uno, en la propia interioridad. Tal sería, sumariamente
descrita, la auto-conciencia. Cualquier gen que contribuya a formar un esbozo de esta facultad
gozaría de favor selectivo y se extendería por las poblaciones en que apareciera. Y las mejoras no
se harán esperar, ya que el proceso ocurre en un contexto de “carrera armamentista”
intrapoblacional, entre “sagacidades” individuales.
“Presuntamente, el nivel de auto-conciencia de los australopithecinos ha de haber sido semejante
al de los actuales chimpancés. Los significativos cambios que el advenimiento del género Homo
trajo en tamaño y arquitectura del cerebro, organización social y modo de subsistencia,
probablemente marcaron los comienzos de un nuevo impulso al grado de auto-advertencia, que
terminaría empinándolo hasta la luminosidad de ahora. La iniciación de la caza-recolección
implicó una complejidad nueva en el “ajedrez social”, y la selección natural debe haber
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premiado cada aumento de maestría en ese “juego”. El proceso es de por sí autocatalítico,
exhibe seguramente realimentación” (LEON, 1999)
El autor defiende la tesis filosófica que otorga importancia al papel unificador de la autoconciencia, percibida desde la siguiente dinámica: la conciencia de sí surgió como conato de
examen de los resortes íntimos del otro. Y en su actividad intencional unificadora no faltarán los
conflictos que delaten ese origen, no escasearán los residuos de la alteridad introyectada.
Hay toda una tradición filosófica que examina la relación yo-otro, desde Descartes, Kant, Fichte,
Hegel, pasando por Dilthey, Husserl, Ortega, Buber, Marcel, Sartre y Merleau-Ponty. Pero el
problema ha sido casi siempre abordado como la posibilidad de acceder a la otra conciencia desde
la propia, ya dada. El enfoque ofrecido por el autor requeriría más bien atender a la constitución de
sí mismo a partir del otro: la idea de que “Nuestro conocimiento del otro parece ser anterior en el
tiempo a nuestra conciencia del yo en cuanto tal”, o la tesis de Wittgenstein de que los predicados
psicológicos sólo pueden ser aprendidos aprendiendo a aplicarlos a otro. “Invertir la tradición
cartesiana, mostrando que efectivamente el sujeto individual, de alguna manera, depende de las
prácticas sociales compartidas”.
En pocas palabras la idea de que “El yo no se afirma sino gracias al tú” O como expone De
Waehleus “la coexistencia se me impone de manera irresistible, espontánea, anterior a todo
raciocinio, anterior incluso a la plena conciencia de sí mismo”
La Autoconciencia A Partir De Los Enteógenos
Hasta aquí, las observaciones de León nos parecen muy apropiadas, pero si volvemos al primer
punto y recordamos que –en realidad- no existen pruebas tan concretas de que la inteligencia se
manifestara SÓLO como impulso directo de las relaciones sociales, sino que pareciera que los
recursos alimenticios de alto contenido energético apuntalaron el proceso, hay que prestar atención
a las setas y plantas incorporadas a la amplia recolección omnívora de los primeros humanos,
muchas de las cuales además de contener más calorías, proteínas, carbohidratos, fósforo, hierro y
vitaminas que la media de vegetales, contienen particulares sustancias químicas que afectan
directamente a la actividad psíquica.
Además si la autoconciencia surge a partir de ventajas adaptativas en cuanto a “introyectar al
Otro”, no es un dato menor advertir también la importancia que jugaron las sustancias psicoactivas
en el proceso evolutivo de la conciencia, desde que éstas resultan inigualables en confrontar la
conciencia consigo misma, permitiendo a traves de ese “dialogismo” una “adaptación
inespecífica”. Concretamente afirma el etnopsicólogo catalán Josep Fericgla “...los hechos
etnográficos nos obligan a aceptar que una de las finalidades que induce explícitamente a los
seres humanos a consumir enteógenos en general está relacionada con algunos procesos
cognitivos que permiten una mejora en la eficacia adaptativa (...) un doble proceso biológico y
cultural de carácter negantrópico, dividido en dos momentos (asimilación de información y
acomodación al entorno cambiante) que nos induce a actuar para mejorar el bienestar y asegurar
el proceso vital el máximo tiempo posible” (FERICGLA, 1990,1993).
En este sentido, el primero que señaló el posible papel de los enteógenos o sustancias psicoactivas
como fundamentales en la aparición de la inteligencia y la autoconciencia, fue el etnobotánico R.G
Wasson, quien conjeturó que los alcaloides de las plantas enteogénicas (incorporadas a la amplia
dieta energética de nuestros antepasados cazadores recolectores) funcionaron como kairomonas
para aquellos protohumanos hace milenios “ilimitando la imaginación de aquellos primeros
hombres que los comieron, avivando su curiosidad y sus facultades especulativas” (...)
funcionando como “un verdadero detonador para su alma, que despertó en él sentimientos de
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temor y reverencia, y dulzura y amor, hasta el punto máximo que la humanidad es capaz de
alcanzar, todos esos sentimientos y virtudes que la humanidad siempre ha considerado el máximo
atributo de su especie. Le hizo ver aquello que sus ojos mortales y perecederos no pueden ver”
(WASSON, 1957)
Recientemente, los antropólogos Roger Sullivan de la Universidad de Auckland y Edward Hagen
de la Universidad de California, han postulado que determinadas sustancias psicoactivas o
estimulantes (que hoy se consideran tan negativas) siguen consumiéndose porque ayudaron a
nuestros ancestros a sobrevivir por millones de años. La predisposición humana hacia estas
sustancias proviene de que la especie humana ha estado envuelta en la búsqueda de tales ricos
alcaloides botánicos como estrategia de supervivencia, “Estimulantes alcaloides como tabaco y
coca pudieron ser explotados por nuestros ancestros humanos para ayudarse a resistir las
ásperas condiciones medioambientales” (SULLIVAN, 2002).
Por ejemplo, hasta hoy los aborígenes australianos usan la planta rica en nicotina pituri para
ayudarse a resistir largos viajes por el desierto sin alimento, y los andinos aún mascan hojas de
coca para tolerar el trabajo en grandes alturas (el pituri contiene más de un cinco porciento de
nicotina, mientras que el tabaco actual cerca de un 1,5 porciento) La nuez de Betel, usada desde
hace por lo menos 13.000 años en Timor es asimismo energética y potente. Dichos antropólogos
especulan con la posibilidad de que en algunos medioambientes marginales, la dieta de la gente
puede haber sido tan pobre que ellos pugnaron por producir suficientes neurotransmisores propios.
Consumiendo plantas con sustancias que imitan neurotransmisores ayudaron a compensar la
escasez.
De este modo vienen a coincidir en parte con el etnobotánico Terence McKenna, quien afirma que
la “mutación producida por componentes psicoactivos en la dieta humana temprana, influyó
directamente en la rápida reorganización de las capacidades de procesamiento de información
del cerebro. Los alcaloides de plantas, particularmente los compuestos psicoactivos como la
psilocibina, dimetiltriptamina (DMT) y harmalina, pueden ser los factores químicos de la dieta
protohumana que catalizaran la emergencia de la autoconciencia humana. La acción de los
alucinógenos, presentes en muchas plantas comunes, mejoró nuestra facultad de procesar la
información o sensibilidad ambiental (...) En un estadio posterior de este mismo proceso,
actuaron como catálisis en el desarrollo de la imaginación, alimentando la creación de
estratagemas internas y posibilidades que quizá concordaron con la emergencia del lenguaje y la
religión”. (McKENNA, T, 1993)
La psilocibina –por ejemplo- mejora de acuerdo a estudios de laboratorio, la agudeza visual, lo
que reporta una ventaja adaptativa para individuos cazadores recolectores, también produce
estimulación sexual en dosis superiores (favoreciendo la reproducción) y finalmente en adecuados
contenidos provoca un éxtasis de disolución de límites que pudo haber inducido a los arcaicos
grupos tribales a establecer vínculos comunitarios, y de rituales simbólicos y mágicos.
No hay que olvidar todos los datos provenientes de las investigaciones farmacológicas y
neuropsiquiátricas de los últimos años que refieren el descubrimiento de receptores específicos en
el cerebro para muchas de estas sustancias contenidas en las plantas o setas ancestralmente usadas
de modo cultural (Por ejemplo, la mescalina se relaciona estructuralmente con las catecolaminas, y
mimetizandose con la serotonina cerebral encontramos a la psilocibina, bufotenina, harmina,
ibogaína, ácido iboténico y muscimol), lo que llevaría a indicar, tal vez, una interacción entre
conocidos agentes botánicos de uso cultural milenario y el desarrollo de la evolución cerebral.
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Evidencias Arqueológicas
En apoyo a tales especulaciones se encuentran numerosas evidencias indirectas de sitios
arqueológicos en diferentes épocas prehistóricas.
Algo semejante a los sistemas chamánicos de cazadores modernos podría hallarse presente entre
los neanderthales de Europa y Asia hace más de 50.000 años si se tiene en cuenta el sitio
arqueológico de Shanidar, en el norte de Irak, donde se descubrieron grupos de polen de ocho
clases de plantas florales junto a un esqueleto adulto masculino de neanderthal. Los restos de la
planta (originalmente concebida como la expresión del amor y la preocupación de los
sobrevivientes por el familiar fallecido, y como prueba del alto desarrollo espiritual de los
neanderthales) en realidad pudieron haber sido parte del equipo medicinal del especialista sanador.
No menos de siete de las ocho especies representadas por los granos de polen en las tumbas han
sido identificadas por el famoso palinólogo francés A. Leroi-Gourhan como pertenecientes a
plantas que aún juegan un papel prominente en curaciones a base de yerbas en la misma área y en
el viejo Mundo (achillea-cuyo nombre anglosajón “yarrow” –mil en rama, mil hojas-significa
“curandero”, althea, o malva loca, cuyo nombre griego igualmente significa “curandero”, senecio,
uno de cuyos nombres comunes en inglés “groundsel” –zuzón, hierba cana- significa “tragapus”, y
ephedra, cola de caballo, un género que contiene el conmocido estimulante nervioso efedrina)
Ahora que se especula con la posibilidad de que los Neanderthales hayan formado parte de la línea
de evolución de la humanidad moderna, tal vez pueda suponerse que ellos ya estaban
familiarizados, junto a tales plantas medicinales con enteógenos de la región. (FURST, 1980)
Los cazadores y luego domesticadores- de renos durante decenas de miles de años del norte de
Europa y Asia, difícilmente pudieron desconocer la relación de este animal con la famosa seta
visionaria Amanita Muscaria, imitando su embriaguez, como lo siguen haciendo las tribus de
Siberia hasta la actualidad (SAAR, 1991) . Probablemente los descendientes de aquellos pueblos
–que cruzaron por oleadas hacia América- llevaron consigo estos hábitos e impulsos que
diseminarían luego complejos chamánicos altamente sofisticados, de larga vitalidad en nuestro
continente.
Semillas de mescal (Sophora Secundiflora), bien integradas a la cultura preagrícola del Noreste
Norteamericano, fueron datadas por radiocarbón en el Smithsonian Institution con una antigüedad
de 10 a 11.000 años, no mucho después del cese de la última de las inmigraciones desde Asia
(ADOVASIO y FRY, 1975)
En el sitio de Eric Lannic, Britania, el arqueólogo Andrew Sherratt sugiere que ciertas cerámicas
con intrigantes dibujos conocidas como “Vaso-soportes” (con trazas de quemazón) fueron
utilizadas como brazeros para la quema de sustancias como opio o cannabis. El uso de la Amapola
en el temprano período Neolítico europeo aparece en el sitio de Cueva de los Murciélagos en
Albuñol, cerca de la costa de Granada (España) (DEVEREUX, 1997).
Numerosos ejemplos de pinturas rupestres son interpretados en relación con el uso de
determinadas sustancias modificadoras de la conciencia, tales como Tassili-n-Ajjer (Argelia),
pero también arte rupestre bosquimano (de acuerdo a los estudios de Lewis-Williams en
Sudafrica); las pinturas y petroglifos del suroeste de Estados Unidos (de acuerdo a los trabajos de
K.Wellmann y D.Whitley en la década del ochenta); y la misma teoría es aplicada hasta en el
Paleolítico Europeo (Clottes y Lewis-Williams) y también en el arte rupestre del área sub-andina
de Argentina (Juan Schobinger)
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Opinión de S.J.Gould
Aunque la hipótesis enteogénica pueda parecer simplista a muchos, nos quedamos con la sabia
opinión de uno de los más destacados paleontólogos y forjadores de nuevas ideas en la Teoría de
la Evolución, Stephen J. Gould, fundador (con Niles Eldridge) de la corriente Puntuacionista
Evolutiva. Dice Gould: “Quizás el mayor y más efectivo de todos los inventos evolutivos, el
origen de la conciencia humana, precisó poco más que un aumento de la potencia cerebral hasta
un nivel en que las conexiones internas se hicieron lo suficientemente ricas y variadas para forzar
esta transición primordial. La Historia puede ser mucho más compleja, pero no tenemos prueba
alguna de que tenga que serlo...” (“Brontosaurus y la nalga del ministro”, Barcelona, 1993, Cap
9, pag 134)
A Modo De Cierre ... (Abierto)
En las brumosas especulaciones de nuestros tan lejanos como oscuros orígenes, nada más
fascinante que la pregunta acerca de la intrigante mente humana. ¿Cómo se desarrolló esa especial
inteligencia que nos hace únicos y cómo llegó alguno de nuestros antepasados más remotos a
cobrar conciencia de sí mismo y de su relación con otros entes? Quizás –como hemos visto- una
combinación de factores sociales y alimenticios, brindaron esa chispa misteriosa que inició una
larga carrera tras una única respuesta, que todavía buscamos: Soy un ser humano...¿quién soy?.
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Bibliografia
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